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1 Co 10:6–10 Un ejemplo

Después de presentarles a sus lectores una analogía sacada de la experiencia de los israelitas durante los cuarenta
años que pasaron en el desierto, Pablo entrega una lista de cinco ejemplos históricos tomados del mismo período.
1. El codiciar comida (Nm 11:4)
2. Entregarse a la idolatría (Éx 32:4, 6, 19)
3. Cometer inmoralidad (Nm 25:1–9)
4. Tentar al Señor (Nm 21:5)
5. Murmurar (Nm 14:2, 36; 16:1–35)
Cada uno de estos cinco ejemplos aparece en la forma de una frase, una oración o bien una cita. Estas breves
referencias parecieran indicar que los destinatarios estaban familiarizados con el relato histórico de las experiencias
de Israel. Los corintios deberían ser capaces de verse a sí mismos en el espejo de estos acontecimientos históricos.
6. Ahora bien, estas cosas vinieron a ser ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas como
ese pueblo lo hizo.
a. «Ahora bien, estas cosas vinieron a ser ejemplos para nosotros». El adverbio ahora bien introduce un resumen de
lo dicho en el párrafo anterior. «Estas cosas» se refieren a los hechos históricos que Pablo ha venido mencionando:
la nube que guiaba y protegía a los israelitas, el cruce del Mar Rojo, la provisión de comida y bebida y el pecado de
incredulidad y desobediencia. En suma, «todas estas cosas» se refieren a «los beneficios que el pueblo recibió y los
pecados que cometieron».
Pablo dice que «estas cosas» son ejemplos, o como dice el texto griego, son typoi, palabra de la cual derivamos el
vocablo tipo. Pero en el contexto de estos primeros cinco versículos del capítulo 10, la traducción literal tipos es
cuestionable: Por ejemplo, ¿se quiere decir que la mayoría de los corintios perecerán, lo mismo que lo hicieron los
israelitas en el desierto? Semejante interpretación le daría una connotación predictiva a la palabra tipos. Por otra
parte, la traducción ejemplos (NVI, RV60, VM, CB, VP) necesita explicación. A la luz del versículo 5, la palabra
ejemplos comunica la idea de advertencias. La NBE traduce: «Todo esto sucedió para que aprendiéramos nosotros».
Hacemos bien si entendemos la palabra como «pinturas pintadas por un artista, a fin de revelar qué tipo de juicio
amenaza a los idólatras, fornicarios, y otros que desprecian a Dios» (v. 11).
Pablo escribe que los ejemplos son «para nosotros». Por medio del uso de la primera persona plural, Pablo
claramente se incluye a sí mismo junto con sus lectores. Después continúa usando la primera persona: no
codiciemos.
b. «Para que no codiciemos cosas malas como ese pueblo lo hizo». Esta primera referencia a uno de los incidentes
históricos nos recuerda el relato acerca de la chusma que reclamó por la comida. Cansados del maná de todos los
días, dijeron: «¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto … de los
pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca» (Nm. 11:4–6). Estos
inconformes probaron y tentaron a Dios (Sal 106:14), quien en su gracia les envió codornices en abundancia. Pero
junto con esto los castigó con una severa plaga, de tal forma que murieron cuando aún tenía la comida en la boca
(Nm 11:31–34). Los enterraron en un lugar que los israelitas llamaron Kibrot Hattavah (sepulcros de apetito). Esta
gente estuvo poseída por la codicia y, como Pablo lo dice en otra parte (Col 3:5), la codicia es idolatría.
Pablo amonesta a los corintios diciéndoles lo que no deben hacer. Alude al décimo mandamiento: «no codiciarás»
(Éx 20:17; Dt 5:21). Este mandamiento es la base del decálogo, ya que la codicia provoca todo tipo de pecados (Stg
1:14, 15).
7. No seáis idólatras como algunos de ellos lo fueron. Como está escrito: «El pueblo se sentó a comer y a
beber y se levantó a jugar».
La segunda referencia apunta a la ocasión en la que Aarón permitió que el pueblo hiciera un ídolo con forma de
becerro (Éx 32:1–20). Así los israelitas quebrantaron el segundo mandamiento: «No te harás imagen, ni ninguna
semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a
ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los
hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen …» (Éx 20:4, 5; Dt 5:8, 9). A los ojos de Dios,
la idolatría es un horrendo pecado porque cambia al Dios vivo por una imagen.
Pablo les advierte en forma directa: «No seáis idólatras». No se incluye a sí mismo en la advertencia, sino que se
dirige a los corintios en segunda persona plural (en los versículos 6, 8 y 9 usa la primera persona plural). En este
versículo, específicamente relaciona a algunos de los corintios con los rebeldes de Israel. Tanto los israelitas que
adoraron un becerro de oro en el monte Sinaí como los corintios que participaban en los ritos de los templos
paganos, todos transgredían el segundo mandamiento.
«El pueblo se sentó a comer y a beber y se levantó a jugar». Esta cita Pablo la saca palabra por palabra de la
traducción que la Septuaginta hace de Éxodo 32:6. El pasaje nos retrata la escena de una fiesta seguida de juegos de
varios tipos. Estas eran prácticas aceptadas que por lo general estaban libres de críticas. Pero en los ritos paganos, la
gente comía y bebía en honor a un ídolo que representaba a un dios. Los bailes que seguían a la comida por lo
general terminaban en libertinaje. Por esto que el verbo griego paizein, que he traducido «jugar», puede adquirir
una connotación negativa que le da el sentido de «se entregó al desenfreno» (NVI).
