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“No conozco como sentir. Yo puedo decir que siento mi cuerpo, y por ahí nomás, por ejemplo si
algo me duele o estoy cansado, es decir lo que te avisa si algo no anda bien. Pero si me decís
que siento con la ausencia de alguien en mi vida, o la angustia por mi divorcio, ni idea. Es
como que el corazón tuviera una coraza a la que hay que romper para ir a la parte blanda,
sacar esa corteza, esos callos, esa dureza, que le salió en la superficie para no sentir. Ahora
que te digo eso, se me viene Andrea y aparece en mi cabeza que con este tema ella es como
un colchón en el que me puedo tirar y sólo ver que pasa, sin tener que sostener nada ni a
nadie, y que además a ella le gusta que yo haga eso. ¿Cuándo es que realmente me entrego?
Yo sé que hasta ahora todo lo he pensado, pero captar lo que está detrás del llorar es algo que
descubrí realmente, aunque claro, no lo tengo aún a flor de piel”
(paciente hombre de 38 años)
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Este trabajo ha sido distinguido con el Primer Premio en las XI Jornadas Internacionales del Foro de
Psicoanálisis y Género de APBA que han tenido lugar el 1 y 2 de noviembre de 2013 en la CABA
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Co-director del Centro de Estudios de Género y Diversidad Sexual CEGEDIS. Docente fundador del
Instituto de Formación Sexológica Integral SEXUR. Montevideo – Uruguay - rucabal@adinet.com.uy
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Se hace alusión aquí al planteamiento de Stoller y Herdt (1982) según el cual los hombres al
nacer no accederían directamente a la masculinidad, sino que atravesarían todo un período de
protofeminidad a causa del contacto fusional y prolongado con aquellas figuras adultas (o con
aspectos de estas) que brindan los cuidados primarios. Cuidados que al ser suaves,
emocionales, tiernos y corporales serían asociados a lo femenino, motivo por el cual los
hombres deberán des-identificarse rápidamente de dichos contenidos
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Con esto se hace referencia al concepto de género melancólico de Judith Butler.
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que las acompaña, bajo la escusa aleccionante de “hacerse hombre”5. O tal vez por
eso también muchos hombres se niegan a usar protector solar, en tanto implicaría
reconocer que hay una piel sensible que requiere protección, obligando a dejar de lado
la megalomanía fálica. Implicaría además frotarse, acariciarse, acicalarse, estimularse
la piel en clave sensible. Por eso muchos hombres no se dejan tocar el cuerpo, incluso
por sus compañeras sexuales mujeres, particularmente en zonas como las traseras
por sentirlas reducto femenino.
Esta piel de hombre por tanto tenderá a expresarse centrífugamente para
negar la receptividad de lo sensible, expeliendo, por ejemplo, secreciones corporales
como forma de marcar su estatuto masculino: Escupir en la calle, expeler gases y
bromear de modo exhibicionista con su olor, eructar ruidosamente, tocarse la
entrepierna y orinar en público, dar muestras constantes del desbordante deseo
sexual, quitarse la remera en la calle cuando hace calor, sudar, eyacular, no tener frío,
tener “olor a hombre”, etc. serían algunos ejemplos de esta expansividad masculina
vinculada con la “soltura” y el desinterés por la apariencia (en intento de aparentar
autonomía), que se realiza a través de la piel como escenario performativo de la
negación de lo femenino.
