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* La autora agradece a Alfredo Joignant, Pedro Güell y los miembros del grupo de trabajo sobre elites, por
sus comentarios a una versión anterior de este capítulo.
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Este artículo examina la justificación moral de inspiración religiosa como
señal de estatus. En particular, el análisis se centra en la tradición católica
de la educación de la voluntad, el ejercicio del autocontrol y la disciplina
como parte de un ideal aristocrático. La interpretación que se ofrece, sin
embargo, no supone que las preferencias religiosas son equivalentes a acción
estratégica. Contrariamente a lo que plantean Bourdieu y los sociólogos que
aplican los conceptos de campo y capital al estudio de la religión, se propone
que ideales como el autocontrol o la abnegación no se pueden entender ple-
namente si son vistos como comportamientos instrumentales inspirados en
intereses. Se argumenta que las personas pueden seguir objetivos religiosos
porque los valoran en sí mismos y porque han adquirido verdaderos compro-
misos con normas religiosas.
La discusión se basa en los resultados de una investigación sobre las creen-
cias y prácticas religiosas de la elite económica chilena.1 Dicha investigación
muestra que para la mayoría católica al interior de la elite la religión juega
un rol central en marcar la identidad de sus miembros y sus preferencias en
las áreas del trabajo, la educación de los hijos o el modo como se debe con-
ducir la economía. Las diferencias en estas y otras materias están vinculadas
al ejercicio de diferentes tipos de catolicismo. Por ejemplo, es sabido que hay
diferencias entre las preferencias de aquellos que simpatizan con la tradición
más liberal de los jesuitas y aquellos que simpatizan con el Opus Dei o los
Legionarios de Cristo, en asuntos como el divorcio o la justicia social. Más
importante en el contexto de este artículo es que estas diferencias corren en
paralelo con un rasgo apreciado transversalmente en la elite y que, desde el
punto de vista de algunos entrevistados, los diferencia del resto de la socie-
dad: la formación del carácter. Como parte de una educación católica, la
formación del carácter es representada como un componente que justifica el
estatus social de elite.
1 Thumala (2007a). Este texto está orientado a un público general. Para versiones académicas de la inves-
tigación, ver Thumala Olave (2007b, 2010). Se realizaron 75 entrevistas en profundidad con ejecutivos y
empresarios de los principales grupos económicos de Chile. Las preguntas incluyeron creencias y prácticas
religiosas, participación en movimientos y el rol de la Iglesia católica en la sociedad, entre otros aspectos.
El trabajo de campo tuvo lugar en Santiago entre agosto de 2000 y abril de 2001, y el análisis concluyó en
2004. Los participantes ocupaban, al momento de la entrevista, los puestos más altos dentro de empresas
miembros de los 13 grupos económicos más importantes, según la Superintendencia de Valores y Seguros.
También se entrevistó a dirigentes de organizaciones empresariales. Ninguna de las tres mujeres en la mues-
tra aceptó participar, por lo que los entrevistados son todos hombres, de edades entre 39 y 71 años, casados
y con hijos, con educación superior, en varios casos a nivel de magíster o doctorado. La mitad, aproximada-
mente, participa o es simpatizante de algún movimiento religioso, parroquia u organización de Iglesia. En la
presentación del material de entrevistas, por razones de confidencialidad y anonimato, se han omitido datos
que permitan identificar a los entrevistados.
2 Trece de los participantes en este estudio estudiaron en uno de los dos colegios jesuitas de la capital; otros
estuvieron en colegios dirigidos por congregaciones como los Padres Franceses, los Padres de Steyl o la Holy
Cross. Doce estuvieron en colegios laicos.