Los corintios que entraban a los templos paganos durante los festivales paganos, se exponían a situaciones que los
podrían llevar a pecar. Esto hacía que estuviesen en la misma categoría que los israelitas que «se levantaron para
entregarse a una orgía pagana».
8. Ni tampoco practiquemos la inmoralidad sexual como algunos de ellos lo hicieron, cuando en un solo día
cayeron muertos veintitrés mil.
El tercer caso se refiere a un hecho que ocurrió cuando estaba por terminar el viaje de Israel por el desierto.
Instigados por Balaam, los israelitas adoraron a Baal-Peor, practicaron los ritos cananeos de fertilidad y se
entregaron a la inmoralidad sexual (Nm 25:1–9; 31:16). Esta es una mancha en la historia de Israel, la cual se
menciona varias veces en la Escritura (Dt 4:3; Sal. 106:28, 29; Os. 9:10). En esta oportunidad, los israelitas pecaron
contra el séptimo mandamiento: «no cometerás adulterio» (Éx 20:14; Dt 5:18).
Se menciona a uno que se entregó a la inmoralidad sexual. Se le menciona por su nombre y tribu: Zimri, hijo de
Salu, de la tribu de Simeón. Este hombre se metió a su carpa con una mujer madianita y fue muerto por el nieto de
Aarón (Nm 25:6–8, 14). Dios hirió a los israelitas con una plaga como castigo por su infidelidad. Inmediatamente
des- pués de la plaga, Dios mandó a Moisés y a Eleazar, hijo de Aarón, a que hicieran un segundo censo en las
llanuras de Moab (Nm 26:1, 2; el primer censo se había realizado 38 años antes en el desierto Sinaí, Nm 1:1–3).
Las estadísticas muestran que en el se- gundo censo, el número de hombres mayores de veinte años de la tribu de
Simeón (22,200) era inferior a la mitad de lo que se computó en el primer censo (59,300). Deducimos que la
mayoría de los que murieron durante la plaga pertenecían a la tribu de Si- meón (véase Nm. 1:22; 26:14).
Pablo dice que murieron 23,000 a causa del pecado que Israel cometió contra Dios. Pero el relato histórico de
Moisés nos dice que el total era 24,000 (Nm. 25:9). El número dado por Moisés encuentra apoyo en otras fuentes
(Septuaginta, Filón y los rabinos). Se han dado muchas explicaciones: la memoria de Pablo le jugó una mala
pasada; los escritores tanto en Números como en 1 Corintios usaban números redondos; Pablo sigue una variante.
Juan Calvino opina que «Moisés entrega el límite máximo y Pablo el límite mínimo, así que no hay una
discrepancia real».
Como carecemos de información, todas estas respuestas son sólo hipótesis. Al estar muy bien entrenado en las
Escrituras y teniendo información derivada de la tradición oral, Pablo gozaba de información de la que carecemos.
Por ejemplo, el historiador judío Josefo presenta un largo relato de este incidente en el cual incluye discursos de
Balaam, Zambrias, Moisés y otros. También menciona cómo mataron a los culpables y la destrucción que dejó la
plaga. No obstante, concluye con la observación de que «perecieron no menos de 14,000 hombres». En suma,
carecemos de la información que al parecer Pablo manejaba.
9. Ni tentemos a Cristo como algunos de ellos lo hicieron, y fueron destruidos por serpientes.
La cuarta referencia a la historia de Israel trata con el asunto de las serpientes (Nm 21:4–9). Habiendo derrotado al
rey de Arad, el pueblo de Israel se puso arrogante, rehusando rodear el reino de Edom. Se pusieron impacientes,
blasfemaron contra Dios, acusaron a Moisés, rechazaron el maná y clamaron por agua. En respuesta, Dios les envió
serpientes venenosas al campamento. Cuando el pueblo se arrepintió de su pecado, Moisés oró por ellos, hizo una
serpiente de bronce y la colocó en un poste. La gente que había sido herida miró a la serpiente y sobrevivió (cf. Jn.
3:14, 15).
Pablo dice «Ni tentemos a Cristo». La mayoría de los traductores adoptan la lectura Señor en lugar de «Cristo».
El manuscrito griego más antiguo, el texto occidental, numerosos testigos, versiones y padres de la iglesia leen
Cristo. Esta es la lectura primaria que data del siglo segundo, y que era aceptada en todo el Mediterráneo y que
tiene excelente apoyo. Por tanto, la lectura que debe preferirse es Cristo, pues armoniza con el contexto (v. 4).
Pablo enseña que el Cristo preexistente acompañó a los israelitas durante su viaje por el desierto.
Dos observaciones más. Primero, Pablo vuelve a usar la primera persona plural (v. 8) para mostrar que ni él ni los
corintios están exentos del juicio de Dios. Son como los israelitas en el desierto. Los victoriosos guerreros de Israel
se mostraron impacientes y no quisieron ser guiados por Dios. Recibieron su merecido. Por consiguiente, los
creyentes del Nuevo Testamento (incluidos Pablo y los corintios) no deben dejarse llevar por sus propias
inclinaciones. Deben de esperar que el Señor conteste la oración y que los guíe en su providencia.
