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1.1 INTRODUCCION.
Hoy el término iniciación no nos resulta ya habitual. Nos remite instintivamente a las religiones
mistéricas de la época helenística, por ejemplo, al culto de Mitra, casi contemporáneo de la entrada
del cristianismo en Roma. Esto no significa que la iglesia de Roma haya copiado los ritos paganos
para construir su iniciación. Ciertas semejanzas y ciertos simbolismos— Por ejemplo, el bautismo
con agua— son connaturales a toda cultura para expresar la purificación.
En realidad, la iniciación cristiana se refiere a las etapas indispensables para entrar en la
comunidad eclesial y en su culto en espíritu y verdad. Sin querer exagerar el sentido de la disciplina
llamada del arcano, no se puede olvidar que, en la iglesia primitiva, los ritos de iniciación eran
secretos. Las catequesis de los padres nos demuestran que la explicación particularizada de los
ritos tenía lugar cuando los catecúmenos habían hecho ya la experiencia vital de los sacramentos
de la iniciación. Esta catequesis era especialmente mistagógica.
Iniciación significa también comienzo, entrada en una vida nueva, justamente la del hombre
nuevo en el seno de la iglesia. Como en toda vida, también aquí se tiene un progreso con etapas,
que en este caso están representadas por los sacramentos de la iniciación. Ninguno de ellos
permanece cerrado en sí mismo, sino que está abierto a la secuencia de un crecimiento dinámico
hacia una perfección más profunda.
Se equivocaría aquella catequesis que los presentase a cada uno aislado, como una cosa que,
una vez recibida, está definitivamente cerrada y pasada. Si el bautismo y la confirmación se reciben
una sola vez, la eucaristía, que fue instituida para ser continuamente repetida, renueva cada vez lo
que se dio con los dos primeros sacramentos.
La antigua tradición de la iglesia vivió esta iniciación a los tres sacramentos, precisamente
como iniciación a los tres juntos: se conferían en una única celebración, incluso a los niños. La
sucesión de los tres ritos se nos describe desde el S. II, en un texto ya clásico de Tertuliano: "Se
lava el cuerpo para que sea purificada el alma; se unge el cuerpo para que sea consagrada el alma;
se signa el cuerpo (con el signo de la cruz) para que sea fortalecida el alma; se cubre con la sombra
el cuerpo (por la imposición de las manos) para que sea iluminada el alma por el Espíritu Santo;
se nutre el cuerpo con el cuerpo y la sangre de Cristo para que se nutra de Dios el alma"
En el Ritual del Bautismo de Niños, y en el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA),
se propone esclarecer el sentido de la iniciación cristiana, y une entre sí los tres sacramentos que
ésta comprende: bautismo, confirmación, eucaristía.
Aunque, por motivos históricos o pastorales, en la iglesia latina no se continuó confiriendo
estos tres sacramentos durante la misma celebración (cuando se trataba de niños), la catequesis de
uno de ellos requiere siempre que haya referencia a los otros dos, que le están estrechamente
vinculados. Por tanto, la iniciación cristiana se presenta como un sacramento que comprende tres
etapas sacramentales.
1.2 El TERMINUS AD QUEM
En la antropología cultural, cuando se habla de Iniciación no se refiere a unos conocimientos
(iniciación a el conocimiento de la música, o de las matemáticas, por ejemplo), sino a la iniciación
a la vida de un determinado grupo, comunidad, sociedad o religión.
Es para entrar en un grupo ya constituido, que tiene un proyecto ya determinado, una misión
establecida, un lenguaje simbólico o unas tradiciones.
El proceso de integración exige la transmisión de una tradición viva recibida de los mayores,
además del aprendizaje del lenguaje simbólico del grupo, entrar en el arquetipo del grupo, con los
mitos de origen y los acontecimientos fundacionales que están a la base.
De ahí la importancia de la anamnesis, de la memoria cultual que permite a los iniciados
conectar personalmente con los orígenes del grupo, porque la iniciación es un proceso de
socialización, de progresiva integración en el grupo asimilando los valores comunitarios,
socioculturales y religiosos.
La Iniciación cristiana por tanto es para hacer cristianos, porque según Tertuliano “uno no
nace cristiano, sino que tiene que hacerse cristiano” (De testimonio animae 1,7). Uno no nace
cristiano por naturaleza, sino que se hace cristiano al injertarse en el misterio de Cristo muerto y
resucitado: “La iniciación cristiana no es otra cosa que la primera participación sacramental en
la muerte y resurrección de Cristo” (RICA 8).
La iglesia no es un grupo social, es un misterio al que hay que integrarse, hacerse miembro del
cuerpo de Cristo, la iglesia que es el sacramento de la redención universal., por eso se precisa una
iniciación para entrar en ella. La iglesia posee el depósito de la fe revelada que se transmite a través
de una tradición viva, y sus misterios son los sacramentos.
1.3 EL AGENTE DE LA INICIACIÓN.
En la iniciación es fundamental y decisiva la participación activa de la comunidad de los ya
iniciados; es ella la que acoge, acompaña, influye y se compromete con los iniciandos. Es la
encargada de verificar la autenticidad de la iniciación, por lo que el éxito de la iniciación depende
de la participación de la comunidad. Sin embargo, la comunidad en la medida que se involucra en
el proceso de los iniciados, se va enriqueciendo con cada iniciación, porque repasas su modelo de
identidad.
