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El lenguaje infinito y el manufacturado: la inconcebible afinidad

entre Borges y Chomsky


Alejandro CARPIO ROVIRA
Universidad de Puerto Rico
erendiro@gmail.com
En principio, no es del todo desorbitado intentar trazar paralelos entre la obra de No-
am Chomsky y la de Jorge Luis Borges. El sugerente tema de la infinitud del lenguaje, la
eterna variedad que implican las incalculables combinaciones de elementos sintácticos, las
relaciones entre creatividad y lenguaje, encuentran en Chomsky un ilustre defensor y en
Borges un intuitivo generador.
Dividiré este estudio en dos partes. En la primera, quiero retomar la lectura chomskia-
na de “La Biblioteca de Babel” que publicó Georg Bossong en 19891, para establecer dos
cuestiones: en primer lugar, la medida en la que el cuento de Borges no es una metáfora
del lenguaje precisamente porque se aleja de las observaciones chomskianas; en segundo lu-
gar, ver si esas observaciones echan luz sobre otra posible interpretación del cuento.
La segunda parte del estudio versará sobre el ensayo “Dos libros”, de 1941; analizaré
un curiosísimo punto de contacto entre Chomsky y Borges, en lo referente al análisis
concienzudo de la llamada manufactura del consenso que el estado blande mediante los me-
dios de comunicación.
El espacio no me permite ser minucioso con la posible fuente de contacto: la obra del
filósofo inglés Bertrand Russell. Además, como la crítica no tiende a enfrentar la obra de los
dos escritores, pido que se me disculpe el hecho de acoplar estos temas tan desemejantes.
Lingüística
Se ha podido concluir que “La Biblioteca de Babel” es una metáfora del lenguaje por-
que el tema tiene, en efecto, un gran peso en la obra de Borges. Desde la publicación, en
1983, del libro de Arturo Echavarría, cada vez más los estudiosos han ido considerando la
“teoría del lenguaje” de Borges y las conclusiones teóricas a la que sus ficciones apuntan (por
ejemplo, Ribas Casasayas, Sylvia Dapía)2. Igualmente importante fue el libro de Gabriela
Massuh3 (de publicación casi simultánea), en el que la estudiosa concluía que, ante la impo-
sibilidad de poder expresar nociones metafísicas que se encuentran más allá del lenguaje, los
textos de Borges recurrían al silencio como una suerte de renuncia o pérdida de fe en la uti-
lidad –al menos estética– del lenguaje. La conclusión de Echavarría apunta a que la insufi-
ciencia del lenguaje se supera mediante un sistema de signos muy personales que apuntan a
otros textos literarios en el impresionante juego intertextual que caracteriza la obra de Bor-
ges. Tanto Rest como Echavarría y Massuh parten de la premisa de que, en Borges, el len-
guaje es insuficiente (también otros, posteriormente, como Camurati)4; el rol del artista, en
este caso, será encontrar medios alternos de lidiar con este problema. Barrenechea sostiene
1 Georg BOSSONG, “La infinitud del lenguaje en la obra de Jorge Luis Borges”, en Borges y la literatura: textos para un
homenaje, ed. Victorino POLO GARCÍA, Murcia, Universidad, 1989, pp. 211-248.
2 Alberto RIBAS CASASAYAS, “Signos mágicos y de lo absoluto: Aproximación a términos y conceptos de filosofía del
lenguaje en tres cuentos de Jorge Luis Borges”, en Neophilologus, 84 (2000), pp. 555-74; Silvia G. DAPÍA, “De la filoso-
fía a la crítica del lenguaje: Fritz Mauthner y Jorge Luis Borges”, en Jorge Luis Borges: pensamiento y saber en el siglo XX,
eds. Fernando de TORO y Alfonso de TORO, Frankfurt am Main, Vervuert, 1999, pp. 165-178; Jaime REST, El laberin-
to del universo: Borges y el pensamiento nominalista, Buenos Aires, Librerías Fausto, 1976.
3 Gabriela MASSUH, Borges: Una estética del silencio, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980.
4 Mireya CAMURATI, “La cuestión esencial: Borges ante la insuficiencia del lenguaje”, en Variaciones Borges, 27 (2009),
pp. 115-126.
 Alejandro CARPIO ROVIRA

