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Antonio Piñero comenta

En esta ocasión, el profesor Antonio Piñero comenta en su blog


(tendencia21) algunos capítulos del libro del madrileño Rogeli
Armengol: El mal y la conciencia moral. La fuerza de las ideologías,
el respeto, el amor, el odio. Concretamente lo que él considera, toca
la figura de Jesús de Nazaret.

Lo anterior fue tomado de la siguiente dirección electrónica, tal


cual estaba el 02/05/2018
https://www.tendencias21.net

625- Jesús de Nazaret y “El mal y la conciencia moral” (I)


Escribe Antonio Piñero
Deseo comentar unas páginas de este interesante libro –cuya ficha completa presento abajo– que es una
reflexión muy clara, bien argumentada, sintética, sobre la ética en nuestro tiempo y sobre cómo puede encajar
en ella la figura de Jesús de Nazaret y las ideas centrales de su sistema moral/ético. Como no es de mi ámbito
de trabajo, ni de mi competencia, un comentario al libro entero, que repito me ha interesado mucho
personalmente, paso a dar su ficha completa, y un vistazo al índice. Muchas veces pienso que ojear
detenidamente un índice bien hecho vale más que cualquier comentario externo.
Rogeli Armengol, El mal y la conciencia moral. La fuerza de las ideologías, el respeto, el amor, el odio. Editorial
Comte d’Aure, Barcelona 2014. 345 pp. ISBN: 978-84- 15146-70-4.
Del índice destaco lo que sigue:

Capítulo I.- El bien y el mal

El mal que se puede y se debe evitar

La dificultad para definir lo que es el bien

El bien y la política
Capítulo II.- El mal

Sobre el mal y su definición

El mal, la estupidez y la falta de reflexión.

El pensar del estúpido

La paradoja de Sócrates: «Nadie es malo voluntariamente»

Capítulo III.- En nuestra época es posible una ética basada en el deber de no causar dolor y daño

La moralidad y el mal: en el pasado y en nuestra época

Sobre el relativismo moral

El juicio moral sobre lo acaecido en la historia de la humanidad es legítimo

Capítulo IV.- Naturaleza y cultura

La sempiterna polémica sobre physis y nómos, naturaleza y costumbre o convención.

Los sofistas y Sócrates. Sobre el naturalismo ético

El naturalismo de Hume y la sofística. Naturalismo y el utilitarismo de Sócrates y Spinoza

La moralidad en parte viene dada. No todos podemos ser manifiestamente inmorales

Capitulo V.- La conciencia moral

Las fuentes y fundamentos de la conciencia moral: los sentimientos y los productos

de la razón

Los sentimientos morales y la conciencia.

El amor y el amor al prójimo.

A propósito de lo dicho por Jesús de Nazaret sobre el amor al prójimo como

a uno mismo y acerca del amor al enemigo.

Las virtudes y los valores

El lugar de la razón en la conciencia.

Las ideologías. La conciencia moral según Sócrates, Demócrito y Kant

Ideas irracionales. Lo irracional y su lugar en la conciencia moral

El poder de las ideas en la edificación de la conciencia. La ideología enciende o

apaga los sentimientos morales y legitima o reprueba deseos, apetitos e intereses.

¿En nuestra época hay pérdida de valores y más corrupción que en el pasado?

El progreso de las costumbres, los sentimientos morales y la conciencia.

Amor y odio. El amor y el odio no pueden crecer, pueden activarse o desactivarse


La conciencia moral y el libre albedrío

Capítulo VI.- Ética elemental, ética del deber guiado por las consecuencias ciertas o previsibles

Una ética que establece como eje el pensar en el mal que se puede evitar

Neminem laede; imo omnes, quantum potes, juva. No dañes a nadie; antes bien, ayuda cuanto puedas

La primacía del deber. El humano es un ser aprovechado y acomodaticio, pero

también ama hacer lo debido.

Hume: el “es” y el “debe”.

Kant: la virtud no se puede exigir, pero el deber es exigible

La amabilidad, la generosidad y la envidia. La bondad

La ideología moral de la gente bondadosa

Los principios morales y el perdón.

Como puede verse, el índice apunta a temas interesantes que son perfectamente aplicables a nuestra situación actual.

Y el próximo día empezaré a comentar la parte que afecta a Jesús de Nazaret.

Saludos cordiales de Antonio Piñero


Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Jueves, 28 de Abril 2016

La parte inaplicable de la ética de Jesús de Nazaret en una sociedad organizada. Jesús de Nazaret y “El mal y
la conciencia moral” (II).
Escribe Antonio Piñero

Comentamos hoy, como anunciamos, lo que afecta de este libro a Jesús de Nazaret
Sostiene R. Armengol, en el libro cuya ficha presenté ayer:
La doctrina moral de Buda y la de Jesús son buenas. Anteriormente me he referido a la Inquisición. En lo relativo
a la ideología moral es pertinente preguntarse, ¿cómo es posible que la Iglesia que dice hacer suyo el mensaje
de Jesús pudiera organizar aquella bárbara institución? Algunos dirán que la predicación de Jesús fue buena,
pero sus ideas no se pueden aplicar. De cualquier modo que sea debe poder observarse que la doctrina que
justificaba la Inquisición no era la de Jesús que se hubiera horrorizado de lo que hicieron los que hablaban en
su nombre.
Mi comentario: La ética de Jesús tiene dos partes generales: una la tomada del Antiguo Testamento y del
judaísmo helenístico, que puede aplicarse totalmente. Otra, la ética “interina” destinada para los momentos
inmediatamente anteriores a la venida del reino de Dios según Jesús que no puede aplicarse. Y dentro de la
primera tiene sin duda unos desarrollos peculiares, como el “amor a los enemigos”, que deben estudiarse de
modo particular.
Para mi breve comentario tomo notas de mi exposición al respecto en el libro conjunto “Fuentes del
cristianismo. Tradiciones primitivas sobre Jesús”, que edité hace ya tiempo. Ediciones El Almendro 1993, con
múltiples reediciones, páginas 294-296
Los rasgos de la ética, que desde A. Schweitzer se llamó “interina”, es decir, para los momentos inmediatamente
anteriores a la venida del reino de Dios son los siguientes:
1: En primer lugar el desprecio de Jesús casi absoluto por la riqueza y los bienes de este mundo:
Esta postura se expresa con claridad en los ataques de Jesús contra los ricos (Lc 16,19-31: parábola del pobre
Lázaro y el rico epulón; Lc 18,22-25 y el paralelo de Mt 19,21; las bienaventuranzas: Lc 6,20-21; los ayes contra
los ricos de Lc 6,24-26) y el desprecio por las riquezas denotan algo más que un aviso contra los bienes de este
mundo como impedimento espiritual (ausencia de disponibilidad) para la recepción del Reino.
Cierto que Jesús debió de considerarlos así, también, pero a la vez su alegato contra los ricos y su defensa de
los pobres implican una cierta hostilidad contra la dominación social de las clases elevadas sobre las inferiores,
desequilibrio que debía ser corregido por Dios cuando implantara su Reino. Recordemos de nuevo el iluminador
programa que Lucas pone en labios del futuro Salvador: "Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son
soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los
hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió sin nada", como canta María en su Magnificat (Lc 1,51-53).
La riqueza es opresión para los demás, y Dios vendrá a "juzgar", es decir a liberar a los desvalidos y condenar a
los opresores. Es éste, en realidad, un programa revolucionario para las condiciones sociales que debía reinar
en la Palestina en la que vivió Jesús, dominada por la bota de Roma. Por si esta consideración fuera poco, el
desprecio absoluto de los bienes de este mundo (¡venta!) sólo se entiende en un momento final en el que éstos
no son necesarios. Jesús así lo proclama, convencido del inminente final.
2. En segundo lugar, el mensaje de Jesús no exalta en absoluto el valor del trabajo como creatividad necesaria
en este mundo. La sentencia recogida en Lc 12,22, aparte de un abandono en manos de la Providencia, como
es usualmente interpretada, indica también una orientación de la mente hacia los momentos finales: en ellos
hay que ocuparse del Reino, no de los menesteres terrenales. "Dijo a sus discípulos: Por eso os digo: No andéis
preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis [...] fijaos en los cuervos
que ni siembran ni cosechan; que no tienen ni bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis
vosotros que las aves!". El comunismo de consumo de bienes que practicó la comunidad primitiva jerusalemita,
tal como nos lo transmiten los Hechos (2,42-47; 4,32-35), tuvo su fundamento en los dichos de Jesús que
basaban la perfección del discípulo en la venta de sus bienes y la entrega de éstos a los pobres (Lc 18,22; Lc
12,33; 14,33; Mc 10,17-26), esperando -sin trabajar, sólo preocupados de la oración- la venida del Juez. Es
impensable para una mente corriente, como puede sin violencia deducirse de los textos aportados, que esta
doctrina deba ser aplicada como norma ética duradera en la vida ordinaria. Más bien apunta a unos momentos
en los que se esperaba un fin del mundo inmediato, y en los que bastaba para la subsistencia en los pocos días
que faltaban el producto de bienes anteriores vendidos a los no creyentes.
3. Un tercer rasgo interesante que apuntala esta concepción de la moral jesuánica como interina, es el poco
aprecio por los vínculos familiares que muestran ciertos dichos auténticos de Jesús. En Mc 3,31-35, en un marco
redaccional que implica una declaración de carácter general, Jesús indica cuál es el verdadero parentesco en los
momentos anteriores de la llegada del Reino: "Éstos son mi madre y mis hermanos: quien cumpla la voluntad
de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". Hemos considerado ya la dura sentencia de que "los
muertos deben enterrar a sus muertos" (Lc 9,60), lo que suponía algo insólito en el ambiente palestino del s.I.
Dejar a un fallecido sin enterrar representaba un atentado contra la pureza ritual y un verdadero
quebrantamiento de los nexos familiares, aunque sin importancia en esos momentos finales: "Tú vete y anuncia
el Reino de Dios" (ibid.). El desligamiento de los vínculos familiares en el seguimiento de Jesús está expresado
con mayor claridad aún en Lc 14,15: "Caminaba con él mucha gente y volviéndose les dijo: Si alguno viene donde
mí y no odia (es decir, "se desprende", "estima en menos") a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus
hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida no puede ser discípulo mío". Y, por último, en Lc 20,34-35 se
deja en claro que en el Reino de Dios el matrimonio es inútil: "Los hijos de este mundo toman mujer o marido;
pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en el otro mundo y en la resurrección de entre los muertos,
ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden morir, porque son como ángeles y son hijos de Dios, siendo
hijos de la resurrección".
Es evidente que esta sentencia jesuánica se refiere a los momentos posteriores al final. Pero la contraposición
con los "hijos de este mundo", no dispuestos a aceptar la venida del Reino, no es menos evidente, así como que
el ideal sería anticipar lo que será luego. Pablo lo ha entendido así en el cap. 7 de su 1ª carta a los Corintios ("No
obstante, digo a los no casados y a las viudas: Bien les está quedarse como yo" (v. 8); "Entiendo que, a causa de
la inminente necesidad, lo que conviene es quedarse como cada uno está" (v. 26); "Os digo, pues, hermanos: el
tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen" (v. 29).
Como el lector puede observar fácilmente, estos preceptos, o consejos -que prescinden de los bienes de la tierra,
que no exhortan precisamente al trabajo, que no fomentan los lazos familiares- distan mucho de poder ser
cumplidos en un mundo que dura y continúa: están evidentemente pensados para el interim, para esos
momentos anteriores a la irrupción del Reino, con su cambio total de valores.
No pocos comentaristas son de la opinión que esta ética de Jesús no es interina, sino "escatológica", en el
sentido de que la "situación del hombre dentro del Reino de Dios no tiene un sello de provisionalidad" . Esto
nos parece una distinción de razón y negar la evidencia de los textos mismos, ya que, aunque en el Sermón de
la Montaña tales imperativos no aparecen nunca motivados expresamente por el fin del mundo inmediato, sí
es claro por todo el contexto de la predicación de Jesús - orientada al inmediato advenimiento del Reino- que
estos mandamientos se hallan condicionados justamente por esa situación especial de Jesús y sus oyentes.
Fuera de ella son en la práctica, como hemos afirmado, imposibles de cumplir. Y, de hecho, quienes han
pretendido llevarlos a cabo al pie de la letra han debido huir del mundo y negar unas realidades que fueron
creadas por Dios --según las tesis del Génesis-- como buenas para el común de la humanidad.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Viernes, 29 de Abril 2016


