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La violencia contra las mujeres es una lacra social, contra la cual se debe actuar desde la
base de la educación en el ambiente del hogar, el comunitario, el social y también desde
la responsabilidad que tienen los medios de comunicación para evitar discursos en los
que se revictimice a la víctima o en los cuales se utilice un lenguaje capcioso
entreviendo que parte de la responsabilidad del acto o la situación sea de la mujer de
forma directa o indirecta creando un clima de aceptación social (Gracia y Herrero, 2006;
en Matud, Forte y Medina, 2014). Sin embargo, a pesar de que hoy en día hay una
mayor conciencia social respecto a la problemática que supone este tipo de dinámicas,
aún podemos encontrar disfuncionalidades en las diferentes partes implicadas en el
problema de la violencia machista (tanto para la mujer víctima, como para el hombre
agresor que no entiende otro tipo de interacciones y modos de actuar, como de un
sistema educacional y cultural que aún hoy perpetúa estilos de relación alejados del
igualitarismo y el respeto).
A modo de breve resumen, se puede decir que la violencia contra la mujer abarca
diversas actitudes y conductas hacia ella como agresiones físicas y psicológicas,
maltrato verbal y coercitivo, relaciones y dinámicas sexuales forzadas, acoso o
aislamiento social, incluido todo ello dentro de una dinámica de dominación y control
asociada a la construcción social aún prevalente del género y la desigualdad de poder
entre hombres y mujeres (Matud et al, 2014). Todo esto, claro está, genera un gran
impacto negativo en la salud tanto física como psicológica de la mujer víctima, secuelas
que continúan en el tiempo aún cuando ya se le ha puesto fin a la relación, encontrando
sobre todo problemas relacionados con estrés postraumático, depresión, ansiedad,
sentimientos de culpa o aislamiento social o formas inadecuadas de afrontar los
problemas como el uso abusivo y descontrolado de fármacos (Echeburúa y Corral,
1998), así como disminución de la autoestima y sentimientos de autoeficacia de la
mujer (Orava, McLeod y Sharpe, 1996; en Matud et al, 2014). A esto hay que sumar los
sentimientos de indefensión aprendida y la dependencia emocional que es una tónica
básica dentro de este tipo de relaciones.
Hablando concretamente de las partes del programa, se abordan los siguientes puntos en
este mismo orden, atendiendo y englobados en las fases principales del tratamiento con
mujeres víctimas de violencia de género (Seguridad, abordaje del recuerdo traumático y
recuperación y control del día a día).
a) Fase de Seguridad
Alvarez García, M. A., Sanchez Alias, A. M., Bojó Ballester, P. (Coords.) (2016).
Manual de atención psicológica a víctimas de maltrato machista. Gipuzkoa: Colegio
Oficial de la Psicología de Gipuzkoa.
Echeburúa, E., Corral, P., Amor, P. J., Zubizarreta, I. y Sarasua, B. (1997). Escala de
gravedad de síntomas del trastorno de estrés postraumático: propiedades psicométricas.
Análisis y Modificación de Conducta, 23, 503-526.