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Datos y créditos:

Mangaka: Takashina Yuu


Escritora: Aida Saki
Título: Deadlock
Género: Misterio, acción, drama
Traducción del japonés: Isolarium
Traducción del inglés: Ika-chan (Yaoi no Ai)
Prólogo
Pasos que se acercaban.

Yuuto tensó sus oídos mientras permanecía recostado, en la oscuridad. De entre los
pasos, distinguió el sonido del tintineo del metal contra el metal. Su corazón brincó con
expectación. “¿Y si…?”, pero con severidad se dijo que no debía tener alguna esperanza.
¿Cuántas veces, en las últimas dos semanas, esas pisadas lo habían decepcionado?

— Yuuto Lennix. Levántate —. Una voz fuerte resonó en la estrecha celda del centro de
detención. Yuuto abrió sus ojos y observó la pared vacía.

— ¡He dicho que te levantes! —Mandó el ayudante de alguacil con una voz irritable.
Yuuto lentamente se levantó de su cama y se volvió hacia la persona detrás de los barrotes.

— Ven y saca las manos.

Yuuto hizo lo que le mandó, se acercó a los barrotes y extendió sus manos a través del
espacio entre estos. El ayudante de alguacil lo esposó y abrió la reja de metal.

—El autobús sale en una hora. Ve a hacer tu examen físico y cámbiate.

— ¿A dónde iré? —Preguntó Yuuto en voz baja.

— Prisión Schelger —Replicó el alguacil.

Al oír la respuesta, Yuuto soltó un suspiro de alivio. Durante ese tiempo había tenido el
horrible presentimiento de que lo habían trasladado a la cárcel equivocada por algún error.

— Mala suerte. Tendrás que vivir con eso —Le dijo el ayudante, aparentemente
malinterpretando el suspiro de Yuuto.

No era de extrañar. Ningún criminal estaría agradecido de averiguar que sería transferido
a una célebre prisión de máxima seguridad.

Pero para Yuuto, la prisión Schelger era el único lugar que lo podía salvar.
Capítulo 1

— Oye, ¿cuántas veces te han encarcelado? —Susurró el joven blanco sentado a su lado.
El hombre rubio que había subido en San José no parecía tener más de veinte. Su rostro
ansioso aún conservaba algo de inocencia infantil, y lucía como un estudiante de secundaria.
Estaba pálido, como si estuviera mareado.

— Es mi primera vez —Replicó Yuuto Lennix. Contempló brevemente al joven antes


de regresar su rostro nuevamente hacia adelante. El frente y la parte trasera del autobús
estaban divididas con vallas de metal, y los guardias de seguridad estaban en ambos extremos
con rifles, observando a los reclusos dentro del vehículo.

— También es mi primera vez —dijo el joven—. Hablando de mala suerte. ¡No puedo
creer que, de todos los lugares, me estén llevando a la prisión Schelger! No es dónde...

— ¡Tú! ¡No se permite hablar! —Gritó una voz detrás de él. El joven se apresuró a
cerrar la boca.

Un ambiente de temor envolvió al autobús que llevaba una carga de veinte prisioneros
en overoles anaranjados, dirigiéndose directamente hacia el norte por la carretera interestatal.

La luz brillante de abril entraba a raudales por las ventanas de seguridad, en un marcado
contraste con los oscuros y nublados corazones de los prisioneros. ¿Cuándo sería la próxima
vez que verían la luz del sol? Yuuto se encontró sentimental mientras entrecerraba los ojos y
observaba el paisaje pasar.

Después de un rato, el autobús llegó a su destino. La Prisión Estatal Schelger, localizada


en California, era aún más grande de lo que decían los rumores. Una inmensa superficie de
tierra se extendía ante él y los acres que apenas podía estimar, estaban rodeados por kilómetros
y kilómetros de valla. Alrededor de la parte superior de la valla había una cantidad obscena de
alambre de púas en espiral, el cual, probablemente, estaba cargado con corriente eléctrica de
alta tensión.