Jesús de Nazaret y “El mal y la conciencia moral”. Jesús de Nazaret y la violencia (III) (627)
Escribe Antonio Piñero

Seguimos comentando el libro de R. Armengol, en la parte que afecta a su opinión sobre Jesús de Nazaret.
Escribe Armengol:
La ideología teológica y moral de las iglesias cristianas contiene al menos tres capas, tres ideologías superpuestas
no siempre acordes entre sí. Primero, la ideología originaria de Jesús, segundo, la del Apóstol Pablo, que en
parte se opone a la de Jesús y en tercer lugar la ideología creada, al menos desde el Concilio de Nicea en 325,
por el magisterio de las iglesias cristianas a lo largo de su historia. Agustín de Hipona, Tomás de Aquino y otros
teólogos contribuyeron a edificar una ideología religiosa eclesial que contradice la primigenia de Jesús. Esta
ideología eclesial superpuesta a las dos anteriores permite y alienta el poder temporal de la iglesia y justificó la
violencia.
Se hace evidente que una doctrina violenta no es la de Jesús y que la doctrina eclesial, especialmente en los
siglos XVI y XVII, en alguna medida guiada por Santo Tomás, adquirió la primacía, derrotó y suplantó la ideología
originaria. ¿No fue Jesús quien acorde en gran parte con la teología judía que nunca reprobó en su totalidad
recomendaba el perdón y el auxilio al enemigo y al que andaba errado?
Comentario:
Me centro en que Jesús “no tiene una doctrina violenta”. La primera idea a comentar es A) Jesús y la violencia;
y la segunda B) Jesús y el amor a los enemigos
A) Jesús y la violencia
Atención, traté este tema hace poco, en “Compartir” de 7 de abril de 2016. Por ello ahora resumo lo más
brevemente posible: elimino algunas cosas y añado otras. Indico de nuevo que quien esté interesado puede
encontrar el texto completo en mi ensayo “Jesús y la política de su tiempo” (Apéndice a la novela de E. Ruiz
Barrachina, “El Discípulo”, de Ediciones B, Barcelona 2010, pp. 217-311). Y buena parte de lo que digo aquí lo
recojo naturalmente en mi libro, que va por la tercera edición “Ciudadano Jesús” (véase
www.ciudadanojesus.com).
1. Me parece totalmente cierto que Jesús no condena expresamente nunca la violencia (al menos moral). Jesús,
además, no es solo predicador de la bondadosa misericordia de Dios, sino también el anunciador de la condena
inmisericorde de la divinidad, que castiga a los peores males si no se le hace caso. Siempre se habla del amor
predicado por Jesús, siempre se le presenta como “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29 y 21,5) y se olvida
sistemática o unilateralmente que tiene Jesús otras facetas muy duras. Recordemos:
- La predicación de Jesús del Reino de Dios implica violencia política, porque debe subvertir el status quo social
y político existente - Según Lc 24,21 ( "Nosotros esperábamos que sería él el que iba a liberar a Israel"), los
discípulos tenían una idea clara de Jesús como mesías también político y “guerrero”, en el sentido de Gedeón,
es decir, con la total ayuda divina, de modo que la lucha final contra los invasores de la tierra de Israel, tierra de
Dios y solo de Dios sería llevada a cabo por los ángeles y no por los hombres . Pero lo que importa es la
concepción de fondo: los judíos galileos del siglo I jamás podían considerar una liberación de Israel que no
implicara sedición del Imperio y alguna clase de guerra. Me explico: La predicación de Jesús del reino de Dios en
la tierra de Israel, con sus típicas características de bienes materiales y espirituales que la divinidad habría de
conceder en esos tiempos, supone un cambio tal de la situación política y social que no podría conseguirse sin
una acción armada con la ayuda de la divinidad. En cualquier caso, los romanos tenían que ser expulsados de la
tierra de Israel, propiedad sólo divina, lo que naturalmente no ocurriría sin violencia.
- Las furiosísimas diatribas contra los fariseos. Los ejemplos más famosos están el Evangelio de Mateo que quizás
exagera las tintas para mostrar al Maestro como un decidido adversario de los fariseos siendo así que
probablemente era uno de ellos, la menos sui generis. Véase Mt 23,13-29 y Lc 6,24ss y 11,42ss. Tales fariseos
no aceptan sus prédicas contra el reino de Dios
- Las gravísimas amenazas contra las ciudades que no han oído su mensaje: condenadas en el inminente Juicio
Final (Mt 11,21 y Lc 10,13).
- La amenaza general de sentencia condenatoria al fuego eterno a quien, igualmente, no se disponen
debidamente por la penitencia que él proclama a aceptar la venida del reino de Dios y a disponerse a entrar en
él (Mc 9,43; Mt 18,8; Lc 12,5);
- Jesús rodeado de discípulos que no eran precisamente un modelo de benignidad (“Envió Jesús mensajeros
delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no lo recibieron
porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que
digamos que baje fuego del cielo y los consuma?»” (Lc 9,52-54).). El nombre arameo de Pedro, Simón Barjonah,
ha sido interpretado por diversos investigadores como “Simón, el forajido”, es decir, el celota. Igualmente el
sobrenombre de dos de los discípulos predilectos de Jesús, Santiago el Mayor y Juan, como “Boanerges” o “hijos
del trueno” (Mc 3,17), alude sin duda a un espíritu celota, más bien agresivo
- Jesús jamás condenó la violencia de los celotas o sus principios. En las dos fuentes más antiguas de la tradición
sinóptica (el relato de Marcos y el conjunto de dichos atribuidos a Jesús conocido como Fuente Q) no aparece
ninguna condena explícita de la violencia. Este argumento ha sido minimizado subrayando que se trata de un
puro argumentum ex silentio, es decir, la simple falta de una condena expresa no prueba nada. Pero este silencio
de Jesús sobre los celotas y su recurso a la violencia adquiere todo su sentido si se lo compara con la condena
dura y sin restricciones de saduceos y fariseos, e incluso con el implícito rechazo por parte de Jesús de los
partidarios de Herodes Antipas Mc 3,6; 7,1-8; 8,15; 12,18-27). Por otro lado, esta ausencia se hace también muy
destacada si se piensa que el espíritu de los celotas desempeñó una función muy notable en la vida espiritual
de la época de Jesús, de la que no podía estar ajeno. Por tanto, es posible ver en este silencio el signo de que el
Nazareno había mantenido con estos patriotas algunos lazos…, que –según los evangelistas- no era conveniente
divulgar.
- Jesús tenía entre sus discípulos un celota al menos, Simón el “cananeo” (Mc 3,18; Mt 10,4; Lc 6,15; Hch 1,13),
como discípulo íntimo. Es muy improbable que lo hubiera elegido sin comulgar con su ideología. El apelativo
“cananeo” significa “celote” (arameo qanna’), no un “individuo que procede de la ciudad de Caná” como se ha
pretendido. Según Brandon, el evangelista Marcos, al emplear el vocablo griego kananaios y no zelotés, intenta
conscientemente despistar a sus lectores y ocultar que Jesús había escogido para formar parte del selecto grupo
de los Doce a un admirador público de la doctrina celota. Lucas, por su parte, o es menos precavido o no le
concede tanta importancia porque las circunstancias de sus lectores son otras: en 6,15 escribe claramente
“Simón, el celota” (griego zelotés).
Seguiremos comentando el aspecto de Jesús como “sedicioso contra el Imperio”, aunque este aspecto no
suponga que Jesús pueda ser calificado estrictamente –en mi opinión– como un “galileo armado” con todas las
evocaciones que este sintagma comporta a quien lo lee o escucha.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Sábado, 30 de Abril 2016

Comentarios a ésta entrada:

1.Publicado por Patrocinio el 14/06/2016 11:29


Buenos días. He leído algo de lo que escribe sobre Jesús el Cristo y como veo su interés por nuestro Redentor le invito a
que lea algo más, pero no SOBRE Él, sino DE ÉL . Se trata deun libro profético titulado " ESTA ES MI PALABRA", Editado
por Vida Universal y que también puede bajarse completo de Internet. Es un libro de 1091 pags. en el que Cristo nos dice
hoy lo que ayer no nos pudo decir o porque lo que dijo ha sido ocultado o manipulado por Sus supuestos seguidores
hasta nuestros días. Creo que le sorprenderá conocer por boca profética al verdadero Cristo, que no es el de la Biblia, y
menos el de la versión de Jerónimo.
Espero que lo disfrute y le sea útil.
un saludo cordial
Patrocinio Navarro
http://www.lailuminacion.com

Jesús como sedicioso contra el Imperio. “El mal y la conciencia moral” de R. Armengol (IV) (628)
Escribe Antonio Piñero

Seguimos comentando el libro de R. Armengol, en la parte que afecta a su opinión sobre Jesús de Nazaret.
Ahora exponemos la segunda parte de lo iniciado ayer respecto a la posible violencia que traslucen ciertas
actitudes, palabras y algunos hechos de Jesús.

