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Yuuto tensó sus oídos mientras permanecía recostado, en la oscuridad. De entre los
pasos, distinguió el sonido del tintineo del metal contra el metal. Su corazón brincó con
expectación. “¿Y si…?”, pero con severidad se dijo que no debía tener alguna esperanza.
¿Cuántas veces, en las últimas dos semanas, esas pisadas lo habían decepcionado?
— Yuuto Lennix. Levántate —. Una voz fuerte resonó en la estrecha celda del centro de
detención. Yuuto abrió sus ojos y observó la pared vacía.
— ¡He dicho que te levantes! —Mandó el ayudante de alguacil con una voz irritable.
Yuuto lentamente se levantó de su cama y se volvió hacia la persona detrás de los barrotes.
Yuuto hizo lo que le mandó, se acercó a los barrotes y extendió sus manos a través del
espacio entre estos. El ayudante de alguacil lo esposó y abrió la reja de metal.
Al oír la respuesta, Yuuto soltó un suspiro de alivio. Durante ese tiempo había tenido el
horrible presentimiento de que lo habían trasladado a la cárcel equivocada por algún error.
— Mala suerte. Tendrás que vivir con eso —Le dijo el ayudante, aparentemente
malinterpretando el suspiro de Yuuto.
No era de extrañar. Ningún criminal estaría agradecido de averiguar que sería transferido
a una célebre prisión de máxima seguridad.
Pero para Yuuto, la prisión Schelger era el único lugar que lo podía salvar.
Capítulo 1
— Oye, ¿cuántas veces te han encarcelado? —Susurró el joven blanco sentado a su lado.
El hombre rubio que había subido en San José no parecía tener más de veinte. Su rostro
ansioso aún conservaba algo de inocencia infantil, y lucía como un estudiante de secundaria.
Estaba pálido, como si estuviera mareado.
— También es mi primera vez —dijo el joven—. Hablando de mala suerte. ¡No puedo
creer que, de todos los lugares, me estén llevando a la prisión Schelger! No es dónde...
— ¡Tú! ¡No se permite hablar! —Gritó una voz detrás de él. El joven se apresuró a
cerrar la boca.
Un ambiente de temor envolvió al autobús que llevaba una carga de veinte prisioneros
en overoles anaranjados, dirigiéndose directamente hacia el norte por la carretera interestatal.
La luz brillante de abril entraba a raudales por las ventanas de seguridad, en un marcado
contraste con los oscuros y nublados corazones de los prisioneros. ¿Cuándo sería la próxima
vez que verían la luz del sol? Yuuto se encontró sentimental mientras entrecerraba los ojos y
observaba el paisaje pasar.
El autobús se detuvo temporalmente enfrente de las puertas. Los guardias en las torres
de vigilancia a cada lado de la puerta permanecían de pie con los dedos en los gatillos de sus
rifles, dispuestos a disparar. Esta vista intimidante convenció a Yuuto de una vez por todas de
que ese lugar era la prisión de máxima seguridad más resguardada de los Estados, con una
historia de más de cien años. Aproximadamente dos mil quinientos reos cumplían aquí sus
sentencias.
Las puertas se abrieron y el autobús se sacudió cuando se puso en marcha una vez más.
Rodó alrededor de los amplios terrenos acordonados de alambre. Había canchas de básquetbol
y pistas de squash, y se podían ver los prisioneros en mezclilla azul merodeando en grandes
grupos.
Yuuto y el resto de los presos arrastraron los pies hacia adelante como si fueran un
lamentable ganado siendo conducido, con sus manos y pies en grilletes. Los presos que
observaban desde el otro lado de la cerca comenzaron a burlarse de ellos.
— ¡Oye, rubiesito! ¿Te gustaría ser mi perra? ¡Te visitaré mas tarde!”
Les bañaron con vulgares burlas, una tras otra, mientras pasaban. Un hombre negro
llamó a Yuuto.
Cuando Yuuto lo miró, el hombre negro sonrió y golpeó la valla de alambre. Llevaba un
sombrero de lana justo por encima de sus ojos, con un arete de plata en su oreja derecha. Era
corpulento y parecía en sus treintas, con un físico impresionante como el de un jugador de
fútbol profesional.
