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CONTROL DE LECTURA FILOSOFÍA Y ÉTICA

NATURALEZA SOCIAL DEL SER HUMANO


INTRODUCCIÓN

Es sin duda Aristóteles uno de los filósofos más importantes de la llamada filosofía antigua o
filosofía griega. Su impronta, en distintas materias, y a pesar de los siglos transcurridos, prevalece,
tanto para la loa como para la crítica. Por ello, se dice que con Aristóteles la filosofía griega llega a
su plena madurez.

Pero, dada la vastedad y la profundidad de nuestro filósofo, y en vista de que esta unidad está
referida al tema del hombre, nos encargaremos de conocer cuáles eran las ideas del filósofo griego
con respecto al ser humano. Sin embargo, ¿quién era Aristóteles? Aristóteles era un macedónico,
nacido en Estagira en el año 384 AC Su padre era médico y amigo del Rey Amintas de Macedonia.
No obstante, desde muy temprana edad Aristóteles quedó huérfano y su tío paterno se encargaría
de su cuidado hasta que éste cumpliera 18 años y lo enviara a la Academia de Platón, en la ciudad
de Atenas. En dicho centro de estudios, el joven Aristóteles empezaría a desarrollar todas sus
capacidades, hasta obtener un reconocimiento por su calidad intelectual. Su estadía en la Academia
tendría un periodo de 20 años, hasta que se retira de la misma tras la muerte de su amigo y maestro
Platón.

Alrededor del 343 AC Aristóteles es llamado por Filipo, Rey de Macedonia, para que se encargue de
la educación de su joven hijo, el príncipe Alejandro, hasta que éste asumiese el trono a los 17 años.
En vista de ello, Aristóteles regresa a Atenas, y funda en esa ciudad el Liceo (también conocida como
la escuela peripatética), centro de estudios que, de alguna manera, eclipsaría a la Academia, hasta la
muerte de Alejandro Magno, y tras lo cual nuestro filósofo tuvo que huir de Atenas para salvar su
vida, debido a la reacción antimacedónica que existía en dicha ciudad. Siendo así, hemos de agregar
que el contexto socio-político de Aristóteles, se enmarca dentro de lo que se conoce como la fusión
de la cultura occidental y oriental, y que estuvo a manos de Alejandro hasta que éste murió a los 33
años de edad.

La producción intelectual de Aristóteles fue prolífica. Algunas de sus obras fueron de carácter
exotérico destinado al gran público, mientras que otros textos fueron de carácter esotérico y que estaba
designado a un círculo reducido del Liceo y cuya divulgación no era permitida.
El texto que nos convoca, La Política está considerado dentro de lo que el filósofo de Estagira llamaba
una ciencia práctica, y nos explica, a su vez, una de las teorías antropológicas más importantes de
la cultura occidental, pues, conceptualiza al hombre como un ser social por naturaleza y sustenta las
bases de la diferenciación humana. Este carácter social o político del ser humano dominaría la escena
europea hasta el arribo de las agudas críticas de Thomas Hobbes.
CONTROL DE LECTURA FILOSOFÍA Y ÉTICA
Aristóteles. Política1
LIBRO I COMUNIDAD POLITICA Y COMUNIDAD FAMILIAR
1 El fin de toda comunidad. Opiniones erróneas. Planteamiento metodológico.

Puesto que vemos que toda ciudad2 es una cierta comunidad y que toda comunidad3 está constituida
en función a lograr algún bien (porque en vista de lo que les parece bueno todos obran en todos sus
actos), es evidente que todas tienden a un cierto bien, pero sobre todo tiende al supremo la soberana
entre todas y que incluye a todas las demás. Esta es la llamada ciudad y comunidad política.
Por consiguiente, cuantos opinan que es lo mismo ser gobernante de una ciudad, rey, administrador
de su casa o amo de sus esclavos, no dicen bien. Creen, pues, que cada uno de ellos difiere en más
de o en menos, y no específicamente. Como si uno, por gobernar a pocos, fuera amo; si a más,
administrador de su casa; y si todavía a más, gobernante o rey, en la idea de que en nada difiere una
casa grande de una ciudad pequeña. Y en cuanto al gobernante y al rey, cuando un hombre ejerce
solo el poder, es rey; pero cuando según las normas de la ciencia política, alternativamente manda
y obedece, es gobernante.
Pero esto no es verdad. Y será evidente lo que digo si se examina la cuestión según el método que
proponemos. Porque como en los demás objetos es necesario dividir lo compuesto hasta sus
elementos simples (pues éstos son las partes mínimas del todo), así también, considerando de qué
elementos está formada la ciudad, veremos mejor en qué difieren entre sí las cosas dichas, y si cabe
obtener algún resultado científico.