La iniciación cristiana, por tanto, es un proceso eclesial, en donde la iglesia ejerce su
maternidad: Ecclesia mater. Cada vez que se agregan nuevos miembros, la iglesia se ve
beneficiada porque se va reiniciando ella misma: Ecclesia Semper initianda.
Pero a pesar de esta mediación de la iglesia, no debemos olvidar que es siempre una iniciativa
de Dios, que es quien le va a dar peso y fuerza a este proceso.
1.4 EL SUJETO DE LA INICIACION
Es el hombre o mujer libre y capaz de actos personales, consientes y voluntarios, que tiene
deseos de agregarse al grupo. La iniciación no va dirigida sólo a la mente, sino al hombre interior,
en toda su realidad corporal y espiritual, por lo que la persona se somete a un proceso personal de
transformación radical en su condición social o religiosa.
La iniciación es un paso de una condición, a otra de un status a otro, y es por eso que a los ritos
de iniciación se les llama ritos de paso. En el cristianismo esto se manifiesta de una manera muy
clara en el binomio muerte-resurrección, que expresa la radicalidad de esta transformación como
signo de una nueva vida, que el iniciado recibe, y es por eso que a veces incluso recibe un nombre
nuevo, o un vestido nuevo.
El carácter personal de la iniciación cristiana se manifiesta sobre todo en la fe que es necesaria
durante todo este proceso: la fe como actitud personal de adhesión radical del ser a la persona de
Cristo. Pero para llegar a esta adhesión personal, antes tiene que recorrer un largo camino de
conversión y asimilación de los contenidos y enseñanzas de Cristo; esto le permitirá introducirse
en un género de vida totalmente distinto, que exige la transformación del sujeto en su forma de
pensar y de comportarse.
La iniciación se articula siempre sobre la conversión y el aprendizaje que recibe el candidato,
en la vida cristiana (RICA 10), para que, al finalizar el proceso, sea en verdad otro, una nueva
creatura, un neófito.
1.5 LOS MEDIOS DE LA INICIACION
En los procesos de Iniciación, la instrucción es un elemento indispensable pero como ya
dijimos anteriormente, no es sólo comunicación de esquemas de pensamiento o enseñanza
doctrinal, sino también el aprendizaje de un nuevo género de vida.
Por eso los medios que pone en juego no pertenecen sólo al nivel de las ideas, sino que incluyen
una simbología (gestos, lugares, personas, tiempos), en que intervienen todas las facultades del
hombre, pero en especial el cuerpo: el candidato es sometido a ejercicios de adiestramiento, a duras
pruebas físicas y psicológicas para comprobar su resistencia de espíritu.
En la Iniciación cristiana, el primer paso primordial es la evangelización que tiene como
finalidad la conversión y la fe, y posteriormente se pasa a la formación de esa fe.La formación
doctrinal ocupa un lugar muy importante en la preparación de los catecúmenos, se imparte al
candidato una instrucción elemental (catequesis).
Para el catecúmeno, esto no es una mera exposición de dogmas y preceptos de la vida cristiana,
sino la formación en la vida cristiana, para que se asuman como discípulos de Cristo y lo
reconozcan como su maestro. Por eso es que durante todo el proceso catecumenal, los iniciandos
deben participar en determinadas acciones litúrgicas y ejercicios ascéticos, que van a culminar con
la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana
1.6 LA INICIACION ES UN PROCESO
La iniciación presenta siempre un proceso dinámico, y esto lo vemos en las diferentes culturas,
por ejemplo:
- Es un itinerario que hay que recorrer
- Es paso de una situación a otra (de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la
esclavitud a la libertad)
- Es gestación y parto
- Es maduración y crecimiento
- Es aprendizaje.
La iniciación por tanto lleva su tiempo y podemos distinguir algunas fases o etapas:
a. Tiempo de separación y de ruptura con lo anterior, con lo viejo.
b. Tiempo de marginación, de transición, de pruebas y de sufrimiento, de aprendizaje
c. Tiempo de integración en el grupo, de introducción en el nuevo género de vida.
Durante cada una de estas etapas, hay ritos que van marcando cada paso que se va dando, el
progreso que se va alcanzando, sin embargo, este proceso se va alcanzando con el paso del tiempo.
En la experiencia cristiana, durante todo el proceso de iniciación, esto estaba claro: “el catecúmeno
necesita tiempo” (Clemente de Alejandría). Se necesita tiempo para adaptarse a una nueva manera
de vivir, purificar las motivaciones y consolidar la conversión, para madurar la fe e identificarse
con la iglesia.
La iniciación cristiana sólo abre la puerta a la vida cristiana, ya que toda esa vida se considera
dentro del proceso de conversión e iniciación permanente.
1.7 LA INICIACION ES UN PROCESO UNITARIO.
A pesar de que hay una variedad de elementos, momentos y actores que participan durante el
tiempo de la iniciación, el proceso iniciático es único, porque existe una unidad orgánica entre
todos los elementos.