2. Jesús como sedicioso contra el Imperio.

Ciertamente el Nazareno Jesús fue condenado por atentar sediciosamente contra el Imperio. Como dijimos ayer
no es en absoluto probable que un hombre pobre y que esperaba, al estilo de Gedeón, la ayuda divina hubiera
formado un ejército, aunque fuera minúsculo (pongamos un centenar de seguidores armados, al menos para
defenderse) y que esperara con ese minúscula tropa poder derribar el poderío de Roma, en una batalla formal
al estilo de los Macabeos con la ayuda de “doce legiones de ángeles” (Mt 26,53). Es cierto. Y me parece que
quienes comparan a Jesús con los Macabeos, justo por esa mención a los ángeles pugnaces, sacan las cosas de
quicio. Pero no menos me parece cierto que en todo el evangelio en general hay señales de que Jesús fue un
enemigo claro del poder romano y que fue –desde el punto de vista de la política del Imperio– justamente
condenado como sedicioso político

El Evangelio de Lucas -que es menos circunspecto que el de Marcos en algunas cuestiones políticas, ya que
escribe más tarde y bajo circunstancias menos preocupantes- tiene otras breves noticias que dejan traslucir el
carácter un tanto belicoso de Jesús. La primera aparece en 22,35-38: “Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin
alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada». Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la
tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; porque os digo que es
necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: “Ha sido contado entre los malhechores”. Porque lo mío
toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». El les dijo: «Basta»”. No cabe interpretar estos
dichos de una manera puramente alegórica teniendo en cuenta el contexto de alguien cuya prédica del
inminente reino de Dios iba contra el podrí del Imperio

Jesús se mostró expresamente como un hombre violento tal como indican diversos pasajes de los Evangelios.
Así el citado texto de Lc 22,35-37, donde Jesús incita a armarse a sus seguido¬res: “El que no tenga (espada)
que venda el manto y se compre una…; de hecho lo que a mí se refiere toca a su fin”. Y también Lc 22,49: en los
momentos previos a la traición de Judas, cuando se veía venir el prendimiento, los discípulos preguntan a Jesús:
“¿Señor, atacamos con la espada?”. Puede interpretarse en este sentido Mt 10,34: “No vine (al mundo) a poner
paz, sino espada...”; igualmente Mt 11,12: “El reino de Dios padece violencia y los violentos lo toman por la
fuerza”, dicho que aparece también en Lc 16,16.

La frase de Jesús “"Si alguien quiere ir tras de mí, niéguese sí mismo y coja su cruz y sígame” (Marcos 8,34 y sus
paralelos en Mt 10,38 y 16,24) no significa lo que entiende normalmente un piadoso cristiano, a saber una
incitación al sacrificio en el marco del discipulado de Jesús, en el cual el vocablo “cruz” es entendido
metafóricamente. Por el contrario, estas palabras deben entenderse en su significado más real, como la pena
que imponían usualmente los romanos a quienes prendieran como sospechoso de rebelión contra el Imperio,
los celotas. Jesús afirmaría entonces: “El que desee seguirme debe atenerse a las consecuencias. Si los romanos
lo capturan, puede acabar en la cruz”. Ello indicaría que las acciones y dichos de Jesús podrían, al menos en
ocasiones, situarse en el ámbito de una acción políticamente peligrosa desde el punto de vista romano. El
contexto en el que el evangelista Mateo transmite este dicho es interesante, puesto que 10,32 habla de la
posibilidad de un juicio –¿ante los romanos? Mateo lo sitúa secundariamente ante el Padre celestial-, en donde
se dilucida si uno es o no discípulo de Jesús. La frase que comentamos aparece inmediatamente después del
dicho “No he venido a lanzar la paz sobre la tierra; no he venido a lanzar paz, sino espada” (Mc 10,34).

• Los evangelios muestran que los discípulos iban armados. Se prueba por alguna que otra frase suelta que se
ha conservado en el Evangelio de Lucas, como expusimos arriba. Importante es de nuevo el texto de Lc 22,38:
“Ellos , los discípulos, dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas»”, junto con el episodio del prendimiento en
Getsemaní: “Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?»” (Lc
22,49).

• El Evangelio de Lucas trae también un pasaje que, probablemente debe interpretarse como una velada alusión
a dos episodios, cuyo exacto contenido no es posible saber, pero en los que estaban involucrados muy
probablemente celotas: “En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya
sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más
pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os
convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé
matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo
aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo» (Lc 13,1-5). Jesús se muestra compasivo con
ellos, probablemente celotas como decimos, lo que indica un espíritu afín.

• La entrada en Jerusalén (Mc 11,7-10) fue un acto claramente mesiánico en el sentido más verdaderamente
judío, que implica un mesianismo con tintes de monarca guerrero, naturalmente enemigo de los dominadores
romanos: “Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. Muchos extendieron
sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían,
gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre
David! ¡Hosanna en las alturas!»
Parece bastante claro que Jesús deseaba mostrar de una manera ostentosa su condición de mesías de Israel.
Durante el desarrollo de la escena las gentes, incluidos los discípulos, aclaman a Jesús como “hijo de David” y
consecuentemente, rey de Israel. En la época de Jesús se sabía muy bien que un mesías “hijo de David” suponía
ser un político y un guerrero. Lo mínimo que las masas esperaban de él era que expulsara a los romanos del
país, de modo que éste quedara libre de impurezas y pudiera practicar sin impedimentos la ley divina. Tal
acogida, como muestra la escena, jamás habría sido dispensada a Jesús si el pueblo hubiera sabido que él era
en lo más mínimo favorable a los romanos.
Además es claro que, según el Evangelio de Lucas (19,30-40), Jesús no contradice a quienes así lo aclaman, sino
todo lo contrario: Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: «Maestro, reprende a tus
discípulos.» Respondió: «Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras».

El Evangelio de Juan, generalmente no fiable desde el punto de vista histórico, después de narrar el milagro de
la multiplicación de los panes, que enfervorizó a las gentes y les hizo pensar que Jesús era el mesías, trae una
noticia en el capítulo 6 que parece atendible: “Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es
verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarlo
por la fuerza para hacerlo rey, huyó de nuevo al monte él solo”. (6,14-15).

Naturalmente, “hacerlo rey” supone lo que antes indicábamos: un monarca político y guerrero de acuerdo con
el pensamiento que el pueblo albergaba como posible en Jesús. Según el evangelista y cómo veremos luego, el
que éste lo rechazara supone que Jesús tenía otra idea del mesianismo, algo en verdad improbable, pues no
habría dado pábulo a que le hicieran la propuesta.

Saludos cordiales de Antonio Piñero


Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Lunes, 2 de Mayo 2016

Comentarios a ésta entrada:


1.Publicado por José Pons el 17/09/2016 00:25
La escena clave en el Monte de los Olivos, lugar, según Flavio Josefo, ideal para atacar a los romanos, de que los hombres que
burlaron de noche la vigilancia de la Torre Antonia, iban armados y preparados para una acción militar, es la del derramamiento
de sangre. Con toda probabilidad el residuo de una acción armada es la escena del mandoble que asestó uno de los que estaban
con Jesús, con resultado de herida sangrante en la cabeza, identificado en estratos posteriores de la leyenda, como Simón
Pedro. Aquí intuimos que hubo realmente un enfrentamiento entre los que buscaban una acción, como la de los Macabeos,
para forzar una intervención milagrosa de Dios y los romanos que, quizás por un chivatazo del poder judío, seguramente algún
saduceo o alguien del Sanedrín, subieron al monte para apresarlos. Además, como muy bien dice José Montserrat Torrens,
Roma jamás crucificó a ningún hombre desarmado.

