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DIOS ME HACE REÍR

Ed. Ramírez Suaza, P.ThM

Muchas son las oportunidades en las que nos reímos y por muchas razones: por un
chiste. Por algo gracioso que acontece. Por amor. Por enojo. Por ironía. Por
complacencia. Por placer. Por burla. También es mucha la gente que nos hace reír.
Algunos de Uds. son muy agraciados, sus comentarios y buen sentido del humor
igualmente me causan risa. No tengo la menor duda de que en sus vidas también
existen personas que les causen diferentes razones para reír.
Entre todas estas risas que menciono, y las muchas más no mencionadas, sospecho
que el ser humano necesita aprender a reír. Creo con certeza que reír es un arte.
Quiero preguntarle algo especial hoy: ¿alguna vez Dios le ha causado risa? En algún
momento de la vida, ¿Dios le ha hecho reír?
En las Escrituras hay un registro verídico de cuando Dios hizo reír un par de viejitos.
Su bella historia la encontramos en el hermoso y fascinante libro del Génesis 18.1-15

Dios hace reír al hombre para abrir brechas en sus conocimientos y para superar
las maneras de entender las cosas. En consecuencia, reír viene a ser una
expresión de sabiduría humana (Elisa Estévez).

DIOS ME HACE REÍR


cuando creer es gracioso

El maravillante libro del Génesis fue escrito, igual que los siguientes cuatro libros de la
Biblia -como lo conocemos hoy-, alrededor del siglo V a.C., cuando el imperio Persa
ordena a los pueblos esclavizados en Babilonia retornar a sus lugares de origen. Entre
ellos los judíos, quienes regresaron -no todos- a Judea, a Jerusalén.
A los primeros cinco libros de nuestra Biblia los judíos los reconocieron -y reconocen-
como “la Torá”, que significa: la norma. La regla. En estos textos, los judíos que
regresaron de un doloroso exilio en Babilonia, no sólo aprendieron la norma, la regla,
el mandamiento, las leyes de su dios Jehová; además recuperaron en ella su identidad.
Hallaron respuestas a preguntas como ¿Quién es nuestro Dios? ¿De dónde venimos?
¿Cuál es nuestra historia? ¿Por qué regresar a Jerusalén? ¿Cómo debemos adorar a
nuestro Dios para que tragedias como el exilio babilónico no vuelvan a acontecernos?
No sólo el Génesis, la Torá satisfizo estas necesidades propias del pueblo judío.

Una comunidad tan grande en el abismo de la desorientación completa, abrazaron la


Torá para recuperar el norte de su vida piadosa, su destino como pueblo y lo que
significó ser judío en la misión de Dios.
Los relatos de la matriarca Sarai trajeron mucha esperanza a sus corazones, les
provocaron de nuevo al intento de la fe, les ayudó a iniciar en un conocimiento
significativo de Dios; el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.

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DIOS ME HACE REÍR
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El libro del Génesis ha venido señalando varios puntos de inicio, de nuevos comienzos.
El primero, indiscutiblemente, es el principio de toda la creación. El segundo inicio
acontece cuando Noé sale del arca con su pequeña familia para comenzar de nuevo la
tarea de poblar la tierra. En Babel, inicia la diversidad de idiomas con los que por
siglos nos hemos comunicado los seres humanos. El llamamiento de Abrán es el último
“génesis” del libro del Génesis, en el sentido de que es el último punto de partida de
una creación, y claro, con este llamamiento a Abrán Dios crea un pueblo suyo que será
“ungido”, santificado para traer bendición a todas las familias de la tierra.
Dentro de ese proyecto divino, Dios prometió a Abrán un hijo, el hijo de la promesa,
quien también sería hijo de Sarai, su esposa. Abrán intentó, quizá con leve
desesperación, tener hijos; pero de los hijos que pudiese concebir sólo uno sería el de
la promesa: Isaac.

Estos relatos que corresponden al hijo de la promesa están tejidos con hilos de
excelente humor. No porque sean chistosos, como lo entendemos nosotros. Más bien
porque la risa se convierte en el tapete de los acontecimientos.
En el cap. 17 del Génesis, entre los vv. 15-19 Dios habla con Abrán, quien entre otras
cosas le promete un hijo. Qué digo un hijo, multitudes. Lo gracioso del relato es que
Abrán tiene 100 años. Su esposa Sarai tiene 90 años de edad.
¿A quién se le ocurre hacer una promesa de esta naturaleza a un par de ancianos? “Si
no fuera porque esta es una promesa de Dios, hubiese sido un chiste cruel” (M.
Acosta). ¿Qué hizo Abrán cuando escuchó esta promesa? Que entre otras cosas,
pareciera un chiste de mal gusto. Repasemos lo que dice Gén. 17.17:
Abrahán se postró entonces sobre su rostro, y riéndose dijo en su corazón:
«¿Acaso a un hombre de cien años le va a nacer un hijo? ¿Y acaso Sara, que tiene
noventa años, va a concebir?»

