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MEMORIA,

DERECHO A LA VERDAD

Y RESPUESTAS ESTATALES

FRENTE AL GENOCIDIO

Lucía Sbriller

Tr a b a j o F i n a l d e M a s t e r

TUTOR: Iñaki Rivera Beira.


MASTER EN CRIMINOLOGÍA,
POLÍTICA CRIMINAL
Y SOCIOLOGÍA JURÍDICO-PENAL

U N I V E R S I T A T D E B A R C E L O N A
A Nilda y Adriana,

y a todas aquellas sin las cuales no tendríamos historia.

A Ailin por el proceso, a Maxi por las ideas,

y a mis compañer*s de caminos, de lucha

y de vida que saben que

la memoria no es una discusión académica.

A mis amig*s y a mis viej*s que hacen que todo sea posible.
I. INTRODUCCIÓN.

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El siglo XX,entre otras cosas, puede leerse como una sucesión de genocidios.y particu-
larmente como la inauguración de los genocidios modernos (Feierstein, 2007; Feierstein,
2008). Desde el momento mismo en que estos tuvieron lugar los pueblos han comenzado
a gestar dinámicas, estrategias, de construcción de una memoria colectiva, de un con-
trarelato que visibilice lo ocurrido frente a las historias oficiales organizadas desde los
mismos perpetradores del genocidio.
Estos relatos en muchas circunstancias han llegado a adquirir formas institucionales,
podemos pensar en la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, creada en Chile en
1990, o su homónima en Sudafrica en 1998. En Argentina en ese mismo año, y después de
un intenso reclamo por parte de sobrevivientes, familiares y organismos de derechos hu-
manos, surgieron los juicios por la verdad, un modo más marcado por la particularidad de
estar en este caso llevados adelante por el poder judicial, el mismo que años más tarde se-
ría el encargado de reabrir los procesos penales que hasta la actualidad se llevan adelante
para juzgar los crímenes cometidos durante la última dictadura cívico militar eclesiástica
que tuvo lugar en el país entre 1976 y 1983.
Las discusiones sobre cómo es la mejor forma de honrar esa memoria, cuál sería la más
adecuada para que este tipo de delitos no suceda “nunca más”, son extensas y se extienden
en distintos ámbitos y disciplinas, el monumentalismo, el antimonumentalismo, el juicio y
castigo, la reconciliación, la memoria, la pacificación, la legalidad, la desconfianza en el es-
tado1. Incluso el olvido se convierten en una decisión. Los genocidios han funcionado durante

1 El termino estado, en alusión a los estados-nación se escribe en este trabajo con minúscula. Entiendo que no hay nor-
mas ortográficas que indiquen que el término debería escribirse en mayusculas, sino que su uso se debe a una cuestión
arraigada en la costumbre. Aún la RAE lo acepta a modo excepcional para el uso de “sustantivos comunes cuando de-
signan entidades y organismos de carácter institucional”, pero no en sus usos comunes o cuando se emplean en singular
con valor colectivo. El Diccionario Panhispanico de Dudas publicado en el año 2005 contempla que “Se escribe con
mayúscula, tanto en singular como en plural, cuando es el ‘conjunto de los órganos de gobierno de un país soberano’
o cuando se refiere a la unidad política que constituye un país, o a su territorio”. En el uso concreto se han establecido
múltiples debates o matices en la interpretación. Ahora bien, esta costumbre que, insisto, no corresponde a ninguna regla
general aún cuando logra ser receptada por las instituciones normalizadoras del castellano tiene un trasfondo de debate

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el siglo pasado como una forma de reorganización social, vivimos en sociedades que son el
resultado de eso, no hay entonces una solución posible que los haga inexistentes o inocuos.
En el caso argentino en particular
El sistema represivo se organizó articulando una red represiva legal con otra ilegal, ambas ges-

tionadas por el Estado. Se creó así una doble trama compuesta por las cárceles legales por un

lado y, por el otro, los centros clandestinos de detención como modalidad privilegiada para el

exterminio de la disidencia. Estos centros, aunque clandestinos, operaron desde y dentro mismo

del aparato represivo legal. Podríamos decir entonces que el aparato estatal montó una doble rel

legal-ilegal switcheando entre una y otra según sus necesidades represivas (Calveiro, 2012 :42)

Este carácter de clandestinidad ha signado el proceso posterior de construcción de


memoria, no hay registros de muchas de las personas que resultaron desaparecidas, li-
teralmente se intentó borrar sus huellas, “desaparecerl*s” 2, sin más. Quienes sobrevi-

que me parece interesante. En este sentido Michael Taussin en su artículo “El fetichismo de Estado” entiende que: “El
fetichismo clarifica cierta cualidad de fantasma que tienen los objetos en el mundo moderno y también una cualidad
efímera de fluctuación entre el estado de ser una cosa y de ser espíritu (“huyendo desde lo objetivo hacia lo subjetivo
y desde lo subjetivo hacia la objetividad”—como dice Sartre en su obra sobre Genet). (…) Con el fetichismo de estado
quiero decir una cierta aura de poder como es figurado por el Leviathan o, de modo bien diferente, por la visión del
Estado intrincadamente argumentado por Hegel como no una simple encarnación de la razón, de la Idea, sino también
como una unidad sensitivamente orgánica, algo mucho más grande que sus partes. (…) Tratamos de un tema obvio pero
ignorado, con torpeza, sí articulado precisamente como la constitución cultural del Estado moderno —con E mayúscu-
la— la cualidad fetichista de su holismo traído a nuestra autoconsciencia, señalando no solamente la manera habitual
que tenemos de identificar “el Estado” como un ser, animado con una voluntad y una mente en sí mismo, sino también
a través de señalar las no infrecuentes señas de exasperación provocadas por el aura de la E mayúscula —como con
Shlomo Avineri, por ejemplo, escribiendo en la introducción de su libro La teoría del estado moderno de Hegel: “Una
vez que uno escribe “Estado” en vez de “estado”, el Leviathan ya tira su enorme y opresiva sombra.””. (Taussig: 2015)
Es en esta línea entonces, y sin abordar una discusión que sin dudas es mucho más compleja y excede ampliamente esta
nota aclaratoria, que el término estado aparece en este trabajo con minúsculas (con la lógica excepción de aquellos casos
en que la mayúscula resulte exigida por la puntuación).
2 Allí donde se pretenda incluir de manera simultanea tanto el masculino como el femenino de un determinado sustan-
tivo se utilizará el signo * como indicación que la referencia es a identidades masculinas, feminizadas pero también
aquellas identidades disidentes que se ubican por fuera de un binarismo heteronormado. Esto parte del entendimiento
de que el uso de la generalización del masculino es un sesgo de lenguaje sexista. En este sentido la UNESCO en su
Recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje (disponible en http://unesdoc.unesco.org/images/0011/001149/
114950so.pdf) recoge esta problemática entendiendo que “El lenguaje no es una creación arbitraria de la mente humana,
sino un producto social e histórico que influye en nuestra percepción de la realidad. Al transmitir socialmente al ser hu-
mano las experiencias acumuladas de generaciones anteriores, el lenguaje condiciona nuestro pensamiento y determina
nuestra visión del mundo”. En esa oportunidad y previo a las recomendaciones especificas el organismo señala que “la
Resolución 109, aprobada por la Conferencia General de la UNESCO en su 25a. reunión, invita al Director General,
en el parrafo 3 de la parte dispositiva, a: «b) seguir elaborando directrices sobre el empleo de un vocabulario que se
refiera explícitamente a la mujer, y promover su utilización en los Estados Miembros ; y c) velar por el respeto de esas
directrices en todas las comunicaciones, publicaciones y documentos de la Organización»”.
Así el texto Hecha la ley, enuncia que “Nos encontramos frente al sexismo en el lenguaje cuando se hace una asigna-
ción de valores, capacidades y roles exclusivamente en función del sexo/género. Al nombrar, damos existencia y, por
lo tanto, quien nombra ejerce poder. Usualmente esto implica la desvalorización femenina, determina una situación de
inferioridad de las mujeres o bien las invisibiliza. Los sujetos de referencia suelen ser siempre los varones. Así, vemos
cómo en la palabra hombre, cuando se pretende hacer alusión al ser humano, se promueve la invisibilización femeni-
na. Siendo el lenguaje la herramienta por medio de la cual aprendemos y aprehendemos la realidad, reviste especial

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vieron, l*s familiares y los organismos de derechos humanos han realizado entonces un
minucioso trabajo artesanal, metódico, casi de hormiga. Dónde fue la última vez que lo
vieron, quién, me cruce con una persona con estas características, con esta voz, puede
haber sido. Tuvieron que reconstruir una historia que fue gestada para ser olvidada, en
esas condiciones hicieron memoria. En esas condiciones también se logró impulsar los
juicios por la verdad.
Este trabajo pretende analizar ese proceso en particular, y la relación que pudieron es-
tablecer con los juicios penales realizados contra quienes fueron responsables de esos crí-
menes, una reivindicación tan enraizada como compleja si nos detenemos a pensar que el
poder punitivo que se aplica a esas personas es el mismo que organizó la represión hace
más de cuarenta años.
Frente a todo lo que hay escrito, frente a todas las voces que durante años han protago-
nizado esta historia, este pretende ser un ínfimo aporte a la reflexión, a pensar la memoria
como un proceso vivo, complejo, incomodo, pero necesario; como un puente entre dos
sociedades marcadas profundamente por los totalitarismos. No podemos elegir la historia
que nos toca, en todo caso lo único que podemos hacer es hacernos responsables de lo que
hacemos con ella.

importancia en nuestra concepción del mundo; por medio del lenguaje adquirimos un conjunto de conocimientos con
el cual organizamos, interpretamos y construimos nuestra experiencia y la del resto de la sociedad. Resulta importante
que el lenguaje refleje la existencia autónoma de todas las personas, en la búsqueda de que todxs podamos apropiarnos
de nuestro destino y ser protagonistas del mismo. Sabemos que la discriminación sexual es una cuestión muy compleja
que no se podrá dirimir sólo lingüísticamente. Pero si tenemos en cuenta que con el lenguaje se nos da existencia y se
transmiten estereotipos y modelos según los sexos/géneros, debemos apropiarnos de un lenguaje no sexista, ya que si
no hacemos algo seguiremos contribuyendo y legitimando la reproducción de prácticas excluyentes, su normalización
y naturalización”. (AAVV; 2015: 15)

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1. CUÁL FUE MI CAMINO, ALGUNAS IDEAS QUE ME
T R A J E R O N H A S TA A C Á .

Partí de un interés respecto de cuáles han sido las respuestas que ha dado el estado
argentino históricamente luego del genocidio ocurrido en ese país durante la dictadura
militar que tuvo lugar entre 1976 y 1983. En particular los juicios por la verdad, entendi-
dos como política de memoria, que tuvieron centralmente durante una época en que no era
posible realizar juicios penales por los hechos sucedidos.
Luego de restaurada la democracia en Argentina, en contra de lo previsto por las le-
yes de autoamnistia del gobierno militar, se realizaron juicios penales a los comandantes
de las fuerzas que habían tomado el poder del estado durante la dictadura militar. Estos
juicios y la posibilidad de realizar otros estuvieron limitados por las leyes de obediencia
debida y punto final, que serían conocidas como leyes de impunidad.
Ahora bien, años más tarde se abren en Argentina “juicios por la verdad”, procesos con
características formales muy similares a los juicios penales pero que no preveían la apli-
cación de penas a ningún responsable, por el contrario se enmarcaban dentro de lo que a
nivel tanto regional como nacional fue reconocido como derecho a la verdad y buscaban
que se conozca la verdad sobre lo sucedido.
Este proceso, aun cuando se pretende autónomo de los juicios penales, comienza cuan-
do estos no era posibles, y una vez recomenzados los procesos punitivos comienzan a
perder vigencia estos juicios sui generis. La intención era, entonces, pensar esta relación
para pensar las distintas dimensiones de la respuesta estatal.
Buscaba además pensar las dimensiones o las consecuencias de la falta de respuesta estatal.
En primer lugar analizando que la respuesta fue exigida durante muchos años por familiares y
organismos de derechos humanos, pensar entonces por qué se exige esa respuesta, cuáles son

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las consecuencias de que no la haya, incluso si puede pensarse en un ejercicio de violencia de
algún tipo por parte del estado al mantener esa impunidad o ese olvido forzoso (que son dos
cosas diferentes pero como dije entiendo que también profundamente relacionadas).
La intención de pensar sobre estas preguntas parte de entender que el genocidio marcó
profundamente a la sociedad argentina, y particularmente que implicó una gran derrota
para el campo popular. Consolidó un avance del capitalismo que durante muchos años
sería indiscutido y de hecho generó una ruptura tal de las relaciones sociales que permitió
que durante los noventa se aplicaran en democracia medidas neoliberales de corte muchas
veces más profundo que las que aplicó el gobierno militar.
Sin embargo creo también que le hecho del silencio impuesto posterior logró poten-
ciar muchísimo estas consecuencias. Las políticas de estado de memoria, incluso las de
castigo, pueden tender a minimizar o potenciar los resultados de estos procesos violentos
y creo que puede pensarse algo en este sentido en el caso argentino. Sin dudas el hecho
de que estas políticas tengan lugar o no no es casual, y tiene que ver con la correlación
de fuerzas que logre mantener las fuerzas sociales que lleven adelante el genocidio. Es
decir cuanto más fuertes permanezcan esos sectores más difícil será pensar en políticas
que puedan reconstruir la historia y cambiar el relato oficial respecto de lo sucedido, más
difícil será reconstruir la voz de quienes resultaron vencidos en ese proceso y tienen, por
tanto un relato que, a diferencia del oficial, será sin dudas más fragmentario, complejo e
incluso contradictorio.
Es importante pensar que quienes realizaron el genocidio en Argentina tenían en ese
momento a su disposición el poder del estado, no solo en tanto monopolio de la violencia
legítima sino como herramienta para construir una historia oficial de lo sucedido, una
argumentación que pretendía dar cuenta del rol de defensa de la patria, (e incluso de los
derechos humanos llegando al colmo de la violencia simbólica).
Estudiar estas políticas implica entonces, para mí, estudiar una nueva construcción de
esa historia, una que recupera las voces de l*s vencid*s y que da cuenta de una nueva corre-
lación de fuerzas en la que el estado se ve obligado a generar un nuevo relato. Sin embargo
no podemos caer por esto en una visión ingenua o demasiado ilusionada al respecto. Las
consecuencias del genocidio a nivel social, individual, de organización política e incluso
generacional son muy profundas y siguen teniendo efectos. El hecho de que se hayan ge-

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nerado determinadas políticas al respecto no resuelve esto ni mucho menos. En este senti-
do creo que los juicios por la verdad particularmente abren muchos nuevos interrogantes
respecto del sentido de realizar juicios sin condena. Conocemos la verdad de lo sucedido
pero no lo sancionamos, no encontramos responsables. Qué impacto tiene para las víctimas
el hecho de que el estado declare esto cómo cierto, cuál es la posibilidad de mantener una
prohibición de juzgamiento cuando salen a la luz una serie de atrocidades que incluso en
una mirada demasiado superficial tipificaban delitos penales al momento de ser cometidas.
Cuál es la posibilidad de contar la historia sin emitir juicios sobre ella. Y por supuesto a
continuación seguramente aparecerá todo el debate del derecho penal que no es parte de mi
eje como objeto de estudio pero sin dudas está presente, para qué sirven los juicios penales.
Entiendo que el genocidio, pero también las políticas posteriores, tienen aún hoy gra-
ves consecuencias sobre quienes intentamos pensar organización política popular en Ar-
gentina, y creo que es necesario retomar un debate incómodo y que sin dudas no tiene
nunca un final del todo satisfactorio, pero sin el cual no podemos tampoco seguir adelante.

Para esto sin dudas era necesario organizar un camino, en primer lugar quería realizar
una lectura que se organice a partir de algunas categorías como la memoria, el genocidio
y la de estado.
Partiendo de esto me gustaría hacer un desarrollo que recupere el camino que fueron
haciendo las víctimas al menos a partir de las presentaciones judiciales a nivel nacional y
regional y las distintas respuestas que han obtenido, continuando con el reconocimiento
interno e internacional del derecho a la verdad y finalmente con los juicios por la verdad
y los juicios penales.
Finalmente quería realizar alguna entrevista con víctimas que hayan estado partici-
pando del proceso de reapertura de los juicios desde alguna organización de derechos
humanos, para también saber qué implicaron para ell*s los juicios por la verdad y, poste-
riormente, los juicios penales cuáles fueron sus puntos positivos y cuáles los negativos.
La propuesta de trabajo era pensar a partir de una idea de justicia desde el punto de vista
de las víctimas. Analizar un recorrido fundamentalmente teórico y judicial a partir de intentar
entender qué generó en las víctimas (entendiéndolas en sentido amplio, es decir no únicamen-
te quienes estuvieron detenid*s o fueron desaparecid*s durante la dictadura, sino también sus

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familiares, o quienes vieron rotas sus relaciones sociales en este tiempo y fueron obligad*s a
modificar radicalmente sus proyectos de vida), cuáles fueron sus experiencias, qué instancias
las violentaron y cuáles otras resultaron satisfactorias en alguna medida.
Respecto de las herramientas a partir de las cuáles pensar partí de literatura teórica y
resoluciones judiciales; y además testimonios que pudiera obtener de las entrevistas que
realizara y testimonios que se encuentren agregados a las causas judiciales.

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II CONSIDERACIONES EPISTEMOLÓGICAS

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Simplemente de un modo mucho más breve del que seguramente sería necesario me
parece que debe explicitarse aquí cuál es el punto de partida a nivel epistemológico
que encuadra este trabajo. Esto porque ante el avance del positivismo esta discusión
fue quedando de lado, relegada; los conocimientos producidos se pretendían científi-
cos, objetivos, neutros, naturales. En este plano el trabajo se enmarca en el materia-
lismo dialéctico, propuesto como forma de análisis de la realidad por Karl Marx pero
tributario de lo que antes habían elaborado Hegel en relación a la cuestión dialéctica y
Feurbach respecto del materialismo.
Analizar las discusiones que plantea esta línea de estudio con el positivismo sería sin
dudas sumamente interesante pero excedería por mucho la intención de este trabajo. De
modo que únicamente voy a recuperar dos planteos positivistas que entiendo insostenibles
y que son golpeados por el materialismo dialéctico. Por un lado el positivismo parte de la
idea de que “A es igual a A”. De este modo da la idea de objetos (pero también sujetos,
sociedades y mundos) inalterables, continuos, neutros, que se presentan de un modo de-
terminado y permanecen asi por lo que podemos estudiarlos en su condición estática. Por
el contrario, todos los procesos tienen en su interior distintas determinaciones, las cosas
se presentan de un modo en función de su contexto, del tiempo en qué se presentan, de las
circunstancias a su alrededor. Sin embargo no son estáticas en absoluto, en su interior apa-
recen tensiones, delimitaciones, que pueden hacer que las cosas se presenten también de
otro modo. La forma en que aparecen casi nunca es igual a su contenido, el materialismo
dialéctico pretende entonces estudiar cuál sería, posiblemente ese contenido, y cuáles son
las condiciones que conforman esas formas tan diferentes entre sí.
Por otro lado esto impide otra de las ideas del positivismo que es la de predecir compor-
tamientos mediante reglas universales. Esta posibilidad estaría determinada por el hecho
de que las situaciones, iguales a sí mismas, se repitan de manera permanente y sin modifi-

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caciones. Esto no es posible, las condiciones cambian, las respuestas cambian, las formas
cambian e incluso cambian los contenidos. No quiero decir con esto que no puedan pre-
veerse posibles líneas de acontecimientos, o distintos caminos posibles que podrían surgir
frente a las distintas posibilidades de desarrollo, pero esto no es unívoco y por sobre todo
no puede plantearse como regla general a esperar en todos los casos. Es por esto que los
datos no pueden utilizarse para verificar el discurso, las formas en que se nos presentan
distintos objetos de estudio no necesariamente son contradictorias con que los mismos
aparezcan en otras formas cuando prevalecen en su interior otras determinaciones.
La discusión con el socioconstruccionismo sería todavía mucho más compleja de
desarrollar, entiendo que no se trata (como sí podría pensarse con el paradigma po-
sitivista) de modelos de análisis antagónicos en absoluto, más allá de que sí tienen
diferencias. Sin embargo los grandes relatos, (las grandes categorías como dirá Scott
y será desarrollado más adelante) siguen siendo a mi entender el modo más potente de
analizar las relaciones sociales.
Sin embargo, solo a modo de ubicación de este trabajo quiero explicitar todavía una
cuestión, parto del punto de partida que hay distintas percepciones, formas de vivir y de
reaccionar a las mismas situaciones. Creo que esto tiene que ver precisamente con las múl-
tiples tensiones y tendencias en nuestro interior que hacen que en cada nueva experiencia
pongamos en juego las experiencias previas, los aprendizajes, los desconocimientos. No
desconozco esta situación ni la importancia de retomar el método hermenéutico en relación
con los significados que otorgamos estos procesos, sean nuevos o no, que a su vez condi-
cionan cómo vivimos esas situaciones, cómo las construimos y cómo las recordamos. No
creo que estas cuestiones sean contradictorias con el materialismo dialéctico sino que, por
el contrario, creo que necesariamente deben recuperarse para esa perspectiva de análisis.
Esto podría dar pie a pensar puntos de encuentros con el socioconstruccionismo y nue-
vamente a avanzar en especificaciones respecto de cuáles son las diferencias entre estos
dos enfoques, creo que esa discusión sería más que interesante pero sin dudas excede el
interés de este pequeño acápite que no es más que explicitar, casi como un acto de hones-
tidad intelectual, un encuadre epistemológico para el trabajo que intento desarrollar.

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III CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS

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Me interesa realizar algunas breves consideraciones metodológicas que excedan las
consideraciones preliminares respecto de las herramientas utilizadas en esta oportunidad
y la fundamentación de su elección. Consideró que el cómo investigar implica, lejos de
ser un problema técnico u operativo, una profunda discusión teórica que tiene implican-
cias en el mismo enfoque con el que intentamos mirar, analizar e incluso luego narrar las
preguntas que nos formulamos y las respuestas que vamos encontrando.
En este punto me parece interesante recuperar algunas ideas que elabora respecto de
la investigación Wright Mills, en el apéndice de su libro La imaginación sociológica.
Alude a la investigación como una artesanía intelectual, una construcción que toma
como un oficio y que, en ese punto, puede aprenderse mirando a otras personas desa-
rrollarla. Lejos de una construcción teórica abstracta alude precisamente a lo cotidiano
de la investigación, entendiendo incluso que “los pensadores más admirables de la
comunidad escolar a que habéis decidido asociarnos no separan su trabajo de sus vi-
das. Parecen tomar ambas cosas demasiado en serio para permitirse tal disociación”
(Wright Mills, 1964: 206).
La artesanía entonces se construye no únicamente como una técnica para acercarse a
determinado objeto de estudio sino que, por el contrario, aparece como una forma de vida,
como una elección para organizar ideas y proyectos. En palabras del propio autor “Lo que
significa esto es que debéis aprender a usar vuestra experiencia en la vida en vuestro tra-
bajo intelectual, examinándola e interpretándola sin cesas. En este sentido la artesanía
es vuestro propio centro y estáis personalmente complicados en todo producto intelectual
sobre el cual podáis trabajar” (Wright Mills, 1964: 207).
Se aleja de este modo de una planteo de neutralidad, de no implicación en relación a
lo que estudiamos. Por el contrario, sin dudas la implicación es de un altísimo nivel, sin
embargo, esto no obsta a que podamos acercarnos a una mirada crítica a determinado fe-

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nómeno o proceso con rigor con disciplina y método. Creo, de hecho, que la única manera
de hacerlo es teniendo en claro de antemano nuestra propia relación con nuestros estudios.
De este modo, plantea incluso que no es siquiera necesario estudiar el tema en el que
estemos trabajando porque una vez adentro ese tema aparece en todos lados, (Wright
Mills, 1964: 221) cualquier trabajo académico, pero también artístico, cualquier escena
incluso de la vida cotidiana aparece teñida con esa mirada. De este modo, el acercamiento
que pueda tenerse a distintos textos posiblemente de cuenta más de su relación con nuestro
interés que de una lectura estructural.
El autor concluye con una interpelación que entiendo vale la pena reproducir más allá
de su extensión por su claridad:
Sobre todo, no renunciéis a vuestra autonomía moral y política aceptando en los términos de

cualquier otra persona la practicidad antiliberal del ethos burocrático ni la practicidad liberal de

la dispersión moral. Sabed que muchas inquietudes personales no pueden ser tratadas como me-

ras inquietudes personales, sino que deben interpretarse en relación con las cuestiones públicas

y en relación con los problemas de la realización de la historia. Sabed que el sentido humano

de las cuestiones públicas y en relación con los problemas de la realización de la historia. Sa-

bed que el sentido humanos de las cuestiones públicas debe revelarse relacionándolas con las

inquietudes personales y con los problemas de la vida individual. Sabed que los problemas de

la ciencia social, cuando se formulan adecuadamente, deben comprender inquietudes personales

y cuestiones públicas, biografía e historia, y el ámbito de sus intrincadas relaciones. Dentro de

ese ámbito ocurren la vida del individuo y la actividad de las sociedad; y dentro de ese ámbito

tiene la imaginación sociológica su oportunidad para diferenciar la calidad de la vida humana de

nuestro tiempo (Wright Mills, 1964: 236)

Contra una concepción actualmente en boga de una ciencia social neutral, cons-
truida casi en un laboratorio como una acumulación de datos y más datos que pa-
recen dados naturalmente por obra de alguna divinidad; esto autor vuelve a hablar
de moral y también de política. Dos conceptos que parecerían casi prohibidos en
el terreno de la academia reaparecen valorizadas y presentados incluso como in-
dispensables, sin dudas es desde este punto de partida que quiero al menos intentar
pensar mi investigación.

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Hay aún otra línea de acción que me gustaría recuperar, o tal vez otra advertencia de
por donde no avanzar. El artículo “Metodologías de la decepción: Estrategias críticas para
la investigación en prácticas artísticas contemporáneas y políticas sexuales”, publicado
por Nicolas Cuello en el libro Indisciplinas presenta este enfoque. Su planteo central de
algún modo puede leerse a partir de las siguientes líneas:
“En el tránsito de mi trabajo ha crecido la necesidad de pensar en cómo ingresan estas prácticas

ala historia del arte con el cuidado suficiente para no ver deificado su potencial diferenciados en

un nuevo capítulo de la historia del activismo artístico de la “diversidad sexual” que neutralice

de manera docilizante su alteridad disidente. Esta pregunta entonces, produjo una cercanía con

debates en los que entran en disputa los sentidos que l*s investigador*s multiplicamos y repro-

ducimos en nuestras propias dinámicas y procesos productivos” (Arias, Lopez; 2016: 163/4)


Precisamente, los ejercicios de memoria que pretendo repensar en este trabajo repre-
sentan una fuerte resistencia ante un modo de sentir, de pensar, de recordar dominante,
que organizan a su vez prácticas concretas políticas en relación a esa resistencia (tanto
desde el ejercicio político de prácticas de esa memoria, como hasta la posibilidad de
construirse como subjetividades politizadas cuando la construcción dominante buscaba el
efecto contrario). No quisiera entonces que la posibilidad de pensarlo en marcos académi-
cos atentara contra este carácter subversivo de esas prácticas, y creo que la advertencia de
Cuello debe aparecer constantemente en, al menos, esta producción teórica. Es necesario
que este trabajo, por pequeño que pudiera resultar en lo que respecta a las producciones
elaboradas en el marco de la academia sobre el tema, intente especialmente no docilizar
las experiencias que narra, en miras por un lado al respeto a la memoria construida con
esfuerzo y dolor por muchísimas personas (aún cuando la misma difícilmente podría verse
afectada ya que excede inmensamente esta investigación). Por otro lado mirando hacía el
propio trabajo; ya que de nada valdría mirar el proceso intentando que sea más sumiso con
un orden social al que sistemáticamente intenta rebelarse.
Avanza Cuello entonces, explicitando el carácter comprometido de la labor de investigación:
Dar cuenta de este conjunto de experiencias, podemos decir, supone involucrarse de forma cons-

ciente en una intensa disputa contra la cristalización de experiencias de transformación de la

realidad y de reinvención deseante a través de la resuperación, no de la totalidad de sus sentidos

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o de la recomposición de sus procesos productivos, sino de las preguntas que se vieron movi-

lizadas en sus propuestas, y dejarlas contaminar en la propia maquinaria productiva del hacer

investigativo, de los procedimientos de abordaje, de las técnicas y estrategias de sistematización

de la información, del análisis de la obra, y de la manera en que nos vinculamos con las imáge-

nes de l*s investigador*xs en nuestro trabajo. Esta podría ser una de las maneras posibles para

intervenir en procesos globales de aplanamiento, invisibilización y borramiento de las narrativas

críticas y fuertemente cuestionadotas a un presente que insiste en reproducir escenarios de injus-

ticia, explotación y discriminación. (Arias, Lopez; 2016: 164/5)

Sin dudas el carácter uno de los mayores intentos (y en múltiples ocasiones triunfos)
del positivismo ha sido precisamente el de negar a la tarea investigativa su carácter polí-
tico. Asimilando objetividad con neutralidad se ha pretendido una producción académica
que no tomase partido, que no se ubicara políticamente ni socialmente, que no tuviera
objetivos más allá de un afán por volver más transparentes y cognoscibles, de una vez y
para siempre, cualquier proceso o fenómeno estudiado. Por el contrario, en esta oportuni-
dad el proceso se enmarca, como consciente en una intensa disputa, por la producción de
sentidos de memoria, por la reconstrucción de un discurso sobre el pasado que sin dudas
tiene una influencia más que importante en nuestras construcciones presentes.
El autor del artículo desarrolla entonces una serie de estrategias críticas que buscan
permitir el trabajo con las perspectivas que estamos desarrollando. En primer lugar en
este sentido retoma las preguntas planteadas en la compilación de Kath Browne y Cathe-
rine Nash Queer Methods and methodologies: “Las autoras consideran que en el propio
proceso de investigación deben considerare las mecánicas con las que son producidos
los datos que luego manejamos, desde lo cuales abrimos procesos de interpretación para
la construcción y socialización de conocimiento. En las mismas se ven involucrados di-
námicas de poder que los propios objetos de estudio, que vuelven posible todo este tra-
bajo, se han propuesto desmantelar” (Arias, Lopez; 2016: 168). El no pensar nuestra
investigación como neutral lleva necesariamente a la necesidad de no pensar tampoco las
investigaciones que nos precedieron como neutrales, los datos construidos con técnicas
diferentes pero centralmente desde sujetos diferentes deberían ser retomados consciente y
críticamente para no extraer de ellos rápidamente conclusiones descontextualizadas.

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A partir de estas precauciones metodológicas sin embargo, el autor plantea la necesidad
de utilizar distintos métodos y técnicas que trasciendan las categorías estancas de investi-
gaciones cuantitativas y cualitativas, y que busque generar un conocimiento con distintos
discursos y fuentes en diálogo. Llama a esto una “metodología carroñera”, es decir aquella
que “trata de combinar métodos que a menudo parecen contradictorios entre sí rechazan-
do la presión académica hacia una coherencia entre disciplinas, volviéndose desleales al
llamado obligatorio de la transparencia del mercado académico y de lógicas de poder de
los campos en los que circulan este tipo de representaciones culturales” (Arias, Lopez;
2016: 170). En este sentido este trabajo intenta poner en diálogo la narración construida
de manera oficial, en sentencias y fallos, con la voz de las víctimas. Sin dudas esto podría
a priori parecer incompatible, un estudio de la evolución jurídica del reconocimiento de
un derecho, con la escucha de las voces de las víctimas, de su construcción de memoria
y de sus propias experiencias respecto de los procesos de impunidad y de las reaperturas
de las instancias judiciales en un primer momento a través de los juicios por la verdad y
a continuación con procesos estrictamente penales. Sin embargo, entiendo que este meto-
dología carroñera nos permite aquí recuperar el sentido integral de ese proceso. Las leyes
de obediencia debida y punto final no tuvieron lugar de manera aislada, en pulcras salas
legislativas sin más, son el resultado de un momento social, de una correlación de fuer-
zas que permite imponer determinadas formas de construcción de relato que se plasman
en normas. La posibilidad de la apertura de los juicios por la verdad, y a continuación la
declaración de inconstitucionalidad de las leyes y los juicios tampoco son un aséptico
producto institucional; por el contrario son el resultado de la lucha y la memoria también
de muchísimas personas que entendieron que las leyes podían y debían ser modificadas,
que buscaron en las brechas del sistema las posibilidades de avanzar aún cuando parecía
imposible, visto de este modo sin dudas el diálogo entre esos dos discursos no solo resulta
posible sino también necesario.
En tercer lugar Nicolás Cuello señala una tendencia (en ese caso en el conocimiento
producido respecto de la historia de los colectivos LGTB), que multiplica “afectos espec-
tacularizantes que, de manera triunfalista e idealizante, dejan representaciones e imáge-
nes de nuestro pasado completamente vaciadas de cualquier grado de complejidad histó-
rico política” (Arias, Lopez; 2016: 171), ante esto plantea la posibilidad de concentrar el

19
trabajo en “la recuperación de los afectos negativos en el campo de la historia, es decir,
conexiones con el pasado desde figuras depresivas, esquivas, perdidas y opacas, que en
la vibratilidad de su inestabilidad emocional contagien el propio discurso de la historia,
y que puedan, una vez que sean pronunciadas en el presente, reactualizar desde su inco-
modidad una realidad que continúan siendo opresiva y asfixiante para la trayectoria de
muchas subjetividades LGTB” (Arias, Lopez; 2016: 172).
Abordaré este debate con mayor profundidad al momento de trabajar la categoría de
memoria, pero sin dudas la necesidad de repensar nuestro pasado reciente tiene, perma-
nentemente, este riesgo. Pilar Calveiro, en la introducción a su libro Violencia y política,
plantea el debate sobre cuál es la memoria que necesitamos construir. Sin dudas la opción
idealizante, de mirar a quienes fueron víctimas de ese genocidio ocurrido en Argentina
como héroes es, todo el tiempo, una posibilidad e incluso puede pensarse en que haya
sido históricamente necesario. Sin embargo entiendo que es lucido el planteo realizado
por el autor respecto de que esto puede llevar a lecturas vaciadas de complejidad histórica
política; como miramos respetuosa pero también seria y responsablemente esos procesos
desde nuestros presentes es sin duda una pregunta compleja y un desafío que se presenta,
también, en el plano metodológico.
A continuación el autor trabaja con las ideas de resonancia y afectación planteando que
“se vuelve fundamental para esta metodología la potencia de la escucha y la afectación,
del registro de las intensidades con las que nos encontramos (…)” (Arias, Lopez; 2016:
174). Por último introduce categorías que me resultan particularmente novedosas: decep-
ción/ desilusión. En este aspecto refiere Cuello que:
Frente a la demandante necesidad de espectacularización de “lo otro” del mercado editorial
académico, que funciona de manera paralela a las estructuraciones y actualizaciones del sistema

global del arte contemporáneo; estas estrategias metodológicas del desencanto y la desilusión

no pretenden ser una nueva codificación enunciativa de una zona de reserva de criticidad retó-

rica, sino que deberían ser pensadas en la materialidad del trabajo investigativo. Es decir, dejar

que verdaderamente afecten los instrumentos de trabajo, desmantelando las posibles violencias

epistemológicas de la constitución sujeto-objeto de la investigación, las técnicas de recopilación

de la información, los indicadores e instrumentos de vinculación sujeto-objeto, los procesos

analíticos de interpretación, los modos y lugares en los que elegimos transferir públicamente

20
nuestras interpretaciones, las políticas de exhibición de los programas curatoriales que incluyen

tanto nuestras interpretaciones como las experiencias que trabajamos y todas aquellas coorde-

nadas que determinan las condiciones materiales en las que se produce nuestro trabajo” (Arias,

Lopez; 2016: 175/6)

De este modo entonces, frente a la ilusión de progreso casi inevitable, oponer esta
desilusión en la manera de ver, en la materialidad de la investigación. Creo que de algún
modo debe leerse como una contracara de la necesidad de desidealizar los procesos que
se estudian lo que resulta, a mi entender, uno de los más grandes desafíos de este trabajo.

Ahora bien, esta investigación tiene, necesariamente, un momento de transmisibilidad,


de comunicación. Y sin dudas la idea de la escritura académica representa, en si misma,
toda una disputa. Cuál es el lenguaje considerado como válido en la academia, por qué,
para quiénes escribimos y qué queremos lograr son sin dudas partes de las preguntas que
atraviesan de manera más o menos explícita este debate.
Al respecto Wright Mills se formula tres preguntas para abordar un proceso de escri-
tura que creo interesante retomarlas en función de mi propio trabajo de investigación.
Alude a una prosa académica, complicada e incluso initeligible; pero peor aún, que quien
“procure escribir de un modo ampliamente inteligible está expuesto a que se le conde-
ne como un “mero literato”, o, lo que es aún peor, como un “mero periodista”. Quizás
habéis aprendido ya que esas frases, tal como comúnmente se las usa, sólo indican esta
inferencia: superficial porque es legible” (Wright Mills, 1964: 228). La frase me in-
terpeló de manera personal, mis estudios de grado (además de la carrera de derecho) son
precisamente en letras y en periodismo. Estos oficios siempre estuvieron para mi rela-
cionados precisamente por su aspecto comunicativo, por la posibilidad, y la necesidad
de pensar cuáles son los discursos que socialmente vamos construyendo en relación a
nuestro pasado, a nuestras prácticas, a nuestras estructuras. Sin embargo aparecen dis-
tanciados de la escritura “correcta” en términos académicos como mi propia escritura en
la mayoría de los casos.
A partir de esta perspectiva crítica a una academia que se cierra sobre si misma en ló-
gicas de autolegitimación, el autor plantea esclarecer respuestas respecto de: “1) ¿Hasta

21
qué punto es difícil y complicada mi materia? 2) Cuando escribo, ¿qué posición es la que
deseo para mi? 3) ¿para quién estoy tratando de escribir?” (Wright Mills, 1964: 229).
Estas son las preguntas que pretendo hacer respecto de mi propia investigación al me-
nos en unas pocas líneas. Respecto de la primera, hasta qué punto es difícil y complicada
mi materia, creo sinceramente que las preguntas que pretendo formularme son de difícil
respuesta, compleja. Sin embargo en absoluto porque no sean preguntas accesibles a cual-
quier persona más allá de sus estudios, sino por la dificultad para encontrar respuestas
concretas o cerradas o ámbitos tan extensos y contradictorios. Los juicios por la verdad
fueron un intento de garantizar el derecho de toda una sociedad a conocer su propio pasa-
do, sin dudas deben ser accesibles a cualquier persona sino no tendrían sentido. La nece-
sidad de conocer lo sucedido y de pensar en base a esto qué hacer en adelante es colectiva,
en Argentina o en el Estado Español, no puede ser patrimonio de ningún campo del cono-
cimiento, en este sentido el tema que pretendo abordar no es “complejo” entendiendo por
tal que resulte inaccesible; sino que lo es en tanto las respuestas que necesitamos construir
no surgen de una sumatoria de datos o de un entrecruzamiento de variables sino que impli-
can una preguntan ética a la que sin dudas no tenemos respuestas únivocas.
Respecto de la segunda, qué posición deseo para mi en esta instancia, el autor divide las
producciones teóricas en dos, aquellas que tienen detrás una voz, con las características
particulares que esta tenga; y las que no. Respecto de estas últimas plantea que “El otro
modo de presentar el trabajo no usa ninguna voz de ningún hombre. Ese modo de escribir
no es una “voz” en absoluto. Es un sonido autónomo, es una prosa manufacturada por
una máquina (…) no solo es impersonal sino que es pretenciosamente impersonal”. Ahora
bien, creo que mi escritura se enmarca en la primera de estas definiciones, pero no por una
decisión personal necesariamente, o no al menos en un primer momento. Mi escritura está
marcada por mi lugar de origen en Argentina, especialmente cuando es leída desde otro
país, por mis convicciones políticas, por mi generación, nacida en democracia y con una
pregunta latente respecto de la dictadura que se ha ido resolviendo lenta y dolorosamente
a lo largo de los años. El derecho a la verdad es también nuestro derecho a la verdad, a
conocer esa historia de la que no fuimos parte en primera persona pero que marcó nuestras
infancias y adolescencias, nuestros inicios militantes e incluso aún hoy las debilidades y
fortalezas de nuestras construcciones políticas. Mi voz invade mi investigación sin que

22
esto sea evitable por mi. En todo caso, lo que sí pretendo, es que esto no tiña la investi-
gación pretendiendo que las personas o los procesos digan lo que yo quiero que digan,
manipulándolos. Por el contrario, pretendo que esta conciencia de mi primera persona
funcione como un resguardo para intentar escuchar atentamente, estudiar, entender los
procesos que se han construido y las preguntas que todavía quedan por delante. No en un
afán de pureza metodológica sino porque realmente estoy convencida de que no podemos
construir respuestas basadas en discursos autocomplacientes, sino que necesitamos ser
absolutamente riguros*s en la construcción de una teoría social, de la cual este trabajo
resulta no más que un insignificante aporte.
Finalmente, en relación a la tercera, para quién estoy tratando de escribir, en principio
puedo pensar en dos públicos diferentes, una lectura desde Argentina, de las construccio-
nes propias, y de las nuevas preguntas que se abren en relación a los juicios penales. Una
segunda desde Barcelona, en un momento diferente, con una fuerte negativa del poder po-
lítico a la construcción de una memoria que pueda ser receptada desde lo institucional, y
con grandes esfuerzos para la perduración de esos relatos que se encuentran más alejados
en el tiempo que en el caso argentino. En los dos países, particularmente en este momento,
hay una gran disputa abierta respecto de cómo logramos colectivamente generar un relato,
un recuerdo de los escenarios políticos que atravesaron el siglo XX, la dictadura argentina
y el proceso franquista español sin dudas merecen un ejercicio de memoria y ambas so-
ciedades están construyéndolo con fuertes disputas hacia el interior. Frente a ese público
se inscribe mi trabajo, sin desconocer en absoluto que hay inmensas producciones en los
dos países en este sentido teóricas, artísticas y políticas; esto es, simplemente una apuesta
a poner en diálogo algunas preguntas.

Estos lineamientos macro representan algunas líneas que quisiera que ordenen mi tra-
bajo, que sin dudas puede desviarse infinidad de veces, pero al menos espero que funcio-
nen como ordenadores metodológicos. La metodología no es simplemente un listado de
herramientas, una división antagónica entre algo que se pretende cualitativo y otro cuanti-
tativo, creo que debería ser una rigurosidad en el enfoque, un orden a la hora de mirar, de
pensar de escribir, algunas líneas orientadoras cuya elección está marcada con un inmenso
contenido teórico y político.

23
IV MARCO TEÓRICO

24
1. La categoría de la memoria

1.1. Introducción:

La construcción de un relato respecto de su propio pasado ha sido, sin dudas, una de


las tareas de las que ninguna sociedad ha escapado históricamente. Es que estos relatos
son, de distintos modos, necesarios para la construcción de un presente, para pensar las
preguntas actuales, para construir respuestas. Ahora bien, las categorías para pensar ese
pasado han sido, seguramente entre otras, las de historia y memoria. Estas han sido dife-
renciadas por Halbwachs cuando entiende que:
La memoria colectiva se distingue de la historia al menos en dos aspectos. Es una corriente de

pensamiento continuo, de una continuidad que no tiene nada de artificial, ya que del pasado sólo

retiene lo que aún queda vivo de él o es capaz de vivir en la conciencia del grupo que la man-

tiene. Por definición, no va más allá de los límites de este grupo. (Halbwachs, 1950: 81) (citado

en Bergalli, Rivera, 2010 :9)

En el desarrollo continuo de la memoria colectiva, no hay líneas de separación claramente traza-

das, como en la historia, sino simplemente límites irregulares e inciertos. El presente (entendido

como algo que se extiende a lo largo de una duración determinada que interesa a la sociedad

actual) no se opone al pasado del mismo modo que se distinguen dos períodos históricos vecino

(Halbwachs, 1950: 83/4) (citado en Bergalli, Rivera, 2010 :9).

Sin dudas, estas dos categorías analíticas no solo que no presentan límites claros o
regulares entre ellas, sino que además tienen relaciones complejas y dialécticas que las
entrecruzan constantemente, que las ponen en dialogo y en tensión. Avanza en este sentido
Enzo Traverso, en su artículo “Historia y Memoria” cuando explica que:

25
Historia y memoria son dos esferas distintas que se entrecruzan constantemente (Nora, 1984:

xix)3. Esta distinción no debe ser interpretada en un sentido radical, ontológico, pues ellas nacen

de una misma preocupación y comparten un mismo objeto: la elaboración del pasado. Se podría

incluso, con Paul Ricoeur, atribuir a la memoria una condición matricial (2000:106)4.

La historia es una puesta en relato, una escritura del pasado según las modalidades y las reglas

de un oficio –digamos incluso, con muchas comillas, de una “ciencia”- que constituye una parte,

un desarrollo de la memoria. Pero si la historia nace de la memoria, también se emancipa de ella,

al punto de hacer de la memoria uno de sus temas de investigación como lo prueba la historia

contemporánea. (Traverso, 2007: 72).

Sin embargo estas dos categorías pueden confundirse y relacionarse precisamente por-
que representan cuestiones diferentes, parten desde distintos puntos de vista e incluso tie-
nen diferentes objetivos y distintos sujetos. Es interesante la distinción que señala Reyes
Mate en su artículo “La singularidad del holocausto”:
No podemos separar este debate sobre la singularidad de un hecho histórico sin tener en cuenta

el protagonismo de la memoria, que no es un ingrediente habitual de los hechos históricos pero

que aquí sí juega un lugar importante. Nada tan alejado de la historia como la memoria. La

memoria, en efecto, singulariza la historia porque aquella es subjetiva, selectiva o espontánea y

ésta trata de ser objetiva y científica. El sujeto de la memoria es el testigo que ve, oye o siente el

acontecimiento de una manera muy distinta del historiador (los testigos recuerdan el olor, aquel

olor, que ninguna historia podrá reproducir. (Reyes Mate).

En un sentido similar lo entiende Iñaki Rivera Beiras: “Historia y Memoria, ambas se


ocupan del pasado, pero la diferencia puede (y debe) ser radical: la mirada ha de ampliar-
se no sólo a lo sucedido, sino también a lo que no acabó pasando porque fue derrotado,
aniquilado, menospreciado, hundido, a lo que fue, en definitiva, malogrado” (Bergalli,
Rivera, 2010; 29). Es precisamente por esto que me interesa trabajar en esta oportunidad
con la categoría de memoria, pensando en una historia de lo que no fue, la historia que no

3 El autor hace referencia al texto “Entre mémoire et histoire. La problématique des lieux”en P. Nora (ed.) Les lieux de
mémoire I. La République, Paría, Gallimard.
4 El autor hace referencia al texto de Paul Ricoeur (2000) La mémoire, l’historie, l’oublie, París, Seuil.

26
fue contada en todo caso, la de aquellas personas cuyas voces fueron silenciadas, desapa-
recidas, o al menos ese fue el intento. Porque esas voces reaparecen como una resistencia
y escriben, sin dudas más allá de lo que hagamos o dejemos de hacer quienes pretendemos
escribir académicamente sobre esto, su propio relato.
La categoría de memoria resulta particularmente fructífera para pensar el genocidio
que tuvo lugar en Argentina durante la última dictadura cívico-eclesiástica- militar entre
1976 y 1983. Sin dudas los procesos políticos y organizativos de la Argentina actual se
encuentran, todavía, profundamente marcados por ese proceso. Es por esto que aparece la
necesidad de pensarlos desde lo que ha quedado vivo, desde l*s sobrevivientes, desde las
historias que pudimos mantener vivas quienes las escuchamos y, sobre todo, sin pensarlo
desde una distinción claramente ordenada que separe el presente de ese pasado. Las prác-
ticas políticas, las formas de las relaciones sociales se encuentran aún, inevitablemente,
en diálogo con ese proceso, como consecuencia o desde la resistencia pero no podríamos
pensarlos nunca como dos momentos históricos no relacionados entre sí.
En este punto, la memoria que queremos recuperar particularmente es la memoria co-
lectiva para poder pensar luego cuál es la memoria que recogen, que reflejan o que cons-
truyen los juicios por la verdad. Más allá de que en el apartado siguiente intentaré avanzar
en los recorridos teóricos desarrollados respecto de este concepto, creo que es importante
realizar algunas consideraciones en esta instancia.
Es interesante, para esto, retomar a Roberto Bergalli, quien realiza un recorrido en el
entendimiento de la idea de memoria:
Por memoria, podemos entender varias cosas. En primer lugar hemos de entender algo que intelec-

tualmente es lo que más tenemos a la mano: es la capacidad o facultad de recordar de los seres huma-

nos. Obviamente que otros seres vivos también tienen esa facultad, pero sólo la recuerdan a través de

los sentidos, olfativa, auditiva. En cambio los seres humanos, esa capacidad de recordar la aplicamos

intelectualmente. Es decir, no sólo recogemos una información en un momento dado, sino que, con

posterioridad, a lo largo del tiempo, esa información la recuperamos y la reelaboramos a los fines que

estamos buscando aplicar. Hoy también se entiende por memoria el soporte en que quedan impresas

las huellas o trazas del pasado. Y también la información virtual y actualizable que éstas contienen.

Pero estamos hablando ahora de otra memoria. También es memoria la información efectivamente

actualizada en forma de recuerdos presentes. El resultado de ese proceso, es memoria. Por lo tanto,

27
por memoria, puede concebirse bien la síntesis completa de todos o varios de estos planos semánticos

a los que he hecho mención, o identificarse tan sólo en uno de esos planos. (Forero, 2012: 17)

Es ese primer concepto sobre el que me parece que es importante detenernos, es la posi-
bilidad de recordar que tenemos los seres humanos. Llamativamente el origen epistemoló-
gico del término recordar no tiene que ver con una facultad abstracta sino que quiere decir
volver a pasar por el corazón, o repetir en el corazón. Me parece que en algún punto esta
definición nos acerca de algún modo a las implicancias afectivas y emocionales que puede
tener este acto de la memoria. Pero además explica Bergalli que las personas hacemos una
aplicación intelectual de la memoria. Lejos de tratarse de un acto automático o ingenuo,
nos permite repensar el pasado y aplicar sus consecuencias en el presente. Bergalli en esa
oportunidad recupera el planteo de Maurice Halbwachs respecto de la memoria colectiva
y distingue entre: “la Memoria colectiva, sostenida por un grupo delimitado, de la Me-
moria social, que es la difusa o difundida en el interior de una sociedad, y de la cultural,
que es el conjunto vivo de tradiciones supra-societarias entre cuyas redes se construyen
las memorias biográficas individuales”. (Forero, 2012:18)
Reyes Mate resalta las debilidades y las potencias del acto de esa memoria: “El tiempo
y el conocimiento son el talón de Aquiles del recuerdo. El tiempo aparta inexorablemen-
te el pasado de nuestro campo de visión. Y la dificultad de saber, por el silencia de los
sujetos del recuerdo, debilita nuestra capacidad de compasión.” Reyes Mate, 1991:213).
Solo recuerdan los sobrevivientes, quienes han sido víctimas pero pudieron librarse de la
muerte. Ni quienes murieron, ni los verdugos; eso hace que sea difícil construir ese relato
negado. Sin embargo ante esto se instala la fuerza de la memoria: “El recuerdo de las víc-
timas es capaz de cuestionar la victoria eterna de los vencedores, es capaz de exorcizar
los gérmenes letales del presente siempre dispuestos a repetir la historia y es capaz de
neutralizar la parte asesina que todos llevamos dentro” (Reyes Mate 1991:214). No se si
es posible que la memoria tenga esa capacidad, no se si es posible que algo pueda tener
esa capacidad. Pero sí es cierto que que los insistentes esfuerzos de los vencedores por
esconderla también dan cuenta de su potencia.
Aparece entonces la discusión respecto de la importancia de l*s testigos, de la impor-
tancia de la palabra de aquellas personas que están llamadas a construir esa memoria, que

28
son a la vez víctimas y sobrevivientes, testigos y protagonistas. Dice nuevamente Traverso
sobre este punto: “(…) hemos entrado en la “era del testigo” de ahora en adelante empla-
zado sobre un pedestal, icono viviente de un pasado cuyo recuerdo se prescribe como un
deber cívico. Otro signo de la época: el testigo es cada vez más identificado con la figura
de la víctima” (Traverso, 2007: 70).
Est*s testigos además tienen toda una construcción por detrás. Avanzaré sobre esto
más adelante pero esas voces, que aparecen como legitimadas para construir esa memo-
ria, no lo son sin más sino que deben responder a determinadas características, de este
modo Traverso habla de cómo “en una época de humanitarismo en la que ya no hay ven-
cidos sino solamente víctimas, esta memoria ya no interesa a mucha gente”. La memoria
reconocida como válida no es la de quienes combatieron en las resistencias sino la de las
víctimas “puras”, las “buenas víctimas”, absolutamente inocentes, que no habrían hecho
nada para ocasionar lo que termina sucediéndoles. Sin dudas la construcción de quienes
son las víctimas que pueden tomar la voz es parte de una larga disputa que intentare
abordar más adelante.