que «el lenguaje es para Borges una interpretación y ordenación del universo»5. Esto, en par-
te, corrige Echavarría y cambia la metafísica por la estética como la correcta meta de las es-
peculaciones lingüísticas del argentino: «Es por la vía de exploración de la naturaleza y
función del lenguaje en general y del lenguaje literario en particular como Borges pre-
tende llegar a obtener algo que pueda considerarse ‘verdadero’ sobre la realidad»6.
“La Biblioteca de Babel” es uno de los cuentos más famosos de Borges. Narra (más
bien, describe) una biblioteca enorme compuesta de salas hexagonales que se extienden
quizás infinitamente por el espacio: «Cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada pá-
gina, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras color negro»7 (p. 88).
Las “ochenta letras” son símbolos ortográficos: un alfabeto de veintidós letras (quizás fo-
nético), la coma, el punto y el espacio8. Cada libro es único y existe una cantidad de li-
bros que es equivalente a la suma de todas las combinaciones posibles en que los veinti-
cinco símbolos pueden acomodarse en cada uno de los espacios de cada uno de los cua-
renta renglones, en cada una de las cuatrocientas diez páginas de cada libro. Resulta que
este número es demasiado grande: si hacemos el cálculo, nos damos cuenta de que los li-
bros no cabrían en el espacio que la física ha asignado al Universo. Ahora bien, con todo
y que el número es grande, si es cierto que no hay dos libros iguales y que cada libro tie-
ne un número fijo de páginas y símbolos ortográficos, se puede concluir que el total de
libros no es infinito. Para todos los efectos, puede que dé lo mismo, pero es importante
reconocer esta finitud.
Los matemáticos devotos de Borges han hecho su agosto con “La Biblioteca de Babel”:
hace dos años, por ejemplo, se publicó un libro hermoso dedicado al aspecto matemático
del cuento borgesiano. William Goldbloom Bloch sostiene la tesis de que el cuento es una
reflexión sobre la rama de la matemática conocida como combinatoria9. Las posibles op-
ciones en que un conjunto de objetos se puede combinar habrá despertado la imaginación
de Borges de la misma forma en que otras nociones matemáticas, como los conjuntos
transfinitos de Cantor, la infinitesimalidad y la Paradoja de Zenón, lo sedujeron.
Otra lectura del texto, afín con temas más literarios, explica que “La Biblioteca de Ba-
bel” es una metáfora del absurdo existencial. El bibliotecario del cuento se encuentra
perdido en un laberinto de libros, y sabe que al menos uno tiene instrucciones y des-
cripciones fiables sobre la vida y el universo. ¿Pero dónde está el libro? ¿Cómo saber que
es certero? A falta de un catálogo, de una brújula que lo dirija hacia un libro veraz, se
encuentra en la posición trágica de aquel que, rodeado de manjares, no puede saborear
ninguno. El conocimiento y la razón, ejemplificados en la figura del bibliotecario/inte-
lectual, no sirven para mucho. George McMurray10 y otros exploraron esta idea.
Una tercera lectura célebre del cuento propone que la Biblioteca es una metáfora del
lenguaje. Dinko Cvitanovic11, Georg Bossong y Juan Ignacio Pozo12 entendieron que el
cuento de Borges de alguna manera corresponde a las nociones chomskianas del len-
5 Ana María BARRENECHEA, “Borges y el lenguaje”, en Jorge Luis Borges, ed. Jaime ALAZRAKI, Madrid, Taurus Edi-
ciones, 1976, p. 234.
6 Arturo ECHAVARRÍA, Lengua y literatura de Borges, Barcelona, Editorial Ariel, 1983, p. 51.
7 Jorge Luis Borges, “La Biblioteca de Babel”, en Ficciones, Madrid, Alianza, 1997.
8 Sería conveniente que el tipo de letra fuese monoespaciada, para darle uniformidad a la longitud de las líneas.
9 William GOLDBLOOM BLOCH, The Unimaginable Mathematics of Borges’ “Library of Babel”, New York, Oxford UP, 2008.
10 George R. MCMURRAY, Jorge Luis Borges, New York, Frederick Ungar, 1980.
11 Dinko CVITANOVIC, “Concepto y paradoja: los flujos barrocos del 98 en la Argentina”, en Cuadernos Hispa-
noamericanos, 577-578 (1998), pp. 215-238.
12 Juan Ignacio POZO, Adquisición de conocimiento, Madrid, Ediciones Morata, 2006.
El lenguaje infinito y el manufacturado: la inconcebible afinidad entre Borges y Chomsky 

