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TEÓRICO SEMIÓTICA II

AMPARO ROCHA

CHRISTIAN METZ, “LA ENUNCIACIÓN ANTROPOIDE”

 L’enonciation impersonelle ou le site du filme, Klincksieck, Paris, 1991.


(traducción: María Rosa del Coto)

Bueno, hola nuevamente: hoy me toca exponer un capítulo del libro La enunciación
impersonal o el sitio del film, que no se publicó en castellano, pero del cual tenemos
una excelente traducción hecha por María Rosa de su capítulo inicial, que se llama
sugestivamente “La enunciación antropoide”. A su vez, mecharé con algunos
conceptos que aparecen a modo de conclusión en el último capítulo del mismo libro,
que se titula “Cuatro pasos en las nubes”, en el cual Metz retoma esta idea de
enunciación impersonal en el cine, por oposición a lo que sucede en el habla, o
discurso (ya usemos la terminología saussureana o la benvenisteana para referirnos
al uso del lenguaje verbal).
Para aclarar: todo el libro es una exhaustiva recopilación de conceptualizaciones
teóricas acerca de la enunciación en el cine, que Metz recoge u objeta, o con las
cuales debate apasionadamente. Como no podría ser de otro modo, Metz primero va
a las fuentes, es decir, a la Teoría de la Enunciación lingüística de Emile Benveniste,
que es el inicio de toda esta reflexión acerca de, en palabras de este mismo autor, “la
subjetividad en el lenguaje”. Justamente, esta cuestión de lo subjetivo (o sea, relativo
al sujeto) en el discurso es la clave del debate en cuanto a si es posible pensar en la
subjetividad en el discurso cinematográfico.
Ustedes ya leyeron textos de Metz en esta materia y en Semiótica I. Este libro, que es
su último libro, exhibe una posición yo diría, radical, en relación con la enunciación
audiovisual. Es diferente, por supuesto, de su primera etapa de fines de los 60,
fuertemente semiológica (marcada por la noción de código y las distinciones entre
lengua, habla y lenguaje), pero también expresa la acentuación de una perspectiva
textualista, en relación con ese bello texto que es “Historia/Discurso: notas sobre dos
voyeurismos”, que ustedes leyeron y que logra combinar atractivamente la teoría de la
enunciación con el psicoanálisis (Freud y Lacan).
También se posiciona en contra de teorías que ustedes también vieron acá: la noción
de conversación textual, audiovisual, de Gianfranco Bettetini y, fundamentalmente, la
concepción enunciativa de Casetti, que abreva en la Escuela de París de Greimas y
que María Rosa ubica en la corriente “deíctica” dedicada a pensar la enunciación en el
cine.
Es con Casetti, a quien reconoce su trabajo y que ha leído atentamente, con el que
Metz más va a polemizar. Para ir adelantando: si Casetti piensa que el film fija las
coordenadas en cuanto a personas (yo, tú, él), tiempo y lugar de la enunciación y por
lo tanto, el lugar del espectador en relación con él, Metz entiende que no hay
personas, es decir, subjetividad en la enunciación cinematográfica: esta es
impersonal.

Ahora bien: lo que se plantea Metz es si es posible trasladar sin más una teoría
pensada para el lenguaje, para la puesta en práctica del sistema de la lengua en
discurso, a otras materias significantes, a los discursos audiovisuales como el del cine.
Su respuesta va a ser negativa, aunque sí piensa que se puede pensar en
enunciación, ya que cada vez que se produce un objeto discursivo (un enunciado
verbal que puede ser desde un “hola” a un libro entero, una foto, un cuadro, una pieza
musical, una emisión televisiva, un film) hay un emplazamiento del sentido, hay una
puesta en discurso, hay, en definitiva, enunciación (acto) y enunciado (producto).
Lo que sucede es que para Benveniste la enunciación va a tener que ver con las
huellas del sujeto en el enunciado. La enunciación verbal gira en torno del ego, el
locutor, alrededor del cual se van a articular los demás parámetros enunciativos: el tú,
a quien se habla, el aquí de la enunciación y el ahora, o presente de la enunciación. Y
ese ego, centro de la enunciación, como el Rey Sol, según Benveniste, no es externo
al discurso, sino que se constituye en y por la enunciación. Es decir, es una figura
del lenguaje, que puede aparecer, como cuando digo “Pasame la sal”: en ese me está
el locutor, y también está el alocutario en el Imperativo de pasá; o puede borrarse,
como cuando digo: “El jueves salió el sol” o “El agua hierve a 100º ”.
Se darán cuenta de que es muy fácil atribuir esas marcas (o incluso su ausencia) a
personas concretas, el hablante y el oyente, y esto es porque la matriz de la cual parte
Benveniste es la conversación cara a cara, en la cual el yo y el tú se encarnan en
unos cuerpos presentes, que interactúan, que participan de la comunicación.
Entonces, ya hablar de locutor, enunciador, etc., es pensar en personas, lo cual sería
correcto para pensar la enunciación verbal. Es decir, el hablante (sujeto empírico,
comunicacional) aparece en el enunciado como un enunciador peculiar, explícito
cuando es en 1º o en 2º personas y “borrado”, cuando es en 3º. O, por ej., aparece,
como lo vio Kerbrat Orecchioni, cuando utiliza un subjetivema: “¡Esa película es muy
copada!”

