Vous êtes sur la page 1sur 8

Cuando el otro es la amenaza: apuntes sobre el concepto de otredad

según José Pablo Feinmann

 “En nuestra literatura vamos a ver que el otro es inasimilable, es el otro infinito,
el antagónico y el distinto absoluto” = aquel sujeto que queda fuera de la idea
de Nación, de pueblo y en el extremo fuera de la noción de humanidad
 En la serie de los texto fundantes del canon de la Literatura Argentina el otro /los
otros fueron construidos como esas “especies inferiores” tan necesarias para
reforzar la sensación de pertenecer al círculo de los iluminados elegidos. Indios,
negros, gauchos, gringos, cabecitas: los bárbaros desde la óptica de la
civilización. Sarmiento, claro, el Facundo: “Sobre esta razón occidental la
civilización que Sarmiento dice que tenemos que traer a nuestra patria, Walter
Benjamin señaló que ‘está cuestionada por el ángel de la historia que mira hacia
atrás y lo único que ve es un paisaje en ruinas’”
 “La figura del otro absoluto es aquel a quien yo mato”, dijo Feinmann. “Para
matarlo, le quito su condición humana. (…) En ese sentido, las últimas líneas del
texto de Sarmiento son un buen ejemplo de la supresión del carácter humano del
enemigo: “Estas biografías de los caudillos de la montonera –escribió– figurarán
en nuestra historia como los megaterios y gliptodontes que Bravard desenterró del
terreno pampeano: monstruos inexplicables, pero reales”. = el otro representa
aquella vida que puede ser eliminada, sacrificada sin que ello conlleve una sanción
 “El otro es uno de los grandes temas de El matadero de Esteban Echeverría –
prosiguió Feinmann–, un cuento literariamente formidable que intenta demostrar
que la gente del matadero no se diferencia de las bestias; el unitario elegante que
pertenece a la civilización y porta los valores de la cultura es degollado por bestias
a las que hay que matar.” El escritor leyó luego tramos muy xenófobos de Amalia
de José Mármol y de Juvenilia de Miguel Cané, y volvió a José Hernández, esta
vez para refrescar los versos del Martín Fierro de tono peyorativo para los
aborígenes y los inmigrantes. “Hernández era más lúcido que la burguesía de
Buenos Aires y no quería que el gaucho fuera ‘el otro’”, explicó Feinmann. “Le
interesaba que fuera aceptado por la civilización, porque era mano de obra
especializada y barata. Sus odios profundos eran los indios y los gringos.”
 “La civilización ha combatido a la barbarie con la barbarie; le ha temido siempre,
y tanto que jamás la ha podido integrar”.

“El argentimedio y su odio al otro” (página 12, 26/12/2010)

 Feinmman introduce el concepto “la otredad del Otro”. Señala que este revela
una condición trágica e insoluble de la condición humana. La otredad del Otro es
aquello que establece al Otro en mis antípodas, que lo privilegia como objeto
central de mi odio, que puede hacer de mí muchas cosas que no desearía ser. No
ser un asesino, por ejemplo. Cuando la otredad del Otro llega a su extremo
intolerable para aquel que lo considera su Otro, la más frecuente solución es
matarlo. (…) Ya sabemos que la Argentina se ha deslizado de un Otro a Otro y a
Otro: el gauchaje federal, el malón, la inmigración, el cabecita negra, la guerrilla,
los piqueteros, etc. Siempre se necesita otro. Alguien en quien depositar el odio.

Linchamientos en la literatura argentina (página 12 20/04/2014)

 Queda claro luego de leer el cuento que la “barbarie rosina” es ajena a la


conciencia moral civilizada. Una de las preguntas que deja pendiente este cuento
(que es muy bueno y cumple con todos sus objetivos sin escapar de la literatura)
es qué se hará con esta gente el día que triunfen los que son lo Otro de ellos.
Porque, en el planteo echeverriano, no hay alternativas, ni conciliación
posibles. Ese antagonismo feroz no es dialéctico. Como no es dialéctica la
contradicción civilización-barbarie, no hay una superación. No existe el aufheben
(superar-conservando) hegeliano que permitiría llegar a una síntesis superior
conciliadora que contuviera a los dos elementos antagónicos superándolos. Todo
está pensado en términos de guerra. ¿Cómo contener, encauzar todo este odio?
El bárbaro es el Otro absoluto del unitario. El unitario es el Otro absoluto del
bárbaro.
Síntesis del concepto de Otro:

 Se configura como aquel sujeto que resulta inasimilable: no puede incorporarse a


la nación ni al pueblo. Es otro absoluto, radical. La antítesis de lo que ha sido
definido como el sujeto modélico del Estado Nacional.

