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Nociones Preliminares del Derecho Procesal Penal

Historia

En las sociedades prehistóricas toda norma de conducta tenía carácter consuetudinario,


basado en la repetición de los usos y costumbres seguidos por cada comunidad, y se
presentaba de forma indiferenciada, entremezclándose normas jurídicas con las
religiosas, morales y las del trato social. Las normas penales se enfocaban sobre todo a
sancionar las conductas que resultaban lesivas para el grupo tribal, que reaccionaba
mediante una declaración de guerra ante la ofensa cometida por otra tribu. La
responsabilidad, por tanto, era colectiva. Dentro del propio grupo la sanción se aplicaba
al individuo, quien, en caso de transgredir las normas sociales establecidas, podía
enfrentarse a un castigo físico e incluso a la expulsión (que equivalía a la pena de muerte,
ya que no tendría un grupo que lo protegiese).

Cuando las sociedades empezaron a organizarse en estructuras políticamente más


sofisticadas, en las que confluían los elementos de autoridad, población y territorio, nació
la noción del Estado. Se hizo entonces necesaria una regulación de las distintas relaciones
interhumanas a fin de facilitar la convivencia social, lo que significaba reglamentar las
sanciones y dar publicidad al castigo para evitar futuras infracciones. Las primeras
codificaciones de este tipo provienen de Asia, en especial de Mesopotamia, siendo la más
destacada el Código de Hammurabi. Se trata de una recopilación de leyes y costumbres
anteriores que, según las últimas investigaciones, fue promulgada por el rey babilónico
Hammurabi en el siglo XVIII a. C. En ella regía la “ley del talión”, un principio de justicia
retributiva que identificaba el castigo con el crimen cometido, de forma que al ofensor se
le inflingía un daño igual al que causó (“ojo por ojo, diente por diente”). Fue la primera
forma histórica de punición que suponía la existencia de un poder público que limitaba la
venganza y se encargaba de aplicar las penas.

¿Para qué el proceso penal?

El proceso penal, en términos generales, es un instrumento del Estado para el


enjuiciamiento de conductas concretas con trascendencia penal, atribuidas a personas
determinadas. Normalmente ello exige una investigación previa, que debe gozar de las
suficientes garantías, y que puede llevar o no a la recolección de elementos de prueba

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suficientes para la formulación de una acusación. Por tanto, de este modo, tenemos una
sencilla determinación del fin del proceso penal: sirve para investigar a algún sospechoso
de la comisión de unos hechos con trascendencia penal, y en su caso, para juzgar a un
acusado con las imprescindibles garantías, el cual finalmente podrá ser condenado o
absuelto. Pero este esquema simple se ha concretado de diferentes maneras por
circunstancias históricas, ideológicas o simplemente prácticas, y con frecuencia se ha
tendido a resaltar el carácter sancionador del propio instrumento procesal poniendo en
discusión la vigencia de algunas de sus garantías.

Los sistemas procesales penales

Es común en los tratados y manuales sobre esta materia describir a grandes rasgos los
sistemas distintos de enjuiciamiento para las infracciones criminales, que a su vez tienen
sus reflejos históricos. A pesar de las dificultades para determinar de manera pacífica las
características elementales de cada uno de ellos, teniendo en cuenta que además ninguno
de ellos rige actualmente en su plenitud, se habla de tres sistemas: el inquisitivo, el
acusatorio y el acusatorio mixto. En el primero de ellos en esencia no hay distinción entre
quien acusa y quien juzga, con lo que no se respeta la imparcialidad como garantía
esencial del juzgador.

Hay ejemplos históricos en el Derecho canónico medieval y especialmente en el Antiguo


Régimen absolutista. La diferenciación personal y objetiva entre los principales sujetos
procesales, acusador, acusado y juzgado , es lo que define el rasgo fundamental del
sistema acusatorio, que concibe un proceso con dualidad de posiciones, acusadora y
acusada, que dirimen sus diferencias ante un juez o tribunal imparcial. Este modelo tiene
sus antecedentes en la Antigüedad Clásica y en el Derecho inglés. Por último, como
sistema intermedio, en la Francia napoleónica, surgió el acusatorio mixto en el que se
pretendieron superar los principales excesos del modelo inquisitivo, aunque sin
desarrollar todas las consecuencias de esta superación, sobre todo por lo que a la
investigación penal se refiere. Ejemplo claro es el modelo que introdujo la LECrim en
1882, como elemento de paso desde un proceso a superar: el inquisitivo, hacia un proceso
ideal acusatorio con todas las garantías.

El proceso con todas las garantías

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En el Derecho comparado lo que tenemos son modelos mixtos en que se conjugan con
distinta intensidad elementos diversos. Por eso es más realista renunciar a la instauración
de modelos supuestamente puros, para preocuparnos más de la superación de la dicotomía
acusatorio/inquisitivo a través del aseguramiento de la aplicación de las garantías básicas
en todas las fases del proceso. De este modo, lo importante, desde el punto de vista
constitucional debe ser el considerar si el juez con las actuaciones que le permite la ley y
la jurisprudencia es suficientemente imparcial, y no ve amenazada su independencia; si
la obtención y práctica de la prueba respeta las garantías fundamentales; si rige con todas
las consecuencias la presunción de inocencia y el derecho a guardar silencio y a no
confesarse culpables; si hay garantías suficientes para defender la posición del imputado
sea como sea que el legislador decida llamarle y si a la víctima se le coloca en una
posición en la que pueda salvaguardar convenientemente sus intereses, sin que ello deba
suponer, por lo menos en la mayoría de los casos, un desconocimiento del carácter público
de la infracción criminal cometida. En definitiva, no nos basta partir de criterios
meramente procesales, sino de un ámbito material mucho más amplio en el que el
principal protagonismo lo tienen los derechos fundamentales reconocidos en la
Constitución y en el que, además, una de las cuestiones principales es una imprescindible
y cuidadosa ponderación entre derechos que actúan con frecuencia en direcciones
opuestas y requieren de una detenida y justificada armonización.