Piel masculina que deberá exhibirse, es decir mostrarse antes que ser mirada
(pasivamente) para lograr estar a la altura del ideal del yo mediante el espejamiento
narcisista en miradas de valoración por sus proezas fálico-cutáneas (marcas, tatuajes,
piercings, bíceps, cicatrices, heridas, etc.). En ese sentido no es del todo bien visto
socialmente que un hombre cubra su piel en señal de pudor, ya que el mismo sería
propio de aquellas pieles que están para ser miradas en tanto objetos de apropiación
escópica por parte de lo masculino (mujeres y hombres masculinos subalternos). Un
hombre nunca estaría realmente desnudo, ya que su piel no sería vulnerable o
sensible al estar munida de atributos fálicos. Aquellos cuerpos que no tienen pene o
no lo usan “como se debe”, tendrán que cubrir y decorar su piel, como justificación de
su subalternidad cutánea y su condición pasiva de ser “mirables”
Exhibicionismo cutáneo en plan de protagonismo, que evidenciaría una fuerza
masculina que avanza, que actúa de modo autónomo sin necesidad de caricias
reconfortantes, una piel que provee, que es funcional y rendidora, que ejerce una
acción de impacto sobre el medio y otros cuerpos, que toca con distancia emocional
para no apegarse6, para no reconocer la necesidad de otra piel. Piel olvidada y
5
De hecho se los suele “humillar” tratándolos de “nenitas” cuando sufren por una herida, o se
quedan llorando demasiado tiempo junto a los abrazos de sus madres.
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Un ejemplo de esto podría encontrarse en la apariencia de control (inexpresivo) de sí que
presentan los actores porno cuando están penetrando. Su piel no interviene en la escena como
un órgano sensible, sino en función del efecto que provoca en otros.
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desestimada a causa de los gritos del deber ser, que lleva a muchos hombres a tener
dificultades para identificar y concentrarse en lo que sienten, no sólo a nivel emocional
sino también físico y cutáneo en relación tanto al placer como al displacer.
Piel que toca para no ser tocada y que por tanto no siempre logra generar
apego, intimidad, contacto con otra piel en relación de simetría y paridad. Una piel que
no se involucra en términos emocionales, que escapa a la entrega con otro por temor
no sólo a disolverse y fusionarse en lo dependiente-pasivo-femenino, sino también por
temor a ser demandada en su asistencia fálica-activa ante lo cual no podrá hacer otra
cosa más que actuar y cumplir7. Es interesante destacar que al culminar el ritual
católico de matrimonio, se suele escuchar la frase dirigida al novio: “puede besar a la
novia”. Parece que el hombre puede besar, pero no ser besado.
Mucha de la adicción sexual que los hombres presentan, sustentada no sólo en
aspectos de la propia singularidad biográfica sino también en una construcción
subjetiva basada en la obligatoriedad de un erotismo cuantitativo, podría ser leída
como otra de las tantas maneras para no sentir la piel. Devorar cuerpos con el objetivo
de no detenerse a saborear, a riesgo a verse “afectado” y constituirse pasivamente en
una piel que siente, puede funcionar como muralla de disociación narcisista que
permite desestimar la necesidad de ser “tocado” por otro.
De esta manera la piel de hombre en clave sexual queda muchas veces
subrogada a la piel del pene, la cual debe contactar precozmente con la mucosa
vaginal como ritual masculino-heterosexual de iniciación. Pene que necesita
“envainarse” en la vagina para dejar atrás aquella piel sensible del pene infantil.
Enfundado y recubierto, el pene seguirá penetrando también para dar pruebas de su
destreza funcional como falo, ese que continúa instituyendo desde un ejercicio de
poder la diferencia hombre-mujer. Pene amurallado fálicamente, que antes que un
órgano es mas bien es un dildo de carne (Preciado, 2002) una prótesis sin piel.
La mucosa peneana por tanto no se percibiría “vulnerable” a la sensibilidad. Tal
vez por eso muchos hombres rehúsen usar preservativo en sus prácticas coitales,
como forma de negar lo delicado, permeable y penetrable de su piel a las infecciones
de transmisión sexual. Penetrar “a pelo” es una práctica temeraria que probaría la
“fortaleza” dérmica de los machos duros, esos hombres que antes que piel tienen en
realidad “cuero”, armadura.
Considerando entonces lo cutáneo como referente corporal de la subjetividad, y
considerando la generización desde donde esta última se construye a través de actos
7
Un paciente comenzó a tomar conciencia de su automatismo proveedor a nivel de sus parejas
como forma defensiva para evitar la intimidad, cuando se dio cuenta de lo mal que se sentía
cada vez que una mujer le decía que “lo necesitaba”, en tanto lo vivía como una obligación a
cumplir con dichas demandas, y no como una expresión de afecto.
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Bibliografía
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