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El artículo “Las Máquinas: Técnica y alienación en la era del Capital”, de Hernán F.

Padín,
como los comentarios críticos de Esteban V. Da Ré, me llevaron a retomar algunas reflexiones
sobre las máquinas y la técnica que me gustaría compartir. Si bien no he podido desarrollarlas
en profundidad, por eso se las acerco mediante citas y apuntes, creo que pueden aportar al
debate.

Partamos de algunas afirmaciones hechas por Esteban.

En primer lugar, la cita de Hernán: “Una sociedad altamente tecnificada desemboca


necesariamente en un modo de producción capitalista” (p. 103)1.

Y en segundo lugar, sus dos últimos comentarios:

2) Percibo un problema similar al señalado sobre el Editorial, confundir la técnica con su uso. En sí,
las máquinas no son “malas” ni “buenas”, quien le puede dar ese valor para la humanidad es el uso
que la misma humanidad les dé.

3) No se desarrolla el nexo necesario entre tecnificación y sociedad capitalista. Si imaginamos una


sociedad comunista en la que la humanidad cada vez le dedique menos tiempo y energía al trabajo
que le requieren sus necesidades biológicas y cada vez más a las necesidades espirituales, una
sociedad altamente tecnificada parecería ser una condición que favorecería ese objetivo, en tanto
con menos tiempo de trabajo vivo se podrían producir mayor cantidad de riquezas…

Retomando los escritos de Marx, podemos identificar ambas posturas, en principio,


antagónicas2.

En “Miseria de la filosofía” (1946), encontramos que: “El molino movido a brazo nos da la
sociedad de los señores feudales; el molino de vapor, la sociedad de los capitalistas
industriales”.

En otro lugar, “Trabajo asalariado y capital (1849)”, el mismo Marx afirma: “Una máquina de
hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se
convierte en capital. Arrancada a estas condiciones, no tiene nada de capital, del mismo modo
que el oro no es de por sí dinero […]”.

En “El pensamiento de Cornelius Castoriadis” (vol. II), aunque con algunas reservas en relación
a su teoría de la institución imaginaria de la sociedad, se aborda este problema de una manera
alternativa que me resulta muy productiva:

Si el “estado de las fuerzas productivas”, entendido como la evolución técnica, determina sin
ambigüedad la organización de las relaciones de producción y, por su intermedio, del sistema
social en su conjunto -si al molino de brazos corresponde la sociedad feudal, al molino de vapor
corresponde la sociedad capitalista”- , entonces es que la máquina en sentido estricto, y este tipo
de máquinas, determina la aparición de una sociedad capitalista, y en esta sociedad la máquina no
puede ser otra cosa que “capital”. No lo es de modo “inmediato”; pero este “inmediato”, como todo
inmediato, no es más que abstracción, pues el ser de la máquina sólo es plenamente lo que es
cuando se han realizado todas las mediaciones y sus resultados, al volver sobre lo inmediato, lo
han determinado por completo en toda su profundidad. En este sentido, la máquina es
perfectamente capital, contrariamente al oro, cuyo ser-moneda, desde este punto de vista, es
mucho más exterior y accidental. Una cosa es decir que la máquina, aunque sea “en último
análisis”, da existencia al capitalismo, y otra muy distinta decir que el capitalismo es el que da
existencia a las máquinas, en sí neutras y puros medios, como capital.

[…] En tanto “materialista”, pretende determinar el capitalismo por la máquina; en tanto “hegeliano”,
sabe que la máquina no es lo que es, no adquiere su sentido (su ser) sino por su inmersión en la
Totalidad, que, en este caso, es el sistema social que le “confiere” una significación. Y

1
A la que agregaría la frase previa: “La industria y la maquinaria, de algún modo, no son sólo «herramientas» del modo
de producción capitalista: son también aquellos elementos técnicos que condicionan un tipo social de producción”.
2
Dejamos para más adelante otros aspectos interesantes a considerar. Por ejemplo, el proceso de incorporación
masiva de las máquinas y la tecnología en general en el consumo individual, su efecto en el precio de la fuerza de
trabajo y, por ende, en la producción de plusvalor relativo. O las máquinas y la tecnología como dispositivos de
biopoder y biopolíticos que, en regímenes específicos de producción, facilitan ciertas prácticas y formas de
subjetivación, a la vez que dificultan otras.
evidentemente, las dos posiciones son insostenibles. No se puede pensar la máquina, ni siquiera
reducida a su ser-técnica, como algo neutro, si no es sólo accidentalmente. Las máquinas de las
que se trata durante el período capitalista son perfectamente máquinas “intrínsecamente”
capitalistas. Las máquinas que conocemos no son objetos “neutros” que el capitalismo utiliza con
fines capitalistas, “apartándolas” (como tan a menudo lo piensan, con total ingenuidad, los técnicos
y los científicos) de su pura tecnicidad, y que podrían ser, también, utilizadas con “fines” sociales
distintos. Desde mil puntos de vista, las máquinas, en su mayoría consideradas en sí mismas, pero
en cualquier caso porque son lógicas y realmente imposibles fuera del sistema tecnológico que
ellas mismas constituyen, son “encarnación”, “inscripción”, presentificación y figuración de las
significaciones esenciales del capitalismo.

A partir de este planteo, respecto a 3), creo necesario remitirse a los escritos sobre la
maquinaria y la gran industria, desarrollado por Marx en “El Capital”. Complementándolo, como
una clave de lectura, con lo desarrollado por el mismo autor en sus escritos acerca de la
categoría trabajo y el proceso de subsunsión formal y real en el capital, para evitar caer en una
lectura transhistórica de la alienación. Y también se desprendería que la abolición del
capitalismo es inconcebible sin una subversión tanto de la tecnología existente como del
vínculo de la producción con la ciencia (de la naturaleza) y con la propia naturaleza.

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