Segundo, en tres versículos sucesivos (vv. 8, 9, 10), Pablo especifica que sólo «algunos de ellos» cayeron en pecado
y murieron. Sólo murieron algunos de los que fueron mordidos por serpientes. El resto miró a la serpiente de bronce
y vivió.
10. Y no murmuréis como algunos de ellos lo hicieron, y fueron destruidos por el ángel que destruye. Una
mirada a la historia de Israel mostrará que tenían el vicio de murmurar contra Dios, Moisés y Aarón. Como era tan
frecuente su murmuración, no es fácil determinar el pasaje exacto al que Pablo alude en esta quinta referencia. A la
luz de todo el presente versículo, hay dos incidentes que podrían ser buenos candidatos. Primero, después de haber
oído el informe de los espías que volvieron de la tierra prometida, la comunidad entera murmuró contra Moisés y
Aarón (Nm 14:2). Pero Pablo dice que «algunos de ellos» murmuraron, y esta afirmación concuerda con el relato
de Números 14:37–38. La plaga sólo mató a los diez que difundieron el informe negativo acerca de la tierra
prometida. Só- lo ellos murieron en forma instantánea, mientras que Caleb y Josué vivieron. Segundo, otra
posibilidad es el relato que describe el motín de Coré, Datán, Abiram y On, quienes junto a 250 líderes se rebelaron
contra Moisés (Nm 16:1–35). No sólo murió toda esta gente, sino que debido a la murmuración de toda la
comunidad, 14,700 personas murieron por la plaga que Dios les envió (véase los vv. 41, 49).
Con todo, ni estos dos pasajes concuerdan plenamente con lo que dice Pablo, ya que él menciona a un ángel
destructor. El libro de Números no menciona a un ángel de destrucción, aunque encontramos referencias al
destructor en algunos otros lugares (Éx 12:23 y He 11:28; 2 S 24:16 y 1 Cr 21:15). Es interesante que Sabiduría de
Salomón 18:20–25 relata el episodio de Números 16:41–50. El autor describe al sumo sacerdote Aarón deteniendo
al destructor, para que no destruya a Israel. Este lenguaje encaja con el uso paulino, porque el apóstol suple el
artículo definido y llama al ángel «el destructor». De esta forma, sigue la práctica de los rabinos, que decían que
había un ángel dedicado especialmente a la destrucción. Podemos suponer que Pablo está reflejando la enseñanza
judía de su tiempo y que se refiere a la destrucción de Coré y su séquito y a la plaga que mató a miles de israelitas
(Nm 16).
Aunque algunos manuscritos leen no murmuremos, se prefiere el texto que registra la segunda persona plural, «no
murmuréis». Las palabras se dirigen a los corintios, porque algunos líderes arrogantes podían inducirlos a murmurar
contra Pablo. El apóstol ha tomado un ejemplo de las crónicas de Israel, para dejar en claro los peligros de
murmurar contra Dios y sus siervos. Sin amenazar a los corintios, Pablo les enseña una lección que saca de la
historia sagrada, a fin de inculcar en ellos el respeto por sus líderes espirituales (He 13:7, 17, 24).
c. Una amonestación 10:11–13
En unos pocos versículos conocidos (vv. 12, 13), Pablo aplica las lecciones históricas a los creyentes de Corinto. Al
mismo tiempo, revela que Dios siempre provee ayuda a los creyentes, cuando éstos enfrentan pruebas y
tentaciones.
11. Pues bien, estas cosas cayeron sobre ellos como una advertencia y se es- cribieron para amonestarnos a
nosotros sobre quienes han venido los fines de los tiempos.
a. «Pues bien, estas cosas cayeron sobre ellos como una advertencia». Al introducir el adjetivo todas, muchas
traducciones registran una lectura ligeramente distinta: «Todo eso les sucedió». Con todo, el adjetivo podría
haberse añadido para dar énfasis a los incidentes históricos mencionados en los versículos precedentes (vv. 6–11).
El versículo 11 repite la idea del versículo 6, que dice: «Ahora bien, estas cosas vinieron a ser ejemplos para
nosotros».
Los ejemplos históricos que hablan de idólatras, fornicarios, rebeldes y murmuradores son advertencias pertinentes
de que Dios derrama su ira contra los pecadores que voluntariamente lo provocan. En el original, Pablo usa el
tiempo imperfecto del verbo caer, con lo cual describe la recurrencia de estos hechos; con la expresión sobre ellos
apunta claramente a los israelitas en su viaje de 40 años a través del desierto de la península sinaítica. A Dios le
pareció bien registrar estos sucesos como lecciones instructivas, a fin de advertir a su pueblo en las generaciones
sucesivas y en otras culturas. Dios es el Dios de la historia, y desea que su pueblo tome en cuenta la historia bíblica.
b. «Y se escribieron para amonestarnos a nosotros». La Palabra de Dios tiene autoridad permanente para los
creyentes de todas las épocas. En efecto, Dios nos ha entregado el Antiguo y Nuevo Testamento para amonestarnos
a que vivamos una vida en armonía con sus preceptos (v 9:10). La palabra amonestar ocurre en otra carta de Pablo,
donde instruye a los padres a que críen a sus hijos en la «disciplina y amonestación del Señor» (Ef 6:4, RV60). Con
esto quiere decir que deben enseñarles a sus hijos las verdades de las Escrituras. De la misma manera, Dios
amonesta con diligencia a su pueblo para que se apegue a su Palabra escrita, y les advierte que el no obedecerle les
traerá trágicas consecuencias (He 10:31).