Yuuto apretó los dientes contra la humillación y apartó la mirada del hombre. A partir de
ese momento, probablemente experimentaría un sinnúmero de burlas e insultos de la misma
clase. Si dejaba que su ira le llenará cada vez que eso pasará, no duraría en aquel lugar.
Puesto que no había mujeres en la cárcel, los hombres jóvenes con caras bonitas eran los
primeros en ser cazados. Yuuto tenía veintiocho años, pero sabía que los de origen asiático se
veían a menudo más jóvenes. Por eso se había negado deliberadamente a afeitarse desde que
fue puesto en el centro de detención. No sabía cuán efectivo sería su rebelde vello facial, pero
tenía que defenderse de cualquier forma que podía contra problemas innecesarios.
Se puso el uniforme de la cárcel provisto para él. Estaba pasando por los procedimientos
de admisión de la prisión en una habitación separada, cuando la puerta se abrió y un hombre
entró. Era un hombre mayor vistiendo un traje de tres piezas. El oficial a cargo se levantó a
toda prisa.
— Director Corning. ¿Sucede algo? —Preguntó.
— Solo estoy patrullando. Después de todo, es una parte importante de mi trabajo saber
qué es lo que ocurre en este lugar —Corning lanzó una mirada a Yuuto, quien también se
encontraba de pie, antes de llegar a los documentos en el escritorio.
Yuuto no le contestó.
— Cuéntame sobre el trabajo que hacías —Le exigió Corning, pidiendo detalles.
— Es una pena. Un tipo como tú, persiguiendo el crimen en las líneas frontales,
terminando como un criminal. He escuchado que estas aquí por asesinar a uno de los tuyos.
No se puede llegar más bajo que eso, ¿verdad?
Yuuto fue cuidadoso al no mirar a Corning a los ojos. No quería que el hombre supiera
de la violenta ira que se arremolinaba en las profundidades de su corazón.
“Matar a uno de los suyos” era un insulto que Yuuto encontraba difícil de soportar.
Yuuto, de hecho, no había asesinado a su colega, Paul McLean. Paul era su compañero y mejor
amigo. Yuuto decía con convicción que, aparte de la familia de Paul, nadie había llorado más
profundamente por su muerte que él. Así de importante había sido Paul para él.
Paul era cuatro años mayor que Yuuto, y era un investigador muy competente. Su calma
y tranquilidad lo hacían el compañero perfecto para Yuuto, incluso sus jugadas más
imprudentes o en esas pocas ocasiones en los que debían actuar rápido, jamás salía con el rabo
entre las patas y siempre desarrollaba un plan de acción al mínimo detalle. Yuuto admiraba a
Paul más que a nadie, como amigo y como e investigador; era un hombre en el que Yuuto
podía confiar su vida.
Entonces, lo mataron.
Yuuto se había quedado sin aire de la impresión cuando recibió la noticia, pero lo que le
esperaba era una tragedia aún mayor.
De vez en cuando, Yuuto tenía acaloradas discusiones con Paul sobre las tácticas de
investigación. Era verdad, esa noche, los dos se habían emborrachado y tenían una discusión lo
suficientemente alta como para atraer la atención de todos alrededor. Pero la discusión no
había sido de aquellas que dejan algún rencor. Esas riñas eran comunes para ellos.
La policía no creyó ni una sola palabra de la historia de Yuuto. No tenía una coartada
porque vivía solo. Las circunstancias lo habían puesto en desventaja. Sin embargo, continuó
negando la acusación, en la creencia de que finalmente una adecuada investigación hallaría la
verdad.
El asesinato de Paul McLean fue llevado a juicio por un jurado, pero los doce miembros
fueron despiadados en su decisión. Yuuto fue declarado culpable. El jurado estaba compuesto
por ocho caucásicos, dos afroamericanos y dos latinoamericanos. Tal vez habría sido
condenado de manera diferente si fuera caucásico. Por primera vez en su vida, Yuuto se
maldijo por el hecho de que su piel no fuera blanca.
