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1. LA INICIACION CRISTIANA.

1.1 INTRODUCCION.
Hoy el término iniciación no nos resulta ya habitual. Nos remite instintivamente a las religiones
mistéricas de la época helenística, por ejemplo, al culto de Mitra, casi contemporáneo de la entrada
del cristianismo en Roma. Esto no significa que la iglesia de Roma haya copiado los ritos paganos
para construir su iniciación. Ciertas semejanzas y ciertos simbolismos— Por ejemplo, el bautismo
con agua— son connaturales a toda cultura para expresar la purificación.
En realidad, la iniciación cristiana se refiere a las etapas indispensables para entrar en la
comunidad eclesial y en su culto en espíritu y verdad. Sin querer exagerar el sentido de la disciplina
llamada del arcano, no se puede olvidar que, en la iglesia primitiva, los ritos de iniciación eran
secretos. Las catequesis de los padres nos demuestran que la explicación particularizada de los
ritos tenía lugar cuando los catecúmenos habían hecho ya la experiencia vital de los sacramentos
de la iniciación. Esta catequesis era especialmente mistagógica.
Iniciación significa también comienzo, entrada en una vida nueva, justamente la del hombre
nuevo en el seno de la iglesia. Como en toda vida, también aquí se tiene un progreso con etapas,
que en este caso están representadas por los sacramentos de la iniciación. Ninguno de ellos
permanece cerrado en sí mismo, sino que está abierto a la secuencia de un crecimiento dinámico
hacia una perfección más profunda.
Se equivocaría aquella catequesis que los presentase a cada uno aislado, como una cosa que,
una vez recibida, está definitivamente cerrada y pasada. Si el bautismo y la confirmación se reciben
una sola vez, la eucaristía, que fue instituida para ser continuamente repetida, renueva cada vez lo
que se dio con los dos primeros sacramentos.
La antigua tradición de la iglesia vivió esta iniciación a los tres sacramentos, precisamente
como iniciación a los tres juntos: se conferían en una única celebración, incluso a los niños. La
sucesión de los tres ritos se nos describe desde el S. II, en un texto ya clásico de Tertuliano: "Se
lava el cuerpo para que sea purificada el alma; se unge el cuerpo para que sea consagrada el alma;
se signa el cuerpo (con el signo de la cruz) para que sea fortalecida el alma; se cubre con la sombra
el cuerpo (por la imposición de las manos) para que sea iluminada el alma por el Espíritu Santo;
se nutre el cuerpo con el cuerpo y la sangre de Cristo para que se nutra de Dios el alma"
En el Ritual del Bautismo de Niños, y en el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA),
se propone esclarecer el sentido de la iniciación cristiana, y une entre sí los tres sacramentos que
ésta comprende: bautismo, confirmación, eucaristía.
Aunque, por motivos históricos o pastorales, en la iglesia latina no se continuó confiriendo
estos tres sacramentos durante la misma celebración (cuando se trataba de niños), la catequesis de
uno de ellos requiere siempre que haya referencia a los otros dos, que le están estrechamente
vinculados. Por tanto, la iniciación cristiana se presenta como un sacramento que comprende tres
etapas sacramentales.
1.2 El TERMINUS AD QUEM
En la antropología cultural, cuando se habla de Iniciación no se refiere a unos conocimientos
(iniciación a el conocimiento de la música, o de las matemáticas, por ejemplo), sino a la iniciación
a la vida de un determinado grupo, comunidad, sociedad o religión.
Es para entrar en un grupo ya constituido, que tiene un proyecto ya determinado, una misión
establecida, un lenguaje simbólico o unas tradiciones.
El proceso de integración exige la transmisión de una tradición viva recibida de los mayores,
además del aprendizaje del lenguaje simbólico del grupo, entrar en el arquetipo del grupo, con los
mitos de origen y los acontecimientos fundacionales que están a la base.
De ahí la importancia de la anamnesis, de la memoria cultual que permite a los iniciados
conectar personalmente con los orígenes del grupo, porque la iniciación es un proceso de
socialización, de progresiva integración en el grupo asimilando los valores comunitarios,
socioculturales y religiosos.
La Iniciación cristiana por tanto es para hacer cristianos, porque según Tertuliano “uno no
nace cristiano, sino que tiene que hacerse cristiano” (De testimonio animae 1,7). Uno no nace
cristiano por naturaleza, sino que se hace cristiano al injertarse en el misterio de Cristo muerto y
resucitado: “La iniciación cristiana no es otra cosa que la primera participación sacramental en
la muerte y resurrección de Cristo” (RICA 8).
La iglesia no es un grupo social, es un misterio al que hay que integrarse, hacerse miembro del
cuerpo de Cristo, la iglesia que es el sacramento de la redención universal., por eso se precisa una
iniciación para entrar en ella. La iglesia posee el depósito de la fe revelada que se transmite a través
de una tradición viva, y sus misterios son los sacramentos.
1.3 EL AGENTE DE LA INICIACIÓN.
En la iniciación es fundamental y decisiva la participación activa de la comunidad de los ya
iniciados; es ella la que acoge, acompaña, influye y se compromete con los iniciandos. Es la
encargada de verificar la autenticidad de la iniciación, por lo que el éxito de la iniciación depende
de la participación de la comunidad. Sin embargo, la comunidad en la medida que se involucra en
el proceso de los iniciados, se va enriqueciendo con cada iniciación, porque repasas su modelo de
identidad.
La iniciación cristiana, por tanto, es un proceso eclesial, en donde la iglesia ejerce su
maternidad: Ecclesia mater. Cada vez que se agregan nuevos miembros, la iglesia se ve
beneficiada porque se va reiniciando ella misma: Ecclesia Semper initianda.
Pero a pesar de esta mediación de la iglesia, no debemos olvidar que es siempre una iniciativa
de Dios, que es quien le va a dar peso y fuerza a este proceso.
1.4 EL SUJETO DE LA INICIACION
Es el hombre o mujer libre y capaz de actos personales, consientes y voluntarios, que tiene
deseos de agregarse al grupo. La iniciación no va dirigida sólo a la mente, sino al hombre interior,
en toda su realidad corporal y espiritual, por lo que la persona se somete a un proceso personal de
transformación radical en su condición social o religiosa.
La iniciación es un paso de una condición, a otra de un status a otro, y es por eso que a los ritos
de iniciación se les llama ritos de paso. En el cristianismo esto se manifiesta de una manera muy
clara en el binomio muerte-resurrección, que expresa la radicalidad de esta transformación como
signo de una nueva vida, que el iniciado recibe, y es por eso que a veces incluso recibe un nombre
nuevo, o un vestido nuevo.
El carácter personal de la iniciación cristiana se manifiesta sobre todo en la fe que es necesaria
durante todo este proceso: la fe como actitud personal de adhesión radical del ser a la persona de
Cristo. Pero para llegar a esta adhesión personal, antes tiene que recorrer un largo camino de
conversión y asimilación de los contenidos y enseñanzas de Cristo; esto le permitirá introducirse
en un género de vida totalmente distinto, que exige la transformación del sujeto en su forma de
pensar y de comportarse.
La iniciación se articula siempre sobre la conversión y el aprendizaje que recibe el candidato,
en la vida cristiana (RICA 10), para que, al finalizar el proceso, sea en verdad otro, una nueva
creatura, un neófito.
1.5 LOS MEDIOS DE LA INICIACION
En los procesos de Iniciación, la instrucción es un elemento indispensable pero como ya
dijimos anteriormente, no es sólo comunicación de esquemas de pensamiento o enseñanza
doctrinal, sino también el aprendizaje de un nuevo género de vida.
Por eso los medios que pone en juego no pertenecen sólo al nivel de las ideas, sino que incluyen
una simbología (gestos, lugares, personas, tiempos), en que intervienen todas las facultades del
hombre, pero en especial el cuerpo: el candidato es sometido a ejercicios de adiestramiento, a duras
pruebas físicas y psicológicas para comprobar su resistencia de espíritu.
En la Iniciación cristiana, el primer paso primordial es la evangelización que tiene como
finalidad la conversión y la fe, y posteriormente se pasa a la formación de esa fe.La formación
doctrinal ocupa un lugar muy importante en la preparación de los catecúmenos, se imparte al
candidato una instrucción elemental (catequesis).
Para el catecúmeno, esto no es una mera exposición de dogmas y preceptos de la vida cristiana,
sino la formación en la vida cristiana, para que se asuman como discípulos de Cristo y lo
reconozcan como su maestro. Por eso es que durante todo el proceso catecumenal, los iniciandos
deben participar en determinadas acciones litúrgicas y ejercicios ascéticos, que van a culminar con
la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana
1.6 LA INICIACION ES UN PROCESO
La iniciación presenta siempre un proceso dinámico, y esto lo vemos en las diferentes culturas,
por ejemplo:
- Es un itinerario que hay que recorrer
- Es paso de una situación a otra (de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la
esclavitud a la libertad)
- Es gestación y parto
- Es maduración y crecimiento
- Es aprendizaje.
La iniciación por tanto lleva su tiempo y podemos distinguir algunas fases o etapas:
a. Tiempo de separación y de ruptura con lo anterior, con lo viejo.
b. Tiempo de marginación, de transición, de pruebas y de sufrimiento, de aprendizaje
c. Tiempo de integración en el grupo, de introducción en el nuevo género de vida.
Durante cada una de estas etapas, hay ritos que van marcando cada paso que se va dando, el
progreso que se va alcanzando, sin embargo, este proceso se va alcanzando con el paso del tiempo.
En la experiencia cristiana, durante todo el proceso de iniciación, esto estaba claro: “el catecúmeno
necesita tiempo” (Clemente de Alejandría). Se necesita tiempo para adaptarse a una nueva manera
de vivir, purificar las motivaciones y consolidar la conversión, para madurar la fe e identificarse
con la iglesia.
La iniciación cristiana sólo abre la puerta a la vida cristiana, ya que toda esa vida se considera
dentro del proceso de conversión e iniciación permanente.
1.7 LA INICIACION ES UN PROCESO UNITARIO.
A pesar de que hay una variedad de elementos, momentos y actores que participan durante el
tiempo de la iniciación, el proceso iniciático es único, porque existe una unidad orgánica entre
todos los elementos.
En la Iniciación cristiana, todos los elementos y etapas están articuladas entre sí, de forma que
todo el proceso constituye un único acontecimiento, es por esta razón que se le ha llamado “el gran
sacramento de la iniciación cristiana” (Bautismo, Confirmación y Eucaristía).

2. LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACION CRISTIANA


En el cristianismo, la iniciación al Misterio se da principalmente en las acciones sacramentales:
“mediante los sacramentos de la Iniciación Cristiana, el bautismo, la confirmación y la Eucaristía,
se ponen los fundamentos de la vida cristiana” (CIC 1212).
En el S. IV, los padres griegos identificaban la iniciación (mystagogia) con la celebración
misma de los misterios, sobre todo el bautismo y la Eucaristía, ya que estos, representan la cumbre
y punto de llegada del itinerario de la Iniciación (RICA 27).
Dentro del Gran Sacramento de la Iniciación Cristiana, son momentos de mayor densidad
sacramental que condensan el significado de todo el proceso, su orientación y dinamismo. La
iglesia ha dado un gran paso en la renovación teológica de nuestro tiempo, gracias al
redescubrimiento del valor que tienen estos tres sacramentos como una unidad, de esta manera
podemos captar mejor su naturaleza y toda la riqueza que aportan para la vida cristiana.
2.1 SU UNIDAD
Estos tres sacramentos desde las épocas más remotas se han presentado siempre como una
unidad, formando parte de una única celebración, Sin embargo, la unidad ritual es sólo reflejo de
la unidad teológica que guardan entre ellos.
La razón de esta unidad es que entre los tres sacramentos se busca asegurar la progresiva
configuración del creyente a Cristo, su plena agregación a la iglesia, y llevar a los fieles a su pleno
desarrollo:

“En efecto, incorporados a Cristo por el Bautismo, constituyen el pueblo de Dios, reciben el
perdón de todos sus pecados, y pasan de la condición humana en que nacen como hijos del primer
Adán al estado de hijos adoptivos, convertidos en una nueva criatura por el agua y por el Espíritu
Santo. Por esto se llaman y son hijos de Dios.
Marcados luego en la Confirmación por el don del Espíritu, son perfectamente configurados
al Señor y llenos del Espíritu Santo, a fin de que, dando testimonio de él ante el mundo, cooperen
a la expansión y dilatación del Cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a su plenitud.
Finalmente, participando en la asamblea eucarística, comen la carne de hijo del hombre y
beben su sangre, a fin de recibir la vida eterna y expresar la unidad del pueblo de Dios; y
ofreciéndose a sí mismos con Cristo, contribuyen al sacrificio universalen el cual se ofrece a Dios,
a través del Sumo Sacerdote, toda la Ciudad misma redimida; y piden que, por una efusión más
plena del Espíritu Santo, llegue todo el género humano a la unidad de la familia de Dios.
Por tanto, los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para llevar a su
pleno desarrollo a los fieles, que ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el
mundo”.
RICA 2

La iniciación no será completa mientras no se hayan recorrido estos tres momentos de la vida
cristiana, se subraya el dinamismo unitario y las conexiones mutuas que hay entre ellos, los tres
sacramentos se complementan mutuamente.
Aunque se fue desarrollando después la conciencia de la significación específica de cada uno
de estos sacramentos, durante siglos se mantuvo la convicción de la unidad orgánica que los
vincula entre sí.
Por desgracia en occidente, la iniciación cristiana se desintegro en tres ritos autónomos, y la
conciencia de esta unidad se perdió, de manera que esta vinculación teológico-litúrgica se fue
eclipsando.
En esta época, y como consecuencia de los estudios litúrgico-patrísticos que se han ido
realizando, se ha vuelto a recuperar poco a poco la valoración de la unidad sacramental, teológica
y litúrgica que hay entre estos tres sacramentos.
El movimiento litúrgico puso un gran interés en este aspecto de la vida cristiana y se puede
considerar uno de sus máximos logros, de manera que en los libros de la iglesia, así como en el
magisterio se vuelve a hablar ahora de esta unidad llamada Iniciación cristiana. La reforma
litúrgica del Vaticano II habla con vehemencia de esta unidad sacramental.
El haber perdido de vista durante mucho tiempo este aspecto unitario de la Iniciación cristiana,
llevó a un empobrecimiento teológico de cada uno de estos sacramentos, de ahí la necesidad de
estudiarlos, pero dentro de una unidad orgánica, en íntima conexión entre ellos y situándolos en el
lugar que les corresponde dentro de la línea progresiva del proceso de la Iniciación cristiana.
2.2 SU COORDINACION.
Los sacramentos de la iniciación cristiana no son tres ritos de paso independientes o cerrados
en sí mismos, ni siquiera son tres etapas autónomas; hay una relación orgánica entre ellos, un
dinamismo interior que os conecta entre sí.
Son tres etapas de un único proceso de progresiva introducción en el misterio de Cristo, de la
configuración a las que estamos llamados a vivir con Él, así como de la agregación a su iglesia.
La eucaristía debe ser considerada como una celebración de la plenitud del misterio de Cristo,
el término y culmen de ese camino de iniciación; el bautismo y la confirmación tienden por su
naturaleza hacia la comunión eucarística.
El bautismo, puerta de la vida espiritual, primera participación en el misterio cristiano, marca
el comienzo del itinerario de la iniciación; la confirmación es el perfeccionamiento y la
prolongación del bautismo, que hace avanzar al bautizado por el camino de su iniciación,
disponiéndolo para participar plenamente de la eucaristía:
“… los fieles renacidos en el bautismo se fortalecen con el sacramento de la confirmación y,
finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna”
Divinae consortium naturae, Paulo VI.

