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Introducción a la ética de Kant (1) (primer capítulo de la

Fundamentación de la metafísica de las costumbres)


por Erich Luna
Las siguientes notas tienen como fin el hacer de esquema de práctica dirigida para los
alumnos del curso de Ética de Gonzalo Gamio, del cual soy jefe de práctica. Tiene como
fin, pues, el ser una especie de guía esquemática e introductoria a una serie de problemas
abiertos (y relacionados), en parte, con la propuesta ética de Immanuel Kant. El texto base
para esta sesión es el primer capítulo “Tránsito del conocimiento moral común de la razón
al filosófico” de la Fundamentación para una metafísica de las costumbres,traducción de
Roberto Aramayo, Madrid: Alianza Editorial, 2002.
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Kant inicia este primer capítulo sosteniendo que no podemos pensar nada en este mundo
(ni fuera de este) irrestrictamente bueno, salvo una buena voluntad. Revisemos lo demás:

1. Los talentos del espíritu: inteligencia, ingenio, discernimiento.


2. Las cualidades del temperamento: coraje, tenacidad, perseverancia en las
resoluciones.
3. Los dones de la fortuna: poder, riqueza, pundonor, salud.
4. La felicidad: es el pleno bienestar, un hallarse contento con el estado en el que
uno se encuentra.

1 y 2 son cosas buenas y deseables, pero también pueden ser malas y dañinas, si es que la
voluntad no es buena (si no tiene un buen carácter). 3 y 4 pueden infundir coraje e
insolencia, si es que una buena voluntad no corrije su influjo sobre el ánimo. Debe hacer
esto adecuando a un fin universal el principio global del obrar (63). La buena voluntad es
incluso un requisito para ser dignos de la felicidad. Ninguno de estos 4 tiene un valor
intrínseco e incondicional. Por ejemplo:

 La moderación puede ser buena, pero sin buena voluntad puede servirle a alguien
con sangre fría, sin buena voluntad, a no obrar moralmente.

La buena voluntad, en Kant (y esto es algo central), no es buena por lo que produce o
logra. Su querer es lo único que la hace buena. La utilidad o el fracaso de lo que resulte
no añaden o quitan valor a la buena voluntad. Después de esto, Kant va a buscar asociar
la moralidad (en un sentido específico) con la racionalidad y la voluntad, a partir de la
diferencia del ser humano con los seres no racionales. La idea es que un ser dispuesto
para la vida que, además, posee razón, no parece tener por fin el ser feliz, conservarse,
que todo le salga bien y que en todo le vaya bien. Y es que, para Kant, esos fines hubieran
sido mejor conseguidos con el instinto. Desde esta perspectiva la razón serviría para
reflexionar sobre este instinto, ademirarlo, estarle agradecido y disfrutarlo. No se le
permitiría a la razón tener un uso práctico. Kant ahonda en esto señalando que quienes
cultivan más su razón, son los que menos disfrutan, los que menos bienestar sienten. La
respuesta de esto, es que la razón no tiene como propósito supremos dicho bienestar y
dicha finalidad. La razón nos ha sido dada, según Kant, como una capacidad práctica, es
decir, que tiene influjo sobre la voluntad. Conclusión:

(…) el auténtico destino de la razón tiene que consistir en generar una buena
voluntad en sí misma y no como medio con respecto a uno u otro propósito (…)
(68)

Esta voluntad constituye, pues, el bien supremo. El resultado de establecer a través de la


razón dicha buena voluntad tiene, como resultado, el sentir:

Un contento muy idiosincrásico, nacido del cumplimiento de una meta que a su


vez sólo determina la razón, aun cuando esto deba vincularse con algún
quebranto para los fines de la inclinación (68).

Kant pasa luego de esto a analizar el concepto de deber, ya que piensa que es necesario
esclarecerlo con el fin de esclarecer el desarrollo de la buena voluntad que la razón debe
establecer, a través de su influjo en la voluntad. Hay acá varios tipos de acción:

1. Acción contra el deber.


2. Acción conforme al deber: son las ejecutadas por una inclinación no inmediata,
en función de un propósito egoísta. Lo que se tiene es un propósito interesado.