2 Génesis de la ciudad. Familia, aldea, ciudad. El hombre es un animal social.


Si uno observa desde su origen la evolución de las cosas, también en esta cuestión, como en las
demás, podrá obtener la visión más perfecta. En primer lugar, es necesario que se emparejen los que
no pueden existir uno sin el otro, como la hembra y el macho con vistas a la generación (y esto no
en virtud de una decisión, sino como en los demás animales y plantas; es natural la tendencia a dejar
tras sí otro ser semejante a uno mismo4), y el que manda por naturaleza y el súbdito, para su
seguridad. En efecto, el que es capaz de prever con la mente es un jefe por naturaleza y un señor
natural, y el que puede con su cuerpo realizar estas cosas es súbdito y esclavo por naturaleza; por
eso al señor y al esclavo interesa lo mismo.

1
ARISTÓTELES Política Trad. Manuela García Valdés Editorial Gredos. Madrid, 1999.Págs. 45-53
2 Ciudad traduce la palabra griega polis que se refiere a una realidad histórica sin un paralelo exacto en nuestra época; en
ella se recogen las nociones de “ciudad” y “estado”. La traduciremos por la acepción usual de “ciudad” sin recurrir a la
expresión “ciudad-estado”. La polis era la forma perfecta de sociedad civil; sus rasgos esenciales eran: extensión territorial
reducida, de modo que sus habitantes se conocieran unos a otros; independencia económica (autarquía), es decir, que
produjese lo suficiente para la alimentación de su población; y, especialmente, independencia política (autonomía), es
decir, no estar sometida a otra ciudad ni a otro poder extranjero.
3 Comunidad recoge el término griego koinonía. En muchos contextos en que hay un nivel alto de abstracción el vocablo
comunidad es generalmente aceptable. En algunos casos lo traduciremos por asociación, en el que están presentes los
elementos de intencionalidad, colaboración mutua y común acuerdo que el término griego implica.
4 Platón también considera el matrimonio como un medio de alcanzar la inmortalidad.
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Así pues, por naturaleza está establecida una diferencia entre la hembra y el esclavo (la naturaleza
no hace nada con mezquindad, como los forjadores de cuchillos de Delfos5, sino cada cosa para un
solo fin. Así como cada órgano puede cumplir mejor su función si sirve no para muchas sino para
una sola). Pero entre los bárbaros, la hembra y el esclavo tienen la misma posición, y la causa de ello
es que no tienen el elemento gobernante por naturaleza, sino que su comunidad resulta de esclava
y esclavo. Por eso dicen los poetas: Justo es que los helenos manden sobre los bárbaros.
Entendiendo que bárbaro y esclavo son lo mismo por naturaleza. Así pues, de estas dos
comunidades la primera es la casa, y Hesíodo dijo con razón en su poema:
Lo primero casa, mujer y buey de labranza.
Pues el buey hace las veces de criado para los pobres. Por tanto, la comunidad constituida
naturalmente para la vida de cada día es la casa6, a cuyos miembros Carondas llama “de la misma
panera” y Epiménides de Creta “del mismo comedero” Y la primera comunidad formada por varias
casas a causa de las necesidades no cotidianas es la aldea.
Precisamente la aldea en su forma natural parece ser una colonia de la casa, y algunos llaman a sus
miembros “hermanos de leche”, “hijos e hijos de hijos” Por eso también al principio las ciudades
estaban gobernadas por reyes, como todavía hoy los bárbaros7: resultaron de la unión de personas
sometidas a reyes, ya que toda casa está regida por el más anciano, y, por tanto, también las colonias
a causa de su parentesco. Y eso es lo que dice Homero: Cada uno es legislador de sus hijos y esposa,
Pues antiguamente vivían dispersos. Y todos los hombres dicen que por eso los dioses se gobiernan
monárquicamente, porque también ellos al principio, y algunos aún ahora, así se gobernaban; de la
misma manera que los hombres los representan a su imagen, así también asemejan a la suya la vida
de los dioses.
La comunidad perfecta de varias aldeas es la ciudad, que tiene ya, por así decirlo, el nivel más alto
de autosuficiencia8, que nació a causa de las necesidades de la vida, pero subsisten para el vivir bien.
De aquí que toda ciudad es por naturaleza, si también lo son las comunidades primeras. La ciudad
es el fin de aquellas, y la naturaleza es fin. En efecto, lo que cada cosa es, una vez cumplido su
desarrollo, decimos que es su naturaleza, así de un hombre, de un caballo o de una casa. Además,
aquello por lo que existe algo y su fin es lo mejor, y la autosuficiencia es, a la vez, un fin y lo mejor.
De todo esto es evidente que la ciudad es una de las cosas naturales, y que el hombre es por
naturaleza un animal social, y que el insocial por naturaleza y no por azar es o un ser inferior o un
ser superior al hombre. Como aquel a quien Homero vitupera:
Sin tribu, sin ley, sin hogar,
Porque el que es tal por naturaleza es también amante de la guerra9, como una pieza aislada en el
juego de damas.