En la Iniciación cristiana, todos los elementos y etapas están articuladas entre sí, de forma que
todo el proceso constituye un único acontecimiento, es por esta razón que se le ha llamado “el gran
sacramento de la iniciación cristiana” (Bautismo, Confirmación y Eucaristía).
“En efecto, incorporados a Cristo por el Bautismo, constituyen el pueblo de Dios, reciben el
perdón de todos sus pecados, y pasan de la condición humana en que nacen como hijos del primer
Adán al estado de hijos adoptivos, convertidos en una nueva criatura por el agua y por el Espíritu
Santo. Por esto se llaman y son hijos de Dios.
Marcados luego en la Confirmación por el don del Espíritu, son perfectamente configurados
al Señor y llenos del Espíritu Santo, a fin de que, dando testimonio de él ante el mundo, cooperen
a la expansión y dilatación del Cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a su plenitud.
Finalmente, participando en la asamblea eucarística, comen la carne de hijo del hombre y
beben su sangre, a fin de recibir la vida eterna y expresar la unidad del pueblo de Dios; y
ofreciéndose a sí mismos con Cristo, contribuyen al sacrificio universalen el cual se ofrece a Dios,
a través del Sumo Sacerdote, toda la Ciudad misma redimida; y piden que, por una efusión más
plena del Espíritu Santo, llegue todo el género humano a la unidad de la familia de Dios.
Por tanto, los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para llevar a su
pleno desarrollo a los fieles, que ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el
mundo”.
RICA 2
La iniciación no será completa mientras no se hayan recorrido estos tres momentos de la vida
cristiana, se subraya el dinamismo unitario y las conexiones mutuas que hay entre ellos, los tres
sacramentos se complementan mutuamente.
Aunque se fue desarrollando después la conciencia de la significación específica de cada uno
de estos sacramentos, durante siglos se mantuvo la convicción de la unidad orgánica que los
vincula entre sí.
Por desgracia en occidente, la iniciación cristiana se desintegro en tres ritos autónomos, y la
conciencia de esta unidad se perdió, de manera que esta vinculación teológico-litúrgica se fue
eclipsando.
En esta época, y como consecuencia de los estudios litúrgico-patrísticos que se han ido
realizando, se ha vuelto a recuperar poco a poco la valoración de la unidad sacramental, teológica
y litúrgica que hay entre estos tres sacramentos.
El movimiento litúrgico puso un gran interés en este aspecto de la vida cristiana y se puede
considerar uno de sus máximos logros, de manera que en los libros de la iglesia, así como en el
magisterio se vuelve a hablar ahora de esta unidad llamada Iniciación cristiana. La reforma
litúrgica del Vaticano II habla con vehemencia de esta unidad sacramental.
El haber perdido de vista durante mucho tiempo este aspecto unitario de la Iniciación cristiana,
llevó a un empobrecimiento teológico de cada uno de estos sacramentos, de ahí la necesidad de
estudiarlos, pero dentro de una unidad orgánica, en íntima conexión entre ellos y situándolos en el
lugar que les corresponde dentro de la línea progresiva del proceso de la Iniciación cristiana.
2.2 SU COORDINACION.
Los sacramentos de la iniciación cristiana no son tres ritos de paso independientes o cerrados
en sí mismos, ni siquiera son tres etapas autónomas; hay una relación orgánica entre ellos, un
dinamismo interior que os conecta entre sí.
Son tres etapas de un único proceso de progresiva introducción en el misterio de Cristo, de la
configuración a las que estamos llamados a vivir con Él, así como de la agregación a su iglesia.
La eucaristía debe ser considerada como una celebración de la plenitud del misterio de Cristo,
el término y culmen de ese camino de iniciación; el bautismo y la confirmación tienden por su
naturaleza hacia la comunión eucarística.
El bautismo, puerta de la vida espiritual, primera participación en el misterio cristiano, marca
el comienzo del itinerario de la iniciación; la confirmación es el perfeccionamiento y la
prolongación del bautismo, que hace avanzar al bautizado por el camino de su iniciación,
disponiéndolo para participar plenamente de la eucaristía:
“… los fieles renacidos en el bautismo se fortalecen con el sacramento de la confirmación y,
finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna”
Divinae consortium naturae, Paulo VI.
b) Liturgia de la Palabra
La liturgia de la Palabra es una novedad, y se ha tenido en cuenta este doble criterio: enriquecer
la segunda parte del rito, que habría quedado excesivamente pobre con la separación del Símbolo,
Padre Nuestro y renuncias, así como aceptar los argumentos teológico-pastorales que postulan un
rito, en el que se suscite o potencie la fe de los padres, padrinos y comunidad cristiana que celebran
un sacramento de fe. Esta parte hace que el Bautismo aparezca como sacramento de fe.
La estructura que tiene, es la común de una celebración de la palabra; de ahí que nunca deban
faltar las lecturas, la homilía la oración de los fieles y, en este caso, el exorcismo. El ritual prevé
una oración en silencio después de la homilía. Era conveniente incluir este elemento para
acompañar el despertar de la fe, pues el Bautismo como sacramento es una acción en la que Dios,
a través del ministro, salva y santifica. La oración ha de servir para que toda la comunidad cristiana
acoja esta acción divina y renueve sus prerrogativas: trascendencia, gratuidad y soberana libertad.