Por supuesto, debemos tener muy presente la distinción entre las personas
hablante y oyente, figuras de la comunicación y las de la enunciación,
enunciador-enunciatario. Unas son empíricas, externas; las otras son
discursivas, internas, producto de la enunciación. Ejemplo: la Presidenta,
Cristina Fernández es una persona con un cuerpo, una historia, etc. que habla.
Ahora, cuando habla puede ser “Yo”, “La Presidenta de los cuarenta millones
de argentinos”, “Nosotros” (exclusivo, por el Gobierno) o “Nosotros” (inclusivo,
por ella y sus oyentes, que pueden ser la Argentina entera), o puede borrarse
tras una 3º persona.
Se dan cuenta de que las variaciones enunciativas son muchas, mientras que
ella es la misma persona.
Paolo Fabbri tiene una linda concepción de la enunciación, que es el
simulacro de la comunicación en el interior del discurso, o sea, qué formas
asume la comunicación en un discurso, ya sea, verbal, fílmico, pictórico. Claro
que es aquí donde surgen las divergencias: Fabbri está al lado de Casetti,
vienen del mismo marco teórico. Metz, en cambio, se va a desmarcar.
Y en este asunto hay que indagar más, o recordar para algunos, el concepto
de deíctico, ya que veníamos diciendo que hay una corriente deíctica que
piensa la enunciación en el cine, representada por Casetti, y una antideíctica,
representada por este libro de Metz.

