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CRISTOLOGÍA JOÁNICA

El evangelio de Juan tiene una cristología que podríamos denominar polémica en el


sentido de que son varias las afirmaciones que encontramos en él. Así Jesús es
denominado “hijo de Dios” y fuente de vida eterna en 20,31; anteriormente en Jn
3,15 aparece como “hijo del Hombre”. La creencia en Jesús aparece como creer en
“mi” (6,35; 7,38; 11,25.26; 12,44; 14,1.12; 16,9), o como creer el “él” (2,11; 4,39;
6,40; 7,5.31.39.48; 8,30; 10,42; 11,45.48; 12,37.42), o como creer en “Jesús”
(12,11), o como creer en “su nombre” (1,12; 2,23), o en “el que Él (Dios) ha enviado”
(6,29), o en la “luz” (12,36), en “el Hijo” (3,15.16.18.36), en el “Hijo del Hombre”
(9,35). Dejando muy claro que este creer en Él es condición necesaria para la
salvación.
Jn 1,19-50 nos presenta los títulos mesiánicos tradicionales que han fundamentado
las afirmaciones cristológicas desde ls primeras comunidades: Mesías, Elías, el
profeta, el Cordero de Dios, el Hijo de Dios, el rey de Israel. La promesa de 1,51:
“cosas mucho más grandes veréis” quiere decir que Jesús ha superado todas las
expectativas asociadas a los títulos mesiánicos.
En Juan encontramos la novedad de que expresiones hasta entonces reservadas
para describir la realidad trascendente de Dios pasan ahora por vez primera a
describir en acontecer terreno de Jesús. Mediante la introducción de una cristología
del Logos se plantea la noción de preexistencia que conlleva la presencia del ser
personal de Jesús junto a Dios. Jn 1,18 establece la conexión necesaria entre la
cristología del Logos y la cristología del Hijo: A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo
único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado. Las referencias del retorno
de Jesús a la gloria que tenía junto al Padre (17,4.24) confirman la relación entre la
Palabra preexistente y el Jesús terreno.
Nos encontramos pues ante una clara y diáfana cristología de la encarnación del
Logos. Es la cristología más profunda del NT. Si la cristología de Pablo tiene como
punto de partida la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y en Marcos este
comienzo se sitúa en la vida pública, en el bautismo del Señor, y Lucas y Mateo el
punto desde donde arranca su cristología es la Concepción virginal, será con Juan
con quien culmina este proceso al fundar su cristología desde el principio: Al
principio era el Verbo resultando una cristología de la encarnación del Verbo: y el
Verbo se hizo carne.
Bosquejo de la cristología de Lucas

Desde el primer capítulo de su evangelio, el lector es informado de la identidad de Jesús gracias


a las intervenciones celestiales que constituyen su revelación: “Él será grande, será llamado
Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la estirpe de
Jacob por siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33), “El que va a nacer será santo y se
llamará Hijo de Dios” (1, 35). A estas palabras del ángel Gabriel a María responden como un
eco las del ángel del Señor que se dirige a los pastores: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de
David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (2, 11).

Para Lucas, Jesús es anunciado primero como el Mesías, el descendiente prometido a David
en el oráculo del profeta Natán: “Mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y
consolidaré su reino (…) . Mantendré para siempre su trono real. Seré para él un padre y él será
para mí un hijo” (2Sm 7, 12-14). Así, mediante su nacimiento, Dios cumplirá su promesa y
pondrá término a la espera de Israel.

