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Patagónica
Nº3
Editado por
ISBN 978-950-99116-2-8
Directores
Marcelo Gavirati
Ana María Beeskow
Élida Fernández
Imagen de tapa
María Laura Bratoz · “La Dista”
27x35cm · Acrílico s/tela.
Arte y Diseño
Imágenes de tapa y portadas: María Laura Bratoz
Diseño de tapa, contratapa e interior: Pablo García
Fotografías
Reproducción y digitalización de fotografías del Archivo Fotográfico
del CEHYS: Juan Muraro y Francisco Pertini.
Agradecimientos
Secretaría de Cultura de la Provincia del Chubut, Municipalidad de
Puerto Madryn y Biblioteca Domingo F. Sarmiento de Puerto Madryn
NOTA ACLARATORIA
Presentación ........................................................................ 9
I. Introducción
En octubre de 1865, Jorge Claraz, naturalista de origen suizo,
pero afincado como estanciero cerca de Bahía Blanca, inició
un viaje desde Carmen de Patagones con rumbo al valle del río
Chubut, donde un par de meses antes se había instalado una
pequeña colonia formada por unos ciento sesenta colonos pro-
venientes de Gales.
La comitiva del viajero estaba compuesta por cinco indígenas:
Francisco Hernández, que dominaba la lengua pampa (gününa
yajech), el araucano (mapudungum), el tehuelche del sur (aoniko
aish) y el castellano; el capitanejo Vera, lenguaraz y baquiano
entre los tehuelches; Manzana, un pampa de bastante edad; Cu-
rruhuinca, que hablaba el araucano (mapudungum); y Negrón,
que aparece como peón de Vera y sobre el cual Hux especula con
la posibilidad de que fuese Juan Antonio Negrón.1
Al llegar a Talagepa [Talagapa], al norte de la actual provincia
del Chubut, Claraz recaló en la toldería de Antonio, cacique de
los pampas del norte de la Patagonia, llamados Gününa a Küna
en su propia lengua y más frecuentemente conocidos como “Te-
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huelches del norte”. Durante su estancia allí, el suizo mantu-
vo interesantes conversaciones con el cacique, en las que éste le
contó historias de su pueblo que se remontaban a varias décadas
atrás, épocas en la que estos pampas todavía señoreaban sobre la
región comprendida entre los ríos Colorado y Negro, e incluso
sobre el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Allí habían
formado parte de los “indios amigos” de Rosas hasta su caída,
para luego retornar algunos de ellos a su territorio original, la
Patagonia septentrional.
Aprovechando la presencia de Claraz, Antonio le manifestó su
intención de mandar una carta al nuevo establecimiento del
Chubat [Chubut], con el que los miembros de la tribu estaban
deseosos de entablar relaciones. Dado que le asignaban gran im-
portancia a la misiva “todos discutieron prolijamente la forma
en que debía escribirse”, por lo que Claraz debió haber sido muy
cuidadoso en su rol de escriba con los términos empleados.
Según cuenta en su Diario de Viaje —editado más de un siglo
después en forma de libro—, en un momento el “cacique inte-
rrumpió de repente la discusión para preguntar si la gente del
Chubat era buena, o si eran salvajes unitarios [...]”.2 Llama la
atención cómo, a trece años de que se marchara al exilio, el dis-
curso del Restaurador aún pervivía entre sus antiguos aliados, los
que paradójicamente endilgaban el calificativo de “salvajes”, con
el que los indígenas eran estigmatizados por los “blancos”, a una
fracción de estos últimos. Paradoja que nos invita a reflexionar
acerca de lo subjetivo de las perspectivas etnocéntricas, desde las
que se utilizan este tipo de epítetos contra el “otro” diferente.
Lamentablemente no se ha encontrado el original de la carta que
le dictara Antonio y entre los papeles del viajero suizo tampoco
se halló una copia, por lo que su texto no formó parte de la pri-
mera edición de los diarios de viaje de Claraz, realizada en 1988.
Luego, su contenido permaneció desconocido y, por lo tanto,
sin la atención que hubiese merecido por parte de historiadores
y etnólogos de la Patagonia durante más de un siglo. Sin embar-
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go, en 1979 el sociólogo galés Glyn Williams hizo referencia a
la misiva en un artículo referido a las relaciones entre galeses e
indígenas patagónicos. Si bien sólo reprodujo algunos pasajes,
iluminó la pista para poder acceder a su contenido completo, ya
que citaba una versión en inglés publicada en 1867 entre una se-
rie de informes a Su Majestad Británica sobre la Colonia Galesa
del Chubut.3 En esta antigua edición la halló hace algunos años
Fernando Coronato, quien efectuó una traducción del texto al
castellano, que presentamos por primera vez en el año 2002,4 la
que luego sería incorporada a la segunda edición del diario de
Claraz, editada en el año 2008.
La misiva está datada el 8 de diciembre de 1865 en Tschetsch-
goo (Chipchihuau), paradero ubicado al norte del Chubut muy
próximo al paralelo 42, al oeste de Talagapa y a unos cincuenta
kilómetros al norte de Sacanana. Según expresa en su carta, An-
tonio se la confiaría a su “nieto, Francisco Hernández” para que
éste se la entregara personalmente a Lewis Jones cuando arribase
al Chubut junto con la comitiva de Claraz. Pero dado que el sui-
zo debió interrumpir su viaje antes de llegar a destino, ya que sus
guías indígenas le pusieron diferentes reparos para continuar,5
Hernández retornó a Patagones sin poder cumplir con el encar-
go del cacique. La misiva recién sería entregada al líder de los
colonos galeses en abril del año siguiente por parte del cacique
Francisco, el que encabezó el primer grupo indígena en tomar
contacto con la nueva colonia.
Este ir y venir de la misiva y la coincidencia entre el nombre de
pila del emisario designado por Antonio (Francisco Hernández)
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con el del cacique que efectivamente concretó la entrega (Fran-
cisco), hicieron que Glyn Williams los confundiese pensando
que se trataba de la misma persona, cuando en realidad eran dos
personajes diferentes. El primero de ellos —Francisco Hernán-
dez—era por entonces un joven, al que Claraz presenta en sus
Diarios como el hijo de un comandante de Patagones durante la
época de Rosas de apellido Hernández y de la hija del cacique
pampa Maciel,6 por lo que de acuerdo con los datos de este via-
jero —coincidentes con los de otros autores— el joven Hernán-
dez en realidad era nieto del legendario cacique Maciel y no de
Antonio, como éste dice en su carta.
En cambio, el cacique Francisco es descripto por la mayoría de
los cronistas galeses de la época como un hombre de edad avan-
zada,7 el que no se presentó como “nieto” sino como “hermano”
de Antonio.8 Esto aunque el primero era tehuelche y el segundo
pampa.