El autobús se detuvo temporalmente enfrente de las puertas. Los guardias en las torres
de vigilancia a cada lado de la puerta permanecían de pie con los dedos en los gatillos de sus
rifles, dispuestos a disparar. Esta vista intimidante convenció a Yuuto de una vez por todas de
que ese lugar era la prisión de máxima seguridad más resguardada de los Estados, con una
historia de más de cien años. Aproximadamente dos mil quinientos reos cumplían aquí sus
sentencias.

Las puertas se abrieron y el autobús se sacudió cuando se puso en marcha una vez más.
Rodó alrededor de los amplios terrenos acordonados de alambre. Había canchas de básquetbol
y pistas de squash, y se podían ver los prisioneros en mezclilla azul merodeando en grandes
grupos.

El autobús se detuvo enfrente de un gran edificio. El guardia de adelante abrió la jaula.


Fueron instruidos a salir del autobús de uno en uno. Un guardia caucásico con ojos afilados y
nariz de gancho los saludo fuera de este, ladrando a la fila de prisioneros como un sargento del
infierno.

— ¡Bienvenidos a la Prisión Estatal Schelger! —gritó—. Primero: aquí, la palabra del


guardia es absoluta. No me importa que puesto importante hayan tenido allá afuera, o que tan
gamberros eran. Una vez que están dentro, no importa. Mientras estén aquí no piensen que
pueden ir por ahí con una actitud rebelde. Desobedecen órdenes o muestran un
comportamiento sospechoso, y lo más probable es que se les dispare. ¡Vean la torre de tiro allá!
—El guardia apuntó a la torre de vigilancia en medio del jardín. Un guardia observaba con un
rifle en mano—. Digamos que sucede una revuelta. Soltaremos un disparo al aire. Si lo
escuchan, tienen que agacharse y tenderse sobre su estómago. Si escuchan un disparo después
de ese significa que hemos acribillado a alguien. Todos los guardias en las torres de vigilancia
son expertos tiradores, quienes pasan tres horas cada día en los campos de tiro. ¡Tengan eso en
mente! —Espetó el guardia amenazadoramente, antes de ordenarles a hacer la fila para ingresar
al edificio.

Yuuto y el resto de los presos arrastraron los pies hacia adelante como si fueran un
lamentable ganado siendo conducido, con sus manos y pies en grilletes. Los presos que
observaban desde el otro lado de la cerca comenzaron a burlarse de ellos.

— ¡Oye, rubiesito! ¿Te gustaría ser mi perra? ¡Te visitaré mas tarde!”

— ¡Parece que quieres pasar un buen rato!”

Les bañaron con vulgares burlas, una tras otra, mientras pasaban. Un hombre negro
llamó a Yuuto.

— ¡Tú! La perra amarilla, sí, a ti te hablo.

Cuando Yuuto lo miró, el hombre negro sonrió y golpeó la valla de alambre. Llevaba un
sombrero de lana justo por encima de sus ojos, con un arete de plata en su oreja derecha. Era
corpulento y parecía en sus treintas, con un físico impresionante como el de un jugador de
fútbol profesional.

— Nunca he jodido un polluelo amarillo antes. Me dejarás probar, ¿no? No puedo


esperar para aprovechar ese dulce culo —Dijo el hombre antes de mostrar su dedo corazón.

Yuuto apretó los dientes contra la humillación y apartó la mirada del hombre. A partir de
ese momento, probablemente experimentaría un sinnúmero de burlas e insultos de la misma
clase. Si dejaba que su ira le llenará cada vez que eso pasará, no duraría en aquel lugar.

