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El sujeto de la democracia, más que el votante, es el ciudadano. En este marco, la ciudadanía, que
en las últimas semanas se ha apoderado masivamente de las calles, demandando cambios esenciales
en el sistema político y jurídico del país, el fin de la corrupción y procesar a los responsables, para
enfrentar la crisis, está enviando claros mensajes. La crisis que vive el país no puede mantenerse
por mucho tiempo estancada; tendrá que resolverse tarde o temprano, de una u otra manera. Por
supuesto, dicha realidad debería resolverse dando un salto cualitativo hacia adelante, hacia lo
nuevo, hacia el progreso.
Caso contrario, es saludable tener presente el siguiente proverbio chino: “Una sola chispa puede
incendiar la pradera”.
La sumisión y el fatalismo que suelen adoptar los sectores populares frente a los grupos
oligárquicos dominantes no es un proceso surgido de la noche a la mañana. Éste se fue cimentando
paulatinamente a través del tiempo mediante una diversidad de mecanismos de adoctrinamiento
y/o alienación (en su mayoría, invisibilizados) que, de un modo reiterativo, convence a un amplio
número de personas de lo irremediable (y hasta deseable) que son las circunstancias negativas en
que viven. Sobre esta base se legitimó el estado de cosas imperante, convirtiendo la posibilidad de
su transformación en algo difícil y, en muchos casos, imposible de lograr. Por ello, el
cuestionamiento profundo de las estructuras sobre las cuales se erige este orden exige derribar esta
falsa conciencia de los sectores populares, animándolos a comprender la verdadera naturaleza de
su soberanía y el papel histórico que les correspondería cumplir.
En tal contexto, es imprescindible que quienes impulsen este cuestionamiento y aspiren que el
mismo sirva de fundamento para concretar una revolución realmente emancipatoria e integral,
deban hacer acopio de toda una creatividad teórica, aun cuando su originalidad esté condicionada
por la formación recibida. Entre éstos ha de manifestarse de un modo siempre constante el
compromiso teórico-práctico para transformar realmente la realidad política, económica, social, y
cultural -elevando, simultáneamente, su propia conciencia- sin la interferencia de dogma alguno;
lo que deberá conducir a la construcción de unos nuevos paradigmas. Por consiguiente, ha de haber
espacios para que se exprese la conciencia crítica -más la acción revolucionaria, por supuesto- de
los sectores populares, de forma que entre ellos se fomente la cultura del debate como un rasgo
distintivo de la nueva democracia y la nueva ciudadanía por crearse; sin reducirla al ámbito
meramente reivindicativo, como suelen hacerlo los demagogos y oportunistas.
Producir una revolución social, política, económica y cultural de un nuevo tipo -desde las raíces
mismas de las luchas populares- es sostener de manera continua el cuestionamiento a lo ahora
existente, no sólo en lo simplemente discursivo. Caso contrario, sólo habrá el entronizamiento de
una nueva casta gobernante (con los mismos vicios y prejuicios de su predecesora), las mismas
relaciones de poder denunciadas y cierta frustración y/o decepción por los limitados resultados
alcanzados Como diría el prócer cubano José Martí, "con Guaicaipuro, Paramaconi, los desnudos
y heroicos Caracas hemos de estar y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que
los ataron, ni con los aceros que los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron".
Esto nos lleva a citar también, con su peculiar forma de escribir, al inquieto pensador Simón
Rodríguez cuando plantea: "¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original=
ORIGINALES han de ser sus instituciones y su Gobierno= y ORIGINALES los medios de fundar
uno y otro. O Inventamos o Erramos".