En ambos casos debemos estar alerta ante una posible aplicación
difusa de términos como “nieto”, “hermano” y otros utilizados
por los indígenas patagónicos, que tal vez no posean la misma
consistencia en cuanto a sus significados en relación con los que
normalmente se le asignan en nuestra lengua.9
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Este cacique Francisco o Hascao —tal su verdadero nombre—
era uno de los principales jefes tehuelches, conocido también
como el cacique Frances. Bajo este último nombre había conclui-
do en mayo de 1865 un acuerdo con el Gobierno argentino co-
nocido como “Tratado Chegüelcho”, por el que se comprometía a
proteger, junto con Antonio y Chiquichan, a la Colonia Galesa
que se estaba por instalar en tierras de su pertenencia,10 por lo
que no resulta extraño que haya sido el primer jefe en visitar a
los colonos y que fuese el portador de la carta.
La misiva de Antonio que por su naturaleza forma parte de un
género muy poco difundido, resulta particularmente valiosa por
su contenido, tanto para el estudio de las identidades étnicas de
los indígenas patagónicos como para el de las relaciones man-
tenidas por éstos con los establecimientos criollos y europeos
instalados en la Patagonia. Dada su importancia para el conoci-
miento de la historia de la Patagonia durante la segunda mitad
del siglo XIX hemos optado por transcribirla completa y agre-
garla como anexo al presente artículo para que el lector tenga
un acceso directo al texto y no pierda el sentido de conjunto. La
única mediación literaria realizada en este trabajo se reduce a in-
tercalar rótulos que la dividen en partes, para facilitar el análisis
y comentarios que abordaremos a continuación.
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clasificación étnica del mundo indígena sur pampeano y patagó-
nico desde la perspectiva de un cacique de uno de los pueblos
que lo componían:
“[…] Usted, sin duda, no sabe que en la región al sur
de Buenos Aires existen tres grupos distintos de indios.
Al norte del río Negro (Patagones) y al borde de las altas
montañas que los cristianos llaman la Cordillera, vive
una nación de indios denominados «Chilenos». Estos
indios son de corta estatura y hablan el idioma llamado
Chilona.
Entre el río Negro y el río Chupat vive otra nación, que
son de mayor estatura que los Chilenos y que visten
mantos de guanaco y hablan un idioma diferente. Esta
es la nación llamada Pampa y que habla pampa. Yo y mi
pueblo pertenecemos a ella.
Al sur del río Chupat vive otra nación llamada Tehuel-
che, gente aún más alta que nosotros y que habla un
idioma distinto.” [ Parte 1]11
Dos de estas tres designaciones étnicas utilizadas por Antonio
—“pampas” y “tehuelches”— son recogidas también por la
arqueóloga y etnohistoriadora Nacuzzi en su obra Identidades
Impuestas, en la que —descripta sucintamente— sostiene que
muchas de estas denominaciones habrían sido “impuestas” a los
indígenas por parte de la obra conjunta de funcionarios colonia-
les y etnólogos.12
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Sin embargo, en la carta de Antonio estos nombres no apare-
cen “impuestos” ni intermediados por funcionarios o etnólogos,
sino utilizados por el propio cacique, por lo que estamos frente
a un exquisito testimonio en el cual los pampas, representados
por uno de sus caciques, no son un mero sujeto pasivo en un
hipotético proceso de “imposición de identidades” por parte de
los “blancos”, sino que son ellos mismos los protagonistas de
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un complejo juego de interdigitación étnica. Así, mientras que
por un lado Antonio realiza su autoadscripción étnica y la de
su pueblo como “pampa”, por el otro efectúa la categorización
de las otras dos naciones vecinas por el norte y por el sur, a las
que denomina respectivamente “chilenos” y “tehuelches”. Lue-
go, dichas denominaciones no deberían ser consideradas como
“meros rótulos”, sino como denominaciones de pueblos —et-
nónimos— que circulaban con sus respectivos significados en
el ámbito pampeano-patagónico, más allá de si coincidían o no
con la denominación que cada grupo utilizaba para designarse
a sí mismo.
Es que en esa polifonía de denominaciones, autodenominacio-
nes y categorizaciones, los indígenas no eran meros sujetos pa-
sivos de un hipotético proceso de “imposición de identidades”
por parte del blanco, sino sujetos activos que interdigitaban sus
identidades y las de los “otros” —diferentes— con los que tenían
contacto. En dicho juego, al designar a los “otros”, los diversos
grupos en lugar de utilizar palabras de su propia idioma, las que
podían resultar ininteligibles para sus interlocutores, apelaban
muchas veces a términos provenientes de otras lenguas que re-
sultasen más comunes, como el mapudungun o el español. Así,
en su carta de presentación Antonio no utiliza términos prove-
nientes de su lengua materna (el gününa iajech), sino que para
auto identificarse, para identificar a su propio pueblo, usa una
palabra de origen quechua —“pampa”— que casi seguramente
ha recibido a través del castellano. Para identificar a los trascor-
dilleranos utiliza el término “chilenos”, v.gr. originario de Chili,
voz evidentemente indígena, pero ampliamente difundida por
la cultura hispano-criolla. En tanto que para sus vecinos del sur
emplea el término “tehuelches”, el que era utilizado para deno-
minar a los aonikenk por los pueblos que manejaban el mapu-
dungum, tanto los que lo poseían como lengua materna como
los que lo habían adquirido y adoptado como una especie de
lengua franca de la región.
Además de las denominaciones, el cacique apela a otros elemen-
tos para ordenar y diferenciar a los distintos pueblos. El primero
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de estos elementos utilizado es el geográfico: el territorio que
ocupaban los “chilenos” se situaba al norte del río Negro y al
borde de las altas montañas, en tanto que los “pampas” se ubica-
ban entre dicho río y el Chubut. Es interesante aquí notar cómo
el término “chileno” es traído a la palestra por Antonio segura-
mente para poner de relieve el carácter trasandino de ese otro
pueblo, no originario de las “pampas patagónicas”, en contrapo-
sición al suyo propio, el pueblo “pampa” por excelencia. Luego
el cacique invoca otros dos marcadores étnicos que diferencian
a los “chilenos” de los “pampas”: el fenotípico (“son de corta
estatura”) y el idiomático (“hablan un idioma distinto llamado
«chilona»”). Además de ocupar un territorio distinto, de poseer
“mayor estatura” y de hablar en “un idioma diferente”, su pueblo
exhibe un cuarto marcador de origen cultural que lo diferencia
de los “chilenos”: los pampas “visten mantas de guanaco”. Fi-
nalmente, reforzando las diferencias que los separan, el cacique
apela a una estigmatización de ese otro pueblo diferente como
ladrones: “nosotros no estamos acostumbrados a robar como los
indios Chilenos” [Parte 3],
Al comparar a su pueblo pampa con los tehuelches, Antonio
vuelve a poner de relieve en primer término la diferencia de te-
rritorialidad: mientras que los pampas vivían al norte del río
Chubut, los tehuelches moraban al sur de dicho río. Como en el
caso de los “chilenos”, el cacique también apela a un indicador
fenotípico y a otro de carácter idiomático para diferenciarse
de los tehuelches: esta es “gente aún más alta que nosotros” y
“habla un idioma distinto”. Pero, en este caso, Antonio no hace
referencia al indicador cultural de la vestimenta, ya que ambos
pueblos lucían similares quillangos, ni les endilga atributos ne-
gativos como en el caso de los “chilenos” [Parte 3], lo que nos
estaría indicando cierta afinidad cultural y política entre ambos.