Es Benveniste el que habla de deícticos de persona, tiempo y lugar, y lo hace


acudiendo a un concepto que ya estaba en Peirce, que era el de legisigno
indexical remático, un tipo de signo que sirve de combinar las 3 tricotomías y
que da como resultado palabras (signos de ley) que indican cosas individuales
(índices, remas). Peirce, como siempre, tiene la gran intuición de que, a
diferencia de la enorme mayoría de palabras de un idioma, de la lengua, que
nombran generales, había un pequeño conjunto que era capaz de actuar como
el gesto de indicar algo con el índice. Deíctico, índice, indicar, indexical…
habrán notado que todas estas palabras tienen la misma raíz, y es porque
provienen del verbo deixo (gr.): indicar, señalar. Entonces, si palabras como
“amar”, “mesa”, “árbol”, nombran un concepto, algo general (lo que significa el
acto de amar, en qué consisten el mueble mesa o el vegetal árbol), palabras
como “este”, “ese” y “aquel”, los demostrativos de lugar, son capaces de indicar
un lugar preciso en el cual se encuentra tal mesa (“esta mesa”), tal árbol
(“aquel árbol”). Se dan cuenta de que “esta mesa” indica “mesa próxima al
hablante”, “aquel árbol”, “árbol en un lugar que hablante y oyente pueden
identificar, como en 3º persona”. Llegamos a la noción de deixis, estas pocas
palabras de la lengua que logran identificar individuos, singulares, es decir,
cosas del mundo, únicas e irrepetibles, ocurrencias, todas ligadas al acto de
decir, a la enunciación.
Los deícticos, para Benveniste son de persona: pronombres personales
(“yo”, “tú”, “nosotros”, “ustedes”, “me”, “te”, etc.), posesivos (“mi” casa),
demostrativos de lugar (“este”, “ese”, “aquel”). Son relativos a quien dice y a
quien es el interlocutor en un intercambio lingüíistico.
Indices de ostensión: son deícticos de lugar, indican lugar cercano a
hablante, a oyente, etc., siempre en relación con la situación enunciativa.
Deícticos de tiempo: Benveniste avanza filosóficamente, diríamos, porque va
a decir que es en la enunciación en la que se constituye la concepción del
tiempo, siempre relativo al “ahora en que te estoy diciendo esto”, el Presente
de la enunciación. La idea es que siempre hablamos en presente, ya que
nuestra vida no es más que eso, una sucesión de instantes presentes (¿se
acuerdan de la idea del instante presente, como ejemplo de Primeridad, en
Peirce?), que inmediatamente son pasado. Pues bien, las lenguas han
articulado en tiempos y modos lo que es simultáneo a la enunciación, lo que
sucedió antes del momento de hablar, lo que sucederá luego e incluso lo que
podría suceder, más muchos más matices. Ej: “presten atención a esto que
digo” (presente de la enunciación); “ayer llovió”, “mañana vendrán días
mejores”, “me encontraría con él si tuviera tiempo”.
Benveniste concibe la enunciación como el acto individual de apropiación
de la lengua, por la cual el locutor produce un enunciado. Dice que todo
locutor instaura al otro enfrente de él, ya que toda locución es una alocución, y que
el locutor se instala en su enunciado por medio de índices específicos y
procedimientos accesorios. Estos índices específicos son los deícticos, y por más
que Benveniste va a desarrollar otras instancias: modos verbales, fraseología, uso
de adverbios, lo central para él es este aparato formal que gira en torno del ego,
hic et nunc de la enunciación: “yo, aquí, ahora, te digo esto:…”
Estos deícticos han sido caracterizados como formas vacías, en oposición a
los signos como “amar”, “mesa” y “árbol”, que tienen ste. y sdo. lleno. A mí me
gusta más pensarlos como signos semivacíos: no es que “yo” o “acá” o “ayer”
no tengan sdo. Lo tienen. Lo que sucede es que se este no es lo mismo que el
referente. El sdo. de “yo” es “el que está en uso de la palabra, el hablante”,
“acá” es “lugar cercano al hablante” y “ayer” es “día anterior a aquel en que se
está hablando”, pero, claro, “yo” puede ser Amparo, Matías, Clara, Juan, el que
hable en ese momento. El que diga “yo” será inmediatamente identificado por
los interlocutores como ese cuerpo, esa boca, ese nombre propio…
“Acá” puede ser el aula 8 de la Facultad de Cs. Sociales, sede Santiago, pero
puede ser Roma, la China, el quiosco de enfrente, ¿se dan cuenta? Y serán
identificados, es decir, se les asignará un referente en relación a la situación
enunciativa de que se trate.
Se dan cuenta de que, en relación con la conversación, el diálogo cotidiano
(género primario para Bajtin), enunciación y comunicación, figuras del discurso
y cuerpos, personas, van juntos.
Deícticos puros de persona son sólo aquellos que corresponden a la 1º y a la
2º persona, ya que son los que pueden identificarse sin necesidad de ninguna
referencia más: “yo” soy “yo, Amparo”, para uds., no hay la menor duda; lo
mismo si digo “vean esto”, uds. saben que ese pedido en imperativo está
dirigido a uds., no hay duda. Ahora: si digo “ella me dijo…”, uds. no pueden
identificar a ella si es que antes yo no dije, por ej. “María Rosa”. Las formas de
la 3º persona, o no persona, corresponden a la Historia, no al Discurso y son
deícticos no puros o anafóricos. “Aná” en griego es “arriba”: lo que se dijo
antes, lo anterior.

Otras características únicas del intercambio cara a cara son la noción de


feedback o retroalimentación, que proviene de la Escuela de Palo Alto (no
está en Benveniste) y la cuestión de la reversibilidad. Por un lado, esta idea
de que el intercambio se va haciendo en el momento, y que cada cosa dicha
puede modificar su curso, el “ida y vuelta”. Por otro, la idea de que hablante y
oyente son roles intercambiables. Estas cosas no van a suceder en los
discursos mediatizados del tipo escrito o fílmico.
Y volvemos a Metz y al cine.
Aquí, Metz dice algo muy interesante, y es que en la palabra escrita los deícticos ya no
tienen uso pleno, comprensión plena. Esto es interesante, ya que sigue tratándose del
lenguaje, pero ahora mediado por el dispositivo de la escritura. La escritura, primera
tecnología de la palabra, dice el estudioso Walter Ong en su libro Oralidad y Escritura
(FCE, 1987). Y es cierto: cuando leemos “yo”, “hoy” o cualquier otro deíctico, no nos basta
con el texto; debemos ir a buscar datos cotextuales. Por ej., si leemos en un diario “Ayer
la Presidenta se reunió con tal…”, vamos a ver el día en que ese diario fue publicado. En
una carta, yo es quien firma, y así siempre.

En cuanto al cine, el film se da todo de una vez, no está sujeto a ningún tipo de feedback,
ya que por más que al espectador le pasen cosas, se sienta afectado por el desarrollo del
film (de esa concatenación de acciones y pasiones, al decir de Paolo Fabbri), no se
modificará. Tampoco los lugares se intercambian: el espectador seguirá siendo
espectador y el film seguirá diciendo su historia de principio a fin. Y fíjense que no hablo
de enunciador, sino del film.

