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Nueva ciudadanía y democracia

Independientemente de la polisemia de la categoría democracia, mediando una relativa


controversia, puede afirmarse que democracia es la forma de gobierno del Estado, a través de la
cual, por medio de un proceso electoral, los ciudadanos tienen la oportunidad de escoger libremente
quiénes serán sus gobernantes. La democracia también es una forma de construir, garantizar y
expandir la libertad, la justicia y el progreso, organizando las tensiones y los conflictos que generan
las luchas de poder. Es evidente, entonces, que la democracia no se reduce a procesos legales que
regulan el método para elegir y ser elegido. Los procesos electorales son inherentes a la
democracia, pero únicamente son una parte.

Puede afirmarse que en Guatemala, desde la promulgación de la Asamblea Nacional Constituyente


del Decreto Ley No. 1-85, que contiene la Ley Electoral y de Partidos Políticos, formalmente,
existe una democracia electoral, pero este hecho jurídico y político, en la presente coyuntura, no
responde a las demandas colectivas de la ciudadanía. El desarrollo de la democracia tiene varios
años de estar estancado, no es el vehículo para dar respuesta a fenómenos políticos y sociales que
atormentan cotidianamente a los guatemaltecos. Guatemala vive una democracia que rápidamente
envejece y camina hacia su extinción, y ser reemplazada por una nueva democracia, hegemonizada
por una joven ciudadanía. El proceso es inevitable: lo viejo desaparecerá abriendo paso a lo nuevo.

El sujeto de la democracia, más que el votante, es el ciudadano. En este marco, la ciudadanía, que
en las últimas semanas se ha apoderado masivamente de las calles, demandando cambios esenciales
en el sistema político y jurídico del país, el fin de la corrupción y procesar a los responsables, para
enfrentar la crisis, está enviando claros mensajes. La crisis que vive el país no puede mantenerse
por mucho tiempo estancada; tendrá que resolverse tarde o temprano, de una u otra manera. Por
supuesto, dicha realidad debería resolverse dando un salto cualitativo hacia adelante, hacia lo
nuevo, hacia el progreso.

Independientemente de lo anterior, debe subrayarse: en el ámbito electoral, no basta votar. Es


indispensable saber por cuál candidato se puede optar, y, al hacerlo, tener plena conciencia de optar
por propuestas programáticas que respondan objetivamente a las demandas del votante. Conocer
las propuestas de los partidos es la única vía que le permite a la ciudadanía diferenciar ideológica
y políticamente e incidir en la decisión de por quién votar.
Y, en el supuesto de ignorar voluntaria o involuntariamente la crisis que vivimos los guatemaltecos,
es altamente probable que se abra la puerta al rechazo del proceso electoral. Las manifestaciones
divulgadas en los medios de comunicación social, contra la asistencia a votar, acreditan la
incredulidad creciente de la ciudadanía política en las elecciones reguladas por las normas vigentes.
Debe desarrollarse la capacidad de analizar los fenómenos que nos enseña la coyuntura y adoptar
consensos que enfrenten positivamente la crisis. La ciudadanía que se ha expresado masiva y
libremente, imprimiendo un hecho histórico, ha lanzado una indubitable señal: la transformación
del Estado y sus componentes. La dirigencia de los organismos de Estado, el Procurador de los
Derechos Humanos, de las organizaciones del sector privado, universidades, iglesias, cooperativas,
sindicatos, partidos políticos deberían adoptar decisiones que coadyuven la crisis y suscribir
convenios que desarrollen los Acuerdos de Paz y abran el sendero para el desarrollo de Guatemala.

Caso contrario, es saludable tener presente el siguiente proverbio chino: “Una sola chispa puede
incendiar la pradera”.

La sumisión y el fatalismo que suelen adoptar los sectores populares frente a los grupos
oligárquicos dominantes no es un proceso surgido de la noche a la mañana. Éste se fue cimentando
paulatinamente a través del tiempo mediante una diversidad de mecanismos de adoctrinamiento
y/o alienación (en su mayoría, invisibilizados) que, de un modo reiterativo, convence a un amplio
número de personas de lo irremediable (y hasta deseable) que son las circunstancias negativas en
que viven. Sobre esta base se legitimó el estado de cosas imperante, convirtiendo la posibilidad de
su transformación en algo difícil y, en muchos casos, imposible de lograr. Por ello, el
cuestionamiento profundo de las estructuras sobre las cuales se erige este orden exige derribar esta
falsa conciencia de los sectores populares, animándolos a comprender la verdadera naturaleza de
su soberanía y el papel histórico que les correspondería cumplir.

En tal contexto, es imprescindible que quienes impulsen este cuestionamiento y aspiren que el
mismo sirva de fundamento para concretar una revolución realmente emancipatoria e integral,
deban hacer acopio de toda una creatividad teórica, aun cuando su originalidad esté condicionada
por la formación recibida. Entre éstos ha de manifestarse de un modo siempre constante el
compromiso teórico-práctico para transformar realmente la realidad política, económica, social, y
cultural -elevando, simultáneamente, su propia conciencia- sin la interferencia de dogma alguno;
lo que deberá conducir a la construcción de unos nuevos paradigmas. Por consiguiente, ha de haber
espacios para que se exprese la conciencia crítica -más la acción revolucionaria, por supuesto- de
los sectores populares, de forma que entre ellos se fomente la cultura del debate como un rasgo
distintivo de la nueva democracia y la nueva ciudadanía por crearse; sin reducirla al ámbito
meramente reivindicativo, como suelen hacerlo los demagogos y oportunistas.

Producir una revolución social, política, económica y cultural de un nuevo tipo -desde las raíces
mismas de las luchas populares- es sostener de manera continua el cuestionamiento a lo ahora
existente, no sólo en lo simplemente discursivo. Caso contrario, sólo habrá el entronizamiento de
una nueva casta gobernante (con los mismos vicios y prejuicios de su predecesora), las mismas
relaciones de poder denunciadas y cierta frustración y/o decepción por los limitados resultados
alcanzados Como diría el prócer cubano José Martí, "con Guaicaipuro, Paramaconi, los desnudos
y heroicos Caracas hemos de estar y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que
los ataron, ni con los aceros que los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron".
Esto nos lleva a citar también, con su peculiar forma de escribir, al inquieto pensador Simón
Rodríguez cuando plantea: "¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original=
ORIGINALES han de ser sus instituciones y su Gobierno= y ORIGINALES los medios de fundar
uno y otro. O Inventamos o Erramos".

Obviamente, un proceso de transformación de este estilo supone la cimentación de un nuevo


sistema de valores como también de un nuevo sistema de relaciones de producción sobre el cual
prive la satisfacción de las necesidades primordiales de la población y no la lógica egoísta del
capital. Ello exige, por consecuencia, la puesta en marcha de innovaciones en el plano de la
producción y la propiedad. No es reeditar la Tercera Vía con la que el Primer ministro Tony Blair,
junto al economista Anthony Giddens, combinó los postulados del neoliberalismo capitalista
ortodoxo con un espíritu "socialista" de bienestar colectivo, concebida para el contexto específico
de Gran Bretaña. Al respecto, se debe entender que la construcción del poder popular tiene que
enlazarse -necesaria e ineludiblemente- la construcción de nuevas relaciones sociales y económicas
alternativas a las generadas por el régimen capitalista. Para su concreción real vital la autonomía
del poder popular, de forma que la práctica de la democracia sea auténticamente participativa y
protagónica, manifestándose de un modo directo y soberano. -

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