La promesa que el Señor hace a Abrán es “descabellada” desde todo punto de vista
humano. ¿Qué hacer cuando “un Dios” desconocido se le aparece a un anciano
prometiéndole hijos? Otro detallito a no dejar pasar desapercibido: Sarai fue estéril.
Ella no pudo tener hijos cuando joven. Ahora viene Dios prometiéndole hijos a una
mujer que fue estéril y ahora muy avanzada en edad: ¡90 años!
Pues no queda más que postrarse delante de Dios sobre su rostro y reírse.
En mi vida llegué a creer que uno también se postraba ante Dios para reírse delante de
él, quizá con él. No sólo el ser humano se ha postrado ante Dios para adorarlo
reverentemente, humillarse con sinceridad de espíritu o con ferviente intercesión en
favor de otros, en fin. Vaya cosa más bella: ¡Abrahán se postró delante de Dios para
reírse!
Dios tiene buen sentido del humor. Él hace reír cuando los imposibles son derrotados.

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Dios no reprende la risa de Abrahán, la comprende. La acepta. No la reprocha.


En Gén. 17.19 dice el texto bíblico que el Señor ordenó a Abrahán a llamar al niño
“Risa”. En hebreo: Isaac.
Es como si le dijera: -Ombe, pues ya que esta promesa te causa tanta risa, llamarás al
niño “Risa”, pa’ que nunca deje de reírse.-

Otro día, el Señor volvió a manifestarse a Abrahán quien descansaba a la sombra en


una tarde de verano: se le aparecieron tres hombres ante los cuales se postró y les
ofreció sus atenciones hospitalarias. Los tres hombres aceptaron la gentileza del
patriarca y comieron bajo la sombra de un árbol. De repente, entre esas conversaciones
de comida, uno de los hombres le dice que en nueve meses, de seguro, su esposa Sara
tendría un hijo suyo.

De lo que viene a continuación en el relato, quiero compartirles la libertad que Dios da


a una mujer anciana de un estigma terrible para su vida en su tiempo: la esterilidad.
Aprovechando que estamos en el mes de las madres, recojo para esta oportunidad un
relato más de maternidad marginada como testimonio de las intervenciones del Dios
Altísimo entre humanos frágiles, con experiencias de vida tan similares a las nuestras.
Muestra de la bondad del Señor para con todos nosotros.

Me propongo desempacar tres escenas que identifico en el relato: La escucha. La risa.


La pregunta. Empecemos:

La escucha
La escucha ha venido siendo una “protagonista” silenciosa en los relatos de este nuevo
génesis con Abrán. Me explico: Dios llama a Abrán a salir de su tierra y parentela
hacia una errancia por fe. Me parece lindísimo ver a Abrán escuchando el llamado.
Esto ocurrió en el cap. 12. En el cap. 15, Abrán escucha la promesa de un hijo y
responde con fe ante semejante compromiso del Señor para con él. En el cap. 16,
Abrán escucha a su esposa y se acuesta con su sirvienta Agar para preñarla. Esta
escucha del patriarca no es para nada buena. En el cap. 17, Abrán escucha al Señor
cuando le pide un signo en el cuerpo masculino, que sería señal de un pacto hermoso:
“en ti serán benditas todas las familias de la tierra” Sabemos que Abrán escuchó
porque inmediatamente circuncidó a los hombres de su casa.
En los relatos del patriarca, no siempre este tipo escucha. A veces es peor que un
sordo. Ejemplos: cuando Abrán desciende a Egipto y el faraón se “enamora” a primera
vista de Sarai, su esposa. Abrán en lugar de proteger a su mujer la obligó a irse con el
faraón por salvar su pellejo. En otras palabras, el padre de la fe “prostituyó” su esposa.
Esta vez no escuchó. Esto lo encuentras en el cap. 12. En el cap. 16, el patriarca olvida
lo que escuchó del Señor, la promesa de un hijo por medio del cual Dios hará una
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nación grande que será sal y luz al mundo. Olvida por completo las palabras del Señor
y se acuesta con su esclava Agar.
Estas evidencias de “escucha” y “no escucha” debieron resonar en las conciencias de
los judíos que estuvieron en el exilio babilónico de la siguiente manera: ¿escucho yo al
Señor? ¿Escucho con fidelidad y fe sus promesas? ¿Dejamos de escuchar al Señor para
escucharnos a nosotros mismos?