Que nadie piense que el Antiguo Testamento sólo presenta a Dios como si fuera un vengador que castiga el mal
(Sal. 139:19) y que el Nuevo Testamento lo presenta como un Dios de amor (1 Jn 4:16). Dios odia el pecado y a la
vez ama al pecador que se arrepiente. Dios nunca cambia. Ama a su pueblo; tanto el patriarca de los tiempos
bíblicos como el recién convertido experimentan el gozo de la gracia perdonadora. Con invariable constancia, Dios
cumple sus promesas en las vidas de los santos, y todo creyente sincero lo puede testificar.
c. «Sobre quienes han venido los fines de los tiempos». ¿A qué se refiere Pablo cuando habla de «los fines de los
tiempos»? No quiere decir que el pueblo de Dios ha llegado a la consumación, sino que el fin de los tiempos ha
comenzado ahora. En forma similar, otros escritores del Nuevo Testamento afirman que ahora estamos viviendo en
el último período de la historia (He 9:26; 1 Jn 2:18). Los fines de los tiempos llegaron con la venida de Cristo, y con
esto se completaron algunos períodos en la historia. Por ejemplo, con el cumplimiento de las promesas mesiánicas
se dio término a la era del Antiguo Testamento. Las culturas griega y romana desaparecieron al entrar en contacto
con el evangelio de Cristo. Como afirma F. W. Grosheide, «tan pronto como una nación entra en contacto con el
evangelio, se da término a una época».
Aunque Pablo afirma que han llegado los fines de los tiempos, no podemos discernir el fin del período en el que
vivimos. Jesús nos dice que el fin vendrá cuando el evangelio haya sido predicado como testimonio a todas las
naciones (Mt 24:14). Por tanto, al vivir en estos últimos tiempos debemos apurar el día de la venida de Cristo
llevando una vida santa y piadosa (2 P 3:11, 12) y apoyando la diseminación del evangelio de Cristo por todo el
mundo y en cada sector de la sociedad. Cuando esta tarea sea cumplida, vendrá la consumación de todas las cosas.
Junto con los corintios, cada creyente debe hacerle caso a la amonestación que Dios nos da en los días que
conocemos como el fin del tiempo. Los hechos registrados en el Antiguo Testamento tienen el propósito
determinado de advertirles a los creyentes que eviten el pecado y de apurar el día del Señor.
12. Así que, el que piensa que está de pie, cuídese de no caer.
Este es un aforismo que todos pueden tomar en serio. Por cierto, con frecuencia usa- mos este texto para decirle a
alguien que evite la autosuficiencia y la arrogancia.
Con las palabras así que, Pablo concluye su repaso de la historia de Israel y aplica sus lecciones a los corintios.
Dirige la aplicación a todos los lectores, pero en especial a aquellos que con orgullo creen que en Cristo tienen la
libertad de hacer cualquier cosa o de ir a cualquier lugar. Pablo se refiere a los corintios que visitaban templos
paganos (8:10). Los llamados cristianos fuertes deben tomar en serio las lecciones del Antiguo Testamento, ya que
Dios les habla en ellas. De hecho, mediante estas lecciones veterotestamentarias, el apóstol vincula al pueblo de
Israel con el cristiano de Corinto.
El pueblo de Israel estaba orgulloso de su condición para con Dios. Sólo ellos eran el pueblo de Dios, y pensaban
que Dios siempre estaría de su lado. Se sentían espiritualmente seguros porque Dios había hecho un pacto con su
padre Abraham, un pacto que había prometido guardar con toda su descendencia (Gn 17:7). Con todo, la Escritura
narra que muchos descendientes de Abraham murieron en el desierto (v. 5; Ro 11:20), porque fueron desobedientes
a Dios y su Palabra. El escritor de Hebreos dice: «Cuídense, hermanos, de que ninguno de ustedes tenga un corazón
pecaminoso e incrédulo que los haga apartarse del Dios vivo. Más bien, mientras dure este ‘hoy’, anímense unos a
otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado» (He 3:12, 13).
El verbo caer apunta a una falsa seguridad. Con esta palabra, Pablo se refiere a los corintios que confiaban en que
eran miembros de la iglesia o en el bautismo y la Santa Cena, pero no en Jesucristo. Estos corintios confían en su
propia perspicacia y en la «sabiduría» de otros (3:18). Eran autosuficientes y su corazón no estaba con Dios. Pablo
les aconseja que día a día descansen en Dios con la confianza de un niño. Su seguridad espiritual debía venir de una
fe verdadera que descansa en que Dios cumplirá sus promesas.
13. Ninguna tentación os ha sobrevenido que no sea común a todos. Pero Dios es fiel, y no permitirá que seáis
tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación también proveerá de una forma de
escape, para que podáis soportarla.
a. «Ninguna tentación os ha sobrevenido». ¡Qué ánimo para todo creyente! ¡Qué alivio saber que Dios ha puesto
límites a la tentación! Pablo hace una pausa en su argumentación para traer una palabra de seguridad a sus
desanimados lectores. Como corolario a su mandato de estar firmes y no caer (v. 12), Pablo se dirige a todo aquel
que tiene que enfrentar los problemas de la vida diaria.
