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Martin Heidegger, es uno de los más importantes filósofos alemanes del siglo XX. Se preparó
en teología católica, ciencias naturales y filosofía en la Universidad de Friburgo de Brisgovia,
siendo discípulo de Heinrich Rickert, uno de los principales filósofos neokantianos de la Escuela
de Baden, y posteriormente fue ayudante de Edmund Husserl, el artífice de la moderna
fenomenología. Comenzó su docencia en 1915, en Friburgo.
De 1923 a 1928 dio clases en Marburgo y, desde el mismo 1928, volvió a Friburgo dónde
impartió la enseñanza de la filosofía.
De la fenomenología al ser
Heidegger, trata en sus inicios la fenomenología pero lo que resalta en su obra son sus
reflexiones sobre el ser, ahí es donde entra su idea de Ereignis -que significa "el suceso" o "el
acontecimiento"- ligado con la de Dasein -etimológicamente sería "el ser ahí" pero significa
simplemente "existencia"-. En términos simples puede decirse que Heidegger postula por la
necesidad de una precomprensión del ser antes para que éste exista realmente.
Dicho de otra manera: se cuestiona la ontología propia del ser -o, cuando menos, la posibilidad
de alcanzarla cognitivamente-.
Todo lo cual lleva a la definición y la categoría. El acontecimiento que desvela al ser debe ir
acompañado de una precomprensión -una abstracción que lo define, que dice como ha de ser-
que permita identificar al ser en sí, lo cual es lo que le da inteligibilidad -permite identificarlo
con una categoría o incluirlo en una-.
Todo ello liga indefectiblemente el "ser" con lo humano, que sería el auténtico Dasein en
cuanto "ser ahí" y, también, en cuanto existente, y existente en un “ahora”, lo demás depende
de lo humano.
Todo ello se aborda en su obra inacabada “Ser y Tiempo”. Heidegger es subjetivista e incluso
puede considerarse que alcanza un cierto nihilismo -cuestión que, por otra parte, estudia al
analizar la obra de Nietzsche-.
Quede claro que Heidegger solo vuelve al principio en cuanto comienzo, es decir, revisar el
camino, pero no desprecia lo caminado, si su labor deviene en una destrucción de las
posiciones establecidas y tradicionales de la metafísica no hay en Heidegger ninguna
pretensión de “superar” una vía errónea, por el contrario Heidegger asume que la metafísica
tradicional ha sido simplemente el camino seguido en Occidente, no pretende ni minimizarlo ni
borrarlo, simplemente pretende asumirlo y replantearlo. Precisamente por eso no busca nada
“ex novo” sino que, sencillamente, revisa lo caminado a partir de su principio.
No deja de recurrir a Aristóteles en sus consideraciones acerca del ser, pero sobre todo lo hace
por coincidir en la crítica aristotélica al pensamiento platónico, a sus planteamientos sobre el
bien -que desvincula de la cuestión del ser- y los universales -que Aristóteles no comparte.
Pero una vez más Heidegger se muestra coherente con su idea de considerar la totalidad del
pensamiento griego como algo vivo, algo que no tiene porque abordarse con los esquemas
dogmáticos establecidos por el devenir del pensamiento occidental.
Partiendo de las preguntas metafísicas sobre el ser se alcanzan preguntas existenciales sobre
el ser -y es por esa vía por la que Heidegger influirá en el existencialismo-, lo que sucede es que
la trascendencia o la acentuación pasan de lo externo a lo humo a lo interno a lo humano.