El mapa étnico de Patagonia dictado por Antonio en su carta,
ubicando a los “pampas” entre los ríos Negro y Chubut y a
los “tehuelches” al sur de este último río, coincide ampliamen-
te con las categorizaciones étnicas que efectuaron los galeses de
los grupos indígenas con quienes mantuvieron contacto durante
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dos décadas;13 también con la denominación que varios viaje-
ros realizaron de dichos pueblos durante la misma época,14 y
en buena medida con las formulaciones de los etnólogos Ha-
rrington (1946), Escalada (1949) y Casamiquela (1965, 1990
y 2007). Esta coincidencia en la nomenclatura nos ha inducido
—por un lado— a valorar positivamente aquellas metodologías
que permitan aproximarse a la identificación de los diversos ac-
tores sociales partícipes de un determinado momento histórico
y —por el otro— a poner en tela de juicio los cuestionamientos
efectuados por los sustentadores de la hipótesis de las identida-
des “impuestas” o “inventadas”, en base a la cual postulan la cua-
si imposibilidad de desarrollar un conocimiento valedero sobre
dichas identidades étnicas de los grupos indígenas de Pampa y
Patagonia.
Creemos, como señala Mandrini (1992: 69), que los actores so-
ciales son grupos étnicos que no son sólo rótulos sino realidades
históricas, localizadas en el tiempo y el espacio, y provistas de
contenidos culturales dinámicos; por lo que en el siguiente apar-
tado trataremos de bosquejar cuál era la realidad histórica a la
que se refieren tanto el cacique Antonio, como los viajeros, los
etnólogos y los cronistas galeses, cuando hablan de los “pampas”
del norte de la Patagonia durante el siglo XIX.
13 Cf. T. Jones [1926], 1999, Matthews [s. d.] 1992, Rhys 2000.
14 Cox [1863], Claraz [1865], Musters [1869] y Moreno [1879].
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los bordes de la Cordillera por el oeste y el océano Atlántico por
el este, y entre los ríos Limay – Negro por el norte y Chubut por
el sur.15
En su carta, Antonio cuenta que los pampas habían vendido
las tierras que permitieron los establecimientos españoles de
Patagones (Fuerte de El Carmen, en 1779), y de Bahía Blanca
(Fortaleza Protectora Argentina, en 1828).16 Como vimos, Lidia
Nacuzzi sostiene que para fines del XVIII (1779-1785) los pam-
pas estarían ubicados al norte de la Patagonia, más precisamente
en la zona intermedia de los valles inferiores de los ríos Colorado
y Negro. Para esta autora, la identificación como “pampas” que
Viedma realiza de la gente del cacique Negro, podría responder
a un indicio de territorialidad pampeano bonaerense: tenían lu-
gares de asentamiento o frecuentaban la pampa bonaerense, o
tenían relaciones de parentesco con grupos de dicha región (Na-
cuzzi 1998: 115). Pero, si bien esta autora hace recaer el origen
del etnónimo en esta circunstancia, debemos tener en cuenta
que el término pampa se aplicaba geográficamente con frecuen-
cia y con mayor corrección a las regiones planas de la Patagonia,
como aún se lo aplica en la actualidad. Así lo puntualiza Pérez
Moreau:
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“La «pampa» debe entenderse por las llanuras patagóni-
cas con toda su variable morfología; es vocabulario de
porteño que denomina «pampa» a la llanura sin tomar
en consideración su verdadero significado. El absurdo
que entraña el uso indiscriminado del término —que
hace años he puntualizado— ha sido señalado como
acertado en un trabajo especialmente dedicado al te-
ma”.17
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específicamente a los indígenas patagónicos septentrionales— el
término pampa podría tratarse, incluso, de una traducción del
término “genen” (o günnün) que éstos empleaban en su propia
lengua. Para el viajero suizo genena-atec denominaría al país de
las pampas, en tanto que genena-kenn significaría gente de las
pampas: el indio pampa.19
Retomando el breve racconto histórico, y como ya menciona-
mos, durante la época de Rosas los pampas habían entablado es-
trechas relaciones político-militares con el Restaurador, formado
parte de los “Indios Amigos” y participado como baquianos y
auxiliares en la “Expedición al Desierto”, comandada por aquél.
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retiraron hacia el norte de la Patagonia, aunque algunos grupos
permanecieron en el sur bonaerense. En julio de 1852, Antonio
se presentaba junto con otros caciques pampas y tehuelches en
Carmen de Patagones para efectuar sus negocios.21
Según Claraz para la época de su viaje existían únicamente cinco
pequeñas tribus de pampas:
“1) La de Sinchel en San Gabriel;
2) La de Antonio, entre Chubat y Yamnago;
3) La de Chagallo en Makintschau [Maquinchao];
4) Los Kirkinchos, sobre el Limay y al sur del mismo;
5) Ketroe, donde se encuentra el ganado alzado, proba-
blemente al sur de Tucu - malal”. (Claraz 1988: 53)
Finalmente, agrega Claraz que había “algunas familias [pampas]
aisladas en Tapalquén y entre los chilenos”.
A continuación realizaremos una pequeña semblanza de estos
grupos, a excepción del de Antonio —del que ya hemos habla-
do— y de la tribu de “Ketroe”, de la que hemos encontrado
datos.
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“Esos tehuelches del norte, al mando de Hinchel, fre-
cuentan usualmente la región situada entre el Río Ne-
gro y el Río Senguel, y una vez al año, allá por julio
visitan la colonia de Patagones, donde por lo general se
dejan estar poco, lo suficiente [...] para trocar sus pie-
les y sus plumas, y para que al mismo tiempo, los jefes
reciban su porciones de yeguas, vacas, ponchos, yerba,
tabaco, etc., concedidas por el gobierno de Buenos Aires
[...] ” (Musters 1991:183).
