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Que se podría decir de una vida llena de rencores, de amargura sofocante, de dolor intenso que

yace de la impaciencia, de los recuerdos prolongados, ¿habría alguna solución para un dolor
inagotable? ¿Se podría estabilizar la expectativa con nuestras infranqueables realidades? Cuanto
podría costar la solución exacta, ¿una vida?, o no bastaría; para lo que se quiere alcanzar no hay
límites, aun sea ser maldito, sentir al diablo tan de cerca como si fuese oxigeno.

Se podría igualar a la locura de asesinar a los que más amas, o solo se puede simplemente, intuir a
la acción sangrienta del ritual demoniaco, a menos que, por supuesto, ese enamoramiento
esquizofrénico e incomprensible, que contiene un alma como la de una persona tan odiada. Pero
tan amorosa, tal vez, solo sea una simple ilusión, un simple recuerdo como ya había dicho, pero
cabria decir que, por más intentos de conquista ansiosa, no podría ser unánime la decisión a optar.
La similitud de la noche y la mañana, ¿Cuál sería? Los sollozos inauditos, las incomprensibles
actitudes mortales, la anatomía trascendental quizá, a decir verdad ninguna de las propuestas,
solo hay una similitud importante, que consta de la existencia, ¿Cuál será?

Puede que solo sean redondeos, puede que no, solo cuenta algo muy importante: la sensación
inalcanzable de encontrarse a sí mismo, en ese oscuro racionalismo espontaneo. Las morbosas
palabras a sustitución de las del amor, no de un amor sentimental, sino de un amor de decisión, de
ahí nace la inconformidad de vivir, ese irritante dolor de aislamiento. Cada palabra que se deriva
de la boca, yace un sentimiento inmaduro, artificial y sobre todo, maldito. Carraspeando estará el
sentimiento confundido por tanta sutileza amarga, contra la realidad irrefrenable, agonizante
desfallece la esperanza. Más como siempre, he ahí, algo inconfundible, escalofriante a la vez, esa
sensación de martirio, ese dolor intangible, que nos hace renacer, reavivarnos, que nos hace sentir
que aun estamos vivos, sentirnos guiados y alentados a cada paso incesante de la agonía que
persiste.

Nadie tiene la culpa de quien es, del tipo de personalidad que tiene, nadie en absoluto. Todo con
el tiempo nos hace cambiar, los humanos por naturaleza no son malvados, son las situaciones del
mundo las que nos transforman, según en el entorno en que se nace, se vive, se respira, en el cual
se infunde el odio en algunos casos como es este. Esa ráfaga de inconformidad comunicado por
acciones abominables, muy por dentro del alma del individuo, golpetea la desesperación y
liberación, no de algún mal exterior, sino del mismo pragmatismo inicuo, con sollozos y gritos se
desborda la existencia en un abismo oscuro, con sentimientos y emociones se colapsa el mundo y
con acciones de tipo ornamental, sin ningún rumbo trascendental.

Siendo la idea principal, algo incompleto, algo que no es en ningún modo afable, siempre llega la
intención implícita de estar mejor, de conformarse y ser feliz, sin intervención alguna. Por otro
lado se encuentra también la desolación, el trozo de vida que se parte para buscar otro sitio
divino, o tal vez, peor, pero no importando eso. Simplemente, descartar los sentimientos que
sofocan el alma, esas emociones que carcomen toda fase existencial, sin razón alguna. Solo con el
hecho de caer en la tentación de la perfección o simplemente, el profundo deseo de no ser
tachado de la inmensurable realidad de vida. Surge la agonía, siempre asechando desde lo
profundo, en la penumbra de cada entretela. De cada irrefutable realidad, siendo por las tantas
expectativas, se manifiesta una maldita realidad irrefrenable. Viendo la vida con ojos
intencionados a la maldad, se puede apreciar ese modo superficial, capaz de poder entender,
como debe de ser uno, para lograr ser otro. Sin tanta concordancia entre la vida y el asecho de la
muerte, en cada sombra de luz, en cada luz de oscuridad. Cada quien ve el mundo como lo quiere,
igualándolo con las experiencias obtenidas con el transcurrir del tiempo y del tipo de ámbito
concebido. Se puede reflejar el desorden inhumano, con una simple observación, ojo frente a ojo,
alma contra alma, sandeces en sandeces. Bien se dice, mencionando la vida, un tipo de idiotez
barata, ilusión lela, pero tal vez… sólo tal vez, ¿habrá alguna esperanza desilusionadora de
prejuicios?, mírate; ¿Te encuentras bien? ¿Te sientes bien contigo mismo? ¿Eres feliz?... estas en
común acuerdo con esas respuestas tuyas o solo es simple encubrimiento de emociones, tratas de
ser fuerte, pensar que a todos les pasa lo mismo, pero no, no te engañes, no todo es perfecto,
siendo sincero. No todo puede ser de buena forma, a veces, solo es simple peculiaridad estancada,
en el palpitar del corazón.