 En el extremo es aquel sujeto que ni si quiera es humano. Y sino es humano es


aquel sujeto pasible de ser exterminado: aquella vida que puede ser sacrificada sin
que ello conlleve ninguna condena legal o moral. Es la vida y el cuerpo que
paradójicamente el estado vuelve invivible, una vida a abandonar.

 Es el límite a partir del cual se conforma una idea de identidad exclusiva,


excluyente, opositiva y homogeneizante. (homogénea, blanca, oligárquica) Ese
otro va a ser un elemento fundamental para la configuración el mapa de la patria,
para definir los paradigmas de inclusión y de exclusión de los sujetos que la
integran. En definitiva para deslindar una ciudadanía que siempre resulta ser una
construcción “biopolítica”.

 Es además ese sujeto en el cual se depositan todos los odios: un chivo expiatorio.

 Esta configuración del otro lleva a establecimiento de una lógica de la guerra y


del exterminio. El otro es la amenaza con la que hay que acabar.

 Asimismo se define una relación binaria y dicotómica entre yo/otro

 Es el cuerpo del delito. El cuerpo irrepresentable, un cuerpo al que se le niega su


ser de cuerpo, cuerpos: toturados, heridos, humillados, criminalizados. Cuerpos
marcados como

¿Cuáles son las consecuencias de esta definición del otro?

¿Qué tipo de comunidad podría configurarse desde este odio a lo diferente?


Linchamientos en la literatura argentina (página 12 20/04/2014)

Por José Pablo Feinmann

Como la literatura, en sus orígenes, la escriben los cultos, las víctimas son ellos. Ningún
culto, en el siglo XIX, escribirá el sacrificio de un pobre, de un bárbaro, ya que los cultos
no son de linchar. Los cultos vienen a traer al país lo contrario de esa práctica deleznable.
Los cultos tienen su espacio en la ciudad y la ciudad es el esprit de finesse, el lugar de los
buenos modales, de la vida civilizada. El unitario de “El Matadero” se da de boca con su
tragedia porque, precisamente, ha equivocado su camino. Tenía que ir a la ciudad, ese
lugar al que él pertenece, en que es respetado, en que nada puede pasarle, y equivoca sus
pasos. La historia de Echeverría es la historia de un extravío, pero no de los habituales
sentidos con que esta palabra se usa. Se sabe que un extraviado puede ser un loco. Para
no abundar en ejemplos, digamos: un hombre que ha perdido el camino de la razón. Así
le sucede al unitario. Si bien, en una primera lectura, su extravío es territorial: equivoca
su camino y termina en los parajes del matadero y no en los de la ciudad, en ese mismo
extravío sale de la razón y entra en la barbarie.

Echeverría narra con mucho detalle el padecimiento del joven, la humillación a la que es
sometido, su orgullo que nunca cede, la alegría de la “chusma”, la sangre que se derrama
en ese matadero que no sólo es de bestias sino de seres humanos también, con algún
propósito. Queda claro luego de leer el cuento que la “barbarie rosina” es ajena a la
conciencia moral civilizada. Una de las preguntas que deja pendiente este cuento (que es
muy bueno y cumple con todos sus objetivos sin escapar de la literatura) es qué se hará
con esta gente el día que triunfen los que son lo Otro de ellos. Porque, en el planteo
echeverriano, no hay alternativas, ni conciliación posibles. Ese antagonismo feroz no es
dialéctico. Como no es dialéctica la contradicción civilización-barbarie, no hay una
superación. No existe el aufheben (superar-conservando) hegeliano que permitiría llegar
a una síntesis superior conciliadora que contuviera a los dos elementos antagónicos
superándolos. Todo está pensado en términos de guerra. ¿Cómo contener, encauzar todo
este odio? El bárbaro es el Otro absoluto del unitario. El unitario es el Otro absoluto del
bárbaro. Así seguimos aún. Los que toman-un-café-en-Tolón son el Otro absoluto del que
delinque o del sospechoso de hacerlo y siempre del que tiene “cara de chorro”. Hoy se
mata por la cara. Se odia la cara morocha del llamado “negro de mierda”. Este personaje,
que encarna la “negritud”, es el Otro de los ciudadanos de Tolón.