Las lecturas
Las lecturas, junto con la homilía suscitan la fe de todos los participantes; el ritual actual
ofrece un número bastante elevado de lecturas: cuatro del Antiguo Testamento, seis de las
cartas y catorce evangélicas, ocho de las cuales están tomadas del evangelio de San Juan.
En ellas aparecen los grandes temas bautismales: la regeneración, la liberación, el
nacimiento por el agua y el Espíritu, la consepultura y conresurrección con Cristo, la
incorporación al Pueblo de la nueva Alianza, la necesidad y efectos del Bautismo, etc.
Según los temas desarrollados, se pueden reunir en cinco grupos: el agua, fuente de vida;
el bautismo de Cristo; el mandato del Señor; el Bautismo cristiano y sus efectos; y Cristo
y los niños. El criterio del ministro, al seleccionar los textos y comentarlos en la homilía,
debe ser éste: acomodarse a las necesidades de los presentes y no a sus propios gustos. La
homilía que ha de ser breve, debería ir seguida del silencio meditativo, pues una fe
interiormente asimilada es la mejor forma de participar fructuosamente en el Bautismo.
El exorcismo
La liturgia de la Palabra concluye con una oración de exorcismo, seguida de la unción
catecumenal. Cuando se hizo la revisión del Rito, algunos pedían la desaparición total de
los exorcismos, sin embargo se ha conservado uno, pues se expresa ahí de una manera
admirable la primacía de Dios en el combate contra Satán (elemento muy importante de la
mentalidad cristiana), y se responde al hecho del pecado original, que afecta también al
niño. Se ha abreviado y modificado el formulario, sustituyendo las frases de insulto al
demonio por una fórmula deprecativa, en la que se pide a Dios que libere al catecúmeno
del poder del maligno. También se ha evitado la imprecación a Satanás, para obviar la
impresión de que la Iglesia trata a los niños como a los posesos del Evangelio; pero sin
soslayar la realidad de que todo hombre es prisionero del poder de las tinieblas antes de su
inserción en Cristo, incorporando al exorcismo la idea de redención. El exorcismo muestra
a los creyentes la situación presente y futura del niño que, introduciéndose ahora en el reino
de Cristo, tendrá que luchar continuamente contra el demonio para permanecer siempre
fiel.
La unción catecumenal
En este contexto, la unción —que se hace en el pecho— cobra todo su sentido. El exorcismo
muestra la existencia del mal, y la lucha como condición de la existencia humana. La unción en el
pecho, viene a aportar el remedio con la fuerza de Cristo. El exorcismo pide que los niños, libres
del pecado, han en templos de Dios; la unción en el pecho vine a consagrar estas moradas de Dios.
De ahí la conveniencia de conservarla, aunque las Conferencias Episcopales puedan sustituirla por
la imposición de manos.
c) la liturgia propiamente sacramental
La liturgia de la Palabra se celebra en el lugar más adecuado para la escucha de las lecturas,
homilía y la oración de fíeles; en cambio los ritos de la liturgia propiamente sacramental, es mejor
que se hagan en el bautisterio, puesto que el Bautismo es un rito de agua. Con todo, si el bautisterio
no reúne las debidas condiciones, puede celebrarse el Bautismo en otro más apto de la Iglesia.
La bendición de la fuente
Aunque al principio no se bendecía el agua, muy pronto la elaboración teológico-litúrgica,
junto con la simbología bíblica llevó a hacer una invocación a Dios para que —como dice
San Cipriano— las aguas quedaran purificadas de toda influencia demoníaca y, con la
virtud del Espíritu Santo, tuvieran el poder de santificar a los bautizados. Tertuliano es el
primer testigo de esta praxis y la fórmula de que habla tiene carácter epiclético.
Por su estilo y temática la bendición actual es una oración epiclética. El ritual presenta tres
modelos. El primero, idéntico al de la Vigilia Pascual y que está formado a base de
elementos tradicionales, concede el lugar privilegiado a la economía bíblica del agua,
resaltando su poder salvador y santificador. Las otras dos, más simples y más sobrias,
asocian las aclamaciones o respuestas de la comunidad a la bendición realizada por el
ministro. Pastoralmente, la primera supone una cierta iniciación bíblica; las otras dos
posibilitan más la participación, pero exigen una sincronía perfecta entre celebrante y
fieles. Gracias al carácter epiclético, en la bendición de la fuente «el Espíritu sobreviene
del cielo, se detiene sobre las aguas, las santifica con su presencia y éstas se impregnan del
poder santificador». La consagración da al agua una verdadera eficacia espiritual: por ella
el espíritu queda lavado y el cuerpo purificado, mientras que los baños paganos son
inoperantes. El carácter epiclético se ha conservado en todas las Iglesias, y los Padres
insistieron en la necesidad de que así fuera. En Occidente las fórmulas primitivas debieron
compilarse según el esquema epiclético-exorcístico. La antigua fórmula romana se
encuentra en el Sacramentario Gelasiano, y es sustancialmente idéntica a la que contenía
el ritual postridentino.