Ejemplo: un vendedor puede vender un producto a un mismo precio, sin importar quien
lo compre. Sin embargo, no sabemos si es que su único propósito es tener beneficios y
no, por ejemplo, porque elige no discriminar a nadie.

Ejemplo: ayudar porque nos causa placer hacerlo, es una inclinación.

3. Acción por deber: [hay una inclinación inmediata]. En este caso la máxima alberga un
contenido moral.
Ejemplo: cuando uno padece desgracias en su vida y llega a no quererla, pero uno no opta
por el suicidio, ya que elige conservarla, aunque no le gusta, por mor del deber, sin
inclinación.

Ejemplo: ayudar por deber.

“Sólo en el caso de que aquel filántropo viera nublado su ánimo por la propia
pesadumbre y ésta suprimiese cualquier compasión hacia la suerte ajena
quedándole todavía capacidad para remediar las miserias de los demás, pero esa
penuria extraña no le conmoviera por estar demasiado concernido por la propia
y, una vez que ninguna inclinación le incitase a ello, lograra desprenderse de tal
fatal indiferencia y acometiera la acción exclusivamente por deber al margen de
toda inclinación, entonces y sólo entonces posee tal acción su genuino valor
moral” (71).

El supremo valor es, pues, hacer el bien por deber y no por inclinación. Lo que el ser
humano tiene, en relación a la felicidad, es una inclinación. Kant llega a decir que es en
esta inclinación donde quedan compendiadas todas las demás inclinaciones. En todo caso
si de propiciar(nos) la felicidad se trata, la idea es hacerlo por deber y no por inclinación.
Solamente de esta manera tendría, la búsqueda de la felicidad, un genuino valor moral.
Kant nos recuerda, además, el pasaje bíblico en el que se nos ordena amar a nuestros
enemigos. Y es que este amor es un amor que se nos impone por deber, pero no por
inclinación (amor práctico, no patológico).
La segunda tesis central es la siguiente: el valor moral reside en la máxima, no el el
propósito. La máxima es el principio del querer. Los fines, propósitos, móviles y efectos
no agregan o quitan valor moral a las acciones. El valor moral reside en el principio de la
voluntad. Aquí hay que distinguir dos cosas:
1. El principio a priori, que es formal.
2. El móvil a posteriori, que es material.
Una acción por deber es la que se da por un principio del primer tipo.

La tercera tesis sostiene que el deber significa que una acción


es necesaria por respeto hacia la ley. Hacia los objetos tenemos inclinaciones, pero no
respeto. Las inclinaciones tampoco pueden ser respetadas, solamente aprobadas o
amadas. Lo que es objeto es de respeto es lo que excluye la inclinación del cálculo de
elección es algo digno de respeto y de mandato. Lo único que puede satisfacer este
requisito es la ley práctica. La máxima del sujeto busca dar cumplimiento a dicha ley,
incluso en el caso en el que esto genere perjuicio en mis inclinaciones. Distingamos:
 Máxima: principio subjetivo del querer.

 Ley práctica: principio objetivo (que puede hacer de principio subjetivo para los
seres racionales).

Lo esencial para el valor moral no puede ser, pues, nada que tenga que ver con el efecto
o con algún principio de la acción que esté motivado por el efecto de la acción. La
representación de la ley debe ser el motivo de la voluntad. Kant dice al respecto lo
siguiente:

Como he despojado a la voluntad de todos los acicates que pudieran surgirle a


partir del cumplimiento de cualquier ley, no queda nada salvo la legitimidad
universal de las acciones en general, que debe servir como único para la
voluntad, es decir, yo nunca debo proceder de otro modo salvo que pueda querer
también ver convertida en ley universal a mi máxima (76).
Kant prosigue con el ejemplo de hacer promesas que no cumpliremos. Dice que
podríamos prometer cosas que no vamos a cumplir, pero que también podemos
únicamente prometer cosas que cumpliremos. Sin embargo, en este segundo caso lo que
tenemos son dos posibilidades. En la primera, prometemos únicamente lo que vamos a
cumplir por prudencia, es decir teniendo en cuenta que los efectos futuros, a largo plazo,
serán mejores. Esta posibilidad no puede ser, si seguimos lo anterior, moral. El segundo
caso es el moral, que únicamente tiene por fundamento la universalización de la máxima.
No cumplir nunca lo que uno promete autodestruiría la máxima.
Introducción a la ética kantiana (2) (segundo capítulo de la Fundamentación de la
metafísica de las costumbres)
por Erich Luna
Las siguientes notas tienen como fin el hacer de esquema de práctica dirigida para los
alumnos del curso de Ética de Gonzalo Gamio, del cual soy jefe de práctica. Tiene como
fin, pues, el ser una especie de guía esquemática e introductoria a una serie de problemas
abiertos (y relacionados), en parte, con la propuesta ética de Immanuel Kant. El texto base
para esta sesión es el segundo capítulo “Tránsito de la filosofía moral popular a una
metafísica de las costumbres” de la Fundamentación para una metafísica de las
costumbres, traducción de Roberto Aramayo, Madrid: Alianza Editorial, 2002.
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Vimos en el post anterior, como Kant describía ciertos requisitos y rasgos propios de lo
que debería constituir esencialmente el valor moral de una acción. Lo que llama la
atención, y Kant lo sabe bien, es que parece difícil tener una absoluta certeza en lo que
respecta a si, de facto, ha habido alguna vez una acción de este tipo, es decir, una
acción moral como tal.
De hecho, resulta absolutamente imposible estipular con plena certeza mediante
la experiencia un solo caso donde la máxima de una acción, conforme por lo
demás con el deber, descanse exclusivamente sobre fundamentos morales y la
representación de su deber.

Kant piensa que la mayoría de nuestras acciones son hechas conforme al deber y no por
el deber. Y es que podría darse el caso de que los últimos fundamentos de determinación
de la voluntad sean, finalmente, motivaciones egoístas. Por eso Kant llega a pensar como
posible que nunca se haya realizado una acción moral, entendida de esta manera
radicalmente racional. Sin embargo, Kant nos insta a pensar que ese no es un argumento
suficiente para descartar dicha visión y obligación de lo que constituiría un mandato para
la acción que se quiera moral, ya que la razón busca prescribir lo que debe ser, aún a costa
de nunca haberse dado en el mundo.
Este carácter racional de la moralidad es, para Kant, válido para todo ser racional. Esto
implica pensar en una ley moral universal que trascienda a la condición humana. De ahí
que los ejemplos no puedan ser empíricos, ya que sería condicionar lo racional a lo
puramente humano. La voluntad debe ser determinada por fundamentos a priori, previos
a la experiencia. Los ejemplos necesitan de cierto ideal o criterio en base al cual los
juzgamos. De ahí que Kant considere que el concepto de moralidad no pueda derivarse
de unos cuantos ejemplos.

(…) justamente porque las leyes morales deben valer para cualquier ser racional,
se deriven dichas leyes de los conceptos universales de un ser racional en general,
y de este modo se presente primero toda moral como algo absolutamente
independiente de la antropología que precisa para su aplicación a los hombres
(lo cual se puede hacer muy bien en este tipo de conocimientos totalmente
separados), exponiendo la moral como filosofía pura, o sea, como metafísica (…)
(90).

Lo que tenemos es una idea de perfección moral que nuestra razón proyecta a priori.
Kant sostiene que cada cosa de la naturaleza opera con arreglo a leyes (91). Pero es el ser
racional el que se caracteriza por:

la capacidad de obrar según la representación de las leyes o con arreglo a


principios del obrar, esto es, posee una voluntad. Como para derivar acciones a
partir de leyes se requiere una razón, la voluntad no es otra cosa que razón
práctica. Si la razón determina indefectiblemente a la voluntad, entonces las
acciones de un ser semejante que sean reconocidas como objetivamente
necesarias lo serán también subjetivamente, es decir, la voluntad es una
capacidad de elegir solo aquello que la razón reconoce independientemente de la
inclinación como prácticamente necesario, o sea, como bueno (91).