Como en toda lengua, el griego tiene palabras que tienen diversos significados. La palabra tentación es una de ellas,
pues puede querer decir «prueba». En su epístola, Santiago dice que «Dios no tienta a nadie» (1:13, RV60). Aunque
esto es cierto, en la sexta petición del Padrenuestro, Jesús enseña a sus discípulos: «no nos dejes caer en tentación,
si- no líbranos del maligno» (Mt 6:13). Aunque el origen de la tentación queda sin resolver, se puede hacer la
siguiente distinción: las tentaciones vienen de Satanás, pero las pruebas provienen de Dios.
¿Qué quiere decir Pablo en el versículo 13, «tentación» o «prueba»? Quizás ambas cosas. Por ejemplo, Satanás
comparece frente a Dios en el cielo, y Dios le permite que tiente a Job, que ponga su fe a prueba. Pero Dios usa a
Satanás para demostrar que Job es capaz de pasar la prueba, ya que al final la fe de Job triunfa (Job 1, 2 y 42).
b. «Ninguna tentación os ha sobrevenido que no sea común a todos». El verbo principal de esta oración está en
tiempo perfecto y connota una condición permanente. También comunica la idea de que la tentación o la prueba se
posesiona de la gente. El grado y extensión de cualquier tentación se limitan a lo que es común a todos. Por
contraste, al principio y al final de su ministerio terrenal, Jesús tuvo que resistir la tentación de Satanás más allá de
lo que es común para el ser humano. Ningún ser humano podrá jamás soportar la infernal agonía que Jesús soportó
en el Getsemaní y en el Calvario. Ningún creyente tendrá que someterse a la misma experiencia.
Pablo no entrega detalles sobre las tentaciones de los creyentes, sino que los anima en forma general. Por esto, no
deberíamos preguntar cuáles son las tentaciones a las que sí están sujetos los creyentes.
c. «Pero Dios es fiel, y no permitirá que seáis tentados más allá de lo que podéis soportar». Dios es fiel a su pueblo
en una forma perfecta, aun cuando nuestra fidelidad es imperfecta. La Escritura deja en claro que es el ser humano
quien rompe el pacto. Los escritores de la Biblia alaban la fidelidad de Dios como una que llega hasta los cielos. En
forma similar, la fidelidad de Dios es un tema recurrente en las epístolas de Pablo, así como en otros lugares de la
Escritura.
¿Cómo demuestra Dios su fidelidad a los creyentes? Dios promete que no permitirá que ninguno sea tentado más
allá de lo que el ser humano puede resistir. Aun si los creyentes se meten a sabiendas en situaciones donde las
tentaciones son inevitables y desenfrenadas, Dios demuestra su fidelidad viniendo a rescatarlos. Lot es un ejemplo.
Se fue a vivir a Sodoma y tuvo que vérselas con «la sucia vida de gente mala». Con todo, Dios lo ayudó y lo rescató
de una destrucción repentina (2 P 2:7). En suma, como un pastor fiel rescata su oveja perdida, de la misma forma
Dios vigila sobre su pueblo para rescatarlos de los problemas que enfrentan. Pablo afirma que Dios pone límites a
la tentación humana según lo que el ser humano pueda soportar.
d. «Sino que con la tentación también proveerá de una forma de escape, para que podáis soportarla». El adversativo
sino es calificado y reforzado por también. Dios pone límites a la tentación humana y él mismo viene en ayuda de
su pueblo durante sus pruebas. Anima a los creyentes a que perseveren y a que triunfen. Personalmente se involucra
en la prueba, abriendo una puerta de escape para aquellos que son tentados y probados. El original griego registra el
artículo definido: la forma de escape. Es decir, para cada prueba Dios provee de una salida. Un período de tentación
y prueba puede ser comparado con un barco que se acerca a una zona rocosa y que se enfrenta con un naufragio
inevitable. Pero «de improviso y, para el que no sabe de barcos, de forma inesperada, el barco se desliza por una
abertura de la costa inhóspita y logra salvarse seguro».
El propósito de la vía de escape es «que podáis soportarla», esto es, la tentación. El verbo principal que Pablo usa
comunica la idea de soportar el peso de la tentación. La perseverancia de los creyentes los salva de caer y los
afirma en la fe. La permanente fidelidad de Dios acompaña a su pueblo a través de las pruebas y les da la victoria.
Consideraciones doctrinales en 10:12
Jesús le dijo a Pedro que había orado para que la fe de Pedro no fallara (Lu 22:32). Con todo, tres veces seguidas
Pedro negó conocer a Jesús. ¿Quiere decir, entonces, que Dios no contestó dicha oración y que fue desleal con
Pedro? ¿Será más bien que el miedo que Pedro tenía de sufrir persecución minó y hasta anuló su fe? La respuesta es
que lo que estaba en juego era la responsabilidad de Pedro y no la provisión de Dios.
