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La insatisfacción puede ser experimentada como estado transitorio, motor de

búsqueda de una siguiente satisfacción. O se puede vivir eternamente insatisfecho.


De cada uno depende tomar ese motor como aliado para el cambio, transformándolo
en brújula de crecimiento, asumiéndolo como contratara irreductible de la
satisfacción. De lo contrario, se sucumbe a sus corrosivos tentáculos. La opción de
salida es la aceptación de las satisfacciones que ofrece la realidad, que no son
ideales, absolutas o permanentes; simplemente son satisfacciones acotadas y
circunscriptas al territorio de la posibilidad.
Al nacer se perciben los primeros estados de insatisfacción, el disparador biológico del
hambre despierta la necesidad psicológica de otra “nutrición” (para sobrevivir necesitamos
nutrirnos de alimento, y de amor). La satisfacción obtenida no es nunca la esperada dado
que el estado de completud en el que nos abrigaba el vientre materno llegó a término; se
abre entonces el juego entre la insatisfacción-búsqueda de satisfacción, que nos
motorizará el resto de nuestra vida. La satisfacción de una necesidad posibilita el
surgimiento de un nuevo deseo que, consecutivamente, movilizará a su consiguiente
satisfacción en una secuencia de dialéctica permanente.

La sensación de insatisfacción es de fundamental importancia: nos permite sobrevivir. Si


no percibiéramos la insatisfacción alimenticia, no lloraríamos, señal que nos ayuda a
recibir aquello que estamos necesitando precisamente para nuestra subsistencia, primero
biológica, luego psicológica. Por lo tanto la insatisfacción es un estado motorizador, vital y
es –en este sentido- constructiva: activa el proceso de desarrollo, de crecimiento y
maduración.

El ser humano es un ser de fines:


El ser humano es un ser que tiende, que propende, que se orienta hacia el futuro mediante
la prosecución de objetivos, con la necesidad de un proyecto general de vida para, a largo
plazo, sentirse realizado y poder trascender; requiere también materializar logros
cotidianos de corto y mediano alcance; si no nos sintiéramos insatisfechos careceríamos
del encendido que nos motoriza a la concreción de nuestros propósitos.

Quien carece de proyectos personales de largo, mediano y corto plazo está expuesto a
sentirse insatisfecho de modo constante, nunca nada le va a alcanzar, porque por un lado
no encuentra sentido a su vida, sentido que se encuentra únicamente de modo personal.
Carecer de proyectos propios deja a merced de las “lucecitas de colores” de la publicidad,
el consumismo de la vida actual, las novelas color de rosa y las propuestas mercantilistas
de “cambie su vida ya”, que encandilan con sus ofertas de “pseudosatisfacciones”
efímeras y fugaces, promoviendo una vida inalcanzable e irreal que indefectiblemente
sumerge en un estado de insatisfacción permanente. Hay un invaluable condimento para
sentirse satisfecho, gratificado, para elevar la autoestima y la seguridad personal: la
consecución de objetivos personales, de metas propias, y no la sumisión a seguir estilos
de vida ficticios que se venden desde afuera.

La insatisfacción puede ser experimentada como estado transitorio, motor de búsqueda de


una siguiente satisfacción. O se puede vivir eternamente insatisfecho. De cada uno
depende tomar ese motor como aliado para el cambio, transformándolo en brújula de
crecimiento, asumiéndolo como contratara irreductible de la satisfacción. De lo contrario,
se sucumbe a sus corrosivos tentáculos. La opción de salida es la aceptación de las
satisfacciones que ofrece la realidad, que no son ideales, absolutas o permanentes;
simplemente son satisfacciones acotadas y circunscriptas al territorio de la posibilidad.

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