3. DESARROLLO HISTORICO DE LA INICIACION CRISTIANA


3.1 LA EPOCA APOSTOLICA
Hay pocos datos precisos de esta época, no se conoce ninguna descripción sobre el proceso
que se seguía en la preparación de estos sacramentos, sin embargo, es evidente que la predicación
de los apóstoles estaba encaminada a suscitar la fe en Cristo Jesús y en el bautismo (Mt 28,19; Mc
16,15; Hch 2,14-36; 8,1236; 10,34-43; 16,13-14; 18,5; 19,4-5).
Los apóstoles enseñan sobre el bautismo, para que lo distingan de aquel que realizaba Juan el
Bautista (Mt 3,11; Mc 1,18; Lc 3,16; Jn 1,13; Hch 19,1-5. El bautismo de Juan es un bautismo de
conversión (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11;Lc 3,21-22; Jn 1,32-34, pero Cristo lo transforma al recibirlo,
y pasa de ser un rito de purificación a ser ahora un don de vida nueva (Jn 3,5-6).
El evangelio de Mateo nos dice que el objeto del bautismo es la fe y la inserción en el Padre,
en el Hijo y en el Espíritu Santo (Mt 28,19); en el libro de los Hechos se hace una descripción más
amplia de rito del bautismo (Hch 2,38-41).
En el mismo libro de los Hechos se habla de una imposición de manos acompañada de una
oración mediante la que se transmite el Espíritu (Hch 10,44) y que pudiéramos identificar con la
confirmación; aunque se menciona también una imposición de manos relacionada directamente
con el bautismo.
La carta a los hebreos tiene una tendencia a distinguir el bautismo de la confirmación (6,1-2);
sin embargo, San Pablo nunca habla de una imposición de manos después del bautismo, poniendo
el Don del Espíritu dentro del mismo bautismo.
3.2 DEL S. II-V
Didajé (S. I), presenta la descripción más antigua del rito bautismal (7,14); antes de recibir
alguien el bautismo se da:
- Catequesis sobre las dos vías
- Ayuno del bautizando, del ministro y de algunos miembros de la comunidad cristiana.
El rito bautismal se realiza con agua viva y por inmersión (como el de Juan el Bautista); algunas
veces se admite el bautismo por ablución, pero siempre mediante la invocación trinitaria y con una
triple inmersión.
Las Odas de Salomón (S. II), es un conjunto de cuarenta y dos himnos que aluden a la doctrina
y rito del bautismo; se puede destacar lo siguiente:
- Hay una catequesis bautismal (4,25,36)
- Es por inmersión, y se concibe como un descenso a los infiernos y una liberación de la
muerte
- Las aguas bautismales son aguas vivas y son el lugar donde Cristo venció al demonio
- Se habla de la sfragis (8,16) “sello” en sentido teológico y litúrgico
- La corona (1, 15,23), un rito postbautismal que probablemente haya desaparecido por
temor a interpretaciones idolátricas
- La vestidura blanca
También sugieren la existencia de una catequesis mistagógica, en la que se recurre a temas
bíblicos como el paso del Mar rojo, el Templo, la circuncisión.
San Justino (150). Para administrar el bautismo son necesarias dos cosas: la catequesis y
cuando ya se está por recibir el bautismo, la oración y el ayuno. Había una preparación remota que
incluía el anuncio Kerigmático de la persona y obra de Cristo, una respuesta de fe y la respuesta
de vida cristiana; una preparación próxima de carácter acético-litúrgico que incluía una instrucción
sobre el bautismo y el ayuno del candidato y de la comunidad (Ap. I,61,2). Había una renuncia a
satanás y promesa de adhesión a Cristo (Ap. I, 49,5).
El bautismo se administra en un lugar donde hay agua, probablemente antes del amanecer del
domingo (Ap. I, 67,3), es por inmersión y con la invocación trinitaria.
Después del bautismo viene la participación inmediata en la Eucaristía, junto con los demás
miembros de la comunidad cristiana (Ap I, 65); posteriormente una participación asidua a la
eucaristía dominical y la asistencia a una catequesis permanente, la vivencia de la caridad fraterna
(Ap I, 67, 1-3), y el testimonio de vida cristiana, que con frecuencia provocan la persecución y el
martirio.
Ireneo de Lyon (130-202), hace más referencia a una catequesis mistagógica, por tanto,
postbautismal; también en su obra Adversus haereses al hablar del Espíritu usa el término
perfección.
Hipólito de Roma (S.III), en su obra Tradición Apostólica habla ya de un tiempo de
preparación al bautismo mediante una preparación de tres años.
Tertuliano (S. II-III) exhorta a los catecúmenos a prepararse al bautismo con oraciones
asiduas, ayunos, postraciones y vigilias; distingue el bautismo con el agua, del don del Espíritu
que se recibe por la imposición de manos; en el bautismo sólo se recibe la remisión de los pecados,
mientras que el Espíritu se da con le imposición.
Cipriano de Cartago (S. III) explicita la separación entre el bautismo y el don del Espíritu,
llamándole a este momento Consumatio.
3.3 DEL S. VI-X
En este periodo tenemos tres fuentes importantes, que nos hablan sobre la iniciación cristiana
en Roma: La carta del diácono Juan a Senario, un funcionario de Rávena que pregunta
precisamente sobre la Iniciación; el segundo documento es el Sacramentario Gelasiano, que
contiene aparte de los textos para la Iniciación, algunas indicaciones sobre el rito; y el tercer
documento es el Ordo Romanus XI.
a. Carta del diácono Juan a Senario (S. VI). Enumera los ritos de la iniciación, hace una
interpretación de ellos y describe los ritos del catecumenado. Menciona la triple repetición
de los escrutinios antes de la Pascua, sin embargo, los describe como una especie de
examen sobre la fe de los catecúmenos, aunque los textos van en otro sentido; se habla ya
de infantes, aunque la catequesis de la que habla está dirigida a los papás y a los padrinos
a quienes se les enseña los rudimentafidei. La entrada al catecumenado está marcada por
la imposición de la mano en una especie de exorcismo que muestra como el candidato no
pertenece al demonio sino a Dios. Se le sopla después para significar que el demonio es
rechazado y el candidato es preparado como morada de Cristo. Luego se le confiere la sal
bendita para que se conserve en la sabiduría y en la Palabra que se le ha enseñado. El
catecumenado es de tres años en donde se le va a entregar el símbolo apostólico. Se realizan
varios exorcismos, y en el último se tocan los oídos (para la adquisición de la inteligencia),
la nariz (para estar en condiciones de percibir el buen olor de Cristo), por último se le toca
el pecho que es la morada del corazón.
b. Sacramentario Gelasiano (S. V-VI). Encontramos en este sacramentario los textos que se
usaban en las misas de escrutinio, las diversas entregas (traditio): del Credo, el Pater y los
evangelios; los ritos del bautismo y de la confirmación. En la cuaresma, el 1er domingo los
catecúmenos se reúnen para la inscripción; el 3º, 4º y 5º domingos están dedicados a los
escrutinios y se realizan exorcismos. Las oraciones colectas hablan de los catecúmenos y
de su situación
c. Ordo Romanus XI (S. VII) Es un ritual dirigido totalmente para niños, las lecturas para
los escrutinios se escogen unas más adaptadas para los niños, la iniciación, aunque es ya
para infantes se sigue administrando en una única celebración. El bautismo se realiza con
triple inmersión; la confirmación se confiere mediante la imposición de manos,
acompañada del texto de Isaías sobre los dones del Espíritu y con la Unción; la eucaristía
concluye la Iniciación.
En Roma hacia el S. IX-X los escrutinios caen en desuso, se agrupan en una celebración
varios ritos para simplificarlos; al multiplicarse el bautismo de niños se interroga ahora sobre
la fe, ya no a los candidatos sino a los papás y padrinos; se empieza a usar ahora la fórmula
ego te baptizo…; hacia el S. IX en la Galia el bautismo ya no está vinculado ni a la Pascua ni
a Pentecostés.
3.4 DEL S. X AL VATICANO II
El Pontifical de la Curia Romana (S. XIII), ya no tiene las diversas entregas (Traditio), aunque
si conserva el rezo del Pater y del Credo. Se añaden una serie de señales de la cruz y se multiplican
los exorcismos.
S. XI a la entrega del vestido blanco al bautizado se le añade una oración; en este siglo también
se añade la entrega de un cirio.
S. XIV, el bautismo por inmersión ya es raro y se ha generalizado el bautismo por infusión. La
confirmación ya se da por separado del bautismo (si está presente en el bautismo el Obispo se le
da la confirmación, si no, sólo la eucaristía).
Los rituales usados hasta antes del Concilio Vaticano II eran una mezcla y copia de diferentes
épocas, por esa razón con frecuencia contenían duplicados del mismo rito, o se usaban para niños
lo que en su origen había sido para adultos. Al separarse los sacramentos de manera autónoma,
perdieron su riqueza teológica y litúrgica con la que habían nacido; los rituales del bautismo y de
la confirmación no contenían ya ningún lazo con la eucaristía, por lo que había perdido la
iniciación su carácter unitario, incluso el mismo término de “Iniciación”, cayó en desuso.
4. EL BAUTISMO
4.1 LA EXPERIENCIA LITURGICA Y PASTORAL EN LOS INICIOS
El término “Bautizar”. El verbo griego  significa sumergir, se usa cuando una
nave se está hundiendo, pero nunca en referencia a bañarse, o lavarse; sugiere más bien la idea de
hundirse en el agua. El uso del verbo  en el N.T. fue sólo cultual sin hacer referencia a
las abluciones que se realizaban en ritos de otras religiones. Entre los judíos las abluciones tenían
carácter de purificación.
El bautismo de Juan en las riberas del Jordán, aunque guarda cierto parecido con las abluciones
legales de los judíos, se distinguía de estos porque exigía un nuevo comportamiento moral, realizar
la conversión en vistas a la llegada del reino: es este un rito de iniciación de una comunidad
mesiánica, por tanto es un rito con una visión y alcance nuevo porque está en orden a la conversión
del corazón, es un bautismo que anuncia otro bautismo: “él los bautizará con Espíritu Santo y
fuego” Mt 3,11.
El evangelio de Juan insiste en el hecho de que los discípulos de Jesús bautizaban (Jn 3,22-23;
4,1-3); Mateo y Marcos resaltan que Jesús confió a sus apóstoles la misión de evangelizar, los
apóstoles deben convertir a todos los hombres en discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre
del Hijo y del Espíritu Santo, la comunidad cristiana bautiza porque recibió la orden de Jesús.
Para la comunidad cristiana estaba claro que el bautismo de Juan y el de Jesús eran totalmente
diferentes: “Juan bautizaba con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de
pocos días” Hch 1,5; los miembros de la comunidad de Éfeso han recibido en un primer momento
el bautismo de Juan, pero a continuación Pablo les confiere el bautismo en el nombre de Jesús Hch
19,1-6; ya no se trata sólo de la conversión sino de un nuevo nacimiento; Pablo después les
impondrá las manos para que reciban el don del Espíritu, atestiguado con el don de lenguas.
Los Hechos nos dan a conocer la catequesis bautismal, permitiéndonos ver que se requería una
preparación para poder recibirlo Hch 10,37-43; no hay en esta época testimonios sobre la fórmula
que se usaba para bautizar y es muy probable que no hubiera ninguna para acompañar el gesto del
bautismo.
En las cartas de Pablo encontramos tres elementos que caracterizan el bautismo:
- El bautismo en Cristo Jesús
- El bautismo en el Espíritu Santo
- El bautismo que forma, construye e inserta en el cuerpo
Vale la pena mirar la tipología bautismal que se usaba en la época apostólica, con lo que
podemos comprender que el sacramento instituido por Cristo, se venía preparando a través de los
siglos, se había constituido mediante una forma antigua, pero recibe un contenido nuevo; los tipos
fundamentales usados son:
- El mar rojo (Icor 10,1-5)
- El diluvio (I Pe 3,19-21)
- La roca del Horeb (Jn 7,38)
El agua bautismal es el antitipo del diluvio que es visto como símbolo de salvación; los
cristianos inmersos en el agua están salvados por la resurrección de Jesús y caminan hacia la
salvación definitiva, hasta el día del retorno de Cristo el día octavo.
Pablo recurre a la tipología del Éxodo, distingue dos clases de éxodos: el de Egipto y el del
final de los tiempos (I Cor 10,11) y entre los dos éxodos transcurre el tiempo de la salvación; el
segundo éxodo comienza con la resurrección de Cristo.
El agua de la que se habla en el episodio de la Samaritana, es tipo de aquella otra agua que da
la gracia y renueva (Jn 4,5-42). El pasaje del ciego de nacimiento es tipo de la iluminación que
recibe el bautizado (Jn 9,1-41); el episodio de la resurrección de Lázaro es tipo de la resurrección
de Cristo y de nuestra resurrección, al estar nosotros injertados en Cristo (Jn 11,1-45).
4.2 LA BENDICION DEL AGUA BAUTISMAL.
Según la Didajé se bautizaba con agua viva, pero según Tertuliano e Hipólito se hacía con agua
bendita, aunque no mencionan como era la fórmula de bendición. Cipriano menciona también la
bendición del agua, y al igual que San Agustín parecen hacer de esa bendición la condición para
la validez del bautismo: “aqua non est salutis, nisi Christi nomine consacrata”.
En el Sacramentario Gelasiano y en el Sacramentario Gregoriano encontramos una oración
consecratoria que parece una especie de prefacio que comienza con un exorcismo, al que le sigue
una bendición, pasando después a una epíclesis.
Hacia el S. VIII ésta oración consecratoria del agua va acompañada de algunos ritos, como
introducir tres veces el Cirio Pascual en el agua, para significar a Cristo o al Espíritu Santo; hay
una triple insuflación que representa el soplo del Espíritu y finalmente se rocía a los fieles con el
agua.
Este rito de la bendición del agua se ha conservado hasta el Vat. II, sólo que con una fórmula
de simplificada. En el rito actual el sacerdote toca el agua con la mano, y la fórmula ennumera los
tipos de agua: el agua dela creación, del diluvio, del mar rojo, del Jordán, la que brota del costado
de Cristo.
El nuevo rito ha previsto dos nuevas fórmulas más breves, que incorporan aclamaciones
intercaladas para que los fieles participen, aunque omiten la mención de toda la tipología del agua,
que es necesaria para que el sacramento sea ilustrado catequéticamente mostrando como se fue
preparando todo a través de los siglos, antes de quedar instituido por Cristo.
La bendición del agua que antes se realizaba sólo en Pascua y Pentecostés, que eran los días
establecidos para realizar los bautizos en el año, hoy se hace cada vez que se bautiza.
4.3 LA RENUNCIA A SATANAS.
Este rito a lo largo del tiempo ha sido colocado en diferentes momentos durante la celebración,
con diferentes fórmulas e incuso con diferentes elementos, algunas veces incluso de tipo
dramático.
San Justino ya lo menciona en su Apología I, al igual que Tertuliano en su obra De Baptizmo,
en que parece que se realizaba cuando el candidato era introducido en el agua. En la Tradición
Apostólica está colocada esa renuncia después de la bendición del agua, con la fórmula: “yo
renuncio a ti satanás, a todo tu servicio y a todas tus obras”; inmediatamente después era ungido
con el óleo del exorcismo (Oleo de catecúmenos) y salía del agua.
