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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Filosofía
Preseminario Descartes
Profesora Anna María Brigante
25 de abril de 2018

LA EVIDENCIA DE LA RAZÓN COMO PRINCIPIO DE VERDAD

El presente texto busca dar cuenta de mis consideraciones sobre la segunda mitad de la
“Cuarta parte” del Discurso del método de René Descartes. En estas, tengo en cuenta tres
aspectos y que corresponden a cada uno de los apartados: primero, la relación Dios-
Geometría; segundo, la distinción entre los imaginable y lo inteligible, y, tercero, lo que he
denominado la “divagación retórica” del filósofo francés en este apartado.

Relación Dios-Geometría
Descartes plantea lo que yo denominaría la relación Dios-Geometría. En esta relación, es
clave la presencia de una distinción entre lo que podríamos considerar la idea y su
materialización.

Para dar pie a esta distinción, Descartes utiliza la regla previamente expuesta de que “las
cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas” (AT, VI, 33),
aplicándola a las que comúnmente se consideran como verdades en la geometría. Así pues,
el filósofo francés deduce cómo de tales verdades geométricas no es posible asegurar la
existencia de sus objetos, ya que la “gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está
fundada sino sobre que se las concibe con evidencia” (AT, VI, 35). Es decir que, aun cuando
consideremos, por ejemplo, que un triángulo es una figura de determinadas características,
tal consideración “no aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo” (AT, VI, 36).

1
En ese sentido, volviendo a nuestra distinción idea – materialización, podemos señalar
cómo, para Descartes, sólo es posible tener certeza de la verdad de las ideas, mas no de su
materialización. Es decir, el triángulo como verdad, en el plano de la idea que tenemos de
triángulo, es irrefutable; pero, bien cabe repetirlo, tal certeza no prueba la existencia de los
triángulos en el mundo, como representación material, que es percibida por los sentidos.

Así pues, la relación al inicio de este apartado planteada entre Dios y Geometría se
materializa en Descartes con la siguiente analogía: “es por lo menos tan cierto que Dios, el
Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría” (AT, VI,
36). Este razonamiento, baste recordar, se da a partir de la reflexión que, volviendo al ejemplo
del triángulo, hace el francés: “examinando la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba
que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo (…)
o en la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia”
(AT, VI, 36. Énfasis mío).

En resumen, la idea de Dios se compara a las ideas que tenemos de las demostraciones
geométricas en el sentido de su certeza, la cual es en esencia una certeza de la razón y no de
la imaginación (que explicaré más adelante). Esta otra prueba de la existencia de Dios (o al
menos acá de su idea de Ser Perfecto) se conecta además con una de las consideraciones ya
expuestas en las Meditaciones metafísicas: la de que los sentidos nos engañan y, por tal razón,
“es propio de la prudencia no confiar nunca plenamente en quienes, aunque sea una vez, nos
han engañado” (Meditaciones AT, VII, 18).

Así, el puente está establecido con el siguiente apartado, donde abordaré el papel de la
razón y de la imaginación en la concepción epistemológica de Descartes.

Lo imaginable y lo inteligible
La reflexión del filósofo francés en este punto lo lleva a ser categórico frente a su posición
ante el conocimiento de la verdad y, en este caso, de la verdad de la existencia de Dios. La
principal crítica que hace, y en la que intenta hacer caer en la cuenta del error, es la de que
ciertas personas “jamás elevan su pensamiento de las cosas sensibles y están hasta tal punto
habituados a no considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (modo de pensar

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propiamente relacionado con las cosas materiales, que todo aquello que no es imaginable,
les parece ininteligible” (AT, VI, 37. Énfasis mío).

Así, articula Descartes su crítica frente a considerar (a la manera de la “escuela”1, como


señala) que todo lo que hay en el entendimiento debe previamente haber “impresionado los
sentidos”. A esto, Descartes responde, casi que invirtiendo el postulado previo, que “ni
nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro
entendimiento no interviniese” (AT, VI, 37). “La existencia de Dios y el alma nunca han
impresionado los sentidos”, agrega. Comenta, incluso, que intentar emplear la imaginación,
(por cierto, derivada únicamente de los sentidos) es algo inútil, casi como un procedimiento
sinestésico que, en principio, es imposible: es decir, intentar usar los ojos para ver los sonidos
o los olores.

Hacia el final de la “Cuarta parte”, el autor sintetiza, luego de alguna divagación retórica,
lo que viene siendo su más certera posición epistemológica: “jamás debemos dejarnos
persuadir sino por la evidencia de nuestra razón” (AT, VI, 39). Se entiende, pues, para este
punto, la manera en la que la razón se alza por encima de toda categoría de conocimiento de
la verdad, analizada ya por Descartes. Se aparta de la noción de imaginación, pues no
necesariamente se acepta como verdad lo que se imagina y, aquello que concebimos a través
de la razón, resiste toda posible duda, incluso la del sueño.

Es decir, la razón reconoce ideas, como las matemáticas o la existencia de Dios, de las
que tanto en el sueño como en la vigilia se tiene certeza absoluta de su verdad.

Divagación retórica
Uno de los puntos que considero importante señalar es el de la “divagación retórica”,
como sugiero llamarle, que encontramos especialmente en esta parte del Discurso del
método. Tal divagación se encuentra presente en el tono de escritura y la actitud misma de
Descartes al exponer sus ideas en este apartado.

Habrá que recordar su postura inicial frente a la escritura de su Discurso, en la “Primera


Parte”, donde afirma que “no es mi deseo enseñar en este tratado el método que cada persona

1
Podría pensarse como una crítica a las concepciones escolásticas.

3
debe seguir (…) únicamente intento presentar cómo me he esforzado en dirigir la mía [su
razón] (…) propongo este tratado solamente como una historia o, si se prefiere, como una
fábula” (AT, VI, 4).

Sin embargo, en el desarrollo de este capítulo del Discurso, tal consideración es pasada
por alto y, en resumen, encontramos un tono de escritura y una actitud por parte de Descartes,
de usar sus argumentos y sus consideraciones, ya no a manera de fábula o historia, sino como
texto argumentativo que permita una persuasión del lector, a quien quiere convencer de la
validez de su postura, siendo incesante en las consideraciones sobre sus reflexiones y en
“probar”, con le fin de convencer, la certeza de sus reflexiones.

Bibliografía
Descartes, René (1981). Discurso del método. (Trad. Guillermo Quintás). Madrid: Alfaguara.
_____________ (2009). Meditaciones acerca de la Filosofía Primera. Seguidas de
objeciones y respuestas (Trad. Jorge Aurelio Díaz). Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia.

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