3 El caso de los jesuitas es presentado como ilustración para efectos de simplicidad. Por supuesto, no son
los únicos que le dan importancia a la formación del carácter. En las entrevistas hay evidencia, por ejemplo,
de la severidad del estilo educativo de los padres de Steyl (fundadores del Liceo Alemán).
seguir una política de pequeños vencimientos. Hacer las cosas sin ganas, pero
sabiendo que esa es nuestra obligación. Después, llevar a cabo otras tareas que
cuestan porque sabemos que es bueno para nosotros. Y más tarde abordar
aquello otro aunque no nos apetezca, porque esta será la manera de irnos ha-
ciendo hombres íntegros. Finalmente, negarnos aquel pequeño capricho para
entrenarnos en el arte de ser más dueños de nosotros mismos.5
Así consigue una persona subirse en el jumbo de los propósitos y las pequeñas
resoluciones, a base de lo menudo; ahí debemos buscar el campo de adiestra-
miento que nunca se debe desestimar aunque parezca superfluo, cuidar el hora-
rio, ser ordenado en las cosas que uno maneja, planificar las cosas que se deben
hacer [...], saber aprovechar bien el tiempo [...]. Un hombre capaz de obrar así
va adquiriendo una especie de fortaleza amurallada, se hace un hombre firme,
recio, sólido, pétreo, compacto, muy difícil de derrumbar. En esas cualidades
inician su vuelo las personas de categoría, que con el tiempo llegarán a ser due-
ñas de sí mismas y lograrán las cimas con las que habían soñado”.6
4 Parte de una serie de charlas organizadas por la fundación Generación Empresarial y luego recogidas en el
libro Los siete pecados capitales y la empresa (1997), Santiago: Zig-Zag. La fundación fue creada en 1993 para
promover valores cristianos en el mundo de la empresa. Cuenta con el apoyo pastoral de los Legionarios de
Cristo. Ver www.generacionempresarial.cl
5 Larraín, Mauricio. 1997. “Una visión práctica de la pereza”, Fundación Generación Empresarial (ed.),
Los siete pecados capitales y la empresa, Santiago: Zig-Zag, 160-175.
6 Ibíd.
7 Ibíd.
8 Sobre por qué la ética del trabajo del Opus Dei es solo superficialmente similar a la ética protestante del
trabajo descrita por Max Weber, ver Thumala 2010.
9 La existencia de separaciones, nulidades y divorcios en la elite no elimina la fuerza de este ideal. Como
hacen notar varios entrevistados, el matrimonio es buscado como la opción preferida de vida incluso cuando
las primeras uniones fracasan.
El asunto de la autojustificación
La afirmación de Weber respecto a que las clases con privilegios sociales y
económicos “asignan a la religión la función primaria de legitimar su propio
patrón de vida y situación en el mundo” (Weber 1993: 107) y la noción
marxiana de que la religión es equivalente a falsa conciencia son tomadas por
Bourdieu para argumentar que “la religión tiene funciones sociales en tanto
los laicos tienen expectativas de justificar su existencia como ocupantes de una
posición particular en la estructura social” (Bourdieu 1987: 124). Bourdieu
concibe a la acción religiosa como intercambios en un campo religioso en el
que los actores persiguen intereses. El interés propiamente religioso, que se
persigue en la lucha dentro del campo religioso, es definido como “la expre-
sión legitimadora de una posición social” (Bourdieu 1971: 311-312). Rey
(2004) aplica esto al caso de la elite haitiana y concluye que “la religiosidad
de elite [...] promueve la falsa conciencia (o misrecognition) [...] en las masas
al crear la ilusión de que las elites son religiosas y morales y que por lo tanto
El problema empírico
La concepción de la acción religiosa de Bourdieu, incapaz de reconocer sus
elementos no estratégicos, no solo es teóricamente problemática sino empíri-
camente limitada. Bourdieu argumenta que la virtud es “el precio que deben
pagar” aquellos que no tienen otras formas de capital a su disposición. Esto
quiere decir que “allí donde otros pueden dar reales garantías, dinero, cultura
o conexiones”, aquellos que solo tienen virtud luchan por alcanzar sus ambi-
ciones “pagando en sacrificios, privaciones, renunciaciones, buena voluntad,
reconocimiento, en suma, virtud” (Bourdieu 2002: 333). La moralidad emer-
ge como la preocupación exclusiva de aquellos en proceso de movilidad social
ascendente y no tiene un valor intrínseco.
