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A.- Generalidades:
A.1.1.- Derecho Objetivo (Eduardo García Maynes): conjunto de normas que rigen
la conducta de los hombres en la sociedad. Es el orden de relaciones sociales o
simplemente un conjunto de normas que pueden ser imperativas, porque imponen
deberes al sujeto, o atributivas, cuando conceden facultades a éste.
Tanto el derecho objetivo como el derecho subjetivo llevan implícitos el ideal de ser
actuados de manera espontánea por quienes están llamados a acatar el ordenamiento
jurídico. Sin embargo cuando esa sujeción al cumplimiento de la norma no es
voluntaria, se origina el conflicto que lleva a que el afectado busque la realización del
derecho a través de un medio eficaz, a que se cumpla forzadamente, aún contra el querer
del sujeto llamado a cumplir con su deber. Esta cuestión problemática se soluciona a
través del proceso jurisdiccional.
El proceso será un medio o instrumento para lograr la realización del derecho sustancial
y, en consecuencia, las normas que lo regulan tienen importancia como normas que
integran el derecho sustancial que consagran derechos en abstracto, mientras que las de
derecho procesal contiene normas que estructuran y regulan la actividad jurisdiccional
cuya finalidad es la realización de los derechos sustanciales.
RENGEL ROMBERG: Aquella rama de la ciencia jurídica que tiene por objeto el
estudio de las conductas que intervienen en el proceso civil para la emanación de la una
sentencia.”
Se destaca:
Derecho procesal civil:
Definiciones más completas
“Es una rama del derecho público interno que define y delimita la función jurisdiccional
(administración de justicia del estado), establece las formas adecuadas para el ejercicio
de la jurisdicción y además señala la manera como se desarrollan y desenvuelven los
procesos o juicios de naturaleza civil”
“Es la rama del derecho que estudia el conjunto de normas y principios que regulan la
función jurisdiccional del estado y fijan el procedimiento que se ha de seguir para
obtener la actuación del derecho positivo y los funcionarios encargados de ejercerla a
cargo del gabinete político por el cual quedan exceptuados todos y cada uno de los
encargados de dichas responsabilidades”
En los últimos tiempos, los latinoamericanos asistimos a una creciente ola de cambios
trascendentes en diversos aspectos de la vida cotidiana. Sólo una porción menor de ellos
se produce respetando valores democráticos, es decir tras suficiente debate previo y
participación de los sectores implicados; la imposición desde el poder se exhibe como
método más corriente para modificar el curso de algunas cosas.
Entre esas novedades que influyen en nuestro día a día, se ganan un lugar preeminente
las relativas al sistema de justicia. Y, dentro de ellas, las que atañen al proceso civil, o
dicho con más exactitud, proceso no penal: millones de personas, actúan en juicio
directa o indirectamente ―v. gr., cuando integran personas jurídicas que son parte
procesal―. De allí que toda reforma procesal civil requiere extrema atención y sumo
cuidado por su implicancia social a futuro.
Justamente, algunos países latinoamericanos ya han cristalizado procesos de
reforma procesal civil aprobando nuevos códigos ―casos de El Salvador y Colombia―
o modificando una batería de artículos ―Uruguay―, otros están discutiendo proyectos
o anteproyectos ―Chile, Brasil y, últimamente, Bolivia― o han preferido quedarse por
ahora con lo que hay antes que insistir con propuestas que auguran dudoso éxito
―Paraguay―.
Para no perdernos en el enorme bosque donde incursionamos, dejaremos de lado
aspectos extra-procesales tan importantes como la infraestructura, la capacitación de los
operadores y la voluntad política como acompañamiento. Nos limitaremos a volcar
algunas reflexiones sobre la orientación general de las reformas y la actual experiencia
argentina, que nace a partir de seis recientes leyes que buscan “democratizar” la justicia.
Y ya debemos comenzar con aclaraciones: esta idea del gobierno argentino de
“democratizar” la justicia, no contempla ningún cambio integral del código procesal
civil, más allá de algunos artículos que se modifican como coletazo de la ley de
cautelares para juicios donde interviene el Estado, o de la que incorpora tribunales de
Casación.