Tertuliano utiliza una fórmula en donde no sólo se renuncia a satanás sino también a sus
“pompas” y a sus “ángeles”: “aquam ingressi, renuntias se non diabolo et pompae et angelis eius
ore nostro contestamur”, refiriéndose con esto a las manifestaciones idolátricas y a quienes las
dirigen; para San Ambrosio esas pompas de satanás son los placeres del mundo: “abrenuntias
diabolo et operibus eius… saeculo et voluptatibus eius?.
En el Sacramentario Gelasiano esta renuncia está como una fórmula interrogatoria:
“abrenuntias satanae…? Et ómnibus operibus eius? Et ómnibus pompis eius?. Esta misma fórmula
se ha conservado en la segunda fórmula del RICA y como primera fórmula del RBN.
En oriente se introdujeron algunos ritos dramáticos, que nos describe San Cirilo de Jerusalén:
el candidato descalzo y sobre un cilicio, vestido sólo con una túnica, hace la renuncia a satanás
mirando hacia occidente, después sopla o escupe tres veces en esa dirección para volverse después
hacia oriente, con las manos y los ojos levantados hacia el cielo, mientras pronuncia la fórmula
con la que expresa su adhesión a Cristo. La costumbre de hacer la renuncia de pie sobre un cilicio,
se usó también en Milán, en África y en España.
4.4 LA UNCION PREBAUTISMAL
El momento en que se hace esta unción ha variado; San Hipólito nos dice que se hace
inmediatamente después de la renuncia y en la fórmula que se usa se explica lo que significa:
“omnis spiritus abscedat a te” (Todo espíritu se aparte de ti).
En Milán dice San Ambrosio que la unción se realiza antes de la renuncia: “unctus es quasi
athleta Christi, quasi luctam huius saeculi luctaturus” (es ungido como atleta de Cristo). En el
Sacramentario de Gelona, la unción se realiza con la señal de la cruz después de la triple renuncia,
dos veces en el pecho y la tercera en el dorso. San Cirilo de Jerusalén habla de una sola unción
realizada en todo el cuerpo.
En los rituales del Vat. II, esta unción se realiza durante el tiempo de la preparación al
bautismo, durante el rito mismo después de la renuncia cuando se trata de adultos (RICA 130 y
218), y en el caso del bautismo de niños se hace antes de la renuncia (RBN 120-121).
4.5 EL AGUA Y LA PROFESION DE FE
Según Tertuliano, San Hipólito de Roma y San Ambrosio, la inmersión en el agua (triple) y la
profesión de fe se realizaban al mismo tiempo. La inmersión era total durante los primeros tiempos,
ya que se pretendía expresar de una manera muy clara la idea de sepultura-muerte, como lo
atestigua San Ambrosio y la tradición oriental que se mantuvo así durante mucho tiempo.
Aunque también parece que poco a poco se fue modificando esta costumbre de la inmersión
total, haciéndolo sólo hasta las rodillas; las representaciones que se han encontrado en mosaicos
antiguos nos permiten conocer este cambio, así como la estructura misma de muchos bautisterios
antiguos que se han encontrado y no permiten la inmersión total.
Alrededor del S. XIX-XV, la costumbre de bautizar por inmersión va a desaparecer en
occidente, aunque en el antiguo Rituale Romanum todavía se permitía por respeto a las tradiciones
locales, al igual que en nuestro tiempo, en el rito actual que nos presenta el RICA 220 y el RBN
128.
La inmersión da mejor la idea de muerte al pecado para renacer a la nueva vida por el agua y
el espíritu, a diferencia que el rito por infusión que evoca más la idea de purificación de los
pecados, ser lavados.
Durante siglos se mantuvo la costumbre de usar una triple interrogación como fórmula para
bautizar (cfr. Traditio Apostólica); sin embargo, después va a empezar a usarse la fórmula Ego te
baptizo (S. VIII). Cuando los bautizos son ya de niños, la profesión de fe la van a hacer los papás
y los padrinos y se va a realizar antes de ser bautizados, y así se conserva hasta ahora (RBN 126-
128), también en lo que se refiere a los bautismos de adultos (RICA219-220).
4.6 LA ENTREGA DE LA VESTIDURA BLANCA Y EL CIRIO
“Cuando en Cristo fueron bautizados, han sido revestidos de Cristo”
Gal 3,27
La entrega de la vestidura blanca tiene su origen en este texto de San Pablo, y simboliza la
resurrección (Mt 17,2; Ap 4,4). Teodoro de Mopsuestia (S. IV) es el primero que nos ofrece el
testimonio más claro sobre este rito.
San Ambrosio en su obra De Mysteris, da una explicación moralizadora del rito: significa
ser despojados del pecado, y ser revestidos con la indumentaria pura de la inocencia; sin embargo,
el Sacramentario Gelasiano no menciona este rito, y lo encontramos ya presente en el Pontifical
Romano del S. XII. Los neófitos usaban la vestidura blanca que habían recibido, hasta la octava
de Pascua, ese día la dejaban y pasaban a ocupar su lugar en la asamblea de los fieles.
El rito de la entrega del cirio aparece hasta el S.XII, con una fórmula muy parecida a la que
hoy se usa, con un simbolismo que recuerda las lámparas de las vírgenes prudentes (RICA 226:
RBN 131)
5. EL CATECUMENADO
. Instruir, enseñar
Es la institución iniciática de carácter catequético-litúrgico- moral, creada por la iglesia de los
primeros siglos, para preparar y conducir a los adultos que se convertían, mediante un proceso
dividido en etapas, al encuentro con el misterio de Cristo y con la vida de la comunidad eclesial,
expresado en su momento culminante por los ritos de la iniciación cristiana (bautismo,
confirmación y eucaristía).
5.1 ANTECEDENTES BIBLICOS
Cristo no creo el catecumenado, pero la comunidad cristiana se encontró ya con un germen en
la tradición judía y en las enseñanzas de Jesús, acerca de las exigencias de la conversión y de la fe
para adherirse a Cristo.
En la tradición judía existían ciertas condiciones y medios para entrar a formar parte de la
comunidad:
a. En algunas sectas judías, como la de Qumram, había ciertos ritos de admisión que
implicaban una iniciación progresiva en etapas, que incluían la formación y la purificación,
así como pasar algunas pruebas y depender del discernimiento de la comunidad para ser
aceptados.
b. La admisión de los prosélitos (recién convertidos), que incluía la conversión, la
purificación de los motivos de la conversión, el examen de admisión hecho por tres rabinos,
instrucción sobre los mandamientos y la Torah y finalmente la circuncisión y ser
sumergidos en el Mikve (piscinas rituales de purificación).
En el N.T. no encontramos detalles sobre cómo era la preparación, aunque, si queda claro que era
necesario prepararse para ser bautizado. En algunos textos podemos ver que:
- hay una secuencia de actos: predicación, acogida, petición y bautismo (Hch 2,37-39; 8,27-
28.
- Conversión y decisión irreversible al ser bautizados (Hb 5,12-6,3)
- Exigencia de una fe verdadera que implica renuncia a los ídolos, y aceptación del Dios
vivo y verdadero (I Tes 1,9-10)
- Distinción entre lo que es primera evangelización, catequesis y petición del bautismo (Hch
10,1-11,18).
Queda claro que, salvo excepciones, no se bautiza sin más, sino que hay unas exigencias
catecumenales que suponen un cambio total de vida. No hay aún un catecumenado
estructurado, pero si existe el proceso catecumenal como verdad vivida.
5.2 NACIMIENTO Y FORTALECIMIENTO DEL CATECUMENDO (S. II-III).
En el S. II, en medio de un ambiente pagano, hostil y de persecución, es necesario un proceso
de maduración y crecimiento que ayude a los fieles a poder vivir su fe entre tantas dificultades;
conscientes de estas necesidades, se ordena un proceso catecumenal por etapas, en orden a la
conversión sincera, y a la transformación total de la vida, para hacer posible el acceso, el ingreso
a la fe (accederé, ingresi), y garantizar la fidelidad en la vida cristiana.
Hablan ya del catecumenado Justino (150), San Hipólito de Roma (215), Tertuliano (220),
Cipriano de Cartago (258), Clemente de Alejandría (215), Orígenes (253), los Hechos apócrifos
de los apóstoles, la Didascalia de los apóstoles (S.III).
La Tradición apostólica (Nos 15-22), nos habla ya de una estructura del catecumenado:
a. Entrada en el catecumenado (Nos 15-16), que supone la evangelización y conversión
primera, la presentación realizada por los padrinos y el examen de admisión para verificar
la autenticidad de las intenciones, así como las actividades de los candidatos.
b. Tiempo de catecumenado (Nos 17-19) o de catequesis, que en Roma duraba tres años, en
que se desarrolla la dimensión doctrinal, moral y ritual; es una especie de largo camino por
el desierto, hasta llegar a la tierra prometida.
c. Elección para el bautismo (No 20), que tiene lugar después de haber pasado por un segundo
examen, donde padrinos y comunidad testifican sobre la conducta y preparación del
catecúmeno; de esta manera los candidatos son considerados como aptos o elegidos
(electi), listos para iniciar ahora una preparación más intensiva para el bautismo que se dará
en la Vigilia Pascual.
Como podemos mirar, se trata de un proceso en grados:
- Simpatizantes (accedentes)
- Catecúmenos oyentes (auditores)
- Elegidos o iluminados (electi o iluminati)
0En cuanto a los contenidos del catecumenado, sin que haya llegado a ser uniforme en todas
partes, se pueden destacar algunos aspectos relevantes:
I. Moral. Sobre las dos vías (el bien y el mal; la vida y la muerte), cuyo fin era madurar
en la conversión y en la opción de abandonar los cultos y costumbres paganas
II. Dogmática. Es de tipo doctrinal y se basa en los comentarios a la Sagrada Escritura en
clave histórico-salvífica; sobre la fe, que está presente en el Símbolo Apostólico, y que
debe ser comprendida en un sentido trinitario y salvífico.
III. Ritual. Se les iniciaba en la oración y en el conocimiento de los símbolos.
Había varias personas que participaban durante este proceso: los responsables o ministros, el
obispo y los presbíteros, los padrinos que comunicaban la fe y suscitaban la primera conversión,
los catequistas o doctores audientium (podían ser clérigo o laicos No 19) que tenían como función
preparar e instruir a los catecúmenos, dando testimonio de vida, iniciándolos en la oración,
imponiéndoles las manos y testificando ante el obispo y la comunidad sobre la idoneidad del
catecúmeno.
5.3 EVOLUCION Y CAMBIOS (S. IV-VI)
En el año 313, hay un cambio profundo en la comunidad eclesial, es la etapa conocida como
la “la paz constantiniana”: hay conversiones masivas debido a que ha cesado la persecución contra
el cristianismo, la religión oficial del imperio es ahora la cristiana, se goza de la simpatía y el favor
de los emperadores, los bautismos de niños aumentan y disminuyen los bautismos de adultos.
Hay por tanto cambios en el catecumenado que llevaran poco a poco a su desaparición, por
ejemplo:
a. Una ambigüedad de los motivos por los que se pide el catecumenado, ya que pesan a veces
más los motivos políticos y sociales que motivos de fe.
b. Extender el tiempo de permanencia en el catecumenado para gozar de sus ventajas, y no
tener las obligaciones de los bautizados.
c. Retrasar el bautismo prácticamente hasta el final de la vida, por tanto, aumentan los
bautismos de niños.
Este ambiente provocó que la institución del catecumenado se fuera devaluando y perdiera
toda su riqueza, pues, aunque se buscó adaptar el catecumenado a las nuevas circunstancias no se
logró mucho:
- Se redujo el tiempo de tres años, a sólo la cuaresma
- Se concentran los ritos y contenidos del catecumenado en un tiempo más corto, pero en
realidad insuficiente
- Poca preparación real para recibir el bautismo
- El tema de la conversión pasa a ser secundario
Hay un salto significativo al volverse ahora un catecumenado cuaresmal, en que el acento está
puesto en el ayuno, la oración, la penitencia y los exorcismos, la explicación del símbolo de la fe,
del padre nuestro y de la historia salutis, así como una iniciación en la oración, recepción de
bendiciones y exorcismos, imposición de manos y renuncia al mal.
Otra consecuencia de estos cambios en el catecumenado fue la casi desaparición de los
ministerios laicales, porque al reducirse a sólo la cuaresma quienes se hacían cargo de esta
preparación eran el presbítero y el obispo, por tanto se da una clericalización de los ministerios
catecumenales.
5.4 DECADENCIA (S. VII y ss.)
Es una época en que se practican los dos bautismos, generalmente el de niños y
esporádicamente el de adultos (sobre todo de judíos, paganos y arrianos). San Ildefonso de Toledo
habla de un acto penitencial por el que tienen que pasar tanto los adultos como los niños, lo que
permite deducir que eran niños ya mayores. Se conservan básicamente los elementos formales del
catecumenado occidental, aunque las circunstancias hacen que se modifique en algunas cosas, los
niños son considerados catecúmenos aun sin ser capaces de hacer un verdadero catecumenado;
hay una reestructuración del catecumenado no sólo en su estructura, sino también en su ritual.
A finales del S. IX existen aún los términos catecúmeno y competente en los ritos, pero ya no
indican estadios diferentes de la preparación, sino parece que eran sólo ya parte del rito que se
realizaba en la Vigilia Pascual.
Hacia el S. XI es ya una práctica común el bautismo de los recién nacidos, lo que deriva en
cambios que se tienen que hacer en los ritos, quizás de los más importantes van a ser la separación
de la Confirmación y el Bautismo, puesto que al ser ya un sacramento que recibía el recién nacido,
hacía imposible la presencia del Obispo, por lo que la Confirmación empieza a posponerse, así
como la recepción de la Eucaristía que exigía el uso de razón para poder recibirla.
5.5 LA MYSTAGOGIA
Mistagogia es la iniciación en los misterios, es el último periodo del catecumenado antiguo
que comúnmente se llevaba a cabo la semana inmediata después de la Pascua, en la que se
impartían las llamadas catequesis mistagógicas. La catequesis es la enseñanza dirigida a los
catecúmenos (los que se preparaban para ser bautizados); la mistagogia es la iniciación de los
recién bautizados (neófitos) en los misterios de Cristo.
Se trata de describir a través de la liturgia los hechos históricos y mistéricos de la salvación,
de cómo los sacramentos imitan o hacen memoria de los gestos salvíficos de la vida de Jesús y
anticipan la liturgia definitiva. Dado que mistagogía significa conducir por un camino que lleva al
misterio, se comprende por qué no basta un itinerario litúrgico, sino que se requiere una
comprensión personal. Al principio de la mistagogía hay un encuentro de fe con el Señor a través
de la gracia. El Espíritu Santo es el mistagogo invisible, que nos lleva a comprender lo que
Jesucristo ha revelado.
El método mistagógico consiste en leer en los ritos el misterio de Cristo y contemplar la
subyacente realidad invisible; la espiritualidad litúrgica es mistagogía en cuanto se hace
experiencia del misterio salvífico de Dios, en el misterio de Cristo, llamado a transformar nuestra
vida. Es ante todo una experiencia sacramental.
“La mejor catequesis sobre la eucaristía, es la eucaristía misma bien celebrada”
Benedicto XVI