Purificación del Templo. Jesús de Nazaret y “El mal y la conciencia moral”. Jesús de Nazaret y la violencia (V)
(629)
Escribe Antonio Piñero
Seguimos con el libro de R. Armengol y su aclaración de la postura ética de Jesús como un rabino de la época
cuya doctrina no era violenta. Repito sus palabras “La ideología originaria de Jesús… puede no coincidir con la
de la Iglesia posterior… Es claro y “se hace evidente que una doctrina violenta no es la de Jesús” (p. 16)
Paso ahora a insistir en argumentos basados en hechos de Jesús de los que dan cuentan los Evangelio sobre los
que he discutido muchas veces en este Blog.
1. El primero es el episodio de la “Purificación del Templo” (Mc 11,15-17 y paralelos). A pesar del tono
eminentemente religioso que le otorgan los evangelistas (“Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: Mi
Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de
bandidos!”: v. 17), debe interpretarse como un asalto en toda regla de Jesús para controlar el funcionamiento
del santuario de modo que esta actuara conforme a lo que él creía que era la voluntad de Dios expresada en las
Escrituras. (Es posible además que esta acción jesuánica pretendiera demostrar ante Dios el estado de
preparación de sus fieles e “invitarle” a que iniciara por fin la instauración de su reino en la tierra de Israel.
De ningún modo puede interpretarse el incidente como el gesto de un hombre esencialmente pacífico. La acción
de Jesús fue un ataque directo contra los que los fomentaban y se enriquecían con estas actividades: el clero
del Templo, sobre todo los de alto rango y los saduceos, la facción religiosa que dirigía el santuario. He aquí el
pasaje:
“Y llegan a Jerusalén. Y cuando entró en el templo empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban
en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y los taburetes de los que vendían las palomas; y no permitía
que alguien trasladase cosas atravesando por el templo; y enseñaba y les decía: “¿No está escrito: Mi casa se
llamará casa de oración para todas las naciones? Pero vosotros la habéis hecho cueva de bandidos”.
Es evidente que esta acción perturbó el funcionamiento de algo necesario para la ejecución de los sacrificios y
para el pago de la tasa al Templo. Primero fue la acción violenta, y luego las razones (si es que hubo tiempo para
Jesús para razonar con las Escrituras en medio de un caos de monedas por los suelos y animales sueltos). Ante
la dificultad de algunos para justificar que el acto no fue violento –cómo no actuaron de inmediato los romanos,
quienes vigilaban el recinto del Templo desde su acuartelamiento de la Torre Antonia, justo encima del Patio de
los gentiles, donde ocurrió el incidente– prendiendo a Jesús, debe suponerse, si eran muchos los que estaban
con el Nazareno, que los romanos esperaron una ocasión más oportuna para detenerlo, donde no hubiera tanta
gente y no pudiera producirse una matanza de inocentes en la vorágine de la pugna entre defensores y
detractores de la acción de Jesús; o bien que la acción fuera muy rápida y breve, de modo que cuando los
romanos quisieron intervenir, Jesús y sus seguidores habrían huido o se habrían disuelto entre las multitudes.
Todo apunta en cualquier caso a que este episodio tuvo lugar muy cerca o simultáneamente con una revuelta
antirromana, con el resultado de un muerto, en la cual fue hecho preso Barrabás (Mc 15,7). Ello indica al menos
que se respiraba en aquellos momentos un ambiente violento de expectativas mesiánicas, del que debe
suponerse que participaba Jesús, pues su acción iba en el sentido de purificar el Templo para prepararlo ante la
inminente llegada del Reino. Aunque los evangelistas no establecen relación alguna entre los dos
acontecimientos –la purificación y la revuelta mencionada– es poco creíble que no la hubiera, al menos
ideológicamente, es decir, oposición a las autoridades judías y romanos por el pésimo estado moral, según ellos,
de la nación.
2. Jesús recomendó no pagar el tributo al César.
Lo he aclarado repetidas veces. El núcleo de este pasaje fundamental –en el que fariseos y herodianos tienden
una trampa dialéctica a Jesús descritos en esta famosa y críptica escena–, reza así en la versión del evangelista
Marcos:
“¿Está permitido pagar tributo al César o no? ¿Lo pagamos o no lo pagamos?’ Jesús, consciente de su hipocresía,
les dijo: ‘¿Por qué queréis tentarme? Traedme una moneda que yo la vea’. Se la llevaron, y él les preguntó: ‘¿De
quién son esta efigie y esta leyenda?’. Le contestaron: ‘Del César’. Jesús les dijo: ‘Lo que es del César,
devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios’. Y quedaron maravillados” (Mc 12,14-17).
Se ha señalado que el sentido de esta escena, voluntariamente pretendido por el evangelista Marcos, es que
Jesús afirmó de una manera sutil que los judíos debían pagar el tributo al Emperador. De este modo se alineaba
de antemano con el pensamiento que Pablo de Tarso habría de expresar más tarde en su Carta a los romanos:
“Es preciso someterse a las autoridades temporales no sólo por temor al castigo, sino por conciencia. Por tanto
pagadles los tributos, pues son ministros de Dios ocupados en eso” (Rom 13, 5-6). Si el designio del evangelio
de Marcos era hacer pasar a Jesús por un inocente, condenado injustamente por sedición, no podía poner en
su boca más que una respuesta que desmentía la acusación de una posible negativa por su parte al pago del
impuesto.
Pero en la realidad la respuesta del Nazareno no fue tal, sino la contraria. Y sabemos que lo indica Lucas en 23,2
(hablan los acusadores judíos ante Pilato): “Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste
alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es el mesías rey.»
En primer lugar: si Jesús hubiere respondido afirmativamente en el sentido de admitir la obligación de pagar,
habría perdido de inmediato el apoyo del pueblo, indignado contra el tributo, cosa que no ocurrió en absoluto,
o al menos no lo narran los evangelistas que presentan (todavía) al pueblo como muy favorable a Jesús . Por
tanto, debe concluirse que es muy probable que la respuesta doble de Jesús “Dad al César… y a Dios…” –así
presentada por el evangelista y oscura para nosotros– no tuviera para los judíos piadosos de la época ningún
doble sentido, sino uno sólo y muy claro que puede parafrasearse así: “Si tenéis por ahí denarios, acuñados por
los romanos, podéis devolvérselos (griego apódote; no simplemente “dádselos”, griego dóte) al César, pues son
suyos; pero los frutos de la tierra de Israel –que junto con ella misma son de Dios– dádselos sólo a Él”. Por tanto,
la respuesta de Jesús para los judíos de la época era clara: NO debe pagarse el impuesto.
Jesús escapó hábilmente de la capciosa pregunta. Los romanos podían estar contentos porque no había habido
ninguna incitación expresa a no pagar. Pero los celotas –que conocían el pensamiento de fondo de Jesús–
también estaban satisfechos: el Nazareno estaba diciendo crípticamente, eso sí pero lo suficientemente claro
para quien deseara entender, que no se debía pagar el tributo al César. Y por eso se justifica la acusación que
transcribimos más arriba, recogida por Lucas: “Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Comenzaron
a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al
César y diciendo que él es Cristo Rey»” (23,1-2).
Los evangelistas pensaban, evidentemente, que esa acusación era falsa. Pero la probabilidad histórica inclina la
balanza a que no lo era. Y no pagar el impuesto a Roma era, sin duda alguna, una justificación de cualquier
posible revuelta del pueblo judío en contra del poder romano. Indirectamente Jesús está haciendo política, que
de momento no es violenta, en apariencia, pero que en sus circunstancias sí conducía a ella.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Martes, 3 de Mayo 2016

No había crucificados por blasfemias. Jesús de Nazaret y “El mal y la conciencia moral”. Jesús de Nazaret y la
violencia (VI) (630)
Escribe Antonio Piñero
Seguimos con el comentario al libro de R. Armengol, libro muy bueno en conjunto, y que ha impresionado, pero
del que discrepo un tanto en su imagen de la figura y de la ética de Jesús. Est discrepancia no aminora el valor
del resto del libro, porque se trata de una búsqueda de una ética universal que no se basa propiamente en la
ética religiosa de Jesús, sino en razonamientos autónomos humanos.
1. Otro aspecto de los hechos entorno a Jesús que nos presentan una figura del Nazoreo distinta a la divulgada,
pro que creo que se aproxima más a su imagen real se deduce, por ejemplo, de la escena del prendimiento en
el huerto de Getsemaní (Mc 14,43-50). La acción, bien leída, demuestra a las claras que los discípulos de Jesús
iban armados, con armas pesadas, es decir espadas de combate, no sólo dagas. Es claro que en tal escena no
hay que tener en cuenta los comentarios de los evangelistas, y ciertas palabras puestas en boca de Jesús
fácilmente atribuibles al sesgo de esos autores evangélicos y a su deseo de mostrar a aquél como un ser
eminentemente pacífico y desligado en absoluto de la parte política que implicaba su propia predicación del
Reino.
Parece bastante claro, y para algunos evidente, que en Getsemaní que se produjo un incidente armado con
derramamiento de sangre, pues está testimoniado por los cuatro evangelistas. Los Sinópticos (Marcos y
Mateo/Lucas) tratan de disminuir la gravedad del episodio: sólo un discípulo saca la espada (Mt 26,51 / Mc
14,47 / Lc 22,50) indican que fue sólo un innominado discípulo el que atacó), y tratan de mostrar a un Jesús
pacífico que se distancia expresamente de la violencia, pues pide que dejen en libertad a sus discípulos (¡aun
habiendo respondido con armas al prendimiento!) mientras insta a éstos a deponer toda resistencia: “Le dice
entonces Jesús (al discípulo que había blandido el arma): «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que
empuñen espada, a espada perecerán” (Mt 26,52).
Es sabido que el evangelista Juan, por el contrario, destaca la importancia del enfrentamiento, pues señala que
por parte de los romanos participaron en el prendimiento de Jesús como mínimo un centenar de soldados (una
cohorte de 500 o 600 hombres, griego speíra, quizá no completa), además de los “sirvientes de los sumos
sacerdotes y de los fariseos, con armas y linternas” (Jn 18,3). Si iban tantos a prenderlo, era porque consideraban
que habría una fuerte resistencia armada.
2. Otra escena importante, sobre la que ha reflexionado de modo especial el Dr. Fernando Bermejo fue la de la
crucifixión misma: Jesús fue ejecutado junto con dos salteadores: “Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su
derecha y otro a su izquierda” (Mc 15,27). Ahora bien, es sabido que la palabra “bandido” es la utilizada por
Flavio Josefo, tanto en sus Antigüedades como en la Guerra de los judíos (Antigüedades de los judíos XVII 269-
285, en particular 278-284; XX 160-172; Guerra de los judíos II 55-65, en especial 60-65; 433-440 y IV 503-513),
para designar despectivamente a los celotas, causantes de la Gran Revuelta contra los romanos y la consiguiente
derrota. El que el evangelista Lucas intente rabajar el aspecto político denominándolos “malhechores” vulgares,
no es más que otro rasgo de el intento por despolitizar a Jesús. Es de suponer que Jesús fue crucificado con
gentes que participaron con él en el mismo incidente contra el Templo, o en otra revuelta de la que da noticia
el evangelista Marcos, en 15,7, o bien que fueron capturados en ese incidente en el huerto de Getsemaní.
F. Bermejo señala convenientemente que el hecho de ocupar Jesús una posición central entre dos bandidos
apunta hacia la idea de que él era algo así como el jefe de los otros dos y que estaban relacionados entre sí. El
número tres indica que los romanos quería ofrecer un ajusticiamiento especial, que fuera un aviso también
especial para algunos que tuvieran “veleidades” armadas o al menos sediciosas contra el orden establecido.
3. El título de la cruz es de una autenticidad indiscutida, pues se corresponde con la práctica usual romana, que
acabamos de mencionar, de informar y ejemplarizar al pueblo por medio de las ejecuciones públicas. Los
comentaristas señalan unánimemente los siguientes pasajes confirmatorios, Suetonio, Vida de Calígula 32; Vida
de Domiciano 10,1; Dión Casio, Historia romana 54,8. Además está atestiguado por los cuatro evangelistas, a
pesar de que el contenido de la inscripción grabada en la tabla no era de hecho muy halagüeño para sus
perspectivas religiosas. No eran muy corrientes las ejecuciones públicas en esos momentos, y Roma no
acostumbraba a crucificar sin ton ni son, sin razones graves, incluso en provincias problemáticas y revoltosas
como Judea.
Las condenas a muerte eran registradas en los documentos de las cancillerías de los gobernadores provinciales,
y luego transmitidas a Roma por medio de un mensajero especial, o bien por el correo oficial que a intervalos
regulares llegaba a la oficina del Emperador. Pero ese posible documneto se ha perdido irremisiblemente.
Algunos sostienen que Tácito, en su famoso testimonio sobre un Jesús ejecutado durante el gobierno de Tiberio
y por el prefecto Pilato (Anales XV 44), tuvo acceso a ese documento de la cancillería imperial. Pero no es
absolutamente seguro de que así fuera ya que el acceso al archivo, directamente, estaba prohibido incluso para
los senadores. Pero es igual, porque la muerte de Jesús por sedicioso y el título de la cruz, tan molesto para las
intenciones de los evangelistas, no pudo ser un invento de los cristianos.
La inscripción, “Jesús [Nazareno; sólo en Jn 19,19], rey de los judíos” (Mt 27,37 y paralelos), señala exactamente
desde el punto de vista romano la causa de la muerte: delito de lesa majestad contra el Imperio por graves
desórdenes públicos o sedición. Como ya conocemos la historia anterior, la entrada triunfal en Jerusalén, el
asalto al Templo, la resistencia armada durante el prendimiento en Getsemaní, la equiparación de Jesús con un
sedicioso como Barrabás…, parece bastante claro desde el punto de vista histórico que para los romanos Jesús
era no sólo un mero simpatizante de la causa nacionalista, sino un activo colaborador con ella. En la historia de
Roma no hay crucificados por haberse proclamado Hijo de Dios, ni por blasfemias en general contra la divinidad.
Ahora bien, como el Procurador decidió no prender también a sus discípulos, ya fuera por temor al pueblo que
consideraría espontáneamente a Jesús y sus seguidores unos héroes de la resistencia, ya porque estimara que
el movimiento subversivo estaba en sus principios y era de poca monta, el que cargó con la culpa del grupo
entero fue Jesús…, más los dos crucificados con él.
Pero es suficiente. Todo lo dicho hace tambalear la imagen de un Jesús absolutamente bueno y pacífico, manso
y humilde de corazón… de modo exclusivo. No afirmo que no lo fuera en ocasiones (escenas en los evangelios
hay que pueden sostener esa idea), pero no era esa toda su personalidad ni mucho menos. No podemos olvidar
que su figura constaba de muchos rasgos y –como ocurre con todos los mortales, a veces en apariencia
contradictorios– no solo podemos seleccionar los que nos interesen.

