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En primer lugar, hay que considerar el objeto del que se ocupa la erística. En El Eutidemo,
donde se ofrece un ejemplo de aquello en que consiste el arte erística, Eutidemo se refiere al
objeto de su actividad de la siguiente manera: “La virtud, Sócrates (…) nosotros nos
consideramos capaces de enseñarla mejor y más rápidamente que nadie” (273d 8). Por otro
lado, cuando Sócrates les describe a Critón a los partidarios de la erística, dice que son
“literalmente omniscientes” (271c).
Para efectos del presente trabajo, supongamos que el ser virtuoso implica tener conocimiento;
afirmo esto en virtud de los anteriores trabajos. Lo anterior implica que aquél que conozca el
arte erística debería tener conocimiento acerca de la virtud. Es claro, entonces, que el objeto de
la erística es el que más preocupa a Sócrates, pues es el cuidado del alma, el cual no podría ser
algo de fácil aprendizaje dado que se oculta a simple vista. En términos de la Apología,
supongo que este tipo de temas junto con otros es lo que podríamos llamar “asuntos celestes”,
en la medida en que no se encuentran en un examen de lo sensible; en efecto, en diálogos
anteriores Sócrates parece quedar perplejo al buscar una definición de las virtudes, pues lo
sensible no revela qué es la virtud.
En segundo lugar, lo que considero que se aprecia mejor en el diálogo Eutidemo es que la
erística consiste en poder refutar cualquier posición, sea aquella verdadera o falsa; en otras
palabras, se hace fuerte el argumento más débil. Es claro que cuando las premisas son
verdaderas y el proceder no es falaz, difícilmente un argumento llevará a una paradoja; sin
embargo, el en caso de Eutidemo y Dionisodoro (poseedores de la erística) parecen llevar casi
siempre sus argumentos desde premisas verdaderas hasta paradojas, llevando a su vez a su
interlocutor a aceptar una serie de enunciados contradictorios. Lo anterior es, a mi juicio,
claramente hacer fuerte el argumento más débil. En efecto, si quieren concluir X a partir de un
grupo de premisas {Y, Z}, lo hacen; pero si a partir de las mismas premisas, quieren concluir
no-X, también lo hacen sin dificultad.
Ese procedimiento implica que a estas personas no les interesa el conocimiento, sino tan sólo
refutar a su interlocutor. Lo anterior abre la posibilidad de que aquel que profesa la erística no
tenga en realidad el conocimiento que profesa, esto es, la virtud, pues, estrictamente, para
concluir cualquier cosa, no es necesario saber cuál es la conclusión correcta sino llevar el
discurso por donde a uno le convenga. Por tanto, la erística no es necesariamente un
conocimiento de la virtud, aunque quien la practique así lo afirme.
En último lugar, quien profesa la erística sostiene que puede enseñar ese la virtud a cualquier
persona. Lo cierto es que lo que enseñan es la erística, pero como ya concluimos que la erística
no es conocimiento de la virtud, entonces es imposible que cumplan su propósito. No obstante,
lo que importa a este respecto es que estas personas realmente están convencidas de que pueden
enseñar la virtud, y de hecho sí enseñan algo, aunque no sea la virtud.
Por otro lado, está el método de filosofía socrático. Sócrates, como lo confiesa en la Apología,
no parece tener un conocimiento positivo sobre temas morales. Así, él no sabe qué es la virtud;
sin embargo, parece tener un conocimiento negativo, esto es, parece poder distinguir algunas
cosas que no son la virtud. De esta manera, intenta eliminar algunas falsas opiniones que
encuentra en sus interlocutores, permaneciendo en todo momento en la búsqueda de
conocimiento. En otras palabras, Sócrates, a diferencia de Eutidemo, sí se preocupa por la
verdad, y no sólo por refutar o llegar a paradojas.