Los genocidios, las matanzas masivas cometidas desde quienes detentan el poder polí-
tico no son sin duda una novedad. Sin embargo durante el siglo XX con los estados nacio-
nales ya constituidos con su forma moderna y con las guerras mundiales como contexto,
los genocidios estatales, y los que ahora conocemos como crímenes de lesa humanidad,
han adquirido una forma particular. En su ejecución, en las formas cómo se han contado y
cómo luego se han pensado, e incluso sancionado, socialmente.
Una pregunta atravesó el siglo pasado y todavía hoy no pierde vigencia, la necesidad
del nunca más respecto de estos crímenes que acabaron con la vida de millones de per-
sonas, y el cómo lograrlo. Muchísimos debates se han generado respecto de cuál sería la
mejor forma de evitar que estos sucesos se volvieran a repetir, se habla de memoria, de
justicia, de pacificación, de reconciliación, de perdón.
En Argentina durante muchos años se buscó mediante indultos a los perpetradores de
estos crímenes, y luego mediante las leyes de obediencia debida y punto final, tender
un manto que cerrara definitivamente este proceso, e incluso las reflexiones que pue-
den suscitarse al respecto. Creo que en este punto el ejercicio de la memoria funciona

29
como una práctica de resistencia, sin dudas parte de un continuum de resistencias mu-
cho mayor practicadas desde los lugares más diversos. Es en este punto que nos parece
importante recuperar esta categoría, como ejercicio, como praxis, como resistencia y
respuesta política.

1.2. La memoria colectiva, un recorrido histórico de la categoría.

A los efectos de hacer un rastreo histórico en las construcciones teóricas de la idea de


memoria, voy a seguir el desarrollo propuesto por Roberto Bergalli, en su artículo “Me-
moria colectiva como deber social” que introduce el libro con el mismo título. En esa
oportunidad el autor circunscribe el objeto de su reflexión entendiendo que:
La Memoria que aquí interesa es aquella capacidad que se atribuyen, y en ocasiones de ella

disponen, las sociedades o los grupos sociales a los que se les reconoce la aptitud de rememo-

rar hechos, situaciones o fenómenos en torno o respecto a los cuales se concentra un recuerdo

específico hasta el punto de haber éste impactado en el colectivo o en buena parte de él con la

fuerza necesaria de forma que en su contexto el conjunto se identifica o caracteriza por ese dato

de afinidad. (Bergalli, Rivera, 2010; 5)

El autor recupera, en ese texto, a Emile Durkheim, en un acto de rigurosidad investiga-


tiva, mencionando que fue el primero en recurrir a la idea de conciencia colectiva, en base
a los conceptos fundamentales de solidaridad (Bergalli, Rivera, 2010: 5). En esa oportu-
nidad, nuevamente según lo refiere Bergalli, Durkheim
sobre lo que él denominara solidaridad mecánica o por semejanzas, llega a las siguientes conclu-

siones, cuando identifica los actos criminales como la ofensa a los estados fuertes y definidos de

la conciencia colectiva: <<El conjunto de las creencias y de los sentimientos comunes al término

medio de los miembros de una sociedad, constituye un sistema determinado que tiene vida pro-

pia, se le puede llamar conciencia colectiva o común (Bergalli, Rivera, 2010 : 6)


Luego, el profesor Bergalli abordara sí la producción de Maurice Halbwachs, mencio-
nado incluso como el “descubridor”, por ser el primero en trabajar con la categoría de

30
memoria colectiva como el sentido y la finalidad con la que la conocemos actualmente.
Sin embargo no deja previamente de recuperar a Henri Bergson, quien fuera el maestro
de Halbwachs. Esta rigurosidad que demuestra el autor en relación a los antecedentes del
concepto, lejos de ser simplemente un acto de erudición nos permiten comprender, de un
modo un tanto más complejo, las preguntas a partir de las cuáles comienza a trabajarse
con esta categoría sobre la que después se escribiría profusa literatura. Bergson señala
una distinción entre una memoria pura y una memoria hábito, esta última con una fuerte
impronta práctica. Además, respecto de la relación entre la mente y el cuerpo entiende
que “la memoria recoge y conserva todos los aspectos anémicos haciendo aflorar re-
cuerdos de forma concomitante a percepciones, o de forma más libre en los sueños”
(Bergalli, Rivera, 2010; 7). De alguna forma su teoría implicó algunas transformaciones
que resultaron revolucionarias para la época y sobre las que posteriormente se proble-
matizaría Halbwachs, el planteo de que “no vamos del presente al pasado, de la percep-
ción al recuerdo, sino del pasado al presente, del recuerdo a la percepción” (Bergalli,
Rivera, 2010; 7). Consideró, desde este lugar, la existencia de dos tipos de memoria; la
primera de ellas técnica centrada en la repetición y en los hábitos; la segunda, la vital que
de algún modo encarna aquello a lo que usualmente hacemos referencia con el término
memoria de manera coloquial, es decir la que permite revivir acontecimientos pasado en
tanto su unicidad.
Estas líneas de pensamiento, de algún modo formuladas por Bergson, serán desarro-
lladas y exploradas profundamente años más tarde por Halbwachs quien parte especial-
mente de dos preguntas que se presentan frente al trabajo previamente desarrollado, por
un lado la posibilidad de pensar en un régimen puro de temporalidad, de duración, sin un
imperativo de especialidad. Por el otro la afirmación de que la memoria habitual recupera
recuerdos que resultan operativos para el presente. (Bergalli, Rivera, 2010; 8)
Ante esto es interesante que Bergalli avanza todavía un paso más. Habla de esta memo-
ria colectiva como un deber social:
Si la dureza del impacto que produzcan esos sucesos sobre la conciencia colectiva es mayúscula,

la sociedad o el grupo social que se siente afectado quedarán impregnados de esa remembranza

y su evocación se convierte en un deber de memoria. Ciertamente tal deber se convierte auto-

máticamente en un deber social, presentándose un campo de lucha en el que se enfrentan los

31
defensores que exaltan un pasado, en el cual ven corporizado el valor de la tradición, frente a los

que se identifican con el presente, en cuyo marco se reinventa el pasado. El deber social de me-

moria configura en consecuencia, un rasgo que acicatea la solidaridad, pues el ataque o agresión

a los sentimientos más profundos del grupo permite durkheimianamente la identificación entre

los miembros del grupo. (Bergalli, Rivera, 2010 : 9/10)

Los juicios por la verdad son una consecuencia del reconocimiento de la verdad como
un derecho, un derecho de las víctimas a poder ejercitarlo, a negarse a esa amnesia obli-
gatoria; pero también un derecho de la sociedad toda a conocer lo realmente ocurrido. La
memoria, en este punto también podría pensarse como un derecho, que ha sido atacado
largamente desde los sectores de poder, que se ejerce en resistencia a los mandatos de las
historias oficiales muchas veces escritos pasando por alto la memoria.
Creo que puede ser muy interesante pensar estas dos facetas de la memoria, como
un deber y un derecho de manera dialéctica, entrelazándose de manera compleja. La
posibilidad de la memoria y su necesidad; la prohibición a su ejercicio y la casi obli-
gación que se genera. Sin dudas esta ambigüedad puede permitirnos entender, o al
menos reflexionar sobre, cómo se han dado estos ejercicios de memoria que muchas
veces intentamos problematizar.
El ejercicio de esta memoria sin dudas ha transitado por un derrotero complejo, con idas y
vueltas. En este punto Traverso habla de una “obsesión” en los últimos tiempos por la memo-
ria; ante la pregunta de por qué aparece de este modo retoma la categorías de Benjamín que
distinguen entre una experiencia transmitida y una experiencia vivida. La primera de ellas se
transmite, casi de manera invisible, de una generación a otra y de este modo logra forjar las
identidades grupales, colectivas. Por otro lado la experiencia vivida adquiere una forma pro-
pia de la modernidad, una vivencia “individual, frágil, volátil, efímera” (Traverso, 2007: 68).
La modernidad, según Benjamin se caracterizaba precisamente por el declinamiento de la ex-

periencia transmitida, de la cual él consideraba a la Primera Guerra Mundial como el momento

culminante. Luego de ese traumatismo mayor de Europa, varios millones de jóvenes campesinos

que habían aprendido de sus ancestros a vivir de acuerdo con los ritmos de la naturaleza y en el

interior de los códigos del mundo rural fueron repentinamente arrojados “en un país donde nada

era ya reconocible, fuera de las nubes, y, en medio de un campo de fuerzas atravesado por tensio-

32
nes y explosiones destructivas, el minúsculo y frágil cuerpo humano (Benjamin, 1977: 386). Era

la consumación de un proceso cuyos orígenes han sido magistralmente estudiados por Edgard

P. Thompson (1991) en un ensayo sobre el advenimiento del tiempo mecánico, productivo y

disciplinario de la sociedad industrial. Otros traumatismos caracterizan la experiencia vivida del

siglo XX, muchas veces bajo la forma de guerras, genocidios y represiones políticas. Una prime-

ra respuesta a nuestra cuestión inicial llevaría a esta constatación: la obsesión por la memoria de

nuestros días sería el producto de esa caída de la experiencia transmitida, el resultado paradójico

de una declinación de la transmisión en un mundo sin referencias (Traverso, 2007 : 69)

Sin embargo esta obsesión por la memoria puede tomar diversas formas. Más allá de
esta idea de que la memoria de algún modo resulta una subjetivación de la historia (Tra-
verso, 2007: 75), podríamos pensar en las múltiples funciones y usos que eso ha tenido
históricamente en las sociedades.
En el texto Traverso mención incluso un “turismo de la memoria” que aparece a tra-
vés de la presencia de esa memoria en múltiples formatos y recursos turísticos: “con la
transformación de los sitios históricos en museos, visitas guiadas, estructuras de recep-
ción adecuadas (hoteles restaurantes, negocios de recuerdos) y estrategias publicitarias
específicas” (Traverso, 2007: 68). De este modo la memoria se convierte en un objeto de
consumo, estetizado, sin resistencia ni discordancias, simplemente neutralizado y rentable
(Traverso, 2007). El mismo concepto es retomado por Florencia Basso en “Indisciplinar
las artes: memoria e imagen”: “A su vez esta cultura de la “memoria total” va acompaña-
da de una producción y exhibición cultural intensa y extensa que supera los ámbitos ins-
titucionalizados y se dispersa por todos los medios de comunicación masivos y espacios
públicos o privados” (Basso, 2016 : 57)
Ahora bien, no pretendo decir con esto que en Argentina se haya desarrollado estric-
tamente un turismo de la memoria. Sin embargo me parece central no dejar de ver esta
tendencia desarrollada a nivel internacional para poder analizar el proceso local sin desco-
nocerla o incluso poniéndola en diálogo o habilitando la pregunta respecto de si es posible
detectar o suponer un movimiento en ese sentido en algún momento.
La construcción de la memoria es entonces, como puede verse, un terreno de disputa.
Dice Iñaki Rivera:

33
Es evidente, y hay muchas pruebas, que el discurso de la memoria molesta, pues le da la vuelta,

pone del revés, la interpretación de la realidad (pasada y presente). (…) En una dimensión aún

más amplia, la memoria (de las víctimas), como indica Flórez Miguel (2008), provoca desazón

en los historiadores e intranquilidad en los políticos, sobre todo, porque desautoriza las certezas.

<<El sujeto que es capaz de contemplar ese pasado olvidado será capaz también de contemplar

en el presente lo que está en riesgo de ser excluido, es decir, la totalidad del presente>> (op. cit.)

El problema es que a medida que se conoce la verdad sobre un pasado que había sido ocultado

y negado, la justicia comienza a ser reclamada. Como indica Flórez Miguel, si la verdad queda

establecida, como consecuencia de los trabajos de la memoria, y si esta verdad es una verdad

terrible, una verdad de crímenes atroces, una verdad de culpas enormes, la falta de justicia queda

aún más visible y más sentida. (Bergalli, Rivera, 2010; 45)

Luego de esto no podríamos ya acercarnos a la idea de memoria desde una pers-


pectiva ingenua en absoluto. La memoria es parte de una disputa que incomoda a quienes
tiene poder, que modifica la forma de ver nuestras sociedades y que carga de una gran
responsabilidad a quienes la practican. Los siguientes apartados intentaran avanzar sobre
esta idea en relación a dos ideas particularmente, la memoria como recuperación de voces
que intentaron ser desaparecidas (incluso físicamente), como una lectura que modifica
nuestras prácticas en el presente y como ejercicio de resistencia.

1.3. Las voces desaparecidas

La memoria, como se desprende de lo dicho, implica de algún modo la reconstruc-


ción de un pasado basado en aquellas voces que no han sido las ganadoras, las que pu-
dieron imponerse e escribir “la historia”, el relato oficial. Es esta razón de los vencidos
de la que habla Reyes Mate la que se recupera con la memoria. De este modo no solo
hablamos de relatos particulares, de experiencias subjetivas, sino de aquellas que no
han sido escuchadas.
Creo que la experiencia de los juicios por la verdad en Argentina es particularmente inte-
resante porque no representa, como en otros genocidios que tuvieron lugar durante el siglo

34
XX, una construcción del relato de l*s vencedor*s por sobre l*s vencid*s sino que, por el
contrario, años después esas voces vencidas, silenciadas, invisibilizadas, logran ganar un
lugar. Incluso podríamos pensar que durante algún tiempo casi pudieron instalar su discur-
so como el relato oficial, institucionalizar su memoria. Cuál es la relación en este punto
entre esa memoria y una posible nueva historia, cuál es el lugar de la memoria cuando está
aparece reconocida por el poder e incluso institucionalizada en, por ejemplo, sentencias
judiciales, es sin dudas una de las preguntas que se plantea a lo largo de este trabajo.
Ahora bien, por qué interrogar esas voces vencidas, ese relato de lo que no acabo pa-
sando porque fue derrotado, como dijera Iñaki Rivera. Sin dudas en este punto se vuelve
inevitable retomar a Walter Benjamin
“Hay un cuadro de Klee (1920) que se titula Ángelus Novus. Se ve en él a un Ángel al parecer

en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desencajados,

la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la Historia debe tener ese aspecto. Su cara está

vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos,

él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El

ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tor-

menta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede

plegarlas… Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espal-

das mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos

progreso”. (Benjamin, 1940)

Benjamin sin dudas discute en este breve texto con uno de los elementos centrales de la
organización social, de poder y de construcción de relato de la modernidad: el progreso.
El hecho de que solo se escuche la voz de l*s vencedor*s es parte de un relato de progreso
ascendente, lo nuevo, lo consagrado, lo que finalmente resultó es sin dudas lo mejor, y el
resto simplemente termina siendo olvidado. Por el contrario Benjamin habla de esa cons-
trucción frente a un huracán que nos arrastra irremediablemente hacía el futuro queda
detrás una catástrofe única. La historia de ese progreso bien podría leerse en cantidad de
muert*s en guerras, en genocidios, en ñiñ*s desnutrid*s, en mujeres asesinadas por ser
mujeres. Sin embargo, quienes tienen poder han elegido contarla desde las revoluciones
productivas, los saltos industriales, los avances.

35
Propone, dice Iñaki Rivera, “una lectura de la historia que halla en la memoria el
elemento de su constitución” (2010; 29). Sin duda esto implica una experiencia diferen-
te y compleja, y de algún modo pone en tensión las relaciones que se establecen entre
la historia y la memoria tal como las veíamos. Sin embargo es también absolutamente
necesaria; para poder pensar en qué relación se establece cuando la memoria es recogida
a niveles institucionales necesitamos generar la pregunta de si es posible construir otra
historia “mirar la historia desde el prisma de los vencidos; entonces, seguramente, la
historia se escribiría de otro modo, tendría otro libreto, actuarían otros protagonistas,
se describirían otros proyectos, se narrarían otros sueños, se pondría en definitiva de
manifiesto que <<hubo otro>> rumbo” (Bergalli, Rivera, 2010; 29). Sin dudas hay aquí
una relación establecida por la correlación de fuerzas entre distintos grupos, entre los que
la discusión no es, sin dudas, entre memoria y olvido; sino entre distintas memorias que
logren instalarse socialmente.
La historia ha sido contado por quienes han podido hacerlo, sin embargo, l*s venci-
d*s han tenido la memoria, su memoria, escrita en líneas heterogéneas, con faltantes, sin
continuidad, incluso con contradicciones. Esa memoria recuperada desde la resistencia al
discurso único funciona para, al menos, dejar de creer en ese progreso neutro, inofensivo,
inocuo. Iñaki Rivera habla de ese proceso diciendo que: “implica una tarea reconstruc-
tiva, activa, supone emplear de verdad la lente de los oprimidos y desvelar el estado de
excepción permanente que para tanta gente constituye un modo ¿de vida? Constante”
(Bergalli, Rivera, 2010; 29).
Esta memoria tiene sin dudas, un fuerte contenido de cara al presente, avanzare sobre
este en el apartado posterior en profundidad pero quiero simplemente hacer una breve
consideración. En el mismo texto Rivera señala que “Horkheimer mismo señala que ésta
permite mantener viva y vigente la injusticia pasada hasta el punto de que sin esa recor-
dación el pasado deja de ser y la injusticia se disuelve” (Bergalli, Rivera, 2010; 30). Creo
que esto es central a la hora de pensar el proceso argentino y en particular los juicios por
la verdad; sin dudas, entre muchas otras cosas, los juicios permitieron rescatar a los crí-
menes cometidos durante la última dictadura, del olvido al que parecían haber sido conde-
nadas por las leyes de obediencia debida y punto final. Mantuvieron una memoria abierta
en disputa en el ámbito de lo público y, más aún en el ámbito judicial, logrando de algún

36
modo que esa injusticia no se disuelva. Tal vez los juicios penales, que no logran bajo
ningún concepto reparar la injusticia pero que se presentan desde el discurso hegemónico
como la forma legítima de enfrentarlas.
La memoria de l*s vencid*s, tal vez precisamente con no contar por un discurso oficial
que se presente homogéneo, lineal y sin fisuras, se organiza a partir de las brechas, de
los detalles. La vida en los centros clandestinos de detención en Argentina sin dudas se ha
podido recuperar uniendo relatos, detalles, casi a modo de “investigación”, alguien que
pudo ver a otra persona en determinado lugar, o que precisamente por haberla visto sabe-
mos qué lugar era, sin certezas de las fechas pero pueden recuperarse porque estuvieron
secuestradas entre tal día y tal día. El relato del nacimiento de un hijo vivo que es sacado
al exterior por un compañero de detención y se convierte en una búsqueda de por vida de
una abuela, o quizás incluso en un reencuentro. “Quien alguna vez comenzó a abrir el
abanico de la memoria no alcanzará jamás el fin de sus segmentos; ninguna imagen lo
satisface, porque ha descubierto que puede desplegarse y que la verdad reside entre sus
pliegos” (citado en Bergalli, Rivera, 2010; 33).

1.4. Las preguntas sobre el presente.

Pilar Calveiro, en su introducción al libro Política y/o violencia, plantea que “Todo
acto se interroga por su fidelidad, sin hallar jamás respuestas definitivas. Lejos de la idea
de un archivo, que fija de una vez y para siempre su contenido, la memoria se encarga de
deshacer y rehacer sin tregua aquello que evoca. Y, sin embargo, no deja de inquietarse,
con razón, por la fidelidad de su recurso” (Calveiro, 2013: 11) La memoria se reconfi-
gura desde el presente, se piensa desde las necesidades y las preguntas del hoy. Esto no
podría ser de otro modo, no solo porque quienes son sobrevivientes piensan desde su ac-
tualidad sino porque quienes resultan oyentes de esos discursos solo pueden escucharlos
en la medida en que les resulten aprehensibles, asimilables a algo que les resulte conocido,
a una pregunta que pueda ser por ell*s formulada.
La cuestión de que la memoria se construye, se practica y se repiensa desde el presente
resulta, a esta altura, casi evidente. Esto es una idea que atravieza a l*s distint*s teóric*s

37
sobre el tema, Traverso por ejemplo entiende que “No es sólo el tiempo lo que erosiona
y debilita el recuerdo. La memoria es una construcción, está siempre “filtrada” por los
conocimientos posteriormente adquiridos” (Traverso, 2007: 73). “En resumen, la memo-
ria, sea individual o colectiva, es una visión del pasado siempre mediada por el presente”.
(Traverso, 2007: 74). Creo que es interesante la imagen de la filtración, la memoria no
es modificada pero necesariamente está filtrada, por las nuevas experiencias, por lo que
conocemos (incluso muchas veces porque conocemos el resultado de determinados proce-
sos), y también por las construcciones previas que tuvimos de manera reflexiva y experi-
mental sobre esos procesos.
Sin embargo, esa condición de pensarse desde el presente no implica un distanciamien-
to con una fórmula de veracidad de esos testimonios, la pregunta por la fidelidad a la que
alude la autora tiene que ver precisamente con esto con la necesidad de que el repensar
desde el presente no implique apartarse de aquello que sucedió y se recuerda. La intención
no es, en absoluto, tergiversar los hechos o modificarlos según una conveniencia sino,
por el contrario, intentar leerlos desde distintas ópticas, en base a preguntas diferentes
en función de las distintas coyunturas de ejercicio de la memoria. En este punto, citando
nuevamente el texto de Calveiro, podemos pensar que:
“La repetición puntual de un mismo relato, sin variación, a lo largo de los años, puede repre-

sentar no el triunfo de la memoria sino su derrota. Por una parte porque toda repetición “seca”

el relato y los oídos que lo escuchan; por otra, porque la memoria es un acto de recreación del

pasado desde la realidad del presente y el proyecto de futuro. Es desde las urgencias actuales que

se interroga el pasado, rememorándolo. Y, sin embargo, al mismo tiempo, es desde las particula-

ridades de ese pasado, respetando sus coordenadas específicas, que podemos construir una me-

moria fiel. Se trata, de una consecuencia, de un doble movimiento: recuperar la historicidad de

lo que se recuerda, reconociendo el sentido que en su momento tuvo para los protagonistas, a la

vez que revisitar el pasado como algo cargado de sentido para el presente” (Calveiro, 2013: 11).

Esa carga de sentido de la lectura del pasado en el presente, tan inevitable como po-
tente, es la que atraviesa todas las construcciones de memoria, tanto en un plano indi-
vidual como en relación a la memoria colectiva a la que venimos aludiendo. Es que las
sociedades generan explicaciones, relatos, narraciones diversas respecto de su pasado.

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Estas miradas necesariamente están fuertemente ancladas en el presente en el que se
construyen, es decir, no son explicaciones neutrales u objetivas (de algún modo el len-
guaje, como producto humano y cultural nunca podría serlo) sino que, por el contrario,
buscan explicar, recuperar u olvidar diversos aspectos de lo sucedido. Nuevamente,
con esto no quiero decir que haya inventos o falacias, más allá de que estos podrían
existir en determinados casos, sino que simplemente abordando un mismo fenómeno
desde las distintas ópticas de los distintos presentes desde los que se lo piense este
varía sustancialmente.
En lo que respecta a las memorias construidas alrededor del proceso de genocidio que
tuvo lugar en Argentina entre 1976 y 1983, sin dudas existen un inmunerable serie de
diversas concepciones que sería complejo abordar en profundidad en esta instancia. Sin
embargo me parece interesante destacar un movimiento, frente a la teoría de los dos de-
monios, que planteaba lo sucedido como un enfrentamiento entre dos bandos igualmente
malos5, la construcción de la figura de víctima debía darse a través de un planteo de “ino-
cencia absoluta”, las víctimas eran quienes no habían desarrollado ninguna práctica polí-
tica previa, quienes no habían hecho nada para “justificar” la agresión hacia sus personas.
Esto durante los últimos años se ha progresivamente transformado con una reivindicación
de las militancias y prácticas políticas de quienes fueron víctimas de ese genocidio. Esto
por supuesto no niega que, como luego veremos, haya habido posturas en este sentido
desde un primer momento, sin embargo seguramente no fueron esas las más visibles o
hegemónicas al momento de construir una memoria social.
Esta transformación, esbozada muy superficialmente, solo pretende dar cuenta de un
movimiento particular dentro de la construcción de la memoria reciente en nuestro país,
el del lugar que tienen quienes fueron víctimas del último genocidio cívico militar. Ahora
bien, este debate sin dudas no está saldado, y mal podríamos pensar que el movimiento
respecto de un carácter militante o no cristaliza un único punto de tensión en este sentido.
En este punto Pilar Calveiro plantea un nuevo debate que entiendo resulta centralmente
vigente en nuestros tiempos; plantea que:

5 Esta postura instalada oficialmente luego de la restauración democrática, puede leerse por ejemplo en el pró-
logo del “Nunca Más”, libro elaborado en base al informe emitido por la CONADEP y que sistematizaba las
desapariciones ocurridas en Argentina durante el período de la dictadura en base a las denuncias que se habían
efectuado en esa fecha.

39
Identificar y condenar a los responsables del terrorismo de Estado ha sido reparador en muchos

órdenes, pero temo que también nos ha llevado a postergar el análisis de otras responsabilidades.

El rechazo a la teoría de los dos demonios no nos puede desviar hacia la de un único demonio,

el poder militar, como si el resto de la sociedad hubiera sido una víctima inmóvil, ajena a toda

responsabilidad (…) Me refiero a la responsabilidad de los actores políticos nacionales: parti-

dos, sindicatos y organizaciones. (Calveiro, 2013 : 13).

A partir de este planteo que resulta al menos polémico, luego del gran esfuerzo que
implicó a los organismos de derechos humanos construir un relato que rompa con esa teo-
ría de los dos demonios inicialmente instalada, la autora continúa diciendo que cuando la
memoria de una pasado, cuyo sentido fue eminentemente político, se construye como me-
moria individual y privada, recupera este aspecto, pero de alguna manera traiciona por lo
menos en parte el sentido de lo que fue. Reconstruir la historia de un militante desaparecido
desde la “normalidad de una vida plena injustamente truncada6” desconoce precisamente
lo que fue su intención: no ser un sujeto “normal” –buen alumno y ahorrador sino un revo-
lucionario, con una vida sacrificada, de renuncia a la plenitud personal para obtener un fin
superior y colectivo. Esto es lo que a sus ojos resaltaría la injusticia de su asesinato. Desde
este punto de vista, la memoria individualizante y privada pierde los sentidos políticos de
la acción. Por eso resulta ajena a los protagonistas más directos. (Calveiro, 2013 : 15)

Creo que lo que retoma Calveiro en este punto puede leerse en clave de las experiencias
vividas de la modernidad de Benjamin. Más aún ella plantea que el discurso que genera-
mos hoy en pos del respeto y la empatía por quienes resultaron víctimas de genocidio no
es compatible con su propio relato de la historia, al menos con el que posiblemente ell*s
hubieran generado en esos tiempos. Sin dudas el relato de l*s propi*s protagonistas ha ido
cambiando a lo largo de los años, pero también aquel que necesitamos construir social y
colectivamente para el presente, para establecer consecuencias de lo sucedido, análisis,
balances. Calveiro entra también en este debate y plantea, finalmente, el problema y con
ello también, seguramente, una pregunta:

6 La autora hace referencia al libro No habrá Flores en la tumba del pasado, de Ludmila da Silva Catela, La Plata, Edi-
ciones Al Margen 2001.

40
El rescate de la militancia política para su “imitación”, la exaltación de vidas “heroicas” que no

están sujetas a crítica, realiza otra sustracción: impide el análisis, la valoración de aciertos, de

errores y, con ello, la posibilidad de revisar la práctica y actuar en consecuencia. En suma, es

otra forma de sustracción de la política (Calveiro, 2013 : 16)

Antes como ahora hay, desde mi humilde y seguramente sesgado punto de vista, una falta de

política, en el sentido fuerte del término, en el sentido de lo colectivo, lo común y lo público;

una política que no se espanta de la violencia pero la reconoce como una dimensión que puede y

debe subordinarse a los consensos tanto tiempo como sea posible. (Calveiro, 2013 : 20)

Calveiro abre entonces un debate que resulta tan incomodo como necesario. Sin dudas
pensar a l*s sobrevivientes por fuera de sus prácticas militantes políticas implicó despo-
litizarl*s. Ahora bien, lo que resulta novedoso, es este nuevo planteo de que ponerl*s en
esa dimensión heroica, que resulta emulable pero no discutible, sobre la que no se puede
reflexionar ni generar críticas, también despolitiza. No estoy hablando de críticas como
reclamos, ni planteos de lo que debería haber sido y no fue, o lo que fue y no debería haber
sido. Me refiero a la necesidad de pensar prácticas políticas en el presente. Luego de una
generación diezmada por la dictadura militar quienes empezamos a intentar pensar políti-
camente encontramos un gran faltante. Construimos de este modo muchas preguntas, algu-
nas respuestas, y una historia basada en lo que nos contaron quienes fueron sobrevivientes,
pero también en lo que pudimos escuchar sobre eso, de cómo se había desarrollado en los
últimos años la lucha de clases en nuestro país.
La pregunta ahora me parece, leyendo a Benjamin, que tiene que ver con cómo recuperar
ese carácter político y especialmente ese carácter colectivo de esas prácticas. Como, en me-
dio del torbellino de la modernidad podemos recuperar ese carácter que exceda las historias
individuales, que se construyen casi a veces sin complejidades.
Y por supuesta esta necesidad de repensar la memoria, la que tenemos y la que
construimos, no se dan sin contexto como ninguna otra. No sería esta la instancia de
realizar un abordaje mucho más profundo pero es cierto que los juicios penales por
los delitos cometidos por la dictadura están, actualmente, en una instancia novedosa.
Muchas de las personas que fueron condenadas comienzan a obtener beneficios le-
gales e incluso a permanecer en prisión domiciliaria o en libertad. Esto lejos de ser

41
una solución técnica a cuestiones físicas es, sin dudas, una respuesta política. Una
lectura de nuestro tiempo sobre el pasado, que completa un escenario marcado por
el avance de un gobierno de derecha sobre los derechos sociales pero también de
un avance represivo organizado por las fuerzas legales que termina de explicitarse.
De este modo entonces, necesitamos (como seguramente en todos los tiempos pero
también de un modo particular según cada época), construir una organización de re-
sistencia. Cómo podemos pensar esa memoria, cómo podemos escuchar aquello que
nos cuentan de modo tal que podamos reencontrar nuestro propio carácter colectivo.
No tengo, en absoluto, respuestas para esto, pero sí entiendo que es central pensar a
la propia memoria como un proceso de resistencia que también fue desarrollado de
manera colectiva.

1.5 La memoria como ejercicio de resistencia.

El ejercicio de la memoria puede ser leído, en si mismo, como un acto de resistencia.


Frente a la voluntad de imponer un determinado discurso, una historia, una versión, apa-
rece la memoria, en las brechas, en las encrucijadas, en su complejidad y sus preguntas
abiertas. Esta resistencia sin dudas no es ni más ni menos que un paso más en un largo
camino de resistencias que pueden ejercerse incluso durante el genocidio.
En este sentido, cuando Iñaki Rivera aborda el concepto de razón anamnetica, reflexio-
nando sobre la producción teórica de Reyes Mate, entiende que:
Los campos fueron, por encima de todas las cosas, un proyecto de olvido, de aniquilación no

sólo de personas, de un pubeli, sino de cualquier rastro que de todo ello pudiese quedar. Por eso

Mate construye alrededor de Auschwits el paradigma de la memoria para combatir aquel progra-

ma amnésico. La memoria es una categoría que surge del abismo que existe entre conocimiento

e incomprensión de Auschwitz (2003: 151). A partir de allí el concepto de razón anamnética es

por él explicitado en diversos planos. En primer término, en un plano moral como razón práctica

al recordar con Adorno el nuevo imperativo categórico que convoca a luchar, es decir, a actuar

anamnéticamente. En segundo término, era razón posee una dimensión política porque escoge

un pasado concreto (…) Contra el pasado olvidado se levanta y resiste la memoria política, las

42
víctimas olvidadas retornan y exigen justicia, una justicia imposible (por definición en su reali-

zación plena) pero estratégica en sus reclamos del presente” (Bergalli, Rivera, 2010; 35)

La memoria aparece, de este modo, en resistencia a un mandato de olvido; o en rea-


lidad a un mandato de construir una memoria donde quienes resultan vencid*s no apa-
rezcan. Está aparece directamente nombrada como una lucha, de algún modo como una
resistencia directa enfrentándose, simplemente por recordar, a un poder dominante. La
justicia es imposible en tanto posterior, no hay modo de llevar las cosas al mismo punto
de comienzo, de desandar el mal ocasionado. Sin embargo es un reclamo estratégico, es
una forma de al menos dejar de manifiesto el carácter injusto de lo sucedido, la deuda de
resarcimiento que se genera como sociedad, la necesidad de intentar de todos los modos
posibles cualquier grado de reparación, y sin dudas, una primera es volver a escuchar esas
voces, aceptar esa memoria.
Es interesante ver estos actos (muchas veces micro) de resistencia como un hilo con-
ductor para estudiar estos procesos. Bettelheim, psicólogo y sobreviviente al nazismo,
analiza en su libro El corazón bien informado, como los campos de concentración bus-
caban generar una permanente denigración de sus víctimas, intentando retrotraerlos a un
período de infantilización. Frente a esto el autor propone como hipótesis que: “una per-
sonalidad integrada, y las convicciones interiores fuertes, nutridas con la satisfacción de
las relaciones personales, constituyen la mejor protección contra los controles opresivos”
(Bettelheim, 1960: 100). Se establece entonces una disputa permanente, tal vez menos ex-
plícita que otras en los contextos concentracionarios, entre la deshumanización intentada
por los victimarios y la búsqueda constante de l*s prisioner*s de su propia humanidad.
En este punto puede retomarse la experiencia personal de Bettelheim que da cuenta de
estas dos fuerzas en tensión:
(…) la Gestapo tenía varios propósitos, pero relacionados los unos con los otros. Una meta impor-

tante era doblegar la individualidad de los prisioneros y transformarlos en una masa dócil de la que

no pudiera surgir ningún acto de resistencia individual o de grupo. Otro propósito era extender el

terror entre el resto de la población usando a los prisioneros como rehener y como ejemplos inti-

midadores de lo que sucedería a la gente que trata de resistirse (Bettelheim, 1960: 103)

Observar y tratar de comprender lo que veía fue un recurso que se me presentó espontáneamente,

43
para convencerme de que mi vida aún tenía cierto valor, que todavía no había perdido todo el in-

terés que una vez me había dado el respeto propio. A su vez esto ayudó a soportar la vida en los

campos de concentración. (…) Decidí que en vez de dejarme influir por los rumores, trataría de

comprender que había psicológicamente tras ellos. (Bettelheim, 1960: 105)

En el mismo sentido Frankl, también sobreviviente del genocidio nazi, acentúa la idea de
libertad, la posibilidad de oponerse a la intención del régimen era un acto de libertad, lo último
que se poseía aún en los casos en que este acto podía llevar a la muerte, la libertad de decidir
sobre la propia vida, incluso en condiciones donde no parecería haber márgenes de acción:
Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de

barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les

quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al

hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la

elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio

camino. (Frankl; 1991:41)

Creo que la idea de memoria de algún modo nos permite recuperar esto en varios sen-
tidos. En primer lugar los dos autores escriben sobre sus propias experiencias, generan
una memoria, una forma de contar esa historia que no solo implica una desobediencia
al régimen nazi sino que, también da cuenta de su libertad, de su posibilidad de pensar
por si mismo, de su independencia al menos intelectual, de su carácter adulto. Además la
memoria, como dijera Reyes Mate es subjetiva, el testigo recuerda experiencias, sonidos,
olores. Esto sin dudas va contra los intentos sistemáticos de deshumanizar a l*s prisio-
ner*s propios de estos regímenes.
Las condiciones de detención en Argentina fueron diferentes, por estancias mucho me-
nos prolongadas, lo que hacía también que las estrategias desarrolladas por parte de los
distintos protagonistas fueran también de algún modo disimiles. Quienes estaban deteni-
d*s permanecían “encapuchad*s” y “tabicad*s” durante varios días, es decir con la cabeza
y los ojos tapados lo que resultaba complementario con el carácter de clandestinidad de
los centros de detención pero además, junto con las torturas físicas aplicadas, aceleraba el
proceso de “doblegar la individualidad de los prisioneros”.

44
En este sentido es interesante retomar la declaración de Alfredo ángel Abuin, quien
estuvo secuestrado y detenido en el centro conocido como “Puesto Vasco” entre el 11 y el
19 de agosto de 1977:
Siguió relatando que lo trasladaron a un lugar que nunca identificó donde permaneció dos días

tabicado, maniatado y sólo le desataron las manos para ir a orinar. Recordó que en la primera

ocasión realizó un trayecto largo y cuando entró al lugar bajó por una escalera estrecha y dijo

creer que estuvo detenido con otras personas pero no puedo afirmarlo. Refirió que luego lo

enviaron a otro lugar, que tras ser citado en diversas ocasiones para identificar el lugar donde

estuvo privado de la libertad, por fotografías del pasillo, como estaba diseñado, reconoció que

era Puesto Vasco, sitio en que permaneció sin capucha en una celda de 2 metros x 1 metro. (Sen-

tencia Causa 2955/09)

De algún modo la capucha, junto con la prohibición de hablar, funcionaba como inhibidor
de las relaciones personales que ahí pudieran recuperarse o establecerse. De este modo Abuin
cree que estuvo detenido con otras personas pero no puede afirmarlo, puede que lo haya esta-
do como que no, sin embargo queda clara la gran funcionalidad de la capucha para evitar que
ahí se establezca un contacto que pueda hacer esta situación un ápice más “soportable”. Más
allá de que hay testimonios que dan cuenta de que las víctimas espiaban por debajo de las ca-
puchas, o mantenían algunos diálogos cuando creían que no había carceleros no podían escu-
charlas, nuevamente vemos que funciona como parte de la disputa entre esas dos intenciones.
Las capuchas y los tabiques impedían también que l*s detenidos tuvieron conocimiento
de las propias transformaciones físicas que les iban sucediendo, lo que aumentaba el ex-
trañamiento. De este modo Fernando Eustaqui Adamow, detenido en la comisaría quinta,
dijo haber llegado al punto de no reconocerse: “En esa oportunidad, lo llevaron a un
baño, le dieron ropa y se bañó. Agregó que después de tanto tiempo en cautiverio se vio
en un espejo y dijo no reconocerse así mismo, estaba sorprendido de cómo estaba, dema-
crado, sucio, con la ropa rota y había perdido peso”. (Sentencia causa 2955/09)
Silvia Beatriz Davids, detenida en la Brigada de Investigaciones de La Plata, da cuenta
de cómo se extienden en el tiempo las consecuencias de este secuestro. Permaneció dete-
nida entre el 1 y el 24 de diciembre de 1976, esos días fueron suficientes para marcar su
identidad por decenas de años:

45
(…) dijo que fue víctima de tortura psicológica no solo los 24 días que duro su cautiverio sino

por todo el tiempo que transcurrió con posterioridad, exclamó que la tortura y el horror conti-

nuaban en la actualidad, manifestó que perdió su vida, estudiaba abogacía, trabajaba en Tribu-

nales y soñaba llegar a ser Juez, pero todo eso se truncó. En igual sentido expresó que padeció

tormentos, permaneció todo su cautiverio vendada y con las manos atadas los doce primeros

días, y desde su celda vio como golpearon a Domingo Alconada en el sector del patio. Añadió

que vivió el horror, temían cada vez que escuchaban que se abría las puertas por no saber qué

sucedería. (Sentencia causa 2955/09)

Creo que la memoria funciona como resistencia especialmente ante esta situación. Sin
dudas uno de los efectos del genocidio es continuar imponiéndose muchos años después de
haber sido cometido. Permanece el miedo el silencio, toda la figura de l*s desaparecid*s
está montada alrededor de esto. La necesidad de mantener el silencio como si eso pudiera
aportar a la aparición con vida, la obligación de no enfrentarse para no perjudicar a quienes
se encuentran secuestrad*s. La memoria se organiza en contra de esto, dice, denuncia, ge-
nera un relato aún cuando este pueda ser opuesto a lo que imponen desde el poder.
Quienes estuvieron detenid*s resaltan su relación con otras personas como una espe-
cie de espacio de humanidad dentro de la experiencia. De este modo Carlos Alberto de
Francesco relata que, mientras permanecía la prohibición de quitarse la venda de los ojos,
sucedía lo siguiente:
(…) hizo mención que en la celda en la que él se encontraba pusieron a un joven de 15 años,

alumno del colegio nacional, que lo detuvieron frente a ese establecimiento educativo cuando el

menor, cruzó a un bar ubicado en la calle 1 y 49 de La Plata. El dicente aclaró que el joven se en-

contraba ensayando una obra de fin de año para el colegio y fue así que lo trasladaron a la calle 1

y 60. A este joven lo ingresaron en su celda antes que al dicente lo torturaran, estaba sumamente

nervioso y el declarante intentó calmarlo, diciendo conocer a su madre, de apellido Villareal y

a su padre era un ingeniero de construcciones de renombre. En idéntico sentido, mencionó que

estuvo con alrededor de 200 personas, de las cuales algunas de ellas estuvieron ahí de manera

transitoria y otras no. Seguido, dijo que con algunos tuvo un mayor trato porque pudo dialogar y

contó de un arquitecto de aproximadamente 45 años de edad que producto de la tortura le habían

dislocado un brazo; este era delgado, alto, de tez oscura, y estaba muy mal anímicamente, supo

46
que allanaron su casa, la cual habían destrozado buscando escondites. Recordó que este tenía

varios abscesos importantes, tipo forúnculos, algunos de los cuales el declarante intento drenar y

limpiar con trozos de tela y agua, atento que carecía de atención médica. También mencionó a al-

guien que dijo ser policía, un joven que era de Chacabuco, así como el hecho de haber escuchado

los gritos de un chico de 10 u 11 años, que después supo que era una joven de apellido Santucho

y los gritos de una maestra que torturaron. Siguió diciendo que vio entre 15 o 20 personas más

o menos, y que había un cura de acento español, culto, que antes de la tortura le pregunto por

gente de la facultad y le dijo que no lo nombre porque lo iba a meter en problemas; este cantaba,

se divertía, y solía bromear con el torturador Zabaleta. (Sentencia causa 2955/09)

Es interesante que estos espacios de encuentro funcionan casi de manera anticipatoria a


la memoria. Quienes se encuentran intercambian datos, informaciones personales, direc-
ciones, teléfonos, comienzan a construir de ese modo otro relato ya desde ese momento
con respecto a una historia que l*s desaparecía. Sin dudas los testimonios, las reconstruc-
ciones posteriores no hubieran sido posible sin estos primeros actos de resistencia previos.
Los espacios de solidaridad entonces resultaban experiencias vitales (o experiencias
que les ayudaban a seguir viv*s). Es interesante como Bettelheim explica al contrario,
que quienes carecían de estas actitudes, quedaban todavía más expuestos frente a los SS.
La voluntad de respetar los genocidios e intentar dialogar con sus ejecutores como si
estuvieran dotados de alguna lógica racional que podía permitir un espacio de salvación
generaba una situación aún de mayor impotencia:
Los prisioneros apolíticos de clase media (grupo minoritario en los campos de concentración)

eran los menos capaces de soportar la conmoción inicial, y totalmente incapaces de comprender

qué les había sucedido y por qué razón. Más que nunca se aferraban a lo que hasta entonces

les había ofrecido el respeto propio. Hasta cuando los maltrataban los SS, les aseguraban a los

guardias que nunca se habían opuesto al nazismo. No podían comprender porque los perseguían,

pues siempre habían obedecido sin objetar la ley. Aun entonces, aunque injustamente aprisio-

nados, no se atrevían a oponerse (ni en pensamiento) a sus opresores aunque esto les habría

ofrecido el respecto propio que tanto necesitaban. Todo lo que hacían era suplicar y muchos se

rebajaban (…) el grupo en su totalidad se hallaba especialmente ansioso de que su “status” de

clase media se respetase de algún modo (Bettelheim, 1960: 113)

47
La posición de estas personas no era ni más ni menos que la fomentada por el propio
régimen tanto en la Alemania nazi como en la Argentina dictatorial, el convencimiento
de que el proceso de exterminio estaba apuntado a sujetos específicos, con características
que los volvían nocivos o peligrosos, que tenía una racionalidad y que aquell*s que fueran
ciudadan*s ejemplares, que no “merecieran” el castigo, se encontraban libres de peligro.
Adoptar la “actitud oficial” l*s dejaba aún más vulnerables.
Hay una estrategia, que entiendo central, que se repiten en los procesos de tortura que
ataca de algún modo la memoria (posiblemente que esto puede no haber sido su objetivo
inmediato, simplemente digo que terminan funcionando así). Esta es la necesidad de no
ver lo que allí sucedía, de no enterarse, lo que implicaba también no conocer y no reaccio-
nar, más allá de que algo se ha dicho respecto de las vendas en los ojos como imposibili-
dad física de ver en los centros clandestinos de detención de la dictadura esta prohibición
iba mucho más allá e incluso en muchos casos podía prescindir de esas vendas. Se logra de
este modo que la historia sea mucho más arduamente reconstruida por l*s sobrevivientes
quienes no pudieron ver lo que pasaba, la memoria se construye en los intersticios, en las
fisuras, en las resistencias.
Respecto de la necesidad de no ver lo que allí sucedía Bettelheim cuenta una situación
que resulta significativa:
En la columna había dos hermanos vieneses, llamados Hamber. Uno de ellos al arrojarse al

suelo perdió los lentes que cayeron en una zanja llena de agua, al lado del camino. Usando la

fórmula correcta, le pidió permiso al SS para dejar la formación y recuperar sus lentes (…)

Pero al pedir permiso para actuar fuera del grupo, el prisionero se distinguió. Después de ob-

tener permiso, se zambulló en la zanja llena de agua, para buscar sus anteojos. Salió sin ellos y

se zumbulló de nuevo. Después desistió: pero el SS lo forzó a zambullirse una y otra vez (…)

hasta que murió ahogado o por una falla del corazón. Lo sucedido después no es totalmente

claro, pues los informes disponibles son contradictorios. Esto, entre paréntesis, es típico de la

distorsión inmediata de los relatos de lo sucedido en el campo de concentración. Entre otras

razones, porque sobrevivir en el campo de concentración requería no solo permanecer sin

descollar sino también no “observar”. El relato como se ofrece aquí, se basó en tres informes

independientes del suceso, que concuerdan en lo esencial(…) A todo el grupo de acarreo lo

llevaron esa noche ante el comandante del campo de concentración, y le pidieron que mani-

48
festara lo que sabía del incidente. Todos afirmaron que no habían visto nada, y no podían dar

información pues era exactamente lo esperado de un prisionero: no ver, no oír ni decir nada de

lo que sucedía en el campo de concentración. Solo el hermano de Hamber se sintió obligado

a hacer algo para vengar el asesinato. Afirmó que su hermano murió después de haber sido

obligado por el SS a zambullirse. (…) además de haber perdido a su hermano ese día, Hamber

temía por su vida y su cuadrilla de trabajo y hacer frente a los reproches de sus camaradas.

Estas eran las consecuencias para un prisionero que trataba de comportarse como individuo

(…) (Bettelheim 1960: 131-3)

El hermano de Hamber fue luego separado, llevado a un lugar especial de tortura y


nunca más supieron de él. En los campos de concentración nazis podían incluso evitarse
la necesidad de poner vendas materiales sobre los ojos, la obligación era no ver. Es dema-
siado difícil dimensionar como esta prohibición afecta la propia percepción de los sujetos
a los que sometía. Cómo es posible no ver, viendo. No ver aquello que no se molesta en
ocultarse de nuestra vista. Como marca el autor cuando habla de las diferentes versiones
que circulaban, no es tan simple como ver y luego mentir respecto de que no se ha visto, la
realidad es, también, el resultado de nuestras interpretaciones, ver cuando está prohibido,
necesariamente tiene que modificar la forma en que vemos.
En este sentido, Reyes Mate explica que “Se entenderá ahora por qué Aushwitz es tan
importante para la memoria. Al ser, sobre todo, un proyecto de olvido, no podemos aproxi-
marnos a él sin poner en juego la sustancia anamnética. Conocer Auschwitz –sabiendo que
comprenderlo es imposible- es movilizar todo el contenido epistémico de la recordación”
(citado en Bergalli, Rivera, 2010; 33)
Los centros clandestinos de detención argentinos fueron, en este sentido, más litera-
les, l*s detenid*s no podían ver y para esto eran vendad*s y encapuchad*s. Sin embar-
go, esto no quita la fuerza de la prohibición, la imposibilidad de sacarse la venda, de
algún modo de aceptar que no se podía ver. Al encontrarse los centros en una situación
de clandestinidad la necesidad de no ver resultaba de una funcionalidad inmediata
para l*s torturador*s; Fernando Eustaquio Adamow recuerda que: “un día cuando “el
Tío” le trajo la comida, el dicente vio las botas, y cuando aquel advirtió que lo estaba
mirando lo dejó sin comer y a paso acelerado lo pateó y se fue. La sensación que dijo

49
tener fue que era personal policial ya que vio las botas típicas de la policía, pero no
pudo asegurarlo”. Solo ante la amenaza de que mediante una rendija por debajo de la
venda el secuestrado pudiera advertir a que fuerza de seguridad pertenecían sus cap-
tores estos reaccionaban aumentando los niveles de violencia. Carlos Alberto de Fran-
cesco respecto de su experiencia dijo que “siempre estuvo vendado, pero en momentos
que se quedaban solos se aflojaban la venda, porque estaban amenazados de que si los
veían los mataban”.
La imposibilidad de ver, más o menos física según los casos, corta muchos de los vín-
culos que las personas detenidas podrían haber establecido con otr*s detenid*s y con su
entorno en general. No poder ver también implica no poder relacionarse, no poder generar
ningún tipo de solidaridad o empatía que serían sancionadas. Pero además (o consecuente-
mente) implica el cercenamiento de una parte de un*, somos también lo que vemos, lo que
percibimos, esta prohibición también ataca eso.
Es imposible juzgar las estrategias que se desarrollan para sobrevivir lo inhumano,
seguramente no podemos establecer una lógica prescriptiva respecto de lo que es correcto
hacer en esos momentos donde la vida se torna imposible de ser vivida. Sin embargo si
podemos escuchar sus experiencias y podemos recuperar a quienes, incluso en esas cir-
cunstancias, mantuvieron dosis de humanidad, que, contradictoriamente con lo impuesto
desde las autoridades de los campos de detención les permitieron sobrevivir tanto adentro
como en la libertad posterior a esas experiencias concentracionarias.
Estas experiencias no son en absoluto patrimonio exclusivo de quienes fueron secues-
trados y permanecieron detenidos en campos de concentración. La experiencia de las Ma-
dres de Plaza de Mayo sin dudas representa una de las más reconocidas experiencias de
ejercicio de la memoria como resistencia a nivel internacional. Pero habrán existido tantas
otras menores, tal vez menos heróicas, pero igualmente parte de esa historia colectiva que
intentó ser invisibilizada.
No se trata aquí de idealizar, no hay resistencias infalibles y la no podemos pensar que
la forma de evitar futuros genocidios sea que tod*s estemos mejor preparad*s para resistir.
Sin dudas hay personalidades muy diversas y bajo ningún punto de vista podemos pensar
que es una responsabilidad individual generar estrategias para resistir a lo irresistible.
Únicamente, insisto, podemos mirar las estrategias que se generaron.