El tema de la realeza de Jesús aflora a lo largo del evangelio durante el bautismo de Jesús, el
Espíritu Santo desciende sobre él y lo acompaña a lo largo de su ministerio, en la sinagoga de
Nazaret es presentado como aquel en quien se cumple la profecía de Isaías. “El Espíritu del
Señor está sobre mí porque me ha ungido” (Lc 4, 18). Ahora bien, la venida del Espíritu de Dios
y la unción son, en el Antiguo Testamento, prerrogativas del rey. “Samuel tomó el cuerno del
aceite y lo ungió en presencia de sus hermanos. El espíritu del Señor entró en David a partir de
aquel día” (1Sm 16, 13). Por otra parte, mientras que el tema de la proclamación y de la venida
del Reino está particularmente puesto de releve en el relato de la subida de Jesús a Jerusalén,
Jesús es interpelado con el título “Hijo de David” por el ciego de Jericó. “Bendito el rey que viene
en nombre del Señor” (Lc 19, 38). Los discípulos de Emaús confirmarán que la figura de un
Mesías real, a imagen de los reyes guerreros que reinaron antaño en Israel, estaba en sus
mentes. “Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel” (24, 21).

Si bien es verdad que es presentado como el Mesías-rey, Jesús aparece también como una
figura profética. Su nacimiento es narrado en términos que hacen de él un nuevo Samuel su
madre, María, es presentada sobre el modelo de Ana, la madre de Samuel. En efecto, lo mismo
que Samuel, el primer profeta de la Biblia, Jesús viene al mundo como consecuencia de una
intervención divina, después es presentado en el Templo (Lc 2, 22), conforme a los ritos de la
ley mosaica, en el caso de Samuel, es llevado ante el sacerdote Elí para ser consagrado al
Señor con ocasión de un sacrificio anual en el santuario de Siló (1Sm 1, 24). Lo mismo que
Samuel, por último, Jesús va creciendo en estatura y sabiduría (1Sm 2, 26 y Lc 2, 40).

Durante su ministerio en Galilea, Jesús es proclamado como profeta por la muchedumbre, que
reconoce en sus milagros el cumplimiento de las profecías, en particular la de Is 61, 1-2 (cf p.
32). “Un gran profeta ha surgido entre nosotros, Dios ha visitado a su pueblo” (Lc 7, 16). Por
otra parte, el relato lucano subraya constantemente la dimensión profética de las palabras de
Jesús, proporcionando al lector múltiples ocasiones de verificar su autenticidad, los anuncios
de la pasión no son más que un ejemplo entre otros muchos.

De esta manera, el parentesco de Jesús con los profetas que le han precedido (especialmente
Elías) permite reconocerlo en su papel de enviado de Dios, pero también permite valorar todo
lo que le diferencia de ellos. Al figurar al final de toda esta línea profética, Jesús aparece como
“el Profeta” de los últimos tiempos, el que tenía que venir antes del día del Juicio de Dios, y cuya
venida inaugura una era nueva.
MARCOS: EL EVANGELIO DE JESÚS, MESÍAS E HIJO DE DIOS
La narración marcana como relato cristológico: La comprensión que Mc tiene de Jesús se da a conocer, en primer
lugar, en el desarrollo de su relato. Su narración es un verdadero drama teológico que nos describe el destino de Jesús
entre su bautismo y su muerte (recordemos que el evangelio de Mc no tiene relatos de la infancia). No creamos que
este relato deja al lector neutral, impasible ante la figura de Jesús. Por el contrario, conduce al lector a tomar postura
frente a él. Más concretamente invita a tomar el camino que Jesús tomó. Como veremos, Mc une estrechamente la
cristología con el seguimiento de Jesús. Un tema central, como todos sabemos, para la comprensión de la vida
cristiana.

Comienza el evangelio con la confesión cristológica del evangelista: Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios (1,1). Son
títulos que retomarán Pedro en el centro del evangelio (8,29) y el centurión romano al final del evangelio confesando
a Jesús como Hijo de Dios al pie de la cruz (15,39). Es importante destacar otros momentos fundamentales del relato
que estructuran el conjunto del evangelio. El primero de ellos, al comienzo del evangelio, es el bautismo de Jesús,
donde una voz del cielo describe a Jesús como Hijo de Dios: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco" (1,11).
Inicia esta declaración la primera parte del evangelio (1,16-8,32) donde abundan, sobre todo, milagros y exorcismos.
El centro es, pues, la actividad terapéutica de Jesús que se presenta ante los ojos de la gente como un Mesías lleno
de autoridad en sus hechos y en sus palabras. Tanto el pueblo como sus discípulos se preguntan sobre la identificación
de Jesús: "¿Quién es éste?", se preguntan unos y otros (1,27; 4,41). Pero el misterio de Jesús permanece, incluso
aparecen también en esta primera parte consignas de silencio por parte de Jesús que parecen poner en guardia contra
una identificación demasiado prematura del significado de su persona. Como veremos, el pleno misterio de su persona
y de su obra no podrá ser acogido en la fe hasta después de su muerte y su resurrección.