III.2. Chagallo
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se les había otorgado “por vivir en cuevas”.22 En setiembre de
1866 el cacique Quiñeforo se presentó en Patagones con algunos
capitanejos y comitiva de indios para proponerle la firma de un
tratado de paz a Murga. El comandante, que consideraba a los
quirquinchos “de mucha importancia é influencia en la Costa
de este Río” recomendó la aprobación del tratado. De acuerdo
a las bases de lo convenido, los quirquinchos, ubicados sobre la
margen sur del río Limay, vendrían a ubicarse en la Segunda
Angostura del río Negro, donde se pondrían a las órdenes de la
Comandancia de Patagones, vigilando el campo contiguo y ac-
tuando como soldados cuando fuesen requeridos sus servicios.23
IV. Chiquichan
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Musters, que se refiere a él como Jackechan,26 cuenta que en ge-
neral los pampas de Chiquichan eran más bajos, aunque más
robustos que los tehuelches, y más elegantes en su vestimenta
que éstos; agrega que además de sus lanzas, portaban armas de
fuego. Al referirse específicamente al cacique dice que hablaba
fluidamente el español, el pampa y el tehuelche; lucía una cade-
na de plata de la que pendía un medallón de la Madona; conocía
el nombre de la reina y otras particularidades de Inglaterra, sobre
las que interrogó a Musters demostrando su particular inteligen-
cia, hasta que, satisfecho con las respuestas dadas por el inglés, el
cacique lo convidó con café (1991: 185).
La descripción que de él hace Musters y las encontradas identi-
ficaciones étnicas, que en principio parecen oscurecer su “clasifi-
cación”, en realidad iluminan la situación, nos ayudan a percibir
a este personaje mestizo dentro de un contexto mestizo, un ha-
bitante de la frontera, producto y actor a su vez de un proceso de
cambio, de gestación de una nueva identidad que se estaba for-
mando, en la que intervinieron componentes pampas, tehuel-
ches, araucanos y también hispano-criollos; proceso que segura-
mente se venía gestando desde mucho tiempo atrás. Recordemos
que según una tradición llevada al papel por autores galeses, el
abuelo de Chiquichan habría sido el cacique que comandó a las
tribus indígenas confederadas de pampas y tehuelches que arra-
saron en 1810 el Fuerte San José en Península Valdés.
En época estival, su asentamiento principal se ubicaba en Qui-
chakel (Kytsacl),27 paraje ubicado al norte de la actual provincia
del Chubut, a unos quince kilómetros al oeste del cerro de Saca-
nana, donde el camino procedente de Gangan se bifurca en dos
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ramales, uno hacia Colelache y el otro hacia Gastre. Desde allí
realizaba desplazamientos hacia la región cordillerana durante la
misma época, para trasladarse durante los meses invernales a la
región costera.
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Como puede verse, más allá de su apertura política y económica,
los caciques siempre reafirmaron su derecho ancestral sobre la
tierra, derecho por el cual reclamaban una compensación econó-
mica en el marco de una negociación.
El “tratado de paz” mencionado por Antonio debe referirse al ya
aludido Tratado Chegüelcho, arreglado en mayo de 1865 entre
Cornell y el cacique Frances, por el cual Antonio y Chiquichan
recibían las mismas raciones que aquél a cambio de permitir la
instalación de la Colonia Galesa en el valle del Chubut y defen-
derla del posible ataque de otras tribus. Dos hechos corroboran
nuestra presunción: en primer lugar, en el articulado del tratado
no existe referencia alguna de tratados anteriores con el cacique
Antonio, como sí se menciona la existencia de acuerdos previos
con el cacique Chagallo; en segundo término, sobre los tramos
finales de la misiva Antonio hace —según estimamos— una cla-
ra referencia al contenido del tratado Chegüelcho:
“El Sr. Aguirre me leyó una carta del gobierno en la que
se me dice que deje que vengan más de ustedes y no ha-
cerles nada, y también que les diga a los otros caciques
que no deben molestarlos a ustedes” (Ibíd.., Parte 7)
Este párrafo se corresponde con lo establecido en los artículos 2,
3, 4 y 8, de dicho tratado, por los que se disponía que Frances,
Antonio y Chiquichan deberían ubicarse con sus tribus en cerca-
nías de la Colonia, para actuar militarmente en su defensa contra
posibles incursiones de otras tribus o cualquier otro enemigo
que atacase el suelo argentino.
Si bien este pacto le imponía a Antonio dichas obligaciones, a la
vez que le otorgaba raciones trimestrales, el acuerdo sólo le reco-
nocía derechos legítimos sobre la tierra al cacique Frances. Este
último era —según lo expresaba el artículo 1° del acuerdo— el
que había “cedido las tierras de su pertenencia al Gobierno
Nacional Argentino”. Tal vez esta misma razón, la de no haber
ser tenido en cuenta como uno de los propietarios de la tierra,
fuera la que animara a Antonio a insistir sobre el tema:
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“Ahora, yo digo que las llanuras entre el Chupat y el río
Negro son nuestras y que nunca las venderemos. Nues-
tros padres vendieron las llanuras de Bahía Blanca y Pa-
tagones, pero nada más.” (Carta, parte 2)
y luego, a plantearle al líder de la Colonia la necesidad de nego-
ciar por las tierras que ocupaban con los pampas, en su carácter
de “dueños de estas tierras”:
“Usted debe, por mi porción de la tierra, negociar con
el gobierno. Vea cuánto pueden pagarme ellos por ella.
Ellos compran y venden en todas partes, pero no coloni-
zan sin comprar.” (Ib., Parte 7)
Es interesante notar como, de acuerdo a lo subrayado por el caci-
que, las colonizaciones hispano-criollas en la región —Patagones
y Bahía Blanca— sólo habían sido posibles mediante la venta de
la tierra por parte de los pobladores originarios; lo que nos indu-
ce a preguntarnos si la falta de un arreglo en este sentido habría
constituido un defecto congénito del asentamiento español en
Península Valdés, que luego causaría las tensiones que culmina-
ron con la destrucción de los pequeños poblados de Fuerte San
José y Estancia del Rey.
Para reforzar su argumentación, Antonio hace referencia a un
hecho histórico del que no se tiene mayor conocimiento:
“Por ejemplo, no muy lejos de donde estoy escribién-
dole, a unas dos o tres jornadas, no más, me dicen que
el cacique Paelluron vendió un amplio sector de tierra a
algunos cristianos de Chile. Es una porción de tierra que
antes fue colonizada por cristianos, como los ancianos
saben bien. Ahora, gente de Chile está estableciéndose
allí de nuevo. Esta es la manera correcta de negociar.”
(Ib., Parte 6)
En coincidencia con lo afirmado por Antonio, a unos trescien-
tos kilómetros al oeste-noroeste del lugar donde se escribió la
carta —distancia que se podía recorrer a caballo en dos o tres
jornadas— está el lago Nahuel Huapí, región que había sido co-
lonizada por los misioneros cristianos en el siglo XVI. En 1863
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Guillermo Cox había expuesto su idea de crear allí una colonia
chilena. Así lo propone en su libro del viaje a la zona del Neu-
quén, durante el cual tomó contacto con el cacique Paillacán
—¿sería este cacique el Paelluron al que se refiere Antonio?—.