50
1.6 Políticas de memoria.

A partir de esta búsqueda de una memoria colectiva se han desarrollado las llamadas
políticas de memoria, que intentaron construir una forma de entender y de interpretar esos
pasados trágicos, organizada a partir de los estados nacionales o en algunos casos de ins-
tituciones diferentes.
Estas memorias que fueron individuales logran colectivizarse y avanzar en relación a la
memoria social siempre y cuando haya habido cambios en relación a la política imperante
en determinados regímenes. La memoria es resistencia y es poder, necesariamente, no se
construye por fuera de esas relaciones. En este sentido es Bergalli quien entiende que:
(…) no puede haber memoria o memorias de las víctimas, que es la verdadera esencia de la me-

moria del Mal terrible que estamos hablando, si no ha habido una ruptura del régimen anterior

(Forero, 2012: 24).

(…) la memoria es algo que también se construye con poder. Es decir: las memorias o la me-

moria colectiva. No está ausente el poder. En la medida en que esa rememoración se manifiesta,

se formula, con cierto soporte, apoyo, capacidad de difundirse, etc. es porque está utilizando

el poder, cualquier poder. Obviamente que el poder político es más eficaz, entre comillas, para

difundir memorias. Y de hecho es así. Y por eso la expresión <<políticas de la memoria>> tan

usada y tan empleada en distintos ámbitos ha tenido tanta receptividad. Porque con las memorias

se hace política. Y esas políticas tienen un objeto especial, cual es el de obtener adherentes a esa

memoria, o persuadir a los desmemoriados, o a quienes tienen otras memorias, de que esa es la

política correcta. (Forero, 2012: 23/24)

Esto no implica en absoluto entender que mientras los estados no retoman esa
memoria de las víctimas esta no exista, por el contrario hay otras multitud de mani-
festaciones de construcción de esa memoria, en la literatura, el cine, las narrativas
populares que se han encargado de generar esa otro relato respecto de lo sucedido,
ese relato que, como todos los de l*s vencid*s se diferencia del oficial por ser frag-
mentario, inconcluso, e incluso muchas veces contradictorio. Frente a las historias
oficiales homogéneas, coherentes y completas aparece el relato de quienes fueron
vencid*s (Macciuci; 2010).

51
Sin embargo las políticas de memoria, organizadas desde el estado con la participación
de otros actores es una muestra evidente de un cambio en una correlación de fuerzas, si
quienes fueron víctimas hoy logran imponer determinadas consignas relatos o perspecti-
vas es porque de algún modo su situación se ha transformado. Pero este trabajo es también
el propuesto por Benjamin para recuperar la memoria, poner en tela de juicio la selección
hecha por la historia y finalmente recuperar la existencia de las víctimas de las fuerzas
de seguridad estatales, las víctimas de ese supuesto progreso (Forero, 2012:57). De este
modo también podemos transformar qué pasado tiene incidente en el presente. Claramente
lo manifiesta Scheerer cuando explica que:
Y ¿a qué realidad se refiere, cuando Benjamin dice que lo importante de la historia, de la memoria,

es el pasado? ¿a qué pasado se refiere? No se refiere a cualquier pasado. Entiende que hay dos

tipos de pasado: hay un pasado que ya está presente en el presente, y eso no le merece mayor in-

terés; si los historiadores quieren entretenerse con ello, pues que se entretengan. El pasado de los

vencedores siempre está presente en el presente. Porque la historia se construye sobre el triunfo de

los que ganan, que entregan a la generación siguiente el resultado de su triunfo como una especie

de patrimonio que la generación siguiente recibe, cultiva y desarrolla (…) Nosotros somos los he-

rederos de esa decisión. No somos los herederos de los excluidos, somos los herederos de los que

se quedaron, de los que triunfaron. A Benjamin eso no le interesa mucho esa herencia porque está

presente. Lo interesante es ver la presencia de lo ausente. La memoria es presencia de lo ausente,

la memoria se dirige a ese pasado que está ausente en el presente. (Forero, 2012: 74)

Comenzar por entendernos y repensarnos como hereder*s de las víctimas no es el final


sino el comienzo de una larga tarea, porque no es esa la historia que se ha construido, la
que nos contaron o la que estudian las ciencias que estudiamos, por el contrario es el prin-
cipio de un profundo trabajo. Ahora bien, para qué comenzaríamos este trabajo, cuál sería
el sentido respecto de recuperar esa memoria vencida. Bergalli da algunas pistas cuando
plantea la posibilidad (y la necesidad) de aprender de esa memoria para pensar y actuar
sobre nuestro presente:
Por lo tanto, para mantener entonces una continuidad en esas políticas respecto del pasado, o hacia

el pasado, o mantener esa continuidad, sería por tanto la utilidad principal de eso que llamamos la

memoria colectiva; o sea, el aprendizaje colectivo; la utilización del pasado, sobre todo del pasado

52
traumático como enseñanza para el presente mediante la articulación de sus discursos públicos

(…) utilizando diferentes materias primas, primero: ejercen de sostén de la moral social; segundo,

delimitan la identidad personal y grupal en aras de orientar la acción personal y colectiva futura;

y, tercero, conservan e interpretan la experiencia acumulada respectivamente. (Forero, 2012: 30)

Parecería haber un consenso, por lo menos en el ámbito de lo explicitado, respecto de


la necesidad de construir ese nunca más al que se aludía. Sin embargo no creo que haya en
absoluto una unanimidad de miradas respecto de cómo lograrlo; cuáles serían los caminos
a seguir, que lecciones son las que tenemos que aprender de esa memoria, son sin dudas
preguntas con una multiplicidad de respuestas posibles.

Entiendo que las diferentes políticas que se han creado como “políticas de la memoria”
responden en alguna medida a estas divergencias respecto de cómo avanzar en la recons-
trucción de la memoria, pero también de cómo intentar que esa historia no se repita. En
este sentido se han creado por ejemplo comisiones por la verdad, que buscaban esclarecer
los hechos sucedidos y las víctimas de ellos aun cuando no, muchas veces, las responsabi-
lidades de l*s victimari*s (a veces desde la imposibilidad, otras con la perspectiva de que
indicar culpables podría generar una lógica de venganza que iría en contra de un proceso
de pacificación); juicios por la verdad; espacios de derechos humanos, currículas escola-
res que retoman la materia, indemnizaciones a familiares de las víctimas entre otras.
Una mención especial merece sin duda la política “antimonumentalista” impulsada en
Alemania que intenta recordar lo sucedido durante el nazismo mediante “marcas” para
la memoria, o espacios de reflexión y no grandes monumentos, es que de algún modo la
construcción de la memoria de los/as vencidos/as, construir a través de esta una memoria
colectiva, no puede implicar una espectacularización de lo sucedido, ni un exaltamiento.
La política anti-monumentalista en Alemania logra acercar lo sucedido al presente, marca
pequeños hechos que fueron dando paso a la inmensa maquinaria de industrialización de
la muerte, y la acerca en términos geográficos y en términos humanos.7 Los juicios por
la verdad sin dudas han representado una política de memoria particular, sin embargo no
avanzare sobre esto aquí ya que será abordado más adelante en el desarrollo de la tesis.

7 Esta política ha sido retomada en otros países y sería interesante realizar un análisis más completo respecto de su

53
2. El estado y el poder punitivo.

Aclaraciones preliminares:
Para el presente trabajo adquiere particular complejidad la cuestión del Estado, la que
sin dudas se ve reflejada al intentar delimitar un marco teórico para avanzar en este ejerci-
cio. Al pensar las respuestas estatales frente al genocidio ocurrido en Argentina durante la
última dictadura cívico militar, particularmente las respuestas organizadas a través del Po-
der Judicial tanto en los Juicios por la Verdad como en los juicios penales, el rol del estado
se nos presenta como –al menos– duplicado. El estado es por un lado el organizador de la
violencia legítima de la que tiene el monopolio y por otro lado quien resulta sancionado
por esta violencia. En dos momentos históricos el estado despliega poder punitivo, en la
segunda oportunidad para juzgar los hechos cometidos en la primera. De este modo es
necesario pensar el carácter sancionador del estado por un lado y por el otro la posibilidad
de que ese estado (y particularmente a través de las mismas fuerzas que ejercen violencia
legal en muchos casos) cometa crímenes.
El objetivo principal de este trabajo planteaba analizar el proceso que ha tenido lugar
en Argentina en relación al reconocimiento del derecho a la verdad respecto del genocidio
que tuvo lugar durante la dictadura cívico militar que gobernó entre 1976 y 1983. Y reali-
zar esta observación en el marco de las respuestas estatales brindadas en distintas coyun-
turas político-judiciales ante los delitos cometidos por miembros de las fuerzas de seguri-
dad estatales. Ya aparece aquí el doble rol estatal, dando las respuestas y cometiendo los
delitos, entiendo que sin dudas de aquí se desprende la necesidad de pensar en ese doble
plano. Esto se potencia aún más cuando las respuestas brindadas por el estado comienzan
a ser encarnadas por ese mismo poder punitivo, como sucede en Argentina con los juicios
penales realizados a genocidas, con las nuevas preguntas que de aquí se desprenden: ¿es
posible utilizar ese poder punitivo para sancionarlo, para limitar su uso de un modo crimi-
nal? Para esto es necesario nuevamente volver a su repensar su carácter ontológico.
De este modo organizaré el siguiente apartado partiendo de ver de dónde surge y a
qué responde el monopolio que ostenta el estado del uso de la violencia legítima en las

recuperación o funcionamiento. En Argentina, en la ciudad de La Plata por ejemplo, se colocan baldosas blancas en los
lugares donde se sabe que fueron secuestradas personas durante la última dictadura cívico-militar, estas baldosas tienen
grabado el nombre de la persona desaparecida y la fecha del secuestro.

54
sociedades modernas. Para esto trabajare en un primer apartado entendiendo al derecho
como un derecho de la desigualdad, siguiendo principalmente a Marx y a Lenin, a conti-
nuación abordaré el poder punitivo y la teoría del valor, en particular según lo desarrolla
Pašukanis. Finalmente para completar una línea de desarrollo crítico analizaré brevemente
algunos desarrollos posteriores a los efectos de completar un panorama teórico que piensa
el poder punitivo desde una concepción extrasistémica, poniéndolo permanentemente en
tela de juicio.
En un segundo momento analizaré el otro rol que asume el estado dentro de mi planteo
de investigación, el de ser quien comete los delitos. Sin dudas el estado como estructura
compleja tiene la posibilidad de infringir las normas que se autoimpone de infinidad de
maneras diferentes. En esta oportunidad abordaré particularmente los delitos que el estado
comete a través de sus fuerzas represivas.
Finalmente, de un modo cada vez más acotado a lo que pretendo investigar, analizare al-
gunas discusiones teóricas respecto de las respuestas estatales frente a los crímenes come-
tidos por el mismo estado. Sin dudas este último apartado deja preguntas abiertas que son
las que más adelante pretendo poner en diálogo con mi investigación a lo largo del trabajo.

2.1.- Introducción

El carácter del estado y la cuestión del gobierno en general, y en los estados modernos
en particular son de los grandes temas de análisis de la filosofía, la sociología y la políti-
ca. No es la intención en este escueto apartado siquiera acercarme a una respuesta a esas
preguntas. Simplemente pretendo acercarme en un recorrido necesariamente demasiado
breve al ejercicio, a través del estado, del poder punitivo.
Este recorrido, igual que cualquier otro, salvo que tal vez en este caso de modo más ma-
nifiesto, no puede ser neutral. En este punto cabe la aclaración, ya previamente formulada,
de que esta tesis se suscribe dentro de la línea del materialismo dialéctico como el modo
que mejor nos permite acercarnos a mirar la realidad, aquello que queramos estudiar. En-
tiendo a la sociedad dividida en clases enfrentadas entre si irreconciliablemente. Precisa-
mente distint*s autor*s han leído al estado como una consecuencia, una cristalización de

55
esta lucha entre las clases que no pueden resolverse más que mediante una institución que
pretenda presentarse como neutral, o ajena a esas clases. En este sentido el monopolio del
ejercicio de la violencia legítima que tienen los estados modernos (ya que cualquier otra
violencia ejercida por particulares o por grupos es susceptible de ser sancionada o declara-
da ilegal) tiene un rol central en mantener esa confrontación en términos que podrían pare-
cer pacíficos pero que eventualmente únicamente garantizan la continuidad del status quo.
Dice Engels en su libro El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado:
El Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde afuera de la sociedad; tampoco es

“la realidad de la idea moral”, ni “la imagen y la realidad de la razón”, como afirma Hegel. Es

más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la

confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo mismo

y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin

de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí

mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado

aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los

límites del orden. Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se

divorcia de ella más y más es el estado” (Engels, [1884] 2007: 258)

La necesidad de establecer desde el seno de la propia sociedad un poder que se presente


como ajeno a la misma, como exento de las contradicciones que la atraviesan, se deriva
precisamente del carácter irreconciliable de esas contradicciones (Lenin, [1918] 1960:
306). Si esto fuera de otro modo, si los intereses de esas clases resultaran complementa-
rios o conciliables sin dudas no sería necesaria esta construcción político y jurídica.
Ahora bien, como dije, el monopolio del ejercicio de la violencia legítima resulta, sin
dudas, uno de los caracteres centrales (sino el más importante), de estos estados moder-
nos. Para hacer uso de ese ejercicio los estados se basan, tal vez por primera vez en la his-
toria de un modo sistemático y generalizado, de fuerzas armadas especializadas. Es decir,
no será ya el conjunto de la población armada el que la defienda frente a ataques exteriores
sino que se organizan fuerzas especiales las cuales, no solo pueden funcionar respecto de
otras fuerzas nacionales, sino que, especialmente, se desarrollan de cara al interior de la
sociedad, y en miras a la contradicción entre clases vigente.

56
En este sentido dice Engels:
Frente a la antigua organización gentilicia, el Estado se caracteriza, en primer lugar,

por la agrupación de sus súbditos según divisiones territoriales (…) Esta organización

de los súbditos del Estado conforme al territorio es común a todos los estados. Por eso

nos parece natural, (…) pero en anteriores capítulos hemos visto cuán porfiadas y largar

luchas fueron menester antes de que en Atenas y Roma pudieran sustituir a la antigua

organización gentilicia El segundo rasgo característico es la institución de una fuerza

pública que ya no es el pueblo armado. Esta fuerza pública especial se hace necesaria

porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización ar-

mada espontanea de la población (…) Esta fuerza pública existe en todo Estado; y no

está formada sólo por hombres armados sino también por aditamentos materiales, las

cárceles y las instituciones coercitivas de todo género que la sociedad gentilicia no co-

nocía. (Engels, [1884] 2007: 258/9)

La fuerza pública se fortalece a medida que los antagonismos de clase se exacerban

dentro del estado y a medida que se hacen más grandes y más poblados los estados colin-

dantes. Y si no, examínese nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y la rivalidad

en las conquistan han hecho crecer tanto la fuerza pública que ésta amenaza con devorar

a la sociedad entera y aun al Estado mismo. (Engels, [1884] 2007: 258/9)

El hecho de desarmar ese carácter “natural” de las fuerzas armadas especializadas es el


que nos permitirá, a continuación, poder pensarlas en relación estrecha con un desarrollo
social general. Es decir, el poder punitivo no tiene un desarrollo autónomo, o aislado, sino
que por el contrario responder a las necesidades concretas que garantiza el estado, es decir
a la continuidad de la dominación de una clase por otra.

2.2.- El derecho como derecho de la desigualdad

El derecho penal cumple en este plano un rol central en la legitimación de todo este
aparato punitivo. Logra organizar en base a leyes que se presumen universalmente co-
nocidas la sanción a determinadas acciones (que también se presumen universalmente

57
repudiables) y de este modo un control sobre los actos y la protección y jerarquización
de algunos derechos (de algunas personas). Pero el derecho penal funciona como base
de legitimidad, luego, como órganos ejecutores es necesario mencionar al menos tres
instituciones centrales: la policía, el poder judicial, y la cárcel. Estas además tienen
una faceta estática y otra dinámica, explica Bergalli que “hablamos, por un lado, de
sistema penal estático o abstracto, para designar aquel nivel de los sistemas penales
que únicamente se ocupan (por parte de los juristas) de la producción y estudio del
sistema de preceptos-reglas o normas que definen los conceptos de delito y pena;
mientras, por el otro lado, aludimos al sistema penal dinámico o concreto para referir
las actividades de aquellas instancias o agencias de aplicación del control punitivo”
(Bergalli; 2005). De este modo se despliega, al menos formalmente, el poder punitivo
al interior de una sociedad.
Ahora bien en lo que respecta a ese derecho penal que legitima el uso de la violencia
estatal, me parece interesante analizar, en un primer momento al derecho en su conjunto
como un derecho de la desigualdad. Entendiendo que tanto este como el mismo estado
como quedó de manifiesto anteriormente, resultan elementos superestructurales. Es decir
que no podrían existir sin una base material previa, y no puede pensarse en su destrucción
sin la eliminación de esa base material (en este sentido el Estado se desarrollaba como
consecuencia de una lucha de clases de carácter irreconciliable, y no podría extinguirse
sin una modificación estructural en el modo productivo que se organiza a partir de la ex-
plotación de una clase por la otra); aún cuando más allá de estos condicionantes tienen, sin
dudas, una capacidad de desarrollo y movimiento que resultan propia muy amplia.
De este modo, quiero detenerme brevemente en particular en lo escrito por Marx en
“La crítica al programa de Gotha” analizando las sociedades transicionales donde el
trabajo de cada persona en lugar de ser parte del trabajo común sin más mantiene su ca-
rácter de trabajo individual según el cual será recompensado cada un*. Respecto de estas
sociedades entiende que
“el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués, aunque ahora el principio

y la práctica ya no se tiran de los pelos mientras que en el régimen de intercambio de mercan-

cías, el intercambio del equivalentes no se da más que como término medio y no en los casos

individuales. A pesar de este progreso, este derecho igual sigue llevando implícita una limitación

58
burguesa. El derecho de los productores es proporcional al trabajo que han rendido; la igualdad,

aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo. Pero unos individuos son supe-

riores física o intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden

trabajar más tiempo; y el trabajo para servir de medida tiene que determinarse en cuanto a su

duración o intensidad; de otro modo deja de ser una medida. Este derecho igual y el trabajo para

servir de medida tiene que determinarse en cuanto a su duración o intensidad; de otro modo deja

de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce

ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un obrero como los de-

más; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitu-

des de los individuos, y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo es,

por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por

su naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían

distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre

y cuando que se les enfoque desde un punto de vista igual, siempre y cuando que se les mire

solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso concreto, sólo en cuanto obreros,

y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: unos

obreros están casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc. A igual trabajo y, por

consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más

que otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino

desigual. Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y

como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho

no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por

ella condicionado. En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la

subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición

entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de

vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus

aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la

riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho

burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según sus capacidades; a

cada cual, según sus necesidades!” (Marx, [1891] 2000)

59
Valga la extensión de la cita a los efectos de no falsear la claridad del desarrollo dia-
léctico de la exposición. El derecho es siempre entonces un derecho de la desigualdad, la
voluntad de presentar a quienes resultan regidos por él como iguales responde a la misma
ficción de entenderl* s como ciudadan*s libres de contratar su fuerza de trabajo. Sin dudas
las desigualdades humanas no se resuelven automáticamente al eliminar las desigualdades
de clase y el derecho, como se presente, pasa por alto estas diferencias.
Creo que esta reflexión nos permite avanzar en entender el carácter del derecho en los esta-
dos capitalistas y a partir de este lugar poder pensar en el derecho penal y en el poder punitivo
como una herramienta específica, y aún más violenta, en esta desigualdad.
Ahora creo que, tal vez paradójicamente por lo que aparentarían, las garantías individuales,
presentadas como límites al poder punitivo del estado, cumplen del algún modo la misma fun-
ción. Nos presentan como sujetos iguales sometidos sin mediaciones a un derecho penal creado
y ejecutado por un estado imparcial libre de las contradicciones que ordenan la sociedad. Sin
embargo las garantías penales han sido pensadas históricamente por los mismos teóricos polí-
ticos que explicaron el estado liberal burgués, son sin dudas una parte fundamental de la cons-
trucción de la legitimación de una forma estatal y de su presentación como, al menos, neutral.
Esto no implica en lo absoluto desconocer el carácter progresivo que desempeñan estas garan-
tías actualmente, el derecho penal organizado desde un estado que defiende intereses de clase,
lógicamente se orienta en contra de las clases subalternas y de quienes pretenden subvertir ese
orden de cosas. En esta situación las garantías individuales resultan una herramienta defensiva
central a la hora de intentar delimitar ese poder represivo, o al menos de denunciar los avances
que se dan por fuera de los límites formalmente autoimpuestos ya que es claro que cada vez que
el estado necesitó defenderse salteándose las garantías penales lo ha hecho sin que esto ocasio-
ne posteriormente mayores problemas respecto de, por ejemplo, la comunidad internacional.
Este es el carácter dialéctico, contradictorio que define a las garantías penales.

2 . 3 . - P o d e r p u n i t i v o y t e o r í a d e l v a l o r. A p o r t e s t e ó r i c o s d e P a š u k a n i s .

Ahora bien, en lo que respecta específicamente al derecho penal, como parte de un po-
der punitivo más amplio, me parece interesante retomar la elaboración teórica de Pašuka-

60
nis. Este autor ruso concentra su trabajo principalmente en su libro “Teoría general del
derecho y del marxismo” que no está enfocado específicamente en el derecho penal. Por
el contrario el autor realiza un recorrido desde un enfoque materialista para entender al
derecho en la especificidad de la forma jurídica. Dentro de un sistema regido por la ley
del valor, que ordena los intercambios en base a la forma de mercancía Pašukanis analiza
las particularidades del derecho. Su foco se ordena exclusivamente en el derecho como
orden superestructural y no en la relación que este puede tener con la estructura, es decir
no estudia el contenido del derecho en función de la vigencia de determinadas relaciones
sociales en un momento concreto de la lucha de clases sino que analiza su estructura for-
mal y su funcionamiento en relación con categorías como la ideología, la mercancía, el
estado y la moral.
Sin embargo me interesa retomar en particular un último apartado que avanza en lo
que él denomina como “Derecho y Violación de derecho” -no deja de ser llamativo que el
derecho penal este encuadrado como violación de derecho-. Englobaría entonces en esta
categoría todas las violaciones a normas jurídicas, las que actualmente tienen resolucio-
nes en las distintas ramas del derecho tales como el administrativo, el civil o el laboral.
Cualquier sanción aplicada desde un ordenamiento jurídico más allá de su carácter parti-
cularmente penal. Esta observación no tiene que ver exclusivamente con una diferencia
de época o simplemente organizativa dentro de la legislación sino que, a mi entender,
demuestra como el autor no se detiene en los formas fetichistas que ordenan nuestros
ordenamientos jurídicos. Por el contrario analiza el contenido de la superestructura legal
más allá de su propia presentación.
El autor al momento de comprender el potencial de agresividad que tiene el derecho
penal respecto de las personas, de hecho parte de entender que cuanto más antigua es
una legislación más se inclina en su contenido hacía el derecho penal. (Pašukanis, [1927]
1976; 143). Es decir la normalidad solamente fue objeto de debate, incluso de definición
dentro del ámbito legislativo posteriormente en relación con aquellas conductas que re-
sultaban sancionadas. De este modo el robo fue objeto de regulación legal mucho antes
que la propiedad privada. Incluso en los primeros tiempos de constitución de los estados
modernos la ley funcionaba principalmente como reguladora o sancionadora de conductas
que se entendían desde el poder como no deseables más que de las relaciones cotidianas.

61
En este sentido dice el autor que:
De todas las clases de derecho es precisamente el derecho penal el que tiene el poder de agredir

a la personalidad individual lo más directa y brutalmente posible. Por esto también el derecho

penal ha suscitado siempre el mayor interés práctico. La ley y la pena que castiga su trasgresión

están, en general, estrechamente unidas la una a la otra de suerte que el derecho penal juega, por

decirlo llanamente, el papel de un representante del derecho en general: es una parte que reem-

plaza al todo (Pašukanis, [1927] 1976; 144)

A continuación analiza dos órdenes centrales en los que se enmarcaban las penas pú-
blicas impuestas a quienes infringían alguna de las situaciones previstas. Por un lado fun-
cionaron como fuente de recaudación para las cajas de quien ostentara el poder político
(de hecho es llamativo como en la actualidad esta función vuelve a cobrar fuerzas a pasos
acelerados, aunque sin dudas ese análisis excede el contenido del presente trabajo). Por
el otro lado aparece la pena como un medio para “mantener la disciplina y mantener la
autoridad del poder clerical y militar” (Pašukanis, [1927] 1976; 147). Con una lucidez
asombrosa ordena en muy pocas palabras aquello que l*s teóric*s de la pena aún en la
actualidad intentan dilucidar. La pena, ya sea que sirva como ejemplo para quienes per-
manecen en libertad, como adoctrinante para quien la recibe, o si no fuera más que para
retirarlo de la escena pública mediante el encierro, intenta sistemáticamente mantener
vigentes las autoridades de turno, y con ellas un status quo general. Al menos mientras
la lucha de clases no llegue a un punto tal que obligue a mantener un determinado orden
de cosas mediante un estado de guerra civil donde, la función del derecho en tiempos de
dominio estable se ve modificada.
Dentro de las autoridades que se mantienen mediante el derecho penal el autor hace una
mención especial a la iglesia y entiendo que un carácter religioso es central en el entendi-
miento del derecho penal. Este derecho no dice organizarse en función de establecer una
retribución a la víctima que ha sido ofendida por determinado tipo delictivo sino que, por
el contrario intenta reparar una violación a una ley que se presenta como universalmente
deseable. Se dice que el estado expropia a la víctima de su derecho y se arroga la posi-
bilidad de avanzar en punición; sin embargo este carácter sancionatorio mantiene, como
veremos más adelante, un carácter resarcitorio, que se une con un motivo ideológico de

62
castigo divino, en términos de expiación o purificación. De este modo quienes resultan
señalad*s como culpables de un delito deben pagar una condena, cual si rezaran una can-
tidad determinada de padrenuestros, para volver a la sociedad purificados del mal cometi-
do. Es interesante que este carácter, lejos de ser secundario, permite organizar un sistema
de legitimidad alrededor de las sanciones que de otro modo, podría esperarse que tuvieran
un nivel de resistencias mucho más elevado. Explica Pašukanis que “La Iglesia quiere
así asocial al elemento material del resarcimiento el motivo ideológico de la expiación y
purificación (expiatio) y hacer así del derecho penal, construido sobre el principio de la
venganza privada, un medio más eficaz de mantenimiento de la disciplina social, es decir,
de la dominación de clase”. (Pašukanis, [1927] 1976; 148)
Sin embargo esta forma de mantener la autoridad resulta reemplazado por otras formas
de violencia estatal cuando peligra el dominio estable de la burguesía. Esta diferencia no
es cualitativa sino únicamente cuantitativa, de grados, en determinados momentos los
límites del derecho penal pueden tornarlo ineficaz y entonces el aparato coercitivo del
estado, que tiene en sus manos el monopolio de la violencia legítima, se activa del modo
que sea necesario. En este sentido Pašukanis resume claramente que:
La jurisdicción penal del Estado burgués es un terrorismo de clase organizado que no se diferencia

más que hasta cierto punto de las llamadas medidas excepcionales utilizadas durante la guerra

civil. (…) El hecho de que las medidas del primer tipo, es decir, las medidas penales, sean utili-

zadas principalmente contra elementos desclasados de la sociedad y las medidas del segundo tipo

principalmente contra los militantes más activos de una nueva clase que está a punto de alzarse con

el poder, no cambia en modo alguno la naturaleza de las cosas como sucede con la mayor o menor

corrección y totalidad del procedimiento empleado. (Pašukanis, [1927] 1976; 150)

Sin dudas la distribución que el autor realiza como categorías generales, es decir el he-
cho de que el derecho penal sea utilizado contra quienes son mantenid*s en los bordes del
sistema capitalista y que la guerra civil se organice contra una vanguardia políticamente
organizada, debe tomarse como una suposición analítica. Sin dudas podemos encontrar in-
finidad de casos en que el derecho penal ha sido usado contra militantes, lo que en general
se ha conocido como pres*s polític*s (como si hubiera pres*s naturales o no polític*s); y
por supuesto en los que la guerra civil avanza sobre el conjunto de la población más allá de

63
sus referentes organizad*s. Podría pensarse rápidamente en diversos ejemplos, la crimi-
nalización de la protesta social por un lado, y los homicidios o lesiones graves cometidas
desde las fuerzas de seguridad en intentos de represión de levantamientos populares donde
quienes resultan herid*s no son necesariamente l*s activistas del movimiento organiza-
do. Esto no contradice la tesis del autor, por el contrario refuerza la idea de la represión
estatal como un continuum sin diferencias cualitativas en los distintos casos, sin embargo
avanzar en un análisis en este sentido queda por fuera de las pretensiones de este trabajo.
Necesariamente para avanzar en una comprensión sobre como ejerce el estado su ca-
rácter violento, y particularmente el derecho penal, debe partirse del carácter antagónico
de la sociedad.
Las teorías del derecho penal que deducen los principios de la política penal de los intereses

de la sociedad en su conjunto son deformaciones conscientes o inconscientes de la realidad. La

<<sociedad en su conjunto>> no existe sino en la imaginación de los juristas: no existen de he-

cho más que clases que tienen intereses contradictorios. Todo sistema histórica determinado de

política penal lleva la marca de los intereses de la clase que lo ha realizado. (Pašukanis, [1927]

1976; 149).

En este sentido, todo el aparato legislativo se monta sobre una falacia similar a la idea
de la sociedad en su conjunto. Cada ciudadan*, libre y autónom* puede ejercer sus de-
rechos como cualquier otr*, más allá de sus condiciones materiales. Esta es la idea que
rige los estados modernos, más allá de que actualmente resulte erosionada incluso en lo
evidente por grupos de personas con menos derechos que otras como, por ejemplo, l*s
inmigrantes. Ahora bien esta idea se refuerza en el derecho penal, no solo todo*s l*s ciu-
dadan*s son iguales ante la ley que responderá del mismo modo ante acciones similares,
sino que los bienes jurídicos protegidos por las conductas sancionadas como delitos son
el interés general de la sociedad y por eso deben ser resguardados. En interesante pen-
sar que dentro de estos “bienes jurídicos”, es decir aquello que supuestamente pretende
resguardarse mediante la legislación penal, encontramos categorías tan variadas como la
vida, la integridad física, la propiedad privada, las arcas del estado o el orden público,
llegando incluso a la moral y las buenas costumbres en las legislaciones contravenciona-
les o de faltas.

64
El derecho, y en particular el derecho penal, se presenta como regulador de relaciones
entre personas libres, entre “propietarios de mercancías” que se limitan a intercambiarlas
por un valor acordado. Puedo elegir delinquir pero se que deberé “pagar un precio” por
ello, pareciera decir. Sin embargo esta presentación no soporta, como vimos, los momen-
tos de avanzada en la lucha de clases:
Pero como las relaciones sociales no se limitan a las relaciones abstractas de propietarios de

mercancías abstractos, la jurisdicción penal no es solamente una encarnación de la forma jurí-

dica abstracta, sino también un arma inmediata en la lucha de clases. Cuanto más aguda y en-

carnizada se hace esta lucha, la dominación de clase tiene más dificultades para realizase en el

interior de la forma jurídica. En este caso el tribunal <<imparcial>> con sus garantías jurídicas

es sustituido por una organización directa de la venganza de clase, cuyas acciones vienen guia-

das exclusivamente por consideraciones políticas (Pašukanis, [1927] 1976; 151)

Este antagonismo determina el carácter del derecho penal, Pašukanis se pregunta en-
tonces por su propio momento histórico. Entendiendo que solo en una sociedad sin clases
puede pensarse en un derecho penal libre de esta contradicción; sin embargo no queda
claro, al menos en la elaboración teórica de este autor en particular y de los juristas que
publicaron durante los años de la Revolución Rusa en general, si ese sistema penal sería
necesario y en tal caso, cuáles serían sus características. “Si la práctica penal del poder
del Estado es en su contenido y en su carácter un instrumento de defensa de la domina-
ción de clase, en su forma aparece como un elemento de la superestructura jurídica y
forma parte del sistema jurídico como una de sus ramas” (Pašukanis, [1927] 1976; 150).

Ahora bien, luego de toda esta exploración respecto de la función social que cumple
el derecho penal y las sanciones en particular, el autor avanza en entenderlo desde el
principio del equivalente. Según entiende el derecho penal está organizado en base a la
autodefensa. La autodefensa prorrogada en el tiempo pierde su carácter de inmediatez y
toma la forma de una venganza; esto representa un modo de intercambio particular. Histó-
ricamente autores pre-modernos han entendido las sanciones como un contrato que tiene
lugar a posteriori; es decir, se comete un delito y el ciclo contractual se cierra una vez que
la víctima ha sido resarcida o que quien ha delinquido ha pagado una condena. Estos dos

65
extremos poco tienen en común, sin embargo son sistemáticamente asimilados como si el
encarcelamiento de una persona restituyera los derechos de otra.
Los delitos y las penas se convierten así en lo que son, es decir, revisten un carácter jurídico

sobre la base de un contrato de retroventa. En tanto que se conserva esta forma la lucha de clases

se realiza como jurisdicción. Inversamente la denominación misma de derecho penal pierde toda

su significación si este principio de relación de equivalencia desaparece. El derecho penal es así

una parte integrante de la superestructura jurídica en la medida en que encarna una variedad de

esta forma fundamental de la sociedad moderna: la forma de equivalentes con todas sus conse-

cuencias. La realización cambio en el derecho penal es un aspecto de la constitución del Estado

de derecho como forma ideal de las relaciones entre los poseedores de mercancías independien-

tes e iguales que se encuentran sobre el mercado. (Pašukanis, [1927] 1976; 151)

Es interesante como, aún cuando, como se dijo, el estado se arroga el derecho de la vícti-
ma para actuar sobre la persona que ha delinquido, la estructura de negociación se mantiene.
En los juicios penales la figura del estado aparece desdoblada al menos en dos partes, un
juez y un fiscal; eventualmente también puede incluso representar la defensa del acusado
o de la acusada en el caso de que esta lo desee o no disponga de dinero para gestionarlo de
otra manera. El fiscal entonces pide una pena que entiende justa, realiza de algún modo una
oferta que será respondida por la defensa, generalmente en término de “rebaja”; el juicio aun
cuando intentaba presentarse por fuera de los intereses particulares o de la venganza, sigue
manteniendo el esquema de negociación. Finalmente el juez interviene determinando el justo
precio que deberá ser pagado por el delito cometido. Tanto debe mantenerse este esquema
que la parte acusada no puede presentarse al proceso sin una defensa, lo quiera o no el esta-
do garantiza que tenga una completando de este modo la representación, qué tipo de pacto
podría establecerse si el fiscal hiciera una oferta y no hubiera nadie para contraproponer, sin
dudas uno que al menos no se presentaría como tan confiable o genuino socialmente.
Este desdoblamiento por el cual el mismo poder del Estado aparece tanto en el papel de parte

judicial (fiscal) como en el de juez muestra que el proceso penal como forma jurídica es in-

separable de la figura de la víctima que exige <<reparación>> y por consiguiente de la forma

más general de un contrato (…) Si se le quita totalmente esta forma de contrato, se suprime al

proceso penal toda su <<alma jurídica>>. Imaginémosnos por un instante que el tribunal no se

66
ocupe sino de la manera en que las condiciones de vida del acusado podrían ser transformadas a

fin de enmendarle o a fin de proteger a la sociedad; entonces se volatilizaría en seguida toda la

significación del término mismo de <<pena>>. (Pašukanis, [1927] 1976; 151/2)

El planteo de Pašukanis resulta interesante por su carácter disruptivo, realmente avanzar


respecto de enmendar el daño causado por un delito, o proteger a posibles futuras víctimas de
algunas agresiones no se encuentra “naturalmente” ligado al concepto de pena. Por el contra-
rio al momento de negociar un “monto” de condena u otro estas variables resultan ostensible-
mente dejadas de lado. De este modo se elabora un andamiaje punitivo más centrado en los
elementos de negociación que en la posibilidad de avanzar en mejores condiciones de vida.
En esta línea de pensamiento otra de las cuestiones centrales que aparecen es el con-
cepto de responsabilidad. En la antigüedad simplemente existía la idea de daño, es decir,
la sanción adjudicada a determinadas acciones respondía a su dañosidad. Es por esto que
Edipo después de tener relaciones sexuales con su madre y matar a su padre debe arran-
carse los ojos, aun cuando él no fuera consciente de lo que había hecho al momento de
hacerlo. Esto para el derecho penal moderno sería impensable pero en ese momento la
categoría de responsabilidad se relacionaba estrictamente con el daño objetivo causado y
no con la voluntad o no de una persona de ocasionarlo.
Sin embargo en la actualidad el monto punitivo se modifica si el autor o la autora actuó
con dolo, es decir con la intención de realizar el delito respecto de si lo hizo con culpa,
sin la previsión del resultado pero pudiendo haberlo previsto. Este último caso solo es
sancionado excepcionalmente.
El concepto de responsabilidad es indispensable si la pena se presenta como un medio de retri-

bución. El delincuente responde con su libertad de un delito cometido y responde de él por un

quantum de libertad que es proporcional a la gravedad del delito. Esta noción es completamente

superflua donde la pena haya perdido su carácter de equivalencia. Pero si no existe ya ningún

rastro del principio de equivalencia la pena deja de ser una pena en el sentido jurídico del térmi-

no. (Pašukanis, [1927] 1976; 153)

Ahora bien, cuál es el valor común que rige estos intercambios, a lo largo de la his-
toria han variado fuertemente. Lo interesante es que la prisión, la que aún conocemos

67
como paradigma de la sanción penal, únicamente existe como pena a partir de la segun-
da mitad del siglo XVIII (Foucault [1975] 1976). Es decir, si bien existían las prisiones
como lugar donde se mantenía a l*s acusad*s hasta el momento de la sentencia, estas
no funcionaban como pena. Se ha dado una explicación que responde a la racionalidad
de la pena, la prisión dejaría de lado los castigos corporales, como si encerrar el cuer-
po fuera un castigo ejercido de algún modo difícil de comprender únicamente sobre el
alma. Era un castigo menos cruento en principio, aunque mucho podría discutirse sobre
la posibilidad de establecer una vara sobre la crueldad y sobre si el encierro ocupa o
no el último lugar.
Sin embargo aparece otra explicación que resulta de algún modo más transparente:
“Para que la idea de la posibilidad de reparar el delito por un quantum de libertad abs-
tractamente predeterminado haya podido nacer, ha sido necesario que todas las formas
concretas de la riqueza social hayan sido reducidas a la forma más abstracta y más sim-
ple, al trabajo humano medido por el tiempo”. (Pašukanis, [1927] 1976; 154). Quienes
son condenad*s como delincuentes “pagan” su condena con tiempo, el lapso en la cárcel
deja de medirse en sufrimiento ocasionado y pasa a organizarse en medidas temporales,
que son la medida en que puede valuarse la venta de la fuerza de trabajo. “Pagan” enton-
ces, de algún modo, con el mismo equivalente universal que rige el resto de los intercam-
bios producidos socialmente.
Ahora bien, el estadoplantea un intercambio que se presenta como “justo” con partes
negociadoras, necesariamente presentes y un “tercero imparcial” que determina el valor
último de la condena. “En una palabra, el Estado plantea su relación con el delincuente
como un cambio comercial de buena fe: en esto consiste precisamente el significado de
las garantías de procedimiento penal” (Pašukanis, [1927] 1976; 156). Las garantías re-
presentan entonces, como se dijo, una parte central de la legitimidad, de la pretensión de
hegemonía de la que se recubre la coerción ejercida mediante el derecho penal. No son, en
absoluto, un triunfo del pueblo que logra ponerle límites al poder punitivo del estado aun
cuando, en situaciones concretas resulten progresivas e incluso indispensables. Eventual-
mente, cuando al Estado no le alcance con el derecho penal, avanzara con la guerra civil
que no requiere garantías de ningún tipo, el único límite entonces al poder punitivo del
estado, es aquel que pueda imponérsele en la lucha de clases.

68
Solo a modo de escueta mención no puede dejar de resaltarse el carácter patologizante
que adquiere el texto cuando dice que las medidas eventualmente tendrán carácter médico
y pedagógico. Sin dudas es propio del espíritu de la época entender que quienes come-
tían delitos eran personas que padecían enfermedades psiquiátricas o incluso que tenían
características físicas o biológicas que las condicionaban en ese sentido. Sin embargo
esa tendencia renace con fuerza actualmente en relación a investigaciones desarrollados
en los países centrales del capital sobre neurociencias y consecuencias en los planteos
punitivos. Es por eso que es importante dejar en claro en esta instancia el carácter social
de la vulneración de la norma, que por otro lado también es socialmente sancionada y no
regula derechos o “bienes jurídicos” naturalmente ponderados. Por otro lado el carácter
pedagógico también debería ser evaluado en función de cuál sea la acción sancionada, y
las situaciones concretas de vulneración de esa norma.
Lo cierto, es que, nuevamente como dice Pašukanis:
“Se puede obligar a un individuo a pagar por una cierta acción, pero es impensable que se pue-

da hacer pagar por el hecho de que la sociedad lo considere peligroso. Precisamente por esto

la pena supone un tipo legal delictivo fijado con precisión, mientras que la medida de defensa

social no tiene necesidad de ella. La acción a pagar es una coerción jurídica que se ejerce sobre

el sujeto en el interior del cuadro de las formas procesales, de la sentención y de su ejecución.

(Pašukanis, [1927] 1976; 159)

Que podamos concebir la posibilidad de regular un “pago” por una acción dañosa, me-
dible en tiempo, sin diferencias más que de meses o años entre distintos delitos, distintas
acciones y distintas personas que los cometan, da cuenta del carácter fetichista que tene-
mos respecto de la forma-mercancía. Dentro del estado transición este derecho puede mo-
dificarse sin dudas en su carácter coyuntural, deja de estar al servicio de la burguesía para
ubicarse a disposición del proletariado y esto no es una modificación menor. Sin embargo,
a la hora de analizar su forma más concreta en relación a su contenido este permanece,
más allá de las declaraciones de intenciones, con características similares a las que tenía
en un estado burgués.
Sin dudas el derecho penal es uno de los más primitivos, en los que la forma contractual
se encuentra menos evidente, pero también uno de los más representativos al momento de

69
analizar la evolución jurídica. En este sentido, en palabras del propio Pašukanis, puede
recordarse que:
Los conceptos de delito y de pena son, como se deduce de lo dicho precedentemente, determi-

naciones indispensables de la forma jurídica, de la que no podremos desembarazarnos mientras

no comience la extinción de la superestructura jurídica en general. Y cuando se comience a

eliminar –en la práctica y no solamente a nivel de declaraciones- estos conceptos operando sin

ellos, tendremos la mejor prueba de que el limitado horizonte del derecho burgués se está por fin

desvaneciendo delante de nosotros. (Pašukanis, [1927] 1976; 160)

2.4.- Desarrollos teóricos críticos o extra-sistémicos.

Los desarrollos doctrinarios que vengo reseñando no dejan de ser minoritarios en la


academia. La producción teórica desarrollada desde la criminología, y sin dudas mucho
más aún desde el derecho penal sistemáticamente ha invisibilizado este rol social del po-
der punitivo. Por el contrario se presenta como una herramienta para sancionar a quienes
atentan contra los intereses sociales generales sin mayor problematización. Llamativa-
mente los grandes esfuerzos interpretativos han estado orientados a pensar por qué se co-
meten determinados delitos, en este sentido se desarrollaron explicaciones desde médicas
o psicológicas-psiquiatricas, hasta sociales o urbanas (la proliferación de la delincuencia
en determinados barrios por ejemplo). Sin embargo esto naturaliza el concepto de delito,
como si fuera un fenómeno que sin más se nos presenta para el estudio, respecto del cual
no es necesario estudiar su origen, los intereses que respalda o incluso su necesidad.
Es recién la criminología crítica, durante el siglo XX la que plantea esta pregunta que,
para quienes no son especialistas en la materia, podría presentarse como espontánea o
prioritaria. Alesandro Baratta, en su libro Criminología crítica y crítica del derecho penal
señala que las líneas de pensamiento que se enmarcan dentro de esta tendencia corren el
foco desde la persona que comete la actividad sancionada como delito a las condiciones
de producción de esas acciones, las condiciones objetivas estructurales y formales que
permiten que aparezca esa vulneración a los que se han considerado como bienes jurí-
dicos dignos de ser protegidos. Pero además se realiza un segundo desplazamiento de la

70
persona entendida como “delincuente” a los delitos en si mismo, cómo logra instalarse o
construirse la idea de que determinadas acciones son negativas y deben ser sancionadas.
Es decir, contra la idea de un delito ontológicamente definible analiza cuáles acciones son
consideradas dañosas y por qué. De este modo se sale de una visión intrasistemica, don-
de el objeto de estudio resulta delimitado por la construcción de tipos penales realizadas
desde un poder político.
De este modo, de una criminología centrada en el individuo y su entorno inmediato
intentará pasarse, siempre de un modo minoritario como dijimos, a una que estudia la
sociedad, las relaciones de poder y, en particular, el poder punitivo y cómo se construye
el delito. Más adelante en el tiempo incluso habrá autor*s que propongan salirse de los
límites que impone el derecho penal y analizar los grandes daños sociales, históricamente
relegados por el derecho penal (Morrison, 2006).
Las escuelas de criminología clásicas, es decir el left realism o realismo de izquierda,
los abolicionismos y el derecho penal mínimo -pero también las contemporáneas- sin du-
das establecen puentes teóricos con los desarrollos marxistas tales como los que venimos
analizando. Esto no implica que no lo hagan con otras líneas teóricas de izquierda tales
como la libertaria. De algún modo se establecen relaciones con las concepciones antisis-
témicas porque precisamente la criminología crítica intenta ver cómo se organiza el poder,
develar aquello que permanece oculto en tanto naturalizado, y combatirlo. Respecto de
esta relación dice Baratta que:
“Cuando hablamos de criminología crítica, y dentro de este movimiento nada homogéneo

del pensamiento criminológico contemporáneo situamos el trabajo que se está haciendo

para la construcción de una teoría materialista, es decir económico-política, de la desvia-

ción, de los comportamiento socialmente negativos y de la criminalización, un trabajo

que tiene en cuenta instrumentos conceptuales e hipótesis elaboradas en el ámbito del

marxismo (…) (1982: 165)”

Partimos entonces, para pensar la construcción de los delitos, de la lógica de conflicto


de la que hablaban Marx y Lenin. No puede pensarse la construcción de un poder punitivo
por fuera de las formas productivas que rigen nuestra sociedad, y esto no implica que esas
formas superestructurales sean linealmente determinadas sino que simplemente no resul-

71
tan completamente autónomas y es necesario visibilizar este condicionamiento. En este
sentido Greenberg explica que:
“To say that the relations of production are a foundation on wich legal and political structures

“rise” is not to say that these structures are determinates by the foundation, or base. The foundation

of a building does not uniquely specify the form of the upper stories, but it does set limits. Thus

the caracterizaction of Marxism as a form of “economic determinism” is a caricature” (1981, 15)

Esto podría traducirse como: Decir que las relaciones de producción son el funda-
mento sobre el cual las estructuras legales y políticas surgen no es decir que esas es-
tructuras son determinadas por ese fundamento o base. Los cimientos de un edificio no
especifican unívocamente la forma de los niveles superiores pero sí establecen límites.
Por lo tanto la caracterización del marxismo como una forma de determinismo econó-
mico es una caricatura.
Pensando en este sentido en relación a una sociedad organizada por el conflicto, pue-
de desandarse el mito de la desigualdad del que da cuenta Baratta que presupone que el
derecho penal protege a todas las personas por igual, en defensa de bienes esenciales que
resultan de interés de tod*s. Como contracara de esta defensa general la ley penal se aplica
igual para tod*s (1982:166).
Por el contrario, los presupuestos de la criminología crítica son que:
El derecho penal no defiende a todos y sólo los bienes esenciales en los cuales están interesados

por igual todos los ciudadanos, y cuando castiga las ofensas a los bienes esenciales, lo hace con

intensidad desigual y de modo parcial; la ley penal no es igual para todos, los estatus de criminal

se distribuyen de modo desigual entre los individuos; el grado efectivo de tutela y la distribución

del estatus de criminal es independiente de la dañosidad social de las acciones y de la gravedad de

las infracciones a la ley, en el sentido de que éstas no constituyen las variables principales de la

reacción criminalizadora y de su intensidad (Baratta, 1982: 168)

La responsabilidad sobre delitos no se distribuye entonces de manera neutra entre


la burguesía y el proletariado como venimos viendo. Sin embargo tampoco lo hace
entre los varones cis-heterosexuales y las identidades feminizadas, las diferentes
opresiones que ordenan el sistema en que vivimos, y el patriarcado en particular tam-

72
bién se ven plasmadas en el aparato punitivo. Esto no solo se manifiesta a la hora de
la aplicación de la ley penal que parecería ser en su origen un tanto más democrática,
por el contrario históricamente (y hasta hace muy pocos años según las distintas re-
gulaciones nacionales) el delito de adulterio tenía características diferentes si quien
lo cometía era una mujer o un hombre, las sanciones a las mujeres por la infidelidad
dentro de un matrimonio han sido brutales. Y tanto la homosexualidad como las dis-
tintas expresiones trans han resultado criminalizadas de modo más o menos directo
en distintos momentos históricos.
No puede entonces pensarse el poder punitivo partiendo desde una igualdad inexistente
y esto es lógica, la totalidad de nuestras relaciones sociales está atravesada por sistemas
conflictuales, porque resultaría, precisamente el modo que tiene el estado de ejercer vio-
lencia legítima exento de esto.
Dentro de las escuelas clásicas, y solo a modo de una mirada seguramente demasiado
superficial, podemos recuperar al left realism, con Young como uno de sus principales
exponentes, que proponía taking crime seriously: observar el delito desde su complejidad
social pero también apuntar a pensar soluciones que resuelvan esa problemática.
Por otro lado encontramos el abolicionismo, o los abolicionismos; quizás la corriente
que se planta más en las antípodas del sistema penal; ya que lejos de buscar legitimar al
poder punitivo estatal, ha hecho todo lo contrario. Este planteo entonces cambia el enfo-
que totalmente hacia el sistema punitivo, y desarma las construcciones que lo legitiman.
Sin dudas las variables del abolicionismo son muchas y muy complejas, ponen en tela
de juicio desde todo el sistema penal a la cárcel como institución específica; y resulta un
análisis más que interesante ya que permite discutir la validez de las instituciones que de
otro modo se presentan como “naturalmente necesarias”.
Finalmente el derecho penal mínimo o garantismo penal es una corriente desarrollada
especialmente en Italia. Plantea, en contraposición con los autoritarismos, poner en el
centro del proceso las garantías penales de los individuos por un lado, y por el otro redu-
cir el derecho penal a la mínima expresión. Es decir que únicamente determinados bienes
jurídicos esenciales estén preservados por este. En este plano autores como Ferraioli o
Baratta retoman explícitamente, con más o menos diferencias o críticas, los aportes reali-
zados desde las teorías marxistas.

