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I.S.F.D.

N° 41

Carrera: Historia

Curso: 2° 1

Perspectiva: Integración Areal II

Profesor: CARRERA Pablo

Alumno: DUARTE Leandro Joaquín

FINAL
Vicisitudes de un pasado reciente, un presente quieto y un futuro incierto
El pensar en los crímenes de violencia política en nuestro pasado reciente propone, sin
dudas, un gran desafío en lo que refiere a la consciencia social de la misma. Las razones
pueden ser el paso del tiempo, que no es tanto y aún existen las personas involucrados en el
mismo, tanto aquellos pertenecientes al poder militar, a las organizaciones militares
alternas, o al simple ciudadano; otro argumento que permita entender son el nivel de las
polarizaciones opuestas y extremas de los partidos políticos, acrecentados sin duda por la
violencia, y de la mano estará un aparente antagonismo irreconciliable en esencia.

De los tres sectores de actores sociales mencionados, cabe decir que no existe un discurso
o un pensamiento unificado entre ellos, podemos ir del soldado o el militante que actuó por
órdenes de superiores al que estaba convencido en librar una guerra; y lo mismo en el caso
de un ciudadano que repudie la represión militar, hasta a uno que literalmente no le importe
si no le es presentada la cuestión. Me parece decididamente importante este último actor.

El ciudadano que hoy en día reside en Argentina, dependiendo de su edad, habrá


experimentado la dictadura militar, o bien se la habrán contado. No hay duda que la
diferencia entre vivir un proceso y que te lo relaten es evidente, ¿es posible que ambas
deriven en una posición similar? Y si así fuese, ¿qué problema podría haber en ello?

Uno normalmente aprende más fácilmente las cosas que nunca conoció, y, aunque parezca
redundante, no puede conocer excepto lo que ha tenido oportunidad de conocer. Una
tendencia común del ser humano será aplicar aquello poco que conoce de un tema a
generalizarlo, con el obvio problema de las generalizaciones. Pero una segunda tendencia
sería en que nunca llegue a preguntarse los problemas de estas generalizaciones si nunca se
le presenta una verdadera problemática al respecto.

En este sentido, las posiciones polarizadas que nacen de nuestro pasado reciente,
antagónicas y en teoría irreconciliables entre sí, tienen una influencia en la consciencia
social que atraviesa las generaciones que “aprendan de ellas.” Si bien, la diferencia más
grande entre el que lo vivió y al que se lo cuentan es justamente esa, la conceptualización
estática (es decir, no replanteada o repreguntada) en ambos es su mayor similitud.
Aquí es donde se puede hallar probablemente un central obstáculo (aunque no único) en la
construcción de una memoria colectiva y de una eventual historiografía de la misma.

Considero que existe una pieza central al respecto para solucionar este obstáculo, la cual
puede denominarse como responsabilidad. No responsabilidad en sentido jurídico, ni en
sentido moral, sino en un sentido social.

Porque, obviamente, quien atente contra la vida de una persona, dependiendo de las
circunstancias, la ley lo considera un criminal que debe ser encarcelado, y la moral, casi
independiente de las circunstancias, como un asesino cuya marca es imposible de remover.
Sin embargo, estos dos marcos de análisis resultan insuficientes para el tema en cuestión,
ya que las proposiciones planteadas son tajantes y unívocas, excluyentes de una conclusión
inequívoca, que no busca abarcar la cuestión de forma mucho más compleja, solo se
satisface con un veredicto decisivo.

Con esto me refiero, no se quiere decir que la sociedad argentina actual en general tenga
que pedir disculpas o hacerse cargo de crímenes que no cometió. En realidad, se está
hablando de que la sociedad argentina se posicione en un planteo que le permita entender
que lo ocurrido no es una simple invasión de la maldad y de la violencia contra los
derechos humanos, que las causas de los procesos históricos no son azarosas ni mucho
menos son simples.

Las respuestas, no obstante, son simples, y desearía que así lo fuesen. Un chico de primaria
y quizás muchos respondería a la pregunta de por qué sirve aprender sobre el pasado
reciente con “Para que no vuelva a ocurrir”. En líneas generales estamos seguros de qué no
debería volver a ocurrir, la cuestión que no es tan fácil de discernir sería cómo ocurrió eso
que ocurrió, y cómo se pretende evitar que vuelva a ocurrir.

Las garantías constitucionales y legales que brinden seguridad al ciudadano de que sus
derechos como tal serán respetados no son verdadera certeza de ello, los casos que lo
demuestran no necesitan ir demasiado lejos ni en el tiempo ni en el espacio.
La violencia política no nace de una grieta en la tierra y se esparce por el territorio, la
violencia política solo puede ser cometida por personas, y que el acento en política no es
menor, a menos que a eso se pretenda llegar.

Al entender las atrocidades como realizadas por personas, sin importar la tilde moral que
se les pueda dar, tenemos que entenderlas como personas tan reales como las existentes
actualmente. Basta con ver a las personas que han vivido esos años, con el gran desafío de
no aplicarles una etiqueta y de buscar la comprensión desde un punto de vista político e
histórico.

Difícilmente uno podrá ponerse en el lugar de una persona que haya asesinado cuando uno
mismo no lo ha hecho. Ni tampoco puede aventurar a dichos como que jamás realizarían tal
o cual acción, siendo que no existe contexto posible que lleve a una situación con las
mismas circunstancias que en el pasado, pudiendo entonces tomar una decisión de ese tipo.

Ahora bien, ¿qué significa ser capaz de tomar esa decisión? Nuevamente el tema de la
moral vuelve a jugar un papel que complejiza el análisis de la situación. La pregunta, a
niveles generales sería: ¿Es la violencia justificable en pos de ideales políticos? No importa
si la violencia es mala o buena, si no si uno es capaz de estar de acuerdo e incluso llevar a
cabo la violencia por sus ideales políticos, y a dónde pretende llegar con ella.

¿Puede uno pretender llevar a cabo un proyecto político con la violencia de la mano? Si
entendemos que el Estado es capaz de ejercer la violencia legítima en función de su
hegemonía sobre la sociedad, técnicamente sí. Ahora, si este Estado la ejerce en contra de
los derechos humanos que debería proteger, ¿qué respuesta hay ante él? ¿Es la violencia la
única herramienta de la que dispondrá el oprimido? ¿Qué hará el oprimido una vez asuma
el cargo tras haber ejercido la violencia? ¿Qué hará, en cambio, el opresor cuya sociedad
misma se le opone, recurrir una vez más a la violencia? Es muy difícil pensar una respuesta
que no halle una contradicción en sí misma, y mucho menos una solución sin
contratiempos. Pero a su vez, uno puede verse en ese lugar, y uno mismo dudaría en caso
de tener que tomar esas decisiones.

Es esta probablemente una de las centrales discusiones que debemos pensar, en qué
decisiones pretende uno basarse para cumplir con el ideal de “Nunca más”, teniendo en
cuenta todas las complejidades político-sociales que conlleva, sin saber siquiera si algún día
alguien tenga que volver a estar en la encrucijada de esas decisiones.

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