Pero, más allá de lo expresado por el cacique Antonio en la carta
y de manera directa a Claraz (1988: 40), no existe otra noticia
que corrobore que esta presunta transacción hubiese tenido lu-
gar, ni de que el proyecto de una nueva colonización del Nahuel
Huapí haya pasado de una mera especulación de Cox.
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Si bien existen referencias acerca de la posesión de ganado por
indígenas del norte de la Patagonia, esta actividad sólo puede
considerársela como subsidiaria —y en una mínima escala— de
la caza, verdadera proveedora de sus fuentes energéticas (carne y
grasa), de materia prima para sus viviendas (cueros para los tol-
dos) y para su indumentaria (cueros de chulengos y de avestruces
para los quillangos). Los productos provenientes de la caza tam-
bién generaban excedentes, los que eran utilizados como bienes
de cambio que el cacique ofertaba como parte de su propuesta
comercial:
“Nosotros vendemos plumas de esos avestruces llamados
“petisos”, porque en las planicies [patagónicas]29 no hay
de los otros, y las plumas de esos avestruces llamados
“petisos” son mejores que las de los avestruces más gran-
des.
Vendemos también pieles de guanaco y si ustedes de-
sean, llevaremos además lana de guanaco; pero nues-
tro trabajo es hacer mantos de guanaco (“quillangos”).
Nuestras mujeres los hacen. Usamos quillangos como
vestimenta, pero los mercaderes los compran para ven-
derlos luego a personas ricas que los usan como alfom-
bras. […]” (Idem, parte 5)
Como puede apreciarse, además de artículos primarios como los
cueros y las plumas, la oferta incluía el excedente de productos
elaborados como las mantas de guanaco que las mujeres pampas
confeccionaban en los toldos, transformados en auténticos ta-
lleres artesanales de manufacturas comercializables. El cacique,
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completando su rol de gestor diplomático-económico ante el
líder de la Colonia, trata de procurar los medios y allanar los
caminos tendientes a facilitar el intercambio comercial con la
nueva plaza:
“[…] Averigüe usted el precio de esos artículos de modo
de poder pagarnos correctamente cuando vayamos en
el invierno.
Dígame en su carta qué clase de moneda están usando
en el Chupat, si es papel moneda o monedas de plata.
Trate de conseguir un intérprete. Nosotros sabemos un
poco de castellano, pero no entendemos inglés.” (Ídem)
Si bien generalmente cobraban las raciones estipuladas en los
tratados en especie —ganado, ropa, y los denominados “vi-
cios”—30 de este párrafo se desprende que los indígenas también
usaban el dinero en las transacciones, ya sea en forma directa o
como medida para el cambio. Pero, paradójicamente, eran los
colonos galeses los que carecían de efectivo para las transaccio-
nes, razón por la que habían tenido que “fabricar” su propia mo-
neda, por medio unos vales emitidos por la propia Colonia que
equivalían a bienes o servicios prestados por los colonos.
Completando la propuesta comercial, el cacique también le in-
dicaba a Lewis Jones cuáles eran los productos más requeridos
por los indígenas. La lista de los bienes demandados denota
claramente la práctica de hábitos de consumo provenientes del
secular contacto con europeos y criollos; costumbres que eran,
tanto en la alimentación como en la indumentaria, muy pareci-
das a las que se podían registrar en cualquier población criolla de
la campaña bonaerense:
“Tampoco olvide de tener licor, yerba mate, azúcar,
harina, pan, galleta, tabaco, ponchos, pañuelos, telas o
| 37 |
mantas finas para nuestras mujeres, porque ellas no tie-
nen otra vestimenta excepto mantas.” (Ídem)
Por aquella época era habitual que en los suministros oficiales de
la Comandancia de Patagones, tanto la yerba como el aguardien-
te destinados a los indígenas fuesen de una calidad inferior y que
los comerciantes maragatos los considerasen como “pichones”
naturales a los que se podía esquilmar en cualquier momento,
mediante el uso de diversas artimañas como las pesas falsas, o pa-
gándoles precios bajos por sus productos y cobrándoles precios
exorbitantes por los que compraban.31 Sin embargo, es intere-
sante notar que estos engaños no pasaban inadvertidos para los
indígenas, sino que éstos eran perfectamente conscientes de que
los mercaderes trataban de embaucarlos:
“No tenga miedo de nosotros mi amigo, yo y mi gente
estamos contentos de verlos colonizar el Chupat, por-
que tendremos un lugar más cercano para comerciar, sin
necesidad de ir a Patagonia, donde nos roban los caba-
llos y donde los pulperos nos roban y engañan”. (Idem)
La carta de Antonio viene entonces a corroborar las acusaciones
de maltrato, sufrido por los indígenas que tocaban el estableci-
miento del río Negro para comerciar, que realizara D´Orbigny
más de treinta años antes: “Son, en general, engañados por los
cristianos que comercian con ellos, lo que contribuye a darles la
idea desfavorable que tienen de los mismos” (1999: 473). Para
Heuser y Claraz la posibilidad de conseguir un mejor trato que
en Patagones induciría a los indígenas a preferir a la Colonia
Galesa para sus intercambios económicos:
“La razón por la cual los indios quisieran comerciar con
los ingleses [galeses] del Chubut es que saben que en
Patagones los comerciantes los engañan y les roban en
peso y en otras maneras, mientras que los ingleses de
| 38 |
Santa Cruz y de otros puntos del sur no lo habían hecho
[...]”. 32
Advertido de este estado de cosas, Antonio le reclama de ante-
mano al líder de la Colonia la equidad en el trato comercial al
cual apuntaba:
“Fíjese que las cosas que compramos y necesitamos sean
buenas, pero sobre todo la yerba, tiene que ser buena.
[…] Si ustedes nos tratan bien, como los navíos (en la
costa) tratan a los tehuelches, y si sus comerciantes no
nos engañan, siempre negociaremos con ustedes”. (Car-
ta, parte 4)
En definitiva, el cacique pampa le pedía al líder de la Colonia
un trato comercial equitativo para su gente: recibir el precio co-
rrecto por los quillangos que ellos vendían y que las mercaderías
que compraban fuesen de calidad.33 Si estas pautas se cumplían,
como al parecer lo hacían las embarcaciones que solían frecuen-
tar las costas patagónicas meridionales (v.gr. Puerto Deseado,
San Julián, Santa Cruz y el Estrecho de Magallanes) con sus ve-
cinos tehuelches,34 el cacique le prometía privilegiar a la Colonia
para sus intercambios económicos en lugar de otros estableci-
mientos.35
32 Heuser y Claraz (1867) en Claraz 1988:171. Puede ser que con “los ingleses
de Santa Cruz” se estuviese refiriendo a Mr. Clarke, encargado de la factoría
de Isla Pavón.
33 Este parece ser un reclamo siempre presente por parte de los indígenas
americanos a los europeos. Los jefes hurones de la zona de los Grandes Lagos
en América del Norte, al visitar cada verano a los franceses para comerciar,
les pedían que sus comerciantes obtuviesen productos de calidad a precios
razonables a la vez que buenos precios para sus pieles (Trigger 1994: 186).