Entonces, vale preguntarse ¿cómo puedo extraer una enseñanza de lo que nunca
se hizo, para considerarla en lo que vengo haciendo? Ahí está la cuestión: antes de
comenzar a elaborar un nuevo código procesal civil, hay que asomar la cabeza y mirar
alrededor. No sirve quedarnos con la idea del derecho procesal como “mera técnica”
que se esbozaba en los años treinta, pues de esa manera se niega toda la necesaria
conexión que debe tener con los derechos humanos y la democracia. Hete aquí el punto
de partida, algo redundante: si quiero hacer un sistema de justicia para la democracia,
debo construirlo respetando acabadamente los valores democráticos y los derechos
humanos. Esto demuestra que el derecho procesal no es “mera técnica”, pues ella se
utiliza para edificar conforme los fines propuestos, los que también deben ser
examinados por el derecho procesal. De lo contrario, el producto será incompatible con
el contexto, y su fracaso tarde o temprano estará asegurado. Basta apreciar el estado
terminal de la justicia latinoamericana, que mantuvo los modelos autoritarios impuestos
por los códigos de procedimiento desde tiempo inmemorial, aún en democracia.
Ya tenemos, pues, dos alternativas a la hora de pensar en construir el sistema de
justicia: o lo hacemos a la medida de la autoridad que la imparte ―modelo autoritario―
o para las personas que recurren a ella ―modelo democrático―. Cada uno de estos
modelos o sistemas de enjuiciamiento, deberán alojar normas compatibles con estos
fines tratados. En el primer caso, la orientación deberá ser inquisitiva; en el segundo,
acusatoria-dispositiva.
Sin embargo en Latinoamérica, y aquí haciendo alusión específica al proceso no
penal, no se avanza en la construcción de un sistema de justicia para la persona humana
―pensado para los derechos―, sino que se insiste en experimentos centrados en la
autoridad ―pensado en clave de poder―. Quizá esta concepción sea consecuencia de
una nota típica observable en algunos de nuestros países, donde un reverdecer
autoritario hace que los derechos sutilmente se conviertan en decisiones o prebendas
conferidas por la voluntad de quien tiene poder. Es decir, el poder se impone a los
derechos.
Bajo esta perspectiva, adquiere importancia capital contar con un modelo de
justicia donde el protagonista sea un juez dotado de gran poder. Esta matriz la hallamos
en todos los códigos procesales civiles latinoamericanos que hunden sus raíces en el
italiano de 1940/42. Y ya la panacea es que ese juez omnipotente sea dependiente del
poder político.
Volvamos a las reformas procesales civiles actuales en Latinoamérica. No en vano,
venimos haciendo mención a que la justicia se reforma y no que se transforma, pues la
estructura de las nuevas propuestas es la misma que la del pasado: la base inquisitiva y
autoritaria permanece intocada. Basta ir al “nuevo” CGP colombiano aprobado el 12 de
julio de 2012, próximo a su total entrada en vigencia, para encontrar un juez inquisidor,
que tiene la obligación de probar de oficio y hasta de velar por la “igualdad real” de las
partes ―cuestión ésta que resulta exótica e impracticable en el proceso, pero que se la
incluye como excusa perfecta para posibilitar el intervencionismo judicial―.
Si relevamos el contenido de las diversas propuestas reformadoras dejando de
lado lo sistémico ―con clara inclinación por el modelo inquisitivo, pese a que se lo
enmascare―, encontraremos la inclusión de figuras de neto corte autoritario y que van
en desmedro del derecho de defensa: anticipos pretensionales sin audiencia previa del
afectado, distribución judicial de cargas probatorias, procedimientos monitorios para
supuestos en que corresponde el juicio ejecutivo, principio de colaboración, etcétera. En
definitiva, lo que se hace es aumentar la dosis de la misma medicina que no viene
curando. Quizá, el código procesal civil y mercantil de El Salvador, por seguir más que
el resto a la LEC española vigente se salva de alguna que otra crítica, aunque naufraga
en la importante cuestión de la carga de la prueba.