5 Para esta referencia, entre otras explicaciones, podemos recoger la que nos da ATENEO, Deipnosofistas 173c y ss.: “Los de
Delfos eran famosos por sus cuchillos que servían a la vez para varios empleos: matar la víctima, descuartizarla y cortarla
en trozos.”
6 El término griego oikía lo traducimos en el sentido amplio de “casa” como unidad familiar, constituida por el hombre, la
mujer, los hijos, los esclavos y los bienes.
7 Los bárbaros por oposición a los griegos. El término griego que lo expresa es éthnos; indica un grupo de hombres de la
misma raza, el conjunto de una tribu o un pueblo que se opone generalmente a lo que se define con el término pólis.
8 La autosuficiencia, en griego autarkeia (autarquía), incluye el poseer lo necesario y lograr una vida feliz. (…) Lo define el
propio Aristóteles en Ética a Nicómaco: “Consideramos suficiente lo que por sí solo hace deseable la vida y no necesita
nada”.
9 Un ser que ama la guerra por la guerra, según Aristóteles, es una persona envilecida o, como Ares, superior al hombre.
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La razón por la cual el hombre es un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier animal
gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos, no hace nada en vano, y el hombre es el único
animal que tiene palabra. Pues la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la poseen también los
demás animales, porque su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer e indicársela
unos a otros. Pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y
lo injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del
bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de
estas cosas constituye la casa y la ciudad.
Por naturaleza, pues, la ciudad es anterior a la casa y a cada uno de nosotros, porque el todo es
necesariamente anterior a la parte. En efecto, destruido el todo, ya no habrá ni pie ni mano, a no ser
con nombre equívoco, como se puede decir una mano de piedra: pues tal será una mano muerta.
Tosas las cosas se definen por su función y por sus facultades, de suerte que cuando éstas ya no son
tales no se puede decir que las cosas son las mismas, sino del mismo nombre. Así pues, es evidente
que la ciudad es por naturaleza y es anterior al individuo; porque si cada uno por separado no se
basta a sí mismo, se encontrará de manera semejante a las demás partes en relación con el todo. Y el
que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de
la ciudad, sino una bestia o un dios.
En todos existe por naturaleza la tendencia hacia la comunidad, pero el primero que la estableció
fue causante de los mayores beneficios10. Pues así como el hombre perfecto es el mejor de los
animales, así también, apartado de la ley y de la justicia, es el peor de todos.
La injusticia más insoportable es la que posee armas, y el hombre está naturalmente provisto de
armas al servicio de la sensatez y de la virtud, pero puede utilizarlas para las cosas más opuestas.
Por eso, sin virtud, es el ser más impío y feroz y el peor en su lascivia y voracidad. La justicia, en
cambio, es un valor cívico, pues la justicia es el orden de la comunidad civil, y la virtud de la justicia
es el discernimiento de lo justo.