La fe no es una virtud estática, sino un don espiritual. La fe disminuye si no la ejercitamos, y crece cuando es
probada. La verdadera fe brilla esplendorosa cuando los creyentes se mantienen firmes en tiempos de prueba (Gá
5:1; 2 Ts 2:15). La Escritura enseña que la permanente batalla de la fe consiste en resistir los ataques de Satanás (Ef
6:10–18; Fil 4:12–14). En esta lucha los creyentes se muestran fuertes o débiles; su fe puede crecer o disminuir (Ro.
14:1; 2 Co. 10:15). La fe verdadera está anclada firmemente en Dios. A través de Cristo Jesús, Dios les da a los
creyentes la fuerza y habilidad necesarias para perseverar.
Cuando Pablo escribe «el que piensa que está de pie, cuídese de no caer», a los verbos estar de pie y caer les da
contenido doctrinal. Estar de pie quiere decir depender completamente de Dios en Cristo. David pregunta: «¿Quién
puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo?», a lo cual responde: «Sólo el de manos
limpias y corazón puro, el que no adora ídolos vanos ni jura por dioses falsos. Quien es así recibe bendiciones del
Señor; Dios su Salvador le hará justicia» (Sal 24:3–5).
El verbo caer en el contexto de salvación da a entender que se ha producido una pérdida, lo que quiere decir que se
ha rechazado la gracia divina. Por ejemplo, los israelitas cayeron cuando desafiaron a Dios. Rechazaron el maná que
diariamente les suplía y el liderazgo que les había asignado. Rechazaron su gracia al desobedecerle en forma
voluntaria. Por contraste, «si alguien ama a Dios, es conocido por Dios» (8:3). La persona que ama a Dios
demuestra evidencia genuina de que posee seguridad eterna por medio de creer en su Palabra y obedecer sus
preceptos. Por tanto, el creyente es animado sabiendo que Dios jamás, jamás abandonará al que descansa en Jesús.
2. Advertencias contra la idolatría 10:14–22
Pablo empezó su discurso sobre el problema de la idolatría en el capítulo 8. Allí tocó los asuntos de comer comida
que había sido sacrificada a un ídolo (8:4, 7) y de comer dentro del templo de algún ídolo (8:10). Pablo estaba
expresando su preocupación por el hermano débil, cuya conciencia era herida por las acciones de los cristianos
fuertes.
Ya en la primera parte del capítulo 10, Pablo retomó el tema de la idolatría (vv. 6–10) y se refirió a la adoración
idolátrica de la que fue culpable Israel en el monte Sinaí (v. 7; Éx 32:1–20). Al reflexionar en las experiencias que
Israel tuvo en el desierto, Pablo opera sobre la base de que el pueblo de Dios es el mismo en el Antiguo y Nuevo
Testamento. Con ejemplos descriptivos de lo que el pueblo de Dios hizo en el desierto, el apóstol amonesta a todos
los que pertenecen a la familia de Dios.
Ahora en la segunda parte del capítulo 10, Pablo se dirige a todos los hermanos de Corinto, especialmente a los que
se creen cristianos fuertes. Les hace ver lo que implica participar en sacrificios ofrecidos a ídolos. En el capítulo 9
se desvió del tema de la idolatría para abordar el asunto de los derechos de un apóstol. Pero dio a entender que
todavía no terminaba de tratar el problema de la idolatría. Este tema se originó por una carta que Pablo había
recibido (7:1), en la cual los corintios le preguntaron acerca de la comida sacrificada a los ídolos. «La forma en que
Pablo empieza el capítulo 8, se debe a la manera en que los corintios plantearon sus puntos. En cambio, en el
capítulo 10, Pablo elabora el tema siguiendo su propia agenda».
En su carta, Pablo a menudo se aparta del tema, sea para clarificar lo que dice con ilustraciones pertinentes (7:17–
24) o para entregar una palabra de aliento o exhortación. En esta oportunidad, está listo para retomar su discusión
sobre la idolatría.
a. Una comparación gráfica 10:14–17
14. Por eso, mis amados, huid de la idolatría.
Ahora Pablo dirá algo sobre el participar tanto en las fiestas de un templo idolátrico como en la Santa Cena. Las
palabras «por eso» no conectan lo que Pablo dirá ahora con la amonestación precedente, sino con las alusiones que
hizo a la idolatría de Israel (vv. 6–10). Pablo resume su enseñanza con un mandamiento que dirige a todos los
destinatarios. Como la orden es directa y enérgica, la modera usando mis amados. A veces, Pablo usa una expresión
cariñosa para acercarse a sus lectores, a la vez que les ordena algo (4:14).
El mandamiento de huir de la idolatría es similar a la orden que dio anteriormente: «huid de la inmoralidad» (6:18).
Pablo se dirige a los corintios que dicen ser lo suficientemente fuertes para resistir la tentación cuando concurren a
festivales en templos paganos. Pablo les instruye que huyan de ese medio ambiente, así como un refugiado escapa
de situaciones amenazantes. Les ordena que se mantengan lo más lejos posible de los templos paganos y de las
fiestas que allí se celebran en honor a sus dioses.