Sarai, esposa de Abrán es una mujer sumisa. Como ya lo vimos, Abrán hizo con ella
como bien quiso, hasta el punto de entregarla a un rey egipcio con tal de salvar su
pellejo. Ella tuvo que sufrir por décadas la vergüenza, la discriminación y el
señalamiento de una sociedad cruel con la mujer estéril. Estas mujeres se consideraron
malditas, no dignas de vivir ni de ser esposa de hombre alguno. Pese a su vientre
infecundo, su esposo no la repudió legalmente.
A sus 90 años de edad, Dios aparece “de la nada”, como uno absolutamente
desconocido para ella, para toda su casa. De este Dios nadie tuvo idea. Sarai, fue la
madre aramea errante, quien con pocas personas emigró a Egipto, y allí se quedó a
vivir. Allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa (Dt. 26.5).
Regresemos a sus 90 años, cuando el Señor todopoderoso les dio una promesa: “en
nueve meses tendrán un niño en sus brazos”.

Esta promesa la reciben Abrán y su esposa Sarai justo cuando eran errantes. Es decir,
nómadas. Ellos no vivieron un mismo lugar, no. Usaron carpas portátiles para estarse
desplazando de un lado a otro. Así que Abrán tiene una carpa. Su esposa estaba dentro
de la carpa, la “sala de la casa” quedaba debajo de un árbol, precisamente donde Abrán
atendió la visita inesperada. Lo que se dialogó en la “sala” ésta, se escuchó por
completo en la carpa, donde estaba Sarai. Dice el texto sagrado que ella lo escuchó
todo. Esto me recuerda a María, quien escuchó la promesa de un hijo, también desde
lo imposible, y ella guardó todo en su corazón.

La escucha de esta matriarca que lleva el peso de la vergüenza sobre sus hombros
durante décadas por ser estéril, escucha en la recta final de su vida lo que por años
anheló, quizá rezó, se esforzó desde los recursos médicos del entonces, ¡qué sé yo! Y
cuando ya se dio por vencida, el Señor la visitó.

Creo que esto es fascinante para los judíos exiliados. Sus anhelos, sus esperanzas
marchitas, sus fatigas en la fe los llevó a darse por vencidos. Sintieron que ya estaban
en el ocaso de su existencia. Y justo en ese momento, cuando la vida parece apagarse,
sorprende la visita del Señor para juramentar una promesa.
Dios es experto en visitarnos y sorprendernos justo cuando creemos que ya es
demasiado tarde.
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La risa
De la escucha, pasamos a la risa. En estos relatos de la maternidad de Sarai, levanto la
siguiente pregunta: ¿quién se rió primero? Mire cosa bella: la primera vez que se
registra la risa de un personaje en las Escrituras aparece en el Gén. 17.17, donde Abrán
escucha la promesa de un hijo, hijo de Sarai, y se postra en reverencia para reír.
Indudablemente, esta risa del patriarca y padre de la fe es una zafada de duda. Es una
risa reverente pero incrédula. Aprecie la belleza de cómo lo dice la Escritura: Abrahán
se postró entonces sobre su rostro, y riéndose dijo en su corazón: «¿Acaso a un
hombre de cien años le va a nacer un hijo? ¿Y acaso Sara, que tiene noventa años, va
a concebir?» Y como ya lo mencioné, ¡qué belleza ver un hombre postrado ante Dios
solo para reír delante de él!

La segunda persona que se ríe en las Escrituras es la esposa de Abrán: Sarai. Ella
escucha la conversación de su esposo con los tres seres celestiales y se ríe al oír la
promesa de un hijo. Ella ríe para sus adentros, al parecer, la promesa le ayuda a reírse
un poco de sí misma y de su esposo.
En esos caminos recorridos de lecturas acerca de la risa encontré esta perla: “creo que
para conservar la salud mental no existe mejor recurso que reírse –cariñosamente– de
sí mismo. Todos somos ridículos en algunos momentos de nuestra vida.” 1
Sé que Sara se ríe de sí misma por estas palabras: Por eso Sara se rió consigo misma,
y dijo: «¿Después de haber envejecido voy a tener placer, si también mi señor ya está
viejo?» Esto me recuerda las palabras de Simon Critchley: “reírse de uno mismo , es
darse cuenta que uno es ridículo; este humor no es deprimente, sino al contrario, nos
da un sentido de emancipación, consolación y elevación infantil.” 2 Note pues la malicia
indígena de la anciana: Dios le promete un hijo y ella inmediatamente se ríe porque va
a volver hacer el amor con su esposo. Y si lo hace, vaya Dios a saber si va a sentir las
mismas cosquillas que sintió cuando tenía 40’.
Eso es lo que le da risa a Sara.