73
Sin dudas estas tres escuelas representan tres usinas de pensamiento complejas en su in-
terior y con profundas relaciones entre si, no es la intención de este trabajo en absoluto rea-
lizar una descripción de ellas sino únicamente dar cuenta de cómo se han generado históri-
camente planteos teóricos que ponen en tela de juicio al derecho penal y sus aplicaciones.
De todas maneras estos desarrollos, si bien centrales y de génesis, no son los únicos.
Actualmente hay distintos autores que se plantean este debate incluso, como decía ante-
riormente, intentando salir de los límites impuestos por el derecho penal. Se plantea en-
tonces estudiar los grandes crímenes internacionales. La criminología tradicional durante
el siglo XX estuvo ocupada analizando las características particulares de delincuentes
pequeños, individuales, dejando de lado absolutamente los grandes daños sociales. Se
sucedían los genocidios y continuaban mirando a l*s ladron*s de gallina. Reubicar a los
estados como principales responsables resultan totalmente innovador y será central para el
desarrollo de mi trabajo. Hay al menos tres posiciones diversas respecto de qué entender
por crimen de estado que recogen los autores en el texto “Más allá de la criminología. Un
debate epistemológico sobre el daño social, los crímenes internacionales y los delitos de
mercado”. La primera de ellas la que entiende a la acción estatal como ilegítima en la me-
dida en que su propio sistema normativo la califique de ese modo. La segunda enfoca los
casos en que los hechos violen el derecho internacional o de orden interno, siempre que
l*s autor*s resulten ser personas que actúan de manera explícita o encubierta como agen-
te estatales. La última apunta al daño social, que pone el eje en las acciones socialmente
dañinas más allá de que estas resulten tipificadas normativamente o no.
A la luz de nuestro trabajo cabe considerar que estas tres tendencias pueden tener even-
tualmente muchos puntos de encuentro. De hecho los crímenes cometidos en el marco de
la última dictadura militar podrían enmarcarse como crímenes de estado desde las tres
perspectivas, más allá de la necesidad de un análisis pormenorizado. Sin embargo se abre
a partir de aquí una segunda pregunta, cuál es el modo de avanzar en los procesos de juicio
y reparación sobre estos delitos. Es el mismo poder punitivo el que debería dar respuestas
en este sentido, es incluso penal esa respuesta o debe buscarse una vía diferente.
Dice Morrison en la introducción a su libro:
La relación entre la presentación de una disciplina moderna acerca de la verdad y la modernidad,

concebida globalmente. Una relación entendida a través de repensar la historia y la composición

74
de la criminología –el discurso del delito y su ordenamiento- a la luz de dos circunstancias: el 11

de septiembre de 2001; y la prevalencia del genocidio en la modernidad”, (Morrison, 2012: 1).

La prevalencia de los genocidios en la modernidad son sin dudas uno de los más bruta-
les y explícitos crímenes de estado que deberíamos estar analizando, la contracara resulta
entonces la pregunta planteada, cuál es la posibilidad de resarcimiento pero aún más allá,
cómo lograr que no ocurran nunca más, y si el estado a través de su poder punitivo tiene
o no un rol para desarrollar en esto. Nuevamente las preguntas, seguramente mucho mejor
formuladas, por los autores del artículo “Más allá de la criminología…”:
“¿Dónde estuvo la criminología mientras se producían los cientos de crímenes masivos de Es-

tado que ocurrieron desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días? ¿Qué papel cumplió el

discurso de la criminología, como discurso de la modernidad, en las grandes masacres que la his-

toria nos presenta como parte del ‘proceso civilizados’? ¿Es posible un proyecto de criminología

(crítica) global que haga frente a las atrocidades del ‘espacio civilizado’?”, (Bernal, 2012: 36).

2.5.- Crímenes cometidos por las fuerzas de seguridad estatales

Ahora bien, dentro del análisis de los crímenes de estado me parece particularmente
relevante detenerme brevemente en los crímenes que son cometidos por las fuerzas arma-
das estatales. Sin dudas l*s distint*s agentes estatales podrían delinquir de los modos más
diversos, incluso distintos delitos tipificados en el Código Penal Argentino tienen a l*s
agentes estatales como sujeto activo posible.
Sin embargo el estado tiene un particular desarrollo en su carácter monopólico del
ejercicio de la violencia legítima. Desde este lugar se desarrollan fuerzas llamadas de
seguridad que son el brazo armado del estado, creo que los delitos cometidos por quienes
las integran en su carácter de agentes estatales tiene una importancia central.
El ejercicio de esa violencia, avanzando en el planteo de Pašukanis, se rodea de de-
terminadas formas legales, incluso de las garantías penales, que permiten dar un aura de
legitimidad a esa violencia. Para que no sea puesta en discusión, para que la avalemos e
incluso para que las personas renuncien a sus propias posibilidades de ejercer violencia

75
para dejarla en manos del estado esta debe presentar una imagen de neutralidad e impar-
cialidad verosímil. Las ataduras legales con las que se controla el ejercicio de esa violen-
cia funcionan en este sentido.
Los delitos cometidos por las fuerzas armadas del estado tienen entonces las características
de, por un lado, tener una importante capacidad de generar daños directamente, sin necesidad
de mediaciones un grupo de personas armadas y entrenadas simplemente puede provocar,
como lo ha hecho a lo largo de la historia, grandes masacres. Por el otro lado ese poder es el
que teóricamente debería estar al servicio de l*s ciudadan*s para evitar la comisión de otros
delitos que pudieran cometerse por particulares y por el mismo estado, cuando es quien de-
linque, cuáles son nuestras posibilidades de defensa dentro del sistema democrático burgués.
Esa condición particular, como resulta lógico aparece en el caso argentino, el ejército,
la policía, la marina como fuerzas legales aplicando violencia ilegal. Los delitos come-
tidos contando con una estructura organizada para el ejercicio de la violencia. Creo que
debería ser tomada en cuenta de un modo particular para pensar las posibles prevenciones
a estos avances y por otro lado la posibilidad de ejercer sanciones o de incluso, en un caso
ideal, de hacer justicia.

2.6.- Respuestas posibles ante los crímenes estatales: preguntas abiertas.

El jurista argentino, Eugenio Zaffaroni, en su trabajo “Crimenes de masa” parte de la


idea de que el poder punitivo es selectivo, y que los homicidios masivos cometidos por
los estados (y los genocidios como forma particular de expresión de esto) son un fenóme-
no recurrente a lo largo del siglo XX. Ante esto se crea un entramado de poder punitivo
internacional que se cruza con los derechos internos estatales. Y acá plantea la alarma
desde el comienzo: “Si bien el objetivo manifiesto procura una incipiente ciudadanía
mundial garantizando la punición de quienes la lesionan brutalmente desde el poder de
los estados, son demasiado conocidos los riesgos distorsivos que acechan ese difícil ca-
mino” (Zaffaroni, [2010] 2012: 25/26). El autor reconoce las ventajas que podría tener la
construcción de una ciudadanía mundial, y que esta internacionalización puede implicar
en términos prácticos algunas ventajas en cuanto a la ordenación del principio universal.

76
Sin embargo marca una crítica mucho más profunda que en atención a no distorsionar-
la, reproduzco en su totalidad:
Fuera de toda duda, también es verificable que cuando el poder punitivo del estado se descon-

trola, desaparece el estado de derecho y su lugar lo ocupa el de policía. Además, los crímenes

de masa son cometidos por este mismo poder punitivo descontrolado, o sea que las propias

agencias del poder punitivo cometen los crímenes más graves cuando operan sin contención.

(Zaffaroni, [2010] 2012: 31)

La hipótesis que desarrolla Zaffaroni es que los crímenes de masa son la consecuencia
de un poder punitivo descontrolado que avanza sobre el estado de derecho. Ante esto por
supuesto aparece el temor ante la posibilidad de un poder punitivo global descontrolado.
Como contracara desarrolla el argumento de que el poder penal es incapaz de sancionar
a estos crímenes en masa que históricamente han quedado impunes: “El crimen masivo
tiene un contenido tan enorme que limita muchísimo el poder jurídico de contención del
derecho penal” (Zaffaroni, [2010] 2012: 33). La legitimidad entonces de este poder pu-
nitivo global radicaría en el hecho de rescatar a l*s autor*s de estos delitos como perso-
nas, en línea con un principio básico iushumanista y en oposición a un derecho penal del
enemigo. Pero no sería una herramienta para prevenir esos futuros crímenes masivos, por
el contrario deberá ser controlado por el derecho a los efectos de que “no se convierta él
mismo en sujeto activo de crímenes de masa” (Zaffaroni, [2010] 2012: 37)
A continuación entonces, el desarrollo del texto se interroga respecto de si es posible
prevenir esos crímenes, entendiendo que no sería el poder punitivo una herramienta apta
para hacerlo. La eficacia del poder punitivo radica en su posibilidad de canalizar las pul-
siones de venganza, ya que con su selectividad estructural ubica a una cantidad finita de
personas como criminales y se proyecta entonces como “neutralizador de la maldad so-
cial”. Sin embargo este poder punitivo tiende, entiende el autor, a descontrolarse:
Desde que en los siglos XI y XII el poder punitivo reapareció en Europa, es constante su tenden-

cia a descontrolarse con el pretexto de combatir enemigos que generan emergencias de inminen-

te peligro para la humanidad, y en casi todas ellas sus agentes han cometido crímenes masivos

de esa índole (Zaffaroni, [2010] 2012: 40)

77
El movimiento pendular entre el derecho penal autoritario y el derecho penal liberal
se da en los momentos de crítica discursiva entre una agencia y otra. Esto se da con la
construcción de una tendencia de una idea del enemigo que el autor entiende tiene la for-
ma de delirio paranoico. Esto termina derivando en una incompatibilidad estructural con
el estado de derecho: “Las democracias serían estructuras débiles; el verdadero estado
fuerte y consolidado sería el absoluto, único capaz de aniquilar a sus enemigos” (Zaffa-
roni, [2010] 2012: 46). El autor entiende entonces que hay dos cuestiones a preguntarse
respecto de esta acumulación de poder para avanzar, el por qué, es decir la motivación,
y su eficacia, cómo se perpetua esta idea históricamente a pesar de haber acabado en los
crímenes en los que ha acabado. Zaffaroni reconoce las limitaciones con las que se parte
desde el derecho penal y la criminología, ámbitos de pensamiento que no han reflexionado
históricamente sobre estas cuestiones, sino más bien sobre las contrarias, pero plantea que
sin embargo es necesario emprender ese camino. Y precisamente, la tarea que marca para
estas disciplinas, es la de denunciar los “actos preparatorios” de estos crímenes de masa,
es decir las técnicas de neutralización que utilizan para legitimar sus actos y que gradual-
mente están generando “un renacimiento de la ideología de la seguridad nacional ahora
en plano mundial” (Zaffaroni, [2010] 2012: 89)

Daniel Feierstein realiza un posfacio a este texto, titulado “Los crímenes de masa: ¿fin
o herramienta”. Este inaugura nuevas esferas de debate, de la cual me interesa retomar
en esta oportunidad únicamente una que entiendo complementaria. A partir de recuperar
que el análisis desarrollado por Zaffaroni quiebra la idea de que los crímenes de masa
son cometidos por “alucionados racistas o alienados mentales”, avanza aún más en la re-
lación entre el funcionamiento inquisitorial y los crímenes de masa. Los genocidios dice,
retomando a Lemkin, buscan aniquilar la identidad de una sociedad, sin embargo esto no
tendría sentido si fuera el mismo grupo que destruyen físicamente: “El objetivo de los
crímenes de masa modernos (por oposición a las masacres antiguas) no radica en aque-
llos sujetos a los que se aniquila sino en el efecto del proceso de aniquilamiento de toda
la sociedad, los efectos que produce la muerte de algunos en aquellos que quedan vivos”
(Zaffaroni, [2010] 2012: 95). Se instala un modelo de terror basado en la reformulación
de las relaciones sociales y la obstaculización de cualquier cooperación o solidaridad, la

78
posibilidad de supervivencia está en considerar a tod*s l*s demás como potenciales dela-
tores/as, lo sean o no.

Entiendo que el planteo realizado por Zaffaroni aborda un tema muy interesante y permite
abordar una problemática que muchas veces, a causa de su complejidad, resulta más sencillo
eludir8. Sin dudas el planteo de que la posibilidad de punición de los genocidios, o los críme-
nes de masa cometidos por el estado no pueden prevenir nuevos genocidios parece indiscu-
tible. El derecho penal ha demostrado sobradamente su incapacidad en una supuesta función
de prevención (así fuera especial o general) y este caso no tendría por qué ser la excepción.
De este modo el “resultado” del planteo expresado por el jurista no sería el objeto de dis-
cusión, sino por el contrario. Sin embargo consideró que es interesante analizar algunos ele-
mentos previos de cómo arriba a esa conclusión, para poder a su vez repensar o problematizar
nuevamente la posibilidad de los juicios a quienes han sido autores de este tipo de delitos.
Según el autor los crímenes de masas cometidos por los estados a través de sus fuerzas
de seguridad encargadas de gestionar ese monopolio de la violencia legítima se explica-
rían por el crecimiento y el descontrol de ese sistema punitivo que avanza por sobre el es-
tado de derecho. Ahora bien Zaffaroni explica que ese descontrol se justifica por supuestas
causales de excepcionalidad que le permiten desarrollarse de una manera desmesurada.
Todo esto parece indiscutible, sin embargo entiendo que el autor no avanza en una
pregunta posterior que, desde mi punto de vista, podría ser fundamental: ¿cuáles son las
causas de ese descontrol? Sin este cuestionamiento podríamos vernos tentad*s a pensar
que ese descontrol responde a características propias del poder punitivo, a cuestiones in-
trínsecas de ese aparato. Si esto fuera así, sería necesaria la precaución prevista en el texto
respecto de que generar estrategias de punición podría llegar a causar incluso el efecto
contrario al deseado, implicaría una ampliación del poder punitivo que a su vez podría
avanzar en constituirse como sujeto activo de nuevos delitos (Zaffaroni, [2010] 2012: 37)
Es cierto que Zaffaroni no plantea explícitamente que este avance o descontrol, como lo
llama, responda a cuestiones propias internas del poder punitivo, de hecho es una pregunta

8 Vale como aclaración previa que este trabajo está centrado en los juicios realizados en Argentina por los tribunales lo-
cales (no como ejemplo concreto, sino como situación de análisis); no es a estos juicios a los que se refiere Zaffaroni que
en todo caso hace alusión a un poder punitivo global. Sin embargo extiende sus planteos en relación al poder punitivo
en general y me parece interesante generar algunas preguntas al respecto. Tal vez fuera posible, sin aseverarlo, avanzar
en líneas análogas respecto de la cuestión internacional centró este trabajo en el caso argentino.

79
que no está planteada como tal, pero entiendo que las consecuencias extraídas presuponen
como punto de base un planteo de esta clase, o al menos su falta de problematización.
Entiendo que sería interesante preguntarnos por las causas de estos avances del poder
punitivo9, partiendo de la idea de que las mismas no se encuentran al interior de ese poder
punitivo sino que responden a causas sociales generales.
Como vimos, el monopolio del uso de la violencia legítima está en manos del estado,
más allá de que las fuerzas de seguridad sean quienes lo implementan. De este modo las
fuerzas de seguridad actuarían en representación de intereses que los exceden, que corres-
ponden a los de la clase dominante. El estado se presenta como una estructura por fuera
de la sociedad, porque esta es la mejor forma para cumplir una función particular. No
quiere decir esto que responda a un interés privado particular, pero sí organiza y defiende
los intereses de una clase social. La posibilidad de usar legítimamente la violencia es la
característica más saliente de los estados modernos. De este modo cabría pensar que ese
poder punitivo funciona de un modo mucho más alineado a los intereses estatales genera-
les, que a una evolución propia.
Podríamos pensar en excesos particulares, que se aparten de estos objetivos o planteos
generales, pero no podemos pensar en las políticas represivas desplegadas como políticas
públicas ni, menos aún, en los grandes crímenes de masa como excesos individuales10.
Por el contrario, si algún miembro de las fuerzas de seguridad cayera en alguna situación
como esta, seguramente podrían reprimirse a través del propio derecho penal. Ahora bien
lo cierto es que el poder punitivo permanentemente recae en conductas que son tipifica-
das como delitos, más aún en los casos de crímenes de masa. Cabría pensar que esto está
relacionado de manera estructural con la función que cumplen en la sociedad (y no como
desviaciones de esta). O tal vez sería más adecuado hablar de funciones y no de una única
función. Baratta en Críminología crítica y crítica del derecho penal explica que:
El sistema punitivo tiene para Foucault una función directa e indirecta. La función indirecta es

la de afectar una ilegalidad visible para cubrir una zona oculta; la función directa la de alimentar

9 Es interesante ver que esto se da de manera absoluta en las dictaduras militares, o en los procesos totalitarios como los
analizados, pero que podría verse también en casos más puntuales como los de gatillo fácil (ejecuciones cometidas por
las fuerzas policiales) o homicidios cometidos dentro de las Unidades Penitenciarias. Nuevamente las relaciones entre
estos delitos y sus particularidades excedería este trabajo, la intención es simplemente marcar algunas posibles líneas
de complejidad.
10 Creo que tampoco podrían pensarse como excesos los casos de gatillos fácil, o las muertes dentro de las unidades

80
una zona de marginados criminales insertos en un verdadero y propio mecanismo económico

(“industria” del crimen) y político (utilización de los criminales con fines eversivos y represi-

vos). (Baratta, 1986:201)

Entiendo que es necesario partir de la idea de que la función del derecho penal, y del
aparato punitivo del estado, no pueden leerse simplemente en los términos en que estas
están explicitadas en las leyes correspondientes.
Entonces, si el poder punitivo responde a voluntades políticas estatales, no podría pen-
sarse como un avance el hecho de no tener un poder punitivo que pueda juzgar los críme-
nes de lesa humanidad, ya que en todo caso el estado, en el caso de ser necesario, gestaría
ese poder punitivo que diera respuestas a las necesidades específicas coyunturales.
Sin intenciones de adelantarme al desarrollo de trabajo, considero que en este punto
lo sucedido en Argentina en la última dictadura militar es implementado por las fuerzas
de seguridad, que no son simples operadores sino que por supuesto representan sujetos
políticos activos que tienen posibilidades de decisión y márgenes de acción. Pero también
considero que esta dictadura no responde a necesidades o voluntades propias o exclusivas
de las fuerzas armadas sino que es parte de un entramado político y económico que incluso
excede la cuestión nacional. La voluntad de implantar un modelo económico, pero a la vez
de acabar por el mayor tiempo posible con una fuerza social revolucionaria en Argentina
que pretendía una transformación social profunda excede ampliamente a las fuerzas ar-
madas. Lo contrario podría incluso llevarnos a pensar que la instrucción de los ejércitos
latinoamericanos por los Estados Unidos, respondería únicamente a una voluntad propia
de esos ejércitos y no a una decisión política de los países.
En este sentido también Baratta plantea dos cuestiones centrales a los planteos clásicos
de Rusche y Kirchheimer y de Foucault:
En este debate, en efecto, se han consolidado dos tesis centrales que son comunes a estas dos

obras: a) para que pueda definirse la realidad de la cárcel e interpretarse su desarrollo histórico

es preciso tener en cuenta la efectiva función cumplida por esta institución en el seno de la so-

ciedad; b) a fin de individualizar esta función es menester tener en cuenta tipos determinados

penitenciarias, por el contrario, forman parte estructural de una determinada forma de ejercer el poder. Cuando mencio-
nó la posibilidad de que ocurran casos aislados estos serán en todo caso situaciones que queden en franca contradicción
con las políticas desarrolladas por el aparato punitivo en esa coyuntura concreta.

81
de sociedad en que la cárcel ha aparecido y ha ido evolucionando como institución penal. Este

modo de plantear los problemas epistemológicos, que es el que consideramos correcto, y que

sugerimos llamar enfoque materialista o político-económico, se opone al que ha dominado por

largo tiempo, que sigue siendo el más difundido entre los juristas y que sugerimos denominar

enfoque ideológico o idealista (Baratta, 1986:202)

En el mismo sentido el texto nos permite encontrar una clave de lectura cuando plan-
tea que “La adopción del punto de vista del interés de las clases subalternas es pues
garantía, tanto en toda la ciencia materialista como también en el campo específico
de la teoría de la desviación y de la criminalización, de una praxis teórica y política
alternativa que coja en su raíz los fenómenos negativos examinados e influya sobre sus
causas profundas” (Baratta, 1986: 211). En este punto el autor logra, tal como se cuestio-
na durante toda la obra, tener un pensamiento que no sea interno del sistema punitivo sino
que, por el contrario, puede excederlo y problematizarlo. De este modo el control a ese po-
der punitivo, o su posibilidad, no pueden pensarse exclusivamente hacia su interior. Creo
que es desde esta clave desde la que hay que pensar algunas posibles ventajas o dificulta-
des presentadas por la posibilidad de hacer juicios a los procesos de crímenes de masas.

Ahora bien, cuáles serían los intereses de estos sectores desde los que Baratta plantea
hay que posicionarse:
Mientras la clase dominante está interesada en contener la desviación de manera que ésta no

perjudique la funcionalidad del sistema econónomico-social y sus propios intereses y, en con-

secuencia, en el mantenimiento de la propia hegemonía en el proceso selectivo de definición y

persecución de la criminalidad, las clases subalternas en cambio, están interesadas en una lucha

radical contra los comportamientos socialmente negativos, es decir en una superación de las

condiciones propias del sistema socioeconómico capitalista, a las que la propia sociología libe-

ral ha referido no infrecuentemente los fenómenos de la “criminalidad”. Las clases subalternas

están, al mismo tiempo, interesadas en un decidido desplazamiento de la actual política criminal

relativa a importantes zonas socialmente nocivas –todavía inmunes al proceso de criminaliza-

ción y de efectiva penalización (piénsese en la criminalidad económica, en los atentados contra

el medio ambiente, en la criminalidad política de los detentadores del poder, en la mafia, etc.)

82
pero socialmente bastante más dañosas en muchos casos que la desviación criminalizada y per-

seguida. (Baratta, 1986: 209/210)

De este modo, según este planteo, la posibilidad de realizar juicios a quienes co-
meten crímenes como parte del aparato de monopolio de la violencia legítima estatal
resultaría de interés de las clases oprimidas, especialmente cuando son estas las vícti-
mas de esos crímenes en términos amplios. El derecho penal existente actualmente está
conformado en base a una selectividad orientada a estas “clases subalternas” como las
llama Baratta. Esto no implica sin dudas que esos sean los sectores que comportan los
índices más altos de criminalidad sino que es el propio poder punitivo el que se enfoca
en ese sentido. Por el contrario ha quedado de manifiesto la inmensa cantidad de deli-
tos de “cuello blanco” cometidos en la impunidad, y aún más la cantidad de acciones
socialmente dañosas que no se encuentran legalmente tipificadas (Baratta, 1986:210).
Generar procesos de criminalización de esos delitos cometidos desde el poder estatal
no logrará, sin dudas, acabar con ellos, pero en todo caso aporta para poner en tela de
juicio el sentido común extendido respecto de qué son los crímenes y quiénes son l*s
criminales, pone en escena otros parámetros delictivos.
Baratta propone, entonces, cuatro indicaciones estratégicas para una política cri-
minal de las clases subalternas. En este punto nos resulta interesante recuperar par-
ticularmente las dos primeras a los efectos de analizar la problemática sobre la que
estamos intentando reflexionar. En primer lugar el autor menciona entonces que los
delitos cometidos desde el poder o las clases dominantes deben pensarse como un
fenómeno diferente de los cometidos por las clases subalternas, y caracteriza cada
una de las dos situaciones:
necesidad de una interpretación por separado de los fenómenos de comportamiento socialmente

negativo que se encuentran en las clases subalternas y de los que se encuentran en las clases do-

minantes (criminalidad económica, criminalidad de los detentadores de poder, gran criminalidad

organizada). Los primeros son expresiones específicas de las contradicciones que caracterizan la

dinámica de las relaciones de producción y distribución en una determinada fase de desarrollo

de la formación económico-social y, en la mayor parte de los casos, una respuesta individual y

políticamente inadecuada a dichas contradicciones por parte de individuos socialmente desfa-

83
vorecidos. Los segundos se estudian a la luz de la relación funcional que media entre procesos

legales y procesos ilegales de la acumulación y de la circulación de capital, y entre estos proce-

sos y la esfera política. (Baratta, 1986: 213).

Ante esto se piensa entonces en la posibilidad de diferenciar una política penal y una po-
lítica criminal; por un lado la política penal como una respuesta circunscripta al ámbito del
ejercicio de la función punitiva estatal y por el otro la política criminal como una de transfor-
mación de la sociedad y sus instituciones (Baratta,1986:214). Esta segunda línea no puede li-
mitarse al poder punitivo, o al derecho penal, o desde una perspectiva “vagamente reformista
o humanitaria” sino que debe ser “una política de grandes reformas sociales e institucionales
para el desarrollo de la igualdad, de la democracia, de formas de vida comunitaria y civil al-
ternativas y más humanas y del contrapoder proletario, en vista de la transformación radical
y de la superación de las relaciones sociales de producción capitalista” (Baratta,1986:214).
Me resulta particularmente interesante el planteo del contrapoder proletario que men-
ciona el autor, de este modo se explicita un plano que muchas veces se deja por fuera de
los discursos académicos que es el de la confrontación y el conflicto. El avance en las
perspectiva de una política criminal pensada desde y para las clases subalternas implica
avanzar en un poder que resulta incompatible con el existente y que o desafía y lo tensio-
na. No podemos tenerle miedo a esa posibilidad, al hecho de que una política verdade-
ramente crítica resulte, por decirlo de algún modo, violenta respecto de la política penal
actualmente existente, porque no hay otra forma de avanzar en contra de esa política
existente que a través de estrategias que generan conflicto. No aceptar esto implicaría vol-
ver al planteo de los excesos al interior del poder punitivo, y la posibilidad de reducirlos
dentro del mismo marco institucional.
En segundo lugar el autor avanza sobre la necesidad de trabajar el derecho penal desde
dos aspectos, por un lado su ensanchamiento respecto de la protección de los intereses
esenciales colectivos, y por el otro lado la despenalización o reducción del sistema penal
respecto de los delitos y personas hacía los que actualmente está enfocado. Me interesa
detenerme en el primero de estos aspectos:
Se trata de dirigir los mecanismos de la reacción institucional hacia la criminalidad económica,

hacia las desviaciones criminales de los organismos y corporaciones del Estado y hacia la gran

84
criminalidad organizada. Se trata, al mismo tiempo, de asegurar una mayor representación pro-

cesal en favor de los intereses colectivos (Baratta, 1986:214/15)

A continuación, sin embargo, el autor resalta la necesidad de no sobrevalorar la ido-


neidad que puede tener esta aplicación, y de evitar caer en ensanchamientos absolutos
que deriven en un “panpenalismo” que intente resolver todas las problemáticas sociales a
través de un ejercicio punitivo.
Este punto resulta coincidente, entiendo, con la posibilidad de pensar en la realización
de juicios penales a quienes han sido ejecutores de procesos de crímenes de masa. Sin
dudas, y precisamente por el hecho analizado de que estos procesos no son internos a las
fuerzas armadas y no responden a la voluntad exclusiva de sus ejecutores, estos juicios
penales que individualizan responsabilidades y aíslan hechos no resultarán de una mayor
utilidad en términos preventivos. Probablemente esta incapacidad se extienda a todos los
aspectos que se prevén doctrinariamente como posibles funciones del derecho penal, la
intención en todo caso es poder repensar si implican simplemente un retroceso o si pueden
tener alguna potencialidad desde el punto de vista de las clases subalternas.
Finalmente Baratta plantea dos estrategias más, la necesidad de abolir la institución
penitenciaria por un lado y la necesidad de considerar la función de la opinión pública y
los procesos psicológicos e ideológicos que se despliegan en miras a legitimar el derecho
penal vigente, por el otro. Sin dudas podrían abrirse a partir de esto, respecto de la cues-
tión aquí tratada, dos interesantes líneas de reflexión, en primer lugar si la posibilidad de
realizar juicios a estos crímenes de masas implica necesariamente la posibilidad de que
el castigo para ellos sea la cárcel o no. Sin embargo creo que para pensar este punto es
necesario avanzar primero en la línea de reflexión que estoy intentando construir, es decir,
cuál sería, si es que la hubiera, la potencialidad de estos juicios, y cuáles sus riesgos. En
segundo lugar la posibilidad de pensar en estos juicios, como ya se dijo, en una instancia
para interpelar a la opinión pública con categorías que se encuentran naturalizadas, qué
o cuáles son los delitos, que es lo peligroso o ante qué deberíamos cuidarnos, intentaré
avanzar en estas líneas en el desarrollo del trabajo.
Entonces, partiendo de que avanzar en estos juicios no aumenta por si misma la posi-
bilidad de repetir estos hechos, y que tampoco se opone a las líneas organizadoras de la

85
idea de una política criminal de las clases subalternas, aparece la pregunta de si podrían
generar algún efectivo positivo. Los juicios han sido impulsados de modos muy distintos
y en situaciones diferentes, no creo que sea lo mismo un juicio realizado por vencedor*s
a vencid*s, que un juicio propio de un país (tampoco digo necesariamente que uno sea
mejor o peor que el otro, simplemente que hay que diferenciar los análisis)11.

11 Respecto de los juicios internacionales, es interesante recuperar la reflexión realizada por Ferrajioli cuando plantea
que: “No podemos pensar que el derecho penal sea un instrumento de neutralización del fascismo. La ejecución de
Mussolini a diferencia de Nuremberg, es la consecuencia de una guerra civil, de una lucha de liberación, es decir, ha
sido un momento extra-jurídico. Nuremberg ha sido distinto. Fue la afirmación de que incluso los soberanos, los jefes
de Estado, deben estar subordinador al derecho. Y es claro que esta afirmación ha sido extralegal, porque Nuremberg es
un tribunal de vencedores. Es a partir de aquel juicio donde nacen las experiencias de los tribunales ad hoc y de la actual
Corte Penal Internacional. (…) La justicia internacional relacionada con crímenes contra la humanidad cometidos por
jefes de estado, y con una perspectiva de lectura contra la guerra, evidentemente es una experiencia, en gran parte, por
construir. Ciertamente las experiencias como Nuremberg, Tokio y después otros tribunales ad hoc, han sido criticables
desde el punto de vista de las garantías. La Corte Penal Internacional apenas se ha instituido, y forma parte de los mo-
mentos característicos de una determinada coyuntura, y evidentemente no ha sudo suscripta por las potencias mayores.
Podría incluso fallar, pero no hay que olvidar que estamos en una fase embrionaria de esta justicia. Sin duda el riesgo
es que al derecho se le pida mucho, o no se le pida nada. No se le pida nada porque no tengamos ninguna confianza en
este intrumento y pensemos que es preferible el gobierno de los hombres. O que se pida mucho, con la idea que el dere-
cho penal pueda contener al fascismo, el mal absoluto. Ciertamente que el derecho no puede tener esta pretensión;
asimismo si bien puede no ser suficiente, sí es necesario. (Forero, 2012: 117

86
V MARCO HISTÓRICO

87
“La ley de su oscilación se basa en que con el tiempo, toda violencia mantenedora de
derecho debilita indirectamente a la violencia instauradora de derecho, la cual está repre-
sentada en ella, mediante la represión de las fuerzas que le son, precisamente a ella, hos-
tiles. Ello dura hasta el momento en el cual nuevas fuerzas, o aquellas antes reprimidas,
vienen a derrotar a la violencia que hasta entonces había instaurado el derecho y funda-
mentan así un nuevo derecho hacia una nueva decadencia. Sobre la interrupción de este
ciclo, que se desarrolla en el ámbito de las formas míticas del derecho, se funda una nueva
época histórica; sobre la suspensión del derecho pues, y de las violencias, como ellas en él,
en las que se basan. Una violencia que es la violencia del Estado. Si el dominio del mito se
encuentra ya quebrado aquí y allá en el presente, lo nuevo no está en una perspectiva tan
lejana como para hacer que una palabra expresada aquí contra el derecho se resuelva sin
más. Pero, si la violencia tiene asegurada la realidad más allá del derecho como violencia
pura e inmediata, resulta demostrado que y cómo es posible también la violencia revolucio-
naria, qué y que nombre ha de asignarse también a la violencia más pura del ser humano”
(Benjamin, 1989: 120)

88
1. Genocidios en el Siglo XX. El mal absoluto y la banalidad del mal.

El siglo XX ha sido escenario de una serie de genocidios en todo Occidente, mucho se


ha escrito respecto de la violencia y del “mal”. Grandes discusiones teóricas y filosóficas
se han desarrollado en búsqueda de explicaciones de los genocidios sucedidos durante ese
siglo (y que no parecen en vías de desaparecer tampoco en este). Es importante a la hora,
de recuperar la situación histórica sobre la que se basa mi trabajo, intentar al menos de
un modo defectuoso sin dudas por la complejidad del tema, esbozar algunos lineamientos
respecto de qué entendemos por ese mal.
La violencia es sin dudas una de las preocupaciones más generales y frecuentes de las
ciencias sociales, aparece como una cuestión individual, personal, familiar, con una vícti-
ma en mayor o menor medida definida, psicológica, física, legal, casi amorfa. Sin embargo
nos interesa en esta oportunidad pensar en la violencia ejercida desde los estados. Como
se vio, los aparatos represivos estatales, en sus múltiples facetas, ostentan el monopolio
de la fuerza legítima, es decir que serían los únicos autorizados a ejercer esa violencia
física en términos legales. Sin embargo desde esos mismos aparatos se han perpetrado los
crímenes más espantosos, esa violencia legítima ha dado lugar a los terrorismos de estado,
los genocidios y los delitos de lesa humanidad en general.
Esta cuestión, que muchas veces queda invisibilizada en ese concepto de violencia que ho-
rroriza a los medios de comunicación y nos preocupa colectivamente, ha sido conocida como el
mal radical, el mal absoluto. En este punto podemos retomar las palabras de Roberto Bergalli,
en el marco de la conferencia titulada “Filosofía del mal y memoria colectiva: conceptos, apli-
caciones e identidad social. Europa, Latinoamerica. El caso español” cuando dice que:
“Pero acá se está hablando de otro mal. Se está hablando de un mal atroz. Se está hablando de

un mal horroroso. Se está hablando del peor de los males que pueden haber supuesto los seres

89
humanos y supuesto en relación con los demás. Se está hablando de un mal que tiende a eliminar,

de una forma radical (por eso también se le denomina como mal radical), de una forma terrible,

perversa, etc., y no sólo a eliminar físicamente a la persona sino a borrar o a intentar borrar de

la faz de la tierra, todos aquellos que se asemejen en todos los aspectos de semejanza que pue-

dan entenderse” (…) “Lo que ocurre es, que ese mal (…) tuvo una ejemplar orientación para el

cumplimiento y la realización de males semejantes. Quiza no tanto en número de sacrificios (que

también), quizá no tanto en la crueldad de los procedimientos previos, durante o posteriores,

pero el modelo quedó implantado. El modelo quedó implantado y se ha repetido reiteradamente,

a lo largo del siglo XX” (Forero, 2012: 15)

El autor refiere al régimen nazi como corporización de ese mal terrible que asoló a la hu-
manidad durante el siglo XX, sin embargo a continuación alude a que se constituyó también
como un modelo que quedó implantado y se ha reiterado a lo largo del siglo XX. De un modo
complementario Pilar Calveiro, en su libro Violencias de Estado piensa en las dictaduras
latinoamericanas como preámbulo de una forma de “estado de excepción” que organiza las
fuerzas legales en combinación con las ilegales, en esa búsqueda de la “seguridad nacional”
actualmente quizás enfocada a la lucha antiterrorista: “La periferia fue un lugar de preanun-
cio o prueba de los nuevos modelos económicos (neoliberales), políticos (subordinación del
Estado) y represivos (Estado de excepción, desaparición forzada y campos de concentra-
ción-aislamiento) que luego se extendieron hacia el centro” (2012:44)
Este establecimiento de modelos que se suceden y se perfeccionan nos permiten pensar
en líneas de continuidad en procesos que en principio podrían verse como absolutamente
diferentes. No es la intención en absoluto asimilar el régimen nazi a la dictadura militar
argentina, ni a las detenciones antiterroristas; simplemente me permito pensar en algunas
líneas de continuidad para el análisis de eso que ha sido estudiado como el “mal radical”,
es decir los crímenes atroces cometidos por las fuerzas de seguridad estatales, por fuera de
esa violencia legítima que estarían llamados a ejercer. Paradójicamente, o no, estas violen-
cias se han dado siempre con discursos legitimadores en relación a la seguridad ciudada-
na, la grandeza nacional, o el cuidado de los intereses comunes. Es decir que si bien estos
crímenes sin dudas están por fuera de la violencia que estaría permitida, su justificación
retórica no es tan distante en ambos casos.

90
Respecto de estos delitos cometidos por el estado (e insisto en particular en los de-
litos cometidos a través de sus fuerzas armadas, porque bien podría pensarse en otros
delitos, por ejemplo ante la ausencia de la garantía de una atención sanitaria pública
y universal, pero este no es el eje en este trabajo), en interesante retomar el planteo
que hace Sebastian Scheerer en su conferencia “Filosofía y criminología del mal. La
cuestión criminal desde una criminología ácrata” respecto de “Para una crítica de la
violencia” de Walter Benjamin:
En el primero de estos textos, Benjamin rompe con la ideología dominante respecto a la violen-

cia. El Estado no es visto como representante de la paz, de la justicia y defensor contra la vio-

lencia, sino como una parte interesada entre otros. La desilusión con el papel del monopolio de

la violencia se manifiesta de una manera impresionante. El Estado es algo que contribuye a los

destrozos, a las catástrofes. El estado benjaminiano es el polo opuesto al Estado hegeliano. Esta

visión abre el camino al reconocimiento que –durante toda la historia- el asesinato individual

nunca podía medirse con el asesinato estatal. Ni en términos cuantitativos ni con relación a su

crueldad. Cualquier investigación etiológica del crimen debe empezar con el Estado, el poder y

con el hecho que el Estado suele herir sus propias normas en función de medidas de interés y de

su noción de seguridad (<<nacional>>). Para el pensamiento benjaminiano, entonces, el Estado

hace parte de una cadena incesante de catástrofes –él es parte del problema y no de la solución.

La reevaluación del Estado hace que cuando hablemos de violencia no pensemos solamente en

la criminalidad de los jóvenes (como los políticos quieren que pensemos), sino que también en la

violencia del Estado. Muy al contrario de lo que hace la mayoría de los filósofos y criminólogos,

Benjamin se coloca por fuera del Estado para analizarlo mejor. Rechaza el discurso legitimador

del monopolio de la violencia. Como filósofo necesito una posición de observador desde afuera

de la ideología del Estado” (Forero; 2012: 48/49)

Este cambio de enfoque planteado por Benjamin es fundamental a la hora de estudiar


críticamente estos delitos, sus causas y sus consecuencias. Y es que realmente partir de
posiciones de legitimación estatales absolutas muchas veces han llevado a que el estudio
de los delitos esté enfocado a las acciones particulares, en mayor o menor medida vio-
lentas, pero no a los grandes procesos sociales. Partir de la desconfianza, y de intentar
pensar esos procesos de un modo tal que sea coherente con la búsqueda de un nunca más

91
a esas atrocidades, es urgente y necesario. El mismo Scheerer lo enmarca como una ta-
rea fundamental, aun cuando plantea que el “mal” absoluto como tal no existe, y que en
todo caso deberíamos pensarlo como un adjetivo de determinadas situaciones. Resalta
la necesariedad de constituirlo como objeto de nuestros estudios y análisis: “Lo que la
ciencia –inclusive la criminología- debería hacer y lo que podríamos hacer, es anali-
zar y denunciar el mal, ¡pero atención!, no en el sentido del mitológico <<Evil>> o
<<Böse>>, pero sí en el de <<condiciones y actos malos>>. Por ejemplo, el objeto de
la criminología seria la investigación de la tortura, de la violación de derechos huma-
nos. Nosotros como científicos (y criminólogos) no podemos saber cómo sería un mundo
feliz y perfecto, pero sí sabemos cómo analizar las parcelas malas de nuestra realidad
contemporánea” (Forero, 2012: 48).
Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del
mal analiza en el caso particular del juicio realizado a un importante funcionario del ré-
gimen nazi, quiénes son las personas que cometieron esos genocidios. Interpela entonces
desde la importancia de los procesos colectivos generales, quienes fueron parte de esos
procesos no fueron monstruos, ni siquiera muchas veces sujetos particularmente sádicos,
Arendt dice que “Para expresarlo en palabras llanas, podemos decir que Eichmann, sen-
cillamente no supo jamás lo que hacía” (1963: 418). Esto no obstante da cuenta de un
alejamiento a determinados principios o valores pero que en todo caso exceden a la per-
sona particular. Nuevamente en palabras de la autora “Una de las lecciones que nos dio el
proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar
más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana” (1963:
418). De este modo lo que se busca enjuiciar excede, por mucho, a Eichmann en particular
“Se puede asimismo afirmar que el objeto de la actividad judicial ha dejado de ser un ser
humano concreto y determinado, el individuo sentado en el banquillo para convertirse,
principalmente, en el pueblo alemán en general, en el antisemitismo bajo todas sus for-
mas, en la historia contemporánea, en la naturaleza humana, en el pecado original, de tal
modo que, en la última instancia, es la humanidad quien se sienta en el banquillo junto al
acusado” (Arendt, 1963: 416).
Es particularmente interesante como la autora logra sacar el problema de un ámbito for-
mal o legalista, ¿las ordenes que seguían quienes formaron parte del aparato industrial de

92
exterminio nazi era “legales”? ¿podían saberlo? ¿Es posible desobedecer órdenes dictadas
por superiores? Estas preguntas dejan de ser el nudo del problema.
Lo anterior es solamente un ejemplo entre los muchos que existen encaminados a demostrar

la insuficiencia de los vigentes ordenamientos jurídicos y de los actuales conceptos de la

jurisprudencia, en orden a hacer justicia en lo referente a las matanzas administrativas orga-

nizadas por la burocracia estatal. Si examinamos más detenidamente esta cuestión, adverti-

remos sin dificultad que los jueces que actuaron en todos los juicios a los que nos referimos

dictaron sentencia teniendo en cuenta únicamente la monstruosidad de los hechos. En otras

palabras, juzgaron libremente, sin fundar su juicio en los criterios y precedentes jurídicos

alegados con mayor o menor fuerza de convicción para justificar sus decisiones. (…) En

estos procesos, en los que los acusados habían cometido delitos <<legales>>, se exigió que

los seres humanos fuesen capaces de distinguir lo justo de lo injusto, incluso cuando para su

guía tan solo podían valerse de su propio juicio, el cual, además, resultaba hallarse en total

oposición con la opinión, que bien podía considerarse unánime, de cuantos les rodeaban.

(…) Los pocos individuos que todavía sabían distinguir el bien del mal se guiaban solamen-

te mediante su buen juicio, libremente ejercido, sin la ayuda de normas que pudieran apli-

carse a los distintos casos particulares con que se enfrentaban. Tenían que decidir en cada

ocasión de acuerdo con las específicas circunstancias del momento porque ante los hechos

sin precedentes no había normas”. (Arendt, 1963: 427/8)

Sería todo un tema para otro análisis ahondar en la experiencia de las personas que son
torturadoras en estos campos de concentración. Cómo logran volver posible, o incluso jus-
tificar aquello que resulta inhumano o contrario a todos los valores occidentales modernos
con los que somos educad*s. Sin embargo me parece interesante realizar algunas observa-
ciones, inevitablemente superficiales. Los procesos que analizo generaban mecanismos para
que sus agentes no se enfrentaran con lo más impactante de los resultados de sus acciones.
Estos procesos se sumaban al convencimiento ideológico y la elaboración de legitima-
ciones que justificaban el proceso más amplio. Los militares argentinos buscaban garan-
tizar el crecimiento de la patria y el mantenimiento de los valores de la familia cristiana,
los que pertenecían a las SS la grandeza del Reich y la pureza de la raza aria. No se tor-
tura admitiendo que esto se haga por placer o sin una finalidad específica que siempre se

93
presenta como urgente, necesaria e impostergable12. Respecto de esto cabe recuperar lo
sostenido por Zaffaroni en su artículo “Masacres, larvas y semillas” cuando describe cinco
técnicas de neutralización de valores:
“a) negación de la responsabilidad –se niega el hecho (genocidio armenio) o se consideran

inevitables sus consecuencias (efectos colaterales: en toda guerra hay muertos, los errores son

inevitables, los excesos no se pueden controlar) y también involuntaria la autoría (no busqué

esto, lo asumo por obligación); b) negación de la lesión: si bien en la masacre es imposible negar

la lesión, se la minimiza (son menos los muertos) o se la niega invocando la legítima defensa.;

c) negación de la víctima: las víctimas de las masacres siempre son criminales despreciables e

inferiores (traidores a la nación, enemigos de la sociedad, delincuentes comunes, degenerados,

corruptos; y, por tanto, son los verdaderos agresores; d) condenación de los condenadores: quie-

nes señalan a los masacradores no tienen autoridad moral y son traidores (cómodos, teóricos,

ideólogos, idiotas útiles, cobardes, que se beneficia sin correr riesgos, no tienen sentido prácti-

co); e) apelación a lealtades más altas: es la técnica de neutralización más usada en las masacres,

en particular cuando el mundo paranoico se instala como política de Estado”. (Zaffaroni; 2010)

En este sentido resultan gráficas las conocidas palabras del general Camps cuando dijo
que “nosotros no matamos personas, matamos subversivos”.
Ahora bien respecto de los mecanismos particulares que se generaban, en el caso del ré-
gimen nazi por ejemplo con el argumento de "no contaminarse", encargaban a judi*s sacar
los cuerpos de las cámaras de gas, cortar su pelo, revisar sus dentaduras, y enterrarl*s. En
algunos campos de concentración se han encontrado habitaciones contiguas con un hueco
que las unía, de un lado se paraban l*s detenid*s de espaldas para una supuesta revisación
médica y desde la otra habitación se les disparaba, se supone que esto tiene que ver con
mecanizar el “trabajo” de quien se limitaba a disparar sin ver las muertes que generaba
con esta pequeña acción.
La dictadura militar argentina también generó estos mecanismos: en el Destaca-
mento de Arana se quemaban cuerpos de las víctimas para eliminarlos, de un modo
seguramente mucho más precario que en el régimen nazi se tiraban en zanjas junto con

12 Podría pensarse en este sentido también el ejemplo del “ticking bomb” tan en auge en las universidades europeas en
estos tiempos y que se dirige a pensar la admisibilidad de la tortura en condiciones determinadas.

94
neumáticos y se prendían fuego. L*s prisioner*s declaran que el olor a carne quema-
da resultaba insoportable. Cerca de los lugares donde se encontraron restos oseos se
han encontrado restos de botellas de bebidas alcohólicas que parecen demostrar que
se emborrachaban durante las quemas. La sentencia en el marco de la causa “Circuito
Camps” recoge que: “Asimismo que en una de las tapas de los pozos sépticos descu-
biertos allí, hallaron una alta cantidad de botellas de bebidas alcohólicas, preserva-
tivos, etc.; y que de acuerdo a estos elementos, concluyeron que ese pozo había sido
utilizado en la década del ‘70”. “En la trinchera consignada con el N° 8, cercana al
tapial, encontraron un nuevo pozo séptico y sobre la tapa hallaron un conjunto de res-
tos óseos quemados, los cuales por su morfología pudieron identificar como humanos.
Agregó que asociados a estos restos humanos encontraron elementos propios para la
combustión, tales como restos de cubiertas de neumáticos, vidrios, chapas y proyecti-
les de armas de fuego” (Sentencia causa 2955/09).
Estas eran de algún modo formas de hacer posible para los perpetradores el ejercicio
de prácticas que de otro modo serían inconcebibles. Hoy los discursos de legitimación
previa han avanzado y parece que l*s jovenes estadounidenses que hoy hacen las veces
de torturador*s están de algún modo mejor anestesiad*s ante el dolor y el sufrimiento que
producen sin necesidad de negarlo o matizarlo13.
Pilar Calveiro retoma en este sentido las fotos de Abu Ghraib que circularon públi-
camente e intenta dilucidar lo “novedoso” de la situación: “lo nuevo ni siquiera es la
existencia de las fotos que den testimonio del maltrato de manera tan descarnada, sino
la inclusión de los perpetradores, sonrientes y victoriosos, dentro del cuadro. Junto al
horror, sin verlo; ellos mismos obturados sensorialmente anestesiados: ven sin ver y con-
viven con el horror sin sentirlo” (Calveiro; 2012:131) Y continúa “la inconsciencia atroz
de las sonrisas es el reverso de la crueldad, también atroz, que se reconoce a si misma
como tal pero se siente impune” (Calveiro; 2012:133). La era selfie logra avanzar incluso
sobre la necesidad de ocultar las torturas. Las torturas se muestran en la escena pública,
con una banalización que no es nueva pero que cambia de formas. La construcción del
enemigo y la idea de la necesidad de la seguridad social han calado tan hondo que resultan

13 Dice Mendiola: "no hay tortura sin torturabilidad, sin los relatos que apuntalan el desprecio y la negación de de-
terminados sujetos" (2014, 32)

95
garantía de la impunidad, no se desconoce la crueldad pero va unida con la idea de estar
cumpliendo un deber cívico, así se expone, así se muestra, con ese “orgullo”. De este
modo se termina de ver la idea de que estos delitos no se ven socialmente como contrarios
a los valores morales sino que, lejos de eso, los refuerzan.

1.1. El delito de Genocidio y la práctica social.

El término genocidio es un neologismo creado por Raphael Lemkin en 1944, aun cuan-
do los procesos de aniquilamiento previo remiten a épocas anteriores. En este apartado
buscaré clarificar un concepto común respecto de a que puede entenderse con ese término,
especialmente en el ámbito legal. Es sin dudas un debate abierto todavía si los genocidios
cometidos durante el siglo XX tienen características diferentes que las matanzas anteriores
o simplemente es un modo diferente de nombrarlas. Al respecto dice Feierstein que
Desde el punto de vista jurídico, la propuesta de dirigir la definición hacia el nudo esencial del

“aniquilamiento sistemático de un grupo de población como tal” es la mejor solución para resol-

ver las contradicciones y garantizar la igualdad ante la ley de los diversos grupos victimizados.

Sin embargo, desde una mirada histórico sociológica, esta solución parece reducir el fenómeno

a la perspectiva que entiende al genocidio como una práctica antigua que recién ahora cobra

expresión jurídica. Por el contrario, este trabajo pretende esbozar la posibilidad de que el geno-

cidio –o cuanto menos su forma moderna, que es cuando aparece como concepto, y al que en

este trabajo diferenciaré con el término de “genocidio moderno”- constituye una práctica social

característica de la modernidad (de una modernidad temprana, que podría tener sus antecedentes

hacia fines del siglo XV, pero cuya aparición definitivamente moderna se centra en los siglos

XIX y XX), cuyo eje no gira tan sólo en el hecho del “aniquilamiento de poblaciones” sino en

el modo peculiar en que se lleva a cabo, en los tipos de legitimación a partir de los cuales logra

consenso y obediencia y en las consecuencias que produce no sólo en los grupos victimizados

–la muerte o la supervivencia- sino también en los mismos perpetradores y testigos, que ven

modificadas sus relaciones sociales a partir de la emergencia de esta práctica. Y es en esto en lo

que difiere de procesos de aniquilamiento de población más antiguos así como de otros procesos

de muerte y contemporáneos. (Feierstein, 2007: 34/35).