En 8:6 Pablo parece permitir que el cristiano fuerte de Corinto coma en el comedor de los templos paganos. ¿Se
contradice Pablo ahora que les manda que huyan de la idolatría? Por cierto que no. Primero, notemos que en el
contexto de 8:9, Pablo le pone límites a la libertad cristiana. Afirma que la libertad es buena, siempre y cuando no
se convierta en un estorbo para el resto de los creyentes (v 10:24, 32). Segundo, en 8:10 Pablo habla de la acción de
comer en un templo pagano, mientras que en este versículo apunta a la idolatría misma. Aunque un ídolo es un
objeto inanimado de madera o piedra, la atmósfera que lo rodea es religiosa e implica adoración. Esto crea el peligro
de transgredir un mandamiento expreso de Dios en cuanto a no adorar ídolos (Éx 20:4–6; Dt 5:8–10).
Es esto lo que lleva a Pablo a mandar a los corintios a que huyan de la idolatría (1 Jn 5:21). Los corintios pecaban
contra Dios, al entrar en un templo pagano y participar en festividades relacionadas con el culto a un ídolo. Debían
saber que su presencia en un templo pagano durante una festividad era una afrenta a Dios. Dios prepara su propia
mesa mediante el sacramento de la Santa Cena, y en esa mesa él es el anfitrión y los creyentes sus invitados. La
mesa del comedor de un templo pagano y la mesa del Señor pertenecen a dos contextos religiosos diametralmente
opuestos.
15. Me dirijo a los sabios: juzgad vosotros mismos lo que digo.
Pablo se dirige a los sabios. En otro contexto ridiculizó la sabiduría de los corintios (4:10), pero ahora no. Los
sabios son los creyentes que obedientemente cumplen la voluntad del Señor. Pero los necios descansan en su propio
entendimiento y sabiduría humana, y así se destruyen a sí mismos (Mt 7:24–27). La sabiduría de los corintios que
son prudentes, radica precisamente en ser obedientes al mandamiento que dice que no debemos adorar ídolos. Esto
quiere decir que no deben permitirse ni siquiera la apariencia a semejante idolatría.
Los corintios ahora deben decidir juzgar con sabiduría. Son cristianos maduros que se supone son capaces de
discernir qué es central y qué es periférico en esta materia. En los siguientes versículos, Pablo les da instrucciones
precisas sobre qué medidas deben tomar cuando se les invita a una comida en casa de algún incrédulo (vv. 27–30).
El apóstol desea que estén atentos a lo que dice y sean así «instruidos en la escuela de Cristo».
16. La copa de bendición por la cual damos gracias, ¿acaso no es participar en la sangre de Cristo? El pan
que partimos, ¿acaso no es participar en el cuerpo de Cristo?
Notemos los siguientes puntos:
a. Preguntas. Ahora Pablo les recuerda a los destinatarios la celebración de la Cena del Señor, en la cual él es el
anfitrión y ellos los invitados. Les recuerda esto por medio de dos preguntas retóricas que todo creyente debe
responder en forma afirmativa. Cuando los corintios beben de la copa y comen del pan durante la Santa Cena, por
cierto que tienen comunión con Cristo. Dado que tienen comunión con Jesucristo, nada tienen que ver con los
ídolos. Nadie puede servir a dos señores (Mt 6:24; Lu 16:13).
b. Contexto. La institución de la Cena del Señor tuvo lugar en el aposento alto, la noche anterior a la muerte de
Cristo en la cruz. En esa ocasión, Jesús explicó cuál era el propósito de esta celebración, diciendo: «Esta copa es el
nuevo pacto en mi sangre, que es de- rramada por ustedes» (Lu 22:20; 1 Co. 11:25). La fórmula contiene el término
nuevo, el cual nos recuerda el antiguo pacto, que fue ratificado por los israelitas en el monte Sinaí. Moisés roció
sangre sobre el altar, el libro del pacto y el pueblo, y dijo: «He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con
vosotros sobre todas estas cosas» (Éx 24:8). De inmediato, después de haberse ratificado el pacto, los líderes de
Israel (Moisés, Aarón, Nadab, Abiú y setenta ancianos) subieron al monte a encontrarse con Dios. Estos líderes no
sólo vieron a Dios, sino que participaron con él en una comida relacionada con dicho pacto (Éx 24:9–11).
Siglos después, Dios anunció por medio de Jeremías que haría un nuevo pacto con las casas de Israel y Judá (Jer.
31:31). Esta profecía se cumplió cuando Jesús, la noche que fue entregado, instituyó un nuevo pacto y participó en
una comida con sus discípulos, co- mida que estaba relacionada con ese pacto.
c. Secuencia. En los Evangelios de Mateo y Marcos, Jesús primero parte el pan y luego sirve el vino (Mt 26:26–28;
Mr 14:22–24). Pero en el Evangelio de Lucas, primero toma la copa y se la entrega a los discípulos, y entonces
parte el pan, para luego tomar la copa (Lu 22:17–20). Esto se explica diciendo que durante la comida de la pascua
judía, los participante bebían de cuatro copas a intervalos determinados. La tercera copa era conocida como «la copa
de bendición», y con el tiempo la frase adoptó la categoría de fórmula técnica. Cristo instituyó la Santa Cena
cuando presentó esta tercera copa.