Puesto que no había mujeres en la cárcel, los hombres jóvenes con caras bonitas eran los
primeros en ser cazados. Yuuto tenía veintiocho años, pero sabía que los de origen asiático se
veían a menudo más jóvenes. Por eso se había negado deliberadamente a afeitarse desde que
fue puesto en el centro de detención. No sabía cuán efectivo sería su rebelde vello facial, pero
tenía que defenderse de cualquier forma que podía contra problemas innecesarios.

Fueron sometidos a un chequeo físico tan pronto como entraron en la cárcel. La


exploración física fue exhaustiva, los desnudaron y los examinaron hasta en sus anos. Si ese
hecho le hubiese ocurrido antes de haber sido arrestado habría sido una humillación
insoportable para él. Pero, quizás era que se había acostumbrado desde sus días en el centro de
detención, o quizás se había quedado sin emociones, pero Yuuto no encontró particularmente
angustiante la experiencia. Yuuto se había convertido en reo desde el momento en que había
sido sentenciado como culpable. Al igual que un perro bien educado, abrió su boca y sacó la
lengua cuando se le ordenó el guardia, se inclinó y abrió las piernas cuando le indicó que
mostrará su trasero. Un preso no tenía derecho a la más básica de las dignidades humanas.

Se puso el uniforme de la cárcel provisto para él. Estaba pasando por los procedimientos
de admisión de la prisión en una habitación separada, cuando la puerta se abrió y un hombre
entró. Era un hombre mayor vistiendo un traje de tres piezas. El oficial a cargo se levantó a
toda prisa.
— Director Corning. ¿Sucede algo? —Preguntó.

— Solo estoy patrullando. Después de todo, es una parte importante de mi trabajo saber
qué es lo que ocurre en este lugar —Corning lanzó una mirada a Yuuto, quien también se
encontraba de pie, antes de llegar a los documentos en el escritorio.

— Entonces, trabajaste para la DEA antes de ser arrestado, ¿no es así?

Yuuto no le contestó.

— ¡Este hombre es el director de la prisión! ¡Respóndele! —Ladró el guardia a cargo.

—… Así es —Replicó Yuuto.

— Cuéntame sobre el trabajo que hacías —Le exigió Corning, pidiendo detalles.

— Era investigador —Respondió Yuuto simplemente. Corning frunció el ceño y


sacudió la cabeza.

— Es una pena. Un tipo como tú, persiguiendo el crimen en las líneas frontales,
terminando como un criminal. He escuchado que estas aquí por asesinar a uno de los tuyos.
No se puede llegar más bajo que eso, ¿verdad?

Yuuto fue cuidadoso al no mirar a Corning a los ojos. No quería que el hombre supiera
de la violenta ira que se arremolinaba en las profundidades de su corazón.

“Matar a uno de los suyos” era un insulto que Yuuto encontraba difícil de soportar.
Yuuto, de hecho, no había asesinado a su colega, Paul McLean. Paul era su compañero y mejor
amigo. Yuuto decía con convicción que, aparte de la familia de Paul, nadie había llorado más
profundamente por su muerte que él. Así de importante había sido Paul para él.

Como investigadores de la DEA, los dos se habían disfrazado de narcotraficantes para


infiltrarse en una red de contrabando de drogas en New York. En el transcurso de un año,
habían conseguido penetrar profundamente en la organización y finalmente lograron arrestar a
la persona al mando. Pero la gloria fue corta; dos semanas después, Paul fue apuñalado a
muerte en su casa por un asesino no identificado.

Paul era cuatro años mayor que Yuuto, y era un investigador muy competente. Su calma
y tranquilidad lo hacían el compañero perfecto para Yuuto, incluso sus jugadas más
imprudentes o en esas pocas ocasiones en los que debían actuar rápido, jamás salía con el rabo
entre las patas y siempre desarrollaba un plan de acción al mínimo detalle. Yuuto admiraba a
Paul más que a nadie, como amigo y como e investigador; era un hombre en el que Yuuto
podía confiar su vida.

Entonces, lo mataron.

Yuuto se había quedado sin aire de la impresión cuando recibió la noticia, pero lo que le
esperaba era una tragedia aún mayor.

