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Retiro de Cuaresma - Vuelve a casa

Contexto: ENCUENTRO - con Cristo, Cuaresma: tiempo de vuelta a casa.

Hijo Pródigo

Quienes se acercan a Jesús: Publicanos y pecadores se acercan y escuchan. Fariseos y escribas murmuran. "Habrá
más alegría por.. En el cielo hay alegría cuando nos volvemos a Dios. Buscamos agradarlo a Él. Cuando somos niños
buscamos agradar a nuestros padres o maestros o a alguien. Eso nos da seguridad, nos hace sentirnos valiosos,
queridos, aceptados. Y de grandes? pareciera que no.. pero… reclamos, celos, envidias, disputas que se dan en el
corazón. La verdadera y plena libertad es vivir buscando agradarlo a Él. Uno es verdaderamente libre cuando deja su
cuidado y valoración a Dios. Qué alegra a Dios? nuestro bien, nuestra salvación.

Lo primero a resaltar en la historia es que se trata de una aventura familiar. Hay vínculos que dan sentido a la
existencia. Y cada uno de ellos ocupa un lugar preciso. El padre es el que da la vida. Genera, estimula en el
crecimiento y, si asume adecuadamente su rol, posibilita el desarrollo propio de los hijos. Un buen padre es aquel
que se alegra de que sus hijos sean plenamente ellos mismos. Y no ahorra esfuerzos y sufrimientos que estén a su
alcanze para posibilitarlo. La alegría del padre es la independencia y desarrollo del hijo. Por supuesto que ningún
padre es perfecto y todos somos falibles. No se trata de ser perfectos, pero hoy, muchas veces, vivimos enfermos de
una paternidad/maternidad posesiva. Los hijos son para la propia felicidad. Por eso tenemos "derecho" a tener hijos.
En esa posesividad confundimos contención con castración. Mutilamos a los hijos cuando no les permitimos
equivocarse o frustrarse. Cuando confundimos respaldarlos en sus luchas e iniciativas con resolver sus conflictos
para evitarles angustias o decepciones. Naturalmente ningún padre busca el sufrimiento para los hijos y, en buena
medida debe procurar trasmitirle desde su experiencia, sabiduría y cariño, lo que sinceramente considera mejor.
Pero, hay un gran porcentaje de la vida de los hijos, que incluso para los propios padres, es un misterio. Esa
experiencia puede generarnos ansiedad, deseo de anticipar, prevenir y hasta controlar. "Que no le pase nada". Es
esa misma experiencia la que nos hace levantar los ojos al cielo y darnos cuenta, nuevamente que nuestros hijos,
son antes que nada y después de todo, hijos de Dios. El hijo/a está llamado/a a ser un hombre/mujer. Y para serlo
plenamente tiene que asumir la responsabilidad de la propia vida. Eso implica la maravillosa y arriesgada tarea de
elegir, decidir, poner en juego la libertad. Tomar caminos. Andar caminos que otros han andado hasta llegar a
recorrer el propio camino, único e irrepetible. Esta aventura está cargada de riesgos, por supuesto. Los riesgos de la
libertad y el amor. Pero sólo puede experimentar el amor el que es libre y pone en juego su libertad.

Así comienza esta historia. Uno de los hijos, crecido sanamente en el seno del hogar le pide al padre mayor libertad.
Quiere poner en juego su libertad. Quiere hacer su camino. Y el padre lo bendice. Se imaginan a ese padre? Sus
sentimientos? Sus pensamientos? Le pide la herencia (lo mata). Y se va. El camino que recorre el hijo menor es de
cortar con las raíces. Se va lejos físicamente, pero ese no es el problema. Podría haber estado lejos pero más cerca
que nunca (ocurre muchas veces cuando los hijos se van de casa - crecen). El problema es que rompe el vínculo de
comunión, de filiación, de pertenencia. Ese es el otro polo de la Parábola: el hijo, los hijos. Ser hijo, vivir como hijo,
implica cierto modo de reconocerse a sí mismo. Uno es hijo toda la vida, aún cuando al mismo tiempo seamos
padres. Somos hijos siempre aún cuando nuestros padres ya no estén y aún cuando no hayamos tenido un vínculo
muy fortalecido con ellos. Ser hijo es algo que marca de principio a fin nuestra historia. Es muy común encontrar
personas al final de su vida añorando un encuentro con los padres, incluso algunos lo expresan explícitamente. Por
un lado, estamos marcados íntimamente por la conciencia de ser hijos y al mismo tiempo con una vocación
irrenunciable de ser padres. Hasta nuestro propio cuerpo está marcado por esa realidad (ombligo - genitales).
Y al hablar de nuestra filiación, cobramos conciencia de que somos hijos nos sólo de nuestros padres biológicos, sino
de tantos otros que nos han nutrido, que han sido "autoridad" para nosotros.