Saludos cordiales de Antonio Piñero


Universidad Complutense de Madrid
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Jueves, 5 de Mayo 2016


¿El amor a los enemigos? La ética de Jesús según R. Armengol (631)
Escribe Antonio Piñero

Seguimos comentando brevemente algunos aspectos del libro de R. Armengol, El mal y la conciencia moral. La
fuerza de las ideologías, el respeto, el amor, el odio. Editorial Comte d’Aure, Barcelona 2014, cuya ficha completa
ofrecí en el nº 625 del Blog.
Tenemos que complementar lo dicho hasta ahora sobre la figura de Jesús, en el aspecto comentado, a saber
que según Armengol “Se hace evidente que una doctrina violenta no es la de Jesús”. Al respecto me quedan por
comentar algunos puntos que son la actitud de Jesús respecto al reino y el amor a los enemigos.
Y para finalizar mi comentario/serie comentaré –cuando terminemos con los temas de ética y en entregas
futuras– un párrafo de la p. 17 del libro de Armengol que dice así:
“El Maestro del Evangelio, como le llamaba Kant, fue un profeta que quiso reformar la teología y la ética judía y
las hizo más humanas al acercarse siempre, en nombre de un Dios amoroso, a los pobres, desvalidos y dolidos.
Luego Pablo, quizá sin proponérselo, fundó una nueva religión”.
1. La actitud exigida por la espera inminente de la llegada del reino de Dios
Comenzamos con la actitud que determina toda la ética o mejor quizás todo el comportamiento que Jesús exige
de sus seguidores, comportamiento que está dominado por su actitud hacia la espera del reino de Dios. En líneas
generales puede afirmarse que la proclama del Reino de Dios pide obediencia absoluta: la exigencia del
seguimiento a lo que predica Jesús es radical y total: "El que echa mano al arado y sigue con la vista atrás no
vale para el Reino de Dios" (Lc 9,62; cf. 12,46). El reconocimiento de la validez de la predicación de Jesús y la
respuesta adecuada a ella constituyen la moral del Reino: la base es la Ley; lo específico, la moral del
seguimiento a lo proclamado para prepararse a la venida de aquel.
Esta actitud no debe ser angustiosa y triste: la imagen de los niños que juegan en el mercado (Mt 11,16-19) lo
ejemplifica. De Mc 10,23, "Qué difícil será que los que tienen riquezas entren en el reino de los cielos... más fácil
es que un camello pase por el ojo de una aguja..." se deduce la necesidad del desprendimiento de las riquezas
de este mundo; Lc 9,60 ("Deja que los muertos entierren a sus muertos...") exige una respuesta total al llamado
del Reino. Y pocos son capaces de ofrecerla: Lc 13,24 ("Esforzaos por entrar por la puerta estrecha...").
Prepararse para cumplir las normas del Reino significa también controlar las fuerzas con las que cuenta cada
uno (Lc 14,28-32: la construcción de la torre); la conversión sincera, incluso de última hora (el Reino de Dios es
un regalo: los trabajadores en la viña, Mt 20,1-16), faculta a los pecadores (Mt 21,28-32) para entrar en el Reino
antes que los que se proclaman justos, como los escribas y fariseos (Lc 18,9-14: el fariseo y el publicano); de
nada vale el orgullo: el que se ensalza a sí mismo, será humillado (Lc 14,11); la recepción del Reino supone la
inocencia de un niño, quien tiene en Dios una confianza y obediencia ingenuas y totales (Mc 10,15). Hay que
orar: si se escucha a un amigo inoportuno, ¡cuánto más prestará Dios atención a los suyos! (Lc 11,5-8; Lc 18,1-
8: el juez inicuo).
2. El precepto del amor
El precepto fundamental característico del "evangelio" de Jesús es el mandamiento del amor. Los textos claves
se hallan en el Sermón de la Montaña Mt 5,38-48 ("Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
Pero yo os digo que no resistáis al mal; antes bien al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también
la otra... el que te obligue a andar una milla vete con él dos... Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y
odiarás a tu enemigo, pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen... si amáis a
los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?), con su paralelo en el Sermón del Llano de Lucas (6,27-35). En
uno de sus libros arguye G. Puente Ojea (Fe cristiana, Iglesia, poder, Madrid 1991, pp. 89-94) que

"La ética de Jesús, en cuanto ética de crisis, es bifronte, pero perfectamente articulada en el contexto de la
dinámica mesiánica del primer siglo de nuestra era. Jesús predicó una ética de amor incondicionado hacia
dentro, para la conducta en el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha sólo hacia fuera, para la
conducta con los adversarios políticos del Dios de Israel, los paganos de las naciones. Es decir, perdón y amor al
inimicus, el enemigo privado; lucha y hostilidad frente la enemigo público, el hostis, categoría en la que también
entraban los cómplices judíos del poder romano, especialmente muchos miembros del estamento sacerdotal"
(en concreto, pp. 89-90).
Esta tesis es original entre los lectores de lengua castellana, aunque la distinción es ya antigua, como veremos
enseguida, me parece totalmente verosímil si se atiende a todo el contexto en el que se desarrolla el
"evangelio", es decir, el mensaje de Jesús. Sin embargo, encuentra algunas dificultades en los textos sinópticos
tal como nos los han transmitido la tradición, que conviene aclarar. En efecto, siguiendo a Carl Schmitt Escritos
políticos. Trad. esp. Madrid 1941, 117, postula G. Puente que el texto evangélico, redactado en una lengua, el
griego, que distingue claramente, como el latín, entre enemigo privado (griego echthrós, latí inimicus) y enemigo
público (griego polémios; latín hostis) jamás menciona el vocablo polémios, sino ekhthrós, con lo cual en los
pasajes sinópticos mencionados habría que traducirlos al latín como diligite inimicos vestros, y nunca como
diligite hostes vestros.

Con otras palabras, Jesús mandó amar a los enemigos privados, personales, con los únicos con los que tiene
sentido un acto de amor por diferencias de tipo relacional, y no a los enemigos políticos, adversarios también
de Dios. Respecto a éstos Jesús habría mantenido y postulado una ética de hostilidad y oposición. Ciertamente,
en los Sinópticos "no aparece una instrucción literal de odiar, pero no por ello la posición de inconciliable
hostilidad de Jesús frente a estos enemigos públicos es menos patente" (Fe cristiana, p. 111); "Es irrelevante la
discusión sobre si Jesús ordenó odiar a los enemigos públicos, porque [...] Jesús deslindaba claramente las líneas
del combate y los sentimientos contra los enemigos de esta empresa no necesitaban definición psicológica ni
concreción especial" (Fe cristiana, p. 108). En realidad, la actitud de Jesús es la misma que la albergada por los
autores de la Regla de la Comunidad de Qumrán, Manuscritos del Mar Muerto ("odiar a los hijos de las tinieblas":
1QS I 4). En este sentido, Jesús nunca pudo mandar el amor hacia los romanos, enemigos del Reino de Dios, o
los judíos de las clases elevadas que colaboraban con los dominadores, como colectivo.

Seguiremos reflexionando sobre esta tesis, que debemos matizar.


Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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Viernes, 6 de Mayo 2016


Comentarios a esta entrada:
1.Publicado por Santiago el 10/06/2016 23:05

Estimado Antonio. La discusión sobre enemigos interiores o exteriores me parece irrelevante, de hecho supongo que los
cristianos nos hemos hecho a la idea de que hay que amar a "todos" los enemigos (con las excepciones lógicas).

Lo que me parece el quid de la cuestión es el concepto "amor", que es una abstracción, esclerotización, una congelación
de un verbo transitivo, de acción pura: "amar". Si comprendemos que amar es, como reza el dicho: "Obras son amores, y
no buenas razones" (transitivo); o como decía Jacinto Benavente: "No hay sentimiento que valga, amar es una ocupación
como otra cualquiera" (transitivo) el acto de, parafraseando a Fromm "Ocuparse activamente de la vida y el desarrollo de
aquello que amamos", no hay conflicto alguno entre amar a los de dentro y a los de fuera, salvo las mencionadas
excepciones.

Porque amar también es castigar (positiva y/o negativamente), si es necesario, para preservar la vida y el desarrollo, sean
los de amigos, como de enemigos internos o externos. Igual que debe utilizarse el refuerzo (positivo/negativo) con el
mismo propósito.

Así pues, expresiones como "mandar el amor" da la (sorprendente) impresión de desconocimiento del concepto, que se
asemeja más, como más arriba se dice, a sentimientos, emociones, pasiones, empatías, inteligencias memocionales, etc.,
alejadas del supremo raciocinio humano basado en, precisamente, el "Ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como
a ti mismo", nos guste o no, nos apetezca o no, nos surja de dentro o no. Porque es nuestra obligación como cristianos, si
es que comprendemos realmente qué significa eso.

Es por eso por lo que me parece un debate estéril, un ejemplo de virtuosismo sin fondo, toda vez que uno de los elementos
esenciales del mismo, el factor común, el que representa la clave suprema, no está definido adecuadamente o está
directamente malentendido.

Un placer leerte, como siempre.