Michele Lamont ha demostrado que esto no es así en el caso de los ejecu-
tivos norteamericanos de su estudio: el respeto por las obligaciones morales,
“en particular respecto de la familia y los amigos, es usualmente valorado
como un objetivo en sí mismo” (Lamont 1992: 184). Más aun, Lamont no
encontró conexión entre la movilidad de sus entrevistados y “su tendencia a
practicar la exclusión moral” (1992: 185). De modo similar, la alta estima que
una parte de la elite económica tiene por el ejercicio de virtudes no se puede
divorciar de una concepción religiosa del mundo que trasciende la posición
social individual. Los entrevistados de esta investigación ya pertenecen a la eli-
te y no necesitan adherir a formas demandantes de religiosidad para acceder a
oportunidades económicas. Si bien es cierto aquellos en proceso de movilidad
ascendente encuentran que ciertas formas de catolicismo son distintivas de
una parte importante de la clase alta de Santiago y tienden, en algunos casos, a
adoptar las normas del nuevo grupo al que se han unido por matrimonio, por
ejemplo (Thumala 2007 y 2010), la existencia de empresarios exitosos que
son ateos, agnósticos o miembros de otras religiones demuestra que la lógica
que gobierna el mundo de los negocios es económica y no religiosa. Como
explica un entrevistado, “uno no va hacer un mal negocio solo porque el tipo
es católico o de tu movimiento religioso. Los negocios son negocios”. Más
10 Para un argumento similar esgrimido en contra del enfoque de la teoría de la elección racional (o ratio-
nal choice theory, RCT) en el estudio de la religión, ver Sharot (2002).
11 La supuesta falta de disciplina de las sociedades latinoamericanas es, por supuesto, parte de los con-
tinuos debates sobre el subdesarrollo en el continente. Ver Davis (2004) para un trabajo reciente sobre
disciplina y desarrollo.
Conclusiones
Mientras gran parte de la discusión sobre el estatus social en sociedades oc-
cidentales asocia prestigio con consumo (de bienes de lujo o productos cultu-
rales y estilos de vida), en este artículo se ha analizado un ideal de inspiración
religiosa, en particular la educación de la voluntad y el valor de la disciplina
y el autocontrol, como señal de estatus. En el contexto de sociedades posdis-
ciplinarias y de consumo en las que la crítica a la subordinación a la norma
y el comportamiento adquisitivo, respectivamente, son comunes a través de
los grupos sociales, es posible que un mecanismo más poderoso de estatus sea
la capacidad de autocontrol, la observación de normas y la autonegación. En
otras palabras, es posible que la restricción, más que la libre satisfacción de los
deseos, sin importar cuán sofisticados, eleven a un grupo social o conjunto de
individuos a la cima de una jerarquía estatutaria. Esto es especialmente impor-
tante en un contexto católico donde estas virtudes son tenidas en alta estima
precisamente porque son muy difíciles de adquirir.
En contra de un enfoque como el de Bourdieu se ha sugerido que el tipo de
prestigio que la virtud religiosa puede proporcionar constituye una jerarquía
simbólica de un orden diferente, uno basado en el valor moral o religioso de la
persona. Dicha jerarquía no se puede homologar y menos hacer depender del
orden económico en tanto concibe los ideales religiosos como fines y no como
medios para el progreso social individual. La adherencia al ideal del autocon-
trol en la búsqueda de un sentido de valor personal y el reconocimiento de la
virtud personal por otros no necesita estar inspirado en el interés o estar sujeto
a la falsa conciencia, sino que puede responder a convicciones y aspiraciones
religiosas y morales genuinas.
Referencias
Alexander, J. C. (1995). “The Reality of Reduction”, Fin de Siecle Social Theory: Relativism,
Reduction, and the Problem of Reason, Londres: Verso: 128-194.
Barbier, J. A. (1972). “Elites and Cadres in Bourbon Chile”, Hispanic American Historical Re-
view, 52: 416-435.
Barros, L., y Vergara, X. (1978). El modo de ser aristocrático. El caso de la oligarquía chilena hacia
1900, Santiago: Aconcagua.