La semilla que plantó Echeverría sigue viva. No lo vamos a culpar, a enviar al infierno
de los culpables de nuestra historia, nada de eso. El tenía sus motivos. Seguramente el
episodio que narró es cierto. Pudo ocurrir en muchos ámbitos de la Confederación de Don
Juan Manuel. No perdamos tiempo: matar, mataron todos. Tampoco vamos a entrar en
estadísticas. Aunque nadie ignora quién ganó la guerra civil y (también se sabe) una
guerra la gana el que más gente le mata al enemigo. Y el que menos consideraciones
humanitarias tiene con él. De aquí que los revisionistas que siempre han exaltado la
honorabilidad de Angel Vicente Peñaloza cuando, en el Tratado de las Banderitas,
devuelve sus prisioneros con vida y pide los suyos a los porteños, quienes no los tienen
porque los pasaron por las armas, deberán comprender por qué los porteños ganaron la
guerra. Porque no tenían consideraciones de humanidad. El honorable Chacho era un
hombre bueno. Pero los hombres buenos no sirven –en general y casi siempre– para la
guerra.

Cuando Chacho les dice a los hombres de Mitre, ¿no éramos nosotros los bárbaros? ¿No
eran ustedes los civilizados? ¿Dónde están entonces nuestros prisioneros? ¿Es posible
imaginar que los han matado? Sí, los mataron a todos. Porque los hombres de Mitre
representan un capitalismo neocolonial que hará un país terriblemente injusto y
subalterno. Pero Angel Vicente Peñaloza representa un orden aún campesino, aún agrario
y precapitalista. El filósofo agrario Martin Heidegger elegiría a Peñaloza, en caso de
poder acercársele, olerlo. Diría que es el enemigo de esa modernidad que olvidó al ser y
se entregó a la conquista de lo ente. Diría que el Chacho es la tierra, que no busca
arrasarla, tecnificarla. Que no es hijo de la técnica, sino que, naturalmente, sólo por su
condición de campesino, está más abierto al ser. Karl Marx diría que todas esas son
pavadas reaccionarias. Que el progreso es el avance del capitalismo. Y ese progreso, con
todas sus atrocidades, lo representa, en la Argentina, Mitre y Buenos Aires; así como en
México Estados Unidos, potencia capitalista, representa el progreso ante los hombres de
Santa Ana, pues EE.UU. penetrará en esas tierras con todo su vigor histórico, acabará con
el feudalismo y surgirá de esa dialéctica espléndida el proletariado y su revolución
liberacionista, la sociedad sin clases.

Los textos que siguen salen siempre de plumas cultas. La refalosa, de Hilario Ascasubi,
poeta unitario, feroz enemigo de Rosas, es desagradable y exagerado. La exageración de
estos textos es temible porque implica una advertencia: esto que Uds. hoy nos hacen a
nosotros mañana se lo haremos a Uds. tres veces peor, lo menos. Importa señalar que, si
bien hay sin duda un valor de verdad en lo narrado, el odio lo ha exasperado hasta el
límite. El odio de las clases dirigentes argentinas suele ser inexplicable para muchos. Aun
para ellas mismas. Por ejemplo, Adolfo Bioy Casares, comentando “La fiesta del
Monstruo”, del que algo renegaba, decía: “El cuento está lleno de odio. Estábamos llenos
de odio bajo el peronismo”. Tiene su explicación. Lo que no se tolera es que se le discuta
algo que considera propio por historia y linaje. La clase media se suma a esto y quiere
sentirse tan dueña del país como los dueños de la tierra. Habrá que entender que, aquí y
en cualquier parte, para un burgués tener los odios de la oligarquía es sacar patente de
distinción, de clase. “Yo odio lo que ellos odian, yo pertenezco a lo que ellos pertenecen.
Somos iguales.” Para los días de hoy el siguiente ejemplo es perfecto. El burgués
mediocre, de vida gris, de pronto descubre al inmigrante. Lo insulta y dice a todos: “Nos
vienen a robar Argentina”. De ser nada súbitamente él es Argentina. Cualquier argentino
que dice que un peruano le viene a robar el país se siente, de golpe, dueño de la Argentina.
La gente necesita odiar. La oligarquía –por naturaleza– desprecia y por hábito (ante
cualquiera que la contradiga con cierto grado de seriedad) odia. Bioy lo dice con abierta
sinceridad: él y Borges estaban llenos de odio durante el peronismo. También –en los
señorones de la oligarquía– está el asco que les produce que les solivianten a las masas.
Sin embargo, aguantaron una década de grasada menemista sin chistar. Porque la juntaban
con pala. El bolsillo manda.