guaje. Quiero proponer algo distinto: que, mediante una apreciación de las ideas choms-
kianas, entendamos en qué manera el cuento no trata sobre el lenguaje13.
Según Chomsky, un lenguaje al que describe cualquier gramática particular es el con-
junto de todas las oraciones que genera14. Este conjunto es infinito, aunque el número
de unidades léxicas, de palabras, sea finito. Los elementos finitos se pueden combinar en
oraciones indefinidamente largas; esto provoca la aparente paradoja de que un conjunto
finito pueda producir un conjunto infinito15.
Si los tomos de la Biblioteca contienen entre sus tapas todas las posibles combinacio-
nes entre los 22 símbolos, el espacio, el punto y la coma, asegura la interpretación lin-
güística del cuento, deberá contener forzosamente cada una de las oraciones posibles de
un buen número de idiomas (los que se sostengan con los 25 signos que permite el cuen-
to). «El indoloro y casto despilfarro de números enormes» no puede ocultar una reali-
dad: el total es finito y tiene un límite computable.
Con elementos limitados, el lenguaje genera productos ilimitados. La idea es de Des-
cartes, y Chomsky solo le proporciona una evidencia o descripción matemática emplean-
do el concepto de la recurrencia o recursividad. Podríamos definir la recursividad como
«un proceso que hace invocación de sí mismo, o que alude a un proceso similar»16. Apli-
cada a cualquier regla sintáctica, la recursividad permite crear oraciones, en principio, infi-
nitas. Consideremos la siguiente secuencia17: «Esta es la casa que hizo Juan». «Esta es la man-
zana que estaba en la casa que hizo Juan». «Este es el ratón que se comió la manzana que
estaba en la casa que hizo Juan». «Este es el gato que mató al ratón que se comió…», etc.
13 De más está decir que Borges no podía conocer las aportaciones de Chomsky al momento de redactar el cuen-
to. De otra parte, ya nadie le exige rigurosidad filosófica a Borges, y debo señalar que aquí argumentaré en contra
de una lectura específica del cuento, no de su tesis. Cuando decimos que Borges no era filósofo, implicamos que
tampoco era filósofo del lenguaje. Cede así la necesidad de exigirle rigor, aún a su teoría lingüística. Hoy día es casi
necesario incluir –en cualquier discusión sobre elementos filosóficos en su obra– algún comentario de Borges a pro-
pósito de sus propensiones filosóficas (recientemente Juan José SEBRELI, “Borges: nihilismo y literatura”, en Cuader-
nos Hispanoamericanos, 565-566 (1997), p. 118; Julián SERNA ARANGO, “La pregunta por la filosofía en Borges”, [en
línea], en Revista Espéculo, http://www.ucm.es/info/especulo/numero26/filoborg.html (fecha de consulta: 10-I-
2010); Fernando BÁEZ, “¿Borges, filósofo?”, en A Parte Rei, 25 (2000), pp. 1-8, [en línea],
http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/filoborges.pdf (fecha de consulta: 10-I-2010); Silvia MAGNAVACCA, “Neo-
platonismo medieval en Borges”, en Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, 24 (2007), p. 68; Santo Gabriel
VACCARO, “Jorge Luis Borges: entre o lingüista e o filósofo”, en Revista Litteris, 2 (2009), p. 3; etc. Sirven, para es-
to, tanto la entrevista con María Esther Vázquez («No soy filósofo ni metafísico. Lo que he hecho es explorar o ex-
plotar –es una palabra más noble– las posibilidades literarias de la filosofía») como el aforismo de “Magias parciales
del Quijote” («Las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte»). Sebreli y Báez insisten en la
insuficiente categorización de Borges como seguidor de una escuela filosófica u otra, apreciación formulada inicial-
mente por Jaime REST, El laberinto del universo. Borges y el pensamiento nominalista, Buenos Aires, Librerías Fausto, 1976;
BARRENECHEA, “Borges y el lenguaje” cit; y, en varios estudios, Alazraki. MAGNAVACCA “Neoplatonismo” cit., p.
83, lo resume elegantemente de la siguiente forma: «El escepticismo sobre una filosofía ha mutado en fe literaria»,
que me gustaría transfigurar en «La imprecisión en la filosofía ha mudado en polisemia».
14 John LYONS, Noam Chomsky, New York, The Viking Press, 1970, p. 50.
15 Un lector de la Biblioteca trata de entender algún mensaje en la repetición perenne de MCV, sirviéndose de
cálculos matemáticos que le permitan darle un valor al signo de acuerdo con su ubicación en la serie, pero el cál-
culo termina malográndose. Borges utilizó la noción de los conjuntos infinitos para debatir a Nietzsche, y hubie-
se sido interesante ver cómo hubiese cuajado esta noción dentro de la Biblioteca de Babel.
16 Michael C. CORBALLIS, “Pensamiento recursivo”, en Mente y cerebro, 27 (2007), p. 78. Corballis ofrece el si-
guiente ejemplo de recursividad: «La noche era oscura y tormentosa, y le dijimos al capitán, ‘¡Cuéntenos una his-
toria!’ Y ésta es la historia que contó el capitán: ‘La noche era oscura y tormentosa, y le dijimos al capitán, ‘¡Cuén-
tenos una historia!’ Y ésta es la historia que contó el capitán: ‘La noche era oscura…’», p. 78.
17 Esta es una ligera variación de otro ejemplo de Corballis.
 Alejandro CARPIO ROVIRA