6. EL RITUAL DEL BAUTISMO DEL VAT. II


6.1 EL ORDO BAPTISMI PARVULORUM
El rito bautismal de párvulos que se usaba hasta antes del Concilio Vaticano II, era sólo una
adaptación del ritual del bautismo de adultos. Esa es la razón por la que en una sola sesión, se
realizaran todos los ritos del largo itinerario catecumenal, que se hacía en varias etapas. Esto
provocaba que hubiera repetición de ciertos ritos, e inadecuación de otros. Se trataba, en suma, de
un rito que no tenía en cuenta la condición real del neonato, ni la responsabilidad dentro del mismo
rito, de los padres.
Esta situación fue teóricamente resuelta por la Sacrosanctum Concilium, que estableció revisar
el «rito del bautismo de niños, adaptándolo realmente a su condición y poniendo más de relieve en
el mismo rito, la participación y obligaciones de padres y padrinos». Era la primera vez en la
historia de la Iglesia en que se pedía un rito específicamente concebido para niños.
6.2 EL RITO ACTUAL
a) Rito de acogida
Tiene por finalidad crear un ambiente propicio para la celebración y acoger a los padres,
padrinos y al catecúmeno. Es conveniente que se entone un salmo o himno con sentido bautismal,
mientras se dirigen al bautisterio. El ministro debe revestirse con alba y estola blancas, e incluso
con capa pluvial de color festivo; saluda a los presentes, especialmente a los padres y padrinos,
recordándoles la alegría con que han acogido la nueva creatura como don de Dios y el nuevo
nacimiento que se realizará con el Bautismo.
Los destinatarios de este rito son sobre todo, los papás y padrinos. A los papás se les pregunta
sobre el nombre que han elegido para su hijo, y sobre las obligaciones que van a contraer en
relación con la educación cristiana de la creatura, para que llegue a ser verdadero discípulo de
Cristo. A los padrinos se les pregunta si están dispuestos a colaborar en esta tarea con los padres
del niño (a).
Enseguida el ministro, en nombre de toda la Iglesia, acoge al niño como candidato al Bautismo,
signándole en la frente e invitando a realizar el mismo signo a papás y padrinos.
En el rito de acogida cada uno ocupa el debido lugar: la Iglesia (representada sobre todo por
el ministro), en cuya fe se bautizará al niño; los padres, a quienes se recuerda su condición de
educadores natos de la fe de su hijo; y los padrinos, que son considerados como auxiliares de los
padres.
La signación es el único rito de esta parte, y aunque recuerda la primitiva signación del
catecúmeno, aquí simboliza la acogida de la Iglesia que muestra su amor materno marcando, al
niño con la Cruz de su Señor; expresa la alegría de la Iglesia que lo acoge y quiere ser gesto
compartido por los padres y padrinos. Se ha elegido este gesto porque expresa muy bien el sentido
de la Iniciación Cristiana, que desde el principio de los ritos bautismales hasta la Eucaristía, sólo
pretende la plena configuración con Cristo. El «sello» cristiano (carácter), que confieren el
Bautismo y la Confirmación, están precedidos de esta signación de acogida.

b) Liturgia de la Palabra
La liturgia de la Palabra es una novedad, y se ha tenido en cuenta este doble criterio: enriquecer
la segunda parte del rito, que habría quedado excesivamente pobre con la separación del Símbolo,
Padre Nuestro y renuncias, así como aceptar los argumentos teológico-pastorales que postulan un
rito, en el que se suscite o potencie la fe de los padres, padrinos y comunidad cristiana que celebran
un sacramento de fe. Esta parte hace que el Bautismo aparezca como sacramento de fe.
La estructura que tiene, es la común de una celebración de la palabra; de ahí que nunca deban
faltar las lecturas, la homilía la oración de los fieles y, en este caso, el exorcismo. El ritual prevé
una oración en silencio después de la homilía. Era conveniente incluir este elemento para
acompañar el despertar de la fe, pues el Bautismo como sacramento es una acción en la que Dios,
a través del ministro, salva y santifica. La oración ha de servir para que toda la comunidad cristiana
acoja esta acción divina y renueve sus prerrogativas: trascendencia, gratuidad y soberana libertad.
 Las lecturas
Las lecturas, junto con la homilía suscitan la fe de todos los participantes; el ritual actual
ofrece un número bastante elevado de lecturas: cuatro del Antiguo Testamento, seis de las
cartas y catorce evangélicas, ocho de las cuales están tomadas del evangelio de San Juan.
En ellas aparecen los grandes temas bautismales: la regeneración, la liberación, el
nacimiento por el agua y el Espíritu, la consepultura y conresurrección con Cristo, la
incorporación al Pueblo de la nueva Alianza, la necesidad y efectos del Bautismo, etc.
Según los temas desarrollados, se pueden reunir en cinco grupos: el agua, fuente de vida;
el bautismo de Cristo; el mandato del Señor; el Bautismo cristiano y sus efectos; y Cristo
y los niños. El criterio del ministro, al seleccionar los textos y comentarlos en la homilía,
debe ser éste: acomodarse a las necesidades de los presentes y no a sus propios gustos. La
homilía que ha de ser breve, debería ir seguida del silencio meditativo, pues una fe
interiormente asimilada es la mejor forma de participar fructuosamente en el Bautismo.

 La oración de los fieles


La oración bautismal de los fieles tiene la misma estructura que la oración Universal
restaurada por el Vaticano II; además de las peticiones que vienen en el ritual, se pueden
introducir otras a partir de las lecturas, o de las necesidades de la familia. La oración de los
fieles termina con una especial vivacidad y ritmo: la invocación a la Santísima Virgen, a
San José al Bautista, a los Apóstoles, y santos patronos de los niños y de la parroquia o
iglesia local (Letanía de los Santos).

 El exorcismo
La liturgia de la Palabra concluye con una oración de exorcismo, seguida de la unción
catecumenal. Cuando se hizo la revisión del Rito, algunos pedían la desaparición total de
los exorcismos, sin embargo se ha conservado uno, pues se expresa ahí de una manera
admirable la primacía de Dios en el combate contra Satán (elemento muy importante de la
mentalidad cristiana), y se responde al hecho del pecado original, que afecta también al
niño. Se ha abreviado y modificado el formulario, sustituyendo las frases de insulto al
demonio por una fórmula deprecativa, en la que se pide a Dios que libere al catecúmeno
del poder del maligno. También se ha evitado la imprecación a Satanás, para obviar la
impresión de que la Iglesia trata a los niños como a los posesos del Evangelio; pero sin
soslayar la realidad de que todo hombre es prisionero del poder de las tinieblas antes de su
inserción en Cristo, incorporando al exorcismo la idea de redención. El exorcismo muestra
a los creyentes la situación presente y futura del niño que, introduciéndose ahora en el reino
de Cristo, tendrá que luchar continuamente contra el demonio para permanecer siempre
fiel.

 La unción catecumenal
En este contexto, la unción —que se hace en el pecho— cobra todo su sentido. El exorcismo
muestra la existencia del mal, y la lucha como condición de la existencia humana. La unción en el
pecho, viene a aportar el remedio con la fuerza de Cristo. El exorcismo pide que los niños, libres
del pecado, han en templos de Dios; la unción en el pecho vine a consagrar estas moradas de Dios.
De ahí la conveniencia de conservarla, aunque las Conferencias Episcopales puedan sustituirla por
la imposición de manos.
c) la liturgia propiamente sacramental
La liturgia de la Palabra se celebra en el lugar más adecuado para la escucha de las lecturas,
homilía y la oración de fíeles; en cambio los ritos de la liturgia propiamente sacramental, es mejor
que se hagan en el bautisterio, puesto que el Bautismo es un rito de agua. Con todo, si el bautisterio
no reúne las debidas condiciones, puede celebrarse el Bautismo en otro más apto de la Iglesia.
 La bendición de la fuente
Aunque al principio no se bendecía el agua, muy pronto la elaboración teológico-litúrgica,
junto con la simbología bíblica llevó a hacer una invocación a Dios para que —como dice
San Cipriano— las aguas quedaran purificadas de toda influencia demoníaca y, con la
virtud del Espíritu Santo, tuvieran el poder de santificar a los bautizados. Tertuliano es el
primer testigo de esta praxis y la fórmula de que habla tiene carácter epiclético.
Por su estilo y temática la bendición actual es una oración epiclética. El ritual presenta tres
modelos. El primero, idéntico al de la Vigilia Pascual y que está formado a base de
elementos tradicionales, concede el lugar privilegiado a la economía bíblica del agua,
resaltando su poder salvador y santificador. Las otras dos, más simples y más sobrias,
asocian las aclamaciones o respuestas de la comunidad a la bendición realizada por el
ministro. Pastoralmente, la primera supone una cierta iniciación bíblica; las otras dos
posibilitan más la participación, pero exigen una sincronía perfecta entre celebrante y
fieles. Gracias al carácter epiclético, en la bendición de la fuente «el Espíritu sobreviene
del cielo, se detiene sobre las aguas, las santifica con su presencia y éstas se impregnan del
poder santificador». La consagración da al agua una verdadera eficacia espiritual: por ella
el espíritu queda lavado y el cuerpo purificado, mientras que los baños paganos son
inoperantes. El carácter epiclético se ha conservado en todas las Iglesias, y los Padres
insistieron en la necesidad de que así fuera. En Occidente las fórmulas primitivas debieron
compilarse según el esquema epiclético-exorcístico. La antigua fórmula romana se
encuentra en el Sacramentario Gelasiano, y es sustancialmente idéntica a la que contenía
el ritual postridentino.
Cuando se generalizó el bautismo de los neonatos, el agua de la Vigilia Pascual se usaba
durante todo el año. Ahora el ritual introduce una doble praxis: durante la cincuentena
pascual —que es considerada como una unidad indivisible— se usa el agua de la Noche
de Pascua; fuera de ese tiempo, y como respuesta a lo que pedía la SC 70, el agua se bendice
en cada caso concreto.

