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No hay ejemplo más claro de la forma en que el capitalismo pretende asimilar lo que en el pasado era
su opuesto (la cultura) que la decadencia global de las universidades. “Junto con la caída del
comunismo y de las Torres Gemelas, se cuenta entre los acontecimientos más trascendentes de nuestra
era, aunque no sea tan espectacular”.
Si en el pasado fueron centros de reflexión crítica, ahora están “siendo reducidas a órganos del
mercado”, como las casas de apuestas y los establecimientos de comida rápida. Esa es la comparación
que pone el autor en Cultura, su nuevo ensayo publicado por Taurus, donde trata de definir el complejo
término al tiempo que repasa las relaciones entre la cultura de masas y la alta cultura y denuncia el
papel de las industrias culturales.
CULTURA DOMINADA
Terry Eagleton señala que la nueva cultura, “lejos de aportar un antídoto al poder, resulta que es
profundamente cómplice de él”. “En vez de ser lo que podría salvarnos, quizá tengamos que devolverla
a su lugar”, añade. Es decir, el capitalismo ha incorporado la cultura a sus propios fines materiales. La
creatividad ha sido sustituida por la utilidad y la cultura puesta al servicio de la adquisición y la
explotación.
La cultura ha dejado de ser una crítica de la manufactura moderna, para convertirse en un sector muy
rentable de esta. Pertenece a la infraestructura material del capitalismo, explica el autor, tanto como la
refinación del azúcar o la cosecha del trigo. “La cultura popular ahora ocupa el primer plano, como
Herder había soñado, pero en su mayor parte era una cultura consumida por las masas, no producida
por ellas”, cuenta.
De esta manera, la cultura ha perdido su inocencia, ya no puede salvarnos y no es el antídoto contra los
abusos del poder. Así es como las universidades están en manos de tecnócratas, asegura, para quienes
los valores se identifican sobre todo con propiedades inmobiliarias. “El trabajo del nuevo proletariado
intelectual de académicos es evaluado en función de su sus clases sobre Platón o Copérnico
contribuyen a estimular la economía”, lamenta lacónico Eagleton.
Sin paños calientes: si hubo un tiempo en que la cultura estaba demasiado alejada de la vida cotidiana
para ofrecer una crítica convincente de ésta, “ahora está demasiado ligada a ella para poder hacerlo”.
En el pasado la cultura era criticada porque estaba muy aislada de la vida social; ahora, con la industria
cultural, señala que impregna completamente la existencia.
Para Mario Vargas Llosa, tal y como escribe en La civilización del espectáculo (Alfaguara), la
experiencia democrática de la cultura es insoportable: “Ahora pensamos que si la cultura no llega al
mayor número de gente es una cultura despreciable y elitista. Esa es una de las grandes equivocaciones
a la hora de hablar de la cultura. La cultura pierde nivel porque quiere ser democrática”. Lo que está
pasando, según el Nobel, es que la cultura se abarata para llegar a todo el mundo y se convierte en
divertimento superficial.
VENTAJAS POPULARES
Pero el discurso materialista de Eagleton rechaza este ángulo argumental: dice que cuando se trata de
cultura popular hablamos de enriquecimiento, y no sólo de empobrecimiento. “La distinción entre alta
y baja cultura no puede describirse como una distinción entre lo precioso y lo carente de valor”, añade
el inglés. “Los guardianes de la alta cultura no quieren atender a esto”.
De hecho, piensa que por primera vez en la historia ha sido posible que millones de personas escuchen
simultáneamente una ópera de Verdó o vean una obra de Chéjov. “Una producción cinematográfica o
televisiva de una novela de Dickens o Jane Austen puede repercutir en ventas de cientos de miles de
ejemplares en librerías”.
[En línea]
http://www.elespanol.com/cultura/libros/20170103/183232223_0.html