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ALGUNOS PARRAFOS SOBRE EL CONFLICTO

(del texto La Flexibilización de la Huelga de Oscar Ermida Uriarte, publicado por la


Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo 1999 y en portugués, con el título de A
flexibilização da greve, por LTr, São Paulo 2000)

El tratamiento laboral del conflicto en general y de la huelga en particular, se presenta,


muy frecuentemente, envuelto en una paradoja funcional. Por una parte, en el plano
teórico general, de los principios y de las grandes abstracciones, se sostiene la
normalidad y -más aún- la esencialidad del conflicto en las relaciones laborales y en el
Derecho del trabajo. Pero, por otra, cuando se abordan casos concretos, se tiende a
limitar las hipótesis de licitud del conflicto y a ampliar las formas consideradas (¿por
quién?) anómalas del mismo.

En efecto, en el plano teórico, toda la doctrina moderna reconoce que la sociedad


democrática es pluralista, ya que está compuesta por grupos autónomos, constituidos
espontáneamente en torno a la defensa de los intereses comunes de sus miembros,
razón por la cual, inevitablemente entran en conflicto entre sí. La existencia del conflicto
viene a ser, así, además, una prueba o demostración del carácter pluralista,
democrático, libre, de la sociedad.

En el plano dogmático del Derecho colectivo del trabajo, ello se expresa en lo que se ha
denominado su triangularidad, es decir, en su constitución en base a tres pilares
fundamentales: autonomía sindical, autonomía colectiva y autotutela. En el mismo
sentido, aunque con diversa terminología, el Comité de Libertad Sindical y la Comisión
de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones de la OIT han sostenido
permanentemente que la libertad sindical en sentido amplio incluye a la negociación
colectiva y a la huelga.

Sin embargo, en lo que parece ser una flagrante contradicción con tal “principiología”, la
mayor parte de los operadores jurídicos y políticos se ven notoriamente perturbados
cada vez que se enfrentan con un conflicto real o deben adoptar una decisión al
respecto, percibiéndole, consciente o inconscientemente, como anomalía. Es que “la
cultura jurídica profesa una irreprimible veneración por el orden social (...), un amor por
la „composición de intereses‟, que parece dejar escaso margen al conflicto”(1) , y
“ningún tipo legal perteneciente al patrimonio clásico del operador jurídico parece
cortado a la medida de un instituto tan peculiar” (2). Por supuesto, una reacción “natural”
del operador perturbado por el fenómeno, es la de intentar limitarle; y una de las formas
de limitarlo es la de deslegitimar algunas de sus modalidades y manifestaciones, tal
como se verá más adelante.

Todo esto se debe a que la huelga -principal manifestación e instrumento del conflicto-
es un derecho, una facultad, una potestad equilibradora o compensatoria. Uno de los
instrumentos de protección o tutela -en este caso autotutela- del Derecho del trabajo. De
ahí su (aparente) atipicidad o heterodoxia, que deja de ser tal si se la ubica en la propia
atipicidad o heterodoxia del Derecho laboral respecto de otras ramas del Derecho. Es
desde este punto de vista que hemos sostenido, en más de una ocasión, que “la huelga
es el instituto más atípico, de la parte más atípica, de la rama más atípica del
Derecho”(3), en el entendido de que lo es el Derecho del trabajo respecto de otras
ramas jurídicas, y que esa característica se acentúa en el Derecho sindical, si se le
compara con el Derecho individual del trabajo, y que ella se concentra particularmente
en la noción de autotutela y de huelga. Pero si bien se mira, debe percibirse lo que a
menudo pasa desapercibido para los operadores que se turban ante la aparente
anomalía del conflicto: en este marco que acabamos de plantear, lo que aparenta
atipicidad es, en verdad, el tipo, el principio. El principio, el objetivo, el fin, la razón de
ser, la naturaleza de las cosas (de estas cosas) es el pluralismo, la autonomía, el
conflicto, la protección o tutela, la autotutela, la huelga.

Por consiguiente, para ubicarse de manera conceptualmente correcta, es necesario no


dejarse “encandilar” por ese primer “fogonazo” perturbador que nos hace sentir
inseguros, incómodos, inestables ante una situación conflictiva. Porque en nuestra
atípica parcela del ordenamiento jurídico, el conflicto es uno de los tipos; es normal; es
el principio o la regla. Y a tal punto, que su principal manifestación e instrumento ha sido
elevado al rango de derecho fundamental, reconocido en las Constituciones y
Declaraciones internacionales.

Se atribuye a Otto Kahn Freund, el fundador del pluralismo conflictivo, la sentencia de


que, en el sistema de relaciones laborales de una sociedad pluralista, “el conflicto es el
padre de todas las cosas”(4) , reconociéndole un protagonismo genético y funcional.

El protagonismo genético del conflicto se da respecto del propio nacimiento del grupo.
Sobre él se construye la solidaridad organizada del grupo. El explica las relaciones con
otros grupos y la autonomía de cada uno, como surge de la Exposición de Motivos de la
Ley Orgánica de Libertad Sindical española, de 1985, que deduce la autonomía sindical
del conflicto colectivo. De manera análoga, aunque no idéntica, el conflicto forma parte
esencial de -e interactúa en igualdad de condiciones en- la trilogía básica que compone
la libertad sindical en sentido amplio.