Pero en el caso del ser humano las voluntades no es plenamente determinada por la razón.
Determinar la voluntad de acuerdo a la razón supone, para Kant, un apremio. La voluntad
del ser racional humano será determinada por fundamentos racionales, aunque no sean
obedecidos según la naturaleza de un ser puramente racional:

La representación de un principio objetivo, en tanto que resulta apremiante para


una voluntad, se llama mandato (de la razón) y la fórmula del mismo se
denomina imperativo (92).

El imperativo se expresa en un deber-ser. Los imperativos dicen lo que sería bueno hacer
a una voluntad que no siempre hace algo porque se lo representa como algo bueno. Lo
bueno debe ser entendido aquí como lo válido para cualquier ser racional en cuanto tal, a
través de causas objetivas (no subjetivas). Lo subjetivo particular (y no universal para
todo ser racional) que determina la voluntad sería lo agradable, no lo bueno.

Una voluntad divina no tendría que ver con apremio alguno, ya que estaría determinada
racionalmente siempre, en su modalidad subjetiva. Para una voluntad divina y para una
voluntad santa no hay imperativo alguno. Acá el querer siempre coincide con la ley. El
imperativo es la fórmula que expresa la relación de la ley objetiva del querer con la
imperfección del ser racional humano. Para Kant hay dos tipos de imperativos:
categóricos e hipotéticos.
Los imperativos hipotéticos:

(…) representan la necesidad práctica de una acción posible como medio para
conseguir alguna otra cosa que se quiere (o es posible que se quiera) (94).
Acá de lo que se trata es de una acción buena para otra cosa, para algún propósito que
sea posible (principio problemático-práctico) o real (principio asertórico-práctico).
Los imperativos de habilidad:

Todas las ciencias contienen alguna parte práctica, la cual consta de problemas
relativos a un fin posible para nosotros y de imperativos sobre cómo puede ser
alcanzado dicho fin. De ahí que tales imperativos puedan ser llamados
de habilidad (95).

Acá la cuestión no es moral, sino que se trata de una relación de medios-fines. La lógica
de un médico y de un asesino es, bajo este esquema de relación, el mismo.

El imperativo categórico:
(…) sería el que representaría una acción como objetivamente necesaria por sí
misma, sin referencia a ningún otro fin (94).

Acá de lo que se trata es de una acción que se representa como buena en sí


misma (principio apodíctico-práctico). Manda un proceder inmediato. No tiene que ver
con la materia de la acción, ni con lo que podrá resultar de ella. Lo importantes es
la forma y el principio de la acción. Lo bueno de acción es, aquí, la intención (sin
importar el grado de éxito que se pueda tener con ella). Es el imperativo de la moralidad.
Después de esto Kant afirma que, si bien podemos encontrar una multiplicidad de fines,
en el caso de los seres racionales dependientes de imperativos, en realidad hay un
propósito principal y fundamental: el de la felicidad. El imperativo hipotético que
promueve este fin es el asertórico. La habilidad humana para poder proveernos del mayor
bienestar propio que podamos tener es lo que Kant llamará prudencia.
Hasta aquí tenemos:

1. Reglas de la habilidad. Son los imperativos técnicos, referentes al arte.

2. Consejos de la prudencia. Es subjetivo porque la felicidad es contingente y tiene


que ver con lo particular de cada sujeto y de cada situación. Son los imperativos
pragmáticos, los que conciernen a la felicidad. No son mandatos, ya que son
contingentes y no necesarios. Son consejos. La felicidad es un ideal de la
imaginación, no de la razón.

3. Mandatos (leyes) de la moralidad. La ley es el único concepto de objetiva


necesidad incondicionada, valida universalmente. El cumplimiento de la ley
obligatoria debe ir, incluso, en contra de la inclinación. No está limitado por
ninguna situación o condición: es absolutamente necesario. Es el imperativo
moral, el que tiene que ver con la conducta libre en general, con las costumbres
(99).

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