Michael Corballis comenta que no se trata de una mera agregación de elementos18;


resulta que el ratón de la cuarta oración no está muerto necesariamente, mientras que el
de la quinta sí lo está.
Con esto en mente, podemos refutar la idea de que, como comentan Bossong19, Fau-
cher20 y Cvitanovic21, la biblioteca es total o abarca todo lo decible. A pesar de su enor-
midad, la Biblioteca no contiene todo lo decible, ya que, por definición, el fenómeno
de la recursividad hace que un enunciado pueda dilatarse indefinidamente. Cuando Bor-
ges delimita el tamaño del libro, cercena de antemano la posibilidad de que la Bibliote-
ca contenga todos los enunciados de una lengua, de acuerdo a los postulados chomskia-
nos. Consideremos que, en la medida en que sea añadida a cualquiera de sus libros, una
letra desplazará alguna otra letra, para respetar los términos de la extensión del volumen22.
De otra parte, Chomsky estableció que la gramática de un idioma genera todas y úni-
camente (all and only) las oraciones de este. Todas las combinaciones posibles de todas las
palabras no generan, en su mayoría, oraciones gramaticales. La Biblioteca comprende un
sinnúmero de textos que carecen de sentido, y con los cuales nada tiene que ver, en prin-
cipio, el lenguaje humano. Se trata de combinaciones de signos entre las que, por puro
azar, aparecerá de vez en cuando alguna frase discernible como “oh tiempo, tus pirámi-
des”, pero que es espantosamente inhumana precisamente porque no formula todas y úni-
camente las expresiones posibles de un idioma.
La Biblioteca de Babel no tiene sintaxis, un aparato que regule las posibles combina-
ciones y que descarte las disparatadas. El punto se recrudece además porque los libros
contienen todas las combinaciones, no ya de palabras, sino de símbolos ortográficos. Al no
considerar la palabra como una unidad mínima en su Biblioteca, Borges está sugiriendo
que su cuento no trata del lenguaje como tal, sino de la probabilidad de que una com-
binación de signos exprese algo con sentido. El punto es matemático, no lingüístico.
No es sin razón que el aturdido bibliotecario del cuento comenta que «cuatrocientas
diez páginas de inalterable MCV no pueden corresponder a ningún idioma». Una secta
de bibliotecarios predica que los libros de la Biblioteca no tienen sentido; esto es cierto
si se considera que los volúmenes no intentan comunicar nada: simplemente responden a
una lógica de combinación.
Ha habido muchos intentos críticos de aunar el lenguaje con la Biblioteca. Manuel
Martínez Morales sostiene que «la gramática de Babel es una gramática recursiva libre de
contexto, lo que significa que en principio puede ser ‘entendida’ por una máquina de Tu-
18 CORBALLIS, “Pensamiento recursivo” cit., p. 79.
19 BOSSONG, “La infinitud” cit., p. 226.
20 Kane X. FAUCHER, “A Few Ruminations on Borges’ Notions of Library and Metaphor”, en Variaciones Bor-
ges, 12 (2001), pp. 125-37.
21 CVITANOVIC, “Concepto y paradoja” cit., p. 231.
22 Al enunciado “El hijo de Adán ha muerto”, el fenómeno de la recursividad le permite intercalar un posesi-
vo infinitamente repetido, y completamente lógico, que hace que el postulado cambie de sentido; no sólo “El hi-
jo del hijo de Adán ha muerto”, sino “El hijo del hijo del hijo del hijo de Adán ha muerto”, y así indefinida-
mente. La descendencia de Adán, generación tras generación, podría ser infinita. Una oración ilegible pero gra-
maticalmente correcta también puede extenderse hasta el infinito, generación sintáctica tras generación sintáctica.
La extensión de los tomos borgesianos (esas meras 410 páginas) contraviene la posibilidad de expresar todo lo ex-
presable. Este punto vale tanto para los libros como para la Biblioteca en sí. De otra parte, se debe considerar lo
siguiente: un libro X de la Biblioteca es un enunciado único, y no puede tener intercalada la palabra casa, ya que
cuatro signos de su cuerpo deberán desaparecer para acomodarse a la extensión impuesta. Libro X más casa no
existe en la Biblioteca, aunque, técnicamente, cualquier enunciado posible del lenguaje humano tolerará la agre-
gación de esta palabra.
El lenguaje infinito y el manufacturado: la inconcebible afinidad entre Borges y Chomsky 

ring»23. El sentido de recursividad aquí no es el chomskiano, según parece. El crítico pro-