Por razones desconocidas, las huellas digitales de Yuuto se encontraban en el arma


homicida, un cuchillo de cocina dejado en la escena del crimen. La policía arrestó a Yuuto bajo
sospecha de ser el asesino de Paul McLean. El cuchillo que el detective colocó frente a él
durante el interrogatorio era, de hecho, el cuchillo de la cocina de Yuuto, que se suponía debía
estar en su casa. Yuuto protestó desesperadamente que alguien lo debía haber robado cuando
no se encontraba en ella, pero la policía continuó acusándolo basándose en las declaraciones de
testigos oculares que habían visto discutir a Yuuto y Paul en su bar local, la noche antes del
asesinato.

De vez en cuando, Yuuto tenía acaloradas discusiones con Paul sobre las tácticas de
investigación. Era verdad, esa noche, los dos se habían emborrachado y tenían una discusión lo
suficientemente alta como para atraer la atención de todos alrededor. Pero la discusión no
había sido de aquellas que dejan algún rencor. Esas riñas eran comunes para ellos.

La policía no creyó ni una sola palabra de la historia de Yuuto. No tenía una coartada
porque vivía solo. Las circunstancias lo habían puesto en desventaja. Sin embargo, continuó
negando la acusación, en la creencia de que finalmente una adecuada investigación hallaría la
verdad.

No obstante, lo impensable ocurrió cuando su casa fue registrada. Se halló e incauto


cocaína, cocaína que no le pertenecía. La policía saltó a la conclusión de que Paul había
descubierto que Yuuto consumía cocaína, lo que provocó la discusión y condujo a Yuuto a
asesinar a Paul para callarlo. Bajo este supuesto, la policía dio una crítica mordaz sobre Yuuto.

Alguien debió haberse escabullido en su departamento, tomado el cuchillo y escondido


la cocaína. No había duda. Estaba claro de que era un premeditado crimen muy bien pensado.
A lo largo del brutal interrogatorio al que fue sometido por la policía, Yuuto insistía en que la
red de narcotráfico probablemente había asesinado a Paul y lo incriminaron falsamente como
venganza por haber sido desenmascarados. Incluso durante la lectura de cargos, Yuuto
continuó declarándose inocente.

El asesinato de Paul McLean fue llevado a juicio por un jurado, pero los doce miembros
fueron despiadados en su decisión. Yuuto fue declarado culpable. El jurado estaba compuesto
por ocho caucásicos, dos afroamericanos y dos latinoamericanos. Tal vez habría sido
condenado de manera diferente si fuera caucásico. Por primera vez en su vida, Yuuto se
maldijo por el hecho de que su piel no fuera blanca.

La discriminación racial era desenfrenada en los tribunales. Por ejemplo, si un


afroamericano asesinaba a un caucásico, tenía más probabilidades de ser condenado a muerte
que si un caucásico asesinara a un afroamericano, o si un afroamericano matara a otro
afroamericano. En el sistema judicial estadounidense, la vida de un caucásico era más preciada
que cualquier otra.

— Pero vivías en New York y fuiste arrestado ahí. ¿Por qué fuiste transferido a este
lugar? — Preguntó Corning perplejo.

Actualmente, el estado de California prohibía el traslado de reclusos de otros estados.


Yuuto sintió saltar a su corazón, pero mantuvo una apariencia indiferente.

— Mi familia vive en Los Ángeles, así que pedí estar en un lugar cercano —dijo en voz
baja—. Pero todas las prisiones estaban al tope, por eso fui transferido aquí.

Corning desestimó su respuesta con un resoplido y una inclinación de cabeza.

— En Los Ángeles tienen un grave problema de superpoblación —admitió.

Una vez que terminaron los procedimientos y Yuuto salió de la habitación, Corning le
llamó.

— Lennix. La policía es el enemigo de los internos, pero también lo es la DEA.