LIBRO III ESTUDIO GENERAL DE LOS REGÍMENES POLÍTICOS


1 Definición de ciudadano
Quien hace un análisis de los regímenes políticos, de su naturaleza y sus características, debe
examinar ante todo qué es la ciudad. Pues ahora ello es objeto de disputa; unos afirman que es la
ciudad la que ha realizado tal o cual acción, mientras que otros dicen que no fue la ciudad, sino la
oligarquía o el tirano. Vemos, pues, que toda la actividad del político y del legislador tiene que ver
con la ciudad; y el régimen político es un determinado ordenamiento de los habitantes de la ciudad.
Puesto que la ciudad es un compuesto, constituido por muchas partes, es evidente que lo primero a
estudiar es el ciudadano. La ciudad, en efecto, es un conjunto de ciudadanos, de modo que debe
examinarse a quiénes hay que denominar ciudadanos y qué es el ciudadano. Pues a menudo se
discute sobre el ciudadano y en efecto no todos están de acuerdo en quién es ciudadano. El que es
ciudadano en una democracia con frecuencia no es ciudadano en una oligarquía.
Podemos dejar de lado a los que excepcionalmente reciben tal nombre, como aquellos a quienes se
les otorga la ciudadanía. El ciudadano no es tal por residir en un cierto lugar, ni tampoco son
ciudadanos quienes tienen acceso a los procesos legales, sea para ser juzgados, sea para entablar
demandas. Lo mismo sucede con los niños aún no inscritos en razón de su corta edad y con los

10 Para Aristóteles el carácter natural de la comunidad no excluye que tenga un fundador. Se deben dar juntas una
tendencia natural y la voluntad de la acción humana.
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ancianos exentos de todo servicio: debe decirse que son ciudadanos en algún sentido, pero no pura
y simplemente, sino añadiendo las expresiones “no plenos” o “excedentes por la edad” o cualquier
otro por el estilo.
Buscamos, pues, al ciudadano en sentido estricto y que por no tener defecto no necesita restricción
alguna, puesto que también hay que plantearse y solucionar tales dificultades en cuanto a los
proscriptos y desterrados.
Un ciudadano en sentido estricto por ningún otro rasgo se define mejor que por participar en la
justicia y en el gobierno (…)
No debemos olvidar que las cosas cuyos regímenes difieren específicamente –y uno de ellos es
primero, otro segundo y así sucesivamente– no tienen absolutamente nada en común en cuanto tales
o casi nada. Y vemos que los regímenes políticos difieren entre sí, y que unos son posteriores y otros
anteriores. Los defectuosos y los desviados serán necesariamente posteriores a aquellos sin defecto.
Resulta así que también el ciudadano será necesariamente distinto en cada régimen político. Por eso
el ciudadano del que se ha hablado es primariamente el ciudadano de una democracia; puede ser el
de otros regímenes, pero no necesariamente. En algunos de ellos no hay pueblo (demos), ni una
Asamblea reconocida como tal, sino solo las convocadas expresamente, y los procesos se distribuyen
por secciones entre los magistrados (…) pero la definición de ciudadano requiere una rectificación;
en los restantes regímenes políticos el magistrado sin límite de tiempo no es miembro de la
Asamblea ni juez, sino aquel cuya competencia está bien determinada; pues a todos ellos o a algunos
se les ha confiado el poder de deliberar y juzgar sobre todos los asuntos o sobre algunos. Quién es,
entonces, ciudadano resulta claro a partir de estas consideraciones: lo es aquel que tiene el poder de
tomar parte en la administración deliberativa y judicial
(...) En la práctica, un ciudadano se define como el nacido de padre y madre ciudadanos, y no de
uno solo de ellos, el padre o la madre. Otros incluso buscan más atrás, por ejemplo, dos o tres
generaciones más.

