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Hola, espero se encuentren muy bien.

Ya comenzamos a trabajar todos/as dado que las


vacaciones institucionales concluyeron el día 31 de enero. En la próxima semana
enviaré el cronograma de clases teóricas y prácticas para que lo revisemos antes del
inicio de los exámenes finales.

Como saben, en estas semanas de enero he estado participando en uno de los


seminarios que se desarrollan en la Universidad Complutense de Madrid, el que está a
cargo de Jon Igelmo Zaldívar. Tanto a él como a Patricia Quiroga los he conocido el
año anterior en Barcelona -como les he contado. Ambos son amigos personales muy
cercanos y pensábamos realizar un seminario en agosto pasado que luego no pudimos
concretar, en la Facultad de Derecho, ya que ellos suspendieron su viaje a Buenos Aires
¿recuerdan? Ahora viven en Madrid y los he visto periódicamente estas semanas. Para
Reyes me regalaron un libro muy convocante, Stoner de John Williams, que se trata de
una novela no valorada en su tiempo y re-descubierta pocos años atrás. Les cuento
esto por lo que sucedió ayer en el seminario sobre configuraciones pedagógicas que
coordina Jon.

Ayer viernes el profesor Fernando Bárcena estuvo a cargo de la sesión. El título de su


presentación fue "Consideraciones intempestivas sobre la vida estudiosa". Él es
catedrático de Filosofía de la educación en la UCM y contrastó algunos
términos: aprender versus estudiar a través del rescate de la etimología de las
palabras, a la cual consideró (cito) “como un medio que permite eventualmente
encontrar una joya en las ruinas de la lengua”. Me encantó su definición de la
etimología (de pequeño, cuando tendría como 9 ó 10 años, armé un diccionario
etimológico -creo que desapareció ya que no lo tengo- pero se me daba por buscar el
origen de las palabras e iba a la biblioteca de Luis Guillón donde había un diccionario
etimológico para buscar esas definiciones). Toda la sesión se organizó (con una amplia
participación de los asistentes) en pensar si es posible ser un profesor/a estudioso/a.

Para ello Bárcena definió la vida estudiosa conectada con la lectura: con las letras y las
palabras. Tomó el francés (que domina) para recordar que en ese idioma la vida del
estudioso es la «vie du letré», esto es, del letrado, de quien se alimenta de palabras y de
quien escribe cartas a los amigos estudiosos como él. Del estudioso humanista. Para él,
aun cuando puedan parecer términos equivalentes, existe una enorme diferencia entre
el aprender y el estudiar. El término aprender (Apprehendere) significa literalmente
«capturar», y en su órbita encontramos términos como aprensión, presa, o empresa. La
palabra estudio (Studium) se vincula al empeño, a la aplicación, el celo, el ansia, el
cuidado, el desvelo, y también posee el sentido de afecto («studia habere alicuius»,
«gozar del afecto de alguien»). Para los latinos estudiar algo sin agrado resultaba algo
contradictorio.

Según explicó, la palabra Studium, que remonta a la raíz indoeuropea st- o sp-, indica
los choques, los shocks, y hace que el «estudiar» y el «asombrar» sean parientes: pues
quien estudia se encuentra en las condiciones de aquel que ha recibido un golpe y
permanece estupefacto frente a lo que le ha golpeado, sin ser capaz de reaccionar,
aunque al mismo tiempo impotente para separarse de él. Por lo tanto, el estudioso es
al mismo tiempo también un estúpido. Si por un lado permanece atónito y absorto —el
estudio es una experiencia de sufrimiento y pasión—, por otro lo empuja hacia la
conclusión. Esta alternancia de estupor y lucidez, de descubrimiento y turbación, de
pasión y acción, es, en esencia, el ritmo, el tempus del estudio. En consecuencia, cabría
suponer que no es lo mismo, entonces, por ejemplo, aprender filosofía que estudiar
filosofía, o aprender una lengua y estudiar una lengua: uno puede estudiar una lengua
toda la vida sin llegar a dominarla (por eso sostiene que el estudio es interminable).

En el estudio, el acento está colocado en la materia a ser estudiada, y no en el sujeto


que aprende. Se estudia por encantamiento, por fascinación (Fascinus), por seducción
(Seducere). Según Bárcena se trata de aproximarse a una fenomenología de la vida
estudiosa entendido el estudio como una disposición del ánimo mediante el cual el
estudioso o la estudiosa, en vez de servirse de aquello que estudian, se desviven por
ello, le dedican una vida (en parte afectada por la melancolía), y gasta su vida en el
exilio que la vida estudiosa supone.

De acuerdo con esta forma de concebir al estudio –como una experiencia existencial–
Bárcena ha desarrollado durante su sesión, con el auxiliar de diferentes obras (Illich,
Hugo de San Victor, y Jonn Williams, entre otros) la conceptualización del estudio:

- como una palabra que expresa una manera de relacionarse con las cosas (que genera
esa larga fatiga que padece el estudioso)

- como el despliegue de una pasión (leer, pensar, escribir) que lleva a permanecer
demasiado atento a una actividad.