Por suerte, en algunos de los países que están en vías de reforma, hay quienes
han tomado conciencia que sólo se está vistiendo con ropa de seda a la misma mona. En
el caso de Chile, los legisladores están escuchando la opinión ―artículo por artículo―
de los redactores y de los detractores del proyecto de CPC. En Brasil, enamorados de las
llamadas “cargas probatorias dinámicas” han tenido muy buena recepción nuestras
terminantes ―y hasta entonces allí desconocidas― críticas, volcadas en un reciente
congreso.
Sentada la orientación publicística, estatista o autoritaria de las reformas en
danza, recalemos ahora en la actualidad argentina.
Tras el anuncio de lo que eufemísticamente se ha llamado “democratización de
la justicia” en discurso presidencial del 1° de marzo de 2013, se ha puesto en marcha un
paquete de leyes tendiente a tal fin, aprovechando conyuntural mayoría legislativa. El
móvil real de este proceso de reforma, sin dudas, es el deseo de expandir el poder
administrador. Nuevamente, el poder antes que los derechos.
Bajo este premisa ―amén de otras cuestiones que pueden ser aceptables, pero
secundarias― no se duda en diseñar una justicia para el poder de turno basada en tres
pilares: jueces dependientes, prolongación de los procesos e irrazonable limitación de
las herramientas idóneas para detener la arbitrariedad estatal. A través de normas que
modifican el Consejo de la Magistratura, instauran las cámaras de casación y regulan las
medidas cautelares en los juicios donde interviene el Estado, se buscan lograr los
objetivos. La paradoja de esta “democratización de la justicia” es que sus tres pilares
violan Derechos Humanos: el derecho humano a ser juzgado por un tercero imparcial e
independiente, el derecho humano a que los procesos duren un plazo razonable y el
derecho humano a la tutela judicial efectiva, respectivamente. Evidente responsabilidad
del Estado argentino, por violación del Derecho Internacional de los Derechos
Humanos, de cara al futuro.
Así como se señalara que el móvil real de la reforma judicial argentina es la
expansión de poder de la administración, este impulso constituye una reacción
―desmedida, pero previsible― a abusos de poder de muchos jueces que, apoyándose
en ideas activistas, se han extralimitado en sus funciones. Sin desconocer la cada día
más confusa separación entre derecho y política, se han dictado numerosas sentencias
de innecesario o indebido corte político. En muchas ocasiones, se ha preferido hacer
política con el caso concreto, que aplicarle el derecho. Y las armas predilectas para
imponer el decisionismo judicial han sido las medidas cautelares o las autosatisfactivas.
Con este modus operandi, quedaba postergado el proceso como garantía ―que es un
límite al poder― y se desdibujaba el derecho de defensa en juicio. Por otro sendero,
llegamos a ese lugar común donde el poder está por encima de los derechos.
Por consiguiente no debe extrañarnos que, afortunadamente, la puesta en
práctica de la aludida “democratización de la justicia” encuentre escollos en sentencias
judiciales que tratan de poner las cosas en su lugar ―comenzando por el fallo Rizzo,
Corte Suprema de Justicia de la Nación, 18/6/2013―. Aunque, en el fondo, el
verdadero debate queda postergado y desteñido por una disputa de poder entre las
funciones ejecutiva y judicial. Si bien resulta imprescindible no ya reformar, sino
transformar el sistema de justicia, la persona que recurre a la justicia, esos millones que
recurren a la justicia, son convidados de piedra.
Llegamos así a la lección argentina para el resto de Latinoamérica: un CPC que
sigue un esquema de concentración de poder en manos de los jueces, a costa de los
derechos de las partes, es una reliquia a la hora de instrumentar la expansión del poder
político. Y un ideal si se aspira a la suma del poder público, pues una vez dominado el
poder legislativo, alcanza con derribar la independencia judicial. En otras palabras, los
códigos procesales civiles de Latinoamérica lucen en todo su esplendor una
desagradable versatilidad que puede ser usada como autopista para un veloz traslado
desde el autoritarismo al totalitarismo. Lo inconcebible es que, pese al peligro que
representan para la democracia misma, sean aceptados inadvertidamente en su seno.
Demostración de lo expuesto se encuentra en el caso argentino, donde ni por asomo se
ha pretendido cambiar el CPCCN vigente que ―vaya paradoja― fue sancionado en
1968 por el gobierno militar del Gral. Onganía y siquiera objetado en ninguno de los
gobiernos democráticos sucesivos, sino apenas ajustado.