NATURALEZA INDIVIDUAL DEL SER HUMANO


INTRODUCCIÓN

Thomas Hobbes, nació en Inglaterra, en 1588, cuando la Armada Invencible amenazaba con invadir
las costas inglesas. Ante el temor de aquella invasión – que fracasó – su madre adelantó el parto del
pequeño Thomas, quien afirmara, posteriormente, con algo de sorna, que su madre parió a la vez a
un hermano gemelo: el miedo. Tras la muerte de su padre, es su tío quien se encargó de su esmerada
educación hasta que concluyera sus estudios en el Magdalen Hall de Oxford.
En 1610 es llamado por el conde de Devonshire para que se encargue de la educación de su hijo
William Cavendish. Este encargo le permitiría al joven Hobbes viajar a Francia y otros países
europeos, y relacionarse con los círculos académicos más importantes de Europa. En Florencia visita
a Galileo, conoce a Johannes Kepler, lee a Michele de Montaigne y Los Elementos del geóemtra
Euclídes, obra fundamental en su vida, a tal punto de querer convertirse en el Euclídes de la teoría
política.
En 1631 ingresa al círculo académico del padre Mersenne, donde sobresalen René Descartes y Pierre
Gasendi. No obstante en Inglaterra, en 1637, la guerra civil era inminente, entre los partidarios del
Rey (del cual Hobbes era seguidor) y el Parlamento. Sin embargo, en 1640 el Parlamento toma el
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control político durante 20 años (el Parlamento Largo) y Hobbes se exilia en París. Ello obliga al
filósofo a alterar el sistema que tenía previsto y empezar a redactar lo que estaba planificado para el
final: De Cive. Esta obra no solo contiene una crítica furibunda a la concepción antropológica de
Aristóteles (que de por si era considerada por Hobbes como erróneo y pernicioso), sino que estudia
la naturaleza humana sentando las bases del individualismo moderno. Analiza la génesis del Estado
y elabora una crítica a la religión cristiana, específicamente a la Iglesia Católica.
En 1649 el rey Carlos I de Inglaterra es asesinado por orden del Parlamento, y un año antes muere
su amigo el padre Mersenne, y Hobbes experimenta un aislamiento en París, debido a los celos que
le profesaban tanto los católicos como los realistas exiliados. Por esa razón en 1651 Hobbes regresa
a Londres donde aun se respiraba la atmósfera devastadora de la guerra civil a la que Hobbes
denominaba “la peor de las calamidades sociales”. Bajo esas circunstancias, y para sus compatriotas,
escribe una de sus obras más conocidas y significativas: El Leviatán. Esta obra está destinada a
estudiar preferentemente al Estado, su origen, su constitución y duración para garantizar la paz
entre los hombres. Hobbes consideraba a los hombres iguales entre sí, y éstos al tener las mismas
capacidades, tienen, a su vez, las mismas disposiciones y fines. Ello conllevará a una situación de
inestabilidad y lucha que Hobbes denomina la guerra de todos contra todos. Hemos de resaltar que
todo esto se da en el estado de naturalaza y que resulta ser previo a la constitución o surgimiento del
Estado.
El Estado, entonces, surgiría por la necesidad propia del hombre de no destruirse, para ello éstos
logran ponerse de acuerdo y le ceden un poder a un “tercero”, mediante un “contrato”, que se
compromete a mantener el orden y la paz, mediante un conjunto de leyes.
El Estado, entonces, nace como consecuencia de un contrato social, su génesis no es natural sino
artificial, y el hombre se ve compelido a obedecerle por el temor que éste infunde. Ahora bien, para
Hobbes es fundamental que solo una persona detente el poder del Estado, y esa persona debe ser el
Rey. De allí su apego a la monarquía absolutista y el rechazo que siempre experimentó por parte de
los parlamentaristas, incluso de los monarquistas, quienes nunca comprendieron las ideas del
filósofo, tildándolo de traidor y ateo. Sin embargo, en 1660 la monarquía vuelve a Inglaterra en la
figura de Carlos II, que estima a Hobbes y le ofrece una pensión.
La producción intelectual de Thomas Hobbes, fue amplísima y abarcó muchos aspectos de la ciencia
moderna. En cuanto al estudio de la naturaleza escribió De Corpore, en cuanto al estudio de la
naturaleza humana escribió De Homine y Human Nature, y en lo referido a tratados políticos Elements
of law natural and politic y On liberty and necessity, muy aparte de De Cive y Leviatán que ya hemos
comentado.
Hay que señalar que para un filósofo político como Hobbes, la guerra civil inglesa resultó ser un
enorme laboratorio de estudio y experimentación que concluye con la calificación de estúpida,
insensata y locura extrema. Empero, Hobbes no se queda con la melancolía ni en la desazón, por el
contrario, da las pautas para corregir en el futuro tamaña situación, como conocer, por parte del
pueblo, las reglas de la justicia para evitar su seducción y corrupción.
Thomas Hobbes fallece el 4 de Diciembre de 1679 tras un ataque de apoplejía. Y un año después de
su muerte la universidad de Oxford declara la prohibición de ciertos libros de Hobbes,
especialmente De Cive y Leviatán por considerarlos nocivos, perniciosos y atentatorios contra la
sociedad en su conjunto. Un año después del decreto emitido por dicha universidad se celebra
públicamente la quema de los libros de Hobbes, con fiesta, con gran pompa y algazara oxfordiana.