 Renuncias y profesión de fe
El rito de la renuncia a Satanás se remonta a la época apostólica. San Justino y otros Padres
antiguos ya aluden a él. La oposición al demonio, a sus obras, y a todo lo relacionado con
él, además, la lucha viva y cotidiana contra la idolatría, hacían sentir fuertemente su
necesidad e importancia.
En África y en Egipto el candidato renunciaba al demonio, a sus pompas y a sus ángeles.
La fórmula romana olvida la alusión a los ángeles (que son sus ministros). Al principio la
fórmula era afirmativa; después del siglo IV, quizás por analogía con la profesión de fe,
tomó forma interrogativa. En Oriente el acto de la renuncia revistió una forma dramática:
el candidato, abjurando de Satanás, se volvía a Occidente, lugar de las tinieblas y, por tanto,
del demonio, y soplaba tres veces contra él con los brazos extendidos en señal de amenaza;
después, vuelto a Oriente, pronunciaba una frase de adhesión a Cristo, mientras tenía las
manos y los ojos vueltos al cielo. La Liturgia Romana, muy sobria siempre, parece que
nunca aceptó este dramatismo. La renuncia la hacía el catecúmeno; sólo más tarde, los
padrinos en su nombre.
En el rito actual se ha efectuado un cambio muy importante, pues todos los formularios se
refieren a los padres y padrinos. Este cambio pretende que los padres y padrinos recuerden
su propio bautismo y atestigüen, que se comprometen a educar en la fe al catecúmeno
después del bautismo. La fórmula es siempre interrogativa y el contenido, aunque idéntico
en lo sustancial, varía en cada formulario.
El acto de la renuncia va unido, como en la antigua tradición, a la profesión de fe. Esta
unión confiere a ambos mayor relieve y sentido, al aparecer como el anverso y reverso de
una única adhesión religiosa. Además, este rito, antitético y complementario, queda
realzado al encontrarse situado entre la bendición del agua y la ablución bautismal, como
ocurría en el cristianismo primitivo.
La orientación de la actual renuncia y profesión de fe no descalifica la praxis anterior,
defendida, entre otros, por San Agustín y Santo Tomás, donde los padres respondían en
nombre de sus hijos, en virtud de los lazos naturales y espirituales que les unían. Ahora se
ha querido resaltar lo que también afirmaba San Agustín: que los niños se bautizan en la
fe de la Iglesia.

 El rito de agua
El Bautismo cristiano nació en un ambiente en el que existían muchos ritos de agua; baste
pensar, por ejemplo, en las abluciones de los judíos y en los bautismos de los prosélitos, de los
miembros de Qumrán y de los discípulos de Juan Bautista. Sin embargo, el rito del agua
cristiano, no depende de ninguno de ellos y es absolutamente original.
En efecto, las abluciones judías de tipo religioso, cuya finalidad consistía en devolver a los
miembros del Pueblo de Dios la «pureza» exigida por la Alianza, eran autoabluciones. En
cuanto al bautismo de los prosélitos existe un doble hecho: eran también autoabluciones y los
historiadores dudan objetivamente sobre su existencia y obligatoriedad en tiempo de
Jesucristo. En el caso de Qumrán el bautismo era reiterable y acentuaba poco el carácter
escatológico. El bautismo de Juan coincide con el cristiano en su irrepetibilidad y alteridad y
en su sentido purificatorio y escatológico; pero difiere de él en muchos elementos esenciales:
no agregaba al nuevo Pueblo de Dios; no se confería «en el nombre de Jesús»; no iba unido al
don del Espíritu Santo, ni consagraba a la Trinidad; no realizaba una verdadera regeneración
mediante la cual se participase de la vida divina y fuera borrado el pecado original. Por esto,
aunque el Bautismo cristiano hunda sus raíces en el Antiguo Testamento, la Iglesia siempre lo
ha considerado como una realidad original.
El rito actual es muy simple y muy sobrio. El ritual prevé que pueda usarse indistintamente la
inmersión o la infusión. El rito de inmersión resalta más el simbolismo muerte-resurrección.
Con todo, la práctica pastoral no lo ha recibido y se ha inclinado por el de infusión. El Código
vigente deja a las Conferencias Episcopales la determinación del rito que ha de usarse en su
territorio (cc. 850 y 854).

 La fórmula sacramental

La fórmula «en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» se encuentra en San
Mateo, en la Didajé, en San Justino, en Tertuliano, en San Ireneo, en San Agustín etc., y en los
libros litúrgicos posteriores. Las otras palabras «yo te bautizo» pertenecen a la tradición
occidental, ya que en la oriental prevalece la fórmula «N. es bautizado». La praxis occidental
pone más el acento en la acción de Cristo, que es quien bautiza a través del ministro
 Ritos complementarios
Una vez realizado el bautismo, tienen lugar una serie de ritos cuya finalidad es
sensibilizar, a través de su simbolismo, los efectos presentes y escatológicos obrados por
el Bautismo. Estos ritos no han sufrido retoques respecto al ritual anterior, a excepción
del efetá, cuya decisión de usarlo, se deja a las Conferencias Episcopales. Sin embargo,
el formulario se ha renovado y enriquecido.
- La crismación
El caso más notorio es el de la crismación. Conservando la forma de la unción en la cabeza,
subraya que el Bautismo agrega a la Iglesia y es una participación en el sacerdocio real de
Cristo. Esta unción es antiquísima —Tertuliano ya habla de ella — y hace referencia a la
que en el Antiguo Testamento recibían los profetas y reyes, como prefiguración de la
unción sacerdotal de Cristo. Al participar en ella, el bautizado se convierte en profeta,
sacerdote y rey; es decir, en poseedor del sacerdocio común.
- La vestidura blanca
La imposición al neófito de una vestidura blanca —que pastoralmente lleva consigo
veracidad y dignidad— es signo de la nueva criatura que ha nacido en él, de su
configuración con Cristo y de la dignidad del cristiano. También es un rito antiquísimo que
debió aparecer en Oriente en el siglo IV y pasó después a Occidente. De hecho, en ese siglo
aparece generalizado en Jerusalén, Milán, Verona, Antioquía e Hipona. Según los Padres,
simboliza también la incorruptibilidad del cuerpo: al igual que la Trasfiguración profetizó
la Resurrección de Cristo, las vestiduras bautismales anuncian nuestra futura resurrección.
Este rico simbolismo presupone, y es a la vez una adecuada catequesis.
- Entrega del cirio
Este rito es tardío en la liturgia romana, en la que entró a través del Pontifical de los Papas
(siglo X), aunque tiene una clara relación con la abundancia de luces que, ya en el siglo
IV, se encendían durante la Vigilia Pascual y que, según San Ambrosio, los neófitos
llevaban en procesión al altar.
Durante la Edad Media, la fórmula de entrega aludía a la escatología y a la fidelidad, y se
refería al neófito. La fórmula actual tiene dos partes: la primera, dirigida al neófito,
simboliza que el bautismo es una iluminación y que el neobautizado se convierte en testigo
de la resurrección al recibir la luz del cirio pascual; la segunda se refiere a los padres y
padrinos, a quienes se vuelve a recordar su responsabilidad en la maduración de la fe de su
hijo. Hay también referencias escatológicas y de fidelidad.
- El efetá
Este rito no es preceptivo, sino potestativo. Ahora tiene un sentido muy distinto del
tradicional. Conservando parte del gesto externo —tocar con el pulgar los oídos y la boca
del niño—, ha perdido su carácter exorcístico y simboliza la apertura que el neófito ha de
tener a la Palabra de Dios y a sus exigencias, cuando alcance el uso de razón y pueda tomar
decisiones personales.

d) Ritos conclusivos
El ritual prescribe realizar una procesión hacia el altar con los cirios encendidos, a no ser que
el Bautismo haya tenido lugar en el presbiterio. Sigue la oración dominical y se concluye con
unas bendiciones a los padres y presentes.
Si se cree oportuno, se entona un cántico que exprese la alegría pascual y la acción de gracias,
o el Magnificat. Y donde existe la costumbre de llevar a los niños a un altar de la Virgen, es
conveniente conservarla y revalorizarla, simbolizando así el nexo indisoluble que existe entre la
Madre y el Hijo en la obra redentora y el papel que corresponde a la Virgen desde el nacimiento
hasta la muerte del cristiano.

6.3 FUNCIONES Y MINISTERIOS


La celebración del Bautismo según el nuevo ritual supone el reconocimiento y revalorización
de las funciones y ministerios que corresponden a los ministros, padres, padrinos y comunidad
cristiana. El Bautismo, en efecto, es una realidad eclesial que trasciende la acción del ministro y
del sujeto, y reclama la coparticipación y corresponsabilidad de la comunidad cristiana, como
representación viva de la Iglesia.
a. La comunidad cristiana
Según los testimonios de la Didajé, de San Justino, y de la Tradición Apostólica, la
comunidad cristiana estaba ligada de algún modo al rito bautismal; más aún, según
Tertuliano y los Santos Padres, la comunidad cristiana se sentía responsable de trasmitir la
fe, y cooperar a la conversión moral del catecúmeno. San Agustín insiste en que el
Bautismo se confiere en la fe de la Iglesia
Desde el punto de vista teológico, el ministerio de la Iglesia que trasmite y alimenta la fe
recibida de los Apóstoles, llama a los adultos a la fe y al Bautismo, y a los niños les bautiza
en su fe, dándoles derecho a su amor y solicitud antes y después del Bautismo. Según esto,
la Iglesia universal, a través de la Iglesia local, ha de asegurar el Bautismo y la educación
de la fe de los niños, y participar en el mismo rito no sólo por la presencia de los padres y
padrinos, sino, a ser posible, por la de los familiares, amigos, vecinos y otros miembros de
la comunidad local.

b. Los padres
La naturaleza de las cosas pide que, quienes han engendrado a sus hijos en el orden natural,
procuren que la Iglesia los regenere en el orden sobrenatural; y una vez recibido el
Bautismo, se responsabilicen de llevar a plenitud el don recibido. Por eso, la misión y
ministerio de los padres son prioritarios y superiores a los de los padrinos. Todo esto
conlleva una serie de consecuencias posteriores al Bautismo.
Antes del Bautismo, deben solicitar enseguida a la Iglesia a través de la propia parroquia,
como cosa ordinaria (c. 857-2), el Bautismo de su hijo y prepararse a una celebración
consciente (c. 851-2). Además, ofrecer una «esperanza fundada de que el niño va a ser
educado en la religión católica» (c. 868-2).
Durante la celebración del Bautismo, les corresponde ejercer los siguientes ministerios:
- pedir públicamente el Bautismo para su hijo
- signarle en la frente en el rito de acogida
- realizar la renuncia a Satanás y la profesión de fe
- llevar al niño (función que corresponde sobre todo a la madre) a la fuente bautismal
- recibir el cirio encendido
- garantizar la educación cristiana del hijo, por sí o por otros.

Después de la celebración, por gratitud a Dios y en cumplimiento al compromiso hecho el


día del Bautismo, han de procurar que su hijo reciba a su debido tiempo los otros dos
sacramentos de la iniciación y educarle cristianamente.

c. Los padrinos
La naturaleza de ser padrinos consiste, en ser una extensión de la familia y de la Iglesia,
con quienes colabora para que el bautizado alcance la debida maduración de la fe. Su
misión es, por tanto, subsidiaria, aunque importante.

Para que alguien pueda ser admitido como padrino del Bautismo es necesario que:
- Haya sido elegido (...) por los padres o por quienes ocupan su lugar o, faltando éstos, por
el párroco o ministro; y que tenga capacidad para esta misión e intención de desempeñarla.
- Haya cumplido diez y seis años, a no ser que el obispo diocesano establezca otra edad, o
que, por justa causa, el párroco o el ministro consideren admisible una excepción.
- Sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el santísimo sacramento de la Eucaristía y
lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y la misión que va a asumir.
- No esté afectado por una pena canónica, legítimamente impuesta o declarada.
- No sea el padre o la madre de quien se va a bautizar» (c. 874-1).
Los padres han de obrar con auténtica responsabilidad, evitando que el padrinazgo se convierta
en una institución de mero trámite. Por este motivo, no deben ser criterios exclusivos o primarios
el parentesco, la amistad, la vecindad o el prestigio social, sino el deseo de asegurar a sus hijos
unas personas responsables de su futura educación cristiana.
Los padrinos ejercen su ministerio en el rito bautismal cuando signan al catecúmeno en el rito
de acogida, y profesan, junto con los padres, la fe de la Iglesia, en la cual el niño va a recibir el
Bautismo. Para que los padrinos puedan ser conscientes de su ministerio, misión y compromisos
se requiere, ordinariamente, una catequesis inmediata, al menos elemental.
d. Los ministros
Son ministros ordinarios del Bautismo: el obispo, el presbítero y el diácono. «Si está
ausente o impedido el ministro ordinario, administra lícitamente el Bautismo un catequista
u otro destinado para esta función por el Ordinario del lugar» (c. 861, 2). En caso de
necesidad es ministro del Bautismo «cualquier persona que tenga la debida intención» (c.
861, 2). El ministro ordinario y extraordinario sólo pueden bautizar lícitamente a sus
súbditos en su propio territorio, salvo en caso de necesidad (cfr. c. 862).
El actual Código de Derecho Canónico señala a este respecto: «ofrézcase al Obispo al
bautismo de los adultos, por lo menos el de aquellos que han cumplido catorce años, para
que lo administre él mismo, si lo considera conveniente» (c. 863).
Incumbe a los párrocos, valiéndose de la colaboración de los catequistas, diáconos y otros
presbíteros, preparar y ayudar con medios adecuados a los padres y padrinos de los niños
que van a recibir el Bautismo. Por su carácter de colaboradores del obispo y del párroco,
los demás Presbíteros y diáconos han de preparar y conferir el Bautismo en íntima
colaboración con ellos.
«Los pastores de almas, especialmente el párroco, han de procurar que todos los fieles
sepan bautizar debidamente» (c 861, 2); sobre todo las comadronas, enfermeras, asistentes
sociales, los médicos y cirujanos.
Los ministros del Bautismo no actúan en nombre propio, sino en nombre de Cristo y de la
Iglesia, y no son los únicos que ejercen un ministerio dentro del rito bautismal. Por tanto,
han de ser:
- «diligentes en administrar la Palabra de Dios y en la forma de realizar el sacramento
- evitar «todo lo que pueda ser interpretado razonablemente como una discriminación de
personas»
- no absorber la función que corresponde al lector, al cantor y al pueblo
- si es si posible, elegir los elementos variables de la celebración, con los miembros más
interesados de la Comunidad cristiana correspondiente.