Si me ubicara en la perspectiva de Casetti, e incluso en la de Bettetini, sí hablaría de un


enunciador (un yo) que de alguna forma se relacionaría con un tú (espectador) y con los
él (sujetos del enunciado, los personajes), o pensaría, como Bettetini, que el relato se ve
entreverado por el comentario de un sujeto enunciador.

Sin embargo, si me ubico en la perspectiva de Metz digo “el film”, porque para Metz la
enunciación en el cine no corresponde a ninguna persona, ni siquiera en sentido
metafórico: es impersonal.
Como dice aquí, Metz, al hablar de la enunciación cinematográfica, busca términos que
no impliquen ningún tipo de personalización (enunciador-enunciatario) y acuña los
términos de Foyer y Target. Foyer es tanto el fuego, el hogar alrededor del cual se
congrega la familia, como el hall de entrada de un teatro. Probablemente, por esta
cuestión de la entrada es que lo usa Metz y María Rosa decidió no traducirlo al no
encontrar un equivalente posible en castellano. Con respecto a Target, término inglés muy
usado en marketing, María Rosa optó por traducirlo por “blanco” o “destinación”. En
definitiva, son orientaciones, vectores, aspectos textuales que señalan de dónde parte el
texto y hacia adonde se destina. No son papeles –esto va directo a diferenciarse de
Casetti, ya que él habla de cuerpos (empíricos) y de papeles (discursivos, enunciativos).

Y Metz toma un ejemplo del mismo Casetti para ejemplificar el funcionamiento de Foyer y
Target: un travelling de la película “Lo que el viento se llevó” (Victor Fleming, 1939) que
puede “leerse” tanto en el sentido de la producción enunciativa como desde su consumo.
En ese sentido, no en el de roles, sino en el de lugares, vectores, habría una
reversibilidad, una posibilidad de experimentar el discurso del Foyer al Target y del Target
al Foyer.

Lo interesante es que Metz, hacia el final del libro abandona también esta terminología y
se queda con una bella metáfora (parece que no podemos escapar de la metáfora): la del
pliegue. Finalmente, va a decir Metz, la enunciación se revela –siempre está, pero sólo a
veces se hace explícita) en aquellos momento en que el texto se vuelve sobre sí mismo,
reflexiona (presten atención a la idea de “reflejo”, de desdoblamiento), se pliega, como
una servilleta. En esos momentos el texto se da a ver como lo que es: un texto en el
hacerse del propio texto. Un hacerse que no lo efectúan unas personas, equivalentes a
unos hablantes y unos oyentes. No, porque el cine es algo “maquínico”. Metz va a decir
que

En el último capítulo, “Cuatro pasos en las nubes”, Metz indaga más sobre la enunciación,
y siempre debatiendo con Casetti, que distingue entre enunciador y narradores, Metz va a
diferenciar estos niveles posibles en la enunciación en el cine:
De los cual, a nosotros nos interesa específicamente el primero. Y aquí la caracterización
de la enunciación en el cine, según Metz: impersonal, textual, metadiscursiva y reflexiva o
comentativa.

Entonces, recapitulando: Metz argumenta que en el cine, al contrario que en la conversación e


incluso en la palabra escrita, la enunciación está desenganchada de las personas intervinientes en
el proceso comunicativo. En la imagen no hay deixis: ya Barthes había advertido que en la imagen
fotográfica (y en toda imagen) no es posible detectar unidades. No las hay: la lengua sí tiene
unidades (los signos lingüísticos); dentro de esas unidades hay unas, particulares por su capacidad
indicativa, los deícticos. La imagen no los tiene y particularmente, la imagen fotográfica y su
sintagmatización en discurso cinematográfico son productos maquínicos.

Metz debate con Bettetini en relación con el concepto de conversación, que él sostiene es
incompatible para pensar la relación del espectador con el discurso cinematográfico. Con Casetti
polemiza por su visión “deíctica”.

Les dejo unas citas de “Cuatro pasos en las nubes”:

“En suma, todo sucede como si el film no pudiera manifestar la instancia de proferimiento que
contiene en él, y que lo contiene, más que hablándonos de cámara, de espectador, o designando
su propia “filmitud”, es decir, señalándose con el dedo. Así se constituye, en algunos lugares, una
capa fílmica ligeramente dehiscente, que se despega un poco del resto y se instala un poco del
resto y se instala de golpe, por ese mismo pliegue que la pone como en doble fila, en estebregistro
distinto y cómplice que llamamos enunciación”

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