Los principios rectores del proceso penal

Aparte de los principios que caracterizan cualquier proceso que cumpla los parámetros
constitucionales, y que en realidad son expresión del derecho fundamental de defensa, los
principios de audiencia y contradicción en términos de igualdad entre las partes
procesales, existen principios específicos del proceso penal que debe ser expuestos aquí.

Principio de legalidad. Un proceso está regido por este principio cuando


necesariamente ha de incoarse ante la sospecha de la comisión de cualquier delito o
falta, sin que pueda cerrarse definitivamente en tanto subsistan los presupuestos
materiales que han motivado su iniciación, hasta que se haya descubierto al que
aparezca como autor de los hechos y éste haya sido juzgado.
Principio de oportunidad. Junto al principio anterior, por influencia del modelo
procesal penal norteamericano y de las tendencias a la simplificación procedimental
emanadas del Consejo de Europa, se han introducido en nuestro ordenamiento algunas

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manifestaciones de un principio opuesto que es el de oportunidad, el cual, ante razones
de utilidad pública o de interés social, permite disponer la finalización del proceso de
manera anticipada.
Principio acusatorio. Con el fin de garantizar la imparcialidad del órgano
jurisdiccional encargado de enjuiciar sobre determinada infracción criminal es preciso
que se produzcan una serie de notas esenciales: una clara separación entre quien
acusa, quien se defiende y quien enjuicia; una distinción precisa entre la fase de
investigación y la de decisión y su atribución también a órganos distintos; la
prohibición de que se pueda condenar más allá de la acusación formulada, es decir,
se exige una correlación entre lo pedido por los acusadores y el pronunciamiento de
la sentencia, y finalmente que, ante la formulación de una impugnación, no pueda
gravarse más al recurrente de lo que ya lo estaba en la sentencia recurrida (la llamada
prohibición de la reformatio in peius), salvo que la otra parte también haya interpuesto
recurso.
Principio de investigación oficial. En nuestro proceso penal este principio
predomina en la fase de investigación dirigida a la determinación del hecho y la
persona que podrá ser acusada por la comisión de ese hecho. Corresponde, pues,
especialmente al Juez de instrucción competente la labor de introducir el material de
hecho a través de diversas actuaciones de investigación, aunque esta actividad no es
exclusiva, salvo que se trate de medidas de investigación que puedan restringir
derechos fundamentales, con alguna excepción, como la detención.
Principio de aportación de parte. Este principio predomina en cambio en el juicio
oral, pues corresponde a las partes la introducción de los hechos, que han de constituir
el objeto del juicio oral, siempre que hayan sido determinados en la investigación
anterior, así como los medios que puedan ser utilizados para probar tales hechos. Pero
la especial naturaleza de nuestro proceso penal ocasiona que, en determinados casos,
también en el juicio oral actúe el principio de oficialidad: así el juez o Tribunal podrá
proponer de oficio medios de prueba.
Principio de la prueba legal o tasada. Un proceso está informado por este principio
cuando el legislador impone al juzgador un conjunto de reglas vinculantes en las que
se fija el valor a asignar a los diferentes medios de prueba, limitándose la tarea del
Juez a aplicarlas para declarar probados o no unos determinados hechos. Se trata de
un principio superado en el proceso penal español.

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Principio de libre valoración de la prueba. Este principio está presente, por el
contrario, en un determinado proceso cuando el Juez o Tribunal, a la hora de formar
su íntima convicción, no ha de tener otro límite que los hechos probados en el juicio,
sin necesidad de atender a reglas previamente establecidas, basándose únicamente en
los criterios de la experiencia o de la lógica, que sin embargo deben ser objetivados
en la motivación de las sentencias. Este es el principio que rige la valoración de la
prueba en nuestro ordenamiento.
Principio de única instancia. Cuando en un proceso contra la sentencia recaída no
cabe interponer recurso de apelación, sin perjuicio de que sean posibles otros recursos
de carácter extraordinario. Este principio regía en los Códigos procesales
decimonónicos y apareció de forma paralela a la instauración del jurado y a la libre
valoración de la prueba.
Principio de doble instancia. Por el contrario, rige en un proceso cuando las
resoluciones definitivas pueden ser trasladadas a un tribunal superior mediante la
interposición del recurso de apelación. Este principio se funda en esencia en la
necesidad de corregir posibles errores judiciales. El artículo 14.5 del Pacto
Internacional de Derecho Civiles y Políticos exige que todo fallo condenatorio y la
pena impuesta puedan ser revisadas por otro órgano jurisdiccional superior. Principio
de oralidad. Es necesario subrayar que este principio relativo a la forma de los actos
procesales debe considerarse en términos de prevalencia, no de exclusión completa
de la escritura. Puede afirmarse, en este sentido, que el proceso es oral si los
fundamentos de la decisión jurisdiccional se constituyen mediante las alegaciones
orales deducidas en el juicio.
Principio de inmediación. Implica que el órgano jurisdiccional que va a dictar
sentencia tiene una relación directa con los medios de prueba practicados a partir de
los cuales va a fundar su convicción que deberá reflejar de forma motivada en la
sentencia. Principio de publicidad. Según el Tribunal Constitucional, la finalidad del
derecho fundamental a un proceso público es «proteger a las partes frente a una
justicia sustraída al conocimiento público y mantener la confianza de la comunidad
en los Tribunales», pero no es un derecho absoluto, sino que puede ser limitado o
excluido por razones justificadas en una sociedad democrática.

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