Con los escritores de la burguesía que toman –desde su originaria libertad– partido por el
proletariado empiezan a aparecer algunos textos en que los castigados son los poseedores.
No sabría decir si “Casa tomada” de Cortázar es uno de ellos. El autor no había tomado
partido por casi nada cuando lo escribió. Más claro –o demasiado claro– resulta “Cabecita
negra” de Rozenmacher, que cita “Casa tomada” como antecedente de su texto, como si
el mismo viniera a resignificar al de Cortázar. Aquí el agredido es un señor de clase media
en ascenso y los que castigan un policía y una prostituta, si es que eso son. Se trata de un
texto de 1961, se convirtió en un best seller y fue acremente reseñado por la revista Sur,
que lo consideró peronista. Peronista o no, Rozenmacher nunca lo fue, aunque murió,
desdichadamente, muy joven y muy absurdamente, el cuento toma partido por los
morochos (o los cabecitas negras) y trata con desdén al protagonista, al que no deja de
llamar “señor Lanari”, como hacen los malos polemistas con sus rivales. Importa su texto
final porque refleja el odio de ese señor de clase media que ha sido injuriado por dos
“negros de mierda”, según el eterno vocabulario clasemediero. “La chusma”, dijo para
tranquilizarse, “hay que aplastarlos, aplastarlos (...) La fuerza pública (...) tenemos toda
la fuerza pública y el ejército”. Sintió que odiaba... Y Rozenmacher, según los tiempos,
termina con unas líneas amenazantes para los poseedores y esperanzadas para los negros:
“Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada”. Más
exactamente: las clases bajas y todos los que unieron su praxis política e ideológica a ese
destino, lejos de estar tranquilos, sufrieron las salvajes persecuciones de las fuerzas que
el señor Lanari invocaba para vivir tranquilo.

El texto que con mayor impiedad exhibe el padecimiento del proletario ante los niños de
la oligarquía es “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini. Es posible, a causa de esa
impiedad, que sea el más actual de todos. Lamborghini es un escritor difícil de leer. Puedo
compartir las afirmaciones que Germán García ha hecho sobre el autor: “Burgués
asustado”, etc. Pero, como él, no me quedo tranquilo. Siempre siento que he sido injusto.
Que Lamborghini es más que un escritor que quiere horrorizar a sus lectores de clase
media, ya que no hay otros. De todos modos, “El niño proletario”, si bien narra el
padecimiento extremo de ese personaje, es precisamente, casi imposible de leer. Sobre
todo por los propios proletarios. Hice la prueba, lo juro. Y siempre terminaron
puteándome. Y que les leyera otra cosa, qué joder. Ignoro si “El Matadero” provocó en
su tiempo lo que texto de Lamborghini provoca hoy. Llevamos cuarenta años de su
aparición y aún es ilegible para los lectores masivos. Para los que, de todos modos, no lo
escribió Lamborghini. ¿Es un gran cuento? Creo que no. Es valioso, sin duda. Pero es una
explosión de los conflictos internos del autor. Que los haya unido a los del proletariado
es un hallazgo excepcional. Paco Jaumandreu, en el film Eva Perón, le dice a ella, que se
muere de cáncer en pocos días: “Señora, en este país de machos, ser pobre, ser puto y ser
Eva Perón es la misma cosa” (Eva Perón, film dirigido por Juan Carlos Desanzo
protagonizado por Esther Goris y con guión mío). El texto que he citado encabeza los
panfletos o textos de la agrupación Putos Peronistas, que, dicen, se llaman así, porque
“gay es de garcas”.

Vous aimerez peut-être aussi