34 Cabe señalar que estas visitas de los barcos a puertos naturales del sur eran
mucho más frecuentes que las que efectuaban a los ubicados en el litoral central
y septentrional de la Patagonia (Golfo San Matías, Península Valdés, Golfo
Nuevo y otros del litoral chubutense).
35 Trigger (1994: 190 , citando a Jameson 1909:139, 151) menciona que si
bien los Oneidas agradecían la generosidad de los franceses, les prometieron a
los holandeses que si les pagaban más por sus pieles y mantenían la calidad de
| 39 |
Algunos años antes, el empresario Libanus Jones ya había soste-
nido la conveniencia que podría aparejar para una colonia que
se estableciese en el Golfo Nuevo o sus cercanías, atraer el tráfico
comercial que los indígenas patagónicos mantenían con los bu-
ques guaneros.36 Vemos ahora cómo esta idea también era aca-
riciada por este cacique pampa, el que visualizaba a la nueva co-
lonia como una alternativa comercial para volcar la producción
y obtener el abastecimiento de su tribu en mejores condiciones
que las que les ofrecían los comerciantes de Patagones. La idea
también es recogida por Claraz en su diario de viaje, en el que
consideraba que el comercio con los indígenas les redundaría
a los colonos galeses mayores beneficios que la agricultura y la
ganadería.37
Además de la posibilidad de conseguir un mejor y más honesto
trato comercial, la Colonia Galesa podría ofrecerle a los pampas
de Antonio otras ventajas adicionales. La ubicación del valle del
Chubut, mucho más próxima a su radio de acción que giraba
principalmente entre el Yamnagoo y dicho río, les ahorraría te-
ner que recorrer una distancia mayor hasta Patagones. Por aña-
didura, también podrían evitarles el tener que encontrarse en
sus alrededores con grupos con los que mantenían relaciones
conflictivas.38
El hecho de que la propuesta de Antonio para entablar negocia-
ciones y vínculos comerciales haya sido expuesta antes de que
se concretasen los primeros encuentros en la Colonia, permite
apreciar bajo una nueva luz las condiciones en las que se pro-
dujeron dichos contactos entre galeses e indígenas patagónicos.
Más allá de la visión tradicional, referida a la espontaneidad del
primer encuentro producido en el valle del Chubut, la carta de
Antonio nos muestra cómo este cacique, anticipándose al mo-
mento del efectivo encuentro con los colonos, tendió puentes de
| 40 |
entendimiento con el objetivo de allanar las dificultades y prepa-
rar el terreno propicio para un fructífero intercambio comercial,
por lo que dentro de la misiva también reserva un lugar para el
protocolo:
“Ahora no iré a verlos a ustedes antes del invierno y an-
tes espero recibir una carta suya que me diga cuál será
su respuesta. Luego iré y ubicaré mis toldos frente a su
poblado, a fin de poder conocerlo, y usted a mí y a mi
gente. Usted ve que tengo buen corazón y buena volun-
tad.” (Carta, parte 4)
39 Servicio Histórico del Ejército, Frontera con el Indio-Sur, Caja 17, Exp.
727.
| 41 |
Otro lugar de ineludible interés para el cacique, desde el punto
de vista político, resultaba ser Buenos Aires, asiento de las auto-
ridades de la recientemente unificada República Argentina:
“Estaba deseoso de ir a Buenos Aires para presentar al
gobierno mi reclamo (por las tierras del Chupat), pero
sé que están guerreando a la gente del Paraguay y que la
gente se ha ido a la guerra […]”. (Carta, parte 4)
Resulta notable cómo el cacique —desde su desolado paradero
ubicado en medio de la meseta patagónica— manejaba perfec-
tamente la información sobre la situación de Buenos Aires y el
conflicto que por entonces se estaba manteniendo con el Para-
guay por la Guerra de la Triple Alianza, y otras circunstancias,
como la que a continuación agrega:
“[…] Sé también que malas enfermedades están hacien-
do estragos en Buenos Aires, que son infecciosas y que
nos matarán. Así murieron amigos míos el invierno pa-
sado [1864], que fueron a presentar reclamos de tierras
semejantes. Esta es la razón por la que no fui.” (Ídem)
El año anterior —1864— había visitado Buenos Aires el caci-
que Casimiro Biguá. Esta fue la primera de las dos visitas que
este cacique tehuelche efectuara a Buenos Aires; la segunda ten-
dría lugar en 1866 (Levaggi 2000). Podría decirse que ambas
estuvieron vinculadas con el proyecto del Gobierno argentino
de fundar una colonia tehuelche sobre la margen norte del Es-
trecho de Magallanes, colonia que estaría al mando del men-
cionado cacique patagón.40 El proyecto de colonizar el estrecho
tuvo lugar en el marco del mayor interés que por aquellos años
estaba poniendo el Gobierno nacional en la Patagonia central y
meridional, interés que se traduciría en el apoyo a diversos pro-
yectos de colonización que surgieron para dichas regiones, como
la Colonia Galesa del Chubut y el establecimiento comercial de
Luís Piedra Buena en la Isla Pavón del río Santa Cruz. En dicho
| 42 |
marco es que se establecieron tratados con los caciques patagó-
nicos y se registraron visitas de éstos a la capital argentina, como
las que realizara el cacique Chagallo Chico en 1863 y Casimiro
en 1864. Tal vez haya sido en el marco de alguna de estas visitas
que se pudo haber producido la muerte de algunos de los “ami-
gos” de Antonio, que éste menciona en su carta.
| 43 |
a Patagones sin poder cumplir con el cometido.41
| 44 |
de conocimientos y elementos indispensables para sobrevivir en
un ámbito difícil para colonos no habituados al espacio pata-
gónico (técnicas de caza, caballos, perros), y también participa-
ron finalmente de los frutos del éxito económico de la Colonia
por medio de un sostenido y creciente intercambio comercial.