96
La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio aprobada en
1948 recepta el tipo penal de genocidio como “cualquiera de los actos mencionados a
continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo
nacional, étnico, racial o religioso como tal: a) matanza de miembros del grupo. b) lesión
grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo. c) Sometimiento inten-
cional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física,
total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e)
Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo”.
Sin embargo en la resolución 96 de las Naciones Unidas que luego del nazismo convoca
a los Estados miembros a avanzar sobre esta tipificación se entendía que:
El genocidio es la negación del derecho a la existencia de grupos humanos enteros, como el

homicidio es la negación del derecho a la vida de seres humanos individuales; tal negación del

derecho a la existencia conmueve la conciencia humana, causa grandes pérdidas a la humanidad

en la forma de contribuciones culturales y de otro tipo representadas por esos grupos humanos y

es contraria a la ley moral y al espíritu y los objetivos de las Naciones Unidas. Muchos crímenes

de genocidio han ocurrido al ser destruidos completamente o en parte grupos raciales, religiosos,

políticos y otros. El castigo del crimen de genocidio es cuestión de preocupación internacional

(citado en Feierstein, 2007. 38).

Esto incluía la presencia de grupos políticos, la exclusión en la redacción final fue el


resultado de largos debates que planteaban, entre otras cosas, que este grupo carecía de la
misma estabilidad que el resto de las categorías. Con el argumento de facilitar la aproba-
ción de la Convención se restringieron los grupos que podían ser afectados generando una
situación particular en el derecho penal, una “desigualdad ante la muerte” en palabras de
Feierstein, la división de algunos grupos como posibles víctimas de genocidio a diferencia
de otros lo que de algún modo permite pensar en grupos con una existencia absoluta y
donde se desconoce el rol activo del perpetrador al momento de definirlos.
Ahora bien, aun cuando el genocidio ocurrido en Argentina durante la última dictadura
cívico militar está claramente orientado a un grupo político, arbitrariamente excluido de la
protección de la Convención, lo cierto es que los hechos resultan de todos modos típicos
dentro de la legalidad vigente:

97
La caracterización de “grupo nacional” es válida para analizar los hechos ocurridos en la Ar-

gentina, dado que los perpetradores se propusieron destruir un determinado tramado de las rela-

ciones sociales en un Estado para producir una modificación lo suficientemente sustancial que

alteró la vida del conjunto. Dada la inclusión del término “en todo o en parte” en la definición de

la Convención de 1947, es posible sostener que el grupo nacional argentino ha sido aniquilado

“en parte”, y en una parte suficientemente sustancial como para alterar las relaciones sociales al

interior de la propia nación. Y la década del noventa se encuentra allí para dar un patético ejem-

plo de hasta qué punto la destrucción de una parte del grupo nacional tuvo consecuencias en el

desarrollo económico, social y político posgenocida. (Feierstein, 2997: 51).

2. El autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”.


Guerra Civil y Genocidio en Argentina

En el año 1955 la llamada Revolución Libertadora derrocó al gobierno de Juan Domin-


go Perón imponiendo el primero de los gobiernos de facto en lo que sería una sucesión
en Argentina durante la segunda mitad del siglo XX. En el año 1958 se reinstauró la de-
mocracia pero el peronismo, partido mayoritario, permaneció proscripto durante todo el
período. Esta democracia débil fue particularmente inestable y en 1966 hubo otro golpe de
estado encabezado por la Revolución Argentina. Con un fuerte aumento de la conflictivi-
dad social se llamó a nuevas elecciones democráticas, en ese oportunidad el peronismo no
estaba proscripto, en esa oportunidad ganó Campora con el lema: “Campora al gobierno,
Perón al poder”. El gobierno estuvo a su cargo en un primer momento, luego de Juan Do-
mingo Perón y a su muerte de su esposa María Estela Martinez de Perón hasta el ascenso,
en 1976, del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
Mucho se ha escrito sobre este período y son largas las discusiones respecto de lo que
aquí ha sucedido. Me parece particularmente fructífero recuperar la lectura realizada por
Ines Izaguirre en el libro “Guerra civil, lucha de clases y genocidio en Argentina”, según
la autora a partir del golpe de estado en 1955:
La lucha de clases en Argentina se desenvuelve en condiciones de guerra civil, en el sentido clásico

del término: un proceso de lucha de clases que se va desarrollando hasta alcanzar su estadio polí-

98
tico-militar, porque la alianza social que contiene a la mayoría de la clase obrera es excluída polí-

ticamente durante 18 años y ese es el motor que alimentará todas las confrontaciones del período

hasta culminar en una guerra civil abierta, una vez que logre nuevamente su acceso al gobierno en

mayo de 1973. (…) un proceso de características excepcionales en la historia argentina: la forma-

ción y desarrollo de una fuerza social de carácter revolucionario desde fines de los años 60, su de-

rrota militar y política a cargo de las fuerzas del régimen y el genocidio que le sigue -una matanza

política de la que todavía no conocemos la totalidad de las bajas - que toman la forma de muertos

y desaparecidos y cuyas consecuencias sociales se siguen desplegando. (Izaguirre 2009: 15/16).

El entendimiento de que lo ocurrido luego del último golpe de estado en Argentina fue
un genocidio es una idea que a partir de las luchas de los organismos de derechos humanos
se ha ido instalando, llegando incluso a ser reconocida por el propio estado en diversas
sentencias judiciales. Por el contrario la idea de que ese genocidio vino a terminar de rom-
per las redes sociales construidas, para profundizar y consolidar las consecuencias que ha-
bía tenido una derrota previa a una fuerza social revolucionaria en el marco de una guerra
civil, es absolutamente minoritaria en Argentina. No será este el espacio para argumentar
respecto de esa interpretación, simplemente explicitar un lugar de enunciación.

El golpe de Estado realizado el 24 de marzo de 1976 se presentó a sí mismo como


“Proceso de reorganización nacional”. A partir de ese momento el país se encontraba bajo
el control de la junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas (Comunicado
nº 1. 24 de marzo de 1976). Desde 1955 el país sostenía una alternancia entre gobiernos
elegidos democráticamente, gobiernos elegidos con partidos mayoritarios proscriptos, y
dictaduras militares. Las Fuerzas Armadas, conscientes de la inestabilidad de esa situa-
ción, buscaron plantear un gobierno que pudiera implicar una superación y la instalación
de un nuevo orden de cosas. En este sentido Videla, a cargo del gobierno de la República
Argentina durante el período de la dictadura, en su primer discurso de asunción el 30 de
marzo de 1976, planteaba que:
“debe quedar claro que los hechos acaecidos el 24 de marzo de 1976 no materializan solamente

la caída de un gobierno. Significan, por el contrario, el cierre definitivo de un ciclo histórico, y

la apertura de uno nuevo cuya característica fundamental estará dada por la tarea de reorganizar

99
la Nación, emprendida con real vocación de servicio por las Fuerzas Armadas” (Videla, 30 de

marzo de 1976).

Videla enumera en esa oportunidad, una serie de problemáticas que según él aquejaban
al país y a las que venía a poner límites: la corrupción, la falta de confianza en l*s diri-
gentes polític*s, el avance de la desocupación, la cuestión económica que había acercado
a Argentina al peligro de la cesación de pagos. Ante esa situación, las Fuerzas Armadas
plantearon la toma del poder como una medida de excepción e incluso como un sacrificio
ante la imposibilidad del reacomodamiento institucional en una situación democrática:
Las Fuerzas Armadas participaron con absoluta responsabilidad en el proceso institucional, asu-

miendo cabalmente su rol, sin perturbar en medida alguna la gestión del Gobierno. Prueba irre-

futable de ello es que se empeñaron a lo largo y a lo ancho del País en una exitosa lucha contra

la delincuencia subversiva. La sangre generosa de sus héroes y sus mártires así lo asevera. Pro-

fundamente respetuosas de los poderes constitucional y sostenes naturales de las instituciones

democráticas, las Fuerzas Armadas hicieron llegar, en repetidas oportunidades, serenas adver-

tencias sobre los peligros que importaban tanto las omisiones como las medidas sin sentido. Su

voz no fue escuchada, ninguna medida de fondo se adoptó en consecuencia. Así las cosas toda

expectativa de cambio en el marco institucional fue absolutamente rebasada.

Ante esta dramática situación, las Fuerzas Armadas asumieron el gobierno de la Nación. Esta

actitud consciente y responsablemente asumida no está motivada por intereses o apetencias de

poder. Sólo responde al cumplimiento de una obligación inexcusable, emanada de la misión

específica de salvaguardar los más altos intereses de la Nación. Frente a ese imperativo, las

Fuerzas Armadas, como institución, han llenado el vacío de poder existente, y como institución,

también, han dado una respuesta a la coyuntura nacional a través de la fijación de objetivos y

pautas para la acción de gobierno a desarrollar, inspirados en una auténtica vocación de servi-

cio a la Nación. Para nosotros, el respeto de los derechos humanos no nace sólo del mandato

de la ley ni de las declaraciones internacionales, sino que es la resultante de nuestra cristiana y

profunda convicción acerca de la preeminente dignidad del hombre como ‘valor fundamental.

Y es justamente para asegurar la debida protección de los derechos naturales del hombre que

asumimos el ejercicio pleno de la autoridad; no para conculcar la libertad, sino para afirmarla;

no para torcer la justicia, sino para imponerla. (Videla, 30 de marzo de 1976)

100
En este primer discurso, y como una constante que se mantendría en el tiempo, la orien-
tación de esa reorganización no es del todo explícita, sin embargo hay dos lineamientos
que se pueden detectar atravesando toda la oratoria, en primer lugar el cristianismo no
solo como religión oficial, sino como un modo de ver el mundo “Estará abierta al aporte
de las grandes corrientes del pensamiento; pero mantendrá siempre fidelidad a nuestras
tradiciones y a la concepción cristiana del mundo y del hombre”. En segundo lugar la
cuestión del engrandecimiento nacional “(…) las Fuerzas Armadas no están dispuestas a
resignar, ni lo harán jamás, nuestros derechos y soberanía y que así como abren genero-
samente las puertas del país al aporte cultural y material extranjero, no permitirán que
nación o grupo alguno se inmiscuya en aspectos que son absoluta responsabilidad del
Estado Argentino” (Videla, 30 de marzo de 1976); que da cuenta del nacionalismo que fue
una línea ideológica estructurante de este proceso.
El nacionalismo no implicaba una respuesta unificada a la pregunta sobre el desarrollo
que debía tener el Proceso de Reorganización Nacional, y esto les permitía unificar a dis-
tintos sectores que a su interior tenía profundas diferencias. Esta fue la primera oportuni-
dad en que las Fuerzas Armadas en su conjunto (y no únicamente el ejército), tomaban el
control institucional del país y esto aumentaba las complejidades internas, tanto la Marina
como la Aviación tenían menos experiencia en este ejercicio y representaban voces que si
bien eran minoritarias (el ejército siempre fue la fuerza mayoritaria) sumaban compleji-
dades y matices. Videla fue elegido por la Junta Militar para el ejercicio de la presidencia
y también como cara visible del proceso, sin embargo esta designación y su continuidad
no estuvieron exentas de tensiones y disconformidades (Canelo: 2016). La dictadura no
representaba un proceso homogéneo sino que mantenía al interior sus propias disputas.
En este sentido es interesante recuperar la sistematización que realiza al respecto Paula
Canelo en el libro “La política secreta de la última dictadura argentina (1976-1983)”.
La autora habla de un “consenso antisubversivo” como núcleo duro de los acuerdos de
las Fuerzas Armadas, este se organizaba en relación a tres ideas fundamentales, en primer
lugar la idea de que las lucha antisubversiva era una guerra total que involucraba a la to-
talidad del pueblo argentino. En segundo lugar que el carácter de esta lucha habilitaba la
utilización de métodos excepcionales, de este modo actos que incluso en la legislación vi-
gente en ese momento eran considerados como criminales fueron entendidos como “actos

101
de servicio sacrificiales”. Finalmente la construcción de una legitimidad heroica de los
integrantes de las Fuerzas Armadas, al interior de las instituciones pero también de cara a
la sociedad en general. (En este sentido Canelo, 2016:45 y ss).
Pero más allá de este núcleo de consenso Canelo distingue tres tendencias políticas en
pugna al interior de este armado, que según plantea, tenían “límites difusos pero relati-
vamente estables en el tiempo”. Por un lado encontramos la fracción dura, en la que se
contaban figuras importantes de la estructura represiva particularmente del ejercito14 y de
los altos mandos de la Aviación, que defendieron la lucha antisubversiva como objetivo
excluyente del proceso de la dictadura y en líneas generales se presentaban como anti-
políticos, además de anticomunistas y antiperonistas. A nivel económico se oponían a la
política liberal desde posiciones estatistas, desarrollistas y corporativistas.
Por el otro lado la fracción politicista con una mirada pragmática respecto de los objeti-
vos del proceso, que privilegiaba la evaluación de tiempos y oportunidades. Promovían el
diálogo con partidos políticos y organizaciones sindicales y la clausura temprana de la re-
presión más violenta. Es interesante sin embargo que a pesar de encontrarse enfrentados con
la línea dura compartían con esta la oposición a las políticas económicas liberales por con-
siderarla (pragmáticamente) poco compatible con los objetivos inmediatos de la dictadura.
Entre estas dos posiciones se desarrolló una línea moderada, representada por los car-
gos más altos de la estructura de gobierno15. Esta fracción por un lado moderó las internas
abiertas entre las dos primeras posiciones buscando especialmente generar un equilibrio
al interior del propio ejército16. Por el otro lado expresó el proyecto que terminaría tras-
cendiendo a la dictadura misma, la articulación entre la lucha antisubversiva y la reforma
económica liberal. (Canelo, 2016: 95 y ss.).

El genocidio argentino tiene como particularidad el haber sido cometido en gran parte
en la clandestinidad durante todo el proceso. A diferencia de, por ejemplo, el régimen nazi
que legisló la industrialización de la matanza, durante toda la dictadura militar conviven

14 La autora menciona en este sentido a Carlos Guillermo Suárez Mason (Comandante del Cuerpo de Ejercito I), Ramón
Genaro Díaz Bessone (Cuerpo II), Luciano Benjamin Menéndez (Cuerpo III), entre otros.
15 La autora enmarca en esta línea a Jorge Rafael Videla, Albano Harguindeguy, Leopoldo Galtieri y el civil José Alfre-
do Martínez de Hoz (Ministro de economía entre 1976 y 1981).
16 En el mismo sentido el documento desclasificado por el National Security Archive de los Estados Unidos de fecha,
obrante en el anexo.

102
un régimen legal y otro clandestino, en muchos casos ejecutados ambos por las mismas
fuerzas de seguridad e incluso con los mismos recursos e instalaciones. Esta condición
hace que resulte muy complejo obtener números definitivos y certeros de las consecuen-
cias que tuvo en la sociedad argentina. Implicó la muerte y desaparición de al menos
30.000 jóvenes, activistas, militantes polític*s, trabajador*s y estudiantes. Se calcula que
hubo cerca de 500 centros clandestinos de represión, tortura y exterminio funcionando a
lo largo y a lo ancho del país. Estos números son el resultado centralmente de las inves-
tigaciones producidas en los relatos de los sobrevivientes, sin dudas una de los mayores
triunfos de ese genocidio -como práctica social en palabras de Feierstein- tiene que ver
con que aún hoy sea difícil evaluar la magnitud de las atrocidades cometidas.
El 9 de diciembre de 1985, en la denominada “Causa 13” la Cámara Federal a cargo
de esos primeros juicios refirió que: “En suma, puede afirmarse que los comandantes
establecieron secretamente un modo criminal de lucha contra el terrorismo. Se otorgó a
los cuadros inferiores de las fuerzas armadas una gran discrecionalidad para privar de
libertad a quienes aparecieran, según la información de inteligencia, como vinculados a
la subversión; se dispuso que se los interrogara bajo tormentos y que se los sometiera a
regímenes inhumanos de vida, mientras se los mantenía clandestinamente en cautiverio;
se concedió; por fin, una gran libertad para apreciar el destino final de cada víctima, el
ingreso al sistema legal (Poder Ejecutivo Nacional o Justicia), la libertad o, simplemente,
la eliminación física”.
Es imposible para mi dar cuenta en estas páginas de la magnitud del horror que logró
instalar el gobierno dictatorial, la profunda ruptura de las relaciones existentes hasta ese
momento, la instalación de la lógica del terror y del silencio que se extiende aún en mu-
chas de las personas que fueron víctimas de ese proceso.
Tal como decía al hacer referencia a la banalidad del mal, lo cierto es que la dictadura
logró construir un discurso que explicaba la necesariedad de lo que estaban haciendo, que
de algún modo, incluso difícil de comprender habiendo leído a Arendt, logró hacer mella
y que una gran parte de la sociedad se prestara a esta cacería. El gobierno militar supo
alinearse detrás de la lucha antisubversiva y construir desde ahí tanto un consenso inter-
no como una legitimidad hacía afuera. Al momento de construir los discursos públicos
presentaba a la subversión como la oposición, el trastocamiento de los valores nacional y

103
cristiano que la dictadura buscaba restaurar Esta subversión tenía una doble caracteriza-
ción en su presentación, por un lado la demagogía, relacionada fuertemente en el imagina-
rio argentino antiperonista con el peronismo; por otro lado el marxismo internacionalista.
En este sentido también lo plantea Paula Canelo: “implementar una 'reforma institucio-
nal' que permita defender a la democracia de sus 'dos grandes enemigos, la infiltración
y agresión marxista y la demagogía'”. Esta doble caracterización de un enemigo puede
verse en las distintas manifestaciones de las fuerzas armadas:
A través de la demagogia con sentido sectorial y mezquino, se ha hecho uso de rótulos, slogans

y frases hechas que han sembrado mayores enconos y antinomias en el Pueblo Argentino, y que

han tergiversado la verdad, porque es más fácil decir palabras agradables, antes que decir la

verdad. Por esa vía nos hemos ido confundiendo y hemos sido todos un poco víctimas, porque

se han trastocado los valores. Ese trastocamiento de valores tiene otro calificativo, que es el

de la subversión, porque subversión es subvertir los valores, siendo la guerrilla solamente una

consecuencia objetiva de ello. Cuando los valores están trastocados, hay subversión. Frente a

ese flagelo que han sido 1a demagogia y la subversión, hay un solo antídoto: la autenticidad de

nuestro proceso, que debe abarcar a todos, y que debe estar basado en la verdad. (Videla 12 de

mayo de 1976)

Por otro lado en el manual de formación política para el ejército, presenta una defini-
ción de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), y a partir de ahí desarrolla esa otra
característica que decíamos construye el enemigo del proceso, el marxismo internaciona-
lista. Entiendo que este texto, al margen de estar destinado únicamente a la formación in-
terna, nos permite ver cómo se construye esa imagen del enemigo de la cuestión nacional:
“Estos mismos —llámense montoneros, ERP o como quieran caracterizarse— son los que tratan

de copar y esclavizar al pueblo, agitando falsamente aspiraciones “nacionalistas” que nunca

profesaron pues sus cerebros están vacunados contra toda idea de Patria por el marxismoleni-

nismo internacional. Estos que buscan la destrucción del país —saboteando inclusive un único

Campeonato Mundial de Fútbol que tendremos— son los que dicen querer lo mejor para el

pueblo. ¡ESTE ES EL MARXISMO, EL ENEMIGO EXTERIOR QUE NOS AGREDE CON

SUS AGENTES LOCALES! ¡BUSCA NUESTRA DESTRUCCIÓN PARA ESCLAVIZARNOS

LUEGO! ¡CONOZCAMOS TODAS SUS FORMAS PARA DESTRUIRLAS UNA A UNA,

104
HASTA QUE TODA SU DIABÓLICA ESTRUCTURA QUEDE TOTALMENTE ANIQUILA-

DA! (Manual de Formación Política para el ejército).

El gobierno de la dictadura militar enmarca a estos sectores en un enemigo común,


aquel que pretende subvertir un orden establecido17. En este sentido es interesante re-
cuperar el análisis que realiza Inés Izaguirre cuando plantea que en Argentina se había
constituido una “fuerza social revolucionaria”18 de la que formaban parte tanto grupos
de izquierda marxistas como sectores identificados con el peronismo (Izaguirre, 2009).
Según el desarrollo de fuerza social de la autora las fuerzas sociales terminan de consti-
tuirse en pugna con otras, de este modo hay efectivamente una fuerza a la que se enfrenta
la dictadura que no se define por la homogeneidad de sus concepciones políticas sino que,
precisamente, por su rol en el enfrentamiento.
El genocidio fue entonces la forma de consolidar la derrota que eligió la fuerza social
vencedora de esa guerra civil de la que hablábamos, de este modo, con una violencia in-
concebible aún hoy para much*s de nosotr*s, garantizó el exterminio de esa fuerza social
durante un período de tiempo aún más largo que el que hubieran garantizado las propias
muertas de esas personas. Durante la dictadura, a diferencia del período previo, se instala
la figura de l*s desaparecid*s con todo el horror y la incertidumbre que conllevan. Esta
figura garantizaba el miedo, la continuidad de la espera, incluso que quienes esperaban se
sintieran responsables de dejar de hacerlo. Esta figura, no utilizada durante el momento
de guerra civil, fue durante el genocidio, una de las armas más poderosas para consolidar
la ruptura de la estructura social tal como hasta el momento se presentaba.

17 Esto no niega la idea de que el poder punitivo siempre se construyó desde la exclusión y las deshumanización (Za-
ffaroni, 2006)
18 La autora retoma el concepto de Fuerza Social de Juan Carlos Marin, quien en su “Cuaderno 8” plantea que: El
primer “vínculo” que quisiera señalar entre Lenin y Clausewitz refiere a sus referencias al concepto de “fuerza social”.
Ambos se ocupan de fuerzas sociales. En el caso de Clausewitz su fuerza social es lo que él llama fuerzas armadas; pero
en éste caso la existencia de esa fuerza es un presupuesto histórico que supone ciertos requisitos para su existencia. Esa
fuerza armada es la referencia al carácter burgués, profesional y nacional de una fuerza social. Pero no sólo eso; Clau-
sewitz concede una gran importancia al resto de las fuerzas sociales que no solamente se identifican con su presupuesto
de fuerzas armadas profesionales. En el caso de Lenin, la imagen que él tiene de la lucha de clases no presupone que
las clases sociales se enfrentan directamente, sino que quienes se enfrentan son fuerzas sociales. Estas fuerzas sociales
expresan distintos momentos y forman alianzas de clases, intereses (objetivos) de clases, grados de unidad de clases, etc.
Así, la lucha de clases se realizaría a través del enfrentamiento entre fuerzas sociales en pugna (Marin 2009:31)

105
3. Autoamnistía, derogación, leyes del perdón y reapertura de los juicios.

Uno de los últimos actos de gobierno de la dictadura, el 22 de septiembre de 1983, fue la


promulgación de una ley de autoamnistía, denominada como ley de Pacificación Nacional.
El artículo 1 declaraba “extinguidas las acciones penales emergentes de los delitos cometi-
dos con motivación o finalidad terrorista o subversiva, desde el 25 de mayo de 1973 hasta
el 17 de junio de 1982. Los beneficios otorgados por esta ley se extienden, asimismo, a
todos los hechos de naturaleza penal realizados en ocasión o con motivo del desarrollo de
acciones dirigidas a prevenir, conjurar o poner fin a las referidas actividades terroristas o
subversivas, cualquiera hubiere sido su naturaleza o el bien jurídico lesionado. Los efec-
tos de esta ley alcanzan a los autores, partícipes instigadores, cómplices o encubridores y
comprende a los delitos comunes conexos y a los delitos militares conexos”.
De este modo, de una ley que pretendía pacificar tratando de igual modo a “ambos
lados del conflicto”, intentaba lograr en realidad mantener en la impunidad los crímenes
cometidos durante la dictadura que, suponían, podían ser enjuiciados durante la demo-
cracia. La ley imponía incluso que las denuncias que pudieran ser presentadas debían ser
rechazadas sin sustanciación (artículo 12).
Sin embargo la primera ley aprobada por el Congreso una vez restituida la democracia
fue precisamente la derogación de esta ley de autoamnistía. De este modo tuvo lugar en
Argentina el “juicio a las juntas militares”, también conocido como causa 13, sin dudas
uno de los primeros procesos conocidos históricamente en que un estado juzga los delitos
cometidos por si mismo (y no un estado vencedor los de un estado vencido).
Sin embargo poco tiempo después, entre los años 1986 y 1987 el gobierno democrático
sancionó las que fueron conocidas como leyes de “punto final” y de “obediencia debida”.
La primera de ellas, n° 23.492, sancionada el 23 de diciembre de 1986 dispone la extin-
ción de acciones penales por presunta participación en los delitos del artículo 10 de la ley
23.094 y por aquellos vinculados a la instauración de formas violentas de acción política;
tras un plazo de 30 días acabado el cual no habría posibilidad de realizar denuncias. Ese
sería, según se pretendía, el punto final de la posibilidad de iniciar enjuiciamientos.
Por otro lado la ley de obediencia debida, n° 23.521, sancionada el 4 de junio de 1987
estableció una presunción que no admitía prueba en contrario acerca de los delitos come-

106
tidos por los miembros de las Fuerzas Armadas durante el Terrorismo de Estado, estable-
ciendo que no eran punibles, por haber sido efectuados obedeciendo órdenes emanadas de
sus superiores (AAVV; 2015: 140).
Comienza con estas leyes, conocidas como “del olvido y del perdón”, un período de
impunidad que se ve reforzado durante la década de los ’90 con indultos otorgados por el
Poder Ejecutivo.
Es interesante el hecho de que, si bien resultan usualmente leídas como el resultado de
un momento político coyuntural, reflejado en alzamientos militares que fueron conocidos
como “carapintadas”, pueden también pensarse como una “teoría de los tres niveles de
responsabilidad”: “Según esta, la responsabilidad principal recaía sobre quienes daban
las órdenes, este era el objetivo básico, había una segunda responsabilidad en quienes
“se habían excedido” en el cumplimiento de las órdenes, y por último respecto de aque-
llos/as que habían recibido órdenes, sobre estos últimos el radicalismo no quiso que ca-
yera ninguna persecución judicial” (AAVV, 2015 140/41).
Durante el período de impunidad las denuncias de Organismos de Derechos Humanos
tanto a nivel nacional como internacional fueron una constante. Incluso durante este pe-
ríodo comenzaron los juicios por la verdad que buscaban avanzar en aclarar lo que había
ocurrido aun cuando no fuera posible efectuar imputaciones penales al respecto. Esta
cuestión en particular no será abordada aquí ya que es parte de un desarrollo más extenso
del reconocimiento de ese derecho a la verdad.
Sin embargo en el año 2003, precisamente el 21 de agosto, se sancionó la ley 25.779
que declaraba insanablemente nulas estas leyes. De este modo no sólo se perseguía la de-
rogación y la interrupción de sus efectos sino derribarlas desde el momento en que habían
sido dictadas. (AAVV, 2015: 144). Sus efectos eran superiores a los de una posible dero-
gación porque atacaban la ley retroactivamente.
Al año siguiente la Corte Suprema, en el fallo “Simón” declaró la inconstitucionali-
dad de las leyes de obediencia debida y punto final ratificando la línea política abierta
con la ley 25.779.

107
VI. DERECHO A LA VERDAD

108
1. El derecho a la verdad.

Sin dudas, uno de los grandes ejercicios de la dictadura militar fue, como vimos, su
desarrollo en la clandestinidad. Complementado esto con la figura de l*s desaparecid*s
han logrado desarticular la posibilidad de conocer lo ocurrido de un modo muy eficaz y
profundo. Esto no fue gratuito, tuvo como objetivo desarmar redes sociales, instalar el
temor y el individualismo. Frente a esto, el derecho a la verdad fue una forma de exigir
conocer lo sucedido, de correr el velo de silencio que pretendía instalarse.
Este derecho es, sin dudas, intrínsecamente diferente a los que podrían considerarse dere-
chos más tradicionales, su titularidad no corresponde a una persona en particular, ni siquiera de
un grupo determinado, es el derecho de toda una sociedad a conocer su historia y está íntima-
mente relacionado con la construcción de una identidad social que nos identifique, en la cuál
nos reconozcamos como sujetos pero también como individuos sociales parte de procesos.
El reconocimiento de este derecho implica una reformulación completa de la idea de
víctima; entendiendo que durante este proceso de aniquilación sistemática no sólo fueron
víctimas aquell*s que efectivamente resultaron secuestrad*s, torturad*s o incluso asesi-
nad*s sino que también sus familias, aquellos personas que vivieron en absoluto terror de
sufrir lo mismo, aquellos que debieron abandonar el país para evitar esto y no pudieron
elegir donde vivir e incluso la sociedad en su conjunto.
El derecho a la verdad es un derecho autónomo, de este modo el hecho de que un país
haya cercenado su propia capacidad de juzgar a l*s culpables –como vimos que sucedió
en el proceso argentino con las leyes de obediencia debida y punto final- no puede avasa-
llarlo. Implica el derecho de las víctimas y la sociedad en general a conocer lo sucedido, y
como contracara, y aquí tal vez está lo más importante, podríamos llamarla la obligación
a la verdad, la responsabilidad de los estados de investigar.

109
2. Reconocimiento regional.

La Convención Americana sobre Derechos Humanos (conocida como Pacto de San José
de Costa Rica) es el instrumento que reconoce a nivel regional derechos fundamentales, la
cual fue suscripta por Argentina. Más allá de los debates doctrinarios a que ha dado lugar
la relación entre derecho interno y derecho internacional es interesante ver cómo plantea la
propia Convención que esto debería darse: en primer lugar afirma la obligación de respetar
los derechos y libertades reconocidos en ese pacto a toda persona sujeta a su jurisdicción
sin discriminaciones. En segundo lugar menciona el deber de adoptar disposiciones de
derecho interno caracterizado de la siguiente manera: “Si el ejercicio de los derechos y
libertades mencionados en el Artículo 1 no estuviere ya garantizado por disposiciones le-
gislativas o de otro carácter, los Estados Partes se comprometen a adoptar, con arreglo a
sus procedimientos constitucionales y a las disposiciones de esta Convención, las medidas
legislativas o de otro carácter que fueren necesarias para hacer efectivos tales derechos y
libertades” (artículo 2). Es decir que el estado debe adaptar su legislación interna de modo
tal de garantizar el cumplimiento de los derechos consagrados a nivel internacional
Respecto del alcance de esta norma se ha pronunciado la Corte Interamericana de Dere-
chos Humanos en el caso Velásquez Rodríguez en el que se demostró que en Honduras entre
los años 1981 y 1984 se produjeron numerosos casos de personas que fueron secuestradas y
luego desaparecidas y que estas acciones eran imputables a las Fuerzas Armadas de Hondu-
ras, que contaron, al menos, con la tolerancia del Gobierno. En este fallo la Corte declaro que:
“la obligación de los Estados Partes es la de “garantizar” el libre y pleno ejercicio de los de-

rechos reconocidos en la Convención a toda persona sujeta a su jurisdicción. Esta obligación

implica el deber de los Estados Partes de organizar todo el aparato gubernamental y, en gene-

ral, todas las estructuras a través de las cuales se manifiesta el ejercicio del poder público, de

manera tal que sean capaces de asegurar jurídicamente el libre y pleno ejercicio de los dere-

chos humanos. Como consecuencia de esta obligación los Estados deben prevenir, investigar

y sancionar toda violación de los derechos reconocidos por la Convención y procurar, además,

el restablecimiento, si es posible, del derecho conculcado y, en su caso, la reparación de los

daños producidos por la violación de los derechos humanos” (Fallo Velazquez Rodríguez,

CIDH, ap.166).

110
De este modo se establece como la contracara de la obligación de garantizar el efec-
tivo cumplimiento de los derechos humanos, la de investigar y sancionar las violaciones
que se hubieran cometido. Esta disposición distingue las obligaciones de sancionar y de
investigar aun cuando las trata como obligaciones conjuntas. Ahora bien de aquí podría
entenderse que Argentina no tenía la potestad de auto limitar la posibilidad de realizar
juicios penales a los perpetradores del genocidio ya que era su obligación sancionar esas
violaciones a los derechos humanos19. Pero aún menos podría eximirse de la voluntad de
investigar lo sucedido y, eventualmente restablecer los derechos conculcados o reparar los
daños producidos por las agresiones sufridas.
En el mismo fallo Velásquez Rodríguez la CIDH continua diciendo que
“La obligación de garantizar el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos no se agota con

la existencia de un orden normativo dirigido a hacer posible el cumplimiento de esta obligación,

sino que comparta la necesidad de una conducta gubernamental que asegure la existencia, en

la realidad, de una eficaz garantía del libre y pleno ejercicio de los derechos humanos.” (Fallo

Velázquez Rodríguez, CIDH, ap.166).

La obligación de investigar de los estados no es una obligación formal sino que,


por el contrario, deben implementarse políticas públicas que avancen en su efectivo
cumplimiento. Esto, lejos de ser una potestad discrecional de los estados, implica una
responsabilidad que tiene como contracara el derecho de l*s ciudadan*s a conocer la
verdad de lo sucedido, y a ver reparados sus derechos vulnerados en la medida en que
esto sea factible.
Al momento de reclamar el efectivo cumplimiento de este derecho en Argentina, la
Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, planteaba en la ciudad de La Plata que:
“Siendo el derecho a la verdad una parte del más amplio derecho a la justicia, cabe indicar que

las obligaciones que tienen los Estados a raíz de estos crímenes son diversas: A) obligación de

investigar y dar a conocer los hechos que se puedan establecer fehacientemente (verdad); B)

obligación de procesar y castigar a los responsables (justicia); C) obligación de reparar inte-

gralmente los daños morales y materiales ocasionados (reparación) y D) obligación de extirpar

19 De hecho la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de obediencia debida y punto final da cuenta de
esto.

111
de los cuerpos de seguridad a quienes se sepa han cometido, ordenado o tolerado estos hechos

(creación de fuerzas de seguridad de un estado democrático). Estas obligaciones no son alter-

nativas ni son optativas, el Estado responsable debe cumplir cada una de ellas, y si bien son

interdependientes, cada obligación admite un cumplimiento separado. No es permitido que el

Estado elija cuál de esas obligaciones habrá de cumplir, pero si –por hipótesis- una de ellas se

tornara de cumplimiento imposible, las otras tres siguen en plena vigencia. En este caso, aunque

las leyes de pseudo amnistía 23.492 y 23.521 y los decretos de indulto, colocaran un obstáculo a

la obligación de investigar, procesar y sancionar penalmente a los responsables, el Estado sigue

obligado a indagar la verdad, en los hechos en los que impera el secreto y el ocultamiento, y a

revelar esta verdad a los familiares de las víctimas y a la sociedad toda. Nuestro país, al suscribir

tratados internacionales, se comprometió a que las disposiciones contenidas en ellos se convier-

tan en derecho interno, aún mas, las incorporó a la Constitución Nacional por vía del art. 75 inc.

22. Ahora bien la obligación de investigar y revelar la verdad sobre las violaciones masivas y

sistemáticas a los derechos humanos fundamentales, puede ser cumplida por la vía administrati-

va, la judicial o la del Poder Legislativa, o aún por las tres de manera simultánea, lo que importa

es que el Estado cumpla, que lo haga de buena fe y en forma completa. En nuestro país, pese a

las recomendaciones y exhortaciones de los organismos internacionales, ninguno de los poderes

ha dado cumplimiento a la obligación de investigar, y ante este incumplimiento, es a la justicia a

quien corresponde arbitrar los medios para garantizar el goce de ese derecho, tanto porque en el

derecho interno es el Poder Judicial el garante final de los derechos de las personas, como por-

que es al mismo poder al que compete la responsabilidad de que se las normas internacionales

se incorporen efectivamente normas internacionales al derecho interno”. (Demanda presentada

por la Asamblea Permanente de Derechos Humanos en la ciudad de La Plata)

Esta demanda tiene la virtud de dar cuenta integralmente de las obligaciones vigentes
para el estado, pero también de la posibilidad de escindirlas. De este modo en un momento
en que políticamente no era posible conseguir la reapertura de juicios penales a los res-
ponsables del genocidio, se logra separar tácticamente las posibilidades de cumplimiento
de las responsabilidades sin resignar discursivamente la necesidad de un reconocimiento
integral. Las investigaciones entonces, como bien dicen l* s litigantes, podrían llevarse a
cabo desde el estado de distintos modos y mediante cualquiera de los tres poderes. En todo

112
caso una indagación seria debía implicar el compromiso estatal de realizar los esfuerzos a
nivel político, económico y humano que resultaren necesarios.
Ahora bien, respecto de la vigencia de esta obligación es claro el fallo analizado dicta-
do por la CIDH cuando dice que:
“El deber de investigar hechos de este género, subsiste mientras se mantenga la incertidumbre

sobre la suerte final de la persona desaparecida. Incluso en el supuesto de que circunstancias le-

gítimas del orden jurídico interno no permitieran aplicar las sanciones correspondientes a quie-

nes sean individualmente responsables de delitos de esta naturaleza, el derecho de los familiares

de la víctima de conocer cuál es el destino de ésta y, en su caso, dónde se encuentran sus restos,

representa una justa expectativa que el Estado debe satisfacer con los medios a su alcance.”

(Fallo Velazquez Rodríguez, CIDH, ap.181)

De esta manera se disipa cualquier duda que pudiera existir respecto de la duración tempo-
ral de esta obligación. El estado debe investigar, aún sin poder sancionar, mientras l*s “des-
aparecid*s” siga siendo tal. No hay amnistía posible que liberé al estado de su obligación.
Es importante explicitar la importancia de este fallo y lo oportuno de su cita indepen-
dientemente de que el mismo no fue dictado contra el estado argentino: la Convención
Americana de Derechos Humanos forma parte de la legislación positiva de nuestro país
no sólo por la ratificación de la misma sino porque posteriormente en el año 1994 se le
reconoció jerarquía constitucional. En lo que respecta a la interpretación de su alcance la
Corte Suprema de Justicia de la Nación, máximo tribunal a nivel nacional ha dicho que
el parámetro a seguir debía ser la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos20. De este modo la jurisprudencia resulta aplicable y debe ser tomada como
orientadora de las políticas públicas desarrolladas por el gobierno en este plano.
De manera específica la Comisión Interamericana de Derechos Humanos reco-
mendó a Argentina a través del informe 28/92, que establece la incompatibilidad de
estas leyes de amnistía y los decretos de indultos con la Convención Americana de
Derechos Humanos, la adopción de “medidas necesarias para esclarecer los hechos e
individualizar a los responsables de las violaciones de derechos humanos durante la
pasada dictadura militar”.

20 En este sentido el caso “Ekmekdjian c/Sofovich”, 1992.

113
Finalmente, en el “Caso Lapacó” se logró una solución amistosa entre el Estado argen-
tino y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, reconociendo el derecho a la
verdad de los familiares de las víctimas mediante actuaciones judiciales ante las Cámaras
Federales del país.
Finalmente es de interés resaltar en este breve repaso de algunos de los hitos de la
regulación regional que rige al estado argentino, que la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos ha interpretado en sus alegatos frente a la CIDH en el fallo Bámaca
Velàzquez, que:
El derecho a la verdad tiene un carácter colectivo, que conlleva el derecho de la sociedad a “te-

ner acceso a información esencial para el desarrollo de los sistemas democráticos”, y un carácter

particular, como derecho de los familiares de las víctimas a conocer lo sucedido con su ser que-

rido, lo que permite una forma de reparación. La Corte Interamericana ha establecido el deber

del Estado de investigar los hechos mientras se mantenga la incertidumbre sobre la suerte de la

persona desaparecida, y la necesidad de brindar un recurso sencillo y rápido para el caso, con

las debidas garantías. Siguiendo esta interpretación, la Comisión afirmó que este es un derecho

que tiene la sociedad y que surge como principio emergente del derecho internacional bajo la in-

terpretación dinámica de los tratados de derechos humanos. (Bámaca Velazquez, CIDH, ap 197)

Finalmente me parece interesante detenerme antes de finalizar este apartado en el he-


cho de que el derecho reconocido no sólo es a conocer la propia historia, al duelo a la
justicia; sino que es parte integrante del derecho a la libertad de expresión particularmente
vinculado con el derecho a la información en posesión del estado.
El artículo 13 de la Convención Interamericana de Derechos Humanos, sobre liber-
tad de pensamiento y expresión, en su inciso 1 reza “Toda persona tiene derecho a la
libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar,
recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole sin consideración de fronteras,
ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística o por cualquier otro medio
de su elección.” 21.

21 En el mismo sentido artículo 19 inc 1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

114
3. Reconocimiento Nacional

A partir de este reconocimiento internacional familiares de víctimas comenzaron a


realizar presentaciones judiciales en pos de su efectiva garantía a nivel interno. De este
modo este derecho a la verdad fue también reconocido como tal en Argentina en reitera-
das oportunidades: la Cámara Nacional Criminal y Correccional Federal al respecto del
caso Mignone Emilio F. S/presentación en causa 761 E.S.M.A.(1995) entendió que el
derecho a la verdad constituye uno de los fines inmediatos específicos del proceso penal
e incluso se refirió a la jurisprudencia de la Corte Suprema quién anteriormente había
dicho que: “los jueces tienen el deber de resguardar, dentro del marco constitucional
estricto, la razón de justicia que exige que el delito comprobado no rinda beneficios”
(Caso Tiboldi, Jose. CSJN)
En esa oportunidad la Cámara mencionó como antecedente a nivel internacional el
fallo dictado por la Corte Suprema de Estados Unidos en el caso Stone vs. Powel, donde
se considera que el procedimiento penal tiene excepcional relevancia y debe ser siempre
tutelado el interés público que reclama “la determinación de la verdad en el juicio, ya que
aquel no es sino el medio para alcanzar los valores mas altos: la verdad y la justicia”.
Ahora bien, más allá de las relaciones del derecho a la verdad con las indagaciones pe-
nales, este ha sido reconocido como un derecho autónomo. En este sentido la Cámara en
el marco del caso Lapacó Carmen Aguiar manifestó que:
“El derecho a la verdad, en este caso, no significa otra cosa que la obligación por parte del Estado

de proporcionar todos los mecanismos que están a su disposición para determinar el destino final

de los desaparecidos entre los años 1976 y 1983.Es así, la obligación del Estado de reconstruir

el pasado a través de medios legales que permitan descubrir la realidad de lo sucedido y de esta

manera dar una respuesta a los familiares y a la sociedad, es incuestionable desde el punto de

vista de la finalidad perseguida por el procedimiento penal”. (Lapacó Carmen Aguiar, CNCCF)

En la ciudad de La Plata, la Cámara Federal en su Resolución 18/98, que da inicio a


los Juicios por la Verdad en esa ciudad manifestó que:
“De principio, considero de toda necesidad declarar el derecho de los familiares de las víctimas

de los abusos del Estado ocurridos en el pasado gobierno de facto (1976/1983) de conocer cuales

115
fueron las circunstancias relacionadas con la desaparición de ellas y en su caso donde yacen sus

restos. Al respecto, si bien no puede ignorarse que diversas normas (leyes 23.492, 23.521 y de-

creto 1002/89) han acotado el ejercicio de la acción imposibilitando la aplicación de sanciones

a quienes resultaren responsables de tales hechos (debe dejarse a salvo la posibilidad de que se

configure algún caso excluido de las prescripciones de aquellas leyes - artículo 5 ley 23.492 y

artículo 2 de la ley 23.521-), ello no obsta a satisfacer la obligación de investigar el destino final

de los desaparecidos entre 1976 y 1983, descubrir la realidad de lo sucedido y de esta manera

dar respuesta a los familiares y a la sociedad.” (Resolución 18/98, CFALP, 1998).

En esa oportunidad se retomó lo manifestado por la Comisión Interamericana de Dere-


chos Humanos en su informe anual del período 1995/1996 donde se alude al carácter de
derecho humano del derecho a la verdad:
“Lo afirmado se compadece con el derecho de la sociedad a ser debidamente informada y con

lo que la práctica consuetudinaria a consagrado como el “derecho a la verdad “ que la Comisión

Interamericana de Derechos Humanos expusiera como “..la necesidad de establecer las viola-

ciones a los derechos humanos perpetrados con anterioridad al establecimiento del régimen

democrático “. Toda la sociedad tiene el irrenunciable derecho de conocer la verdad de lo ocu-

rrido, así como las razones y circunstancias en las que aberrantes delitos llegaron a cometerse,

a fin de evitar que esos hechos vuelvan a ocurrir en el futuro. A la vez, nada puede impedir a los

familiares de las víctimas conocer lo que aconteció con sus seres más cercanos. Tal acceso a la

verdad supone no coartar la libertad de expresión, la que -claro está- deberá ejercerse responsa-

blemente; la formación de comisiones investigadoras cuya integración y competencia habrán de

ser determinadas conforme al correspondiente derecho interno de cada país, o el otorgamiento

de los medios necesarios para que sea el propio Poder Judicial el que pueda emprender las in-

vestigaciones que sean necesarias” (Resolución 18/98, CFALP, 1998)

Estas resoluciones resultan coincidentes con la línea desarrollada a nivel internacional


y reconocen la exigibilidad del derecho a conocer lo sucedido que venía siendo vulnerado
por el estado argentino. El hecho de que el reconocimiento se hiciera no sólo en favor de
las víctimas y sus familiares sino de toda la sociedad (que en su conjunto resultó afecta-
da por lo aberrante de los hechos sucedidos) genera otro efecto si se quiere en un nivel

116
procesal, pero que no pierde por esto una importancia sustancial sumamente significativa.
Y es que de este modo se amplia infinidad de veces el número de interesad*s que están
legitimad*s para recurrir y exigir al estado la satisfacción de este derecho, la exigibilidad
no está solo en cabeza de las víctimas directas o de sus familiares sino que puede exigirse
desde distintos sectores de la sociedad que no deberían probar particularmente su inte-
rés en este sentido. Esto también queda expresamente reconocido en la resolución 18/98
cuando se sostiene que “están legitimados para ocurrir ante los órganos del Estado –y,
entre ellos, a la jurisdicción- todos los que directa o indirectamente tengan interés en la
averiguación concreta y sería sobre el destino de las personas desaparecidas.” (Resolu-
ción 18/98, CFALP, 1998)

Entonces el Derecho a la Verdad tiene rango constitucional que surge de la interpreta-


ción que la Corte Interamericana ha efectuado de la Convención Americana. Este derecho
tiene como titulares a las víctimas sobrevivientes, sus familiares y a los familiares de las
víctimas fallecidas o desaparecidas, como a la sociedad toda conforme interpretación de
la Comisión Interamericana en los casos de Delitos de Lesa Humanidad y cuyo contenido
está enmarcado por el conocimiento integral de lo sucedido, en general, y en la averigua-
ción del destino final de las personas desaparecidas, y a la entrega de sus restos, si es el
caso, en particular.
Por último, más allá de entenderlos como derechos separados, el derecho a la verdad
ha sido históricamente asociado a la posibilidad de realizar juicios penales a los efectos
de determinar si se cometieron delitos y quienes son responsables por ellos. En este sen-
tido como años más tarde reconocería el gobierno argentino, las denominadas Leyes de
Impunidad, frente a graves violaciones de los derechos humanos, son incompatibles con
la Convención Americana y en particular, con el Derecho a la Verdad de las víctimas, sus
familiares y los familiares de las víctimas fallecidas y/o desaparecidas. Es sin dudas una
relación compleja y dialéctica sobre la que intentare avanzar más adelante.

117
VII. POLÍTICAS DE MEMORIA Y JUICIOS EN ARGENTINA

118
En el campo de concentración, no sólo se mata al otro, sino que se busca
hacerlo desaparecer de la faz de la tierra sin dejar rastros de su existencia.
Se podría hablar de un aparato de cancelación del otro, basado en un
serie de desapariciones sucesivas y superpuestas: desaparición de la
persona jurídica primero, luego del sujeto mismo, de su nombre,
de sus restos y, por último, desaparición del crimen y de los resposables.
Al hacer desaparecer a personas concretas, con un nombre y
una identidad específicos, este aparato está en realidad intentando
hacer desaparecer a otro genérico –judio, subversivo, terrorista- que
que no existe como tal. Niega la condición de sujeto a una multiplicidad
de otros, diversos, para reducirlos a su pertenencia a otro total, irreal,
construido artificialmente para posibilitar su exterminio. (Calveiro, 2012: 103)

Entonces se pudo constatar que las gentes volvían


mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino
más pobres en cuanto experiencia comunicable (Benjamin; 1933)

119
La relevancia y la complejidad de los testimonios ha sido objeto de argumentación a lo
largo de este trabajo. Sin embargo no es tan claro como recuperar esa voces en un trabajo
académico. Las entrevistadas no están elegidas como “muestra representativa”; sin dudas
con la arbitrariedad de cualquier selección entreviste a cuatro mujeres atravesadas por la
construcción de memoria y por estos juicios, no en tanto ejemplificadoras de un sentir
modélico de víctima, de familiar o de militante. Simplemente quiero dialogar con esas
voces, poner en tensión lo que estoy pensando con aquello que han construido durante
muchísimos años. Sacar a mi investigación de la comodidad de las bibliotecas críticas del
sistema penal y exponerla a lo que les ha ido pasando a algunas de las personas que han
impulsado durante estos años de distintos modos estos procesos.
Algunos criterios de selección tuvieron que ver con que sean personas que efectiva-
mente hayan estado impulsando o participando de los juicios durante estos años, y que
hablen desde lugares disimiles entre si, desde distintas experiencias vitales. Finalmente
escogí cuatro mujeres, en el entendimiento de que muchas veces la reconstrucción de la
memoria ha quedado en esas voces y que es importante ubicarlas en el centro, escuchar-
las, retomarlas.

La primera persona que entreviste fue Ailin, militante de la Asociación Ex Detenidos


Desaparecidos. Ailin nació en 1989, hacía seis años que se había terminado la dictadura.
Vive en la ciudad de La Plata. Cuenta que la asociación tiene cerca de 30 años de existen-
cia, un par más que ella “es un espacio en que la gran mayoría son sobrevivientes, pero
también hay personas que no son sobrevivientes, o sea, por una cuestión generacional
como es mi caso; después hay compañeros y compañeras que tienen hermanos desapare-
cidos, o algún familiar; hay compañeras que estuvieron detenidas en el ’75, o sea previo
al golpe genocida; y después compañeras con diferentes trayectorias en relación a De-

120
rechos Humanos. Pero generalmente la mayoría sobrevivientes, por eso es un organismo
que lo componen la mayor parte mayores de sesenta años, más o menos”
Ailin milita ahí desde hace 8 o 9 años, cuenta que antes había militado en organiza-
ciones de Derechos Humanos en Esquel, un pueblo del interior de donde es oriunda. Se
acercó “un poco parte de la historia familiar, de tíos que han sido sobrevivientes, que
siempre estuvo en mi casa como ese tema; y otro por interés como más personal de esto:
de las dispuestas y las construcciones en relación a la memoria, la verdad y la justicia”.
Ailin, además, milita en un movimiento piquetero.

La siguiente fue Marga, también militante de la Asociación Ex Detenidos Desapare-


cidos, casi desde su fundación. Vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, me recibe
en su casa, me abre las puertas y me pregunta si puedo conectarle una computadora que
recién hoy le arreglaron, así puede escuchar CDS, que ya está harta de la radio.
Marga fue detenida en 1975 antes del comienzo de la dictadura, era militante en Tu-
cuman y estuvo en la Escuelita de Famaillá. Cuando volvió la democracia su historia no
era parte de lo que podía ser juzgado, en 1975 no había en Argentina ningún genocidio.
Retoma permanentemente los juicios que tuvieron lugar en las distintas provincias del
país. Finalmente su caso llegó a juicio en el marco de lo que fue conocido como “juicio
al operativo independencia” que tuvo sentencia en el año 2017.

En tercer lugar entreviste a Marta Hungaro. Marta es hermana de Horacio Hungaro,


militante de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) desaparecido durante lo que fue
conocido en Argentina como la noche de los lápices. El 16 de septiembre de 1976 son
secuestrados en la ciudad de La Plata jóvenes estudiantes secundarios, todavía no tenían
20 años. La hermana de Marta, Nora, fue secuestrada diez días más tarde, y días más tarde
fue liberada. El cuerpo de Horacio fue encontrado en el año 2006. En los '70 Marta mili-
taba en el Partido Comunista.
Marta fue una de las personas que firmaron el escrito presentado por la APDH que da
comienzo al Juicio por la Verdad en la ciudad de La Plata. Actualmente trabaja en la Se-
cretaría Única de la Cámara Federal, con los archivos de esos juicios.