— Pero vivías en New York y fuiste arrestado ahí. ¿Por qué fuiste transferido a este
lugar? — Preguntó Corning perplejo.
— Mi familia vive en Los Ángeles, así que pedí estar en un lugar cercano —dijo en voz
baja—. Pero todas las prisiones estaban al tope, por eso fui transferido aquí.
Una vez que terminaron los procedimientos y Yuuto salió de la habitación, Corning le
llamó.
Después de eso, Yuuto recibió un chequeo médico y una explicación de las reglas de la
prisión. Se le dio su tarjeta de identificación con fotografía y número de recluso, y suministros
como sábanas y artículos de tocador. El número de recluso de Yuuto era el 40375.
Aparentemente, tenía que dar ese número y su nombre al guardia durante el encierro y el pase
de lista que ocurría cinco veces al día.
— Yuuto Lennix, Matthew Caine, síganme. Sus celdas están en el Bloque A, ala oeste, —
mandó el joven guardia de la prisión. El otro nombre que había llamado, Matthew Caine,
pertenecía al chico que había hablado con él en el autobús. Matthew, aparentemente
agradecido de que estuvieran juntos, le dio a Yuuto una mirada de alivio mientras cargaba sus
cosas en sus brazos.
Matthew no solo tenía una cara infantil, también tenía un cuerpo pequeño. Al parecer,
pesaba unos cincuenta kilos. La parte superior de su cabeza llegaba a los ojos de Yuuto. Yuuto
medía uno con siete metros, lo que significaba que Matthew probablemente era más bajo que
eso.
El guardia les dijo que él se encontraba a cargo del Bloque A mientras caminaba por
delante de ellos, entonces se dio la vuelta para mirar a Matthew con una sonrisa enigmática.
— Caine, eres un tipo desafortunado. El ala oeste está plagado de violentos criminales y
reclusos a largo plazo. Normalmente, alguien con una condena de dos años sería enviado con
baja seguridad al ala este, pero desafortunadamente está lleno.
Matthew parecía un estudiante que se le ha dado una detención por parte de su profesor.
Miró al guardia con una agitada mezcla de ansiedad e insatisfacción.
Yuuto sentía lástima por la situación de Matthew. No había manera alguna de que los
hambrientos y lujuriosos reclusos dejarán en paz a un joven recién llegado. El mismo Yuuto se
encontraba en una situación similar, pero tenía orgullo por sí mismo al haber trabajado como
investigador de narcóticos durante cinco años. La mayoría de sus misiones consistían en dar
grandes golpes y hacer misiones encubiertas, las cuales eran las de mayor peligro. Había
ocultado su identidad para introducirse en las organizaciones criminales y enfrentarse con
narcotraficantes violentos. Gracias a su experiencia y su autoconfianza, incluso en esta
situación, se las arregló para mantener la calma sin ceder al peso de la ansiedad y la
desesperación. Pero Yuuto también era consciente del hecho de que su anterior trabajo,
aunque fuera para él un apoyo emocional, era también una carga que provocaría un odio
innecesario hacia él en la cárcel.
El Bloque A se localizaba en la salida más lejana del ala oeste. Yuuto entró por las
puertas desbloqueadas y se abrumó al ver lo que se extendía ante sus ojos. El lado izquierdo
del enorme espacio de lo que parecía ser un atrio estaba ocupado por estériles jaulas, desde el
piso al techo, hechas de metal. La interminable fila de celdas se extendía hasta el fondo del ala
y subía con cuatro pisos de altura. Delante de las celdas de cada piso se encontraba un pasillo
hecho de rejilla de acero rodeado por una barandilla que llegaba a la cintura. Varios reclusos
descansaban sus brazos en ellas, observando a los recién llegados Yuuto y Matthew, con ávida
curiosidad.
En la pared opuesta habían pasillos de vigilancia que parecían balcones, llamados rieles
de armas. Los pasillos eran pequeños, alrededor de noventa centímetros de ancho, y estaban
situados a la misma altura que el segundo y cuarto piso. Desde ahí, los guardias podían
observar las celdas de un lado a otro.
Un anciano negro sentado en su cama echó un vistazo a Matthew y levantó las manos
exageradamente.