pone posibles ecuaciones matemáticas con las que se pueda programar una computado-
ra capaz de separar los textos incoherentes de los coherentes. Pero esto solo implica que
el hecho de que la Biblioteca contenga alguna oración lógica es más producto de la suer-
te que de otra cosa. El lenguaje implica la sintaxis, la regla, el sentido. Sin sintaxis, no hay
lenguaje. De hecho, un enunciado puede no tener sentido, pero estar bien redactado sin-
tácticamente (como el famoso colorless green ideas sleep furiously). El programa computa-
cional de Martínez Morales podría ayudar (muy teóricamente) al bibliotecario del cuen-
to, pero nada nos dice de la colección de libros.
La Biblioteca solo propone las combinaciones de los elementos con que se represen-
ta gráficamente un lenguaje. Ya que su existencia y ubicación se debe a las reglas com-
binatorias por las que rige la Biblioteca el contenido de sus libros, los signos de los vo-
lúmenes son meros significantes sin significado. La rama matemática que estudia la com-
binatoria no es una regla sintáctica. Esta idea me da pie a concluir que, más que hacer
una metáfora del lenguaje, ni siquiera sugerir que en Babel se encuentran todas las ora-
ciones posibles, Borges está jugando con la combinatoria de elementos cualesquiera, y
no «de la infinitud combinatoria del lenguaje» (como propuso Bossong). Según Bloch,
la fuente del interés borgesiano por la ciencia de la combinación (y otras ramas de las ma-
temáticas) fue Bertrand Russell24, en especial dos libros: Human Knowledge: Its Scope and
Limits, el cual leyó y anotó Borges, sostiene Bloch; y Principios de matemática, «[which] re-
mained Borges’ inspiration and touchstone of mathematical thought»25.
Quizás sería más provechoso entender la Biblioteca como un infierno al que están con-
denados aquellos que se acercan, como si se tratase de comunicación, a lo que es un me-
ro producto del azar, de la combinatoria de elementos. Algo análogo sugieren Ribas Ca-
sasayas26 y Bernat Castany27. La idea se asoma también en “La muerte y la brújula” y “La
escritura del dios”.

Política
Paso a tratar otro aspecto de la obra de Chomsky; el que critica los modelos de propa-
ganda con la que los estados democráticos tratan de controlar a sus ciudadanos. La relación
de estas ideas con la obra de Borges aparenta ser, en efecto, inconcebible; pero resulta que no
se encuentra entre la minúscula lista de tópicos que despreocuparon al maestro argentino.
En los últimos quince años ha cobrado fuerza la lectura histórica y política de los textos
borgesianos. Un espléndido punto de partida, que se enlaza con el estudiadísimo tema ju-
dío en la obra de Borges, es la Segunda Guerra Mundial y la persecución antisemita que im-
plicó. Daniel Balderston en 1993 y Edna Aizenberg en 1997 publicaron sendos escritos al
respecto. Aun los estudios poscoloniales han logrado adecuarse con la obra borgesiana, y el
resultado ha sorprendido a los lectores acostumbrados a esta literatura de antaño leída ex-
clusivamente como lúdica o deshumanizada, por usar el término orteguiano.
23 Manuel MARTÍNEZ MORALES, “Entropía y complejidad en ‘La biblioteca de Babel’”, en La Palabra y el Hom-
bre, 82 (1992), p. 251.
24 BLOCH, The Unimaginable cit., p. 143.
25 BLOCH, The Unimaginable cit., p. 147.
26 Alberto RIBAS CASASAYAS, “Signos mágicos y de lo absoluto: Aproximación a términos y conceptos de filo-
sofía del lenguaje en tres cuentos de Jorge Luis Borges”, en Neophilologus, 84.4 (2000), p. 567.
27 Bernat CASTANY PRADO, “Modernidad y nihilismo en ‘La biblioteca de Babel’ de Jorge Luis Borges”, en
Cuadernos Hispanoamericanos, 661-662 (2005), pp. 77-83, p. 78. También, desde un punto de vista más autobio-
grafista, José Andrés RIVAS, “El universo es una biblioteca”, en Arrabal, 2.1 (2000), pp. 155-161, p. 159.
 Alejandro CARPIO ROVIRA

En el 1977, Rodríguez Monegal se quejaba de que el tema de la política en la obra