121
Finalmente entreviste a Estela de la Cuadra. Estela era militante del PCML –Partido
Comunista Marxista Leninista-, organización fundada en 1968. Su esposo fue desapareci-
do durante la dictadura. Dos de sus herman*s también, una de ellas, Helena, estaba emba-
razada y dio a luz en un centro clandestino de detención. Ella y su compañero le pusieron
a su hija Ana Libertad –Ana en homenaje a Ana Santucha, fusilada en Trelew estando
embarazada, Libertad porque era lo más preciado para ell*s ahí adentro. Ana recuperó su
identidad en el año 2014. La madre de Estela, Licha, fue la primera presidenta de la aso-
ciación Abuelas de Plaza de Mayo.
Estela tuvo que exiliarse en julio de 1978, primero en Brasil y luego en Suecia.
Su relato es insurrecto, está mal empezar por los juicios no se puede empezar por
ahí, dice después de leer las preguntas que yo había preparado. Habla de casos en
los '60 y otros en el 2017, su cabeza parece tejer miles de hilos invisibles, a veces
me cuesta seguirla. "No acepto la memoria cristalizada en la dictadura", me dice.
Prefiere que no la grabe.
Estela me cuenta que en un primer momento firmaba como Estela de la Cuadra Zubas-
nabar de Fraire, de la Cuadra por sus hermanos, me explica, Zubasnabar para ligarlo con
su madre, Fraire para que aparezca su marido. “Ahora todo el mundo habla de desapare-
cidos pero en ese momento no sabíamos”.

Las voces de quienes sobrevivieron, que hoy resultan en Argentina una referencia casi
obligada, tuvieron durante muchísimos años distintas resistencias, oposiciones, deslegi-
timaciones. Aun luego de la teoría de los dos demonios instalada luego de la dictadura
militar que asimilaba la violencia ejercida desde “ambos bandos”, y la necesidad de la
construcción de las víctimas como pasivas, despolitizadas “inocentes”, para ser conside-
radas como tal; aparecieron muchas otras voces.
Ailin cuenta que hubo “bastante hostilidad de cara a los sobrevivientes, como “vos
sobreviviste. Por algo sobreviviste y mi hijo, mi hermano, no sobrevivió…. Que pasó en el
centro” cuando en realidad es parte del genocidio, necesitaban que haya gente que sobre-
viva y cuente el horror. Porque si no había nadie que cuento el horror no iba a estar ese
terror que invada. Y el por qué sobrevivieron unos y otros no… No sé, eso nunca se va a
saber, pero también es como que desde esos lugares ellos construyen la memoria. No se…

122
Si vos te ponés a leer un testimonio de compañeros y compañeras cada vez que nombran a
un compañero dicen donde militaba, como que eso es re importante “Fulanito de Tal que
militaba en tal lado…en el barrio o en sindicato…”, como una necesidad de demostrar
que no se llevaban a cualquiera, sino que fue un genocidio planificado y eso se visualiza
muchísimo en los testimonios”.
Marga también hace referencia al estigma de los sobrevivientes, una carga que tienen
que llevar más allá de lo que hagan o lo que no. Pero también agrega que “el testimonio
de los sobrevivientes tiene un peso insoportable para el sistema burgués”.
Elizabeth Jelin entiende que el rol central del testimonio de los sobrevivientes viene
desde el juicio a Eichman en Jerusalén, en el año 1961. En esa oportunidad “El testimo-
nio de los sobrevivientes jugó allí un papel fundamental, no sólo o necesariamente como
prueba jurídica, sino como parte de una estrategia explícita de quienes llevaron adelante
la acusación: se trataba de traer al centro de la escena mundial la memoria del genoci-
dio”. (Jelin, 2002: 83),
Los testimonios oscilan todo el tiempo entre su propia historia y la necesidad de contar
aquello que sucedió a sus seres queridos, de dar cuenta de algo más. El estigma del sobre-
viviente, presentado explícitamente por Marga y por Ailin, se sumó a los inmensos pade-
cimientos que sufrieron todas estas personas. La dictadura necesitó dejar sobrevivientes
para que se conociera el terror, hoy tenemos la posibilidad de recuperar en ellas, algo de
lo sucedido durante todos los años posteriores.
Desde la primera acepción de testigo- partícipe, hay acontecimientos y vivencias de los que no

es posible testimoniar, porque no hay sobrevivientes. Nadie ha vuelto de la cámara de gar, como

nadie ha vuelto de un <<vuelo de la muerte>> en Argentina, para contar su experiencia o aun


silenciar su trauma. Este agujero negro de la experiencia personal, este hueco histórico, marca

un límite absoluto de la capacidad de narrar. Es el hueco y la imposibilidad humana planteados

por Primo Levi, quien se reconoce en el <<deber de memoria>> como testimoniante <<delega-

tivo>> o <<por cuenta de terceros>> que les cabe a los sobrevivientes. El testigo-partícipe que

no puede testimoniar es, en el mundo de los campos de concentración y especialmente de Aus-

chwitz, la figura del <<musulman>>, aquel que ha perdido su capacidad humana cuando todavía

no había muerto corporalmente. (Jelin, 2002: 81)

123
Estas entrevistas fueron, sin dudas, uno de los más grandes desafíos de esta investiga-
ción, la posibilidad de escucharlas, de la mano con la necesidad de no idealizarlas. “Se
vuelve fundamental para esta metodología la potencia de la escucha y la afectación,
del registro de las intensidades con las que nos encontramos (…)”(Arias, Lopez; 2016:
174), decía en el apartado metodológico. Y luego, siguiendo a Pilar Calveiro “Todo acto
se interroga por su fidelidad, sin hallar jamás respuestas definitivas. Lejos de la idea de
un archivo, que fija de una vez y para siempre su contenido, la memoria se encarga de
deshacer y rehacer sin tregua aquello que evoca. Y, sin embargo, no deja de inquietarse,
con razón, por la fidelidad de su recurso” (Calveiro, 2013: 11). La construcción, también
para mi, implicó un ejercicio complejo y sutil, cómo volver a preguntar sobre estos temas
sin invadir, cómo no preguntar sin dejar en el olvido:
El pacto se basa en una presencia no obstructiva u obstruyente pero visible y activa de quien

escucha. El equilibrio es inestable y difícil de mantener, la alerta es permanente. La narrativa

de la víctima comienza en una ausencia, en un relato que todavía no se sustanció. Aunque haya

evidencias y conocimientos sobre los acontecimientos, la narrativa que está siendo producida y

escuchada es el lugar donde, y consiste en el proceso por el cual, se construye algo nuevo. Se

podría decir, inclusive, que en ese acto nace una nueva <<verdad>> (Jelin, 2002: 84)

Las entrevistas son para mi las voces más enriquecedoras de este texto, por pedido de
algunas de las entrevistadas no entrego una copia textual de lo que dijeron, que por mo-
mentos es demasiado íntimo tal vez o demasiado personal. En todo caso pretendo compen-
sar esto de algún modo con citas textuales que pueden resultar extensas pero que entiendo
dan cuenta, además de un contenido, de un modo, de una forma, de una relación con lo
sucedido y con la forma de construir una memoria que han tenido y que espero pueda leer-
se al menos parcialmente en lo que sigue.

1. Políticas de memoria en Argentina

Frente a este derecho reconocido los diferentes países generaron políticas diversas res-
pecto de la construcción de ese derecho a la verdad y la memoria. El eje de este trabajo

124
será analizar en particular la vía judicial, en primer lugar en lo que serían conocidos como
juicios por la verdad, y más adelante respecto de los juicios penales tradicionales.
Esto por supuesto no implica que sea esta el único desarrollo de políticas en este senti-
do que se dio en el país. Antes y durante de estas construcciones de una memoria judicial
se desarrollaron otras, algunas de ellas desde el estado, otras desde la sociedad civil. La
relación entre estos dos espacios sin dudas está marcada por muchísimas tensiones que
deberían pensarse en cada caso en particular, en qué medida la decisión estatal de avanzar
en las distintas políticas públicas ha sido el resultado de las presiones ejercidas por los or-
ganismos de derechos humanos constituidos en la búsqueda de memoria verdad y justicia,
cómo dialogan estos espacios una vez que esas acciones estatales son puestas en marcha,
cuáles son las tácticas desarrolladas desde ambos lados en esta relación tensionada, estas,
entre otras, son algunas de las preguntas que atraviesan el tema y que intentare responder
al menos parcialmente respecto de mi objeto de estudio en los desarrollos judiciales.
Ahora bien, me parece importante detenerme al menos superficialmente en algunas
otras políticas desarrolladas que entiendo resultan centrales en la construcción de memo-
ria colectiva en nuestro país. En particular en los escraches realizados centralmente antes
de reanudarse los juicios desde los organismos de derechos humanos y las organizaciones
políticas; y en los usos de los espacios que funcionaron durante la dictadura como centros
clandestinos de detención y exterminio que representó durante la última década uno de los
principales debates al interior de los movimientos de derechos humanos.
“Si no hay justicia, hay escrache”, dice un conocido slogan en Argentina, y logra sin-
tetizar en seis palabras muchas de las complejas relaciones de las que intento dar cuenta.
Los escraches como herramienta de lucha, como política de memoria, surgen en nuestro
país en la década de los ’90. Ante la imposibilidad de obtener condenas penales a los res-
ponsables del genocidio se pretendía al menos señalarlos, identificarlos, lograr que l*s
vecin*s los conocieran.
La organización HIJOS –Hijos por la Identidad, la Justicia, contra el Olvido y el Si-
lencio- que nucleaba centralmente hij*s de desaparecid*s fueron quienes iniciaron esta
particular forma de denuncia, continuando con la tradición de lucha de familiares, iniciada
por las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo quienes todos los jueves realizaban una ronda
a la plaza, pero con una marcada impronta juvenil.

125
Según cuenta Esteban, un militante de la agrupación en una entrevista realizada por
Ludmila da Silva Catela respecto de los primeros escraches:
“escracharlos, ponerlos en evidencia, no dejar que el vecino no sepa quién es (…) Teníamos

discusiones políticas de qué hacer y cómo hacer. Porque llegó un momento en que, por ejem-

plo, se decía escrachar. Escrachar a todos los milicos, pero la cosa era de qué forma, algunos

querían ir y pintar la casa del tipo, pintarla toda, otros querían agarrar al hijo de un milico y

cagarlo a trompadas. Mil cosas salían y eran muy diferentes, con ideologías muy distintas.

Entonces, ¡se armaban unos quilombos!, porque en las reuniones éramos 50, 60…” (da Silva

Catela, 2001: 265)

El primer escrache, con ese nombre, se realizó en 1996 a José Luis Magnasco, un mé-
dico que había sido denunciado como apropiador de niñ*s en el Centro Clandestino que
funcionaba en la ESMA. En esa oportunidad, los HIJOS se acercaron al Hospital donde
él trabajaba volanteando panfletos que lo vinculaban con la dictadura militar. A partir de
ese momento los escraches realizados con distintas herramientas funcionaron a modo de
“justicia popular”. Si el estado no tomaba en sus manos el contar esta historia recuperan-
do las voces de las víctimas, ellas mismas lo harían. Es llamativo porque la justicia no se
organiza finalmente como una forma de violencia directa sobre el cuerpo de quienes era
acusados (como sí lo hace la justicia penal) sino que lo hace expresamente sobre la cons-
trucción de discurso, de relato y de memoria.
En un documento leído en el escrache realizado a Carlos Ernesto Castillo22 decían que:
Hoy los hijos elegimos expresar la condena social a los asesinos a través del escrache. Cada

uno de nosotros debe encontrar la forma de manifestar el repudio a los genocidas. Porque los

derechos humanos no son ni de las Madres, ni de las abuelas, ni de los Hijos, ni de nadie en

particular, son de todos. Porque a todos nos privaron de una generación y nos obligan a vivir

con sus asesinos. (…) Porque estas democracias y sus representantes no han demostrado tener la

voluntad necesaria para juzgar el terrorismo de Estado y sus responsables. (…) Nuestros padres

pensaron un mundo que nada tenía que ver con éste, un mundo donde la igualdad, la solidaridad

y el respeto tenían un lugar fundamental. Por eso lucharon, por eso se organizaron, por eso unie-

22 Castillo en noviembre de 2017 fue condenado a cadena perpetua en el marco de la causa conocida como “CNU”
tramitada ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de La Plata.

126
ron sus fuerzas y corazones, por eso estamos nosotros acá. Porque el pueblo es el único capaz de

conquistar su propia libertad. (Citado en da Silva Catela, 2001: 270)


La política desarrollada por el colectivo HIJOS discutía entonces explícitamente con
las líneas llevadas adelante por el estado, si no hay justicia hay escrache decían poniendo
de manifiesto la necesidad de que se realizaran los juicios a los responsables de la dicta-
dura militar y que, según entendían en el documento precedente, no existía la voluntad
necesaria para llevarlos adelante.
Hay dos cuestiones más que me interesa resaltar respecto de estas acciones, por un lado
su carácter colectivo, en todo caso el tomar la justicia y el relato de la historia en las pro-
pias manos no remitía a acciones individuales ni personales sino a un proceso colectivo y
organizado. Por el otro el carácter local de los escraches, y que de hecho –como se verá
luego también pasó con los juicios por la verdad- llevó a que se desarrollaran de diferentes
maneras en los distintos puntos del país. En este sentido reflexiona da Silva Catela que:
“En cada provincia, en cada ciudad, de forma organizada, planificada y difundida, estas
acciones llevan a localizar y discriminar a cada represor, para castigarlos simbólica y
socialmente. (…) Por otro lado al igual que en los Juicios por la Verdad, hay un énfasis
colocado en los lugares de pertenencia en lo regional, en focalizar a cada represor en su
domicilio, en el contexto de su barrio, en su lugar de trabajo” (da Silva Catela; 2001 : 266)
Otro de los debates centrales en relación a políticas de memoria en nuestro país se re-
lacionó con los modos de ocupación de los espacios físicos, desde la simbólica Plaza de
Mayo, ubicada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, lugar donde las Madres de Plaza
de Mayo comenzaron a realizar su ronda todos los jueves incluso durante la dictadura,
como un modo de ocupación de espacios públicos, paradójicamente posible especialmente
para las mujeres que eran vistas como inofensivas o menos politizadas, espacios de dónde
la ciudadanía en general era desplazada y sus hij*s en particular, desaparecid*s. Respecto
de esta plaza en los 24 de marzo, fecha de conmemoración del comienzo de la dictadura:
Todos los años, desde el retorno de la democracia, el ritual del 24 de marzo se repite en diversas

ciudades del país. Podemos pensar que este ritual se actualiza ordinariamente, en pequeña esca-

la, cada vez que las Madres realizan su ronda semanal en las diversas plazas de Argentina. Los

24 de marzo, la ronda se desarma, se amplía y transforma en una marcha desde algún lugar hacia

127
la plaza o desde la plaza hacia otro lugar. En general la plaza es el punto final, la culminación,

el escenario, el nudo convocante. (da Silva Catela, 2001: 171)

Ahora bien un debate particularmente intenso se dio respecto de la utilización de es-


pacios que habían sido utilizados durante la dictadura como centros clandestinos. En este
sentido fue paradigmática la discusión que se dio respecto de la ESMA –Escuela de Me-
cánica de la Armada-, Silvia Finocchio resume que:
La intención política del presidente Nestor Kirchner es construir allí un Museo de la Memoria,

y concretado ya el desalojo que obligó a la Armada a abandonar totalmente ese predio se inició

el debate sobre el sentido del museo (…). Un año atrás el presidente Kirchner visitó el campo de

concentración de Dachau. Un artículo publicado en un periódico de Buenos Aires bajo el título

“En Dachau, Kirchner reforzó su idea de los museos de la memoria” reproduce algunas decla-

raciones que realizó mientras la comitiva caminaba en silencio: “En la Argentina la sociedad no

quiere asumir lo que pasó”; hay que enseñar en los colegios lo que pasó en la Argentina”; “hay

que fijar la memoria, aunque me critiquen, aunque cueste”; “yo quiero hacer el museo de la me-

moria, hay que hacerlo, hay que hacerlo cuanto antes” (Finocchio; 2007: 271/2)

Sin dudas la voluntad de construir una memoria respecto de esos sitios era compartida
por distintos actores –no así la idea de fijar la memoria que sería discutida como retoma-
re más adelante-. Sin embargo las diferencias se establecen en relación a cómo hacerlo,
cuál es la memoria que se construye en esos lugares en los que habitó el horror, en los
que miles fueron vist*s por última vez con vida en las peores condiciones. En este sen-
tido Ailin de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos, una de las organizaciones que
más discutieron estas políticas durante el gobierno kirchnerista, cuenta que: “Como de la
Asociación somos muy críticos en lo que el kirchnerismo, y profundizó el macrismo, hizo
con los sitios de memoria: por ejemplo, el caso emblemático es la ESMA –sí hicieron un
asado- que fue el centro clandestino más grande de la Argentina, donde se entiende que
pasaron más de cinco mil personas… Se hacía por ejemplo, una especie de festival, en
donde se hizo un asado, cuando los asados implicaban que estaban quemando compañe-
ros para hacerlos desaparecer; y todo este discurso de “donde hubo muerte, hay vida”.
Nosotros siempre decimos: “donde hubo muerte, hubo muerte”. No hay vida posible, por

128
eso, también, hay como mucha resistencia a que en la ESMA se hagan murgas, hubo una
actuación de un payaso, en donde por ejemplo torturaron a un compañero nuestro de la
Asociación con su hijo encima, y le hicieron pasar picana eléctrica a él y a su hijo de dos
años… Y en ese lugar actuó un payaso”.

Explica la posición entendiendo que en esos espacios todavía pueden encontrarse prue-
bas para los juicios y que en ese sentido no podrían tocarse mientras haya ahí evidencia,
y si es necesario realizar por ejemplo un reconocimiento a nivel judicial este no podría
hacerse porque se encuentra modificado. Pero agrega que los sitios de memoria buscan
“expresar los compañeros que estuvieron detenidos - desaparecidos ahí, su militancia,
su vida, lo que eran esos compañeros; (…) Donde hubo un centro de exterminio, hubo un
centro de exterminio. Las actividades tienen que ir en relación a la construcción de la
memoria, la verdad, la justicia, el reconocimiento y la militancia de los compañeros pero
no el show que se hace ahora. Y ahí está mucho lo de Auschwitz, se toma mucho como
ejemplo eso, los centros nazi, en donde, no se… No iría una batucada a tocar ahí. Bueno
acá tampoco, no pueden pasar esas cosas”.
En este debate se atraviesan sin duda muchos otros implícitos, pero la construcción
simbólica de memoria en aquellos sitios donde l*s sobrevivientes fueron salvajemente
torturad*s, donde permanecieron en las peores condiciones de encierro imaginables, allí
donde l*s familiares registran las últimas noticias de sus seres queridos ha sido uno de
los más fuertes puntos de controversia en los últimos años. Si bien el caso de la ESMA
es paradigmático hay muchísimos otros casos, en La Plata la Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación funciona en el predio donde solía funcionar el Batallón de
Infantería Marina n° 5 lo que generó una controversia en el mismo sentido. Tanto en este
caso como en el de los escraches no son políticas de memoria que funcionen aisladas, por
el contrario la tensión entre el estado y los organismos de derechos humanos de la socie-
dad civil es manifiesta (aun cuando muy diferente en las dos oportunidades), y sin dudas
en ambos casos la relación con los procesos judiciales está presente todo el tiempo, los
escraches ante la inacción del estado para juzgar, la necesidad de preservar los centros
clandestinos como espacios de prueba. Pero además de esto en los dos casos se genera un
debate sobre una construcción de relatos históricos, las políticas de memoria construyen,

129
instalan, discuten una memoria colectiva permanentemente en disputa, sin importar si esa
memoria es o no judicial, el cómo recordar no deja de tener contenido político.


2 . J u i c i o s p o r l a Ve r d a d . U n a r e s p u e s t a a r g e n t i n a

En particular en el caso argentino en el caso Lapacó el estado asumió el compromiso


ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de investigar los delitos que ha-
bían tenido lugar en Argentina durante la dictadura militar, en los casos en que no habían
sido objeto de proceso penal por haber quedado comprendidos en las leyes de obediencia
debida y punto final. Se estableció que el ámbito para investigar sería el poder judicial,
en particular las Cámaras Federales en lo penal ya que habían sido las que habían parti-
cipado en el juzgamiento de los militares durante los primeros años de la democracia y
que recopilaron gran parte de la información lo que evidentemente producía un enorme
ahorro de esfuerzos, teniendo en cuenta que se retomaron las causas en el punto en que
se encontraban cuando las leyes de impunidad forzaron la detención de la investigación.
El primero de los juicios en iniciarse fue el de la Cámara de Capital Federal, en el año
1995; sin dudas uno de los hechos desencadenantes fue la confesión pública de Scilingo
al periodista Horacio Verbitsky que había sido publicada en el libro El vuelo. Este relato
daba cuenta de los vuelos de la muerte, que ya habían sido probados en el proceso conoci-
do como juicio a las juntas. Ante las declaraciones de Scilingo23 de los cuerpos que habían
sido arrojados al mar una gran cantidad de víctimas y organismos defensores de derechos
humanos hicieron presentaciones demandando información. En esa oportunidad Mignone
invocó por primera vez la existencia de un derecho a la verdad de carácter inalienable y
la obligación estatal del respeto del cuerpo y del derecho al duelo, con base en el derecho
internacional de los Derechos Humanos.
El derecho demandado fue posteriormente reconocido por la Cámara quien requirió a
las Fuerzas Armadas las informaciones que hubiera en los archivos, con resultados nega-
tivos en la mayoría de los casos. La Cámara cito para que declaren a personas que habían
sido procesadas y condenadas en el Juicio a las Juntas pero estas citaciones se vieron sus-

23 Scilingo sería sometido a juicio oral y sentenciado en el año 2005.

130
pendidas ante la posibilidad de que esas mismas personas estuvieran siendo juzgadas en
primera instancia por delitos de apropiación de menores ya que las Cámaras eran el tribu-
nal de alzada para esas causas. Posteriormente entonces las investigaciones se enfocaron
en la documentación que había sido presentada ante organismos estatales y que no había
sido utilizada en el Juicio a las Juntas.
En la ciudad de Córdoba los juicios se retoman luego de haber sido detenidos en 1986
con la ley de punto final; los motivos que expuso la Cámara de esa ciudad resultan, en lo
sustancial, concordantes con lo que venimos analizando. En esta oportunidad la demanda
que dio inicio al proceso fue presentada por el Servicio de Paz y Justicia y el CELS (Cen-
tros de estudios Legales y Sociales).
En La Plata, sin dudas la ciudad en que estos juicios tuvieron un mayor desarrollo en el
tiempo, los juicios por la verdad comienzan el 21 de abril de 1998 a través de la resolución
18/98 de la Cámara en respuesta a la presentación realizada por la Asamblea Permanente
de Derechos Humanos (A.P.D.H), a la que se sumarían como querellantes las asociaciones
de Ex Detenidos Desaparecidos, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. En esta resolu-
ción la Cámara entendió que
“En ese contexto, no puede negarse a los legitimados la categoría de derecho a la investigación

y conocimiento en la jurisdicción de los hechos que determinaron la desaparición forzada de

personas, o del destino que éstas tuvieron, de la suerte o paradero de las víctimas y, en última

instancia, del lugar donde yacen sus restos, el cuál será establecido judicialmente por los medios

probatorios admitidos” (…) “En efecto, la indagación de la verdad respecto al lugar donde se

encuentran los desaparecidos –o datos sobre ellos, la existencia y eventual destino de archivos,

etcétera- constituye un derecho y tiene previsto, por consiguiente, un remedio jurisdiccional

para darle pleno efecto y hacer cesar un estado de incertidumbre y ocultamiento reñido con

formas elementales de la vida civilizada y la actual evolución de la defensa de los derechos fun-

damentales.” (Resolución 18/98, CFALP, 1998)

Estas no fueron las únicas ciudades en las que se abrieron juicios sino que también tu-
vieron lugar en Bahía Blanca, Jujuy, Salta y Mendoza y Mar del Plata.
Lo primero en resolverse fueron las cuestiones atinentes a la jurisdicción que llevaron
no pocas discusiones. En general se decidió que estos juicios se llevarían adelante desde

131
el fuero penal, particularmente las Cámaras de Apelaciones y Garantías (excepción a
esto representa el caso de Córdoba donde estuvieron a cargo de un juzgado criminal de
primera instancia).
En relación con la competencia penal encontramos en la disposición 18/98 que da lugar
a la apertura del juicio en la Cámara Federal de La Plata los argumentos presentados por
los jueces al respecto:
“el objetivo de presentaciones como las aquí efectuadas consiste en la realización de informa-

ciones sumarias, que son propias del juicio penal, pues éste “no solamente involucra la eventual

realización de derecho de fondo a través de la imposición de penas a un individuo determinado,

sino que ese procedimiento procura además la finalidad de que ningún delito pueda consolidar

beneficios ilícitos así como también, en este caso concreto, el objeto de obtener un cabal co-

nocimiento del destino de las numerosas personas afectadas por los hechos que dieron origen

a los presentes actuados. De esto surge que la jurisdicción residual, tendiente, no a sancionar a

los autores directos de los hechos, sino a establecer cuál fue el curso de los acontecimientos y

su culminación, debe también dar lugar a procedimientos separados que no han de incluirse en

las causas en las cuales se dilucidaron las responsabilidades penales derivadas del ejercicio de

funciones de comando.” (Resolución 18/98, CFALP, 1998)

Ahora bien, una vez resuelta la cuestión de la naturaleza penal de las investigaciones
quedaba pendiente determinar el órgano concreto que los llevaría adelante, este tema se
volvía especialmente delicado debido a la garantía constitucional que proscribe las comi-
siones especiales y los tribunales extraordinarios: debe asegurarse que quien juzgue sea
el juez natural. En el mismo sentido la Convención Interamericana sobre Desaparición
Forzada de Personas (elevada a jerarquía constitucional a través de la ley 24556) establece
en su artículo IX que “Los presuntos responsables de los hechos constitutivos del delito
de desaparición forzada de personas sólo podrán ser juzgados por las jurisdicciones de
derecho común competentes en cada Estado, con exclusión de toda jurisdicción especial,
en particular la militar.”
Sin embargo la misma resolución de esta Cámara de La Plata entendió por mayoría
que “esta norma no se opone a que continúe la jurisdicción conferida a las Cámaras Fe-
derales por el artículo 10, de la ley 23.049, dado que éstas son tribunales comunes cuya

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actuación del modo previsto por aquella norma favorece el ejercicio de los derechos que
esa convención garantiza.” (Resolución 18/98, CFALP, 1998)
Las diferentes condiciones materiales sumadas a las estrategias desplegadas por quie-
nes habían sido parte del genocidio ocurrido en Argentina generaron distintas condiciones
para el desarrollo de los juicios.
El juicio seguido en la Cámara de Capital Federal dio fundamentos para todos los tribu-
nales que iniciaron los juicios con posterioridad. En 1998 se cito desde este tribunal a prestar
declaración a los altos jefes de la Escuela de Mecanica de la Armada, E.S.M.A., uno de los
centros clandestinos de mayor tamaño que funcionó durante la dictadura militar. Una carac-
terística de este tribunal en particular es la utilización de las declaraciones prestadas por las
víctimas con anterioridad ante la CONADEP como en otros expedientes judiciales evitando
someterlas a nuevas declaraciones innecesarias que podrían generar una revictimización.
El juicio de La Plata contó con una participación de público de manera más constante
que en el resto de los casos, esto tuvo que ver con el activismo de los organismos de de-
rechos humanos así como con la gran cantidad de audiencias que se tomaron. Un logro
particular de este proceso es el hallazgo del archivo de la Dirección de Inteligencia de
la Provincia de Buenos Aires -DIPPBA- que da cuenta de las investigaciones a personas
individuales y a colectivos y organizaciones políticas que se llevaban desde la Policía de
la provincia.
La primera causa tramitada en esa jurisdicción fue la Causa 1/SU caratulada "Asam-
blea Permanente por los Derechos Humanos La Plata S/Presentación-Averiguación", en
ese marco se reunieron todos los pedidos de Habeas Corpus que se habían presentado en
la Jurisdicción de la Cámara Federal de La Plata durante la dictadura y a partir de esto se
comenzaron las investigaciones. Sin posibilidad, por supuesto de realizar la persecución
penal, ya que las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y los indultos lo impedían.
Lo interesante en la Plata es que los juicios por la verdad continuaron realizándose una
vez declarada la inconstitucionalidad de las leyes de impunidad y reactivados los procesos
penales. De este modo se complejiza sin dudas la relación que podrían presentar estos dos
procesos. Los juicios por la verdad no son simplemente una herramienta mientras tanto
sino que adquieren particularidades propias que necesariamente deberán pensarse a las luz
de las características particulares de un proceso penal

133
Los juicios, como vimos, han ido desarrollando distintas particularidades en cada una
de las jurisdicciones, sería tema de otra investigación avanzar en estas características pero
por ejemplo podemos ver que en Bahía Blanca se citó a declarar a militares en actividad lo
cuál supuso lógicamente un gran malestar en las Fuerzas Armadas. Si bien no era posible
un procesamiento penal si es cierto que la reacción pública y el castigo social a quienes
participaron en este genocidio y continuaban cumpliendo un lugar dentro de las Fuerzas
Armadas oficiales representaban una gran preocupación para estos sectores. En la ciudad
de Córdoba la investigación está a cargo no de la Cámara sino de un juzgado Criminal de
Primera instancia.
En la Cámara de Mendoza ante la ley 25.779, que declara la nulidad insanable de las
leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, las cuales constituían obstáculo de índole
procesal en la prosecución de aquellas causas que se tramitaron originalmente ante esa
Cámara, (las que se encontraban nuevamente ante ese Tribunal, con motivo de los juicios
por la verdad ) consideró que “resulta inoficioso que este Tribunal continúe con la inves-
tigación de los denominados juicios de la verdad real, en tanto que el objeto procesal de
los mismos se encuentra abarcado dentro de aquel, en el cual se investigará la comisión
de los hechos que dieron origen a las causas aludidas”. Este fallo dictado el 4 de junio de
2004 tuvo como consecuencia la remisión de las actuaciones anexas al Juzgado Federal de
primera instancia para que evalúe la posibilidad de reiniciar la investigación de las causas
que fueron remitidas oportunamente a esa Cámara.

3 . J u i c i o s p o r l a Ve r d a d y c o n s t r u c c i ó n d e m e m o r i a s

Los registros de las entrevistadas respecto de los juicios por la verdad son diferentes,
como diferentes son sus trayectorias vitales, sus militancias políticas, sus convicciones.
Marta Hungaro es una de las que firma el escrito que da inicio a los juicios por la verdad
en la ciudad de La Plata, donde tendrían el desarrollo más sostenido en el tiempo, en el
año 2008. Diez años después cuenta que firmaron diez personas, la presentación la realizó
la APDH pero buscaban activistas de la zona, otras de las que firmaron fueron Chicha Ma-
riani, Licha de la Cuadra, Isabela Valenci, Adelina Halaye, x Centeno Julian Axat como el

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único varón que firmó en esa oportunidad. Respecto del inicio de las audiencias comenta
que: “empiezan a citar. Era el destino final. Podías venir y decir, yo sé que está enterrado
no sé dónde, y te podías ir. Porque era el destino final. Por lo único vericueto que se les
puso a algunos presos y quedaron procesados fue por mentir, por falsear. Entonces ahí mis-
mo todo el público que estábamos, en realidad estaba llena siempre la audiencia, era una
satisfacción que se los llevaran presos por lo menos al otro día salían”. Ya en este primer
momento puede verse la contradicción con la que nacen los juicios por la verdad, por un
lado la satisfacción de que se realizaran finalmente, por el otro la voluntad de que haya una
sanción a los responsables que esos juicios no podrían satisfacer. La intención de que esas
personas sean llevadas presas aun cuando esto no fuera por más de una noche y por un de-
lito de falso testimonio en lugar de por los crímenes cometidos durante la dictadura militar.
Esta tensión generó discusiones entre el activismo al comienzo de los juicios, Marta
cuenta que: “Hebe de Bonafini “vino a escrachar los juicios porque no estaba de acuer-
do. Porque bueno, y tenía mucha gente militante que te decían: no, ¿para qué voy a ir a
declarar? (…) Claro, no podía haber (condenas)”.
Marta diferencia además los juicios por la verdad que se realizaron en distintos pun-
tos del país, y pone de manifiesto la importancia de la producción de los de La Plata:
“Yo creo que el juicio por la verdad de la Plata, que a veces no se le ha tomado como, por
ahí se le tendría que tomar, es el juicio que tiene más testimonios de todo el país”, “si-
multáneamente se abrió el juicio de Bahía Blanca (y por) un fallo se frena todo el juicio.
Y acá hubo impugnación. Fallos, no sé, la palabra no te la digo bien. Pero por ejemplo
quedaba, que fue una casación, uno fue el mío (…). Pero se frenaba esa parte de la causa.
Las demás causas seguían. Había una diferencia, entre el de Bahía Blanca como empieza,
que queda frenada un montón de años. En cambio acá si había una impugnación o una
presentación de un represor, no podía parar todo el juicio. Paraba en su momento y la
casación paraba la causa esa digamos”.
Ailin por su parte identifica rápidamente la misma contradicción, pero sin dejar de
valorar la importancia de la realización de estos procesos, retomando líneas similares res-
pecto de la posibilidad de producir prueba que posteriormente sería utilizada en los juicios
penales: “me parece que en su momento era lo que se podía hacer, las leyes de impunidad
generaron que lo único que haya sean los juicios por la verdad; y en lo real es que los

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juicios por la verdad fueron el sustento de muchos de los juicios penales. O sea, muchas
de las pruebas de los juicios penales provienen de los juicios por la verdad. Muchas de
las investigaciones en relación a los centros clandestinos provienen de los juicios por la
verdad, pero lo que es real es que los juicios por la verdad… O sea, una verdad sin justicia
también es como un poco complejo y la verdad también es como parcializada; porque,
por ejemplo, se llamaba a declarar a genocidas, o no se terminaba tampoco de completar
todo el recorrido pero sí sirvió para comprender los diferentes circuitos. Por ejemplo, en
el caso de La Plata todo lo que fue el Circuito Camps, cómo fue el funcionamiento, o sea
qué Fuerza conducía cada uno de los centros clandestinos… Poder unificar… Eh, que se
junten sobrevivientes, familiares; que los mismos familiares sepan qué había pasado con
su familiar a partir de la declaración de los testimonios… más desde ese lado”.
Es interesante la posición que manifiesta, que refleja la de la Asociación Ex Detenidos
Desaparecidos en relación a los testimonios que pudieran brindar quienes son acusados
como responsables de los delitos cometidos durante ese genocidio. La crítica no es sola-
mente a que se los llame a declarar sino que se funda en lo que entienden como un pacto
de silencio por parte de quienes cometieron el genocidio: “Tendrían que decir lo qué pasó.
Pero nunca lo van a decir. O sea, ellos tienen un pacto de silencio que nunca van a decir
ni dónde están los jóvenes apropiados, ni dónde están los compañeros detenidos-desapa-
recidos; entonces como que termina siendo más un show, porque ellos tienen un pacto de
silencio cerrado y está comprobado. Lo hemos demostrado cada vez que se llama a inda-
gatoria a cada uno de los genocidas, ninguno de los genocidas nunca jamás dijo nada.
Entonces ese pacto de silencio es como muy fuerte”.
Marga aporta en ubicar estos juicios dentro de otros ensayos de políticas de memoria
que tuvieron lugar mientras los juicios penales fueron imposibles debido a las leyes de
impunidad: “Y los juicios por la verdad para mí fueron eso: juicios por la verdad, por la
memoria, que sirvieron muchísimo para una recopilación de datos de muchas cosas como
la CONADEP, imagináte. O sea, fueron cosas que… De las cuales vos te hacés, también.
Como las investigaciones que han hecho otros tantos sin llegar a ningún tipo de juicio. O
sea, a mí me parece que los juicios por la verdad tienen ese valor. Valor en el sentido de
que las personas iban y contaban lo que los sobrevivientes, los familiares, los que habían
vivido… Sabiendo que no era un juicio donde vos ibas a obtener justicia. Pero era nece-

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sario también hacerlo. Como fueron también los juicios éticos, que había muchísimos en
la época de Ménem. O sea, hubo muchos juicios populares para decir así que se hacían.
Y me parece que, bueno el juicio por la verdad tiene una relevancia más de orden institu-
cional y formal porque tenía que ver con que salía del Poder Judicial, y que sirvió como
una recopilación histórica, de base de datos, de un montón de cosas. Como son todas las
investigaciones, yo valoro muchísimo todo tipo de investigaciones, porque el estado en
general no investiga. ¡Bah! No investiga ni para los juicios, entonces cuando el estado no
cubre la función que tiene que cubrir, habemos otros que podemos hacer. Bueno por eso
son las cátedras, las universidades, y demás”.
Nuevamente queda de manifiesto que estos juicios tienen una limitación estructural “no
era un juicio donde vos ibas a obtener justicia” dice Marga y esa idea queda en el aire, no
sé si son posibles los juicios donde se obtenga justicia pero evidentemente la simple idea
de que no pudiera haber condenas penales atraviesa la experiencia de quienes vivieron
esos juicios. Marga logra resaltar todavía otra de las particularidades que entiendo resulta
central en los juicios por la verdad, el hecho de que sean realizados por el estado, que ese
discurso, esa memoria que comienza a construirse sea atravesada por esa “oficialidad”.
La memoria judicial comienza de este modo a receptar, de alguna manera, las voces de
las víctimas. Si bien el poder judicial no estaba en condiciones de expedirse respecto de
las responsabilidades que podían existir, el solo hecho de que receptara esos testimonios,
de que los tomará como válidos (aun cuando más no fuera por no acusar a quienes los
brindaban por falso testimonio) resultaba un cambio profundo en las condiciones de la
construcción de la memoria colectiva. Después de muchos años, y reconocimiento inter-
nacional del derecho a la verdad de por medio, el discurso oficial, hegemónico, comenza-
ba a ser perforado por estos otros relatos, los de l*s vencid*s, los de las víctimas, los de
quienes habían sido silenciad*s.

L a m e moria com o disputa polític a


En el marco teórico hacía alusión a la necesidad de pensar a la memoria como una disputa,
a la categoría de la memoria tensionada y siempre en relación al presente. La construcción
de la memoria en Argentina sin dudas tuvo también esas particularidades, lo interesante es
que l*s propi*s protagonistas tienen conciencia de ese carácter complejo de la memoria. En

137
este sentido, respecto de la necesidad de pensar la memoria desde el presente dice Ailin que:
“la memoria todo el tiempo se va transformando, está en constante movimiento. Hubo un
momento que eso, no se podía expresar que había compañeros y compañeras que habían sido
guerrilleros. Hoy sí. Y también con el nuevo macrismo qué implica: la sentencia de CNU,
donde pide que se investigue, por ejemplo, a las organizaciones armadas; cuando no se pue-
de de ninguna manera comparar la represión estatal con la situación de las organizaciones
guerrilleras. En todo caso, resolvé todo eso, que queda un montón. A veces que se ve esto…
Esos discursos de “ya está”, “hasta acá”. Y no. Porque es lo que hablábamos hace un rato:
los compañeros y las compañeras siguen desaparecidos. Hasta que nosotros no sepamos
dónde está cada uno de los 30 mil, hasta que nos sepamos dónde están más de los 400 jó-
venes apropiados, hasta que no sepamos todo eso y no haya justicia por todo eso… No, no,
ya no está. Por eso es importante también mi alma generacional, de no se puede dejar esto.
Porque también, como los genocidas se mueren impunes, los compañeros y las compañeras
se mueren sin justicia y eso es re importante también, no lo podemos permitir como sociedad.
Los daños psicosociales siguen hoy en día”.
Incluso de como afecta esa construcción de memoria, que lejos está de estar circuns-
cripta a algunos hechos puntuales, de estar acotada a un período histórico como si este no
tuviera relaciones complejas y capilares con el presente y con su propio pasado, a otros
hechos políticos o lecturas sociales actualmente: “cuando matan a un pibe en un barrio se
dice “bueno, pero qué estaba haciendo”, siempre primero es la carga puesta en la víctima
y no en el policía o el gendarme que disparó… Porque todavía nos faltan 400 jóvenes,
ya adultos que están apropiados, que no saben su identidad; porque los compañeros so-
brevivientes siguen llevando en cada uno de sus cuerpos y de su esencia todo lo que fue
el genocidio y porque todavía no se puede cerrar, como que todavía falta un montón. Sí
se hizo, gracias a la lucha de la sociedad y de las organizaciones – que el claro ejemplo
fue el 2x1-; como el gobierno macrista recontra represivo… La marcha más masiva fue
contra el 2x1. Como que nos ajustan por todos lados, nos reprimen por todos lados, pero
para mí la sociedad dijo “este es el límite”, “con los genocidas, no”… Como que “noso-
tros hasta acá no”, “esto no”.”
Ailin, que no había nacido cuando terminó la dictadura militar, recorre como su propia
historia los distintos momentos históricos del país y los debates y las disputas que se es-

138
tablecieron en ellos: “También en un momento me parece que hubo como una necesidad
de explicar más cómo fue la tortura, el exterminio ahí adentro, por la Teoría de los Dos
Demonios y por todo lo que se daba en esa coyuntura; y después me parece que hubo
una necesidad de demostrar que en los centros clandestinos hubo resistencia, y eso tam-
bién es memoria. Por ejemplo, hay un montón de gente que cuenta una anécdota de que
Nilda Eloy -que es una compañera que falleció el año pasado, que estuvo muchos años
en la Asociación de Detenidos Desaparecidos- juntaba agua en un zapato para llevarles
a personas que no conocía, que estaban encerradas con ella, y lo que implicaba eso…
O sea, si la descubrían la mataban. Y ella podía escaparse por lo flaca que estaba por
un pedazo de su celda… Iba y les juntaba agua en un zapato. O por ejemplo, el caso de
Adriana Calvo que cuando nace la hija, y se quieren llevar a la hija para que la apropie
un genocida, todas las compañeras del centro clandestino se ponen… Hacen como un
cordón de seguridad con Adriana y evitan que se lleven a la hija. Y eso es un montonazo
para el lugar, para la circunstancia. Ellos sabían que hacían eso y que les iban a matar.
Hay muchas resistencias ahí adentro…”
La memoria como resistencia, propuse en el marco teórico, la posibilidad (o la necesi-
dad) de pensar una resistencia en esa construcción de memoria, en el caso de Argentina en
este decir aquello que no había lugar para escuchar, de decir aún cuando las leyes decían
que no podía juzgarse ni condenarse. Ailin abre también la memoria de las resistencias, de
esos pequeños actos de humanidad que ponían en riesgo la vida de una persona, que po-
dían hacer que la perdiera pero que también podían recuperarla, en tanto vitalidad, en tan-
to subjetividad más allá de lo que quisieran hacer con ellas quienes las habían secuestrado.
Marga hace alusión a que la memoria en hechos puntuales, concretos y simbólicos, y se
pregunta respecto de cómo se construye. No es una memoria doliente, señala sino una me-
moria política. Nuevamente esta idea de la memoria como acto político, como resistencia
e incluso tal vez aquí como ataque, porque “va a la médula del sistema capitalista”, como
si de algún modo el hecho de recordar, de poner en juego otra narrativa posible, la verdad
de lo que pudo haber sido, sirviera para poner en tela de juicio todo el sistema.
Continua explicando que: “yo creo que ahí radica el valor de la construcción de la me-
moria. Y la construcción de la memoria es todo: son los juicios, son las baldosas, son esta
conversación que estamos teniendo, todo lo que vos podés hacer, todo lo que hacés en el

139
presente, es una construcción que no es… A ver la memoria no es algo rígido no es algo
que vos decís “esto es memoria”. No. La memoria hay que confrontarla y todo el tiempo
es algo que vos decís “esto fue así y bueno le ponés esto y pero esto tendríamos que haber
hecho de esta manera”… Es algo en movimiento, eso sería. No es algo estático como quie-
ren otros que van a un centro clandestino… No es eso. Es más que eso. Porque hay lugares
que vos decís “bueno es la placa que pueda tener un lugar”, pero la memoria es algo que
tiene que ser permanentemente activa en el presente. Eso me parece que es memoria. Si no
es como que enseñás hechos del pasado histórico, como dicen en la Universidad: “Estos
fueron los hechos del pasado histórico”. Y no. Sí, fueron hechos del pasado histórico, que
se reaniman en este presente”.
La memoria no solamente está en relación con el presente sino que está construida
desde el presente, está viva y es dinámica, la humildad de Marga logra hacernos partici-
pes más allá de su propia historia personal: “lo que creo es que todos trabajamos por la
memoria, los que vivimos esa época y los que no vivieron en esa época. O sea, me parece
que eso es el valor de que vos y yo estemos sentadas acá, tiene que ver con eso. Que unos
por recordar y otros por ayudar a recordar, sería, por las preguntas y todo…”
En ningún momento pone en tela de juicio el carácter fuertemente político de la memo-
ria, la necesidad aportar claridad respecto de lo que había ocurrido, de que el genocidio
se nombre como tal, y de poner en discusión las otras explicaciones construidas desde ese
gobierno: “Nosotros lo que tuvimos muy en claro [fue] lo que había pasado en los cen-
tros clandestinos, lo que pasó y lo que hicieron a nuestro pueblo, teníamos muy en claro.
Por eso decíamos “por todos los compañeros” y “a todos los represores”. Eso no es una
cuestión solo numérica, es una cuestión queabarca, que da un contenido político de lo que
sucedió. O sea, que levanta todas las banderas, de todos los compañeros y dice “a todo”,
no solamente a los represores, sino a los cómplices civiles y todo… Y el marco histórico
en los alegatos por un lado, y después en el acompañamiento de testigos, nosotros propo-
níamos y nosotros lo hacíamos el marco histórico lo contábamos desde “nosotros”: o sea
dónde militábamos, qué hacíamos en esa época, cómo era el contexto… Bueno el marco
histórico se fue así, armando de a pedazos”.
Nuevamente aparece la minuciosidad, la necesidad de que no desaparezca ningún de-
talle, la responsabilidad respecto de quienes no pueden contar esa historia: “eso es lo que

140
entendemos como memoria, por eso queremos que nada quede como en el aire, por eso
somos muy cuidadosos de que nada de eso se desvíe de lo que tiene que ser, de lo que fue.
Por eso la identidad de los compañeros es determinante en eso, en esos procesos, porque
no es lo mismo… Que se yo, a mi que siempre me gustó la historia, y como todos, viste
cuando nos enseñan la historia vos la ves como desencarnada… ¿Me entendés? En cambio
con la historia de los desaparecidos, está encarnada en la historia misma y está enraizada
en lo que es la historia del pueblo, yo eso es como lo siento. Entonces por eso es que los
odio tanto, en realidad te atraviesa como país, como pueblo, como clase. Entonces creo
que ahí va… Los burgueses… Este gobierno levanta la memoria de los burgueses, y de los
capitalistas y de los oligarcas. Mientras que nosotros, incluyo a todos los luchadores que
luchaban por la memoria o por sus 30 mil, y demás; y en particular la Asociación, porque
son nuestros compañeros, o sea, nosotros lo hablamos desde nuestros compañeros, no so-
mos familiares, aunque algunos hay… Pero no, es la historia nuestra, en realidad cuando
nosotros hablamos de los desaparecidos, es la que nosotros vivimos, es la que nosotros
compartimos, la que nosotros la luchamos, estuvimos y padecimos por esa historia. (…)
vital. Yo la siento así. Para mí es una memoria de vida, es una construcción, de mi vida…
O sea, no es cualquier cosa. Y eso yo creo que es lo que pasa con los compañeros de la
Asociación que es muy… Que es visceral. Te lleva la vida o la muerte en eso. Son dos co-
sas, no hay parámetros… No hay medias tintas. Y te atraviesa en la familia, entonces de
repente, que se yo… Y de repente qué se yo: “No, pero tu familia…” Qué se yo… Es esto.
Es primero esto y después… Es muy feo lo que digo, no sé si feo… Bueno, es la realidad.
Es como una la siente, cuando uno lo siente así deja muchas falencias alrededor. Pero
bueno… Es lo que te tocó. Qué se yo, si yo de repente… “Bueno no sé, me pasó eso, me
olvido, sigo…” Como hicieron muchas, no todas tomamos, tomaron ese camino. Hay un
montón de sobrevivientes que recién declaran, y recién se acuerdan, hicieron su proceso
lo más respetuoso posible. Pero bueno, construyeron otras cosas, nosotros hicimos esto.
Con los pro y las contras, nada es ni todo gloria ni todo victorias”.
Sin embargo esta elección por la construcción de una memoria, esta dedicación o esta
responsabilidad no corren de foco la gravedad de lo que pasó, la necesidad de un nunca
más como pregunta pendiente: “Y creo que hay un antes y un después de lo que suce-
dió. Yo en lo personal quisiera que nunca más exista esto… Todo lo que nos pasó como

141
pueblo… lo que cuesta recuperarnos porque bueno está bien tenemos memoria, pero los
compañeros no están. O sea, el costo es muy grande, el costo histórico es muy grande, y
la reparación histórica diríamos… Está bien la memoria es fundamental… La memoria la
justicia, todos esos aspectos son necesarios, fundamentales… Pero bueno mejor hubiera
sido que no hubiera pasado… Hubiéramos hecho, no sé si la revolución pero no nos hu-
biera pasado todo esto”.
Estela construye memoria cuando habla, ata cabos desde la dictadura hacía el pasado
y el presente todo el tiempo. Cuenta que con la dictadura crece y se vuelve sistemática la
desaparición de personas pero que había habido desaparecid*s previamente24, dice que l*s
niñ*s desaparecid*s son cerca de 500 pero que eso no es aún contabilizable “como quieren
algunos”, discute “o al menos no lo podemos decir nosotros”. Discute también con cómo
se genera esa memoria, quiénes son l*s responsables de construir certezas. Con una dicta-
dura basada en la clandestinidad, donde fue un trabajo artesanal recuperar cada uno de los
datos, ella plantea que no es ella la responsable de darle una clausura a esos números.
Cuenta como en diciembre del 76, a menos de un año de comenzada la dictadura mili-
tar, ya existen las Madres de Plaza de Mayo, y van cobrando forma otras organizaciones
como Abuelas, Familiares y APDH, distintos grupos que se formaban en diferentes lugares
y atendían a los presos políticos. Rescata el carácter política de esas agrupaciones: “Hay
mujeres con experiencia, Hebe de Bonafini, mujer de un obrero de YPF, sabe lo que son
las huelgas, sabe lo que son las ollas populares y sabe de muchas cosas más, y por ejem-
plo tenías una mujer como azucena villaflor y tantas otras que aportaron desde distintos
lugares porque venían de distintas clases sociales, y de distintas prácticas, a medida que
iban exterminando a las organizaciones populares ellas iban naciendo, hay un interregno
en el cual hay contactos con sus hijos organizados y esto llego hace un tejido entre ellas…”
La memoria no comienza a construirse entonces cuando es habilitada por el estado ni
por el poder judicial, la memoria, incluso mientras avanzaba la represión comenzaba a
gestarse en esas voces que aparecían, en esos tejidos que se iban generando en lo privado,
en lo más pequeño.

