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Sobre el objeto del deseo, de la pulsión y del amor

Condición, contingencia y elección

El presente trabajo nace del interés por la noción de objeto en psicoanálisis. Tema que
ha sido motivo de confusiones, discusiones y de la división de escuelas psicoanalíticas.
Sin duda, se trata de un campo polémico y vasto que se puede trabajar desde diversas
ópticas. La que en esta ocasión me interesa abordar es la descripción y articulación entre
el objeto del deseo, la pulsión y el amor, ya que a mi parecer, tener una idea clara de la
diferencia del objeto en estos niveles es fundamental para poder hacer articulaciones
con otras dimensiones clínicas como son el síntoma y el fantasma. Para esto, se
retomaran textos freudianos, donde considero que estas tres dimensiones del objeto
son notoriamente delimitables.
Parto de la idea de que objeto del deseo, la pulsión y el amor tienen una multiplicidad
de articulaciones mutuas que es posible dilucidar en la obra de Fred y que sin embargo,
se suele pasar permanentemente de uno a otro sin que se establezcan las diferencias
pertinentes. Si bien en la clínica esta serie de objetos es inseparable, a la hora de trabajar
la teoría es pertinente pensar las diferencias y los puntos en común a fin de evitar
confusiones que desvirtúen la riqueza de los descubrimientos freudianos al respecto.

El objeto del deseo.


Encontramos que en la teoría de Freud, el primero en hacer su aparición fue el objeto
del deseo, del cual ya hablaba en el Proyecto, pero que en el capitulo VII de la
interpretación de los sueños encontramos más definido. Cuando Freud habla de la
experiencia de satisfacción crea el paradigma que permite articular los tres objetos que
me interesa trabajar aquí, pero vayamos por partes.
Freud ubica entonces, en éste texto el objeto perdido sexual infantil, cuya búsqueda,
será el motor del trabajo del inconsciente del sujeto. Algo importante por señalar es que
Freud establece una distinción tajante entre necesidad y deseo. La primera se satisface
por medio de una acción específica, mientras que la segunda, a través de la búsqueda
de una identidad perceptiva (alucinatoria). Esta diferenciación establece una brecha en
lo que se podría pensar como la complementariedad sujeto-objeto en la satisfacción
humana. La realización del deseo aparta al sujeto de lo que es la necesidad, lo encamina
en una búsqueda que desde una perspectiva adaptativa es infructuosa, búsqueda que
sigue el camino de la repetición, de aquella primera experiencia mítica que deja una
huella que se marca sobre un fondo de nostalgia porque el objeto quedó perdido para
siempre. La memoria de esta huella servirá como punto de llegada al que nunca se
arribará. La alucinación simula, pero no alcanza, siempre de ahí en más el deseo va a
constituir un rodeo.
El objeto del deseo es entonces, un objeto perdido que el sujeto buscará eternamente
reencontrar. Ahora bien, sabemos que Freud habla del pecho materno como objeto de
esa satisfacción primera, este pecho aparece como una de las formulaciones posibles de
ese otro inolvidable que Freud ubica en una carta a Fliess cuando describe el ataque
histérico no solo como descarga, si no como una acción “(…) cuyo objetivo es la re-
producción de placer (…) Apunta a otra persona, pero fundamentalmente a ese otro
prehistórico, inolvidable, ese otro al que nadie luego igualará.”[1]

El objeto de la pulsión.
En 1905[2], hace su aparición el objeto de la pulsión, muy cercano al objeto del deseo,
pero con cualidades diferentes a éste. Es en Tres ensayos para una teoría sexual donde
Freud establece algunos de los ejes fundamentales de su teoría pulsional, como lo son
la sexualidad infantil perversa polimorfa donde encontramos el carácter parcial de la
pulsión, el autoerotismo, las zonas erógenas y la variabilidad de su objeto.
En Pulsiones y destinos de pulsión el objeto de la pulsión parcial es definido como el
medio mediante el cual la pulsión alcanza su meta, es decir, su satisfacción. Dicho
objeto, es variable, en el sentido de que no esta originariamente enlazado a la pulsión,
si no que se le coordina a consecuencia de su aptitud para procurar su satisfacción.
Puede ser un objeto externo o del propio cuerpo y cuando se produce un lazo íntimo
entre éste y la pulsión, se produce una fijación, lo que entra en contrapunto con esa
variabilidad, mencionada anteriormente, ya que suprime la movilidad del objeto y hace
surgir la dificultad a desprenderse de él[3]. En palabras de Rabinovich: “puede
apreciarse que el objeto de la pulsión, a través de su carácter instrumental, aparece
como reconstituyendo un nuevo nivel de la acción específica perdida a nivel de la
necesidad, designando una satisfacción propia del sujeto y no del organismo biológico”.
[4] Se puede pensar entonces que en la satisfacción pulsional hay una búsqueda de la
recuperación de ese objeto de deseo perdido del que hablamos anteriormente.
Cabe señalar, que Freud dice que en la vida sexual adulta normal la consecución del
placer se pone al servicio de la función de reproducción y las pulsiones parciales, bajo el
dominio de una única zona erógena, la genital. Lo que llevará a la búsqueda de la meta
sexual en un objeto ajeno y con esto introducimos a nuestro siguiente objeto, el del
amor.