Cuando se generalizó el bautismo de los neonatos, el agua de la Vigilia Pascual se usaba
durante todo el año. Ahora el ritual introduce una doble praxis: durante la cincuentena
pascual —que es considerada como una unidad indivisible— se usa el agua de la Noche
de Pascua; fuera de ese tiempo, y como respuesta a lo que pedía la SC 70, el agua se bendice
en cada caso concreto.
Renuncias y profesión de fe
El rito de la renuncia a Satanás se remonta a la época apostólica. San Justino y otros Padres
antiguos ya aluden a él. La oposición al demonio, a sus obras, y a todo lo relacionado con
él, además, la lucha viva y cotidiana contra la idolatría, hacían sentir fuertemente su
necesidad e importancia.
En África y en Egipto el candidato renunciaba al demonio, a sus pompas y a sus ángeles.
La fórmula romana olvida la alusión a los ángeles (que son sus ministros). Al principio la
fórmula era afirmativa; después del siglo IV, quizás por analogía con la profesión de fe,
tomó forma interrogativa. En Oriente el acto de la renuncia revistió una forma dramática:
el candidato, abjurando de Satanás, se volvía a Occidente, lugar de las tinieblas y, por tanto,
del demonio, y soplaba tres veces contra él con los brazos extendidos en señal de amenaza;
después, vuelto a Oriente, pronunciaba una frase de adhesión a Cristo, mientras tenía las
manos y los ojos vueltos al cielo. La Liturgia Romana, muy sobria siempre, parece que
nunca aceptó este dramatismo. La renuncia la hacía el catecúmeno; sólo más tarde, los
padrinos en su nombre.
En el rito actual se ha efectuado un cambio muy importante, pues todos los formularios se
refieren a los padres y padrinos. Este cambio pretende que los padres y padrinos recuerden
su propio bautismo y atestigüen, que se comprometen a educar en la fe al catecúmeno
después del bautismo. La fórmula es siempre interrogativa y el contenido, aunque idéntico
en lo sustancial, varía en cada formulario.
El acto de la renuncia va unido, como en la antigua tradición, a la profesión de fe. Esta
unión confiere a ambos mayor relieve y sentido, al aparecer como el anverso y reverso de
una única adhesión religiosa. Además, este rito, antitético y complementario, queda
realzado al encontrarse situado entre la bendición del agua y la ablución bautismal, como
ocurría en el cristianismo primitivo.
La orientación de la actual renuncia y profesión de fe no descalifica la praxis anterior,
defendida, entre otros, por San Agustín y Santo Tomás, donde los padres respondían en
nombre de sus hijos, en virtud de los lazos naturales y espirituales que les unían. Ahora se
ha querido resaltar lo que también afirmaba San Agustín: que los niños se bautizan en la
fe de la Iglesia.
El rito de agua
El Bautismo cristiano nació en un ambiente en el que existían muchos ritos de agua; baste
pensar, por ejemplo, en las abluciones de los judíos y en los bautismos de los prosélitos, de los
miembros de Qumrán y de los discípulos de Juan Bautista. Sin embargo, el rito del agua
cristiano, no depende de ninguno de ellos y es absolutamente original.
En efecto, las abluciones judías de tipo religioso, cuya finalidad consistía en devolver a los
miembros del Pueblo de Dios la «pureza» exigida por la Alianza, eran autoabluciones. En
cuanto al bautismo de los prosélitos existe un doble hecho: eran también autoabluciones y los
historiadores dudan objetivamente sobre su existencia y obligatoriedad en tiempo de
Jesucristo. En el caso de Qumrán el bautismo era reiterable y acentuaba poco el carácter
escatológico. El bautismo de Juan coincide con el cristiano en su irrepetibilidad y alteridad y
en su sentido purificatorio y escatológico; pero difiere de él en muchos elementos esenciales:
no agregaba al nuevo Pueblo de Dios; no se confería «en el nombre de Jesús»; no iba unido al
don del Espíritu Santo, ni consagraba a la Trinidad; no realizaba una verdadera regeneración
mediante la cual se participase de la vida divina y fuera borrado el pecado original. Por esto,
aunque el Bautismo cristiano hunda sus raíces en el Antiguo Testamento, la Iglesia siempre lo
ha considerado como una realidad original.
El rito actual es muy simple y muy sobrio. El ritual prevé que pueda usarse indistintamente la
inmersión o la infusión. El rito de inmersión resalta más el simbolismo muerte-resurrección.
Con todo, la práctica pastoral no lo ha recibido y se ha inclinado por el de infusión. El Código
vigente deja a las Conferencias Episcopales la determinación del rito que ha de usarse en su
territorio (cc. 850 y 854).
La fórmula sacramental
La fórmula «en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» se encuentra en San
Mateo, en la Didajé, en San Justino, en Tertuliano, en San Ireneo, en San Agustín etc., y en los
libros litúrgicos posteriores. Las otras palabras «yo te bautizo» pertenecen a la tradición
occidental, ya que en la oriental prevalece la fórmula «N. es bautizado». La praxis occidental
pone más el acento en la acción de Cristo, que es quien bautiza a través del ministro
Ritos complementarios
Una vez realizado el bautismo, tienen lugar una serie de ritos cuya finalidad es
sensibilizar, a través de su simbolismo, los efectos presentes y escatológicos obrados por
el Bautismo. Estos ritos no han sufrido retoques respecto al ritual anterior, a excepción
del efetá, cuya decisión de usarlo, se deja a las Conferencias Episcopales. Sin embargo,
el formulario se ha renovado y enriquecido.