Asegúrate de mantener tu trabajo anterior en secreto a toda costa. No toleraré ninguna pelea
en mi prisión. Aquí, eres un prisionero como el resto. Encerrados y alimentados como ganado.
En realidad, muchos son incluso menos que eso, porque no se les puede enviar al matadero
para que se los coman. Todos aquí valen menos que el ganado. Ya tienes algo en que pensar
cuando te vayas a la cama esta noche.
Su abuso verbal era impensable para alguien en su posición. Yuuto estaba disgustado. Si
el tipo que se encontraba en la cima pensaba de esta manera, entonces los guardias de la
prisión, por debajo de él, probablemente, harían lo mismo.

Después de eso, Yuuto recibió un chequeo médico y una explicación de las reglas de la
prisión. Se le dio su tarjeta de identificación con fotografía y número de recluso, y suministros
como sábanas y artículos de tocador. El número de recluso de Yuuto era el 40375.
Aparentemente, tenía que dar ese número y su nombre al guardia durante el encierro y el pase
de lista que ocurría cinco veces al día.

— Yuuto Lennix, Matthew Caine, síganme. Sus celdas están en el Bloque A, ala oeste, —
mandó el joven guardia de la prisión. El otro nombre que había llamado, Matthew Caine,
pertenecía al chico que había hablado con él en el autobús. Matthew, aparentemente
agradecido de que estuvieran juntos, le dio a Yuuto una mirada de alivio mientras cargaba sus
cosas en sus brazos.

Matthew no solo tenía una cara infantil, también tenía un cuerpo pequeño. Al parecer,
pesaba unos cincuenta kilos. La parte superior de su cabeza llegaba a los ojos de Yuuto. Yuuto
medía uno con siete metros, lo que significaba que Matthew probablemente era más bajo que
eso.

El guardia les dijo que él se encontraba a cargo del Bloque A mientras caminaba por
delante de ellos, entonces se dio la vuelta para mirar a Matthew con una sonrisa enigmática.

— Caine, eres un tipo desafortunado. El ala oeste está plagado de violentos criminales y
reclusos a largo plazo. Normalmente, alguien con una condena de dos años sería enviado con
baja seguridad al ala este, pero desafortunadamente está lleno.

Matthew parecía un estudiante que se le ha dado una detención por parte de su profesor.
Miró al guardia con una agitada mezcla de ansiedad e insatisfacción.

— Pero seré transferido al ala este si hay algún lugar, ¿verdad?

El guardia fue evasivo y dijo que dependía del tiempo.

— No puede ser —murmuró Matthew.

Yuuto sentía lástima por la situación de Matthew. No había manera alguna de que los
hambrientos y lujuriosos reclusos dejarán en paz a un joven recién llegado. El mismo Yuuto se
encontraba en una situación similar, pero tenía orgullo por sí mismo al haber trabajado como
investigador de narcóticos durante cinco años. La mayoría de sus misiones consistían en dar
grandes golpes y hacer misiones encubiertas, las cuales eran las de mayor peligro. Había
ocultado su identidad para introducirse en las organizaciones criminales y enfrentarse con
narcotraficantes violentos. Gracias a su experiencia y su autoconfianza, incluso en esta
situación, se las arregló para mantener la calma sin ceder al peso de la ansiedad y la
desesperación. Pero Yuuto también era consciente del hecho de que su anterior trabajo,
aunque fuera para él un apoyo emocional, era también una carga que provocaría un odio
innecesario hacia él en la cárcel.

El Bloque A se localizaba en la salida más lejana del ala oeste. Yuuto entró por las
puertas desbloqueadas y se abrumó al ver lo que se extendía ante sus ojos. El lado izquierdo
del enorme espacio de lo que parecía ser un atrio estaba ocupado por estériles jaulas, desde el
piso al techo, hechas de metal. La interminable fila de celdas se extendía hasta el fondo del ala
y subía con cuatro pisos de altura. Delante de las celdas de cada piso se encontraba un pasillo
hecho de rejilla de acero rodeado por una barandilla que llegaba a la cintura. Varios reclusos
descansaban sus brazos en ellas, observando a los recién llegados Yuuto y Matthew, con ávida
curiosidad.