La pregunta
¿Sabe cómo responde el Señor a esa risa de matriarca? Con una pregunta retórica:
¿Acaso hay para Dios algo que sea difícil? Tuve la fortuna en el 2015 de conocer y ser
alumno de la gran teóloga española Elisa Estévez, ella escribió un artículo titulado:
“experiencia de Dios en las matriarcas de Israel”, y allí compartió esta belleza: “En este
encuentro con la divinidad, en el que Sara es casi un personaje en la sombra, ella y su

1
Augusto Klappenbach. “Filosofía de la risa”. (Conferencia pronunciada por el autor en la Universidad de
Mayores Experiencia Recíproca el día 28 de noviembre de 2011). Universidad de Mayores de Experiencia
Recíproca. Depósito Legal: M-3401-2012
2
Critchley en Milton Acosta. El humor en el AT. Lima: Puma (2009): 61
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marido se enfrentan con una cuestión que el Señor mismo les ha planteado y que
podríamos formular así: ¿Acaso Dios no puede superar sus acciones y la comprensión
que tienen de la realidad? ¿No puede quebrar sus expectativas y abrir brechas a lo
imposible, a lo que creen que saben, y abrirlos a lo que es portentoso y maravilloso?”3
Quiero invitarlos a imaginar por un momento en el cómo asimilaron los judíos del
exilio babilónico estos relatos; especialmente esta pregunta: -¿Acaso hay para Dios
algo que sea difícil? - -¿Acaso es imposible para Dios regresar ese pueblo judío a
Jerusalén?- -¿Acaso es imposible para Dios restaurar un pueblo entero?-
Cito de nuevo a Elisa Estévez: “Dios hace reír al hombre para abrir brechas en sus
conocimientos y para superar las maneras de entender las cosas. En consecuencia, reír
viene a ser una expresión de sabiduría humana.” El Dr. Milton Acosta dijo: “esta clase
de humor nos lleva a tomar a Dios más en serio y a nosotros mismos menos en serio.”4

En Gén. 21.6 -nueve meses después- Sara tiene su bebé recién nacido, al niño llamó
“risa”, que en hebreo se dice “Isaac”. En ese momento, cuando el bebé de la promesa
reposa en sus brazos, exclama ella: «Dios me ha hecho reír, y todo el que lo sepa se
reirá conmigo.» Mejor dicho: el testimonio de Sara llevaría alegría a quienes lo
escucharan. Esto me recuerda al Salmo 126, cuya oración se escribió en la misma
época, cuando los judíos estaban exiliados en Babilonia. Dicen así sus primeros versos:
Cuando el Señor nos haga volver a Sión, nos parecerá estar soñando. 2 Nuestra boca
se llenará de risa; nuestra lengua rebosará de alabanzas. Entonces las naciones
dirán: «¡El Señor ha hecho grandes cosas por éstos!» 3 Sí, el Señor hará grandes
cosas por nosotros, y eso nos llenará de alegría.

Conclusión
¿Nos hizo reír Jesús en los evangelios? Yo creo que sí, y sólo daré dos ejemplos.
Regularmente nos cuesta imaginar a Jesús contando algún chiste. Juan Stam dice,
“Jesús no era frívolo, pero es claro que a menudo decía cosas bastante graciosas, por
mucho que nos sorprenda eso.”5 “La forma especial del humor de Jesús era la ironía,
algo así como las caricaturas, con la que nos hace pensar en alguna situación
chistosamente ridícula. Pensemos por ejemplo en la famosa frase de "pasar un camello
por el ojo de una aguja" (Mt 19:24). Cito de nuevo a Juan Stam: Yo a lo menos tengo
tan mala vista, y la mano tan poco firme, que ni puedo pasar un hilito por la aguja,
¡mucho menos un camello, con todo y joroba!”6 El otro momento en el que Dios hizo
reír, alegrar la creación entera fue en la resurrección de Jesucristo. La fe nos provocó a
3
Elisa Estévez López. “experiencia de Dios en las matriarcas de Israel”. En Carmen Bernabé (ed.). Los rostros de
Dios, pp. 69-86.Estella: Verbo Divino (2013). 77
4
Acosta, p. 61
5
Juan Stam. “Jesús tenía sentido de humor” en línea:
http://juanstam.com/dnn/Blogs/tabid/110/EntryID/102/Default.aspx
6
Ibid
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la risa de la esperanza, del perdón a todos nuestros pecados y de la paz que ahora
tenemos para con Dios. Reímos con y por la fe, porque ese acontecimiento nos dejó
bien en claro que para Dios no hay nada imposible.

En algún momento de tu vida, ¿Dios te hizo reír?

Me recuerdo de 4 años de edad, cuando mi padre, un alcohólico empedernido, se


arrodilló un 31 de diciembre para entregarle su vida a Jesús. Toda su amargura Dios la
cambió en alegría. Su alcoholismo en generosidad. Sus odios en perdón. Me recuerdo
inundado de risas por la salvación con la que el Señor nos visitó. Esa noche Dios me
hizo reír. Esa noche reímos con alegría, porque en lo que respecta nuestra salvación,
¡nada es imposible para Dios!

Invitación a aceptar a Cristo.

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