- La crismación
El caso más notorio es el de la crismación. Conservando la forma de la unción en la cabeza,
subraya que el Bautismo agrega a la Iglesia y es una participación en el sacerdocio real de
Cristo. Esta unción es antiquísima —Tertuliano ya habla de ella — y hace referencia a la
que en el Antiguo Testamento recibían los profetas y reyes, como prefiguración de la
unción sacerdotal de Cristo. Al participar en ella, el bautizado se convierte en profeta,
sacerdote y rey; es decir, en poseedor del sacerdocio común.
- La vestidura blanca
La imposición al neófito de una vestidura blanca —que pastoralmente lleva consigo
veracidad y dignidad— es signo de la nueva criatura que ha nacido en él, de su
configuración con Cristo y de la dignidad del cristiano. También es un rito antiquísimo que
debió aparecer en Oriente en el siglo IV y pasó después a Occidente. De hecho, en ese siglo
aparece generalizado en Jerusalén, Milán, Verona, Antioquía e Hipona. Según los Padres,
simboliza también la incorruptibilidad del cuerpo: al igual que la Trasfiguración profetizó
la Resurrección de Cristo, las vestiduras bautismales anuncian nuestra futura resurrección.
Este rico simbolismo presupone, y es a la vez una adecuada catequesis.
- Entrega del cirio
Este rito es tardío en la liturgia romana, en la que entró a través del Pontifical de los Papas
(siglo X), aunque tiene una clara relación con la abundancia de luces que, ya en el siglo
IV, se encendían durante la Vigilia Pascual y que, según San Ambrosio, los neófitos
llevaban en procesión al altar.
Durante la Edad Media, la fórmula de entrega aludía a la escatología y a la fidelidad, y se
refería al neófito. La fórmula actual tiene dos partes: la primera, dirigida al neófito,
simboliza que el bautismo es una iluminación y que el neobautizado se convierte en testigo
de la resurrección al recibir la luz del cirio pascual; la segunda se refiere a los padres y
padrinos, a quienes se vuelve a recordar su responsabilidad en la maduración de la fe de su
hijo. Hay también referencias escatológicas y de fidelidad.
- El efetá
Este rito no es preceptivo, sino potestativo. Ahora tiene un sentido muy distinto del
tradicional. Conservando parte del gesto externo —tocar con el pulgar los oídos y la boca
del niño—, ha perdido su carácter exorcístico y simboliza la apertura que el neófito ha de
tener a la Palabra de Dios y a sus exigencias, cuando alcance el uso de razón y pueda tomar
decisiones personales.
d) Ritos conclusivos
El ritual prescribe realizar una procesión hacia el altar con los cirios encendidos, a no ser que
el Bautismo haya tenido lugar en el presbiterio. Sigue la oración dominical y se concluye con
unas bendiciones a los padres y presentes.
Si se cree oportuno, se entona un cántico que exprese la alegría pascual y la acción de gracias,
o el Magnificat. Y donde existe la costumbre de llevar a los niños a un altar de la Virgen, es
conveniente conservarla y revalorizarla, simbolizando así el nexo indisoluble que existe entre la
Madre y el Hijo en la obra redentora y el papel que corresponde a la Virgen desde el nacimiento
hasta la muerte del cristiano.
b. Los padres
La naturaleza de las cosas pide que, quienes han engendrado a sus hijos en el orden natural,
procuren que la Iglesia los regenere en el orden sobrenatural; y una vez recibido el
Bautismo, se responsabilicen de llevar a plenitud el don recibido. Por eso, la misión y
ministerio de los padres son prioritarios y superiores a los de los padrinos. Todo esto
conlleva una serie de consecuencias posteriores al Bautismo.
Antes del Bautismo, deben solicitar enseguida a la Iglesia a través de la propia parroquia,
como cosa ordinaria (c. 857-2), el Bautismo de su hijo y prepararse a una celebración
consciente (c. 851-2). Además, ofrecer una «esperanza fundada de que el niño va a ser
educado en la religión católica» (c. 868-2).
Durante la celebración del Bautismo, les corresponde ejercer los siguientes ministerios:
- pedir públicamente el Bautismo para su hijo
- signarle en la frente en el rito de acogida
- realizar la renuncia a Satanás y la profesión de fe
- llevar al niño (función que corresponde sobre todo a la madre) a la fuente bautismal
- recibir el cirio encendido
- garantizar la educación cristiana del hijo, por sí o por otros.
c. Los padrinos
La naturaleza de ser padrinos consiste, en ser una extensión de la familia y de la Iglesia,
con quienes colabora para que el bautizado alcance la debida maduración de la fe. Su
misión es, por tanto, subsidiaria, aunque importante.
Para que alguien pueda ser admitido como padrino del Bautismo es necesario que:
- Haya sido elegido (...) por los padres o por quienes ocupan su lugar o, faltando éstos, por
el párroco o ministro; y que tenga capacidad para esta misión e intención de desempeñarla.