En la pared opuesta habían pasillos de vigilancia que parecían balcones, llamados rieles
de armas. Los pasillos eran pequeños, alrededor de noventa centímetros de ancho, y estaban
situados a la misma altura que el segundo y cuarto piso. Desde ahí, los guardias podían
observar las celdas de un lado a otro.

— Caine, tú estás en esa celda del primer piso.

Matthew cautelosamente se acercó a la celda que el guardia había apuntado.

— Howes, tienes un recién llegado. Cuida de él, ¿quieres?

Un anciano negro sentado en su cama echó un vistazo a Matthew y levantó las manos
exageradamente.

— ¡Por Dios, Guthrie! ¿Me estás tomando el pelo? ¡Es un crío blanco!

El guardia rió, afirmando que no era una broma, y empujó a Matthew a la jaula desde
atrás.
— El viejo y el niño. Harán un buen par. Si causan algún problema los dos serán
enviados a aislamiento. Lennix, estás en el tercer piso.

Mientras el guardia subía las escaleras, Yuuto hizo un modesta pregunta desde atrás.

— ¿No están separadas las celdas por razas? —La segregación era ilegal
independientemente del lugar. La Suprema Corte prohibía la separación de prisioneros por
raza en las prisiones estatales; pero era difícil de creer que las cárceles cumplieran esa ley. Los
conflictos interraciales eran una cuestión importante. Justamente el año anterior, un conflicto
entre negros y latinos en una prisión de Los Ángeles había escalado a ser un motín
involucrando a miles de personas.

— No hay restricciones en las áreas comunes. En cuanto a las celdas, tenemos a los
blancos en el Bloque B, los latinos en el Bloque C, y los negros en el Bloque D. Para los
prisioneros donde no hay cupo y de otras razas se colocan aquí, en el Bloque A.”

Yuuto estuvo ligeramente aliviado al oír eso. Si estos presos eran lo suficientemente
inofensivos para ser puestos en celdas de razas mixtas, significaba que probablemente no eran
racistas radicales o extremadamente violentos.

— ¿Eres chino? —preguntó el guardia.

— No. Japonés-americano —Replicó Yuuto.

— Japonés, ¿eh? No vemos muchos de esos aquí. Tu compañero de celda es Dick


Burnford. Blanco. No es alguien en quien confiar, pero puedes estar seguro que no es racista
—El guardia caminó medio pasillo antes de observar la celda con escasa luz.

— Parece que no se encuentra. Puedes usar la litera de arriba. Tus cosas van en aquel
gabinete de allá. Puedes preguntarle a Burnford por lo demás.

Una vez que el guardia se fue, Yuuto colocó sus cosas sobre la cama y echó un vistazo
por toda la habitación. En el lado derecho de la celda estaba la litera, y en la parte de atrás
estaba el baño con una simple cortina de plástico y un pequeño lavabo. Sobre este habían dos
pequeños gabinetes de madera.

El antihigiénico y manchado colchón era delgado y duro. Las paredes grises estaban
oscurecidas por años de suciedad, lo cual hacía imposible adivinar de qué color habían sido
originalmente. Las ventanas con barrotes eran tan pequeñas, que apenas permitían entrar la luz
del mediodía.

Pero lo que más le cansaba a Yuuto era el tamaño del espacio. Se podía ver claramente
que, en un principio, se había creado la celda para un solo preso. Se sintió sofocado con la sola
idea de ser forzado a vivir todos los días con la presencia de un hombre al que ni siquiera
conocía. Yuuto soltó un gran suspiro dentro de su oscura celda.