de Borges no había suscitado muchas reacciones críticas (al contrario de sus infames co-
mentarios sobre política)28. Esto ha cambiado en los últimos 30 años, y ya ningún lector
atento puede obviar el hecho de que la política y la historia contemporánea reaparecen
constantemente en la cuentística y ensayística de Borges.
En 1941, trabajando para el periódico La Nación, Borges publica una reseña bajo el
título “Dos libros de este tiempo” (el título de la versión de 1952 es, simplemente, “Dos
libros”). La reseña trata sobre un libro de H. G. Wells, Guide to the New World: A Hand-
book of Constructive World Revolution, y otro de Bertrand Russell, Let the People Think. El
libro de Russell, el que me interesa aquí, es una colección de ensayos políticos. El filó-
sofo inglés, como se sabe, además de sus aportaciones clásicas en los campos de la lógi-
ca, la matemática y el lenguaje, escribió considerablemente sobre anarquía y liberalismo
libertario y estuvo muy activo en el activismo antibélico.
En su reseña de Let the People Think, Borges privilegia un ensayo que trata sobre el rol
de la prensa (y, en menor medida, de la educación primaria) en el adoctrinamiento po-
lítico del público. El libro de Russell se publicó en 1941 (el mismo año en que lo rese-
ña Borges), pero el ensayo en cuestión es de 1922. La década del 1920 es muy impor-
tante en este respecto. Walter Lippman, el padre –se podría decir– de la prensa estadou-
nidense moderna, publica su célebre libro Public Opinion ese mismo año. Lippman acu-
ñó la frase manufactura de consenso para describir la función que los intelectuales deben te-
ner en una sociedad democrática: dirigir –ya sea en la prensa o en las instituciones aca-
démicas– el consenso de la ciudadanía. La manera en que Russell entiende la función de
la prensa es similar, solo que la desaprueba, mientras que Lippman la prescribe. Seis años
más tarde, Edward Bernays avanzó el esfuerzo de Lippman en un libro que intituló pre-
cisamente Propaganda, y que sirvió por décadas como un manual de publicidad y rela-
ciones públicas. Entre un libro y otro apareció la autobiografía de un canciller alemán,
quien se manifestó muy preocupado sobre estos temas y le dedicó un fragmento intere-
santísimo a la manufactura de consenso que, según él, estaba en manos de los judíos y
los comunistas: me refiero, por supuesto, al autor de Mein Kampf.
Aunque el ensayo de Russell enfila sus cañones más directamente hacia el sistema pe-
dagógico, critica también la función propagandística de la prensa. Comenta: «The art of
propaganda, as practiced by modern politicians and governments, is derived from the art
of advertisement»29. Russell se maravilla de que el hecho de repetir mucho una cosa ha-
ga que la gente crea que es cierta: concluye que, de esta forma, mediante la repetición de
eslóganes, «democratic opinion is created». Esta expresión es similar a las de Lippman y
Bernays, manufacture of consent y engineering of consent, respectivamente. Debo aclarar una
vez más que para Lippman y Bernays este fenómeno es, no solo positivo, sino indispen-
sable para el funcionamiento de la democracia. La advertencia de Russell es eminente-
mente moderna, y –por cuestiones de cronología– no responde a Lippman ni a Bernays30.
Sobre esta cuestión tendrá mucho que decir Chomsky varias décadas después, y está cla-
ro que sus estudios continúan la labor que había ocupado a su maestro Russell desde la
segunda década del siglo XX. Una de las aportaciones de Chomsky (en un libro que in-

28 Emir RODRÍGUEZ MONEGAL, “Borges y la Política”, en Revista Iberoamericana, 43.100-101 (1977),


pp. 269-291.
29 Bertrand RUSSELL, Let the People Think, London, Watts & Co., 1941, p. 35.
30 Parecería más bien contestarle a un conocido trabajo de William James, The Will to Believe, de 1898, una for-
mulación pragmática del concepto de la verdad.
El lenguaje infinito y el manufacturado: la inconcebible afinidad entre Borges y Chomsky 