Culmina esta primera parte con la confesión mesiánica de Pedro en Cesarea (8,27- 32). En ella si Pedro saca la
conclusión de lo que Jesús ha revelado en la primera parte del evangelio, su mesianismo, Jesús no deja de pedir el
silencio a sus discípulos (8,30). Después de esta confesión se inicia la segunda parte del evangelio (8,33-16,8)
dominada por el triple anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, por la insistencia en el título de Hijo del
hombre en referencia a Jesús, que se transforma en la clave hermenéutica de interpretación del mesianismo de Jesús,
y por el relato de la pasión y muerte de Jesús. Al comienzo de esta segunda parte, en el relato de la transfiguración
(9,2-8), de nuevo la voz del cielo vuelve a insistir en Jesús como Hijo: "Este es mi hijo amado, escuchadle" (9,7). La
primera fase de esta segunda parte está dominada por los anuncios de la pasión y por la temática del camino que
tiene que recorrer Jesús hasta su cruz. Los discípulos no entienden la presentación sufriente de ese camino de Jesús
y en consecuencia el camino de la vida cristiana como solidaridad y servicio. "Lo que los discípulos no entienden es
la resurrección en la perspectiva de la cruz, dicho de otra manera, la revelación paradójica representada por el itinerario
de Jesús".Es quizá en esta parte donde se muestra más claramente que una falsa comprensión de la cristología lleva
inevitablemente a una falsa comprensión de la vida cristiana.

La llegada a Jerusalén (11,1) inicia la segunda fase de la segunda parte del evangelio marcada por el conflicto entre
Jesús y las autoridades de Israel. Conflicto que culmina ante el Sumo Sacerdote y la confesión de Jesús de su
mesianismo, que enlaza con la cristología del Hijo de Dios y del Hijo del hombre: "El Sumo Sacerdote le preguntó de
nuevo: ¿Eres tú el Cristo, el hijo del Bendito? Y dijo Jesús: Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra
del Poder y venir entre las nubes del cielo" (14,61-62). Aparecen así reunidos los tres títulos más importantes de la
cristología marcana y a su vez el secreto es desvelado por el mismo Jesús ya que la cercanía de su muerte lo hace
innecesario. El conflicto de Jesús con las autoridades de Israel desembocará en el apresamiento, proceso y muerte
de Jesús. Y es precisamente, en el momento de su muerte, en el que surge una última confesión de fe por parte del
centurión que estaba al pie de la cruz: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (15,39). Es un pagano el que
aporta la respuesta a la cuestión sobre el significado de Jesús que ha atravesado todo el evangelio: el Hijo de Dios es
reconocido en el momento en que muere en la cruz. La paradoja está, pues, en el centro de la cristología marcana ya
que esta confesión significa que el Hijo del hombre sufriente es el Hijo de Dios.

"Este paseo rápido por el evangelio nos muestra que Jesús el Cristo está en el centro de la obra y que Marcos ha
llevado a cabo una estrategia de revelación del misterio de Jesús; en la primera parte se pregunta quién es Jesús, y
en la segunda se revela qué Mesías es. El relato está orientado hacia la pasión y el lector es conducido, paso a paso,
hasta la cruz para escuchar allí y hacer suya la proclamación del centurión romano: Jesús crucificado es el Hijo de
Dios". Y el final abrupto y sorprendente en el que las mujeres callan y huyen, después de haber oído el anuncio de la
resurrección, viene a destacar que el acontecimiento de la resurrección de Jesús no es captable empíricamente y sólo
puede ser recibido y aceptado por la fe.

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