- como una experiencia que también remite a la materialidad del espacio que se habita
(alejado del mundo de alguna manera: el escritorio, un bar, la biblioteca)

Este desarrollo lo llevó a plantear la importancia de pensar al profesor/a, maestro/a


como un estudioso (y no como un profesional solamente… quizás, nosotros, en
Argentina, lo podríamos contrastar o agregar con esa idea muy expandida en los
sindicatos docentes que sostienen que el docente es un trabajador de la educación,
discurso muy expandido en las últimas dos décadas. En el sentido de fomentar desde la
formación de profesores preguntas que lleven a pensar ¿qué tipo de vida quiero llevar?
¿cómo estudioso? ¿solamente como profesional?

Esto según Bárcena resulta difícil actualmente dado que el mundo contemporáneo
está orientado al logro de una identidad (de aquello que es definido como el papel, el
rol que se supone que uno debe asumir cuando es grande, cuando sigue una carrera,
de lo que sea) y no en la subjetivación lo que cual supone una disciplina constante.
Para ello trajo el dato de cómo era definida la escuela en el siglo VI antes de nuestra
era: como el “lugar donde se estudia con alguien” (sugirió la lectura de El Pedagogo de
Clemente de Alejandría, que -según dijo- tendría que ser de lectura obligatoria en las
Facultades de Pedagogía o de Educación y en los programas/carreras de formación de
profesores). Esto último es lo que se ha perdido en las instituciones educativas
contemporáneas, sobre todo con el auge de la investigación universitaria moderna que
nos obliga a publicar artículos cortos, asistir a congresos donde nadie lee a nadie ni
tampoco se debate o se hace una síntesis…

Cuando lo escuchaba (y mientras tomaba notas, las cuales comparto con ustedes en
este email). me hizo pensar en la disertación de Goodson, sobre los resultados de sus
relevamientos y las diferencias entre los docentes más mayores de edad y los más
jóvenes, en cómo ven la docencia. Bárcena considera que la universidad que él vivió
(tiene 60 años) todavía tenía algo del Bildung, de esa vocación por saber, sobre todo
por cómo se organiza la enseñanza superior… es más si pensamos en nuestro caso,
cuando alejados estamos de esa concepción de formación que en nuestro ámbito
genera hasta oposición -de los auto-definidos sectores progresistas- querer crear una
universidad pedagógica (más allá del proyecto oficialista), la respuesta es conservadora,
mantener lo que está. Ni siquiera pensar la posibilidad, o abrir ese debate.

Entre los asistentes estaba el decano de la Facultad de Educación, Gonzalo Jover, que
dirige este grupo de investigación, y que es un hombre muy comprometido con la
formación (él junto con varios integrantes de su grupo irán al congreso iberoamericano
de pedagogía que se desarrollará en agosto en la Facultad de Ciencias Económicas de
la UBA). Pues en la sesión tuvimos un buen intercambio con Jover dado que en un
principio él sostuvo que el profesor universitario actual no puede ser un estudioso por
cómo se organiza la enseñanza universitaria. O se es profesor o se es estudioso (y
agregó también la figura del investigador).

Fue muy bueno ese intercambio dado que yo sí pienso que lo puede ser, por cómo
organizo y pienso mis clases y por algo que siempre digo: todos los temas de
investigación que desarrollo (que están concentrados cada vez más) surgen y han
surgido de los momentos en que planifico mis clases, algo que hago semanalmente y
que quizás sea lo más placentero de mi trabajo/profesión/tarea. Bárcena también
considera que es posible que el/a profesor/a sea un/a estudioso/a y posteriormente
Jover también aceptó la posibilidad, no porque fuera convencido sino porque se pudo
argumentar.

Bárcena cerró su expone con dos referencias, por un lado, con Virginia Woolf, y una
cita de Leer o no leer que es un texto de crítica periodística, magistral como todo lo que
ella escribió. Y por otro lado con John Williams (el autor que mencioné al inicio de este
email) para describirnos ese Bildung que ya se perdió: “En la biblioteca de la
universidad se demoraba por los pasillos entre los miles de libros, inhalando el olor
rancio del cuero, la tela y las páginas secas como si fuese un incienso exótico. A veces,
se paraba, tomaba un volumen del estante y lo sostenía durante un momento… luego
hojeaba el libro, leyendo párrafos aquí y allá, paseando las páginas delicadamente,
como si su torpeza pudiera arrancar y destruir lo que había supuesto tanto esfuerzo
descubrir… A veces, en su ático, por las noches, levantaba la vista del libro que
estuviera leyendo y miraba la oscuridad de las esquinas de su cuarto, donde la lámpara
parpadeaba contra las sombras… y se sentía fuera del tiempo… el pasado se aparecía
desde la oscuridad y permanecía y los muertos volvían a la vida ante él, de manera que
por un instante tenía una visión de la densidad en la que se compactaba y de la no
podía huir, de la que tampoco sentía deseo de escapar…” (página 20). La lectura de esta
cita era precisamente para describir ese estado: el del/a estudioso/a.

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