- Haya cumplido diez y seis años, a no ser que el obispo diocesano establezca otra edad, o
que, por justa causa, el párroco o el ministro consideren admisible una excepción.
- Sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el santísimo sacramento de la Eucaristía y
lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y la misión que va a asumir.
- No esté afectado por una pena canónica, legítimamente impuesta o declarada.
- No sea el padre o la madre de quien se va a bautizar» (c. 874-1).
Los padres han de obrar con auténtica responsabilidad, evitando que el padrinazgo se convierta
en una institución de mero trámite. Por este motivo, no deben ser criterios exclusivos o primarios
el parentesco, la amistad, la vecindad o el prestigio social, sino el deseo de asegurar a sus hijos
unas personas responsables de su futura educación cristiana.
Los padrinos ejercen su ministerio en el rito bautismal cuando signan al catecúmeno en el rito
de acogida, y profesan, junto con los padres, la fe de la Iglesia, en la cual el niño va a recibir el
Bautismo. Para que los padrinos puedan ser conscientes de su ministerio, misión y compromisos
se requiere, ordinariamente, una catequesis inmediata, al menos elemental.
d. Los ministros
Son ministros ordinarios del Bautismo: el obispo, el presbítero y el diácono. «Si está
ausente o impedido el ministro ordinario, administra lícitamente el Bautismo un catequista
u otro destinado para esta función por el Ordinario del lugar» (c. 861, 2). En caso de
necesidad es ministro del Bautismo «cualquier persona que tenga la debida intención» (c.
861, 2). El ministro ordinario y extraordinario sólo pueden bautizar lícitamente a sus
súbditos en su propio territorio, salvo en caso de necesidad (cfr. c. 862).
El actual Código de Derecho Canónico señala a este respecto: «ofrézcase al Obispo al
bautismo de los adultos, por lo menos el de aquellos que han cumplido catorce años, para
que lo administre él mismo, si lo considera conveniente» (c. 863).
Incumbe a los párrocos, valiéndose de la colaboración de los catequistas, diáconos y otros
presbíteros, preparar y ayudar con medios adecuados a los padres y padrinos de los niños
que van a recibir el Bautismo. Por su carácter de colaboradores del obispo y del párroco,
los demás Presbíteros y diáconos han de preparar y conferir el Bautismo en íntima
colaboración con ellos.
«Los pastores de almas, especialmente el párroco, han de procurar que todos los fieles
sepan bautizar debidamente» (c 861, 2); sobre todo las comadronas, enfermeras, asistentes
sociales, los médicos y cirujanos.
Los ministros del Bautismo no actúan en nombre propio, sino en nombre de Cristo y de la
Iglesia, y no son los únicos que ejercen un ministerio dentro del rito bautismal. Por tanto,
han de ser:
- «diligentes en administrar la Palabra de Dios y en la forma de realizar el sacramento
- evitar «todo lo que pueda ser interpretado razonablemente como una discriminación de
personas»
- no absorber la función que corresponde al lector, al cantor y al pueblo
- si es si posible, elegir los elementos variables de la celebración, con los miembros más
interesados de la Comunidad cristiana correspondiente.
b. Lugar
La norma general, es que el Bautismo se celebre en el lugar «donde los padres viven
normalmente la vida cristiana, esto es, la parroquia», «a no ser que una causa justa aconseje
otra cosa» (c. 857, 2). De esta manera el Bautismo aparece como el sacramento «de la
agregación al Pueblo de Dios» (RB n. 49), y se facilita el ejercicio maternal de la Iglesia.
Por eso, fuera del caso de necesidad, el Bautismo no puede celebrarse en las casas
particulares; el obispo, con todo, puede permitirlo por una causa grave (c. 860, 1). Por la
misma razón, se prohíbe bautizar en las clínicas de maternidad; lo cual no impide que el
obispo diocesano pueda establecer una praxis distinta o que haya una causa pastoral que
así lo exija (c. 860, 2). El «ordinario del lugar, habiendo oído al párroco, puede permitir o
mandar que, para comodidad de los fieles, haya también pila bautismal en otra iglesia u
oratorio público dentro de los límites de la parroquia» (c. 858, 2).
«Si, por la lejanía u otras circunstancias, el que ha de ser bautizado no puede ir o ser llevado
sin grave inconveniente a la iglesia parroquial o a aquella otra iglesia u oratorio del que se
trata en el canon 858, 2 (antes citado), puede y debe conferirse el Bautismo en otra iglesia
u oratorio más cercanos, o en otro lugar decente» (c. 859).
c. Requisitos
El agua del bautismo ha de ser natural, limpia y, fuera de caso de necesidad, bendecida.
Puede utilizarse, según determine la Conferencia Episcopal (c. 854), el rito de inmersión o
el de infusión. El bautisterio «debe estar reservado al sacramento del Bautismo y ser
verdaderamente digno, de manera que aparezca con claridad que allí los cristianos renacen
del agua y del Espíritu Santo» (RB, n. 40). Los ritos que se celebran fuera del bautisterio
se tienen en el lugar más adecuado para una participación consciente y fructuosa (RB n.
41). Concluido el tiempo de Pascua, conviene que el Cirio Pascual se conserve dignamente
en el bautisterio y que esté encendido durante el rito bautismal (RB n. 40).