Estamos convencidos que ya es tiempo de que la madurez llegue al proceso civil
latinoamericano. En las últimas dos décadas, se ha tomado conciencia de la importancia
de sintonizar el proceso penal con los derechos humanos, a través de una verdadera
transformación sistémica: abandonar el viejo procedimiento inquisitivo, y darle la
bienvenida al modelo acusatorio. No puede dejar de llamar la atención que, en materia
no penal, se transite en sentido diametralmente opuesto. Las últimas reformas aprobadas
y las que están en ciernes, no hacen más que confirmarlo.
Dios quiera que, pronto, tomemos conciencia de que los derechos humanos y la
democracia también importan para el proceso civil. El debate por un sistema de justicia
que los tenga como presupuestos, es impostergable. No esperemos a que el poder se
imponga a los derechos.
2. DESARROLLE LAS TEORÍAS MODERNAS DE LA ACCIÓN. (NO
OLVIDAR EN CONSIGNAR LAS FUENTES BIBLIOGRÁFICAS) (4 ptos)
Sin embargo no es lo mismo derecho reclamado, sino mas bien un derecho abstracto a
reclamar ante el Juez un determinado derecho concreto, la pretensión, que viene a ser el
contenido de la acción.
Couture [4]enseña que de acción, en sentido procesal se puede hablar, por lo menos, en
tres acepciones distintas:
Teorías de la Acción[8]
Cecilia observa que su amiga Adriana esta en el borde del trampolín, indecisa de tirarse
a la pileta. Sigilosamente y con intención de gastarle una broma, se acerca a ella por la
espalda, cuando de pronto una avispa le pica en la cara, por lo que instintivamente
levanta los brazos, dándole a su amiga un empujon. Adriana cae al agua encima de un
bañista, produciéndole una lesión en la columna que lo deja paralitico. ¿Qué grado de
responsabilidad les cabe a ambas?
Solución tipo.
Para conocer la responsabilidad de ambas, debemos primeramente analizar la
conducta de Adriana. Ante todo es necesario saber si Adriana ha cometido un delito.
Sabemos que un delito es una acción típica, antijurídica, culpable y conminada con una
pena.
Por consiguiente debemos comprobar la existencia de acción por parte de
Adriana, por cuanto sin acción no puede haber delito. Esta acción deber ser humana y
voluntaria. Esto es asi porque “solo el hombre, como tal, puede determinarse en su
conducta a través de las normas. En consecuencia solo el es destinatario de las
normas”1
1
Bauman, Derecho Penal. Parte general, Depalma, Bs. As., 1981.
A la relación de causalidad que necesariamente debe haber entre la acción y el resultado
ha tratado de explicársela por medio de distintas teorías, como la de la equivalencia de
condiciones, la de la causalidad adecuada, la dela relevancia y la de la imputación
objetiva.
Esta ultima teoría, que tiende a imponerse ampliamente en la actualidad, es la que
resuelve el mayor numero de problemas con el mejor criterio, por lo cual hemos
adoptado en nuestros planteamientos como la mas idónea para determinar la relación de
causalidad en cada supuesto.
Su punto de partida es el remplazo de la relación de causalidad por una relación
elaborada sobre consideraciones jurídicas y no naturales.
En este marco, la relación de causalidad natural no es sino limite mínimo pero no
suficiente para la atribución del resultado.
Comprobada la causalidad natural, se requiere, además verificar:
1) Si la acción ha creado un peligro jurídicamente desaprobado para la producción
del resultado.
2) Si el resultado producido e s la realización del mismo peligro (jurídicamente
desaprobado) creado por la acción.