— Eh, ¿puedo pasar? —Yuuto se dio vuelta para ver a Matthew parado en la entrada,
con una sonrisa incómoda—. ¿Qué tal si nos conocemos un poco más? Soy Matthew Caine.
Tú eres Yuuto, ¿no es así? —dijo con una sonrisa tímida.

Yuuto interiormente suspiró de nuevo. Podía entender que el chico se sintiera solo en su
primera vez en la cárcel, pero cuando pensó en lo que se avecinaba, prefería que el muchacho
no se apegará demasiado. Yuuto tenía suficiente con sus propios asuntos, y eso no incluía
cuidar a su amigo recién llegado.

Mientras entraba y se sentaba en la litera de abajo, Matthew no pareció percatarse de la


consternación de Yuuto.

— No te sientes ahí, Matthew — Le advirtió Yuuto.

— ¿Por qué no? — Preguntó Matthew con inocente sorpresa.

— No es mi cama.

Matthew se levantó, parecía desconcertado.

— ¿Qué pasaría si mi compañero llegara y viese a un recién llegado sentado en su cama?


—Explicó Yuuto—. Ni tú ni yo tenemos alguna idea de si este tipo es lo suficiente indulgente
para dejarte ir.

Matthew se encogió de hombros.

— Te preocupas mucho —dijo—. Si se ofende, me disculparé.

Aunque no era de su incumbencia, Yuuto comenzó a sentir un seria preocupación por


Matthew. Este chico no sólo era fácilmente asustadizo, también era poco perspicaz y lento
para comprender indirectas. Probablemente no sobreviviría por mucho tiempo ahí, en esa
prisión llena de reclusos agresivos.
— De todos modos, cambiando de tema, ¿has visto esta guía? —preguntó Matthew con
incredulidad mientras alcanzaba el folleto sobre la cama. La guía explicaba en detalle las reglas
de la prisión y los castigos por realizar actos prohibidos.

— En las acciones prohibidas, dice asesinato. ¿Puedes creer que en realidad tengan que
escribir eso? Es gracioso.

— Probablemente es una muestra de cuanta violencia ocurre aquí dentro.

— Oh, vamos. Pero si estamos completamente vigilados —Dijo Matthew con los ojos
entrecerrados. Justo cuando Yuuto le había lanzado una mirada de lástima oyeron una voz
desde el pasillo.

— Treinta y tres personas.

Yuuto giró para ver al joven parado en la entrada de la celda.

— Hola, muchachos. Bienvenidos al Bloque A, ala oeste. Soy Michele Ronini. Vivo al
final de este piso. Pueden llamarme Micky. Encantado de conocerlos —dijo, extendiendo su
mano derecha.

Yuuto dio su nombre e intercambiaron un breve apretón de manos. Matthew pareció


reanimarse con el estilo amigable de Micky. Una sonrisa abierta y sin reservas se extendió por
su rostro.

— Encantado de conocerte también —dijo mientras devolvía firmemente el apretón de


manos.

Micky era un hombre alegre, con una nariz puntiaguda y rasgos pronunciados, una
apariencia italiana, como su nombre indicaba. Las puntas de su naturalmente rizado cabello
castaño oscuro se arremolinaban por todas direcciones. Parecía tener la misma edad que
Yuuto.

— Soy Matthew Caine. Puedes llamarme Matthew —dijo el muchacho—. Entonces, ¿a


qué te referías con treinta y tres personas? —preguntó. Micky se apoyó en la pared y dio una
respuesta casual.

— El número de presos asesinados aquí el último año. Un cálculo aproximado de dos


personas al mes. Por otra parte, las lesiones por peleas y todo lo demás suceden diariamente.
Matthew tensó su rostro. Micky le palmeó suavemente el hombro.

— No te preocupes —añadió jovialmente—, la probabilidad de que tengas un accidente


automovilístico en el mundo de fuera sigue siendo más alta…

CONTINUARÁ

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