Sigue vigente la norma de inscribir a los recién bautizados en el libro parroquial de
bautismos (RB n. 43), anotando posteriormente todos los datos que vayan modificando su
situación en la Iglesia, vg. las Ordenes sagradas y el matrimonio.
a). El aceite perfumado denota la felicidad del que lo usa (Prov 27, 9; Is 16, 3). Con él se
unge a los huéspedes como expresión del deseo: «que seas feliz conmigo» (Le 7, 46).
b). El uso en la curación de heridas (Is 1, 6; Le 10, 34) entronca mejor con el sacramento
de la unción de los enfermos.
c). Pero la unción más significativa es la relacionada con el poder y la fuerza que, por
medio de ella, se comunica al rey y posteriormente a su sustituto el sumo sacerdote. Esta
unción da el Espíritu de Dios. El espíritu de Dios en el Antiguo Testamento se describe
como la presencia actuante de Dios, desde el interior de la persona que lo recibe, para
cumplir una misión en favor del pueblo. Es el poder por el que Dios interviene en la
historia, el brazo actuante de Dios. La presencia del Espíritu de Dios se experimenta al
comprobar que aquel que lo ha recibido realiza hechos que no parecen tener su raíz en él,
sino en una fuerza que se ha metido en su interior y lo ha dominado. Esta fuerza, psíquica
y física, es imparable como una inundación, un vendaval o un incendio.
Otras expresiones tratan de señalar cuál es el poder interior que mueve a la persona, y así
se habla del «espíritu inmundo» (o del mal) y hasta de espíritu del vino, indicando que no
es él quien así obra, sino el vino que lleva dentro y le hace portarse de ese modo. Los líderes
temporales, llamados jueces en la biblia, los reyes, los profetas y todo el pueblo del Israel
futuro son portadores del Espíritu, y la unción, real o metafórica, es el inicio de su posesión.
El mesías era, para todo israelita, el rey; la palabra significa ungido y los reyes eran siempre
ungidos. Así se indicaba que habían sido elegidos por Dios y recibían su Espíritu en orden
a una misión: realizar la justicia y el derecho. Esto no significa sólo que el rey puede juzgar,
sino que tiene como misión eliminar la injusticia y liberar al pobre de la opresión. Esta
cualidad es la característica de Yavé, el dios justo y compasivo con los débiles y defensor
de quienes no tienen defensa frente a la altivez de los poderosos (Sal 82; 72, ls). El rey, a
ejemplo de David (2 Sm 8, 15), debe administrar derecho y justicia; pero la realidad es
muy distinta. Los profetas, de quienes metafóricamente se dice que son ungidos, señalando
así la fuerza del Espíritu presente en su palabra, anuncian la venida de un «mesías» que
realizará definitivamente esa esperanza humana (Is 9, 6), y la totalidad del pueblo futuro
recibirá el Espíritu de Dios (Is 44, 1; J1 3, 1). «Jesús es el Cristo» es la confesión de fe de
la primera comunidad. Lo anunciado por los profetas se ha cumplido en Jesús de Nazaret
a quien ahora se le llama «el Cristo», palabra griega que significa ungido, y por tanto rey
o mesías.
Así lo cuenta Lucas: «Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea,
después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu
Santo y poder y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10, 37-38).
El mismo evangelista pondrá en boca de Jesús cuando lee en la sinagoga el pasaje de Isaías
61, 1 interpretando que todo se ha cumplido en él. La iglesia, el pueblo del futuro, será
movida por un mismo Espíritu (Ef 4, 4). El rito de la unción explícita que el cristiano lleva
en sí mismo el Espíritu de Jesús y está orientado a la misma misión de liberar a todos los
oprimidos por el diablo y a anunciar a los pobres la buena noticia de la salvación. El gesto
simboliza el compromiso del confirmado para responsabilizarse de las exigencias
bautismales y en concreto la de construir un mundo justo y libre.
b) En este sentido, los libros litúrgicos recientes del rito romano, emplean también la
palabra plenitud:
«... la misión de llevar a plenitud la consagración bautismal por medio del don del
Espíritu»
«la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal»
«la confirmación es la plenitud del bautismo».
Santo Tomás lo recuerda: "La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el alma.
Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual de
que habla la Sabiduría (4,8)" (S Th 111, q.72, a.8 ad 2)».
Un autor oriental del S. XIV, Nicolás Cabasilas concibe la relación entre los tres
sacramentos de la siguiente manera: “El bautismo encuentra muertos y les confiere la vida
(el ser, la existencia) en Cristo. La unción con el myron a los así nacidos los hace perfectos
y les comunica una energeia, que les permite moverse y actuar. La Eucaristía nutre y
conserva esa vida y esa salud”
Queda así suficientemente documentado el pleno acuerdo de las dos tradiciones, oriental y
occidental, en un punto que metodológicamente es clave para la teología de la
confirmación: la relación ontológica existente entre el bautismo y la confirmación, y la
acción perfectiva del segundo respecto del primero y la alta estima de este sacramento. Las
ideas de los orientales sobre el myron no son tributarias, en absoluto, de las especulaciones
de los occidentales sobre la confirmación y las desarrollaron aun cuando entre ellos no se
dio la disociación ritual que se dio en Occidente.