LEVIATAN
CONTROL DE LECTURA FILOSOFÍA Y ÉTICA
Thomas Hobbes

DE LA CONDICIÓN NATURAL DEL GÉNERO HUMANO, EN LO QUE CONCIERNE A SU


FELICIDAD Y MISERIA
La naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en sus facultades corporales y
mentales que, aunque pueda encontrarse a veces un hombre manifiestamente más
fuerte de cuerpo, o más rápido de mente que otro, aun así, cuando todo se toma
en cuenta en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es lo bastante
considerable como para que uno de ellos pueda reclamar para sí beneficio alguno
que no pueda el otro pretender tanto como él.
Porque en lo que toca a la fuerza corporal, aun el más débil tiene fuerza suficiente
para matar al más fuerte, ya sea por maquinación secreta o por federación con otros que se
encuentran en el mismo peligro que él.
Y en lo que toca a las facultades mentales, (dejando aparte las artes fundadas sobre palabras, y
especialmente aquella capacidad de procedimiento por normas generales e infalibles llamado
ciencia, que muy pocos tienen, y para muy pocas cosas, no siendo una facultad natural, nacida con
nosotros, ni adquirida -como la prudencia- cuando buscamos alguna otra cosa) encuentro mayor
igualdad aún entre los hombres, que en el caso de la fuerza. Pues la prudencia no es sino experiencia,
que a igual tiempo se acuerda igualmente a todos los hombres en aquellas cosas a que se aplican
igualmente. Lo que quizá haga de una tal igualdad algo increíble no es más que una vanidosa fe en
la propia sabiduría, que casi todo hombre cree poseer en mayor grado que el vulgo; esto es, que todo
otro hombre salvo él mismo, y unos pocos otros, a quienes, por causa de la fama, o por estar de
acuerdo con ellos, aprueba. Pues la naturaleza de los hombres es tal que, aunque puedan reconocer
que muchos otros son más vivos, o más elocuentes, o más instruidos, difícilmente creerán, sin
embargo, que haya muchos más sabios que ellos mismos: pues ven su propia inteligencia a mano, y
la de otros hombres a distancia. Pero esto prueba que los hombres son en esos puntos iguales más
bien que desiguales. Pues generalmente no hay mejor signo de la igual distribución de alguna cosa
que el que cada hombre se contente con lo que le ha tocado.
De esta igualdad de capacidades surge la igualdad en la esperanza de alcanzar nuestros fines. Y, por
tanto sí hombres cualesquiera desean la misma cosa, que sin embargo, no pueden ambos gozar
devienen enemigos; y en su camino hacia su fin (que es principalmente su propia conservación, a
veces sólo su delectación) se esfuerzan mutuamente en destruirse o someterse. Y viene así a ocurrir
que, allí donde un invasor no tiene otra cosa que temer que el simple poder de otro hombre, si
alguien planta, siembra, construye, o posee asiento adecuado, pueda esperarse de otros que vengan
probablemente preparados con fuerzas unidas para desposeerle y privarle no sólo del fruto de su
trabajo, sino también de su vida, o libertad. Y el invasor a su vez se encuentra en el mismo peligro
frente a un tercero.
No hay para el hombre más forma razonable de guardarse de esta inseguridad mutua que la
anticipación; esto es, dominar, por fuerza o astucia, a tantos hombres como pueda hasta el punto de
no ver otro poder lo bastante grande como para ponerle en peligro. Y no es esto más que lo que su
propia conservación requiere, y lo generalmente admitido. También porque habiendo algunos, que
complaciéndose en contemplar su propio poder en los actos de conquista, los llevan más lejos de lo
que su seguridad requeriría, si otros, que de otra manera se contentarían con permanecer tranquilos
dentro de límites modestos, no incrementasen su poder por medio de la invasión, no serían capaces
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de subsistir largo tiempo permaneciendo sólo a la defensiva. Y, en consecuencia, siendo tal aumento
del dominio sobre hombres necesario para la conservación de un hombre, debiera serle permitido.