Se pueden escuchar voces, en lo más profundo. Voces familiares, dentro de uno mismo, con ganas
de salir a flote, que lo noten los demás. Es como imaginarse a un pájaro fuera de la ventana, frente
al vidrio, tratando de entrar al hogar. Choca contra la pared, prolongando un ruido similar al de un
objeto que cae al suelo (Track… track) puede que solo sea la imaginación de un maniático pero,
¿no de eso se tiene que tratar este libro? ¿De leer el escrito de un loco? Claro que sí, pero no
obstante… no obstante… es el relatar la historia de cada uno, aquí en este escrito: los amantes
esquizofrénicos, sádicos, hasta incluso…

Uno de esos sobrevivientes de tal masacre, es Clark Johnson. Tan amontonado en sus
pensamientos. Tan soñoliento en su mar de emociones, vacilando frente a la vida. Cavilando en sí,
experiencias (mar de emociones) inertes que lo alientan a bajezas numerosas, como la luna
desfallece ante el sol. Tratando de ocultar su oscuridad para que el sol brillase, tratando
descabelladamente agradarle al mundo, sin vacilación: como el aire sin presentar batalla, se hace
utilizable. Pero ¿acaso nadie se cansa de la misma ridícula rutina? ¿Del torbellino incesante de la
desesperación? ¿De la ráfaga agonizante de la inconformidad? – No todo tiene que ser rutinario, a
veces los ángeles se esconden en demonios para no sufrir y a veces los ángeles… simplemente son
demonios -, Puede ser que no, pero igual: tarde o temprano todo se destruye, nada es eterno.

Aunque, por supuesto, tampoco nada se destruye: se transforma en algo más. Tal vez en algo
bueno, o malo, pero se transforma. ¡Joder! Nada se destruye, todo es constante transformación.
Como el día, pasa a ser noche. El agua puede evaporarse. El hielo, se puede derretir. Siendo parte
indispensable de “entre el odio y el amor” al igual que el amor puede pasar a ser odio. Acaso en
una relación después de una traición ¿el amor no se convierte en odio y el celo se vuelve matanza?
O al final de la vida ¿uno no muere y se transforma en espíritu? Sabe Dios qué tantas conversiones
espontáneas suceden.

Teniendo eso muy en cuenta, uno no puede elegir el trato que le corresponde vivir, por tanto odio
infundido ¿acaso se recibe amor? Por más bondadoso que pueda ser uno, siempre hay un límite.
Un momento de desesperación, que hace tambalear y al final, caer. No siempre sucede de misma
manera, no siempre se puede estar bien, no siempre se vive, con esa emoción de superarse:
siempre llega el tiempo, en que uno ya no aguanta tanta depresión. Se siente al borde y al final de
la única salida restante, el saltar del risco al vacio, aunque puede ser que sea por arrebato de
decisión, en el cual nadie puede decidir o predecir lo que vendrá. Simplemente el viento guía al
lugar opuesto del que viene. Tal como el trato lleva consigo la transformación, espontánea como
apasionantes besos sin prolongación de amor, sino de simple excitación, que al final se limita a
simples murmullos y labios vacios. Aunque puede que sea algo inesperado, opuesto. Del odio,
llegar al perdón: de la condenación, a la liberación y de la muerte a la vida. Al final de todo, las
situaciones se sitúan en absoluta serenidad, no hay diferencia, aunque sea el fin de la amargura,
del odio, de lo maligno. Hasta el final de la alegría, bienestar, de lo bueno…
Ser escéptico a seguir batallando contra el mundo en una situación de descorazonamiento es
normal, la oscuridad y soledad no son malos como uno los entiende por simple monotonía,
siempre ahí se encuentran los prejuicios innatos, ¿quién puede juzgar sin ser juzgado? Incluso los
propios demonios, los asesinos, todos aquellos llamados malignos, inescrupulosos: lo único que se
necesitó es amor. Idiotas siempre sobran pero, no todos tienden a obtener una buena vida, una
razón de existencia divina. Y aunque se intente todo inesperable desaliento, jamás se podría
renovar el amor, desde un punto colapsado nadie puede salvarlo.

Clark William Johnson, era todo su nombre. Vívido hombre y a veces ausente, con cara de
esperanza pero desfalleciente, pelo negro como la oscuridad, alto y con ojos suplicantes, brazos
repletos de cicatrices de batalla. Batallas contra las emociones, hechas con todo tipo de objetos
punzantes, pero las más horripilantes marcas, están situadas en su interior sin reflejarse. Con 20
años de existencia o quizá 30, no me acuerdo tanto… ha pasado demasiado tiempo desde la última
vez que cruzamos palabras. Quizá siempre así tenía que ser, el desaparecer de recuerdos y
conversaciones intermitidas. Pero antes de poder soltar remembranzas, debo al menos plasmar
algo de lo sucedido, al menos, que otros sepan la historia de un sobreviviente o moribundo que
enfrento a la vida de la mejor manera posible, de esa vez en que decidió… creo que me estoy
adelantando al relato.

De igual forma, se descubrirá su historia, verídica quizá sea, al menos eso me lo mostraban sus
pupilas húmedas, tratando de esconder la verdad, como un demonio se convierte en ángel o como
un supremo benefactor es corrompido por este perverso orbe.

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