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Capítulo 3
Ese día había empezado a llover desde la mañana, lo cual no me importo quería
encontrar a monseñor Gerard, caminaba lo más rápido que podía ya que la túnica
no me dejaba correr al llegar al colegio me encontré con la noticia de que no se
encontraba, haciendo que mi corazón se acelerara más y más, salí con la misma
rapidez con la que entre y a medio patio me desplome, empecé a reírme como loco
y de la nada empecé a llorar, tenía miedo, miedo de mí mismo de lo que hacía y de
lo que era capaz, en ese instante sentí una mano que se posó sobre mi hombro y
con una voz grave pero calmada dijo:
– vos teneis que tranquilizarte, a quien buscais está en la basílica, vamos te
acompaño.
Me extendió la mano en símbolo de ayuda, la cual yo acepte con una sonrisa no sé
si falsa o verdadera ya que me parecía extraño ya que en el instante que sentí su
presencia me tranquilice y sentí una paz interior que nunca había sentido antes…
…al paso de unos minutos llegamos a la basílica de san pedro y nos dirigimos hacia
un área antigua de dormitorios, caminamos por un pasillo hasta llegar a una vieja
puerta de madera, el que me llevo me dijo con esa misma voz que abriera la puerta
que esa me llevaría con monseñor Gerard, vi la puerta bien la cual parecía pesada
y con las bisagras oxidadas, entonces me pregunte que si la iba a poder abrir, pero
al hacerlo quede sorprendido ya que se había abierto con tal ligereza y fue que me
di cuenta que detrás de ella había unas escaleras, entonces pregunte:
– estas son escaleras, ¿está seguro de que me llevaran…. – pero antes de terminar
la pregunta el respondió
– síguelas y lo encontraras – con un tono desvaneciente, al no escuchar su voz
voltee y no lo vi, fue como si se hubiera desvanecido en el aire, mi subconsciente
me dictaba que me alejara de ay, pero mi corazón me hizo adentrarme en aquellas
oscuras escaleras pensando en la tranquilidad que se sentía, paso un rato y al
termino de las escaleras se encontraba un túnel sin fin, en el cual me seguí
adentrando.
Perdí la noción del tiempo hasta que pude ver la salida, me deslumbre con tan
hermoso paisaje era lo que parecía un monasterio en medio de árboles parecía
abandonado pero a la vez con vida, fue entonces que vi a monseñor Gerard sentado
en una esquina mirando hacia el cielo y le hable:
– Monseñor Gerard, monseñor – en eso el me voltea a ver y me empieza a gritar –
muchacho insolente, que haces aquí, quien eres y como llegaste a este lugar – lo
cual no me pareció extraño ya era un señor de edad avanzada.
En eso él se acercó diciéndome – te repito joven que haces aquí, no te reconozco-
a lo cual yo le respondí que él me había encontrado hace 4 años solo en la basílica
llorando, desconcertado y perdido, fue entonces cuando monseñor Gerard se
acercó más y me brazo diciendo – muchacho, que bueno que te veo, como llegaste
hasta este lugar – yo le respondí contándole todo lo que me había pasada desde
que lo fui a buscar al colegio hasta antes de entrar al turno.
Monseñor Gerard – hijo mío y como era el sacerdote que te guio hasta aquí – fue
cuando le dije que era de fisonomía apreciable, alto, tez blanca y con una voz grave
pero calmada y que todo en conjunto transmitía una paz y calidez asombrosa.
Él se quedó en silencio por un rato con la mirada perdida hacia el cielo, hasta que
me pidió que lo acompañara, y nos perdimos en la poca luz que había en el
monasterio, o bueno eso pienso yo que es.
Capitulo IV
Ya dentro, nos dirigimos hacia su oficina a paso lento, me sentía tranquilo y alegre
como cuando un niño camina de la mano de su padre, monseñor Gerard era como
un padre para desde que me recogió ese día en la basílica, durante el camino hubo
un silencio, hasta que el pregunto – hijo mío, me podrías repetir como llegaste aquí
– entonces lo mire con duda y me atreví a preguntarle – monseñor porque duda que
alguien me haya guiado hasta el túnel – monseñor respondió – nadie sabe de su
existencia ni de su ubicación por lo cual nadie sabe de este monasterio – extrañado
le volví a explicar del sacerdote que me encontré en el colegio, en eso fui
interrumpido por el rechinido de la puerta cuando monseñor abrió su oficina y lo
primero que vi fue la pintura del sacerdote que me había guiado hasta el túnel,
rápidamente se lo señale y le dije que había sido él.
Sus lágrimas empezaron a rodar sobre sus mejillas y me pregunto – hijo, que es lo
que te a traído a este lugar conmigo, que es lo que tienes hijo – me sentí como niño
cuando se ponía a platicar con su papa de su día, le platique todo desde mis
primeros sueños hasta lo que podía hacer y al sección de la biblioteca a la cual
entraba.
Extrañado por su pregunta y por sus lágrimas pregunte – padre como supo que me
pasaba algo y por qué lloro al verla pintura – el me respondió – hijo el me guio hasta
aquí hace 60 años por lo mismo que te pasa a ti, me explico que era y que es lo que
debía hacer – me quede sorprendido, como era posible que sea la misma persona,
entonces le que pregunte a él como le había pasado lo que a mí, monseñor me
respondió – él fue muy importante para mí, estaba perdido y con ganas de matarme,
yo era médico y curaba mágicamente a las personas pero me animo empezó a
decaer cuando en vez de aliviarlas, terminaba su sufrimiento dándoles el último
adiós, las mataba pero no fue hasta que no pude salvar a mi propia familia que
empecé a tocar fondo, esos dones también habían comenzado con esos sueños,
un día estaba en la basílica cuando el toco mi hombro, tranquilizándome y
trayéndome a este lugar de paz – en ese momento llore y lo abrase.
Monseñor me dijo ese día – hijo a partir de ahora ya no seré tu padre sino que seré
tu mentor, te enseñare a controlar esos dones para el bien de las personas, te diré
algo, la muerte no es un castigo para el que ha sufrido tanto en la vida y se han
portado bien, sino es un premio, al fin descansaran y también lo es para aquellos
que han pecado y se encuentran arrepentidos, ellos irán directo al paraíso, los
demás tu no los juzgaras.
En eso me dio unos viejos libros y pergaminos con la tarea de que los leyera y me
dio la llave para entrar a la biblioteca del monasterio donde estábamos con la
condición de que no trajera a nadie más y que solo que me diera para leer lo hiciera
en ese lugar.