24 Pilar Calveiro en Poder y desaparición, dice, en el mismo sentido respecto de la tortura: “la tortura se había aplicado
sistemáticamente muchos años antes, pero los campos daban una nueva posibilidad: usarla de manera irrestricta e ili-
mitada. Es decir, no impostaba dejar huellas, no importaba dejar secuelas o producir lesiones; no importaba ni siquiera
matar al prisiones” (2008: 63)

142
Estela se exilia en julio de 1978 después del mundial de fútbol, primero a Brasil y
luego a Suecia, cuenta que ahí tenían un amplio contacto con Madres y con Abuelas e
hicieron un trabajo basándose en sus propios esfuerzos, sin apoyo del gobierno sueco,
de los sindicatos ni de nadie más. Me muestra fichas con la cara de l*s jóvenes desa-
parecid*s, con todos los datos que hubieran podido encontrar de cada un*, incluso con
fotos de vari*s de ell*s.
Habla de su hijo tocando en una banda de rocanrol con Miguel Bru, un joven desapa-
recido en la ciudad de La Plata en la década del ’90. Años antes, retornada la democracia
y de vuelta en el país había escrito un volante que decía “yo no quiero a los ladrones de
mi pasado sueltos en mi futuro. Dale! No al indulto”, escrito a mano en un trozo de papel.
“Es así como verás la memoria”, me suelta y me quedó pensando, en esa memoria que se
organiza y que parece no tener un fin ni un principio. Dice que desde otros sectores “lo
usan como algo cristalizado y allá lejos, “eso es lo que pasó”, no”.
El historiador italiano Enzo Traverso recuerda en su artículo “Memoria del futuro. So-
bre la melancolía de izquierda” que Eric Hobsbawm:
resumió bien este profundo núcleo de la memoria marxista recordando las palabras de un sindi-

calista británico que, en los años 1930, se dirigía a un conservador de esta manera: <<su clase

representa el pasado mi clase representa el futuro>>. Historiografía y memoria estaban pues

entrelazadas, se alimentaban recíprocamente. La memoria apuntaba al futuro, era una memoria

para el futuro que anunciaba los combates por venir. Desde luego, el recuerdo de las revolucio-

nes no se limitaba al momento de júbilo de la emancipación vivida como acción colectiva, ya

que incluía también la tragedia de sus derrotas. (Traverso; 2017 : 155)

Es llamativo que en este párrafo la memoria pareciera encarnar el modo de contar el


pasado propio de la clase trabajadora. La memoria mira al futuro que es lo que representa
la clase trabajadora y se construye no solamente desde el presente sino que teniendo en
cuenta “los combates por venir”. La memoria casi como una táctica de construcción para
el futuro, como una práctica política explícita, y no por esto menos afanada por la bús-
queda de la verdad como señala Pilar Calveiro. El hecho de que sea política sin dudas la
organiza y la modifica según las condiciones de posibilidad de un presente, pero también
hace que mire al futuro.

143
Desde este punto de vista la mirada al pasado lejos de ser cristalizada o anecdótica es
una práctica permanente que revisa y repiensa las propias prácticas. El mismo artículo
retoma a Trotski y plantea que:
“Lo que el marxismo no podía aceptar en el futurismo no era su carácter subversivo ni, en el

caso del futurismo ruso, su crítica radical a la sociedad burguesa; era más bien su negación de

la tradición revolucionaria: <<Mientras que nosotros entramos en la revolución el futurismo

cayo en ella>>25. Según Trotski la revolución no era una tabula rasa, ya que tenía su pro-

pia visión del pasado, como una suerte de contramemoria opuesta a las interpretaciones

oficiales de la historia. La revolución era el momento en el cual esta visión <<resurgía de las

profundidades de la memoria>> y empujaba a sus actores a crear <<una brecha hacía el futu-

ro>>. (Traverso; 2017: 166) (El resaltado me pertenece).

De este modo la mirada hacía el pasado retoma este lugar central, la historia escrita por
l*s vencedor*s sin dudas busca eliminar esa tradición revolucionaria, esa memoria de l*s
oprimid*s. La mirada hacía el pasado entonces, como necesidad de escribir ese otro relato,
surgido de la memoria de l*s vencid*s, de quienes atravesaron el horror de los campos de
concentración y están viv*s, de l*s familiares que buscan durante años a l*s desapareci-
d*s. Surge ahí esta “contramemoria”, opuesta a esa historia oficial, pero no por un camino
paralelo sino en permanente disputa por la hegemonía de ese relato, la posibilidad de que
los juicios por la verdad comenzaran a receptar esas voces es un paso en ese disputa, más
adelante los juicios penales representarían otro paso en el mismo sentido.
En el caso de Argentina está disputa además busca nombrar aquello que se pretendió
precisamente desaparecer. Videla, en un discurso público respecto de l*s desaparecid*s
manifestó que “no están ni vivos ni muertos”. A partir de este momento Alejandro Kau-
fman en su artículo “Los desaparecidos, lo indecidible y la crisis. Memoria y ethos en la
Argentina del presente” entiende que:
“La desaparición emergió como un conjunto de significaciones constitutivas de un evento inde-

cidible” “la asertividad de aquella formulación, (…) resultaba ineficaz como justificación por-

que no era una justificación, sino un enunciado performativo, no descriptivo del acontecimiento

25 Cita acá a Leon Trotski en su libro “Literatura y revolución” (1924), capítulo IV; edición digitalizada disponible en
www.ceip.org.ar

144
que tenía lugar en la Argentina. Esa frase sintetizaba el devenir represivo y sus singularidades:

la instalación de un estado de cosas no representable, no conceptualizable, no componible en la

vida social (…)” (Kaufman, 2007: 235/36)

Las expresiones de Videla no buscaban dar cuenta de una situación sino que por el
contrario terminaban de configurar una situación generada por el propio estado a su cargo
y profundamente marcada por la incertidumbre y el silencio. Desde ese momento quie-
nes resultarían ser vencedor*s comenzaban a organizar el relato que daría cuenta de este
momento histórico. Frente a estos mandatos de silencio, de terror incluso, construyen
memoria las víctimas, quienes también manejan una dimensión performativa en sus re-
latos, el solo contar esa historia diferente implicaba resistir y revelarse a los mandatos
establecidos. Esto que desde la actualidad y a la luz del lugar que han tomado esas voces
en Argentina, incluso en la memoria judicial, podría parecer una banalidad; sin embargo
representó cada vez un acto enormemente disruptivo. Las desapariciones implicaban una
amenaza constante, l*s seres querid*s desaparecid*s representaban un mandato no dicho
de callar, de evitar cometer cualquier acción que pudiera oponerse al poder de turno y ge-
nerar peores condiciones para una posterior aparición. El destino de esa persona no estaba
claro, de este modo la responsabilidad sobre lo que podía pasarle se extendía como un
manto de duda. Es en contra de todo esto que se levantan esas voces, sin dudas como un
acto político por el solo hecho de existir.
Sin embargo esas voces que comenzaron a alzarse tempranamente continuarán en dis-
cusión a lo largo del tiempo. Entiende Jelin, en su artículo “La conflictiva y nunca acabada
mirada sobre el pasado” que: “Cuando se trata de pasados de represión y 'experiencias
límite', lo que encontramos son intentos de cierre, de solución o de sutura final de las
cuentas con ese pasado. Sin embargo y es lo que mostraré en este texto, estos intentos
serán siempre cuestionados y contestados por otros. Los procesos de construcción de me-
moria son siempre abiertos y nunca “acabados'”. (Jelin; 2007: 308).
Nuevamente la autora pone en tensión esta relación constante de la memoria con el
presente y su necesidad de elaboración en los distintos momentos históricos. No hablara
como Traverso de “contramemoria” sino de “memorias alternativas” construidas también
“desde el mismo momento del acontecimiento conflictivo” (2007: 319) Sin embargo esas

145
“otras versiones y sentidos pueden estar reprimidos, censurados y prohibidos durante
mucho tiempo –quedando en espacios más privados o familiares, o en acciones de pro-
testa que son reprimidas, silenciadas y ocultadas por el régimen.” (2007: 319). Entonces
las construcciones de los distintos relatos no son sucesivos sino contemporáneos en el
tiempo, en todo caso lo que varía de un momento a otro es la posibilidad de esas voces
de hacerse presentes, de gritarse, de aparecer, o, eventualmente, las lecturas desde el pre-
sente. La autora marca la oscilación de esos relatos cuando dice que “En la Argentina,
los sentidos del pasado, elaborados durante los veinte años siguientes a la transición
oscilaron en el marco de esta ambigüedad del relato –entre una condena al terrorismo de
Estado violador de los derechos humanos, una lucha social y política con vencedores y
vencidos, y una 'guerra sucia' con 'excesos'” (2007: 326).
A esta construcción de la memoria se carga en Argentina aún con otra particularidad que
sería leída incluso en términos de responsabilidad como vimos que manifiestan las entre-
vistadas: la de ser prueba judicial. La dictadura en Argentina funcionó centralmente en la
clandestinidad, esto y la situación de las desapariciones hicieron que la prueba documental
sea notablemente escasa y que la reconstrucción judicial, tanto en el juicio por la verdad
como en los juicios penales tenga un gran foco, al menos inicial, en los testimonios.
Dice Jelin que:
La construcción de la prueba jurídica no fue tarea sencilla. Se basó en el testimonio de las vícti-

mas, ya que los registros y archivos militares no estaban disponibles. Esto implicó el reconoci-

miento de sus voces y de su derecho a hablar. El testimonio, sin embargo, debía ser presentado

conforme a las reglas legales de la evidencia aceptable. Lo que no podía ser mostrado (el acto

de agresión) debía ser narrado, pero en condiciones precisas y controladas, de modo que lo que
se denunciaba pudiera ser verificado. De hecho lo aceptable como prueba jurídica era la herida

corporal. Los sentimientos y el sufrimiento no podían ser medidos o incluídos. Durante las se-

siones de testimonios, éstos debían ser suspendidos. Cuando un/a testigo se veía envuelto/a en

emociones, los jueces suspendían el testimonio hasta que la calma volviera. También cuando un

abogado (de la defensa) preguntaba por la identidad política del testigo, los jueces desautori-

zaban la pregunta. Este patrón intermitente tuvo un efecto muy especial: el mensaje oculto era

que, en todo su detalle, en su totalidad, la experiencia no podía ser narrada; menos aún podía ser

escuchada. (Jelin, 2007: 327)

146
La aparición de los testimonios, de esa memoria que se había estado construyendo en
los ámbitos privados y en los organismos de derechos humanos, en el ámbito judicial
no implicaba solamente un cambio de entorno. Implicó una profunda transformación de
esas memorias, nuevamente el estado que ahora iba a escuchar esos relatos necesitaba
regularlos (no quiere decir que previamente no estuvieran regulados, pero bajo otras con-
diciones). Que es lo que puede ser dicho y que no, las identidades de quienes fueron se-
cuestrad*s reivindicadas por las entrevistadas no tuvieron lugar en esos testimonios con
los que se escribiría una nueva memoria judicial en un primer momento, los sentimientos
tampoco, las sensaciones. Lo medible nuevamente, lo objetivo dejando de costado el as-
pecto más subjetivo o personal de aquello que había sido guardado en el fuero íntimo pero
que una vez exteriorizado debería adaptarse a las mismas lógicas de medición de los otros
discursos. No puede subestimarse este control que sigue ejerciendo el estado, el hecho de
que esos testimonios hayan comenzado a ser oídos no implica que esto no haya tenido sus
limitaciones y sus controles, los discursos que el estado puede receptar, aún cuando esto
ha avanzado desde el 2007 en que la autora escribe a esta parte, no dejan de tener muchí-
simas limitaciones. La memoria judicial no podrá, en ningún caso, suplantar o eliminar la
necesidad de esa memoria alternativa, contramemoria al decir de Traverso, que recoge la
tradición revolucionaria.
Quisiera cerrar el apartado con una cita de Jelin que, si bien un tanto extensa, entiendo
resume las cuestiones centrales que intente poner en cuestión:
Estas consideraciones tienen varias implicancias para las estrategias de análisis de las elabora-

ciones acerca de pasados políticamente conflictivos y con experiencias límite: primero, la ne-

cesidad de abordar los procesos ligados a las memorias en escenarios políticos de lucha acerca

de las memorias y los sentidos del pasado; segundo la necesidad de abordar el tema desde una

perspectiva histórica, es decir, pensar los procesos de memoria como parte de la dinámica social,

cultural y política, en un devenir que implica cambios y elaboraciones de los sentidos que los

actores específicos dan a esos pasados de conflicto político y represión; tercero, reconocer que el

“pasado” es una construcción cultural hecha en el presente, y por lo tanto sujeta a los avatares de

los intereses presentes. Sin embargo, las memorias no son un producto totalmente dependiente de

esos intereses; son al mismo tiempo parte activa en la construcción y expresión de esos intereses.

Esto significa que la continuidad en las imágenes y sentidos del pasado, o la elaboración de nue-

147
vas interpretaciones y su aceptación o rechazo sociales son procesos significativos, que producen

efectos materiales, simbólicos y políticos e influyen en las luchas por el poder. (Jelin, 2007: 309)

Me m o ria fem inista


Han existido diferencias en los modos en que los varones y el resto de las identida-
des genéricas autopercibidas han sido víctimas de la tortura, en la cantidad de manera
proporcional y en el cómo, en el ensañamiento, incluso en que muchas mujeres fueran
secuestradas más allá de su militancia activa por su relación vincular con un varón, o
que muchos homosexuales fueran detenidos en ese carácter. Dice Elizabeth en su libro
“Los trabajos de la memoria” que: “(…) el cuerpo femenino siempre fue un <<objeto
especial>> para los torturadores. El tratamiento de las mujeres incluía siempre una
alta dosis de violencia sexual. Los cuerpos de las mujeres –sus vaginas, sus uteros, sus
senos- ligados a la identidad femenina como objeto sexual, como esposas y como ma-
dres, eran claros objetos de tortura sexual”26 (Jelin; 2002: 102); y agrega que “Para los
hombres, la tortura y la prisión implicaban un acto de <<feminización>>, en el sentido
de transformarlos en seres pasivos e impotentes y dependientes. La violación sexual era
parte de la tortura, así como una constante referencia a la genitalidad –la marca de la
circuncisión entre víctimas judías como factor agravante de la tortura, las referencias
al tamaño del pene para todos, la picana en los testículos, etc.” (Jelin, 2002: 102). Se
establecía de este modo, en contraposición, una masculinidad de los militares, de los
torturadores, de los secuestros.

26 Los delitos sexuales durante años no fueron considerados como parte sistémica de la tortura, se entendía más bien
que tenían que ver con “excesos individuales”; incluso la autora entiende que “Hay que recordar también que muchas
mujeres detenidas eran jóvenes y atractivas y, en consecuencia, más vulnerables al hostigamientos sexual” (Jelin; 2002
:103) como si efectivamente la violación respondiera a un deseo sexual organizado del mismo modo y con el mismo
objeto que otros. Sin embargo hoy en Argentina se los juzga entendiendo su carácter organizado y colectivo. Esto que
resulta de vanguardia debe ser visto a la luz de un concepto desarrollado de manera interdisciplinaria como es el de la
“cultura de la violación” que discute con la idea de que las violaciones solamente ocurren en espacios aislados, excep-
cionalmente y son cometidas por individuos particularmente perversos. Por el contrario toda la socialización sexual
está orientada a erotizar la violación, esto logra que en la mayoría de los casos la violencia ejercida sea banalizada o
incluso no registrada conscientemente (tanto por el agresor como por la víctima), pero además se construye un mandato
sobre la víctima respecto de cómo debe sufrir la violación durante y a posteriori. Finalmente la cultura de la violación
funciona como un ordenador de conductas a nivel social, quien fue violada debe demostrar permanentemente con las
consecuencias que la agresión haya tenido sobre su subjetividad, que hubiera preferido morir. La contracara es que las
mujeres deben vivir con miedo a ser violadas, esto genera y ordena toda una serie de actos en términos de “prevención”
(siempre en relación al estereotipo de violador y no a violaciones ocurridas dentro del hogar en con otros parámetros),
es decir vestir de un determinado modo, no caminar sola por algunos lugares o a algunas horas, no “ponerse en riesgo”
lo cual termina nuevamente poniendo la responsabilidad del lado de la víctima (quien fue violada posiblemente se haya
puesto en riesgo) y no del agresor.

148
Sin embargo en esta oportunidad mi interés reside en poder observar cómo se da esa
diferenciación posteriormente, en los procesos de construcción de memoria, en el relato,
y particularmente porque entiendo que la memoria como tal podría ser pensada como
una categoría feminizada más allá de que quienes la pongan en práctica sean biológica o
autopercibidamente hombres, mujeres u otras identidades. Sin dudas esto tiene relación
y podría rastrearse con las diferencias en la represión, e incluso previamente con las
distintas militancias establecidas, pero en todo caso no es en esa relación donde estará
puesto el foco.
En la construcción de relatos posteriores a la dictadura, las mujeres, más allá de que
muchas veces resultaron víctimas directas, e incluso referentes de las organizaciones po-
líticas perseguidas, suelen ser recordadas en su rol de “víctimas indirectas” de familiares,
de madres, de abuelas, de compañeras. Las mujeres encarnando a toda esa institución fa-
miliar, representando la búsqueda y la necesidad de sobrevivir, de que las familias puedan
continuar con sus vidas, incluso muchas veces como responsables de no haber previsto
aquello que sus hij*s estaban haciendo, de descuido.
Si cerramos los ojos, hay una imagen que domina la escena <<humana>> de las dictaduras: las

Madres de Plaza de Mayo, y otras mujeres, Familiares, Abuelas, Viudas, Comadres, de dete-

nidos-desaparecidos o presos políticos, reclamando y buscando a sus hijos (en la imagen, casi

siempre varones), a sus maridos o compañeros a sus nietos. Del otro lado, los militares, desple-

gando de lleno su masculinidad. Hay una segunda imagen que aparece, específicamente para el

caso argentino: prisioneras mujeres jóvenes embarazadas, pariendo en condiciones de detención

clandestina para luego desaparecer. La imagen se acompaña con la incógnita sobre el paradero

de los chicos secuestrados, robados y/o entregados, a quienes luego se les dará identidades fal-

sas. De nuevo del otro lado están los machos militares. (Jelin, 2002 : 99)

Sin dudas ha habido también muchos hombres en esos roles, no es eso lo que se discute
sino de un rol particularmente feminizado; las madres en sus rondas semanales a la plaza
no permitían que participen también los padres u otras identidades por que podía ser más
riesgoso. De algún modo la imagen de las mujeres podía presentarse como “más inofensi-
va”. Sin dudas esta apreciación genérica simplemente da cuenta de una ilusión inicial, ya
que posteriormente las Madres fueron fuertemente perseguidas e incluso algunas de ellas

149
llegaron a ser secuestradas y sus cuerpos arrojados al mar, la misma práctica que el go-
bierno genocida ejercía respecto de l*s militantes secuestrad*s. Evidentemente entonces
el carácter fuertemente político de la reivindicación de las madres, e incluso su carácter
subversivo que las incluía dentro del grupo a exterminar ya había sido detectado.
La familia ha sido reivindicada por los militares como una de las instituciones más fuer-
temente defendidas de la subversión de izquierda. Desde este lugar el intento de reacomo-
dar las estructuras heteronórmicas y los roles de género socialmente asignados fue central
durante la dictadura, la represión sufrida por quienes se corrían de ese rol, por las maricas,
los putos, las lesbianas, las travestis da cuenta de la efectividad de esa intención.27
Ahora bien Jelin avanza entendiendo que la construcción de la memoria es diferente
según quien la ejerza:
La experiencia directa y la intuición indican que mujeres y hombres desarrollan habilidades

diferentes en lo que concierne a la memoria. En la medida en que la socialización de género

implica prestar más atención a ciertos campos sociales y culturales que a otros y definir las iden-

tidades ancladas en ciertas actividades más que en otras (trabajo o familia, por ejemplo), es de

esperar un correlato en las prácticas del recuerdo y de la memoria narrativa.

(…)

(…) una diferenciación primera en el tipo o encuadre social de expresión de memorias, para

luego poder preguntar acerca de las diferencias de género en ellas. El testimonio judicial, sea

de hombres o de mujeres, sigue un libreto y un formato preestablecidos, ligados a la noción de

pruebas jurídica, fáctica, fría, precisa. Este tipo de testimonio público se diferencia significati-

vamente de otros testimonios, los recogidos por archivos históricos, los sobrevivientes, testigos

y víctimas, y las representaciones <<literarias>>, necesariamente distancias de los aconteci-

mientos ocurridos en el pasado (Taylor, 1997, cap. 6; Pollak y Heinich, 1986) (Jelin, 2002: 109).

Entiendo que necesariamente los modos en que somos socializad*s afecta nuestra per-
cepción respecto de nuestra experiencia vital, y luego de los modos de recordarla, de na-

27 En este sentido comenzaron a desarrollarse durante los últimos años muchas investigaciones que discuten con la representación
de l*s detenid*s-desaparecid*s en términos fundamentalmente heterosexuales. Pueden verse en este sentido las crónicas ficciona-
lizadas de Cristián Prieto, publicadas como “Fichados, crónicas de amores clandestinos” (2018, Ed. Pixel, La Plata, Argentina).

150
rrarla, de marcar determinados énfasis. Sin embargo el hecho de que los testimonios judi-
cializados puedan pensarse como masculinizados, especialmente porque es el poder judicial
y el derecho penal (instituciones históricamente construidas y habitadas por hombres); sin
dudas debería complejizarse con el enorme caudal de prueba aportado por los relatos pro-
ducidos desde identidades feminizadas. La clandestinidad de la dictadura logró desaparecer
muchísimos rastros, recorridos, destinos de compañer*s; la tarea de recuperarlas muchas
veces fue encarnada por voces no masculinas con un trabajo artesanal, minucioso, particu-
larizado, basado en pequeños detalles en los que nunca están basadas las historias oficiales.
Y es en esta medida que quiero recuperar la dimensión de la memoria, diferente de la
historia, como una categoría feminista. Nuevamente retomar a Jelin en este punto cuando
entiende que:
Una manera de pensar la dimensión de género en la memoria parte del enfoque ya tradicional,

tanto en el feminismo como en la reflexión sobre el lugar del testimonio (Gugelberger,1966ª),

de <<hacer visible lo invisible>> o de <<dar voz a quienes no tienen voz>>. Las voces de las

mujeres cuentan historias diferentes a las de los hombres, y de esta manera se introduce una

pluralidad de puntos de vista. Esta perspectiva también implica el reconocimiento y legitima-

ción de <<otras>> experiencias además de las dominantes (en primer lugar masculinas y desde

lugares de poder). Entran en circulación narrativas diversas; las centradas en la militancia po-

lítica, en el sufrimiento de la represión, o las basadas en sentimientos y en subjetividades. Son

los <<otros>> lados de la historia y de la memoria, lo no dicho que se empieza a contar. (Jelin,

2002: 111)

En el marco teórico hice alusión a la relación compleja y dialéctica entre historia y me-
moria. Recuperaba en esa instancia a Reyes Mate cuando planteaba que “Nada tan aleja-
do de la historia como la memoria. La memoria, en efecto, singulariza la historia porque
aquella es subjetiva, selectiva o espontánea y ésta trata de ser objetiva y científica. El
sujeto de la memoria es el testigo que ve, oye o siente el acontecimiento de una manera
muy distinta del historiador (los testigos recuerdan el olor, aquel olor, que ninguna his-
toria podrá reproducir” (Reyes Mate; s/d); y a Iñaki Rivera Beiras quien entendió que:
“Historia y Memoria, ambas se ocupan del pasado, pero la diferencia puede (y debe) ser
radical: la mirada ha de ampliarse no sólo a lo sucedido, sino también a lo que no acabó

151
pasando porque fue derrotado, aniquilado, menospreciado, hundido, a lo que fue, en de-
finitiva, malogrado” (Bergalli, Rivera, 2010; 29)
Me parece importante en esta instancia poder pensar esa construcción de los relatos
feministas, los relatos de lo que no fue importante, de lo subjetivo, incluso de lo sentimen-
tal, históricamente asociados a los femenino, de lo privado, en contraposición con esas
construcciones cerradas y homogéneas que construyeron las historias oficiales.
Aquello que sucedía en el ámbito de lo privado, de lo familiar, quedó históricamente
relegado de esos grandes discursos, al menos hasta que la segunda ola feminista puso en
escena aquello de que “lo personal es político”. Las historias construidas desde la memo-
ria, desde esas narraciones de detalles, desde lo subjetivo, desde las contradicciones, no
solo han sido formuladas muchas veces por identidades feminizadas sino que dan cuenta
de una forma de narrar dejada de lado o subestimada precisamente por pertenecer muchas
veces al ámbito de lo femenino (o asociadas a lo femenino por resultar desvalorizadas).
Esos discursos que no llegaron a ser, la posibilidad de pensar en la razón de l*s vencid*s,
de l*s invizibilizad*s, de quienes perdieron y en esa medida no tuvieron lugar para escribir
la historia no puede pensarse, entiendo yo, en esas otras voces que han discutido las histo-
rias construidas, las de las mujeres, las de las identidades disidentes, las de l*s negr*s, las
de l*s latinoamerican*s. Esa es, a mi entender, una construcción feminista de otra forma de
relato, uno que acepte esas otras voces marcadas por opresiones interseccionales.
Ahora bien, no implica esto oponer micro relatos experienciales a las grandes narrati-
vas, ni menos aún que quienes queramos recuperar la memoria de quienes fueron vencid*s
debamos renunciar a los grandes discursos. Por el contrario siguiendo a Joan Scott, histo-
riadora estadounidense:
Hacer visible la experiencia de un grupo diferente pone al descubierto la existencia de meca-

nismos represivos, pero no su funcionamiento ni su lógica internos: sabemos que la diferencia

existe, pero no entendemos cómo se constituye relacionalmente. Apra eso necesitamos dirigir

nuestra atención a los procesos históricos que, a través del discurso, posicionan a los sujetos y

producen sus experiencias. No son los individuos los que tienen la experiencia, sino los suje-

tos los que son constituidos por medio de la experiencia. En esta definición la experiencia se

convierte entonces no en el origen de nuestra explicación, no en la evidencia definitiva (porque

ha sido vista o sentida) que fundamenta lo conocido, sino más bien en aquello que buscamos

152
explicar, aquello acerca de lo cual se produce el conocimiento. Pensar de esta manera en la

experiencia es darle historicidad a las identidades que produce. Este modo de dar historicidad

representa una réplica a muchos historiadores contemporáneos que han argumentado que una

“experiencia” no problematizada es lo que fundamenta su práctica, y es una manera de dar histo-

ricidad que implica el escrutinio crítico de todas las categorías explicatorias que han sido dadas

por hecho, incluyendo la categoría de experiencia. (Scott 1992: 49/50)

La necesidad entonces de historizar esa experiencia, de pensarla de manera compleja


y sistémica, no como una elaboración “natural” ni “espontanea” sino como un resulta-
do social, producida por sujetos determinad*s socialmente y no por esto menos agentes
activos y protagonistas de sus propias circunstancias. El hecho de dar cuenta de estas
determinaciones simplemente indica que nuestras experiencias, y particularmente nuestra
percepción de esas experiencias, la construcción posterior de un discurso de memoria está
íntimamente marcada por la condiciones en las que vivimos, por las sociedades que nos
incluyen y por los sistemas de opresión y explotación que las organizan.
La voluntad entonces de retomar la memoria, los relatos individuales creados en contra
de los relatos del poder no conlleva en absoluto quitarnos la responsabilidad de escribir
nuestros propios grandes relatos, que retomen esa experiencia, que busquen explicarla –o
comprenderla- y que incluso puedan discutirla. Nuevamente en palabras de Scott:
Experiencia no es una palabra de la que podamos prescindir, aunque es tentador –dada su uti-

lización para esencializar y darle realidad al sujeto- abandonarla por completo. Pero la expe-

riencia es tan parte del lenguaje cotidiano, está tan imbricada en nuestras narrativas, que parece

una futilidad abogar por su expulsión. Sirve como una manera de hablar de lo que ocurrió,

de establecer diferencias y similitudes, de decir que se tiene un conocimiento “inalcanzable”.

Dada la ubicuidad del término, me parece más útil trabajar con él, analizar sus operaciones

y redefinir su significado. Esto conlleva poner la atención en los procesos de producción de

identidad e insistir en la naturaleza discursiva de la “experiencia” y en la política de su cons-

trucción. La experiencia es, a la vez, siempre una interpretación y requiere una interpretación.

Lo que cuenta como experiencia no es ni evidente ni claro y directo: está siempre en disputa,

y por lo tanto siempre es político. El estudio de la experiencia debe, por consecuencia, poner

siempre en cuestión su estatus originario en la explicación histórica. Esto ocurrirá cuando los

153
historiadores tengan como proyecto no la reproducción y transmisión del conocimiento al que

se dice que se llegó a través de la experiencia, sino el análisis de la producción de ese conoci-

miento mismo. (Scott; 1992:73)

En el apartado metodológico me preguntaba respecto de la posibilidad de discutir esas


construcciones de memoria, esas experiencias, de no idealizarlas. Creo nuevamente que
es necesario entonces construir voces que dialoguen con esos testimonios con esas expe-
riencias pero no como si fueran nuevamente relatos cristalizados, estancos o sagrados sino
por el contrario, con la necesidad de establecer puentes, críticas, discusiones, nuevas es-
trategias. Recuperar la voz de l*s vencid*s, considerarnos hereder*s de esos relatos, escu-
charlos desde el respeto, no implica volver a crear voces indiscutibles y voces silenciadas
o invisibilizadas. Se trata, entiendo de construir diálogos, que tal vez incluso pudiéramos
llamar feministas, de escucha y aportes mutuos, entre todas esas voces, desde lo subjetivo,
desde lo particular, desde lo privado, apuntando a interpretar con grandes marcos expli-
cativos aquello que sucedió, para tal vez entonces poder apuntar a pensar aquello que aún
hoy nos sucede.
Estas memorias que son construidas por l*s sobrevivientes, por las víctimas, por l*s
familiares, no se construyen en el aire, están en sus cuerpos, los atraviesan. Ailin dice
que: “en la Asociación hay como un lema, que está colgado como en un cuadro que
dice “en el cuerpo llevamos todas las memorias”, y es re zarpado eso porque a partir
de la vivencia de cada uno, cómo se construye la memoria desde ahí. Por ejemplo: yo
lo veo más externamente porque obviamente yo no estuve detenida-desaparecida pero
los compañeros compañeras sobrevivientes tienen algo como re zarpado en relación
a tener que declarar y no olvidarse de ningún compañero compañera que estuvo en
el centro clandestino; acordarse detalles de fechas, horarios, lugares; la mayoría lo
primero que hizo cuando salió fue avisarle a los familiares de las personas que vieron
adentro; o sea hay como una cuestión muy fuerte de recordar cada uno de los nombres
y de lo que se vivió”.
En el cuerpo, como materialidad de la subjetividad de cada un*, están entonces todas
las memorias, y con ellas las responsabilidades el compromiso respecto de l*s compañer*s
que no pueden contar su propia historia, y también respecto de la memoria y la verdad, de

154
la necesidad de construcción de ese otro relato que no fue contado. Con ese compromiso
entonces la exposición, nuevamente, del propio cuerpo. Dice Jelin que:
Las memorias personales de la tortura y la cárcel están fuertemente marcadas por la centra-

lidad del cuerpo. La posibilidad de incorporarlas al campo de las memorias sociales presenta

una paradoja: el acto de la represión violó la privacidad y la intimidad, quebrando la división

cultural entre el ámbito público y la experiencia privada. Superar el vacío traumático creado

por la represión implica la posibilidad de elaborar una memoria narrativa de la experiencia, que

necesariamente es pública, en el sentido de que debe ser compartida y comunicada a otros –que

no serán los otros que torturan ni otros anónimos sino que, en principio, pueden comprender y

cuidar-. Sin embargo siguen siendo <<otros>>, una alteridad (…) Los silencios en las narrativas

personales son, en este punto, fundamentales. A menudo no son olvidos sino opciones persona-

les como <<un modo de gestión de la identidad>> (…) ¿Cómo combinar la necesidad de cons-

truir una narrativa pública que al mismo tiempo permita recuperar la intimidad y la privacidad?.

(Jelin, 2002: 113/114)

Cuando le pregunto a Marga si quiere decir algo más antes de terminar la entrevista me
contesta que “Eso sería como todo… esa es la vida…”, esa construcción de la memoria,
esa necesidad de narrar lo que quiso ser silenciado, esa disputa de sentidos es sin dudas su
vida, atraviesa su vida, la marca, la determina, y esto no implica en absoluta que ella no
pueda tomar ahí sus decisiones, ni inhabilita la construcción de grandes relatos, incluso
por ella misma, que nos lo expliquen.

4 . J u i c i o s p o r l a Ve r d a d y J u i c i o s P e n a l e s

Actualmente en Argentina se realizan juicios penales en los que resultan objeto los
crímenes cometidos durante la última dictadura. Los juicios por la verdad continúan rea-
lizándose únicamente en la Ciudad de La Plata y han disminuido su centralidad, sin em-
bargo el derecho a la verdad significó en su momento la posibilidad de avanzar en la
reconstrucción de la historia y garantizar un derecho colectivo con independencia de la
posibilidad o la necesidad de realizar juicios penales o aplicar sanciones.

155
Sin embargo la posibilidad de realizar juicios penales cambia la situación a nivel nacio-
nal y de algún modo por la cercanía que vimos, lleva a repensar los juicios por la verdad
aun cuando hablábamos de derechos autónomos garantizados y de objetivos diferentes en
ambos procesos. Las entrevistadas fueron claras en señalar la relación existente entre estas
instancias, por un lado porque los testimonios que allí se prestaron constituyen actual-
mente prueba. Por el otro por la posibilidad de que una institución como el poder judicial
pudiera comenzar a escuchar esa memoria.
La jurisprudencia interamericana que consagró en un primer momento este derecho
también le otorga un carácter subsidiario y complementario de la subsumisión del ejerci-
cio del derecho a la verdad en el juicio penal. Básicamente en relación a dos argumento
recurrentes de la Corte Interamericana; en primer lugar la subsistencia de garantizar el
ejercicio del derecho a la verdad a las víctimas sobrevivientes, sus familiares y familiares
de las víctimas muertas o desaparecidas aun en los casos en que dificultades de orden in-
terno impidieran identificar a las personas responsables de los delitos. En segundo lugar
que esta subsumisión no es la regla general sino una regla particular aplicable según la
circunstancias particulares de cada caso; y es que en los casos en que la Corte Interameri-
cana ha sostenido tal subsumisión, lo ha hecho remitiéndose a las circunstancias particu-
lares del mismo. Por otro lado, aun existiendo impedimentos legítimos o dificultades de
orden interno, que no hagan posible identificar a los responsables o aplicar las sanciones
respectivas, el derecho a la verdad subsiste.
En el caso particular de las desapariciones forzadas de personas, la clandestinidad insti-
tucionalizada del obrar delictivo, se constituye muchas veces en una de las dificultades de
orden interno, que al menos inicialmente, impiden identificar a los responsables y por ende,
aplicar las sanciones consiguientes. Son centenares los casos de desapariciones forzadas en
los cuales no existen datos más o menos precisos de los actos constitutivos del intercriminis,
y a veces, ni siquiera, la de un lugar y una fecha precisos del comienzo del mismo. Esto re-
presenta claramente una circunstancia que podría hacer necesario el ejercicio autónomo del
Derecho a la Verdad, aun cuando ese caso no pueda ser juzgado como tal y no haya responsa-
bles identificados puede avanzarse con la reconstrucción de lo que le sucedió a esa persona.
Asimismo frente a la responsabilidad del estado de dar cumplimiento con la obligación
de investigar, individualizar a los responsables y sancionarlos, pero quedando claro que,

156
si eso no fuese posible por razones legítimas o dificultades de orden interno, el derecho a
la verdad, entendido con los alcances ya explicitados, subsistirá y como consecuencia, el
derecho de acceso a la justicia a fin de hacerlo efectivo.
Es decir que, la regla general es que el Derecho a la verdad es un derecho autónomo y
como tal puede ejercerse en forma independiente de la acción penal, y más aún, subsiste
aunque esta acción se vea truncada por razones legítimas de orden jurídico o dificultades
de orden interno, que obstruyan el logro de sus fines en plenitud, descartándose aquí, los
efectos de las denominadas leyes de impunidad, las que resultan ser ilegítimas y contrarias
a la Convención Americana, y por ende, a la Constitución Nacional. En este sentido la
sola posibilidad de instar causas penales no representa la neutralización del ejercicio del
Derecho a la Verdad. De hecho es interesante pensar esta posibilidad frente a las críticas
producidas por el ejercicio del poder punitivo y la utilidad o no de avanzar con punicio-
nes. Más allá de ese debate lo que debe entenderse es que la contracara de la la punición
no es necesariamente el olvido o la negación sino que es posible ejercer el derecho a la
verdad como un derecho con una importancia particular.
La acción penal no solo tiene objetivos distintos sino que se da en el marco de procesos
sustancialmente diferentes a los juicios por la verdad, en primer lugar, la acción penal,
como regla general, puede ser instada de oficio y por el funcionario público competente,
en ejercicio de la función punitiva del Estado, resultado su impulso ajeno a la voluntad de
la víctima. En cambio, las acciones destinadas a la averiguación de la Verdad Histórica,
dependen, por regla, de instancia de parte interesada, sea esta entendida ya como interés
subjetivo o interés difuso, y sujeta al impulso procesal de dicha parte.
En segundo lugar, el fin de la acción penal es probar si los hechos definidos corres-
ponden a delitos tipificados, individualizar a los responsables y aplicar las sanciones
que correspondan, mientras que, en el caso de los juicios por la verdad es conocer
integralmente lo sucedido. En este el Derecho a la verdad y el ejercicio efectivo del
mismo, a través de los denominados Juicios por la Verdad, subsiste, aun frente a la po-
sible iniciación o continuación de juicios de contenido penal, y que, en una importante
proporción de casos, conocer integralmente lo sucedido, sigue siendo una necesidad
imperiosa, aún para que tales acciones penales puedan ser encaradas con relativas po-
sibilidades de éxito.

157
Se han generado distintas cuestiones sobre las relaciones concretas entre estos proce-
sos, particularmente respecto de la posibilidad de utilizar los datos y testimonios obte-
nidos en los juicios por la verdad en los juicios penales en los casos en los casos en que
no puede prestarse una nueva declaración porque la persona ha fallecido o no se haya en
condiciones de hacerlo. Esto en general ha sido aceptado en el caso de los testigos enten-
diendo que son irrecuperables y que han sido declaraciones prestadas en sede judicial bajo
promesa o juramento de decir verdad.
Los juicios por la verdad han sido sistemáticamente relacionados con los juicios pena-
les, nos ha costado pensar el derecho a la verdad como derecho autónomo. Esto no es ca-
sual, lo que se cometió en Argentina, como en otras tantas dictaduras durante el siglo XX
han sido crímenes de lesa humanidad. “Memoria, Verdad y Justicia” es la consigna histó-
rica de los organismos de derechos humanos, la memoria que construyeron las víctimas,
sus familiares y amigos/as, la memoria que construimos exigía verdad, una construcción
distinta del relato de lo sucedido, y la verdad repugna, la verdad necesita justicia.
Los juicios por la verdad que tuvieron lugar en Argentina fueron un primer paso para obligar
al estado a volver a pensar nuestra historia y el genocidio ocurrido ante una política de desme-
moria y “reconciliación”, ahora bien el avance de los juicios penales sin dudas inaugura muchos
otros debates. Cuál es la necesidad, la intención y el objetivo de la sanción en estos casos no
parece una pregunta con respuesta univoca. El aparato punitivo estatal está siempre cargado con
más contradicciones que claridades, no es este el espacio para avanzar en esa discusión.
Los juicios por la verdad son solamente una forma más, entre tantas estrategias genera-
das alrededor del mundo en el último siglo, de no conformarnos en avanzar desconociendo
nuestra historia. No son la mejor, no son la única y sin dudas no deberían ser excluyentes
de pensar otras estrategias y disputas.
Lo que es cierto es que hoy en Argentina, y seguramente en muchos otros lugares en el
mundo, en las cárceles se sigue torturando, en las mismas cárceles que torturaba la dicta-
dura, que las fuerzas de seguridad se siguen considerando con derecho de avanzar sobre
los cuerpos y las vidas de quienes las ponen en discusión, y que el poder punitivo del es-
tado sigue más enfocado en los delitos contra la propiedad que en pensar este genocidio.
Los juicios por la verdad no son una respuesta última a nada de esto, pero creo que no
es posible pensar una sociedad que pueda comenzar a superar esto desde la desmemoria,

158
la negación o el olvido. Como dice una frase que acuñaron l*s hijo*s que tuvieron que
aprender a crecer sin padres, que tuvieron que construir su propia historia: “no olvidamos,
no perdonamos, no nos reconciliamos”.

5. Juicios Penales

Ahora bien los juicios penales encierran una serie de contradicciones, por qué y cómo
sería posible pararse sobre el derecho penal para pensar en una posible justicia. Es posible
pensar una justicia cuando los compañer*s no han aparecido y sus familiares continúan
buscandol*s 42 años después. No creo que pueda comenzarse un debate en este sentido
antes de recuperar que es lo que dicen quienes han impulsado estos juicios, las víctimas,
l*s militantes, sobre su propia experiencia en este sentido. No serían éticas las referencias
a sus consecuencias, a sus potencialidades o limitaciones sin saber lo que han generado.
Dice Ailin que “una cosa que siempre decimos en la Asociación es que son los juicios
que tenemos y no los que queremos. Los juicios de hoy en día son los juicios fragmentados,
parcializados, no son por todos los compañeros ni las compañeras ni por todos los geno-
cidas… Muchas veces eso implica que la parcialización y la fragmentación de los juicios
hace que una compañera, un compañero tenga que declarar diez veces por un mismo cen-
tro clandestino, por un mismo genocida, pero se suma un nuevo caso, entonces tienen que
volver a declarar. Hay una revictimización impresionante de cara a los sobrevivientes, a los
familiares… Porque no son los juicios que queremos, pero son los juicios que tenemos”.
Después de la crítica respecto del modo en que efectivamente funcionan los juicios
Ailin menciona cuáles son los reconocimientos que cobran mayor relevancia en los jui-
cios: “primero nos parece importante que también se reconozca penalmente que fue un
genocidio, que eso no fue que se da en todos lados, y solamente acá en La Plata. O sea
La Plata fue la primer condena –con el juicio a Etchecolatz, en donde desapareció Jorge
Julio López, y en donde se sabe que Etchecolatz fue parte y responsable de esa desapa-
rición- fue la primer condena por genocidio; y nosotros pedimos genocidio en cada uno
de los juicios. Lo que implicó un montón de discusiones jurídicas, porque había que ver
cómo se implementaba genocidio, no era fácil… Un montón de abogados y de abogadas

159
nos dejaron en el camino, porque entendían que no era factible pedirlo, pero lo logra-
mos y fue un proceso colectivo muy importante. La última condena que fue un genocidio
y no “delitos en el marco de genocidio”, sino que fue un genocidio…” . La condena por
genocidio representa de algún modo la voluntad de que la memoria judicial recepte lo
que verdaderamente pasó. Lo que entra en juego es una construcción de relato y no sim-
plemente condenas por una mayor o menos cuantía, la pregunta tiene que ver con que el
estado a través del poder judicial recepte una narración particular, la que da cuenta que los
delitos cometidos durante la dictadura buscaban la eliminación de un grupo definido por
los perpetradores y no son simplemente actos violentos, ni siquiera dirigidos indiscrimi-
nadamente a la población civil en general.
Respecto de los juicios señala que la justicia no es organizada por las víctimas pero
que de todos modos resulta importante que los juicios existan: “Y la justicia, es la justi-
cia burguesa, es la justicia fragmentada, pero no es lo mismo que el genocida esté con-
denado en una cárcel, a que esté caminando en la calle con nosotros. No es lo mismo, no
da lo mismo. No da lo mismo que un familiar se pueda sentar y explicar qué le pasó a su
familiar detenido-desaparecido, o que el sobreviviente lo pueda declarar y que se haga
justicia en relación a eso. Siempre entendiendo esto: nunca es… Siempre es justicia
fragmentada. Pero es la justicia que tenemos en este momento y que la hemos luchado.
Porque no es que ahora hay jueces de esos bueno que quieren condenar a los genocidas,
sino que esto es 30 años de lucha que logró que los genocidas hoy en día -algunos-, o
sea, imaginate que hay… Creemos que en toda la Argentina hubo 600 centros clandes-
tinos, que aproximadamente, 800 y algo, de genocidas condenados; eso da menos de un
genocida y medio por centro clandestino. Cuando sabemos que es imposible que centros
clandestinos hayan funcionado con esa cantidad de genocidas, y lo que te decía hace un
rato: el pacto de silencio y las condiciones también en las que las personas estaban ahí
hace muy difícil… O sea, la mayoría de los genocidas tenían apodos; estaban todo el
tiempo las personas detenidas-desaparecidas tabicadas, vendadas; los juicios, también,
que los reconozcan después de 40 años no les muestran las fotos de cómo eran en el
momento, le muestran la cara de ahora, 40 años después, en donde se hace muy difícil
los reconocimientos… Pero igual nosotros seguimos pidiendo por los juicios porque…
No sé si la palabra es “reparación”, pero es necesario. Es necesario para la sociedad, es

160
necesario para las personas que vivieron y sobrevivieron al genocidio; las que no… Pero
bueno, todavía nos falta un montón”.
Ailin señala “la justicia” como aquella por la que han luchado, de algún modo como
si estas sentencias fueran el resultado de esos procesos. Los juicios penales entonces de-
jan de ser una iniciativa estatal para ubicarse como una demanda de los organismos de
derechos humanos, de las víctimas y de sus familiares. Es sustancialmente distinta una
situación de la otra y esta forma de entenderlos se repite en las distintas entrevistas. Esto
no implica, o al menos no ha sido dicho en estos términos, que el poder judicial se limite
a hacer aquello que las víctimas quisieran o que estas lo controlen y lo organicen. En ab-
soluto, únicamente que hay una disputa en esos procesos legales, incluso legal y jurídica
podríamos decir, que logra, según los dichos de las entrevistadas ganarse por esos orga-
nismos corriendo la construcción de la memoria judicial
Respecto de si es posible obtener justicia en estos procesos, Ailin dice que: “Yo creo
que sí buscamos justicia, porque si no, no le pondríamos todo el esfuerzo que se le pone…
O sea, desde la Asociación de los Detenidos Desaparecidos desde los ´80 se están ar-
mando los PRD que son como los trabajos de investigación de cada uno de los centros
clandestinos, como previo a las leyes de impunidad se viene trabajando por la necesidad
de justicia. Yo creo que sí está eso. Pero es lo que hablábamos hace un rato. No son los
juicios que queremos, pero nosotros vamos a seguir luchando hasta el último momento
por estos juicios, aunque no sean los que querramos, vamos a seguir luchando para que
sean los juicios que queremos, porque sí, la justicia es necesaria. Porque no es lo mismo…
Es como medio falso ese debate que dice “bueno ya está total tiene 80 años ese genoci-
da…”, y no, no es lo mismo para la persona que ese genocida esté tras las rejas, que no lo
esté. (…) Bueno Etchecolatz cuántas condenas a perpetua tiene… Creo que tiene cuatro
condenas a perpetua, más alguna otra… Y él jamás va a decir nada… Jamás va a decir.
Porque está el pacto de silencio entre ellos. Pero bueno, no es lo mismo. Lo mismo con
que se juzguen los delitos previos al 24 de marzo del ´76, también implica un montón de
discusiones. No es lo mismo que se juzgue a la Triple A, CNU, al Operativo Independen-
cia, a que no se juzgue. Como que no puede quedar impune. La impunidad genera más
impunidad. Si eso queda impune… Es como nosotras siempre decimos, si Etchecolatz con
todo lo que hizo estaba en prisión domiciliaria cualquier persona que haga cualquier otro

161
delito ¿qué queda? Si una persona que torturó, asesinó a miles de personas está impune,
eso implica que la cadena de impunidad continúa, continúa y continúa por siempre”.
Marga habla de la lucha por los juicios como una táctica, al igual que lo va a hacer Este-
la, dice que hay que luchar con lo que el sistema nos da, que no puede ser solamente pren-
der gomas (en relación a una forma utilizada en Argentina para cortar la circulación de las
calles asociada al movimiento piquetero). Señala que lo que están en juego son decisiones
políticas, una decisión política para luchar y otra para tapar lo que pasó. Ella fue parte
del Operativo Condor, estuvo detenida en Tucumán antes de que comenzara formalmente
la dictadura militar, dice que por una decisión política de Alfonsin (primer presidente en
Argentina una vez restaurada la democracia) ell*s estaban afuera de la historia. Los ope-
rativos previos al 24 de marzo de 1976 no pudieron ser juzgados en el juicio a las juntas
que se realizó una vez restaurada la democracia, es impresionante como registra Marga
esto “afuera de la historia”, como entendiendo que de algún modo la historia se construye
a través de aquello que queda plasmado en esos procesos, en esas sentencias y lo que no.
Refiere de hecho que más que una sentencia son procesos, y que en particular en Tucu-
mán hay un antes y un después en la lucha contra la impunidad desde que se hizo el juicio
del Operativo Condor. Entiende que la lucha por ese proceso logró derrotar un marco his-
tórico que era el propuesto y el impuesto por los genocidas: el de la impunidad. Entendía
el hecho de que no se hubieran podido juzgar estos procesos como un quedar afuera de
la historia y una vez que se realizó plantea que el juicio habilita muchas otras cosas, que
“no es más la soledad histórica”. Poder testimoniar, que esos relatos sean escuchados,
legitimados incluso de algún modo por el poder judicial vuelve a traerla, corta con una
soledad histórica que remite necesariamente a García Marquez, y que de alguna manera
nos acerca a entender el peso que tienen para ella estos procesos, y aquel que juzga su
secuestro particularmente.
Dijo que en los juicios se recobra la identidad de los compañeros y las compañeras
desaparecidas, de una lucha política, de restituir esas identidades, que se demuestra la
existencia de los centros clandestinos de detención. Nuevamente, en el mismo sentido que
Ailin, habla de esos procesos como vencer a la justicia o a sectores de la justicia burguesa,
y señala que más allá de que no es la justicia que quieren es “una justicia”. Señala las
diferencias políticas respecto de esta estrategia y que cuando comenzaron estos procesos

162
había compañer*s que decían que no había que ir a los juicios porque era legitimar a la jus-
ticia burguesa. Y hace hincapié en el paso del tiempo, que si se demora cuarenta y tres años
eso no es justicia, porque ¿para qué sirve?. La pregunta queda flotando en el aire mientras
Marga sigue hablando, para que servirían esos procesos cuatro décadas más tarde.
Marga viene del Noroeste Argentina, habla de que esas tierras son inviables, para
todos los gobiernos, y que también “parecía que eran inviables para la memoria” y
ahí “los cagamos” dice y sonríe “yo creo que el Operativo salió y salió con todo lo que
eso significa… ¡Ojo, eh! Que no era cualquier juicio, (…) estaban todos los familiares
de los milicos (…)no fue un juicio fácil el del Operativo (… ) Pero yo lo que rescato
y veo te digo sinceramente: la valentía de muchos compañeros que declararon en ese
juicio; hicieron ese juicio y demás”. Fue posible una memoria aún en esas tierras y esa
es su satisfacción. La memoria dice, “no es una memoria histórica como dicen en la
universidad”, es una memoria que está presente, es una memoria “vital”. Menciona
que después del juicio al Operativo “hay un antes y un después en mi vida, en mi auto-
estima, en mi forma de ver la realidad, en encarar la vida, en sacarme años, en todo…”
“Es que además nunca en mi vida creí… yo decía… yo quiero estar, yo no me quiero
morir sin llegar a ese juicio”.
Esta posibilidad de exigirle reivindicaciones a la justicia no hace que la subestimen,
Marga habla como si fuera algo que puede enredarte: “Yo lo que pienso a veces en la jus-
ticia, es como las telarañas que vos no sabés en qué punto el hilito de la telaraña te toca:
para enredarte, para joderte para hacerte mierda, para demorarte. Yo creo, una tiene que
ver con esto en la demora en elevar los juicios, en elevarlos así en formas fragmentada;
de no juzgar por todos los casos; de no hacer un juicio por circuito… Escuchame, por el
Circuito Camps por qué lo metieron todo junto. Entonces de repente vos decís “sí bueno”
y te quedás, y de repente te salta esa cosa de la telaraña “no pero estos me están cagando
en esto”. Y bueno eso, las domiciliarias, la forma también de las condenas, los fiscales
que no apelan como tienen que apelar… Bueno pero es lo que hay y valoro todo lo que
construimos nosotros, yo siempre valoro eso, la construcción nuestra, no apelo a ningún
juez, ellos ganan la guita”
Respecto de la posibilidad de que en los juicios se recobren las identidades que durante
la dictadura buscaron hacer desaparecer, ella reconoce distintos momentos “Como que fue