El último vínculo que se manifiesta en la parábola es el que se teje entre los hermanos. La fraternidad. No hay regalo
más hermoso que nos hacen los padres que no sean los hermanos. Por supuesto que hay distintas experiencias, pero
la más verdadera y sana es esa que nos hace mirar a los hermanos como parte de nuestra propia historia, decimos,
de nuestra sangre, de nuestra misma carne. En suma, de nuestra identidad. Es fundamental el respeto entre las
relaciones fraternas, pero también el compañerismo, el sentido de pertenencia y la incondicionalidad en el amor. Esa
experiencia es la que se replica en las amistades profundas y largas. Nos sentimos hermanos. No juzgamos, no
controlamos, aceptamos, estamos disponibles, damos y recibimos.
Todos esos vínculos en esta historia se ven afectados. Es el pecado. La historia humana y la personal de pecado. Qué
es el pecado sino una ruptura de la comunión con el Padre, con los hermanos y, por lo tanto con la propia y
verdadera identidad? El hijo que se va rompe con el Padre y con el hermano, pero también rompe consigo mismo
porque se aleja de su verdad más honda. Se va no porque se aleje sino porque con sus decisiones se aísla cada vez
más. Al punto de quedar identificado con los cerdos. Anhela estar en comunión, al menos con ellos que comparten
aunque sea la porquería. No es el caso de los jóvenes que andan debajo de los puentes? Buscan familia. Buscan
comunión.

En medio de ese aislamiento, el hijo menor recuerda el calor de la casa paterna y añora.. Los jornaleros comen pan
en abundancia. Por lo menos tener un lugar ahí. De qué tiene hambre este muchacho? Probablemente de comunión.

El padre hace fiesta porque la fiesta es la imagen más hermosa de la comunión. todos nos alegramos por.. el q se
casa, el q cumple años, el q se recibe.. y nos sentimos parte de su crecimiento. Nos sabemos parte de el.

Afuera queda el otro hijo. El que nunca se fue (físicamente) pero tampoco nunca estuvo. Tal vez se hubiera visto
satisfecho cuando el otro emigró y dejó todo para él. Ya no tenía competencia. Tal vez tenía celos reprimidos por
haber querido hacer lo mismo. Lo cierto es que él tampoco estuvo todo ese tiempo en comunión con el padre. Lo
demuestra claramente su incapacidad de alegrarse. Estar cerca del padre es desarrollar en sí mismo un corazón de
padre, y en este caso, de desarrollar un corazón de hermano. Los hermanos están al lado nuestro y sus alegrías,
cuando ya no hay celos entre nosotros, son nuestras. La frialdad, la distancia, la ira contenida hablan de un corazón
carente de amor. Del calor del amor, que hace fiesta.

El centro de la parábola es sin dudas el padre y sus respuestas. La espontaneidad de la ternura frente al hijo que
vuelve malherido. Y la paciencia amorosa frente a la dureza del corazón del mayor.

Volver a casa es la oportunidad de volver a vernos como hijos menores, aislados. En qué de qué modo nos
separamos de los demás y de Dios. También de volver a vernos como hijos mayores. Donde se manifiestan mis
miradas celosas y duras? Donde muestro la hilacha? De qué no soy capaz de alegrarme. Y mirar al Padre, porque
estamos llamados a ser como él: tiernos con el que está mal herido y pide volver a casa y pacientes con quien se aisla
en la dureza.

Coloquio: imaginarme a Cristo en cruz, como de Criador pasa a hombre y va a la cruz por mis pecados. Eso hizo por
mí. Yo qué hice, qué hago y qué haré por él. Detenerme, mirar, contemplar, agradecer y ofrecer. Hablar con la
familiaridad de los amigos

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