titula con precisamente con la frase de Lippman: Manufacturing Consent) fue presentar una
descripción sistemática –aplicada a la prensa estadounidense– de las observaciones críticas
de Russell en su ensayo del 1922: el hecho de que, mediante la editorialización, los me-
dios masivos de comunicación (entiéndase la prensa) crean el consenso necesario para que
en un sistema democrático pueda llevarse a cabo un plan que beneficia poco a la ciuda-
danía, pero que cuenta con su aprobación.
La pregunta aquí sería: ¿y qué hacía Jorge Luis Borges hablando de estos temas en 1941?
Resulta que en el periodo en el que el argentino publica su reseña estaba muy activo
en temas políticos. Desde mediados de la década de los 30, Borges empieza a escribir va-
rios artículos contra el antisemitismo y el fascismo, llega a escribir textos importantes am-
bientados en la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. En su “Autobiographical Es-
say”, confiesa que escribió libros sobre el anarquismo –hoy desaparecidos–, inspirados en
Baroja, y un poemario en alabanza a la Revolución Rusa. Rodríguez Monegal nos re-
cuerda que uno de los primeros artículos que escribe Borges es una reseña de, entre otros,
Momentum catastrophicum, de Baroja, cuando «estaba más anarquista que nunca»31. Según
el estudioso uruguayo, Borges creía en cierto tipo de anarquismo filosófico (inspirado en
Spenser, no en Bakunin), sus colegas lo daban por hombre de izquierda, y que precisa-
mente por estas convicciones lo acosó Perón; Borges además simpatizaba con el bando re-
publicano en la Guerra Civil española32. De otra parte, Fernández Retamar ha sugerido
que las “veleidades izquierdistas” de la juventud de Borges fueron más un producto de su
clase social, una suerte de moda, que un resultado de una reflexión concienzuda33. El ar-
gumento podría ser suficiente como para descartar el tema, así que prefiero enmarcar la
discusión de la crítica a la propaganda más como una reflexión sobre los usos del perio-
dismo que como una inclinación seria hacia la izquierda libertaria. Indistintamente de su
causa, las inquietudes políticas de Borges lo llevan a servirse del espacio que consigue co-
mo editor de periódicos conservadores y de un semanal femenino para practicar, en pa-
labras de Rodríguez Monegal, «una propaganda política anti-fascista». A esta época de
conflicto bélico e ideológico pertenece la reseña sobre los libros de Wells y Russell. Aho-
ra bien, reseñar un ensayo sobre los usos propagandísticos de la prensa por parte del ban-
do de los Aliados parecería cruzar una línea muy delicada entre lo puramente informati-
vo y lo subversivo. Dicho de otra forma: ni Russell ni Borges critican particularmente la
prensa de la Alemania nazi, sino las de sus respectivos países.
Borges debió conocer muy bien las guisas del periodismo amarillista, ya que trabajó en
Crítica, periódico «al estilo de los grandes diarios ‘amarillos’ de Pulitzer y Hearst», según Jor-
ge B. Rivera34. Su colaboración en Sur y en Los Anales de Buenos Aires son la contracara, co-
menta Rivera, del amarillismo de Crítica (a la que Borges aportó 12 textos)35. A partir de
1936, se encarga de la sección “Libros y Autores Extranjeros” del semanario femenino El
Hogar, para un total de 207 colaboraciones a lo largo de 76 números. Desde este insólito me-
dio practicará Borges la «propaganda política anti-fascista» que comenta Rodríguez Mone-
31 RODRÍGUEZ MONEGAL, “Borges y la Política” cit., p. 273.
32 Mark FRISCH, You Might be Able to Get There from Here: Reconsidering Borges and the Postmodern, Cranbury, As-
sociated University Presses, 2004, p. 131.
33 Roberto FERNÁNDEZ RETAMAR, Todo Calibán, Bogotá, Instituto de Altos Estudios Jurídicos, 2005, p. 70.
34 Jorge B. RIVERA, “Borges, periodista inadvertido”, en Acerca de Borges: Ensayos de poética, política y literatura
comparada, ed. Jorge DUBATTI, Buenos Aires, Fundación Editorial de Belgrano, 1999, pp. 141-148: p. 144.
35 Entre el 1927 y 1930, además, publica 25 textos en Síntesis. Rivera nos recuerda que el 70% de la Antología
personal apareció primeramente en los periódicos. Al menos dos terceras partes de los libros más importantes de
Borges debutaron en las páginas de periódicos o revistas.
 Alejandro CARPIO ROVIRA