Por lo demás, los hombres no derivan placer alguno (sino antes bien, considerable pesar) de estar
juntos allí donde no hay poder capaz de imponer respeto a todos ellos. Pues cada hombre se cuida
de que su compañero le valore a la altura que se coloca él mismo. Y ante toda señal de desprecio o
subvaloración es natural que se esfuerce hasta donde se atreva (que, entre aquellos que no tienen un
poder común que los mantenga tranquilos, es lo suficiente para hacerles destruirse mutuamente),
en obtener de sus rivales, por daño, una más alta valoración; y de los otros, por el ejemplo.
Así pues, encontramos tres causas principales de riña en la naturaleza del hombre.
Primero, competición; segundo, inseguridad; tercero, gloria.
El primero hace que los hombres invadan por ganancia; el segundo, por seguridad; y el tercero, por
reputación. Los primeros usan de la violencia para hacerse dueños de las personas, esposas, hijos y
ganado de otros hombres; los segundos para defenderlos; los terceros, por pequeñeces, como una
palabra, una sonrisa, una opinión distinta, y cualquier otro signo de subvaloración, ya sea
directamente de su persona, o por reflejo en su prole, sus amigos, su nación, su profesión o su
nombre.
Es por ello manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que les
obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama guerra. Pues la GUERRA no
consiste sólo en batallas, o en el acto de luchar; sino en un espacio de tiempo donde la voluntad de
disputar en batalla es suficientemente conocida. Y, por tanto, la noción de tiempo debe considerarse
en la naturaleza de la guerra, como en la naturaleza del tiempo atmosférico. Pues así como la
naturaleza del mal tiempo no está en un chaparrón o dos, sino en una inclinación hacia la lluvia de
muchos días en conjunto, así la naturaleza de la guerra no consiste en el hecho de la lucha, sino en
la disposición conocida hacia ella, durante todo el tiempo en que no hay seguridad de lo contrario.
Todo otro tiempo es PAZ.
Lo que puede en consecuencia atribuirse al tiempo de guerra, en el que todo hombre es enemigo de
todo hombre, puede igualmente atribuirse al tiempo en el que los hombres también viven sin otra
seguridad que la que les suministra su propia fuerza y su propia inventiva. En tal condición no hay
lugar para la industria; porque el fruto de la misma es inseguro y pro consiguiente tampoco cultivo
de tierra; ni navegación, ni uso de los bienes que pueden ser importados por mar, ni construcción
confortable, ni instrumentos para, mover y remover los objetos que necesitan mucha fuerza; ni
conocimiento de la faz de la tierra; ni cómputo del tiempo; ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que
es peor que todo: miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria,
pobre, desagradable, brutal y corta.
Puede resultar extraño para un hombre que no haya sopesado bien estas cosas que la naturaleza
disocie de tal manera a los hombres y les haga capaces de invadirse y destruirse mutuamente. Y es
posible que, en consecuencia, desee, no confiando en esta inducción derivada de las pasiones,
confirmar la misma por experiencia. Medite entonces él, que se arma y trata de ir bien acompañado
cuando viaja, que atranca sus puertas cuando se va a dormir, que echa el cerrojo a sus arcones incluso
en su casa, y esto sabiendo que hay leyes y empleados públicos armados para vengar todo daño que
se le haya hecho, qué opinión tiene de su prójimo cuando cabalga armado, de sus conciudadanos
cuando atranca sus puertas, y de sus hijos y servidores cuando echa el cerrojo a sus arcones. ¿No
acusa así a la humanidad con sus acciones como lo hago yo con mis palabras? Pero ninguno de
nosotros acusa por ello a la naturaleza del hombre. Los deseos, y otras pasiones del hombre, no son
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en sí mismos pecado. No lo son tampoco las acciones que proceden de esas pasiones, hasta que
conocen una ley que las prohíbe. Lo que no pueden saber hasta qué leyes. Ni puede hacerse ley
alguna hasta que hayan acordado la persona que lo hará.
Puede quizás pensarse que jamás hubo tal tiempo ni tal situación de guerra; y yo creo que nunca fue
generalmente así, en todo el mundo. Pero hay muchos lugares donde viven así hoy. Pues las gentes
salvajes de muchos lugares de América, con la excepción del gobierno de pequeñas familias, cuya
concordia depende de la natural lujuria, no tienen gobierno alguno; y viven hoy en día de la brutal
manera que antes he dicho. De todas formas, qué forma de vida habría allí donde no hubiera un
poder común al que temer puede ser percibido por la forma de vida en la que suelen degenerar, en
una guerra civil, hombres que anteriormente han vivido bajo un gobierno pacífico.
Pero aunque nunca hubiera habido un tiempo en el que hombres particulares estuvieran en estado
de guerra de unos contra otros, sin embargo, en todo tiempo, los reyes y personas de autoridad
soberana están, a causa de su independencia, en continuo celo, y en el estado y postura de
gladiadores; con las armas apuntando, y los ojos fijos en los demás; esto es, sus fuertes, guarniciones
v cañones sobre las fronteras de sus reinos e ininterrumpidos espías sobre sus vecinos; lo que es una
postura de guerra. Pero, pues, sostienen así la industria de sus súbditos, no se sigue de ello aquella
miseria que acompaña a la libertad de los hombres particulares.
De esta guerra de todo hombre contra todo hombre, es también consecuencia que nada puede ser
injusto. Las nociones de bien y mal, justicia e injusticia, no tienen allí lugar. Donde no hay poder
común, no hay ley. Donde no hay ley, no hay injusticia. La fuerza y el fraude son en la guerra las
dos virtudes cardinales. La justicia y la injusticia no son facultad alguna ni del cuerpo ni de la mente.
Si lo fueran, podrían estar en un hombre que estuviera solo en el mundo, como sus sentidos y
pasiones. Son cualidades relativas a hombres en sociedad, no en soledad. Es consecuente también
con la misma condición que no haya propiedad, ni dominio, ni distinción entre mío y tuyo; sino sólo
aquello que todo hombre pueda tomar; y por tanto tiempo como pueda conservarlo. Y hasta aquí lo
que se refiere a la penosa condición en la que el hombre se encuentra de hecho por pura naturaleza;
aunque con una posibilidad de salir de ella, consistente en parte en las pasiones, en parte en su
razón.
Las pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz son el temor a la muerte; el deseo de aquellas
cosas que son necesarias para una vida confortable; y la esperanza de obtenerlas por su industria. Y
la razón sugiere adecuados artículos de paz sobre los cuales puede llevarse a los hombres al acuerdo.
Estos artículos son aquellos que en otro sentido se llaman leyes de la naturaleza, de las que hablaré
más en concreto en los dos siguientes capítulos.