Objeto de amor.
Esta tercera dimensión del objeto conforma una serie que Freud manifiestamente
separa de la serie de los estadios libidinales propios de la pulsión parcial, serie que
nombra como serie de “la elección de objeto”[5], la cual guarda estrecha relación con la
introducción del concepto de narcisismo. Hay una articulación inseparable entre el
narcicismo y este objeto, misma que hace del yo un objeto propio de la libido. El
desarrollo libidinal implica un paso del autoerotismo al amor objetal. Cuando el sujeto
reúne sus pulsiones parciales, en un objeto total, es su propio cuerpo el que se le ofrece
como objeto de esta unificación.
De igual manera que la pulsión se articula en torno a un objeto instrumental, que va de
la variabilidad a la fijación, la elección de objeto se despliega entre la elección narcisista
y la elección anaclítica o de apuntalamiento.[6] En el primer tipo de elección se ama lo
que uno mismo es, fue, querría ser o a alguien que fue parte del sí mismo propio. En el
segundo tipo, se ama en base al modelo de la madre nutricia o el padre protector. En
este texto Freud oscila entre el uso del termino objeto sexual y objeto de amor.
Puntualiza que el niño originalmente tiene dos objetos sexuales originarios, él mismo y
la que hizo las veces de madre. El primero instala la elección narcisista, el segundo, la
elección anaclítica. La meta en la elección de tipo narcisista es pasiva (el sujeto busca
ser amado), mientras que en la anaclítica se produce una identificación activa con alguna
de las dos figuras, madre o padre.
Freud relaciona el amor con el autoerotismo. Plantea que el amor tiene como fuente la
capacidad del yo de satisfacerse de manera autoerótica[7], satisfacción que le es
proporcionada por una ganancia de placer de órgano, lo que surge como sostén del
narcisismo.
Por otro lado, en Psicología de las masas y análisis del yo[8], se examinan las relaciones
entre la identificación, el amor y el objeto. Puede apreciarse que este texto muestra la
articulación entre la identificación primera, el Ideal y el narcisismo. El lazo primero, es
situado en relación al objeto amoroso, diferente del objeto sexual el cual se establece
cuando se completa el complejo de Edipo. El objeto de amor, objeto de la identificación
primera, puede devenir objeto sexual. Freud trabaja el ejemplo del varón, en su
identificación primaria con el padre, por lo que en el caso de devenir éste objeto sexual,
se tendría como resultado la homosexualidad del complejo de Edipo invertido. Freud
arriba a una diferenciación entre “identificación” y “elección de objeto”, en función de
una lógica del ser y del tener. En el primero de los casos, se quisiera ser el objeto como
fuente de satisfacción, en el segundo, tenerlo.
La diferenciación entre ser y tener, puede repensarse en función de su relación el ideal
y el falo[9]. En función al ideal, en la identificación y por lo tanto, de lado de la lógica del
“ser”, el sujeto debe realizar importantes esfuerzos para moldear su propio yo al modelo
que lo encarna. Por otro lado, en la elección de objeto lo que se puede apreciar es que
se idealiza al objeto de amor. Encontramos después que Freud hace la distinción entre
objeto amoroso y objeto sensual[10]. Existen dos corrientes dirigidas al objeto
incestuoso, la corriente tierna y la sensual. La primera se presenta inhibida en su meta,
mientras que la sensual permanece inconsciente. Cuando el sujeto se enamora, la
corriente tierna, la pulsión inhibida, promueve la sobrevaloración del objeto al cual se
trata como al propio yo, encontramos entonces que el objeto es un sustituto del ideal,
donde la dimensión del tenerlo se enmarca dentro del narcisismo. El yo cede entonces,
una carga libidinal, al objeto elegido, el cual pasa a representarlo.
Podemos observar, que la dimensión ideal, es inseparable de la identificación amorosa
en la elección de objeto, sin embargo, el sostén de esa identificación lo aporta una
dimensión pulsional que queda velada, recordemos lo mencionado en párrafos
anteriores: “el amor tiene como fuente capacidad del yo de satisfacerse de manera
autoerótica, satisfacción que le es proporcionada por una ganancia de placer de
órgano”. Se volverá a esto más en detalle en el apartado siguiente.