— ¡Por Dios, Guthrie! ¿Me estás tomando el pelo? ¡Es un crío blanco!
El guardia rió, afirmando que no era una broma, y empujó a Matthew a la jaula desde
atrás.
— El viejo y el niño. Harán un buen par. Si causan algún problema los dos serán
enviados a aislamiento. Lennix, estás en el tercer piso.
Mientras el guardia subía las escaleras, Yuuto hizo un modesta pregunta desde atrás.
— ¿No están separadas las celdas por razas? —La segregación era ilegal
independientemente del lugar. La Suprema Corte prohibía la separación de prisioneros por
raza en las prisiones estatales; pero era difícil de creer que las cárceles cumplieran esa ley. Los
conflictos interraciales eran una cuestión importante. Justamente el año anterior, un conflicto
entre negros y latinos en una prisión de Los Ángeles había escalado a ser un motín
involucrando a miles de personas.
— No hay restricciones en las áreas comunes. En cuanto a las celdas, tenemos a los
blancos en el Bloque B, los latinos en el Bloque C, y los negros en el Bloque D. Para los
prisioneros donde no hay cupo y de otras razas se colocan aquí, en el Bloque A.”
Yuuto estuvo ligeramente aliviado al oír eso. Si estos presos eran lo suficientemente
inofensivos para ser puestos en celdas de razas mixtas, significaba que probablemente no eran
racistas radicales o extremadamente violentos.
— Parece que no se encuentra. Puedes usar la litera de arriba. Tus cosas van en aquel
gabinete de allá. Puedes preguntarle a Burnford por lo demás.
Una vez que el guardia se fue, Yuuto colocó sus cosas sobre la cama y echó un vistazo
por toda la habitación. En el lado derecho de la celda estaba la litera, y en la parte de atrás
estaba el baño con una simple cortina de plástico y un pequeño lavabo. Sobre este habían dos
pequeños gabinetes de madera.
El antihigiénico y manchado colchón era delgado y duro. Las paredes grises estaban
oscurecidas por años de suciedad, lo cual hacía imposible adivinar de qué color habían sido
originalmente. Las ventanas con barrotes eran tan pequeñas, que apenas permitían entrar la luz
del mediodía.
Pero lo que más le cansaba a Yuuto era el tamaño del espacio. Se podía ver claramente
que, en un principio, se había creado la celda para un solo preso. Se sintió sofocado con la sola
idea de ser forzado a vivir todos los días con la presencia de un hombre al que ni siquiera
conocía. Yuuto soltó un gran suspiro dentro de su oscura celda.
— Eh, ¿puedo pasar? —Yuuto se dio vuelta para ver a Matthew parado en la entrada,
con una sonrisa incómoda—. ¿Qué tal si nos conocemos un poco más? Soy Matthew Caine.
Tú eres Yuuto, ¿no es así? —dijo con una sonrisa tímida.
Yuuto interiormente suspiró de nuevo. Podía entender que el chico se sintiera solo en su
primera vez en la cárcel, pero cuando pensó en lo que se avecinaba, prefería que el muchacho
no se apegará demasiado. Yuuto tenía suficiente con sus propios asuntos, y eso no incluía
cuidar a su amigo recién llegado.
— No es mi cama.
— En las acciones prohibidas, dice asesinato. ¿Puedes creer que en realidad tengan que
escribir eso? Es gracioso.
— Oh, vamos. Pero si estamos completamente vigilados —Dijo Matthew con los ojos
entrecerrados. Justo cuando Yuuto le había lanzado una mirada de lástima oyeron una voz
desde el pasillo.
— Hola, muchachos. Bienvenidos al Bloque A, ala oeste. Soy Michele Ronini. Vivo al
final de este piso. Pueden llamarme Micky. Encantado de conocerlos —dijo, extendiendo su
mano derecha.
Micky era un hombre alegre, con una nariz puntiaguda y rasgos pronunciados, una
apariencia italiana, como su nombre indicaba. Las puntas de su naturalmente rizado cabello
castaño oscuro se arremolinaban por todas direcciones. Parecía tener la misma edad que
Yuuto.
CONTINUARÁ