Saludos cordiales

Santiago

Jesús de Nazaret y el amor a los enemigos. La ética de Jesús según R. Armengol (VIII) (632)
Escribe Antonio Piñero

Prometimos en nuestra postal anterior añadir una ulterior matización sobre el concepto de enemigo al que
Jesús se refiere cuando manda “amar a los enemigos”, pues sosteníamos que Jesús nunca pudo mandar el amor
hacia los romanos, enemigos del Reino de Dios, o los judíos de las clases elevadas que colaboraban con los
dominadores, como colectivo.
Hay que distinguir muy bien entre enemigo personal y público (cada fariseo en particular, sus “colegas” en las
líneas fundamentales de su fe judía, con los que Jesús discutía no eran “enemigos” estrictos, sino adversarios,
por mucho que discutieran entre sí. Los planes de matar a Jesús por parte delos fariseos, nada más empezar su
vida pública en Galilea, son una evidente exageración de los evangelistas (otra cosa serían los jefes delos
sacerdotes, todos saduceos y al final de su ministerio), como están de acuerdo prácticamente todos los
comentaristas, incluidos los católicos.
Y como Jesús no hace tal distinción (al menos en la tradición evangélica) tenemos que recurrir al trasfondo de
la Biblia hebrea que era la base del pensamiento de Jesús sobre los enemigos privados y los públicos.
La dificultad de la distinción reside en que ya en el griego de los LXX (o Septuaginta en latín, la traducción griego
muy antigua, comenzada hacia el 270 a.C. de la Biblia hebrea) el vocablo echthrós traduce de una manera casi
constante el hebreo 'oyeb que significa tanto el enemigo personal como el político-nacional. En su excelente
artículo "echthrós, échthra" (“enemigo/enemistad”) del Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament
(“Diccionario Teológico del Nuevo Testamento”) comenta Foerster cuán sorprendente es que los LXX y –menos
en Ester 9,16– eviten cuidadosamente polémios en los libros canónicos de lo que hoy llamamos Antiguo
Testamento.
En los escritos pseudoepigráficos del Antiguo Testamento (lo que llamamos “Apócrifos del Antiguo Testamento)
aparece esta última palabra, griego polémios (enemigo público; latín hostis)), más veces, pero la confusión entre
echthrós, polémios = inimicus/hostis = enemigo privado/público es total (columna 811).
En el Nuevo Testamento, ciertamente, echthrós significa el enemigo privado, como en Romanos 12,20 (“Antes
al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así,
amontonarás ascuas sobre su cabeza” = lo avergonzarás y le pondrás la cara roja) ; Gálatas 4,16 (“¿Es que me
he vuelto enemigo vuestro diciéndoos la verdad?”), pero uniéndose al sentido de los LXX, aparece este vocablo
para designar también a los enemigos de Israel. Así en el importante pasaje de Lc 1,71.74, el cántico de Zacarías
("Que nos salvaría de nuestros enemigos (echthrôn) y de las manos de todos los que nos odiaban, haciendo
misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza"), y en Lc 19,43, en la predicción sobre la
destrucción de Jerusalén. Igualmente en otros textos que hablan de los enemigos de Dios y de su Mesías (Lc
19,27; Flp 3,18; Hch 13,10).
Ahora bien, aunque, con el citado investigador Foerster (columna 813 del Diccionario que mencionamos arriba),
admito que no pueda establecerse desde el punto de vista de la lingüística ninguna distinción en Mt 5,43-44
(“«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros
enemigos y rogad por los que os persigan,”) entre enemigo público y privado esta conclusión no impele por sí
misma a pensar que Jesús ordenó expresamente el amor a los enemigos públicos en cuanto tales.
Y digo que –desde el punto de vista de la lengua no podemos establecer diferencias– porque el “enemigo” no
es solamente paralelo a “los que os persiguen” (de modo que de esta manera echtrós forma la contraposición
a plesíon, "prójimo", el connacional y copartícipe en la fe), sino que también se refiere al precepto del odio a los
enemigos públicos muchas veces nombrado en el Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, el mandato de eliminar
a los cananeos en lugares tales como Sal 31,7a 139,21. Echthrós (“enemigo público y privado) significa también,
en la parábola de la cizaña, Mt 13,24ss, y en Lc 10,19 el enemigo por antonomasia, en sentido absoluto, el
Diablo. Y si no podemos hacer distinciones en el plano de la lengua, el griego en la que están traducidos los
dichos de Jesús, no tenemos más remedio que obtener conclusiones generales de su comportamiento, tal como
lo pintan los mismos evangelios.
La verdadera dificultad reside en el texto de Mt 5,38.41, "presentar la otra mejilla", o "el que te obligue a andar
una milla, ve con él dos", puesto que parece que los dos ejemplos se refieren expresamente a prácticas
vejatorias de los romanos / mercenarios sirios contratados por ellos como miembros de las cohortes
establecidas en Israel que actuaban en contra de la población judía sometida. Mt 25,40 (“Y el rey les dirá: En
verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.”) es un
texto, sin duda secundario, aunque de tradición judía; es decir, no es adscribible al Jesús histórico – el amor al
enemigo se reduce intracomunitariamente a los hermanos. En los escritos joánicos el prójimo y el amor por él
queda reducido al amor fraterno intracristiano, sin duda. La parábola del Samaritano (Lc 10,30-37) no es una
verdadera dificultad, porque –aunque el que ejercita los actos de caridad para con el expoliado era en sí un
enemigo de Israel– actúa caritativamente en el ámbito de las relaciones privadas. Jesús en esta parábola
extiende extraordinariamente, sin duda, el concepto de prójimo, mucho más allá de lo que podían ni siquiera
imaginar el sacerdote o el levita, representantes del pensamiento judío de la época. El samaritano, en el ámbito
de las relaciones personales es un verdadero prójimo y debe ser amado. Como enemigo del Dios de Israel, en
otros contextos, tendría que ser combatido
Por tanto, si el pasaje de Mateo es auténtico, y parece tener todos los visos de serlo, tendríamos el hecho de
que Jesús manda amar realmente a los enemigos de Israel, que practican tales vejaciones. Hay que confesar que
este texto es anómalo en todo el conjunto de lo que podemos reconstruir de Jesús y que requiere una
explicación. Ésta puede hallarse tan sólo, creemos, en la consideración del contexto en el que se halla inserto.
Si se observa bien, el conjunto del Sermón de la Montaña se refiere a relaciones privadas, al ámbito de la moral
de rango personal: comenzando por la bienaventuranzas (al menos las tres reconocidas como auténticas 1.
"Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos". 2. "Bienaventurados los que tienen
hambre, porque serán saciados". 3. "Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán”) y siguiendo por la
observancia de la Ley, el discurso insiste en las relaciones entre dos particulares: no encolerizarse con el
hermano, ni siquiera desear la mujer del prójimo, prohibición del divorcio, del perjurio y de la venganza, la
limosna, la oración y el ayuno.
En el centro de esta constelación se halla el precepto del amor. ¿Debe considerarse roto el marco de las
relaciones privadas para pensar que Jesús proclamó el amor a los enemigos públicos y oficiales del Reino de
Dios? No parece verosímil. Y si Jesús lo hubiese querido afirmar de modo expreso, y ante tamaña novedad en el
seno de Israel ¿no esperaríamos una formulación mucho más clara? Como no es éste el caso, podemos sostener,
siempre dentro del ámbito de lo verosímil, que Jesús se refería en este texto aparentemente anómalo –lo mismo
que en la parábola del Buen Samaritano– a una extensión inusual del concepto de prójimo: desprovisto de su
carácter de ofensor o impedimento para la venida del Reino, y en otro contexto, el mismo fariseo, o saduceo,
que antes era "raza de víboras" podía y debía ser objeto de amor. Este texto del Sermón de la Montaña, por
consiguiente, no rompería la afirmación que hacíamos anteriormente: la ética de Jesús es doble: amor
incondicionado hacia dentro, hacia el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha y oposición sólo
hacia fuera, hacia los adversarios político-religiosos del Dios de Israel.
Si la argumentación que postula en Jesús una predicación del amor a los enemigos, incluso públicos, del Dios de
Israel, en cuanto tales fuera correcta, deberíamos esperar de las fuentes una presentación de Jesús practicando
este amor a los enemigos. En su vida pública, sin embargo, no parece que el Nazareno mismo fuera un modelo
de contención, paciencia y amor con sus enemigos. Las furiosas diatribas contra fariseos, saduceos y escribas
han llamado siempre la atención (véanse también los siguientes textos: Mt 10,16 "ovejas en medio de lobos";
Mt 11,20: ayes contra las ciudades impenitentes; Mt 12,39: "generación malvada y adúltera"; Mt 12,34: "raza
de víboras...", etc.).

Jesús es ciertamente sumamente original al extender de este modo el concepto de prójimo y ordenar este doble
precepto del amor, a Dios y al prójimo, incluyendo en este último término también a los "enemigos públicos"
cuando se hallan dentro del ámbito de lo privado. Debe reconocerse que el conjunto de la ética radical de
seguimiento para ser digno del Reino encaja y se explica mucho mejor en el ambiente social-político de una
ansiosa espera de una intervención celestial que acabara, entre otras cosas, con el odioso dominio gentil, como
colectivo, sobre Israel.

Saludos cordiales de Antonio Piñero


Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Domingo, 8 de Mayo 2016

Jesús de Nazaret y el amor a los enemigos. Precisiones de R. Armengol (IX) (633)


Escribe Antonio Piñero

Después de que he expuesto cuál es mi opinión sobre los textos jesuánicos del Nuevo Testamento que mandan
el amor a los enemigos, quiero recoger en algunas citas, amplias, las observaciones de R. Armengol, en las pp.
168-170 de su obra “El mal y la conciencia moral”, que estamos comentando que me parecen sensatas:
»El amor y la compasión, mucho más el primero que el segundo, persiguen el bien de los otros y es mucho más
difícil beneficiar que dejar de perjudicar. El respeto evita el perjuicio, el amor persigue el beneficio del
congénere. De todo lo anterior se desprende que pongamos al respeto como el principal de los sentimientos
morales al ser más frecuente y al poder ser exigible.
»El amor, como otros sentimientos, no se puede exigir mientras que el respeto, mirar para no dañar, es exigible
en cualquier relación humana. Sería el que fundamenta el mayor de todos los deberes: no causar el mal cuando
se puede evitar.