Pablo escribe que él recibió de Jesús mismo la fórmula para celebrar la Cena del Señor (11:23–26). Según esta
fórmula el partimiento del pan viene primero y después se bebe de la copa. Pero en el versículo 16 Pablo altera el
orden porque quiere usar el concepto del pan como introducción al siguiente versículo, en el cual hace un paralelo
entre un pan y un cuerpo.
d. Significado. «La copa de bendición por la cual damos gracias». En este versículo Pablo usa el verbo griego
eulōges (=bendecir), que se traduce de dos formas. La mayoría de las traducciones dan una traducción literal: «la
copa de bendición que bendecimos» (RV60, cf. CI, NTT, BJ, CB, NC, NBE, LT, BP), mientras que la VP lee:
«Cuando bebemos de la copa bendita por la cual damos gracias a Dios». Los que prefieren la segunda traducción,
entienden el verbo a la luz de la cultura judía, por lo que creen que se trata de un acto de acción de gracias dadas a
Dios. El verbo tiene una connotación teológica; debe entenderse en el sentido de dar gracias a Dios el Padre por la
obra redentora que su Hijo hizo en favor nuestro. Cuando celebramos la comunión, expresamos nuestra gratitud a
Dios.
Dios es quien concede bendiciones y nosotros somos quienes las recibimos, dándole gracias y alabanza. Cuando
Jesús alimentó a la multitud, tomó pan y dio gracias a Dios el Padre. Cuando instituyó la Santa Cena, dio gracias
antes de partir el pan (11:24; Lu 22:19). De esta forma nos dejó un ejemplo para que también nosotros demos
gracias al Padre por sus dones. De aquí se deriva el término eucaristía, el cual viene del verbo griego eujaristeō
(=dar gracias). Eucaristía quiere decir gratitud o acción de gracias.
«La copa … ¿acaso no es participar en la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿acaso no es participar en el
cuerpo de Cristo?» En este versículo aparece la palabra koinonia, que a veces se traduce por «acción de compartir»
o «comunión». Aquí la hemos traducido por «participar en».
Los creyentes participan en una relación vertical con Jesucristo. Tal como Pablo escribió anteriormente, tenemos
comunión con el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo (1:9; v 1 Jn 1:3). Pero los creyentes también tienen una
relación horizontal unos con otros, tal como se evidenció en la comunión que los creyentes experimentaron unos
con otros después de Pentecostés (Hch 2:42). Estas relaciones verticales y horizontales se encuentran en la iglesia,
porque los creyentes forman un cuerpo del cual Cristo es la cabeza (v. 17; Ef 5:23).
En este versículo, las palabras copa y pan significan participación en la sangre y cuerpo de Cristo. Esta participación
hace que los creyentes reciban el favor de Dios en la forma de bendiciones espirituales y materiales maravillosas.
Pero esta participación implica también la responsabilidad cristiana de obedecer a Cristo.
Al celebrar la Cena, los creyentes confiesan que están en una relación de pacto. «Esta copa es el nuevo pacto en mi
sangre», son las palabras que Pablo recibió del Señor (11:25; Lu 22:20). Lo mismo es cierto en cuanto al cuerpo de
Jesús (11:24; Lc. 22:19). Hay un notable paralelismo en la forma en que las dos palabras copa y pan se explican.
Conclusión.
Pablo usa la primera persona plural en este y el siguiente versículo: «damos gracias … todos participamos». Esto no
sólo apunta a Pablo y los otros apóstoles que administraban el sacramento de la comunión, ni se restringe a los
ministros que sirven a la mesa del Señor, porque todos los creyentes que vienen a la mesa son los invitados del
Señor, y él el anfitrión. Esta interpretación se hace evidente en el siguiente versículo.
17. Dado que hay un solo pan, aunque seamos muchos, somos un cuerpo, porque todos participamos de aquel
solo pan.
a. Traducciones. El texto griego mismo es sencillo, usando un vocabulario limitado e incluso repetitivo. Pero la
simplicidad no es siempre sinónimo de claridad. La primera parte de este versículo se puede traducir de dos formas
distintas: «Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos» (BJ, cf. VP), o «Ya que hay un solo
pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo» (LT, cf. NBE, CI, NVI, NTT, CB, VM,
RV60). ¿Cuál es la diferencia?
En la primera traducción se suple la conjunción y que no aparece en el texto griego. Esta ausencia ya debería
advertirle al traductor que no debería tomar los términos pan y cuerpo como sinónimos. Si se describe a los
creyentes como pan, ¿cómo podrían participar del pan? Por consiguiente, preferimos la segunda traducción, pues
con ella se evita la tautología.
b. Conectivos. La conjunción causativa ya que une el versículo 17 al versículo precedente, donde Pablo discute la
participación del creyente en el partimiento del pan de la comunión. El apóstol subraya que cada creyente participa
de aquel solo pan. El comer pan juntos en una comida une a los participantes y crea un vínculo de unidad.
c. Unidad. La iglesia en Corinto estaba compuesta por gentiles que habían llegado a ser creyentes y de judíos
convertidos a la fe cristiana. Con todo, este grupo formaba un solo cuerpo. De tal manera que, Pablo puede decir:
«aunque seamos muchos, somos un cuerpo». Indiferentes a las barreras raciales, eran uno en Cristo. Juntos todos
ellos participa- ron del pan, cada vez que celebraron el servicio de comunión. Al participar de un solo pan, hoy los
creyentes muestran que son un cuerpo y que pertenecen a la comunión. Este texto habla de la unidad que prevalece
a nivel horizontal.

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