6.4 TIEMPO Y LUGAR PARA LA CELEBRACIÓN


a. Tiempo
El Ordo Baptismi Parvulorum (n. 44), la Instrucción Pastoralis Actio (n. 29) y el Código
de Derecho Canónico (cc. 867 868), establecen tres criterios para determinar el tiempo
de conferir el bautismo: la salvación del niño, la salud de la madre y la necesidad pastoral.
Ante todo, hay que tener en cuenta la salvación del niño. Por eso, «si se encuentra en peligro
de muerte, debe ser bautizado sin demora» (c. 867, 2), incluso «contra la voluntad de los
padres», sean o no católicos (c. 868, 2). Se trata, en efecto, de un sacramento que, por ser
absolutamente necesario para la salvación, otorga al niño en peligro de muerte inmediata o
más o menos próxima por causa de una situación no genérica sino personal, la prevalencia
de su salvación eterna sobre los derechos de sus padres.
La salud de la madre es el segundo criterio a tener en cuenta, pues se debe posibilitar la
participación en el alumbramiento sobrenatural, que realiza el Bautismo, a la que ha
alumbrado al niño a la luz natural. Este criterio, sin embargo, no ha de entenderse en sentido
estricto o maximalista; pues, en tal caso, podría retrasarse indebidamente el Bautismo.
Por último, hay que tener en cuenta la necesidad pastoral, es decir, el tiempo necesario para
preparar la celebración del Bautismo, de tal modo que los padres y padrinos puedan
participar consciente, piadosa y fructuosamente.
La norma general queda establecida así: «los padres tienen la obligación de hacer que sus
hijos sean bautizados en las primeras semanas» (c. 867, 1). El deber de los padres es
correlativo al derecho de pedir el Bautismo para sus hijos en este tiempo, y al deber de los
ministros de realizarlo cuando los padres lo piden razonablemente.
La petición es razonable si dan «esperanza fundada» de que el niño va a ser educado, por
ellos o por otros, en la religión católica; no es razonable, en cambio, «si falta por completo
esa esperanza» (c. 868), en cuyo caso «debe diferirse el Bautismo, según las disposiciones
del derecho particular», haciendo saber a los padres que la Iglesia no puede acceder a su
deseo, si ellos no garantizan antes del Bautismo que su hijo, una vez bautizado, recibirá la
educación católica que exige el sacramento, puesto que la Iglesia tiene que tener fundada
esperanza de que el Bautismo dará sus frutos, para proceder con la responsabilidad y
fidelidad que exige su condición de Esposa de Cristo.
Es garantía suficiente «toda promesa que ofrezca esperanza fundada de educación cristiana
de los hijos» (cfr. Instrucción Pastoralis Actio, n. 31). Esa esperanza procede tanto de la
vida de los padres (incluso si son escasamente practicantes, pero tienen una concepción
cristiana de la existencia), como de su propio testimonio respecto a los centros educativos
que elegirán para su hijo. En caso de duda sobre la existencia de garantías suficientes, debe
conferirse el Bautismo, teniendo en cuenta la necesidad de este sacramento para la
salvación, la benignidad de la Iglesia, la dinámica de las virtudes infusas en el Bautismo,
y la inocencia del niño respecto a la eventual culpa de sus padres, como ocurriría en el caso
de padres divorciados unidos ilegítimamente de nuevo. Si en algún caso es aplicable el
principio: «salus animarum suprema lex», es en el Bautismo.
A la hora de valorar las garantías, se requiere también un gran realismo pastoral, puesto
que tales garantías quedan condicionadas, en última instancia, por el ejercicio de la libertad
personal y las innumerables e imprevisibles circunstancias que concurren en una vida
humana.
El día concreto más adecuado para conferir y recibir el Bautismo, es el de la Resurrección
del Señor, durante la Vigilia Pascual, y el domingo, que es la pascua hebdomadaria, dado
el carácter pascual de este sacramento. «El domingo puede celebrarse el Bautismo dentro
de la misa, para que sea posible la asistencia de toda la comunidad cristiana y se manifieste
más claramente la relación del Bautismo con la Eucaristía» (RB, n. 46). Sin embargo, todos
los días del año litúrgico son aptos (c. 856, 1), pues todos ellos están marcados por el
carácter pascual de la celebración eucarística.

b. Lugar
La norma general, es que el Bautismo se celebre en el lugar «donde los padres viven
normalmente la vida cristiana, esto es, la parroquia», «a no ser que una causa justa aconseje
otra cosa» (c. 857, 2). De esta manera el Bautismo aparece como el sacramento «de la
agregación al Pueblo de Dios» (RB n. 49), y se facilita el ejercicio maternal de la Iglesia.
Por eso, fuera del caso de necesidad, el Bautismo no puede celebrarse en las casas
particulares; el obispo, con todo, puede permitirlo por una causa grave (c. 860, 1). Por la
misma razón, se prohíbe bautizar en las clínicas de maternidad; lo cual no impide que el
obispo diocesano pueda establecer una praxis distinta o que haya una causa pastoral que
así lo exija (c. 860, 2). El «ordinario del lugar, habiendo oído al párroco, puede permitir o
mandar que, para comodidad de los fieles, haya también pila bautismal en otra iglesia u
oratorio público dentro de los límites de la parroquia» (c. 858, 2).
«Si, por la lejanía u otras circunstancias, el que ha de ser bautizado no puede ir o ser llevado
sin grave inconveniente a la iglesia parroquial o a aquella otra iglesia u oratorio del que se
trata en el canon 858, 2 (antes citado), puede y debe conferirse el Bautismo en otra iglesia
u oratorio más cercanos, o en otro lugar decente» (c. 859).

c. Requisitos
El agua del bautismo ha de ser natural, limpia y, fuera de caso de necesidad, bendecida.
Puede utilizarse, según determine la Conferencia Episcopal (c. 854), el rito de inmersión o
el de infusión. El bautisterio «debe estar reservado al sacramento del Bautismo y ser
verdaderamente digno, de manera que aparezca con claridad que allí los cristianos renacen
del agua y del Espíritu Santo» (RB, n. 40). Los ritos que se celebran fuera del bautisterio
se tienen en el lugar más adecuado para una participación consciente y fructuosa (RB n.
41). Concluido el tiempo de Pascua, conviene que el Cirio Pascual se conserve dignamente
en el bautisterio y que esté encendido durante el rito bautismal (RB n. 40).
Sigue vigente la norma de inscribir a los recién bautizados en el libro parroquial de
bautismos (RB n. 43), anotando posteriormente todos los datos que vayan modificando su
situación en la Iglesia, vg. las Ordenes sagradas y el matrimonio.

6.5 PASTORAL DEL BAUTISMO


La preparación del Bautismo es doble: remota y próxima. La primera pretende que el Pueblo
de Dios tome conciencia de la realidad teológica del Bautismo, y de la misión que le corresponde
tanto en la celebración, como en su preparación y cuidado posterior. La pastoral próxima se dirige,
sobre todo, a los padres y padrinos; y tiene como finalidad darles a conocer su misión y prepararles
para participar, consciente y piadosamente, en el rito bautismal. Una y otra se encuadran dentro de
la pastoral sacramental —sobre todo de la iniciación— y de la pastoral general de la Iglesia.
6.6 PREPARACION REMOTA
En realidad, la preparación remota del Bautismo de un niño, comienza con la educación de la
fe de sus padres, antes incluso de contraer matrimonio. En esa educación tiene mucho que ver, el
testimonio de vida de la propia familia y de la comunidad cristiana en la que se está inserto, la
catequesis familiar y parroquial, la predicación, la vivencia sacramental —sobre todo de la
Eucaristía y de la Penitencia—, el apostolado personal y comunitario, etc.; es decir: toda la
actividad pastoral de la Iglesia.
La pastoral bautismal no es, por tanto, una pastoral absolutamente autónoma, sino parte de la
entera actividad pastoral; la renovación de la pastoral remota del Bautismo, no puede
circunscribirse a ciertos momentos de la vida cristiana, por muy propicios que sean, vg. la
cuaresma, la Vigilia Pascual, la catequesis previa a la recepción de la Confirmación y primera
Comunión; sino que reclama redimensionar toda la pastoral eclesial, redescubriendo la centralidad
del Bautismo y situándola en la perspectiva de los primeros siglos de la Iglesia, unificando y
vivificando así la entera actividad eclesial. Si no se adopta esta pastoral, lenta y paciente, el
Bautismo continuará siendo una realidad periférica e incapaz de formar la vida cristiana personal
y comunitaria.
La preparación al Matrimonio, es un momento especialmente apto para intensificar la pastoral
remota del Bautismo, pues, al ser el Matrimonio cristiano sacramento de amor fecundo, los futuros
esposos han de conocer que es parte esencial de su vocación divina, la procreación y educación
religiosa de sus hijos. Las acciones pastorales que se emprendan con este motivo, sobre todo la
catequética, no pueden olvidar esta tarea.
6.7 PREPARACIÓN PRÓXIMA
La pastoral inmediata a la celebración del Bautismo, pretende preparar a los padres y padrinos
para la participación consciente, el ejercicio responsable de su misión, y el cumplimiento de los
compromisos que contraen.
Impartir una catequesis elemental del sacramento es indispensable, sobre todo para evangelizar
o sensibilizar para una posterior evangelización.
Esta pastoral inmediata, tuvo una acogida muy favorable al principio, pero está atravesando
una profunda crisis de identidad y contenidos; con todo, sigue siendo eficaz y absolutamente
necesaria.
7. LA CONFIRMACIÓN
7.1 SU VALOR COMO SACRAMENTO
7.2 RELACIÓN ENTRE CONFIRMACIÓN Y BAUTISMO
7.3 RELACIÓN ENTRE CONFIRMACIÓN Y EUCARISTÍA
7.4 MODELOS DE ARTICULACIÓN DE LOS SACRAMENTOS DE INICIACIÓN
8. ASPECTOS DOCTRINALES
8.1 SACRAMENTO DE LA PLENITUD DEL ESPIRITU
Con frecuencia se le llama de la Confirmación, el “sacramento del Espíritu Santo”, sin embargo
hay que saber armonizar esta expresión con la afirmación de que en el bautismo ya se comunicó
el Espíritu Santo.
Se plantea entonces la cuestión sobre qué es lo que se comunica de manera específica en el
sacramento de la confirmación, porque en el bautismo ya se comunicó el Espíritu Santo. La
diversidad entre ambas comunicaciones se tiene que explicar a la luz de la variedad de funciones
y formas de actuación del Espíritu en la economía de la salvación.
La tradición ha expresado con singular insistencia que en los ritos postbautismales de la
iniciación cristiana, se da una nueva comunicación del Espíritu Santo, incluso el mismo
simbolismo de los ritos bautismales (imposición de manos y unción), orientaban en esa dirección.
San Cipriano y Orígenes buscaron los antecedentes de esos ritos, en los pasajes del libro de los
Hechos de los Apóstoles, en donde se habla de la comunicación del Espíritu a los bautizados por
la imposición de manos de los apóstoles.
En las versiones orientales de la Tradición Apostólica, la oración que se intercala entre la
imposición de manos y la unción, es una invocación para que a los que acaban de ser bautizados,
Dios los colme del Espíritu Santo. Tenemos entonces que en ningún otro sacramento, excepto el
Orden, esto se presentó desde el principio de una manera tan definida en lo ritual y simbólico como
una epíclesis en sentido estricto.
En la medida en que en occidente se fue acentuando poco a poco la separación entre el
Bautismo y la Confirmación, fue creciendo también el interés por precisar el significado específico
de los ritos propios de este sacramento.
Se les atribuyo siempre el sentido de comunicación del Espíritu en los testimonios de hombres
como Hilario de Poitiers, Jerónimo, Ambrosio, Agustín, Fausto de Riez, así como en autores de la
iglesia de oriente como Cirilo de Jerusalén, Teodoro de Mopsuestia, Cirilo de Alejandría, Dionisio
Areopagita, Severo de Antioquia.
Con el paso del tiempo no sólo en los escritos y testimonios de grandes personajes de la vida
de la Iglesia, sino en las mismas liturgias tanto occidentales como orientales. Las oraciones que
acompañan los ritos de imposición de manos y unción son con frecuencia auténticas epiclesis o
invocaciones del Espíritu Santo sobre aquellos que iban a ser confirmados.
En el Eucologio de Serapión (4,16) encontramos esa misma fuerza en la plegaria de
consagración del Crisma (Myron) que se usa para confirmar, así como en muchas homilías y
tratados presentes en la tradición oriental que dan fe sobre el sentido que le dan al Myron.
Quizás quien menos atendió este aspecto ha sido la Escolástica, debido a que su interés se
centro en determinar los efectos particulares de la Confirmación, (gratia creata), y descuidó
demasiado lo que serían los dones del Espíritu Santo (gratia increata).
Tanto la tradición oriental como la tradición occidental, relacionan de manera especial la
unción crismal con la unción de Jesús por el Espíritu después de su bautismo en el Jordán (cfr Lc
3,21-22); Cirilo de Jerusalén dice que esa unción es antitipo de la que se recibe en la confirmación,
justificándola por la función mesiánica que origina en ambos casos.
Aunque en la tradición occidental se remarca también la vinculación que tiene la confirmación
con el misterio de Pentecostés, desde el S. VIII. La escolástica hizo suya esta afirmación “Se da el
Espíritu Santo en este sacramento… como fue dado a los apóstoles el día de Pentecostés”, y con
Santo Tomás de Aquino entro esta afirmación al Magisterio de la Iglesia, y así se conserva hasta
nuestros días, incluso en la fórmula que se utiliza en el actual Ritual de Confirmación.
Santo Tomás dice que “en este sacramento se comunica la plenitud del Espíritu Santo”, y dicha
comunicación debemos entenderla como una abundancia del Espíritu Santo.
La palabra derramar significa en la Biblia comunicar el Espíritu, y lleva a la imagen de
abundancia que se aplica de esa forma la acción de ungir.
“El Espíritu que se derrama sobreabundantemente, no se ve oprimido por límites ni encerrado
en estrecho espacio que lo frene. Fluye sin cesar, rebosa en abundancia; solamente tiene que
abrirse nuestro corazón y estar sediento. Cuanta fe seamos capaces de presentar, tanta
abundancia de gracia recogeremos”.
San Cipriano
Tanto en las fórmulas litúrgicas como en los escritos de los Padres, el verbo llenar es el que
mejor expresa y califica la acción del Espíritu Santo en este sacramento, ya que por una parte se
espera que ese Espíritu llene al sujeto de sabiduría, ciencia, fuerza etc. Y por otra parte también se
pide a Dios que lo llene de su Espíritu.
San Ambrosio cuando habla de la imposición de manos postbautismal, se refiere a la
transmisión de los siete dones del Espíritu Santo que se reciben en el sacramento de la
confirmación:
“La perfección se alcanza cuando, por la invocaciones del sacerdote, se infunde el Espíritu
Santo: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de virtud, espíritu de conocimiento
y de piedad, espíritu de santo temor, que son las siete virtudes del Espíritu”.
8.2 UNCIÓN E IMPOSICION DE MANOS
Dos son las acciones rituales que han servido de soporte a la confirmación: la unción y la
imposición de manos.
 La unción constituye en la iglesia católica de hoy el rito central de la confirmación. El
simbolismo bíblico de esta acción viene dado por el uso del aceite como base de perfume,
como medicina suavizante para las heridas y como tonificante aplicado al cuerpo en el
masaje o antes del combate. El aceite, que penetra profundamente en el cuerpo (Sal 109,
18), puede significar por tanto alegría y felicidad, salud o salvación y, sobre todo, fuerza
poderosa.