»Cuando decimos que el amor no se puede exigir nos referimos al aspecto sentimental del amor, al afecto, no
se hace referencia al aspecto comportamental o beneficiente del amor. En los Proverbios bíblicos y en el
mensaje de Jesús con mayor determinación se prescribe hacer el bien al enemigo. «Amad a vuestros enemigos
y rogad por los que os persiguen», dice Jesús. Pero este precepto no puede decir ni dice “tendrás afecto por el
enemigo”.
»Estoy en parte de acuerdo con la opinión de John P. Meier, el especialista católico en el Nuevo testamento. En
el volumen IV de su libro Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico (Editorial Verbo Divino, en curso de
publicación aún ) al referirse a los mandamientos de amor de Jesús escribe: «“Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”. Como sucede en el Deuteronomio, en esta parte del Levítico la palabra “amor” tiene el sentido concreto
de querer el bien y hacerlo, no simplemente el de experimentar un sentimiento de afecto más o menos intenso»
(p. 497). «Además, como indica la enseñanza de Jesús a lo largo de los evangelios, es un amor verdaderamente
bíblico, judío. Aunque sin estar divorciado de las emociones, no es una cuestión de sentir el bien, sino ante todo
de querer hacer el bien» (p. 534). «Jesús no incurre en el absurdo de ordenar que se experimenten determinadas
emociones. Lo que él manda a sus discípulos es que quieran el bien para sus enemigos y que les hagan el bien,
cualesquiera que sean los sentimientos que los discípulos abriguen hacia ellos, y sin que importe que los
enemigos sigan siendo enemigos a pesar del bien del que hayan sido objeto. Conviene hacer hincapié en este
último punto» (p. 537).
»Se hubiera podido decir: «Sed benefícientes con vuestros enemigos». Si se entiende el mandamiento de Jesús
como la ayuda al enemigo o al adversario aunque no haya afecto no es imposible cumplir con el mandamiento.
No dijo Jesús nada descabellado. ¿No nos hemos comportado de este modo en alguna ocasión?
»Acerca de los mandamientos de amor de Jesús propongo que el Maestro estableció una diferencia entre amar
a los demás, incluso al enemigo, y a «amar al prójimo como a uno mismo» tal como aparece en Levítico (19, 18).
La clave para entender el pensamiento de Jesús la ofrece Lucas (10) al escribir sobre el Samaritano.
»¿Quién es el prójimo para Jesús? «¿Quien de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de
los salteadores?» (10, 36), pregunta el Maestro. Según lo escrito por este evangelista el prójimo del herido y
maltratado, tal como propone Jesús, no es todo el mundo, no es cualquiera, no es el sacerdote o el levita –el
auxiliar del sacerdote– que pasaron de largo, sino quien le socorrió, el buen samaritano. El herido puede amar
al samaritano, y sólo a él, como a sí mismo porque éste es su prójimo. No suele entenderse de este modo, pero
creo que este es un asunto muy importante.
»El sagaz Hegel también se equivocó en su juventud al interpretar este pasaje evangélico en su Historia de Jesús.
Hegel, como hacen muchos, dice que el prójimo del samaritano es el herido (pp. 58-59), pero no observa que lo
que quiere decir Jesús es diferente, el Maestro parece que quiere dejar claro que el prójimo del herido es el
samaritano.
»Entiendo que Jesús formula una interpretación muy precisa de lo prescrito en Levitico 19,18. Él recomendaba,
en primer lugar, amar a todos, es decir, no causar dolor o daño a nadie, ayudar si se podía, incluso al enemigo
y, en segundo lugar, amar como a uno mismo al prójimo, a aquél o a aquélla que te ayuda o te ha ayudado, te
ha socorrido, a aquellos que no te dejan tirados, éstos son el prójimo al que se puede y se debe amar como uno
mismo. De ser así Jesús fue un pensador muy realista.
»Jesús tenía un conocimiento muy grande del Antiguo testamento y parece que cuando prescribe: «Amad a
vuestros enemigos» tiene en cuenta a lo dicho en los Proverbios bíblicos: «si cae tu enemigo, no te alegres; si
tropieza, no lo celebres» (24,17) y «si quien te odia tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber»
(25, 21). La anterior interpretación sobre las palabras de Jesús referida al afecto concuerda con la de la mayoría
de los estudiosos de la Escritura. Así, pues, puede mejorarse el comportamiento, pero no el afecto. En este
sentido, el referido al afecto, decimos que el amor no es abundante ni exigible.
»El amor es un afecto que implica y empuja a hacer el bien, a ayudar al necesitado, a velar por su bienestar
aunque no lo necesite por el momento, amar significa, también, prevenir un mal futuro para el amado. Además,
el amor requiere dar de lo propio a quien es amado si lo necesita. Pero, atención porque esta donación, este
tipo de amor, no puede ser general, de ahí que sólo se puede amar a los demás como a uno mismo, si como a
mí entender hace Jesús, se define bien quien es el prójimo.
»Si se define el amor de este modo puede decirse que no se puede exigir un amor afectuoso para el enemigo,
es suficiente con dejar de hacerle el mal y darle de beber si tenemos agua y él no la tiene. No se puede amar al
enemigo como amamos al hijo o a la pareja. No se puede amar a los verdugos de Jesús como se le puede amar
a él. Con todo, no digo que Jesús no pudiera amar a quienes le crucificaban, fue un ser muy especial. En
conclusión, me parece que amar al prójimo como a uno mismo es mucho más difícil e infrecuente que
respetarle, no causarle daño. De ahí que nos conformemos con el respeto y no esperemos que el amor
fundamente la moralidad.
»Para concluir sobre este tema, adoptamos la compasión como sentimiento moral y no lo hacemos con el amor
por lo siguiente: la compasión puede mover a dar algo de lo propio, pero no siempre lo consigue mientras que
cuando hay amor damos siempre algo de lo propio cuando se necesita. La compasión es un freno ante el mal.
Dar de lo propio es bastante infrecuente por ello no se podría incluir al amor como basamento de la moralidad.

No tengo mucho que comentar. Espero que los lectores caigan en la cuenta que su propuesta, comentando a
su vez la tesis de John P. Meier («que quieran el bien para sus enemigos y que les hagan el bien, cualesquiera
que sean los sentimientos que los discípulos abriguen hacia ellos, y sin que importe que los enemigos sigan
siendo enemigos a pesar del bien del que hayan sido objeto. Conviene hacer hincapié en este último punto»)
podría enfocar desde otra perspectiva las diferencias que hace G. Puente Ojea siguiendo a Karl Schmitt (que he
citado en las dos postales anteriores) entre enemigo público y enemigo privado.
Pero observo que no aparece en los evangelios un Jesús que ayude o haga el bien a sus enemigos, por ejemplo,
a herodianos y a saduceos. Sí alaba en ocasiones a algunos fariseos/escribas/doctores de la Ley cuando cree que
profieren o mantienen una sentencia recta (por ejemplo, Mc 12,34 a propósito de un escriba “Y Jesús, viendo
que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios»”)… Pero en la mayoría de las
ocasiones se muestra con todo ellos nada amable, sino a veces muy hiriente y ofensivo.

Concluiremos pronto.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com

Lunes, 9 de Mayo 2016

La moral “interina”, la más significativa de Jesús, es imposible de cumplir en la práctica de una vida diaria.
Otras observaciones sobre el libro de R. Armengol (X) (634).
Escribe Antonio Piñero

Vamos acercándonos a una síntesis de lo dicho hasta ahora: dejando aparte la ética general de Jesús –que como
escribí ya– está tomada del Antiguo Testamento y del judaísmo helenístico, que podía aplicarse totalmente a la
vida diaria de un israelita del siglo I, que es la moral que todos conocemos desde el catecismo, y que es “buena”,
según R. Armengol, esa otra ética, la propia de Jesús, la que vale solo para los momentos inmediatamente
anteriores a la venida del Reino de Dios no es aplicable ni en el siglo I ni ahora, salvo en breves momentos y con
fines específicos.
Una sociedad duradera como incluso reconoce un exegeta nada propenso a etiquetar de "interina" la ética de
Jesús como Helmut Köster, en su justamente famosa Introducción al Nuevo Testamento (versión española de la
Editorial Sígueme, Salamanca 1988, p. 588) no puede regirse por las normas propugnadas por Jesús el Nazoreo,
puesto que no puede elevarse a categoría de ley intemporal las consecuencias de la llamada al seguimiento: el
desprendimiento absoluto (¡venta!) de todos los bienes necesarios para el sustento, el sufrimiento acarreado
por una no aceptación del "mundo", cargar con la cruz, etc. (cf. Mc 8,34) y la práctica disolución de los vínculos
familiares significarían el fin de cualquier sociedad organizada.
Esta distinción que proponemos entre la ética del seguimiento (fundamento del anacoretismo cristiano) y la
ética “normal” del Antiguo Testamento elaborada por un Jesús –que sigue, sin saberlo probablemente, las
directrices del judaísmo helenístico, muy influido por la religiosidad griega– nos parece una distinción razonable
y no pretende negar la evidencia de los textos evangélicos mismos. Es cierto que, aunque en el Sermón de la
Montaña tales imperativos que hemos calificado de “interinos” no aparecen nunca motivados expresamente
por el fin del mundo inmediato, sí es claro por todo el contexto de la predicación de Jesús –orientada al próximo
advenimiento del Reino– que estos mandamientos se hallaban condicionados justamente por esa situación
especial de Jesús y sus oyentes. Fuera de ella son en la práctica, como hemos afirmado, imposibles de cumplir.
Y, de hecho, quienes han pretendido llevarlos a cabo al pie de la letra han debido huir del mundo y negar unas
realidades que fueron creadas por Dios –según las tesis del Génesis– como buenas para el común de la
humanidad.
Otras afirmaciones de Rogeli Armengol en su libro (pp. 17-19) como las que siguen a continuación me parecen
muy sensatas. Así “El Maestro del Evangelio, como le llamaba Kant, fue un profeta que quiso reformar la teología
y la ética judía y las hizo más humanas al acercarse siempre, en nombre de un Dios amoroso, a los pobres,
desvalidos y dolidos”; según la opinión de muchos expertos con prestigio es dudoso que él se creyera el Mesías
o Ungido, el Khristós dicho en griego, que esperaban los judíos creyentes”.
Es también interesante la comparación de la ética de Jesús con la moralidad que se atribuye a Buda en las
fuentes: “Al decir que la doctrina de Buda es menos buena que la de Jesús estoy gobernado por mi ideología.
En este caso por mi ideología que hace del dolor y el daño lo fundamental para discernir el bien y el mal.
Entiendo, aunque puedo caer en el error, que Jesús, a diferencia de la mayoría de filósofos y de otros religiosos,
estuvo siempre atento al dolor de sus semejantes e hizo del dolor y el daño el criterio principal de su mensaje.
Jesús siempre oyó y atendió el lamento de las víctimas y de los desgraciados mientras que Buda quizá estuvo
más atento al perfeccionamiento personal”.
No puede sino estar muy de acuerdo con que “Si se acepta que Platón alteró gravemente el pensamiento de
Sócrates mi comentario acerca de que podríamos saber más del pensamiento de Jesús que del de Sócrates
tendría fundamento. Al respecto debe recordarse que Platón, sin pestañear, atribuye a Sócrates la doctrina
platónica de las Ideas o Formas y algunas afirmaciones contenidas entre otros lugares en República que es del
todo imposible que Sócrates hubiera formulado. Si Platón atribuyó a Sócrates la teoría de las Ideas, pudo
atribuirle otras muchas concepciones y en relación a ello lo escrito por Aristóteles en su Metafísica a mi modo
de ver es una clara denuncia de Platón: «Sócrates no atribuía existencia separada a los universales ni a las
definiciones. Sus sucesores, en cambio, los separaron, y proclamaron Ideas a tales entes, de suerte que les
aconteció que hubieron de admitir, por la misma razón, que había Ideas de todo lo que se enuncia
universalmente» [1078b30].
Igualmente opino que es sensata la observación de que “los evangelistas no fueron historiadores sino hombres
de fe, teólogos que –como le sucedió a Sócrates– según manifiestan los exegetas actuales, atribuyeron a Jesús
algunos dichos o concepciones que hoy en día casi nadie considera hechos históricos que se puedan a asignar
al maestro de Nazaret. Debe recordarse que los evangelios fueron escritos bastantes años después que las cartas
de San Pablo y los evangelistas, sobre todo, Marcos y Juan fueron muy influenciados por la teología de Pablo en
lo relativo a la soteriología, la salvación de las almas. Pablo fue el primero en propagar que Dios envió al mundo
a Jesús para ser sacrificado y, mediante este sacrificio, redimir a los humanos”.
No es desdeñable en absoluto el comentario de Armengol a la parábola del Buen Samaritano:
»El sencillo se dice a sí mismo: no se debe causar dolor y daño, debo ayudar al dolorido si puedo. Para entender
bien lo anterior lo mejor es leer el Evangelio de Lucas [10, 29-37]. El maltratado que iba de Jerusalén a Jericó es
auxiliado y salvado por un hombre, un samaritano, que seguramente no creía exactamente lo mismo que los
creyentes judíos, el sacerdote y el levita, que ven al herido y pasan de largo.
»A mi juicio una gran enseñanza escondida en esta parábola radica en el tipo de persona escogida: un
samaritano. El conflicto religioso y humano entre los habitantes de Judea y los de Samaría era secular, los judíos
consideraban que los samaritanos eran seres algo inferiores, pero no obstante Jesús era amigo de ellos. Los
judíos odiaban a los de Samaria. El templo de Jerusalén era el lugar sagrado de Israel, en su centro estaba el
Debir, el Santo de los santos, el Santísimo, un recinto en forma de cubo de 10 metros de lado, siempre cerrado
y completamente vacío en tiempos de Jesús donde residía la Presencia de Dios. Nadie excepto el Sumo
sacerdote podía entrar en el Debir y lo hacía una sola vez al año, el gran Día de la Expiación, el Yom Kippur. Los
samaritanos no reconocían la grandeza única del monte Sión en Jerusalén donde se construyó el Templo, ellos
creían que el Templo verdadero debía elevarse en el monte Garizín, cerca de la antigua Siquén en Samaria.
Pensaban que los sacerdotes que oficiaban en el Templo de su monte eran los legítimos de la ley mosaica y no
reconocían a los sacerdotes del templo de Jerusalén. De la Biblia hebrea, el Tanaj o Antiguo testamento,
compuesto por 24 libros, los samaritanos sólo aceptaban 6 como canónicos, el Pentateuco y Josué.
»La potencia de pensamiento de Jesús se muestra en este pasaje evangélico: el Maestro prescinde de la
ideología, entiendo que expresamente, y pone el acento en las obras. El justo no es aquél que sostiene una
buena ideología religiosa sino quien ayuda. Jesús está por encima de las creencias y los dogmas. Se salva quien
ama a Dios y cumple con los mandamientos como le dice al joven rico, «si quieres entrar en la vida guarda los
mandamientos» (entre otros, Mateo 19, 17). La fuente del humanitarismo mana por caños de diferente grosor,
a veces el de la compasión es el mayor y más abundante”.
Como escribí ayer, concluiremos pronto.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Martes, 10 de Mayo 2016