gal36. Claude Couffon también ha señalado que entre el 1937 y el 1938, Borges publica en
El Hogar críticas literarias en las cuales afirma su simpatía por la República Española37. El he-
cho de que Borges publicara textos de una clara inclinación política en «un semanario pla-
gado de informaciones sobre la última moda, noticias de sociedad y recetas para el ama de
casa creativa»38 francamente resulta inquietante.
La reseña “Dos libros” aparece en Sur 86, el 12 de octubre del 1941. Tres años antes Bor-
ges había asistido al Primer Congreso Contra el Racismo y el Antisemitismo: este congreso,
explica Aizenberg, tenía la intención –entre otras cosas– de reaccionar ante los reclamos de
Gustavo Adolfo Martínez Zuviría por el exterminio de los judíos argentinos39. Martínez Zu-
viría había sido director de la Biblioteca Nacional (puesto que luego ocuparía Borges), y lue-
go estuvo a cargo del Ministerio de Justicia y Educación en el gobierno de Perón. Ante este
panorama, la reacción de Borges (por no usar el término activismo) fue bastante clara, y no se-
ría esclarecedor explicarla únicamente como una defensa del tema judío, como quiere Ai-
zenberg, sino como una reacción más abarcadora, que sedujo a otros contemporáneos de
Borges. De hecho, sería provechoso entender la situación más como un ataque al nacionalis-
mo que como una defensa del judaísmo; el tema recurre en Borges (uno de muchos ele-
mentos que conforman la “nadería de la personalidad”), al igual que en su maestro Russell40.
Ciertamente Borges y Chomsky digirieron las ideas de Russell de forma disímil y hasta
bifurcada. Gene H. Bell comenta que la interpretación de los procesos históricos del argen-
tino peca de intelectualismo41. El estudioso compara a Borges con aquellos anticuados his-
toriadores que pensaron que la Revolución Francesa fue causada por los escritos de Rous-
seau y Voltaire42. El mismo Borges comenta, en el ensayo que aquí me incumbe, que «los
hechos políticos proceden de especulaciones muy anteriores», idea que imputa a Russell, y
que elabora exponiendo que Hitler es «un pleonasmo de Carlyle y aun de J. G. Fichte; Le-
nin, una transcripción de Karl Marx»43 (p. 194). Borges privilegia una crítica del libro de
Russell: la fe ciega que los lectores de periódico tienen sobre la palabra impresa. Escribe que
muchos de sus conocidos «se dejan embaucar por artificios tipográficos o sintácticos; pien-
san que un hecho ha acontecido porque está impreso en grandes letras negras; confunden
la verdad con el cuerpo doce» (p. 193). Ciertamente esta lectura dista de la reflexión histó-
rica y política que desarrolla Chomsky (quien sigue más de cerca a Russell), y es más afín
con las inquietudes borgesianas.
A Russell le parecía inmoral que la prensa se sirviera para inculcar ideas erróneas, y a Bor-
ges le resulta incoherente que la gente las crea. El argentino, como queda dicho, avanza su
crítica desde un periódico y en un contexto histórico delicado: como se sabe, Borges pagó
las consecuencias por estas y otras declaraciones. Puede que la incipiente concienciación po-
lítica de Borges haya sido, como sostiene Fernández Retamar, producto de una moda bur-
guesa, y, como sostiene Bell, se haya perfilado como un juego intelectualista, pero el hecho
no desmiente el que haya tenido lucidez.

36 RODRÍGUEZ MONEGAL, “Borges y la Política” cit., p. 278.


37 Claude COUFFON, “Borges y la política”, en Borges y la literatura: textos para un homenaje, cit., pp. 179-189, p. 182.
38 Edna AIZENBERG, Borges, el tejedor del Aleph y otros ensayos, Madrid, Iberoamericana, 1997, p. 41.
39 AIZENBERG, Borges, el tejedor cit., p. 37.
40 Leonard A CHEEVER, “In Praise of Folly: Jorge Luis Borges and Bertrand Russell”, en Perspectives on Con-
temporary Literature, 3.1 (1977), p. 51.
41 Gene H. BELL, “Borges: Literature and Politics North and South”, en Nation, 222.7 (1976), pp. 213-217.
42 Bajo esta luz se debería ver la parcialidad borgesiana en el tema judío-palestino y la guerra del 1967, cosa que
no hace Aizenberg.
43 Jorge Luis Borges, “Dos libros”, en Otras inquisiciones, Madrid, Alianza, 1999.
El lenguaje infinito y el manufacturado: la inconcebible afinidad entre Borges y Chomsky 

«A partir de 1956» –escribe Rodríguez Monegal– «las opiniones políticas de Borges


dejan de tener algo que ver con la realidad argentina, o mundial»44. Su gran obra artísti-
ca, además, ya estaba escrita. “Dos libros” queda como un tímido pero claro testimonio
de las inquietudes del joven Borges durante las décadas de los treinta y los cuarenta.

Resumen: Este trabajo estudia dos textos de Jorge Luis Borges a la luz de las teorías del estadounidense Noam Chomsky,
y se divide en dos partes. La primera se propone interpretar “La Biblioteca de Babel” considerando las teorías lingüísticas
de Chomsky (principalmente, la recursividad), y replantearse la medida en la que el cuento podría ser una reflexión en
torno al lenguaje. La segunda parte discurre sobre la reseña de un libro político de Bertrand Russell que Borges publica-
ra bajo el título “Dos libros”, y en el que el británico exponía varias ideas que tuvieron una repercusión importantísima
en la obra política de Chomsky.
Palabras clave: Borges, Chomsky, Russell, infinitud del lenguaje, manufactura del consenso.
Abstract: This work studies two texts by Jorge Luis Borges, as seen through the theories of Noam Chomsky; it is di-
vided into two parts. The first part engages in an interpretation of “The Library of Babel” considering Chomsky’s lin-
guistic theories (mainly recursion) and attempts to rethink the way in which the short story might be a reflection on lan-
guage. The second part deals with “Two Books”, Borges’s review of a political book penned by Bertrand Russell, where
the Englishman exposed several ideas that had an important reverberation in Chomsky’s political work.
Keywords: Borges, Chomsky, Russell, infinitude of language, manufacture of consent.

44 RODRÍGUEZ MONEGAL, “Borges y la Política” cit., p. 286.

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