a). El aceite perfumado denota la felicidad del que lo usa (Prov 27, 9; Is 16, 3). Con él se
unge a los huéspedes como expresión del deseo: «que seas feliz conmigo» (Le 7, 46).

b). El uso en la curación de heridas (Is 1, 6; Le 10, 34) entronca mejor con el sacramento
de la unción de los enfermos.
c). Pero la unción más significativa es la relacionada con el poder y la fuerza que, por
medio de ella, se comunica al rey y posteriormente a su sustituto el sumo sacerdote. Esta
unción da el Espíritu de Dios. El espíritu de Dios en el Antiguo Testamento se describe
como la presencia actuante de Dios, desde el interior de la persona que lo recibe, para
cumplir una misión en favor del pueblo. Es el poder por el que Dios interviene en la
historia, el brazo actuante de Dios. La presencia del Espíritu de Dios se experimenta al
comprobar que aquel que lo ha recibido realiza hechos que no parecen tener su raíz en él,
sino en una fuerza que se ha metido en su interior y lo ha dominado. Esta fuerza, psíquica
y física, es imparable como una inundación, un vendaval o un incendio.

Otras expresiones tratan de señalar cuál es el poder interior que mueve a la persona, y así
se habla del «espíritu inmundo» (o del mal) y hasta de espíritu del vino, indicando que no
es él quien así obra, sino el vino que lleva dentro y le hace portarse de ese modo. Los líderes
temporales, llamados jueces en la biblia, los reyes, los profetas y todo el pueblo del Israel
futuro son portadores del Espíritu, y la unción, real o metafórica, es el inicio de su posesión.
El mesías era, para todo israelita, el rey; la palabra significa ungido y los reyes eran siempre
ungidos. Así se indicaba que habían sido elegidos por Dios y recibían su Espíritu en orden
a una misión: realizar la justicia y el derecho. Esto no significa sólo que el rey puede juzgar,
sino que tiene como misión eliminar la injusticia y liberar al pobre de la opresión. Esta
cualidad es la característica de Yavé, el dios justo y compasivo con los débiles y defensor
de quienes no tienen defensa frente a la altivez de los poderosos (Sal 82; 72, ls). El rey, a
ejemplo de David (2 Sm 8, 15), debe administrar derecho y justicia; pero la realidad es
muy distinta. Los profetas, de quienes metafóricamente se dice que son ungidos, señalando
así la fuerza del Espíritu presente en su palabra, anuncian la venida de un «mesías» que
realizará definitivamente esa esperanza humana (Is 9, 6), y la totalidad del pueblo futuro
recibirá el Espíritu de Dios (Is 44, 1; J1 3, 1). «Jesús es el Cristo» es la confesión de fe de
la primera comunidad. Lo anunciado por los profetas se ha cumplido en Jesús de Nazaret
a quien ahora se le llama «el Cristo», palabra griega que significa ungido, y por tanto rey
o mesías.

Así lo cuenta Lucas: «Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea,
después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu
Santo y poder y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10, 37-38).

El mismo evangelista pondrá en boca de Jesús cuando lee en la sinagoga el pasaje de Isaías
61, 1 interpretando que todo se ha cumplido en él. La iglesia, el pueblo del futuro, será
movida por un mismo Espíritu (Ef 4, 4). El rito de la unción explícita que el cristiano lleva
en sí mismo el Espíritu de Jesús y está orientado a la misma misión de liberar a todos los
oprimidos por el diablo y a anunciar a los pobres la buena noticia de la salvación. El gesto
simboliza el compromiso del confirmado para responsabilizarse de las exigencias
bautismales y en concreto la de construir un mundo justo y libre.

 La imposición de manos es otra acción ritual empleada en la confirmación. Las manos,


junto con la palabra son uno de los medios más expresivos del lenguaje del hombre. El
gesto de poner las manos sobre la cabeza significa transmitirle al otro algo que pertenece
o está relacionado con la propia personalidad del que le impone las manos. Se usa para
transmitir una bendición (Gn 48, 13-16), una cualidad peculiar (Nm 27, 15-23; Dt 34, 9),
o incluso para traspasar la representación de la propia persona a la víctima del sacrificio
(Lv 1, 4), o los pecados al chivo expiatorio (Lv 16, 21). Jesús bendecía así (Mc 10, 16) y
curaba (Mc 8, 23; Lc 4, 40; 13, 13). Lo mismo hacen sus discípulos (Mc 16, 18; Hch 9, 12;
28, 8). La transmisión del Espíritu por parte de quien lo posee también se efectúa con este
rito (Hch 8, 17; 19, 6), así como la comunicación de la propia misión (Hch 6, 6; 1 Tim 4,
14; 5, 22). Los dos últimos usos conectan perfectamente con lo significado en la
confirmación.
9. LA GRACIA DE LA CONFIRMACIÓN
9.1 ROBUSTECIMIENTO DE LA GRACIA BAUTISMAL
El verbo confirmare dió origen al nombre más común, con el que se designa este sacramento
en Occidente. San Ambrosio, lo emplea ya a propósito de los ritos posbautismales, en su relación
con el bautismo. El sustantivo confirmatio como término técnico para designar el rito
posbautismal, aparece por vez primera en el concilio de Orange (442).
En la homilía de Pentecostés de Fausto de Riez, que tanto influiría en la teología medieval de
la confirmación, el término se convierte prácticamente en pieza clave para interpretar la naturaleza
de este sacramento.
Teniendo en cuenta cómo se le ha interpretando a lo largo de toda la tradición, podemos decir
en síntesis que la función de la confirmación, es simplemente:
 asegurar la permanencia de las estructuras y dones otorgados en el bautismo
 conferir profundidad a la gracia bautismal.
La expresión parece guardar cierto parentesco con la sphragis: el sacramento es como el sello
que cierra herméticamente la vasija para que no se evaporen las esencias del bautismo. Sin
embargo, el término parece sugerir además la idea de que estos ritos vienen a convalidar, ratificar
y autentificar (sellar) el bautismo recibido.
Cirilo de Jerusalén emplea en este contexto el verbo epalètheuô (autentificar) y en el Ordo
Romanus XI (de mediados del s. VII) una rúbrica recomienda: «no descuidar (los ritos de la
confirmación) en absoluto, porque así es como todo bautismo legítimo queda confirmado con el
nombre de cristiano».
Está luego la idea del robustecimiento, como efecto de este sacramento, que cobrará mucha
fuerza en la Edad Media. El bautismo confiere la fuerza necesaria para librar y ganar las batallas
de la vida cristiana (tal es el simbolismo atribuido a la unción prebautismal); el simbolismo de la
imposición de la mano (la mano que es sede y signo de la fuerza) y de la nueva unción con el
crisma, lleva a considerar la confirmación como el sacramento de la fortaleza cristiana. Sin caer
en ninguna contradicción, en la lógica de la confirmación como reforzamiento del bautismo, tanto
en Oriente como en Occidente hubo un trasvase de simbolismo: el don de la fuerza, que
originariamente se había asociado con la unción prebautismal, se atribuye ahora a la unción
crismal.
«In baptismo regeneramur ad vitam, post baptismum roboramur ad pugnam».

9.2 PERFECCIONAMIENTO DE LA GRACIA BAUTISMAL


a. Otro vocablo utilizado frecuentemente por la tradición, para significar lo que la
confirmación hace respecto del bautismo, es perficere/perfectio (completar-perfección)
(teleiô/teleiôsis). Aquí es más clara la idea de que el segundo sacramento, aporta un
complemento al primero. Ya san Cipriano en el S. III, comentando Hch 8,14-17, que
relaciona explícitamente con la imposición de manos posbautismal, dice que los apóstoles
suplieron lo que faltaba al bautismo conferido por Felipe. La idea quedó plasmada en el
conocido aforismo Confirmatione baptismus perficitur, que circuló ampliamente por
Oriente y Occidente. En Occidente, el concilio de Elvira (cánones 38 y 77), emplea por dos
veces el verbo perficere y San Ambrosio llama perfectio, sin más, a los ritos
posbautismales: «Después viene el signo espiritual..., porque después de la piscina sólo
queda que se realice la perfección (perfectio): ésta se alcanza cuando, por las
invocaciones del sacerdote, se infunde el Espíritu Santo…>>
En cambio los africanos San Cipriano y San Agustín, usan el verbo consummare para
significar la misma idea. Este lenguaje, a través de la Edad Media, ha llegado hasta
nosotros.
Entre los orientales, Teodoro de Mopsuestia habla ya de los ritos posbautismales, como de
un complemento. En el mundo sirio el sustantivo shumloyo (complemento), se convirtió
en el nombre más común de este sacramento.
Según todo esto, la Confirmación hace del bautizado, un cristiano perfecto: «Sin la
Confirmación, la iniciación cristiana queda incompleta».

b) En este sentido, los libros litúrgicos recientes del rito romano, emplean también la
palabra plenitud:
«... la misión de llevar a plenitud la consagración bautismal por medio del don del
Espíritu»
«la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal»
«la confirmación es la plenitud del bautismo».

Desde muy antiguo, la tradición relaciona el sacramento de la Confirmación con la idea de


la plenitud. Es sobre todo la plenitud del Espíritu Santo, la que confiere la Confirmación,
pero entre sus efectos se menciona también la plenitud de la Gracia. San Cipriano afirma
que «sólo pueden santificarse y ser hijos de Dios en plenitud, quienes nacen por ambos
sacramentos». La fórmula de la consagración del Crisma, en el rito romano, llama al
Crisma sacramento de la plenitud de la vida cristiana. Santo Tomás de Aquino por su parte,
define nuestro sacramento como el sacramento de la plenitud de la gracia que nos configura
con Cristo.

c) La idea de augmentum, es empleada también en Occidente para significar el tipo de


relación, que la Confirmación guarda con el Bautismo. La encontramos en el S. V por
primera, en una homilía de Fausto de Riez: «El Espíritu Santo... en el Bautismo otorga la
plenitud para la inocencia; en la Confirmación concede aumento para la Gracia (in
confirmatione augmentum praestat ad gratiam)».
Amalario de Metz en el S. IX, lo entenderá como un alimento de gloria para la otra vida;
Santo Tomás usará el término como Fausto de Riez. De los escolásticos la idea pasará a
los documentos del magisterio: en Inocencio III (DS 785), y en el Decretum pro Armenis
(DS 1311), se usa asociada a robur (apoyo). Esta concepción ha sido muy criticada por
juzgarla contraria a la tradición patrística, y como la principal causante de la disociación
ocurrida en Occidente entre el Sacramento del Bautismo y el sacramento de la
Confirmación.
d) Otra forma de expresar esta relación, es considerar a la Confirmación como perfección
del Bautismo:
«En este sacramento alcanzará el penitente un perdón más pleno del pecado…Se configura
más perfectamente con Cristo» (RC 2). «Se vincula más perfectamente a la Iglesia» (LG I,
l)
e) Por último, para expresar esta relación, se ha hecho clásica en Occidente, desde Santo
Tomás de Aquino una analogía que se inspira en las edades de la vida: la confirmación es
al bautismo lo que la edad adulta a la infancia.
La analogía misma la encontramos ya en autores del S. II y IV; Ireneo comentando la
imposición de manos de los apóstoles (Hch 8,9-17), compara la acción perfectiva del
Espíritu, con la acción de un alimento sólido que nutre y hace crecer.
San Ambrosio dice que sin el Espíritu, estábamos condenados a permanecer siempre niños;
la venida del Espíritu será para hacer de los niños unos seres más fuertes, a saber, por el
crecimiento de la edad espiritual (qui faceret ex parvulis fortiores, incremento videlicet
spiritalis aetatis). A finales del S. V, la analogía reaparece en la Carta del Diácono Juan a
Senario:
«En nuestra vida corporal es una perfección particular alcanzar la edad adulta y ser capaz
de realizar las acciones que corresponden a esa edad, según aquello de san Pablo: "Al
hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño" (1 Cor 13,11). Así conviene que al
movimiento de la generación que da la vida se agregue el del crecimiento que conduce a
la edad perfecta. Así pues, el hombre recibe también la vida espiritual por el bautismo,
que es nuevo nacimiento espiritual. En cambio, en la confirmación recibe algo así como
cierta edad perfecta de la vida espiritual (quasi quandam aetatem perfectam vitae
spiritualis)»

Se trata obviamente de «edad adulta espiritual», que no es el resultado de un proceso


corporal y psicológico, sino gracia y efecto del sacramento; tiene que ver con el grado de
unión y configuración con Cristo y de la participación de las gracias y fuerzas del Espíritu
.

Si a veces se habla de la Confirmación como el "sacramento de la madurez cristiana", es


preciso, sin embargo, no confundir la edad adulta de la fe, con la edad adulta del
crecimiento natural, ni olvidar que la gracia bautismal es una gracia de elección gratuita e
inmerecida que no necesita una "ratificación" para hacerse efectiva.