Comentarios a esta entrada:


1.Publicado por Gabriela el 04/06/2016 18:18

Seguramente reconoce la cita

1 Corintios 2:14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no
las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

Le recomiendo un buen libro de Dietrich Bonhoeffer ¨El precio de la Gracia

Reflexiones para Antonio Piñero sobre la violencia de Jesús enviadas por Rogeli Armengol (Conclusiones: y
XI)
Escribe Rogeli Armengol, con un apéndice de Antonio Piñero
Cuando escribí que «se hace evidente que una doctrina violenta no es la de Jesús» me proponía poner de relieve que ante
la ferocidad, dolor y daño causados por una bárbara institución creada por las iglesias que decían seguir el mensaje de
Jesús, éste no sólo hubiera condenado la Inquisición sino que se hubiera sentido horrorizado. En el supuesto que como
usted defiende Jesús no hubiera condenado la violencia y se hubiera rodeado de algunos violentos pienso que tal cosa no
le hubiera impedido condenar a la Iglesia católica romana y a la Iglesia calvinista sin olvidar al violento Lutero, éste sí
violento según está documentado.

Si Jesús fue partidario de la violencia u hostilidad contra el enemigo –hostilidad y violencia, palabras diferentes en este
contexto–, este enemigo no era quien mantenía ideas o concepciones diferentes relativas a la religión, sino que era el
opresor de Israel. También el buen Sócrates luchó contra los enemigos de Atenas. Jesús pudiera haber luchado, –aunque
no lo hiciera–, contra los enemigos de su patria o de su pueblo, pero tal cosa, según mi criterio, no echaría por tierra sus
propuestas éticas como no destruyó las de Sócrates por haber guerreado por su ciudad, guerreó por su ciudad a pesar de
que sus propuestas éticas no incluían la violencia.

Por otra parte, en relación con los principios morales me costaría admitir que Jesús hubiera autorizado u organizado una
institución y unos horribles métodos como los de la Inquisición, en esta ocasión, contra el enemigo romano. Hay modos y
grados en lo relativo a la violencia, al amor, a la venganza, modos y grados que se dan en todos los componentes del grupo
humano. Quizá se puede defender que la violencia se insinúa en el Corán, pero no todos los musulmanes se adhieren a la
violencia de alguna variante eclesial o grupal dentro del islamismo como la salafista y yihadista.

Es muy evidente que Pablo y los evangelistas divulgaron aspectos legendarios y quizá mintieron a sabiendas acerca de la
vida, la conducta o el mensaje de Jesús. Como muestra se puede tomar de Pablo «Después se apareció a más de quinientos
hermanos a la vez», de Mateo, en todo tan exagerado y rígido, «Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos
difuntos resucitaron»; Lucas que al parecer gustaba de la resurrección de muertos nos explica en Hechos que también
Pedro y Pablo resucitaron muertos. No obstante, como expone usted y otros muchos expertos, algunos dichos de Jesús
referidos por los evangelistas pueden considerarse históricos. En lo relativo a la violencia de Jesús en base a los indicios
evangélicos sobre su violencia o, mejor todavía si deberíamos tener a Jesús por un personaje violento me pregunto a raíz
de lo escrito por usted: «los discípulos de Jesús iban armados, con armas pesadas, es decir espadas de combate»: ¿el
hecho de que algunos discípulos, no parece que el rabí también, fueran armados indica con certeza que fueran armados
para iniciar combates contra los romanos o puede pensarse también que iban armados para poder defenderse de algún
ataque? ¿Debemos suponer que Jesús fue el maestro y jefe de un grupo armado guerrillero?

Pero lo que me parece más importante sería lo siguiente: las referencias evangélicas al pacifismo, tolerancia y
mansedumbre convivencial –publicanos enemigos de Israel y amigos de Roma, por ejemplo– ¿fueron invenciones de los
evangelistas? No creo, y pienso que Piñero nunca lo ha dicho.

Por otra parte, me inclino a pensar que en lo relativo al amor al enemigo, aunque fuera inimicus, el relato de Mateo y
Lucas –el de Lucas como de costumbre es menos rígido, menos exagerado– acerca de la mejilla siempre me ha parecido
un relato legendario, exagerado. No me encaja con la vida y mensaje de Jesús un tal sometimiento al agresor aunque fuera
de la propia tribu y pueblo, es suficiente con decir y propagar: no devuelvas mal por mal, abstente, no recurras a la
venganza, ayuda a quien te ha ofendido si puedes ahorrarle un dolor y si hay demanda sincera de perdón –como dice
Lucas a diferencia de Mateo–, perdona.

En las últimas páginas de mi libro destaco como virtudes o valores altamente apreciables la amabilidad y la generosidad
porque promueven una vida mejor al grupo humano. Usted las posee. He conocido a cantidad de académicos y uno no se
encuentra a menudo con personas amables y generosas y que además gusten de vivir con ecuanimidad. Además, me
admira su capacidad de trabajo, más todavía si pienso que es mayor que yo –unos cinco meses–. Aunque yo no sea un
holgazán observo sorprendido y con estima tanto amor por el trabajo, por el trabajo bien hecho.

Para mí es evidente que usted no habla nunca del galileo armado, esto lo hace Montserrat entre otros, pero sí que puede
ser útil que lo repita para que personas que parecen honestas, como alguna de sus comentaristas, entre sus seguidores,
no se confundan.
Para terminar y para volver al principio de este escrito diré que lo que no me encaja en absoluto con el quehacer y la
doctrina de Jesús es que hubiera bendecido a los crueles eclesiásticos, empezando por Tomás de Aquino y siguiendo con
el Papa Paulo IV, que mandaron la tortura y la muerte o torturaron y mataron de forma sádica a cristianos reformados,
entre otros muchos. Violento o no contra el poder romano entiendo que Jesús se hubiera horrorizado de lo que estos
violentos eclesiásticos hicieron en su nombre. Esto es lo que yo quería mostrar acerca de lo escrito: una doctrina violenta
no es la de Jesús.

Rogeli Armengol

Barcelona, 8 de mayo de 2016

Y con estas palabras del autor, enviadas por correo electrónico, termino la serie de comentarios sobre el libro El mal y la
conciencia moral. La fuerza de las ideologías, el respeto, el amor, el odio. Editorial Comte d’Aure, Barcelona 2014.

Para mí, este libro es una reflexión muy clara, bien argumentada, sintética, sobre la ética en nuestro tiempo y sobre cómo
puede encajar en ella la figura de Jesús de Nazaret y las ideas centrales de su sistema moral/ético. Es un libro lleno de
sentido común y que ilumina ciertamente un caminar seguro y social por la selva en la que algunos pretenden convertir
nuestra convivencia humana en el siglo XXI.

Saludos cordiales de Antonio Piñero


Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Jueves, 12 de Mayo 2016

Comentarios a ésta entrada:

1.Publicado por Mamame la verga el 06/09/2016 09:05 (desde móvil)

Haber pinches mierdas tu y el otro ojete de Piñero. Vengan a mamarme las bolas.

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