Pero además, debe destacarse también la funcionalidad del conflicto laboral dentro del
sistema de relaciones industriales, el cual no podría funcionar sin su presencia. La
huelga, en particular, cumple esa función equilibradora, absolutamente indispensable
para que las relaciones laborales -y en especial la negociación colectiva- sean posibles
con un mínimo equilibrio de fuerzas. Por otra parte, es claro que el conflicto provoca la
negociación, en busca de su composición y que pone en funcionamiento los otros
medios de solución. Todo ello sin contar que el conflicto industrial es, también, una
forma de negociación(5). El conflicto es, sin duda, el elemento dinamizador del sistema
de relaciones laborales y, más aún, le es funcional en el sentido de hacerle viable a
través de su papel compensador o equilibrador.

Cabe consignar, por otra parte, que esta concepción funcional del conflicto, que no le ve
como patología sino como fenómeno natural o normal, incluso necesario, desborda el
campo del Derecho del trabajo y de las relaciones laborales, para instalarse en las
concepciones más actuales de la filosofía y de la ciencia política, por un lado, y de las
ciencias físicas, por otro.

En efecto, en el campo de las ciencias políticas y filosóficas, se resalta el papel crucial


del conflicto y la central función integradora que desempeña en una sociedad pluralista.
Es que la especificidad de la democracia, hoy, consiste en la legitimación del conflicto y
el rechazo a eliminarlo por medio de la incorporación de un orden autoritario, a partir del
reconocimiento de que él es el resultado natural e inevitable del pluralismo constitutivo
del orden democrático. Más aún, en ausencia de conflicto, la democracia dejará de ser
pluralista, ya que no se puede tomar seriamente la existencia de una pluralidad de
valores legítimos, sin reconocer que van a entrar en conflicto. Así, todo consenso existe
como un resultado temporal(6) .

Al mismo tiempo, en el terreno de las ciencias físicas y químicas, se constata hoy que
son más los sistemas inestables que los inamovibles, a tal punto que sólo se puede
hablar de “sistemas” en situaciones de no-equilibrio, y que los fenómenos de
desequilibrio no sólo provocan un aumento del desorden, sino que también tienen un
papel constitutivo muy importante: no habría vida, ni cambios, ni progreso, ni evolución,
ni siquiera tiempo, en una situación de equilibrio absoluto, de estabilidad total(7).

Esencialidad, naturalidad, funcionalidad, dinamismo y fertilidad del conflicto, pues, son


los conceptos a retener; tanto dentro de nuestra disciplina como fuera de ella; dentro,
con mayor razón. Y no sólo del conflicto, sino de sus modalidades siempre renovadas y
cambiantes, porque es natural o, al menos, inevitable, que un fenómeno así dinámico se
manifieste de las más variadas formas y genere, permanentemente, nuevas
modalidades.

Este es, nos parece, el (primer) criterio método lógicamente correcto, con el cual
abordar el estudio de las (nuevas) modalidades de conflicto colectivo.

Otra cuestión es la de si nos encaminamos a una “sociedad postconflictual”(8) o


“poshuelguística” en la cual, por la desideologización, por el debilitamiento de los
sindicatos y el fortalecimiento del sector empleador, por la penuria del empleo, se
genera, en los trabajadores, una menor propensión a las medidas de lucha gremial y
una disminución del número y extensión de las huelgas. Cabe preguntarse, también, en
qué medida se recurre a otras formas de conflictividad. Es que la sociedad posmoderna
estaría engendrando modalidades posmodernas de conflicto colectivo. A esto se
dedicará la cuarta parte del presente estudio (infra, 4).

1 Ojeda Avilés, Antonio, Derecho sindical, 5ª ed., Madrid 1990, pag. 375.
2 Idem, Compendio de Derecho Sindical, Madrid 1998, pag. 191.
3 Apuntes sobre la huelga, 1ª ed., Montevideo 1982, pág. 12 y 2ª ed., Montevideo 1996, página 14.
Asimismo, Prólogo a Mantero Alvarez, Ricardo, Límites al derecho de huelga, Montevideo 1992.
Este concepto ha sido recogido, más recientemente, por Alvarez, Eduardo, Conflicto colectivo y
derecho de huelga, en “Derecho colectivo del trabajo”, obra colectiva, Buenos Aires 1998, pág. 54.
4 Grandi, Mario, Otto Kahn Freund: ¿un pluralista atípico?, separata s/f de “Il pluralismo e il
Diritto del lavoro. Studi su Otto Khan Freund”, a cura di Gian Guido Belandi e Silvana Sciarra,
pag. 107.
5 Ojeda Avilés, Antonio, Derecho sindical, cit., págs. 381-382.
6 Párrafo reproducido de nuestro Prólogo a Cedrola Spremolla, Gerardo, “Ensayo sobre la paz
social”, Montevideo 1998, pág. 8, con citas de Mouffe, Chantal, Desconstrucción, pragmatismo y
la política de la democracia, en Critchley, Simon y otros, “Desconstrucción y pragmatismo”, trad.
esp., Buenos Aires 1998.
7 Idem, págs. 7-8, con cita de Prigogine, Ilya, Las leyes del caos, trad. esp., Barcelona 1997. De
este mismo autor, también puede verse El fin de las certidumbres, trad. esp., Santiago 1997, págs
9-13, 28, 30, 41, 60-61, 168-169, 202, 211.
8 Ojeda Avilés, Antonio, Compendio..,cit., pág. 193

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