Tal vez el principal amigo de los galeses fue Chiquichan, uno de
los caciques que habían permitido la instalación de la Colonia
en 1865 mediante el Tratado Chegüelcho. Más allá de esta buena
relación, Chiquichan siempre reafirmó, al igual que los otros ca-
ciques, su derecho ancestral sobre la tierra, por el cual reclamaba
una compensación económica. Pero sus reclamos no se traduje-
ron en una actitud hostil hacia los colonos si éstos no satisfacían
el pago del derecho de uso de la tierra del valle del Chubut,
como han sostenido algunos autores basándose en unas pocas
líneas de Musters (1991: 401). Aún después de momentos de
tensión, como los producidos por los atrasos e incumplimientos
por parte del Gobierno nacional a comienzos de la década de
1870, no hubo un solo robo de ganado en la Colonia que se le
pueda atribuir.44
Muy por el contrario, sólo cuatro años después, en 1874, el caci-
que en persona dio la bienvenida en Puerto Madryn a un nuevo
contingente de colonos y les facilitó caballos para su instalación
en el valle, renovando en la práctica su consentimiento.45 Al año
44 Según el viajero inglés, Chiquichan le habría manifestado “su intención
de exigir el pago más adelante, pudiendo asegurarse que la negativa a pagar
arrendamiento sería seguida en tal caso de un procedimiento muy sumario
de arreo de ganado y expropiación” (Musters 1991: 401). El párrafo es citado
por Dumrauf (2003) y Matías Jones (2009), como ejemplo del conflicto
que subyacería debajo del buen entendimiento que la historiografía y la
literatura regional sostienen que hubo entre colonos “galeses y tehuelches”. Sin
embargo, no existe constancia alguna de que la medida resarcitoria haya sido
efectivamente llevada a la práctica, a pesar de que Dumrauf pretenda señalar
la ocurrencia de dos robos en la colonia —“no mucho tiempo después”—
como una consecuencia directa de la misma (2003: 5). Las fuentes adjuntadas
por este autor como supuesta prueba de sus afirmaciones, caratuladas como
“Documentos N° 7 y 8” (pp. 38 y 39), en realidad corresponden a extractos de
los libros de los propios cronistas, A. Matthews (1992: 64) y L. Jones (1993:
139) y en ninguna de ellas se menciona a Chiquichan como agente de los
robos.
45 Mientras esperaban a los nuevos colonos en una aguada ubicada en el centro
| 45 |
siguiente —1875— el Consejo de la Colonia facilitó el viaje a
Buenos Aires de los enviados de este cacique pampa, junto con
los de los tehuelches, como ya lo había hecho en 1867 con la co-
mitiva encabezada por Francisco y el intérprete de Chiquichan,
para negociar con las autoridades nacionales el cumplimiento de
sus convenios.46
Además de la gente del cacique “Chwan” [Juan Chiquichan] y
la tribu tehuelche de “Gallech” [Gálatch], otros grupos pampas
frecuentaban por ese entonces la Colonia. Según D. S. Davies
(1875) se trataba de los grupos de “Sinchel” [Hinchel], “Cwal”
[Cual] y “Sagmati” [Sacamata].47 Si bien Davies no menciona
entre sus visitantes frecuentes a la tribu de José María Chagallo,
hijo de Chagallo Chico —otro de los garantes indirectos para
la instalación de la Colonia Galesa mencionados en el Tratado
Chegüelcho— éste también la visitaba seguramente.48 Según el
mismo Davies:
de la actual ciudad de Puerto Madryn, se presentó la tribu de Juan Chiquichan.
El jefe pampa, informado de que los colonos esperaban a un nuevo contingente
de galeses “amigos como ellos” y que entre los nuevos colonos venía un
importante hombre religioso, dispuso una bienvenida protocolar: “Cuando el
primer bote cargado de pasajeros arribó a la playa, estaba el cacique Juan con
una taza de agua para ofrecérsela al cura galense, diciendo que él sabía que éste
sería mejor hombre que los curas cristianos de Río Negro” (Berwyn [sd] 1910).
El episodio también es referido por DS Davies (1875: 25).
46 Actas del Consejo de la Colonia del Chubut (4-Set-1875) en MHRG y
AGN, EMI, 1880-1, Exp. 2083 Y.
47 Rodolfo Casamiquela postulaba que Sacamata fuera probablemente
hermano del cacique Antonio (comunicación personal), en base a los
Cuadernos de Tomás Harrington, en los que se da como hermano mayor
de Sacamata a Antonio Liempichun. En el Censo Nacional de 1895 figuran
Juan Sacamata de 49 años y Antonio Lanpichun de 52 años, es decir nacido
aproximadamente en 1843, por lo que difícilmente pudiera ser el anciano con
el que se encontrara Claraz en 1865.
48 Así surge del testimonio escrito de Demetrio Fernández (1960: 90), quien
trabajando como maestro en el Chubut conoció en 1914 al “capitanejo
Chagallo” —estimamos que se trata de José María Chagallo—, quien ya
octogenario aún recordaba la relación amistosa con los galeses: “Ese galenso
brindando siempre rico té y pan «ponjoso» como pluma avestrú «culeco»,
recalcaba —según el testimonio de Fernández— con cariñoso recuerdo,
Chagallo”.
| 46 |
“Mae´r llwythau hyn yn galw y Cymry yn Herma-
nos-brodyr iddyn hwy” / “Estas tribus llamaban a los
galeses hermanos” (Davies 1875:25).
No obstante el clima de entendimiento, al comenzar las campa-
ñas militares producidas en el marco de lo que dio en denomi-
narse la “Conquista del Desierto”, algunos funcionarios argen-
tinos temieron que pampas y tehuelches, o más probablemente
los quinientos manzaneros que respondían a Inacayal, Foyel y
Sayhueque, pudiesen dar un malón contra el establecimiento
galés. Durante 1883, el potencial ataque de estos tres caciques a
la Colonia dejó de ser una mera especulación para convertirse en
una amenaza concreta, a partir de la invitación que le formula-
ran al cacique Sacamata para que se sumase a un malón conjun-
to. Pero el jefe pampa rehusó el convite y, por el contrario, envió
mensajeros al valle con una carta para Lewis Jones advirtiéndolo
del posible ataque de los jefes manzaneros, lo cual, teniendo en
cuenta las aptitudes guerreras de éstos, causó gran alarma entre
los colonos.49
Por aquella época Sacamata ocupaba un lugar conocido como
“Corral Charmata”, ubicado sobre la margen norte del valle del
Chubut a pocos kilómetros del extremo occidental de la Colo-
nia, por lo que, de alguna forma, ejercía un cierto control de
acceso a la misma.50 Seguramente la negativa del jefe pampa para
sumarse al complot y la posición estratégica que ocupaba inci-
dieron para que el ataque finalmente no se produjera.
Sobre las postrimerías de las campañas militares, los grupos abo-
rígenes que tuvieron contacto con la Colonia fueron trasladados
| 47 |
a lugares fijos. Los pampas de Sacamata, Pichalao, Cual y Chi-
quichan fueron recluidos en verdaderos campos de concentra-
ción, como el de Valcheta, con alambrado perimetral incluido,
concediéndoseles en ocasiones permiso para salir a cazar, pero
con ciertas restricciones espaciales.
VII. Epílogo
51 Ver, por ejemplo, la respuesta que diera ante una pregunta del periodista
Mario Markich en un programa televisivo.
| 48 |
formaron un pueblo solidario
de la Nación Tehuelche
o mejor dicho: ¡Pampa!.”
(R. Chiquichano 2008: 74)
Vaya pues este artículo a la memoria de los pampas del norte
de la Patagonia, “para que —como le dijera José María Cual
a Rodolfo Casamiquela (1989), maestro y alumno en su tarea
conjunta de rescate del gününa iajech— el mundo sepa que exis-
tió un pueblo”, o que aún existe, porque —como señala este
último— “los pueblos no se extinguen, se transforman”.