Condición, contingencia y elección.


Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca.
Adán y Eva, poema de Jaime Sabines[11].
Retomaremos la experiencia de satisfacción, ya que el objeto primero, la madre,
desempeña un papel importante en las tres dimensiones del objeto de diferente
manera, por un lado representa ese otro inolvidable que en función del desamparo y la
indefensión permite el surgimiento del objeto del deseo como diferente del de la
necesidad, y por otro, se articula con el objeto pulsional, encarnado en el pecho. Y con
el complejo de Edipo, en tanto que consolida el objeto en la elección amorosa.
Tenemos entonces que el pecho, aparece como una de las formas posibles de ese otro
y que por lo tanto, esta experiencia de satisfacción es anterior al autoerotismo. La
pérdida del objeto del deseo se ubica entonces como el primer tiempo, como la
condición lógica necesaria para la aparición de las otras dos series de objeto. Los objetos
de la pulsión y el amor vienen a ser formas de sustitución del objeto perdido del deseo.
Una dimensión importante que se vuelve indispensable señalar es la dimensión de
pérdida. Rabinovich ubica tres perdidas diferentes en lo que hace a estos objetos[12]:
1) La perdida del objeto de la necesidad en pos del surgimiento del deseo
2) La perdida de un objeto real que establece que éste se incorpore dando lugar al
autoerotismo.
3) La pérdida del objeto como objeto de amor, de ese otro primordial.
Ubicamos entonces en estas tres pérdidas nuestros tres términos claves: el deseo, la
pulsión y el amor, donde, como se dijo anteriormente, la primera pérdida, es condición
de las otras dos.
Encontramos que el autoerotismo es el punto de partida común entre las dos series de
objeto, la pulsional y del amor. De ahí parten y de ahí se separan. La serie pulsional toma
al otro como un apoyo, se apuntala en la necesidad y hace uso de una parte del cuerpo
(zona erógena) para proveerse de una satisfacción que produce lo Freud llama “placer
de órgano”. La elección de objeto, por su parte, remitirá a otro sexuado, en tanto
persona. Ahora bien, en lo referente al objeto en la pulsión, Freud nunca habla de
elección, por lo contrario, subraya su carácter contingente y su posible fijación. El objeto
pulsional es producido por una contingencia corporal que se organizará en torno a las
aberturas del cuerpo. Ahora bien, es contingente en modo lógico, pero, una vez
producida esta contingencia deviene necesidad lógica. Es decir, lo que primero es un
accidente, deviene algo necesario en la estructura. El encuentro del niño con el este
otro, toca al cuerpo, se encarna en él y lo divide en pedazos que formaran las zonas
erógenas y el circuito pulsional.
Volviendo a la idea de que el autoerotismo es común a ambas series, esto se puede
apreciar en las formas previa del amor, donde se observa como lo autoerótico y esa
sexualidad perverso polimorfa infantil, continúa operando en los adultos.
El autoerotismo es condición del narcisismo y en éste se produce una inserción del
autoerotismo en los intereses organizados del yo, anudándose a la función
homeostática y de síntesis del mismo, lo cual permite el establecimiento del amor como
diferente de la pulsión parcial. Aquí se situaría el nacimiento del amor. Lo sexual se
incorpora al Yo en la medida en que alguna pulsión se inmiscuye en él. Se puede
observar que en las formas preliminares del amor, se presenta un anudamiento de
ambas series, lo que implica un forzamiento de la pulsión al campo del principio del
placer. El más allá de lo pulsional, es domesticado a través de la inclusión en el campo
del yo. El surgimiento del objeto propio del amor se ubica justo ahí donde el principio
del placer intercepta el más allá, ahí donde éste puede constituirse como sustituto del
objeto del deseo.
Como se menciono anteriormente, la dimensión del ideal es inseparable de la
identificación amorosa en la elección de su objeto. En la transferencia, esto opera de la
misma manera. Es por ello que en la clínica, se vuelve necesario separar la dimensión
del objeto propio de la pulsión, del ideal y su objeto. Es decir, poner distancia entre el
objeto de la pulsión, que rehúsa las totalizaciones idealizantes del objeto de amor y del
ideal del yo, que rige esas totalizaciones ya sea en su carácter narcisista o anaclítico.

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