DE LA PRIMERA Y DE LA SEGUNDA LEYES NATURALES, Y DE LOS CONTRATOS

El DERECHO DE NATURALEZA, lo que los escritores llaman comúnmente jus naturale, es la


libertad que cada hombre tiene de usar su propio poder como quiera, para la conservación de su
propia naturaleza, es decir, de su propia vida; y por consiguiente, para hacer todo aquello que su
propio juicio y razón considere como los medios más aptos para lograr este fin.
La condición del hombre (tal como se ha manifestado en el capítulo precedente) es una condición
de guerra de todos contra todos, en la cual cada uno está gobernado por su propia razón, no
existiendo nada, de lo que pueda hacer uso, que no le sirva de instrumento para proteger su vida
contra sus enemigos. En efecto, mientras uno mantenga su derecho de hacer cuanto le agrade, los
hombres se encuentran en situación de guerra. Y si los demás no quieren renunciar a ese derecho
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como él, no existe razón para que nadie se despoje de dicha atribución, porque ello más bien de
disponerse a la paz significaría ofrecerse a sí mismo como presa (a lo que no está obligado ningún
hombre).
Son embargo, esta renuncia de cada individuo a su derecho se hace necesaria, ya que11 el motivo y el fin por
el cual se establece esta renuncia y transferencia de derecho no es otro sino la seguridad de una
persona. La mutua transferencia de derecho es lo que los hombres llaman CONTRATO
Por otro lado, uno de los contratantes, a su vez, puede, entregar la cosa convenida y dejar que el otro
realice su prestación después de transcurrido un tiempo determinado, durante el cual confía en él.
Entonces, respecto al primero, el contrato se llama PACTO O CONVENIO.
Cuando se hace un pacto en que las partes no llegan a su cumplimiento en el momento presente,
sino que confían una en otra, en la condición de mera naturaleza, cualquier sospecha razonable es
motivo de nulidad. Pero cuando existe un poder común sobre ambos contratantes, con derecho y
fuerza suficiente para obligar al cumplimiento, el pacto no es nulo. En efecto, quien cumple primero
no tiene seguridad de que el otro cumplirá después, ya que los lazos de las palabras son demasiado
débiles para refrenar la ambición humana, la avaricia, la cólera y otras pasiones de los hombres, si
éstos, no sienten el poder coercitivo; poder que no cabe suponer existente en la condición de mera
naturaleza, en que todos los hombres son iguales y jueces de la rectitud de sus propios temores.
Hobbes, Thomas. Leviatán. Trad. Sánchez Sarto. Ed. Tecnos. España. 1999

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