Ambos puntos de partida son deducidos del fin de protección de la norma penal. La
norma solo prohíbe acciones que creen para el bien jurídico un riesgo mayor que el
autorizado y la producción de un resultado que se hubiera podido evitar. A partir de eso
es posible deducir criterios que permitan eliminar, ya en el nivel de la tipicidad,
comportamientos irrelevantes para el derecho penal. En particular es posible concretar
las siguientes reglas, que no excluyen otras que la doctrina pueda descubrir en el futuro.
a) No es objetivamente imputable el resultado producto de una acción que
disminuye el riesgo.
b) Tampoco será objetivamente imputable cuando la acción no cree un riesgo
jurídicamente desaprobado.
c) No será objetivamente imputable el resultado que se produzca fuera del ámbito
de protección de la norma.
d) Cuando el objeto de la acción ya estaba expuesto a un peligro, hay que distinguir
los siguientes casos:
- Si el resultado era probable(nexo causal hipotético), habrá imputación
objetivo si se aumenta el riesgo;
- Si el resultado era seguro, habrá imputación objetiva si se adelanta su
producción (aceleración del nexo causal), y no será objetivamente imputable
cuando el resultado se hubiera producido en el mismo instante en que el
autor realizo su acción (causación de reemplazo).
4. DESCRIBA A TRAVÉS DE UN ESQUEMA, O UN BOSQUEJO SOBRE
LA POTESTAD JURISDICCIONAL EN SEDE COMÚN, ARBITRAL, Y
COMUNIDADES CAMPESINAS.(4PTOS).
Los principios que más identifican a esta jurisdicción, son los de unidad y
exclusividad y el de independencia.
Efectivamente, la jurisdicción ordinaria concentra todas las especialidades de la labor
jurisdiccional, a diferencia de lo que acontecía en décadas anteriores, que co-existía
con fueros privativos como el agrario y el de trabajo. Precisamente por mandato de la
Constitución, no existe ni puede establecerse jurisdicción alguna independiente o
separada del Poder Judicial con excepción de la militar y la arbitral. En función de esa
exclusividad no están permitidos procesos judiciales por comisión o delegación.
En esta materia no hay ausencia de normas. Las hay en el más alto nivel como es el
constitucional, tal es la contenida en el artículo 139º inciso 2), segunda parte, que a la
letra dice:`` Ninguna autoridad puede avocarse a causas independientes ante el órgano
jurisdiccional ni interferir en el ejercicio de sus funciones. Tampoco puede dejar sin
efecto sus resoluciones que han pasado en autoridad de cosa juzgada, ni cortar
procedimientos en trámite, ni modificar sentencias ni retardar su ejecución...''.
2. JURISDICCIONES INDEPENDIENTES
2.1 La jurisdicción privativa militar que tiene cierta tradición, tiene sus propias
características y está destinada a administrar justicia en materia de delitos y faltas
cometidos por los miembros de las fuerzas militares y policiales durante el servicio.
3. JURISDICCIONES ESPECIALES
A pesar que la jurisdicción que ejerce el Poder Judicial, es una sola y se ejerce en
forma exclusiva. La Constitución ha previsto tres tipos de jurisdicción especial,
básicamente por razón de la materia especialísima. Ellas son la jurisdicción
constitucional, la jurisdicción electoral y la jurisdicción campesina. Veamos
brevemente cada una de ellas.
Esta jurisdicción se criticó por un lado por el origen político de los nombramientos de
los magistrados (tres por el Poder Ejecutivo, tres por el Poder Legislativo y tres por el
Poder Judicial) y por otro lado por la poca productividad. Respecto a esta crítica hay
que hacer una necesaria precisión: en efecto, en materia de acciones de
inconstitucionalidad no se pronunció en más de diez u once procesos, indudablemente
porque la misma Constitución y la Ley Orgánica limitaban a la ciudadanía el acceso a
la acción de inconstitucionalidad, al exigir 50 mil firmas de respaldo; pero en materia
de casación de acciones de hábeas corpus y amparo su producción fue muy
significativa tanto en cantidad como en calidad.
3.2 Jurisdicción Electoral. En alguna época se hablaba del Poder Electoral, bajo el
propósito de darle al organismo electoral cierta equiparidad con los otros poderes del
Estado, particularmente por ser el ente generador de los otros poderes, al organizar y
realizar los procesos electorales. Cuando menos así lo calificaba el artículo 88º de la
Constitución de 1933, al señalar en forma expresa que el Poder Electoral es
autónomo.
En todo caso se trata de un organismo constitucional, que tiene por finalidad principal
asegurar que las votaciones traduzcan la expresión auténtica, libre y espontánea de los
ciudadanos; lógicamente para ello cumple las funciones de organizar y ejecutar los
procesos electorales o de referéndum u otras consultas populares.