Recordatorio
Agradecimientos
| 49 |
Newyddur y Wladfa. Nº 617 viejo, 360 nuevo, jueves 4 de
noviembre de 1910.
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| 53 |
Anexo. Reproducción de la carta del cacique Antonio al Jefe
de la Colonia Galesa
| 54 |
ciado con el gobierno para colonizar el Chupat; pero usted
debe también negociar con nosotros, que somos los dueños
de estas tierras.
[Parte 3: modo de vida, actividad económica]
Pero no se preocupe amigo, yo y mi pueblo no estamos acos-
tumbrados a robar como los indios Chilenos. Nuestras lla-
nuras tienen muchos guanacos y muchos avestruces. Nunca
nos falta alimento. Sin embargo, si viene mucha gente, ten-
dremos que ir a las llanuras, llevando los animales que son
nuestra propiedad, nuestro Dios nos los dio, el Dios de los
indios, para que podamos cazarlos para comer.
[Parte 4: relaciones con Buenos Aires]
Estaba deseoso de ir a Buenos Aires para presentar al go-
bierno mi reclamo (por las tierras del Chupat), pero sé que
están guerreando a la gente del Paraguay y que la gente se
ha ido a la guerra. Sé también que malas enfermedades están
haciendo estragos en Buenos Aires, que son infecciosas y que
nos matarán. Así murieron unos amigos míos el invierno pa-
sado, que fueron a presentar reclamos de tierras semejantes.
Esta es la razón por la que no fui.
[Parte 5: relaciones con Patagones, la Colonia y los barcos
extranjeros]
Me quedé y arreglé con el comandante, que es muy buen
amigo, para ir con él por tierra al Chupat a visitarlo a usted
y a su gente; pero el comandante Murga se ha ido para allá a
bordo de un barco. Ahora no iré a verlos a ustedes antes del
invierno y antes espero recibir una carta suya que me diga
cuál será su respuesta. Luego iré y ubicaré mis toldos frente
a su poblado, a fin de poder conocerlo, y usted a mí y a mi
gente. Usted ve que tengo buen corazón y buena voluntad.
No tenga miedo de nosotros mi amigo, yo y mi gente esta-
mos contentos de verlos colonizar el Chupat, porque ten-
dremos un lugar más cercano para comerciar, sin necesidad
de ir a Patagonia, donde nos roban los caballos y donde los
| 55 |
pulperos nos roban y engañan. Si ustedes nos tratan bien,
como los navíos (en la costa) tratan a los tehuelches, y si sus
comerciantes no nos engañan, siempre negociaremos con
ustedes.
[Parte 6: actividad económica y comercial]
Nosotros vendemos plumas de esos avestruces llamados “pe-
tisos”, porque en las llanuras no hay de los otros, y las plu-
mas de esos avestruces llamados “petisos” son mejores que
las de los avestruces más grandes. Vendemos también pieles
de guanaco y si ustedes desean, llevaremos además lana de
guanaco; pero nuestro trabajo es hacer mantos de guanaco
(“quillangos”). Nuestras mujeres los hacen. Usamos quillan-
gos como vestimenta, pero los mercaderes los compran para
venderlos luego a personas ricas que los usan como alfom-
bras. Averigüe usted el precio de esos artículos de modo de
poder pagarnos correctamente cuando vayamos en el invier-
no.
Dígame en su carta qué clase de moneda están usando en
el Chupat, si es papel moneda o monedas de plata. Trate
de conseguir un intérprete. Nosotros sabemos un poco de
castellano, pero no entendemos inglés. Tampoco olvide de
tener licor, yerba mate, azúcar, harina, pan, galleta, tabaco,
ponchos, pañuelos, telas o mantas finas para nuestras muje-
res, porque ellas no tienen otra vestimenta excepto mantas.
Fíjese que las cosas que compramos y necesitamos sean bue-
nas, pero sobre todo la yerba, tiene que ser buena.
[Parte 7: tratados, propiedad de la tierra, relaciones blanco
– indígenas]
Ahora digo que si no estábamos contentos de comerciar con
buena gente como ustedes, no deberíamos haber vendido
la tierra. Usted debe, por mi porción de la tierra, negociar
con el gobierno. Vea cuánto pueden pagarme ellos por ella.
Ellos compran y venden en todas partes, pero no colonizan
sin comprar. Por ejemplo, no muy lejos de donde estoy es-
cribiéndole, a unas dos o tres jornadas, no más, me dicen
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que el cacique Paelluron vendió un amplio sector de tierra
a algunos cristianos de Chile. Es una porción de tierra que
antes fue colonizada por cristianos, como los ancianos saben
bien. Ahora, gente de Chile está estableciéndose allí de nue-
vo. Esta es la manera correcta de negociar.
El Sr. Aguirre me leyó una carta del gobierno en la que se
me dice que deje que vengan más de ustedes y no hacerles
nada, y también que les diga a los otros caciques que no
deben molestarlos a ustedes. Prometí hacer por ustedes todo
lo que esté en mi poder, y en caso de que quieran traer vacu-
nos, caballos o yeguas, los dejaremos pasar sin molestarlos;
y si necesitaran peones y baquianos para guiar y conducir el
ganado, pueden conchabar a mi gente, que los servirá fiel-
mente.
[Parte 8: cierre con manifestación de reciprocidad y buenas
intenciones]
Envío esta carta por medio de mi nieto, Francisco Hernán-
dez, y le encargué que hablara con usted y se pusieran de
acuerdo. Dele su respuesta, y si usted toma interés en noso-
tros y desea entablar relaciones amistosas con nosotros, há-
ganos algunos presentes y mándenoslos por intermedio del
mismo Hernández, a quien debemos encontrar a su regreso
al Río Negro. Le diré con franqueza que lo que preferimos
es algún buen licor, un poco de harina, yerba, azúcar y ta-
baco; y si puede conseguirla, una montura que es llamada
montura inglesa; esas monturas son muy buenas porque son
muy livianas y al galopar no lastiman el lomo del caballo. He
visto algunas en Patagones, pero allí son muy caras.
Le deseo mucha dicha y lo saludo con mi mayor estima.
Toda mi gente, que está reunida aquí para ver cómo es escri-
ta esta carta, le manda muchos saludos.
De parte del Cacique Antonio.
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Fig. 1. El tratado Chegüelcho
(Exp 816, Servicio Histórico del Ejército)
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Fig. 3. Foto de los caciques pampas y tehuelches, en Buenos Aires junto
con Lewis Jones (Fuente: Antorchas. Una frontera lejana)
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Fig. 4. El cacique pampa Chagallo (Colección Mario Palandri)
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Fig. 6. Homenaje a Francisco Nahuelquir Chiquichano en Gaiman
(Museo Histórico Regional de Gaiman)
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