163
como avanzando, cada vez más. Entonces bueno, sí qué se yo… “En la ESMA decían que
habían Montoneros”. No, había Montoneros. “En tal juicio estaba la mayoría que era del
PRT-ERP, en otro juicio estaba toda la comisión interna de tal cosa”… Bueno ahí va mar-
cando esa identidad. Y con esos sinnúmeros de fragmentos –porque los juicios en partes
son fragmentos- es la composición histórica de quiénes son los desaparecidos y a quiénes
vinieron a buscar, a quiénes desaparecieron, la clase trabajadora. Mira lo que está pa-
sando en Campo de Mayo, en todos los juicios… En Tucumán, toda la comisión interna
de los ingenios… Todas las comisiones internas de los ingenios están desaparecidas. En
Córdoba, en todos los lugares, en Tucumán, todo el movimiento estudiantil… pero todo el
movimiento estudiantil, la militancia…”
Señala los alegatos producidos por las partes acusadoras como un lugar para ir a recuperar
esa memoria con más vehemencia que las propias sentencias, los procesos exceden para ellas
las sentencias son la posibilidad de declarar, de decir, de acusar eventualmente. Resalta ade-
más la importancia de otras voces en los juicios, los conocidos como testigos de concepto, es
decir que no fueron testigos directos sino que son personas que han estudiado esos procesos:
“saben mucho más de determinadas comisiones internas, o de los trabajadores, de lo que
es el planteo de genocidio y demás. O sea, la academia también habla ahí, en los juicios”.
Reconoce además algo en lo que pocas veces nos detenemos, en la necesidad de pen-
sar los juicios de manera federal: “Yo valoro todos los juicios y valoro muchísimo los del
interior, porque acá hay más posibilidades, hay más recursos. Allá en el interior, por lo
menos de lo que yo conozco, la mayoría de los desaparecidos son pobres, no hay recur-
sos. Entonces yo por eso valoro esos juicios, valoro los juicios de Jujuy… no el de Jujuy
no lo valoro porque bue… me equivoqué quise decir el de La Rioja… lo de Bahía Blanca.
Yo milito en la Asociación porque es mi organización histórica de base, pero creo que en
todas partes hay compañeros y compañeras que luchan por los juicios y cantidades de
abogados que hacen montones de cosas y llevan adelante otras tantas tomando una cosa
de lo que hacemos nosotros por acá y demás. La Asociación es lo que es pero hay otros
tantos que también hacen en sus lugares todo lo que tienen que hacer. Yo no peco de so-
berbia ni pienso que nosotros seamos los mejores, ni mucho menos”.
Nuevamente aparecen las implicancias de realizar los juicios tantos años más tarde:
“Decimos que hay una impunidad biológica en el caso de los represores… Si vos de-

164
morás tantos años para hacer justicia yo creo que hay un dejo de impunidad en eso.
(…) Y siempre se juzga a los mismos. Y son los que tienen setenta y pico para arriba…
Cuando los más jóvenes tendrían la edad más o menos mía, ponele, 64 años, o la edad
que tenía Nilda… No, no tanto… No había tipos de 17, pero bueno. Qué se yo… Yo creo
que realmente eso es una falencia, pero esa falencia también ha tenido que ver que han
sido muchísimos años de impunidad, pasado la causa 13… Bueno, la impunidad por
decreto, anulación de leyes de obediencia y punto final… Demoramos otros tantos años
para que eso se anulara, otros tantos años para que se eleven las causas a juicio, para
que se instruyan…”
Aparece entonces la contracara, no son solamente los responsables quienes enveje-
cen: “Entonces los sobrevivientes también estamos grandes y nos todos… Este… Por-
que si no hay acusación, no hay juicio. O sea si vos no acusás, si vos no encontrás el
que acuse… Los sobrevivientes también: muchos sobrevivientes ya no están. Entonces
me parece que esa dilación en el término de años es lo que me parece que realmente
es un problema”.
Nilda, la persona a la que hace referencia es Nilda Eloy, falleció en el año 2017 a los 60
años de edad, sería tema para otra investigación analizar por qué muchas de las personas
que estuvieron detenidas desaparecidas luego murieron jóvenes, cuáles son las marcas en
el cuerpo o incluso psicológicas que deja ese rastro. Lo cierto es que luego de ser secues-
trada a los 17 años, el 1 de octubre de 1976 y pasar por distintos centros clandestinos de
la provincia de Buenos Aires, al ser liberada milito hasta su muerte por la construcción de
esa memoria.
Sin embargo aún con estas limitaciones Marga, que había hablado de una derrota al
pueblo al referirse a la dictadura, señala ahora que: “Yo creo que realmente los genoci-
das tuvieron… ya en esto que te estoy convencida tuvieron una derrota histórica. En la
memoria, en la memoria. Porque escuchame, si se pudieron hacer hasta los de Trelew…
Los milicos fueron genocidas desde siempre. Fueron genocidas en mano de obra de todos
los planes económicos que impusieron desde el ´55 para adelante”. Incluso habla de una
victoria para cada una de las víctimas cuando su propio caso llega al poder judicial “Des-
pués del juicio al Operativo Independencia para mí fue la gloria. Ya está, yo tuve mi gran
victoria. Y creo que a todos los compañeros de cada campo de concentración tienen su

165
gran victoria, que uno la generaliza pero que tiene también su gran derrota por todo lo
que pasa, pero bueno… Aunque pasara lo peor nosotros hicimos lo que debíamos hacer. Y
seguiremos… ¡Vamos qué seguimos! ¡Vamos qué vamos llegando!”.
Marta señala una preocupación similar en relación al tiempo: “la gran preocupación
mía es que no nos da la vida, en el interín se murió Adriana Calvo que declaró. Y no po-
dés estar con personas que ya son mayores, nosotros somos mayores, postergando en el
tiempo tantas cosas”.
Entiende esta postergación como un problema que excede a la investigación: “porque
la información la tienen perfecta. No sé si los plazos, ya te vuelvo a decir que me voy
más a lo práctico, los plazos son respecto a que interponen escritos, interponen escritos
y entonces bueno, van demorando y demorando. Y los abogados de los represores que tie-
nen estudios, muchos han venido con estudios importantes y entonces se va demorando”.
Marta trabaja en la Secretaría única con los archivos de los juicios por la verdad, desde
ahí habla del poder judicial, un poco desde adentro y con esa posibilidad de hacer críticas
propias también de su militancia. “Las limitaciones son que políticamente después que
vinieran los juicios penales, que los mandan a la cárcel, tenés la limitación de los que
fueron dando los arrestos domiciliarios”
Respecto de la justicia plantea, en la misma línea que los testimonios anteriores que:
“Yo veo que cuando demora tanto ya no hay justicia. Porque no estaban dadas, se intenta-
ba dar con el gobierno anterior, yo no soy K (en referencia al kirchnerismo, línea política
enmarcada en el peronismo), pero se generaron un montón de cosas en el momento histó-
rico, político y lo que vos quieras. Pero ahora directamente todo eso se está cerrando, se
está levantando cada vez más la teoría de los dos demonios. Y, aparte, hace poco hicieron
una reivindicación de la historia completa. Entonces van a reivindicar a los generales, a
los muertos en atentados”.
Estela dice que no hay reparación que pueda venir de este estado, porque “¿qué auto-
ridad moral tienen?”, pensando en la justicia y los juicios plantea algo similar “no hay
porque ellos no pueden darte, porque eso lo vas a tener que conseguir vos con tus iguales.
Decía el Indio, uno no puede dar más de lo que tiene para dar”. Esto no implica, en ab-
soluta, que reniegue de la posibilidad de hacer juicios: “sí te hago el juicio, por qué no,
eso es parte de la táctica, son los pasos que más pudimos dar, pero desmiento terminante-

166
mente lo que más de un familiar de desaparecido sostiene, que esta es la democracia por
la cual lucharon nuestros hijos, y digo terminantemente no, nosotros luchamos por una
república de obreros y campesinos, y una república de nueva democracia, incompatible
con Monstanto y su reviente de planeta, BarryGold, la minería, está todo puesto ahí” se-
ñala el programa de su partido fechado en 1968. Aparecían en ese momento los mismos
nombres de empresas que actúan en la actualidad en Argentina. Los juicios no son para
ella entonces el punto final, el cierre de nada, son simplemente un paso más, táctico, en un
camino mucho más largo y complejo.

Estas posiciones, aún con las largas reproducciones textuales, seguramente terminan
sintetizadas o simplificadas. No quiere decir, como señale al principio, que registren una
versión completa de las posiciones de las víctimas ni de los distintos organismos de de-
rechos humanos. Simplemente en el mejor de los casos servirán para que las discusiones
que abordo a continuación no queden simplemente en un plano teórico o abstracto, si
las víctimas ven en estos procesos sus propias victorias, reivindicaciones, si ven que los
juicios son lo que pudieron “arrancarle” al estado, en todo caso habrá que ser muy cui-
dados*s pero decir livianamente que estos juicios no representan nada o que no tienen
ningún sentido.
Pretendo con este trabajo avanzar en la categoría de memoria y particularmente cuál ha
sido la construcción colectiva en Argentina, mal podría entonces avanzar por sobre todas
las construcciones que se realizan desde sus protagonistas y desoyéndolas.

6. Juicios Penales, una disputa en terreno enemigo. Nunca más

Sin dudas la aplicación del poder punitivo no se presenta como una solución para esa
voluntad de “nunca más” que atravesó el siglo XX. No la mencionan como tal ninguna de
las entrevistadas, y el extenso apartado desarrollado para analizar sus funcionamiento da
cuenta de lo mismo. En este sentido cabría retomar particularmente a Pashukanis quien
da cuenta del carácter absurdo de compensar los actos antijurídicos que se cometan con
una cantidad de años de cárcel. Esta respuesta, lejos de intentar dar una solución a los

167
problemas que se presentan, aparece organizada con la misma lógica de la teoría del valor
analizada por Marx, la clase trabajadora “paga” entonces sus delitos con aquello que po-
see para relacionarse en el capitalismo: su tiempo de trabajo.
En un sentido que podría entenderse similar Bourdieu en su texto “La fuerza del derecho.
Elementos para una sociología del campo jurídico se distancia de las posiciones que ven al
pensamiento jurídico como absolutamente independiente pero también de aquellas que lo leen
como un reflejo lineal de las relaciones existentes en la sociedad. Por el contrario plantea que:
Para romper con la ideología de la independencia del derecho y del cuerpo judicial, sin caer en

la visión opuesta, es necesario tener en cuenta lo que las dos visiones antagónicas, internalista y

externalista, ignoran en común: esto es, la existencia de un universo social relativamente inde-

pendiente en relación a las demandas externas en cuyo interior se produce y se ejerce la autori-

dad jurídica, forma por excelencia de la violencia simbólica legítima cuyo monopolio pertenece

al Estado y que puede servirse del ejercicio de la fuerza física. Las prácticas y los discursos

jurídicos son, en efecto, el producto del funcionamiento de un campo cuya lógica específica está

doblemente determinada: por una parte por las relaciones de fuerza específicas que le confieren

su estructura y que orientan las luchas de concurrencia, o más precisamente, los conflictos de

competencia que tienen lugar en el derecho y, por otra parte, por la lógica interna de las obras

jurídicas que delimitan en cada momento el espacio de lo posible y, por consiguiente, el universo

de soluciones propiamente jurídicas (Bourdieu; ([1983] 2000) : 158/9)

Las entrevistadas dan cuenta de esta dualidad, son las sentencias que pudimos arran-
carle al estado dicen, pero también son los juicios que tenemos y no los que queremos. El
hecho de que el poder judicial tenga que reconocer la memoria construida por las vícti-
mas, sus familiares y los organismos de derechos humanos da cuenta de una correlación
de fuerzas exterior; sin embargo esto no implica que se acaben ahí las dificultades propias
del sistema judicial que, como una telaraña, tal como dijo Marga, tiene su propia lógica.
Esta lógica no solo afecta las consecuencias, o las potencialidades de los juicios sino que
transforma o determina las propias narrativas que recepta, la memoria judicial, como dije,
no escapa de sus propias determinaciones. En este sentido dice nuevamente Bourdieu que:
La situación judicial funciona como lugar neutro, que produce una verdadera neutralización

de las posturas a través de la desrealización y el distanciamiento implicados en la transforma-

168
ción del enfrentamiento directo de los interesados en diálogo entre mediadores. En tanto que

terceros indiferentes al objeto del litigio (lo cual no quiere decir desinteresados) y preparados

para aprehender las realidades vivas del presente refiriéndose a textos antiguos y a precedentes

testificados, los agentes especializados introducen incluso sin quererlo ni saberlo, una distancia

neutralizante que, al menos en el caso de los magistrados, es una especie de imperativo de fun-

ción que está inscrito en los más profundo de los habitus (…) En suma la transformación de con-

flictos irreconciliables de intereses, en intercambios reglados de argumentos racionales, entre

sujetos iguales está inscrita en la existencia misma de un personal especializado, independiente

de los grupos sociales en conflicto, y encargado de organizar según las formas codificadas la

manifestación pública de los conflictos sociales, así como de aportarles soluciones socialmente

reconocidas como imparciales (Bourdieu, ([1983] 2000): 183/184)

Se elimina entonces el carácter centralmente conflictivo y sistémico del genocidio su-


cedido, el poder judicial logra volver a enmarcarlo en delitos puntuales, cometidos por
personas puntuales, a hechos concretos, específicos, con consecuencias cuantificables. El
derecho penal no resulta limitada para “resolver” estos conflictos únicamente por su géne-
sis de clase, por sus funciones relacionadas con mantener un orden social vigente. Además
no resulta apropiado por su propia constitución, su forma de organización y sus reglas.
Bourdieu no deja de observar ese primer rol cuando señala que: “El derecho consagra
el orden establecido consagrando una visión de ese orden que es una visión de Estado,
garantizada por el Estado. El derecho asigna a los agentes una identidad garantizada,
un estado civil y, por sobre todo, poderes (o capacidades) socialmente reconocidos, pro-
ductivos(…). Además sanciona todos los procesos relacionaos con la adquisición, el au-
mento, la transferencia o la privación de tales poderes” (Bourdieu; ([1983] 2000) : 197)
Lo cierto es que no hay justicia posible respecto de lo sucedido en el genocidio ocu-
rrido en Argentina, ni ningún otro genocidio. No hay forma de volver atrás, de revertir
o de reparar lo sucedido, ni a las víctimas ni a sus familiares, ni a las millones de vidas
que resultaron afectadas irreversiblemente aun cuando no suelan ser consideradas como
víctimas directas. Aparece entonces cruzada la pregunta respecto del nunca más, tal vez
lo más parecido a la justicia sería que esto no volviera a pasar. Las herramientas para que
eso ocurra sin dudas no están en el poder judicial.

169
Es interesante retomar acá una de las discusiones formuladas en el marco teórico plan-
teada por Eugenio Zaffaroni en su texto “crímenes de masa”. Respecto de la necesidad de
juzgar los crímenes de lesa humanidad y los genocidios cometidos a lo largo del siglo XX,
el jurista expresa su preocupación respecto de la posibilidad de que un poder punitivo hiper
reforzado se descontrole: “Fuera de toda duda, también es verificable que cuando el poder
punitivo del estado se descontrola, desaparece el estado de derecho y su lugar lo ocupa
el de policía. Además, los crímenes de masa son cometidos por este mismo poder punitivo
descontrolado, o sea que las propias agencias del poder punitivo cometen los crímenes
más graves cuando operan sin contención”. (Zaffaroni, 2010 [2012]: 31)
Como contracara desarrolla un argumento en línea con lo que venimos planteando, que
este poder punitivo resulta incapaz para sancionar estos grandes crímenes: “El crimen ma-
sivo tiene un contenido tan enorme que limita muchísimo el poder jurídico de contención
del derecho penal” (Zaffaroni, 2010 [2012]: 33).
Zaffaroni entiende entonces que no solo los juicios no resultan un modo válido de pro-
yectar una no repetición de esos genocidios en el futuro sino que abre la duda respecto de
si estos no podrían reforzar el poder punitivo que eventualmente los realizará. No abun-
dare más en esta discusión que entiendo suficientemente desarrollada a los efectos de este
trabajo en el marco teórico.
Sin embargo me interesa aún recuperar la construcción de otro teórico en este sentido.
El sociólogo Daniel Feierstein, cuyo concepto de los genocidios modernos ha resultado un
pilar a lo largo de este trabajo plantea que
Las prácticas sociales genocidas no son una excepcionalidad, un arrebato, ni una reaparición del

salvajismo y la irracionalidad. Por el contrario, constituyen una tecnología específica de destruc-

ción y reorganización de las relaciones sociales, que ha jugado un papel central y diferenciado

en distintos momentos históricos: (…) su aparición como posibilidad de transformar – a través

del asesinato y del terror- las relaciones sociales hegemónicas. Es en esta última modalidad –su

carácter específicamente reorganizador- en la que el genocidio excede el mero aniquilamiento y

no concluye sino que se inicia con las muertes que produce, y que se intentan capitalizar a través

de los mecanismos de realización simbólica. (Feierstein, 2007: 389)

Feierstein analiza como paso previo necesario a que se cometan estos genocidios
la construcción identitaria de otro, diferente, en la multiplicidad de rasgos identita-

170
rios se simplifiquen en uno (religión, étnico, político) se produzca una normalización
de esos otros y una deshumanización y ajenización de esas identidades (Feierstein,
2007: 397). Desde este punto de partida entonces Feierstein ubica la posibilidad del
nunca más:
Cualquier intento de prevención o confrontación de las prácticas sociales genocidas debe ubicar

su acción en un momento bastante anterior a la implementación genocida: en este modo hege-

mónico de construcción de identidades y alteridades. Sin cuestionar los modelos de “identidad

por exclusión”, las lógicas de la “normalización”, los procesos de ajenización, deshumanización

y adiaforización, resultará muy difícil intentar una verdadera “prevención” de las prácticas so-

ciales genocidas. (Feierstein, 2007: 397)

Creo que el sociólogo acierta al ubicar los peligros por fuera del poder punitivo estatal,
sin dudas es este quien termina cometiendo, casi a modo de mano de obra como también
dijeron las entrevistadas, estos crímenes. Pero también es cierto que no es en representa-
ción de sus propios intereses, ni que se debe exclusivamente a una lógica interna que pue-
da modificarse en si misma. La construcción de alteridades sin dudas es un trabajo mucho
más complejo que requiere de un gran trabajo hegemónico y que se va gestando, a modo
de un peligro invisible, durante un tiempo relativamente extendido.
En el marco teórico planteaba que, tal como lo desarrolla Zaffaroni, la posibilidad de
punición de los genocidios, o los crímenes de masa cometidos por el estado no pueden
prevenir nuevos genocidios parece indiscutible. Pero que aparece luego una pregunta res-
pecto de las causas del descontrol del poder punitivo en las que entiendo el jurista argen-
tino no profundiza, pero sí otros autores retomados en el marco teórico.
Alesadro Baratta hablaría entonces la necesidad de concebir una teoría no intrasistemi-
ca del derecho penal, que no lo piense con las limitaciones que se impone a sí mismo sino
por el contrario, en relación con las fuerzas sociales y políticas vigentes. Entendiendo esto
elabora la posibilidad de formular una política criminal de las clases subalternas. Quie-
ro recuperar en este punto el planteo formulado en el marco teórico, a riesgo de parecer
redundante pero con el convencimiento de que resulta relevante en este punto de la argu-
mentación. La posibilidad de realizar juicios penales a los responsables de los genocidios
podría presentarse desde este punto de vista como de interés para las víctimas, para las

171
clases subalternas en general que resultan las víctimas en un sentido amplio de ese proce-
so de reorganización nacional que es el genocidio.
Criminalizar los delitos cometidos desde las fuerzas que ejercen el monopolio de la
violencia legítima a través de esas mismas fuerzas no resulta un control eficaz, pero even-
tualmente podría aportar a correr el enfoque socialmente extendido respecto de la crimina-
lidad, de l*s criminales, y de quienes resultan encargad*s de garantizar alguna seguridad.
Quedó abierta la pregunta en el marco teórico respecto de si es posible encontrar efec-
tos positivos en estos procesos de juzgamiento y punición, tal vez ahora tenga algunas
herramientas más para avanzar en esta pregunta que sin dudas seguirá abierta aún por
mucho tiempo.
Respecto del caso argentino es importante destacar que que son juicios que han
sido impulsados históricamente por quienes fueron víctimas de ese genocidio (ya
sea porque fueron víctimas directamente o porque perdieron de manera momen-
tánea o permanente una parte de su familia, de sus amigos/as o de sus historias
incluso en un sentido más amplio) 28 , en una lucha, por memoria, verdad y justicia
como aspectos necesarios y complementarios entre si. Los testimonios de las entre-
vistadas nos permiten tener alguna dimensión del enorme trabajo que ha implicado
esto a lo largo de sus vidas.
Es llamativo porque para ser construid*s como víctimas se hizo necesario quitarles la
capacidad de agencia, de actividad, son víctimas si y solo si no hicieron nada para provo-
car lo sucedido, no hicieron nada que l*s ponga en peligro, si no hicieron nada29.
La convención contra el genocidio tipifica como tal una serie de actos siempre que
estos sean perpetrados “con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo ét-
nico, racial o religioso”. Mucho se ha hablado respecto de la decisión de dejar por fuera
los grupos políticos, más allá de que esto genera una discriminación en la victimización

28 En este sentido también se podrían recuperar las historias de las víctimas que lucharon por juicio en casos de madres
de chicos/as asesinados/as por gatillo fácil, en prisiones o por torturas y vejaciones.
29 En este sentido Forero, 2012: 85 se extiende el planteo en un sentido interesante: “has afirmado que lo que caracte-
riza a la víctima es la total inocencia que la misma presenta y que la cualifica frente a otras situaciones, y por tanto, se
podría deducir de ahí que el sufrimiento que experimentan las personas que puedan haber cometido determinados delitos
y que están en las cárceles, no reúne las característica de la víctima puesto que les falta la premisa inicial de ser abso-
lutamente inocentes de las acciones que le han llevado a la cárcel”. Es interesante está reflexión porque nos pone frente
a la contradicción de esa caracterización de la víctima, de modo contrario podríamos pensar que cuando las fuerzas de
seguridad, están autorizadas o incluso solicitadas de hablar toda violencia sería legítima.

172
que resulta inaceptable desde un punto de vista ético. Podemos pensar que los estados se
reservan la posibilidad de aniquilar violentamente a las resistencias políticas, y que en
todo caso esas resistencias no serán víctimas porque son agentes, porque actúan y eli-
gen actuar, como si eso implicará una disminución en la responsabilidad de los estados
respecto de los crímenes cometidos. Las víctimas, para ser “buenas víctimas” tienen que
dar cuenta de su falta de acción. Esto además esencializa determinados rasgos o carac-
terísticas de las personas y artificializa otros, es decir, alguien puede ser “naturalmente”
católico, judío, musulman, negro como si esas categorías fueran inocentes o asépticas a
diferencia de las políticas.
Este impulso de los juicios por parte de las víctimas les permite nuevamente pensar-
se como sujetos activos, re-empoderarse, cambiar las relaciones de fuerza después de
muchísimos años de esfuerzos, les permite de algún modo ejercer violencia contra sus
victimarios. Puede pensarse en relación al planteo de Feierstein de la modificación de los
genocidios en las relaciones sociales de quienes quedan viv*s, el impulso de los juicios de
manera colectiva, y recuperando la voz de quienes están muert*s y ya no pueden expresar-
se, de familiares, de amig*s, de compañer*s o de desconocid*s azarosos compartidores de
torturas. Esta es una forma, entre tantas otras, de recuperar relaciones sociales más solida-
rias, redes de complicidad en contra de un enemigo común, dejar atrás la necesidad de ser
delatores/as del estado para sobrevivir para construir otras relaciones que precisamente se
enfrentan con ese poder punitivo.
El derecho penal moderno propone que el único ejercicio de la violencia legítima es el
estatal, esta violencia nos contendría a tod*s, nos cuidaría. Es interesante en este punto
retomar el planteo de Foucault en “Vigilar y castigar” el doble proceso de modernización
de los castigos penales, la desaparición del espectáculo del dolor, y la pretendida anu-
lación del dolor. En el capítulo dedicado al suplicio el autor analiza el rol del pueblo en
ese espectáculo:
En las ceremonias del suplicio, el personaje principal es el pueblo, cuya presencia real e in-

mediata está requerida por su realización. Un suplicio que hubiese sido conocido, pero cuyo

desarrollo se mantuviera en secreto, no habría tenido sentido. El ejemplo se buscaba no sólo

suscitando la conciencia de que la menor infracción corría el peligro de ser castigada, sino pro-

vocando un efecto de terror por el espectáculo de poder cayendo sobre el culpable.

173
(…)
Pero en esta escena de terror, el papel del pueblo es ambiguo. Se le llama como espectador; se le

convoca para que asista a las exposiciones, a las retractaciones públicas; las picotas, las horcas

y los patíbulos se elevan en plazas públicas y al borde de los caminos; se deposita en ocasiones

durante varios días los cadáveres de los supliciados bien en evidente cerca de los lugares de

sus crímenes. Es preciso no sólo que la gente sepa, sino que vea por sus propios ojo. Porque es

preciso que se atemorices; pero también porque el pueblo debe ser el testigo, como fiador del

castigo, y porque debe hasta cierto punto, tomar parte en él.

(…)
En la venganza del soberano se invita al pueblo a deslizar la suya. No porque sea su fundamento

y porque el rey tenga que traducir a su manera la vindicta del pueblo, sino más bien porque el

pueblo debe aportar su concurso al rey cuando éste intenta “vengarse de sus enemigos”

(…)

Y no pocas veces fue preciso “proteger” contra la multitud a los criminales a quienes se hacía

desfilar lentamente por en medio de aquella, a título a la par de ejemplo y de blanco, de amenaza

eventual y de presa prometida a la vez que vedada. El soberano llamaba a la multitud a la

manifestación de su poder y toleraba por un instante sus violencias, que hacía pasar por

muestras de júbilo pero a las cuales oponía en seguida los límites de sus propios privilegios.

(Foucault, [1975] 1976: 62/64) (El resaltado es propio).

Ahora bien, el nacimiento de la prisión, no elimina en absoluto la violencia física so-


bre el cuerpo del condenado. Bajo el planteo de que se condena a su alma, se encierra al
cuerpo sometiéndolo a suplicios diferentes, más modernos, pero no menos corpóreos. El
nacimiento del derecho penal moderno no elimina la violencia, pero aumenta su concen-
tración en manos del poder de gobierno. La violencia de ese relato eliminada actualmente
es la ejercida por el pueblo, se sanciona incluso informalmente la posibilidad de pensar en
ejercer alguna violencia.
Las garantías penales, aun cuando resultan funcionales a la hegemonía de ese mono-
polio de la violencia, resultan actualmente imprescindibles: la posibilidad de pensar en
un poder punitivo que este limitado de algún modo racional, la posibilidad de proteger
a quienes cometen actos calificados como delictivos de una escalada de violencia ven-

174
gativa sin límites por parte de particulares o del propio estado. Sin embargo, de manera
contradictoria, significan también la consolidación de la exclusión de toda violencia que
no sea la estatal, el pueblo no puede opinar, vengarse, ejercer ningún tipo de violencia. El
problema se presenta cuando esa violencia ejercida por el estado deja de representarnos a
todos/as, deja de contenernos, e incluso cuando avanza sobre los cuerpos de determinadas
personas de manera “excepcional”.
Las víctimas reclamando que se ejerza violencia sobre las personas que representan
esa fuerza de seguridad de algún modo ponen en cuestión la legitimidad de ese ejercicio
exclusivo y excluyente de la violencia. Sin dudas esto también de un modo contradictorio,
porque la forma en que se termina canalizando esa violencia es la única exigible en nues-
tra sociedad, el propio poder punitivo. Sin embargo, aún a pesar de esta contradicción creo
que tiene el mérito de decir que esas fuerzas armadas que son juzgadas no representan
la representación de la violencia que pacifica todos los intereses sino que son dirigidas y
ejercidas contra determinados sectores.
Es interesante como la autora estadounidente Audre Lorde avanza sobre el criterio
de la ira como un sentimiento reivindicable e incluso productivo si cabe el término,
habla de las mujeres porque analiza su rol en el marco de un sistema patriarcal y racista
y entiende que:
Toda mujer posee un nutrido arsenal de ira potencialmente útil en la lucha contra la opresión

personal e institucional, que está en la raíz de esa ira. Bien canalizada, la ira puede convertirse

en una poderosa fuente de energía al servicio del progreso y del cambio. Y cuando hablo de

cambio no me refiero al simple cambio de posición ni a la relajación pasajera de las tensiones,

ni tampoco a la capacidad para sonreír o sentirse bien. Me refiero a la modificación profunda y

radical de los supuestos en que se basa nuestra vida. (…) ahora bien, cuando la ira se expresa y

se traduce en obras al servicio de nuestra visión y de nuestro futuro, se convierte en un acto de

clarificación liberador y fortalecedor, pues el doloroso proceso de la traducción nos sirve para

identificar a quienes son nuestros aliados, pese a las grandes diferencias que nos puedan separar

de ellos, y a quienes son nuestros auténticos enemigos. (Lorde, 1981: )

Llamativamente la autora contrapone a este otros dos sentimientos, la culpa “yo no


conozco ningún uso creativo del sentimiento de culpa, ya sea el vuestro o el mio. El sen-

175
timiento de culpa no es más que otra manera de eludir la acción bien informada” (Lorde,
1981: ); y el miedo “para las mujeres educadas en el miedo, la ira entraña muchas veces
una amenaza de aniquilación. En la estructura masculina hecha a base de fuerza bruta se
nos enseñó que nuestras vidas dependían de la buena voluntad del poder patriarcal. Ha-
bía que evitar a toda costa la ira de los demás porque tan solo podía acarrearnos dolor y
la acusación de que no habíamos sido niñas buenas, de que habíamos fallado, de que no
habíamos actuado como es debido” (Lorde, 1981: )
Creo que tanto la culpa como el miedo han sido dos sentimientos fomentados por la
dictadura, la figura de l*s desaparecid*s y la clandestinidad sin duda han contribuido a
ello, incluso una vez restaurado el gobierno democrático. No era posible saber cuáles
eran los sitios seguros porque antes tampoco era diáfano cuáles eran los inseguros, de
este modo el miedo continua vigente, el no hablar sobre determinados temas, el bajar la
voz que aún persiste en much*s de quienes vivieron esa época. Pero además la culpa, la
responsabilidad, la posibilidad de que aparezcan l*s desaparecid*s era cierta, estaba de-
mostrada infinidad de veces, entonces la responsabilidad recaía en quienes l*s buscaban,
aparecía la culpa como contracara, tal vez lo que haga pueda determinar su aparición, qué
era lo correcto a hacer.
Poder transmutar esos sentimientos obligados en ira, como sentimiento violento me
parece por lo menos interesante de pensar. A partir de aquí la defensa contra la violencia,
contra el odio, no sería la paz sino el entender a los perpetradores como enemigos. La
voluntad de que el peso del poder punitivo se aplique contra ellos podría en algún punto
tener algo que ver con esto.
Sería ingenuo pensar en la posibilidad de que el poder punitivo vaya a regular
a ese mismo poder punitivo en términos de sanción violenta, individualizada, pero
tampoco parece plausible el hecho de que el poder punitivo vaya a permitir su reduc-
ción hasta el punto de que no sea eficaz para representar los intereses que representa
por su autolimitación. Los juicios no son ninguna garantía ante el fascismo, pero la
ausencia de juicios tampoco, entonces tal vez pueda pensarse en esta posibilidad,
respecto de que los juicios puedan significar una instancia de re-empoderamiento
de los sectores populares como sujetos activos, e incluso como los sujetos legítimos
titulares de esa violencia.

176
Las entrevistadas hablaron de “victorias”, de que “no da lo mismo”, de avances, de
sentencias que el estado tuvo que dictar gracias a sus propios procesos de lucha. Sería
burdo pensar entonces que esas sentencias pertenecen exclusivamente al poder puniti-
vo, al menos en la misma medida que cualquier otra sentencia. Esa sentencia reflejan un
movimiento en la correlación de fuerzas, un empoderamiento, una sacudida que obliga al
poder judicial, al menos a modificar de manera coyuntural y parcial su objetivo principal.
Tal vez en este punto los juicios tengan, como lo dicen las protagonistas, un punto positi-
vo, que no dependa exclusivamente de la posibilidad de aplicar pena a quienes cometieron
determinados delitos.
Walter Benjamin en “Crítica de la violencia” dice en relación al derecho a huelga que:
“Ello se comprueba sobre todo en la lucha de clases, bajo la forma de derecho a la huelga
oficialmente garantizado a los obreros. La clase obrera organizada es hoy, junto con los
estados, el único sujeto jurídico que tiene derecho a la violencia” (Benjamin, 1989: 104).
Avanzado el ensayo explica el por qué de esta situación aun cuando este derecho contradi-
ce los intereses del estado: “El derecho lo admite porque retarda y aleja acciones violentas
a las que teme tener que oponerse. Antes en efecto los trabajadores pasaban súbitamente
al sabotaje y prendían fuego a las fábricas” (Benjamin, 1989: 104).
La idea de que se pueda resistir al poder hegemónico usando brechas o fisuras dentro de
sus estructuras sin dudas está plagada de contradicciones, el hecho de que el reclamo y la
posibilidad de la violencia sea mediante la misma violencia legitimada genera demasiadas
dudas. La realidad también es contradictoria. Creo que el impulso de las víctimas de pedir
justicias, de los pueblos de pedir verdad, ha hecho posible al menos que entendamos la
aberración de esos crímenes. Pero también las ha sacado del lugar de miedo y silencio que
sus victimarios les tenían asignado.
En todo caso la pregunta debería ser si actualmente hay otra salida posible; los escra-
ches, las acciones directas, las personas nuevamente en el ámbito de lo público no han
sido prácticas contradictorias con los juicios sino que, por el contrario, han resultado
complementarias. ¿No resulta legítimo reclamar el uso de la “violencia legítima”?, como
demostración de fuerza, de que la forma de pacificación no pasa por el olvido, de que esas
“clases subalternas” también pueden responder. Y esto no solo respecto de los genocidios,
podríamos pensarlo también para otros delitos cometidos por el poder punitivo, para los

177
casos de gatillo fácil, para l*s muert*s en comisarías o en unidades penitenciarias, para las
torturas que se pretenden como excepcionales..
El poder punitivo nunca va a frenar al poder punitivo, eso es claro, no es esa la expecta-
tiva. Pero el poder punitivo tampoco va a limitarse hasta “humanizarse”. De algún modo,
entiendo que con una gran claridad respecto de sus límites, las protagonistas han apostado
a un reclamo, no exento de discusiones al interior o de contradicciones que no son escon-
didas por ellas mismas, hacía ese poder punitivo; y eventualmente han logrado al menos
reflejar algunas variaciones.

178
VIII. CONCLUSIONES

179
Sin dudas las prácticas estatales que recuperan (aun cuando esto sea por imposición) las
políticas de memoria que durante años se han desarrollado en la sociedad civil no dejan de
ser un tema complejo para mirar a la luz de las distintas coyunturas. Mucho más cuando
estas aparecen encarnadas en el poder judicial o en el mismo poder punitivo del estado.
La necesidad de pensar la construcción de estos discursos como un tema anclado polí-
ticamente, indefectiblemente ligado al presente enunciativo por supuesto no nos separa en
absoluto de la búsqueda de la veracidad de lo que sucedió. La necesidad de no fetichizar
a l*s distint*s actor*s que atravesaron los procesos nos enfrenta a una revisión constante.
Y precisamente en este momento la política argentina en materia de memoria de lo que
fue el genocidio que tuvo lugar durante la última dictadura cívico militar se encuentra en
un momento transicional. Daniel Feierstein en su artículo “Los dos demonios (Reloaded)”
plantea que si bien hoy no es posible en Argentina, debido a los avances de los movimien-
tos de derechos humanos, justificar el genocidio, si resulta un discurso que vuelve a cobrar
fuerzas el que fue conocido luego de la dictadura militar como teoría de los dos demonios
(Feierstein: 2018)
Esa teoría que cobró fuerzas una vez restaurada la democracia en 1983, planteaba un
fuego cruzado entre dos violencias, la ejercida desde el estado, y por otro lado la de las
organizaciones armadas revolucionarias. Incluso mantuvo su vigencia durante los juicios
que se realizaron en la década de 1980.

Ese discurso que oponía un terror civil y otro estatal y que proponía juzgar ambos (aunque

consideraba “más grave” al estatal) tuvo como costo la unificación de dos tipos de prácticas

cualitativamente distintas: la lucha contra la injusticia (con todos los aciertos y errores que se

le puedan asignar) frente al intento de aumentar la injusticia a través de una reorganización na-

cional guiada por el terror (esto es, un genocidio). Si bien útil en su momento para fragmentar

180
los discursos de legitimación del accionar genocida (que la sociedad argentina era un caos y los

militares habían llegado para imponer el orden), este discurso siguió permeando el sentido co-

mún de la mano de miradas duales como la que implica el concepto de terrorismo de Estado (que

convoca, quiéralo o no, la contracara de un “terrorismo civil”) o la que concibe ambas prácticas

bajo el paraguas de la “violencia política” y luego le agrega adjetivaciones como revolucionaria,

contrarrevolucionaria, estatal o civil, pero continúa equiparando ambas prácticas sociales. (…)

La potencia de la teoría de los dos demonios no radica en la demonización de unos, otros

o ambos (como creen muchos de quienes la critican) sino en la equiparación de dos prácti-

cas cualitativamente distintas, en la construcción causal de que una sería la respuesta a la

otra y en la imposición de hablar ambas prácticas juntas. El truco de la teoría de los dos

demonios radica en el término “dos”, no en el término “demonios”. (Feierstein; 2018) (el

resaltado es propio)

El planteo entonces, que según el sociólogo va ganando espacios, se organiza retomando


a las víctimas de la conocida como violencia revolucionaria, ejercida por organizaciones
armadas, y buscando equiparar las violencias ejercidas “por ambos bandos”. Frente a esto,
nos interpela Feierstein, no es una opción negar el debate, o simplemente plantear que aquí
hay “cosa juzgada” como si se tratara sin más de una discusión de técnica jurídica:
los debates por las representaciones del pasado no se dirimen con el código penal en la mano

(…) más temprano que tarde habrá que responder con argumentos porque será el único modo de

incidir en las luchas por la hegemonía (…) La impunidad fue “cosa juzgada” y la derrotamos.

La injusticia en Argentina es “cosa juzgada” desde siempre. La justicia por lo general condena

a los sectores populares (incluso en muchos casos siendo inocentes de los crímenes que se les

imputan) y absuelve a los lavadores de dinero, a los corruptos, a los criminales de guante blanco.

Todo eso es “cosa juzgada” en nuestro país (Feierstein, 2018)

La importancia de los procesos penales, así como sus limitaciones, han sido un tema
desarrollado en extenso en este trabajo (sin dudas de manera siempre inacabada); la fuerza
que adquiere respecto de los relatos construidos desde la resistencia, organizados desde
lo particular, enmarcados en grandes categorías. Sin embargo mal podría entenderse que
es estrictamente en la arena judicial donde se resuelve la disputa, o que ese carácter pre-

181
tendidamente fijo, eterno e inmutable que el derecho penal reclama para sí contagiará a
la memoria judicial, ni menos aún que esta pudiera reemplazar o sustituir a la memoria
colectiva, compleja, difusa, contradictoria, desordenada, insurrecta. La memoria judicial,
todas las memorias judiciales, no dejan de contemplar discursos que logran constituirse,
al menos parcialmente como hegemónicos, por otra cosa. La memoria, como herramienta
de resistencia, surge, siempre, por fuera de esos ámbitos.
Creo entonces, que algo de la potencia para discutir con esta asimilación entre dos
fuerzas absolutamente disimiles tiene que ver precisamente con esta idea de desandar
comparaciones, de diferenciar. La memoria no es “otra historia oficial”, igual pero con un
contenido distinto. Es sustancialmente otra cosa, por eso su carácter resistente, insurrecto,
antipatriarcal. La “violencia” como tal no define, qué implica, qué es, cuáles son sus lími-
tes. Feierstein habla de la potencia de pensar lo sucedido en Argentina como un genocidio,
UN genocidio, que funciona cuando un grupo delimita a otro como el enemigo a extermi-
nar y efectivamente lo hace (total o parcialmente, incluso en términos de la convención):
No aceptar la teoría de los dos demonios no implica rehuir las legítimas discusiones sobre la

pertinencia, efectividad, aciertos o errores de la izquierda armada argentina en los años setenta.

Ni siquiera sobre las responsabilidades de sus cuadros políticos. Simplemente implica no acep-

tar discutirlo conjuntamente con la violencia genocida, como dos caras de la misma moneda.

Esa equiparación y articulación es la construcción más potente y más terrible de la teoría de los

dos demonios. Asumir la dualidad de dos procesos diferentes bajo un significante vacío que los

vincula (terrorismo, violencia, demonios).(…)Las luchas (pasadas y presentes) por enfrentar la

injusticia no son “menos graves” que la violencia genocida. Son algo absoluta y cualitativamente

distinto que un genocidio y no fueron ni la causa ni la contracara del genocidio. (Feierstein; 2018)

Algo de la interesante de la memoria excede la necesidad de construir esos otros re-


latos, los que nos fueron negados, los que callaron, incluso los que no sucedieron o no
fueron posibles. Algo en la memoria nos obliga permanentemente a repensar nuestro pa-
sado, a repensarnos, a la luz de nuestro presente, a ponernos en crisis, a construir nuevas
estrategias, a desandarnos. Todo esto, nuevamente, apelando a la veracidad, cómo podría
una historia ser pensada una y mil veces, sin falsearla, sin traicionarla y aún así que cada
vez fuera diferente. O en todo caso ¿cómo podría no serlo? ¿cómo sería posible que alguna

182
vez se acaban los aspectos para pensar cuando todo el tiempo estamos construyendo nue-
vos?. Hoy la memoria se nos presenta como un nuevo desafío frente al cambio de política
estatal, será momento, otra vez, de revisarla.

183
Epílogo

La primera vez que fui a la casa de Estela por las entrevistas me dijo que le había gus-
tado mucho una intervención que habíamos hecho en un aniversario de las inundaciones
del 2 de abril de 2013 que asolaron a la ciudad de La Plata y que dejaron una cantidad de
muert*s que, como en la dictadura, no es sencillo determinar. “Es demasiado temprano
para pedir memoria” me contó que decía30. Agregó que le gustaba que no tomaramos las
consignas linealmente, que fueramos crític*s. Durante las entrevistas repitió varias veces
“por esto te digo que es demasiado temprano para pedir memoria”. No la entendí, in-
cluso intente discutirle en alguna oportunidad, tal vez ahora no sea demasiado temprano,
la gente se olvida, en los aniversarios de ese dos de abril cada vez hay menos personas

30 “Somos los libros náufragos.


Somos la palabra que emerge de los espejos líquidos, a tomar aire.
Somos un signo de lo posible, el corazón a flote.
Somos lo que queda cuando calla la tormenta.
Somos la marca del agua.”
Algo en la marea nos está matando.
Esa sangre no es sangre, es agua
y ahí donde había una calle hay agua
y ahí había una patio, ahí una cama
ahora hay agua
algo en esa marea nos está matando.
¿Acaso no ves la marca que va dejando el agua
cuando sube, cuando baja?
1460 días, 1459 noches
intentando construir otro relato de ciudad sin silencios
en los tribunales, en las plazas.
4 años intentando escurrir, inútilmente, el agua que todo lo alcanza.
Vivimos épocas de permanentes desbordes.
Y no se trata de lluvias, mareas altas o sudestadas.
Hablar del carácter “extraordinario” de la tragedia natural,
es usar la voz de los infames.
Elegimos construir certezas
y dar cuenta de la desidia estatal en todos sus niveles,
elegimos denunciar la voracidad de los privados
que diseñan la ciudad, que se la reparten y se la apropian.
Y esto pasaba antes del 2 de abril del 2013,
y seguirá pasando luego del 2 de abril de 2017

184
manifestándose. No, me dijo, es demasiado temprano, y movió la cabeza. Por suerte no
insistí mucho más.
Es demasiado temprano para pedir memoria me decía Estela y me contaba que una
Abuela que había luchado toda su vida por encontrar a su nieta había muerto en las inun-
daciones por la desidia estatal sin encontrarla. A veces parece que con esto del realismo

si no transformamos lo que entendemos


por lo real y lo posible.
Decir, por ejemplo, dos puntos
El Estado es responsable
también es hacer poesía.
No fue la lluvia
No es la lluvia la que diseña las políticas de vaciamiento
de los espacios culturales municipales. NO, no es la lluvia.
No fue la lluvia la que se llevó a Julio López y a Omar Cigarán.
No, no fue la lluvia.
No es la lluvia la que desfinancia la educación pública,
no es la lluvia la que mata una mujer cada 30 horas en la Argentina,
no es la lluvia la que mantiene presa a Milagro y a Higui
No fue ni es la lluvia.
No es la lluvia la que desvía el cauce de los arroyos y los ríos.
El SEAMSE y Código de Ordenamiento Urbano
no han sido ideas de la lluvia,
tampoco es la responsable de la falta de inversión
en infraestructura y en futuro.
No es la lluvia la que mantiene pendiente las obras hidráulicas necesarias
para que no haya un nuevo 2 de abril.
No es la lluvia la que genera hacinamiento en el casco urbano
y desaloja a miles sin tierra en la periferia.
A 4 años del 2 de abril del 2013,
queremos insistir en la siguiente idea: NO FUE CULPA DE LA LLUVIA.
Es demasiado temprano para pedir memoria
Primero queremos justicia.
Queremos el juicio y el castigo a los responsables políticos.
La memoria la ejercemos, la conjugamos.
Es demasiado temprano para pedir memoria.
AHORA, QUEREMOS JUSTICIA.
Ni compra de armamentos para la guerra interna, ni plan antipiquetes.
QUEREMOS JUSTICIA.
Ni el conteo siniestro de los desaparecidos, ni las políticas migratorias fascistas.
QUEREMOS JUSTICIA.
Ni los aumentos en cuotas de miseria, ni el cinismo del cerco mediático
a fuerza de pauta oficial.
QUEREMOS JUSTICIA.
Y si no la practican los poderes formales del Estado,
lo seguiremos haciendo desde el poder real de la sociedad civil.
Practicaremos entonces la justicia en cada casa.
En cada club de barrio. En cada puesto de trabajo. En cada escuela.
Como el 8 de marzo, como el 22 de marzo, como el 24 de marzo
y como este nuevo 2 de abril:
EN LA CALLE. EN LA CALLE. EN LA CALLE.
EN
LA
CA
LLE.

185
mágico unas cuantas muertes latinoamericanas no fueran más que una metáfora. Nos tapó
el agua, negra, una noche, en la que había cadáveres flotando en las calles.
Es demasiado temprano para pedir memoria, me insiste y me habla de la repre-
sión de la policía bonaerense en defensa de un sindicato burocráta que ell*s de-
nunciaban a fines de los 60, demasiado temprano y me habla de desaparecid*s de
ayer y de hoy, de nuestros muertos, de Santiago Maldonado, de Rafael Nahuel, de
la responsabilidad estatal, entrecruza todo, me enmaraña tanto que creó que por
fin empiezó a entender algo de lo que me dice. Es demasiado temprano para pedir
memoria porque esto no se terminó.
Esto no quita nada, que haya habido un genocidio, que la violencia estatal ejercida du-
rante esos años no es comparable con nada, que hubo una intención de eliminación de un
grupo nacional, que toda una tradición revolucionaria fue cortada de raíz y que mediante
ese proceso de máxima violencia se reorganizó la sociedad política y económicamente.
No significa en absoluto restarle importancia a lo que sin dudas representa un de los hitos
máximos de violencia estatal ilegal en nuestro país, simplemente, creo yo, se trata de po-
nerlo en contexto.
La construcción de la memoria como una tarea de resistencia ha sido desplegada por las
víctimas, l*s familiares, los organismos de derechos humanos desde los mismos tiempos
de la dictadura, incansablemente. Por prepotencia de trabajo incluso han logrado llegar
con ella hasta filtrar la memoria judicial. Sin dudas esa construcción ha sido indispensable
y el hecho de que se haya logrado imponer a las estructuras estatales funciona como una
reivindicación indiscutible.
Sin embargo, las violaciones a los derechos humanos, incluso en el caso puntual de
cuando son cometidas por las fuerzas de seguridad estatales, no son algo cristalizado y
encerrado entre 1976 y 1983, en Argentina hay juicios penales por centros clandestinos de
detención y tortura incluso desde 1974, y muchos posteriormente casos de desaparecidos
durante la democracia, de jóvenes muertos en manos de la policía, ni que hablar al interior
de las unidades penitenciarias.
La memoria es una resistencia, un trabajo, una construcción colectiva, pero no puede
ser un punto de descanso, no es un cierre, ni un espacio autosatisfactorio, sin dudas nos
implica a tod*s seguir cuestionando permanentemente las relaciones que la reorganiza-

186
ción social de la dictadura ha dejado de manera capilar, seguramente mucho más invisible
y naturalizado de lo que esperaríamos.
La memoria sin embargo, no es una opción, se nos impone, se aparece, se cuela en esas
grietas que marca Estela y que la traen todo el tiempo a nuestro presente. La frase enton-
ces acuñada por HIJOS, se nos vuelve a quienes somos generacionalmente parte de ell*s
como una presencia para pensar nuestras propias acciones:
No olvidamos no perdonamos no nos reconciliamos.

187
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193
ÍN DIC E

I. INTRODUCCIÓN 3

1. CUÁL FUE MI CAMINO, ALGUNAS IDEAS QUE ME TRAJERON HASTA ACÁ 7

II. CONSIDERACIONES EPISTEMOLÓGICAS 11

III. CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS 15

IV. MARCO TEÓRICO 24

1. La categoría de la memoria 25

1.1. Introducción 25

1.2. La memoria colectiva, un recorrido histórico de la categoría. 30

1.3. Las voces desaparecidas 34

1.4. Las preguntas sobre el presente 37

1.5. La memoria como ejercicio de resistencia 43

1.6. Políticas de memoria 51

2. El estado y el poder punitivo 54

2.1. Introducción 55

2.2. El derecho como derecho de la desigualdad 57

2.3. Poder punitivo y teoría del valor. Aportes teóricos de Pašukanis 60

2.4.- Desarrollos teóricos crític os o extra-sistémicos. 70

2.5. Crímenes cometidos por las fuerzas de seguridad estatales 75

2.6. Respuestas posibles ante los crímenes estatales: preguntas abiertas 76

V. MARCO HISTÓRICO 87

1. Genocidios en el Siglo XX. El mal absoluto y la banalidad del mal 89

1.1. El delito de Genocidio y la práctica social 96

2. El autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Guerra Civil y

Genocidio en Argentina 98

3. Autoamnistía, derogación, leyes del perdón y reapertura de los juicios 106


V I. DERECHO A LA VERDAD 108

1. El derecho a la verdad 109

2. Reconocimiento regional 110

3. Reconocimiento Nacional 115 115

VII. POLÍTICAS DE MEMORIA Y JUICIOS EN ARGENTINA 118

1. Políticas de memoria en Argentina 124

2. Juicios por la Verdad. Una respuesta argentina 130

3. Juicios por la Verdad y construcción de memorias 134

La memoria como disputa política 147

Memoria feminista 148

4. Juicios por la Verdad y Juicios Penales 155

5. Juicios Penales 159

6. Juicios Penales, una disputa en terreno enemigo. Nunca más 167

VIII. CONCLUSIONES 179

Epílogo 184

Bibliografía 188

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