``El pleno del Jurado Nacional de Elecciones aprecia los hechos con criterio de
conciencia. Resuelve con arreglo a ley y a los principios generales de derecho. En
materia de elecciones, de referéndum o de otro tipo de consultas populares, sus
resoluciones son dictadas en instancia final, definitiva y no son revisables. Contra
ellas no procede recurso alguno''.
Por su parte el artículo 13º del texto Integrado del Decreto Ley Nº 14250 (Ley
Electoral integrada por la Ley Nº 26337 de 23-VII-94) señala con mayor precisión,
los alcances jurisdiccionales del Jurado Electoral. Y lo hace en los siguientes
términos:
``No son revisables en sede judicial las resoluciones del Jurado Nacional de
Elecciones en materia Electoral''.
``El Jurado Nacional de Elecciones resolverá sobre la aplicación de las leyes durante
el próximo proceso electoral según las normas de la Constitución''.
``En caso de vacío o deficiencia de la ley, debe aplicar los principios generales del
Derecho y el Derecho consuetudinario. Las resoluciones que el Jurado Nacional de
Elecciones pronuncie en ejercicio de sus atribuciones, serán cumplidas por las
autoridades a quienes se dirija, bajo responsabilidad de éstas''.
Por otra parte, admitida la atribución jurisdiccional, habría que admitir que en esta
jurisdicción especial pueden haber dos instancias: la del Pleno del Jurado Electoral
Provincial, y la del Pleno del Jurado Electoral Nacional que constituye definitiva y
última instancia. Esto es explicable dado el hecho que las primeras situaciones
conflictivas y materia de reclamo se presentan generalmente ante los Jurados
Provinciales.
Esta primera instancia, debemos interpretarlo así, esta revestido de los mismos
criterios de justiciabilidad, que contiene el artículo 181º anteriormente transcrito,
procediendo el recurso de apelación con respecto a sus resoluciones.
La virtud que está llamada a alcanzar la justicia campesina es que sea oportuna,
equitativa y sobre todo propia de quienes la necesitan sin los ribetes formales y
autoritarios, cuando ella proviene del Estado a través del Poder Judicial. Por todo ello
vale la pena prestarle el interés y el apoyo necesarios.
5. DESARROLLE 02 CASOS SOBRE LA UNIDAD E INDEPENDENCIA DE
LOS ÓRGANOS JURISDICCIONALES. (4PTOS).
Comparando entonces los tres poderes de la soberanía estatal, que no por ser
autónomos dejan de ser complementarios, se mira a la jurisdicción como una
continuación funcional y una especificación de la legislación: para el
desempeño de la actividad jurisdiccional que evidentemente es juzgamiento, el
sujeto destinatario de la misma acude, como a premisa mayor, a la ley
sustancial como norma general abstracta en cuyo supuesto jurídico tenga que
subsumir la hipótesis fáctica que se le propone. En esa misma tarea comparativa
resulta la similitud de la función administrativa y de la jurisdiccional, puesto
que ambas se modelan cuando la actividad se da en actos concretos, pero se
distingue la jurisdicción por la diversa relación que se establece entre cada una
de las funciones y las leyes, en atención todas ellas a su especial fin,
correspondiendo el de la administrativa al cuidado de los múltiples intereses
públicos ( seguridad, salud y educación); la ley que aplica la función
administrativa atiende a la disciplina del comportamiento de la autoridad de
esa rama, regimentando el cuándo y el cómo de su actividad, al paso que la
función específica de la jurisdicción es con exclusividad la de administrar
justicia, la de decir el derecho componiendo litigios, concretando la norma
general abstracta en cada hipótesis que se juzga para la realización del servicio
de la justicia, y por medio de ella, de la paz social.
http://derechoprocesalcivilenlinea.blogspot.pe/p/apuntes-de-clase.html
http://facultad.pucp.edu.pe/derecho/wpcontent/uploads/2015/03/material2014.pdf
http://www.monografias.com/trabajos72/derecho-procesal-civil-derecho-
comparado/derecho-procesal-civil-derecho-comparado7.shtml