Santo Tomás lo recuerda: "La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el alma.
Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual de
que habla la Sabiduría (4,8)" (S Th 111, q.72, a.8 ad 2)».

Un autor oriental del S. XIV, Nicolás Cabasilas concibe la relación entre los tres
sacramentos de la siguiente manera: “El bautismo encuentra muertos y les confiere la vida
(el ser, la existencia) en Cristo. La unción con el myron a los así nacidos los hace perfectos
y les comunica una energeia, que les permite moverse y actuar. La Eucaristía nutre y
conserva esa vida y esa salud”

Queda así suficientemente documentado el pleno acuerdo de las dos tradiciones, oriental y
occidental, en un punto que metodológicamente es clave para la teología de la
confirmación: la relación ontológica existente entre el bautismo y la confirmación, y la
acción perfectiva del segundo respecto del primero y la alta estima de este sacramento. Las
ideas de los orientales sobre el myron no son tributarias, en absoluto, de las especulaciones
de los occidentales sobre la confirmación y las desarrollaron aun cuando entre ellos no se
dio la disociación ritual que se dio en Occidente.

9.3 FORTALECIMIENTO PARA LA MISIÓN.


La gracia de la Confirmación otorga al individuo plena madurez: es propio del adulto salir
de sí mismo y participar personalmente, como trabajador, en la vida y edificación de la
comunidad a la que pertenece; está capacitado para actuar in alios e interesarse in salutem
aliorum.
Mediante esta nueva y más plena efusión del Espíritu, al recibir una nueva misión, el
Confirmado se siente capacitado por la fuerza de lo alto, para cumplir las nuevas tareas que le
son encomendadas.
La Confirmación es una nueva deputatio (designación), que consagra para la misión; pero
al mismo tiempo, es también capacitación para cumplirla. La razón profunda de esta
habilitación está en la mayor configuración con Cristo, y la mayor vinculación con la Iglesia
que da este sacramento, que nos hace partícipes de la unción que ambos —Cristo y la Iglesia—
recibieron para el cumplimiento de su misión.
En la Tradición Apostólica de Hipólito, el obispo, en su oración al imponer las manos sobre
los bautizados, pide «...ut tibi serviant secundum voluntatem tuam» (para que te sirvan según
tu voluntad).
Se supone que el confirmado, presta su servicio desde la nueva situación en que lo ha
colocado la confirmación, porque este sacramento es como una vocación constitutiva (y no
simplemente funcional), una especie de ordenación (en el sentido etimológico de la palabra:
situar a uno en el orden que le corresponde), como una investidura o encomienda oficial por
parte de la Iglesia.
La crismación, símbolo de esta investidura, se presenta como una consagración, capacita
para representar a la Iglesia misionera y apostólica, y actuar quasi ex oficio como dice Santo
Tomás de Aquino.
10. LA CONFIRMACION EN LA TRADICION ECLESIAL
10.1 DEL N.T. AL S. IV
En los inicios de la iglesia, el bautismo representa el momento fundamental del renacimiento
cristiano, se da con el agua y el Espíritu; así que se otorga la remisión de los pecados junto con el
don del Espíritu; la iniciación cristiana es un hecho unitario que no admite separación, la teología
crismal se funda en la teología bautismal.
Sin embargo hay dos textos en el evangelio de Lucas, que parecen hacer referencia a un
segundo momento ritual de iniciación para el don del Espíritu, y que abarca la imposición de manos
y la oración: Hch 8,14-17; 19,1-7, aunque la exégesis actual muestra que los episodios a los que
hace referencia son situaciones excepcionales y no la práctica común.Todo parece indicar que la
comunicación del Espíritu es un don de todo bautizado y no algo que se recibe aparte o por
separado.
El paso de la epoca apostólica al S. II no está suficientemente documentado, aunque está claro
que la organización de la comunidad ha ido elaborando un ritual de la iniciación, ya que para esta
época está articulada en tres grados: catecumenado, ritos bautismales y ritos postbautismales.
Los ritos postbautismales no van a ser iguales en todas las comunidades, aunque guardan entre
sí una cierta similitud, por lo que van a coincidir en todas las iglesias en ciertos puntos comunes:
- Los diferentes ritos forman un todo con la celebración bautismal
- Se recibe el don del Espíritu mediante la intervención del Obispo
En la tradición oriental hay testimonio de una praxis muy antigua, de imponer las manos con
la invocación del Espíritu para llenar al bautizado de sus dones, junto con la unción mediante el
Myron; Teodoro de Mopsuestia describe en la tradición siriaca occidental, la signación en la frente
de los bautizados.
En la iglesia de África, Tertuliano dice que después de la inmersión bautismal, seguía la unción
con el Crisma y la imposición de manos, por parte del Obispo. San Ambrosio de Milán habla de
la unción en la cabeza, el lavatorio de los pies y el sello del Espíritu Santo con sus siete dones.
En España se signa la frente del bautizado y después se le imponen las manos invocando al
Espíritu Santo; En Francia se unge con el Santo Crisma, y se imponen las manos para que reciban
el don del Espíritu
La tradición de la iglesia de Roma la encontramos atestiguada en la Traditio Apostólica de San
Hipólito: una doble unción, primero la hace el presbítero con el óleo bendito, y después la que
hace el obispo con el crisma, en la frente del bautizado; después sigue la signación, la imposición
de manos y el beso de la paz.
Una característica de todos estos ritos es que forman una unidad litúrgica, se realizan después
de la inmersión bautismal y preceden siempre a la Eucaristía y están reservados al Obispo. No se
puede pensar en estos ritos separados del bautismo, sino más bien en una expresión de que el
bautismo no ha alcanzado todavía su plenitud, mientras el obispo no la haya finalizado la
celebración con la comunicación del Espíritu Santo, para que así el neófito pudiera participar en
la eucaristía.
Esta visión de la iniciación cristiana sigue estando vigente en la tradición oriental, a diferencia
de la tradición occidental que fue separando los tres sacramentos poco a poco, hasta que quedaron
totalmente separados los ritos bautismales, y los ritos posbautismales.
La teología en torno al Espíritu Santo fue desarrollándose, por lo que también la atención en
torno a los ritos posbautismales fue creciendo, ya que estos estaban centrados en el don del
Espíritu, que compartía el obispo como cabeza de la comunidad cristiana, al ser sucesor de los
apóstoles.
La intervención del obispo llega a adquirir un papel determinante, ya que sólo a él está
reservados los ritos que confieren el don del Espíritu: imposición de manos, signación y unción, y
que van a completar la iniciación al introducir al neófito en la comunidad eucarística
Durante este periodo es cuando empieza a usarse el término confirmatio, con un sentido de
robustecimiento de la fe y de complemento del rito final de la celebración del bautismo.
10.2 DEL S. V- XII
A partir del S. V hay un cambio profundo debido a que las comunidades cristianas no están
sólo en las ciudades, donde el obispo sigue presidiendo la Vigilia Pascual y por tanto dar la
confirmatio; En oriente se soluciona esto dando la facultad a los presbíteros para que puedan dar
la unción con el Myron que el obispo bendijo el jueves santo. En occidente por el contrario los
presbíteros no pueden dar esta unción, por lo que los neobautizados deben acercarse a la Catedral
para que reciban la confirmatio.
Tenemos entonces que es a partir del S. V que se va a dar la separación entre bautismo y la
confirmación, lo que lleva que se caiga en un desinterés con respecto a la confirmatio. En este
siglo es cuando la confirmatio es comparada con un adiestramiento del cristiano como si fuera un
soldado, que se va a enfrentar en las luchas de la vida (Fausto, Obispo de Riez). La confirmatio
asegura la fuerza para la lucha moral.
La separación definitiva del bautismo y la confirmatio se va a dar cuando se generalice el
bautismo de los recién nacidos. Sin embargo aunque esta práctica se va extendiendo rápidamente,
los libros litúrgicos van a seguir mostrándose ligados a la visión unitaria de los ritos de iniciación:
 Sacramentario Gelasiano (S. VI), presenta dos rituales, uno para la Vigilia Pascual y otro
para la Vigilia de Pentecostés: imposición de manos con la invocación del Espíritu Santo
con sus siete dones, unción con el Crisma en la frente en forma de cruz, acompañada de la
formula signum christi in vitam aeternam, beso de la paz con el saludo.
 Sacramentario Gregoriano-adrianeo (S. VIII), presenta sólo la oración que se hace sobre
los infantes crismados sin mencionar la imposición de manos.
 Ordo XI (S. VI-VII), habla de la invocación del Espíritu con sus siete dones sin mencionar
la imposición de manos, unción en la frente con el crisma en forma de cruz.
Hasta el S. XI, los textos litúrgicos (tanto románicos como germánicos), aunque tienen diferencias
y particularidades entre ellos, mantienen la confirmación entre el bautismo y la eucaristía.
10.3 S. XIII hasta el Vat. II.
A los Ordines siguen los Pontificales, que eran libros para el uso de los obispos, y es ahí donde
poco a poco va a aparecer el rito de la confirmación, separado del Bautismo
 Pontifical romano-germánico (S. X), todavía se nota la unidad que existió entre bautismo
y confirmación, pero ya no se habla de lactantes sino de infantes y pueri; a los únicos que
se confirma en la Vigilia Pascual es a los nacidos en la Semana Santa.
 Pontifical de la curia romana (S. XIII) presenta la confirmación como un rito totalmente
independiente, situando la Confirmación entre la bendición de los ornamentos sacerdotales
y la bendición del pan.
 Pontifical de Durando (S. XIII), que será adoptado por el Papa Inocencio VIII como texto
oficial de la iglesia romana, será impuesto para toda la iglesia en el Concilio de Trento;
aparece con el título De chrismandis in fronte pueris, constará de imposición de manos
(extendiendo las manos sobre todos los candidatos), introducción de una palmadita en la
mejilla para sustituir el beso de paz, la recomendación a los padrinos de enseñar a sus
ahijados el credo, el padre nuestro y el ave maría.
Con la separación de la Confirmación y el Bautismo, se va a iniciar la reflexión teológica sobre
el significado de la Confirmatio, su valor y efecto específico.
El gesto ritual más evidente es la unción-crismación en la frente, con el crisma; el efecto es el
don del Espíritu Santo bajo su dimensión de fuerza (robur), en orden al testimonio de vida.
La teología del septenario sacrament6al dará pie a ubicar la Confirmación por su lugar en orden
cronológico. Pero ya no en relación con el bautismo y la eucaristía.
A partir del S. XII-XIII se empieza a mencionar que se debe remitir la confirmación y la
eucaristía a la edad de la discreción (Concilio Lateranense IV, año 1215), con la intención de que
hubiera una adecuada formación teórico-práctica de los niños en la fe cristiana.
Durante la edad media el mismo ambiente lleno de valores espirituales, garantizaba de alguna
manera la comprensión de lo que eran los sacramentos; con el cambio de modelo en la sociedad,
es necesario organizar con mayor atención el tiempo de preparación para recibir la eucaristía y por
consiguiente la confirmación. Después del Concilio de Trento aparecen los primeros catecismos
para la eucaristía y para la confirmación.
Surgen discusiones en torno a la edad de la discreción (algunos opinan que desde los 7 años y
otros hasta los 12), para recibir la Eucaristía, sin plantearse nada sobre la confirmación, aunque ya
por esta época la confirmación está en relación con la Eucaristía.
En muchas diócesis, sobre todo en Francia la Confirmación se retrasa después de la Eucaristía,
sobre todo por la despreocupación de los padres y las escasas visitas pastorales de los obispos,
aunque el Papa Pio X marca la Primera comunión a los 8 años y antes de ella, la confirmación; el
problema de la edad para recibir la confirmación aparece después del Vat. II.
11. ORIENTACIONES PASTORALES
11.1 EL PROBLEMA DE LA EDAD
11.2 LA CATEQUESIS
11.3 LA PREPARACIÓN REMOTA Y PRÓXIMA
11.4 LA CELEBRACIÓN
12. PRINCIPALES NOVEDADES DEL NUEVO RITUAL
12.1 EL SUJETO
12.2 EL MINISTRO
12.3 EL PADRINO
13. EL RITUAL PARA LA CONFIRMACIÓN.
13.1 ESTRUCTURA DEL RITUAL DE CONFIRMACIÓN.
Capítulo I. Celebración de la confirmación dentro de la Misa
Capítulo II. Celebración de la confirmación fuera de la Misa
Capítulo III. Lo que debe observarse cuando un ministro extraordinario administra la
confirmación
Capítulo IV. Confirmación de un enfermo en peligro de muerte
Anexos I. Textos para la Misa de confirmación
Anexos II. Leccionario
Anexo III. Cantoral
13.2 CELEBRACION DE LA CONFIRMACIÓN DENTRO DE LA MISA
a. Rito de Entrada
- Monición de entrada
- Los textos eucológicos se toman del Misal Romano, o del Anexo I del ritual.
b. Liturgia de la Palabra
- Las lecturas pueden tomarse todas o en parte, de la Misa del día o del Leccionario para la
celebración de la confirmación, que se encuentra en el Anexo III.
c. Liturgia del Sacramento
- Presentación de los confirmandos por el párroco, otro presbítero, un diácono o un
catequista.
- Homilía o alocución por el Obispo
- Renovación de las promesas bautismales (6 opciones de fórmulas)
- Asentimiento de la comunidad (o bien se puede entonar un canto apropiado con el que la
comunidad exprese su fe).
- Imposición de las manos por parte del obispo y los presbíteros que los ayudan, acompañada
de una oración.
- Unción con el santo crisma, a cada uno de los confirmandos (quién presenta al confirmando
le coloca la mano derecha sobre el hombro, y le dice el nombre de éste al obispo), trazando
el signo de la cruz en su frente. Mientras dura la unción se puede entonar un canto
adecuado, se omite el Credo porque ya se hizo antes la Profesión de fe.
- Oración de los fieles (2 opciones)
d. Liturgia Eucarística
- Se realiza como de ordinario, los textos se toman del Misal Romano o del Anexo I.
e. Rito de conclusión
- El Obispo con las manos extendidas sobre los recién confirmados y sobre el pueblo, dice
la bendición final y la despedida, o bien, la oración sobre el pueblo que viene después.

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