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Un Marx joven muy enamorado [1] escribía estos versos a su amada, unos
versos de los que él mismo, ya adulto, se distanciaría con ironía (y con
comprensión al mismo tiempo): "¡Mira!, un millar de volúmenes podría
llenar/ escribiendo solamente "Jenny" en cada línea./ Y aún ellas podrían
ocultar un mundo de pensamiento/ hazaña eterna e inmutable./ Dulces versos
que se anhelan dulces todavía/ todo el fulgor y todo el resplandor del éter,/
angustiada pena y dolor y gozo divino,/ toda la vida y todo mi conocimiento/
puedo leerlo en las estrellas rutilantes/ desde el Cétiro que retorna hacia mí/
hasta el ser del trueno de las olas salvajes./ Sinceramente escribiría como
refrán,/ para ser visto en los siglos venideros:/ AMOR ES JENNY, JENNY
ES NOMBRE DE AMOR".
Muchos años después, Eleanor, Tussy Marx, narraba con estas palabras la
enfermedad de sus padres y su reencuentro en el umbral de sus vidas [2]:
Entre aquellos versos y este encuentro apasionado, toda una vida en común.
Con sus más y sus menos, como casi todas las vidas, y soportando Jenny más
de una "tontería-burrada" machista del autor -de letra endiablada por ella
descifrada- de El capital.
Se pretende recordar en esta breve nota, no hay espacio para más, algunos
momentos de esa vida desde el punto de vista de la esposa-compañera del
revolucionario de Tréveris. Como homenaje, para que no habite nunca más
nuestro olvido sobre ella (ni sobre la compañera Demuth).
Usted sabe que no nos hemos quedado con nada de todo ello;
viajé a Francfort para empeñar mi platería, lo último que nos
quedaba; en Colonia hice vender mis muebles, porque corría
peligro de ver embargada la ropa y todo lo demás. Al iniciarse la
infausta época de la contrarrevolución, mi marido viajó a París y
yo le seguí con mis tres hijos [Jenny, Laura, Edgar]. Apenas
aclimatado en París, fue expulsado, y a mí misma y a mis hijos
se nos negó una permanencia más prolongada. Volví a seguirle
allende el mar.
Un mes más tarde nació su cuarto hijo, Heinrich Guido, uno de los fallecidos.
Presa de esos dolores, el niño mamaba con tal fuerza que el pecho de Jenny
quedó lastimado y agrietado; la sangre manaba a menudo dentro de su trémula
boca.
Al día siguiente tuvieron que abandonar la casa. El día era frío, lluvioso y
encapotado. Marx buscó una casa. Nadie les aceptaba cuando hablaba de los
cuatro niños de la pareja (dos de ellos fallecieron tiempo después).
Unos veinte años después, apenas unos meses después de la primera edición
de El Capital, su amigo Ludwig Kugelmann les hizo llegar, como regalo de
Navidad, un busto de Zeus que había decorado anteriormente su salón. Tenía
un parecido con Marx; la intención del regalo de su admirador era evidente.
Desde Londres, el 24 de diciembre de 1867, Jenny le escribía agradeciéndole
el detalle y dando cuenta del contexto de elaboración de El Capital:
Jenny, siempre educada, siempre afable pero militante y feminista (en las
coordenadas culturales de aquellos años), y con entidad propia, escribía
finalmente: "Su Jenny Marx ni graciosa ni por la Gracia de Dios".
Fue necesario cortar finalmente. Fue entonces cuando Marx se decidió a dar el
paso inevitable... llamar a un médico.
Por favor señor Engels, añadía Jenny, no haga ninguna alusión a esto en sus
cartas. En este momento Marx
Sin Jenny Marx, sin Jenny von Westphalen, nada hubiera sido posible. Nada.
Ni su gran obra, ni su militancia ni su Manifiesto ni su clásico inmortal ni sus
estudios… ni lo más esencial de su vida.
***
Notas
(1) Karl Marx, Poemas, Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2000, p. 35.
Prólogo de Francisco Fernández Buey; traducción de Francisco Jaymes y
Marco Fonz.
(2) David McLellan, Karl Marx. Su vida y sus ideas, Barcelona, Editorial
Crítica, 1983, p. 515 (traducción de José Luis García Molina).
(4) He usado las cartas de Jenny Marx que aparecen en David McLellan, Karl
Marx, edi cit, Mary Gabriel, Amor y Capital, Vilassar de Mar (Barcelona), El
Viejo Topo, 2014, un libro imprescindible en mi opinión, y las cartas de la
esposa de Marx que fueron traducidas para las OME, las obras de Marx y
Engels cuya traducción y edición coordinó Manuel Sacristán, y que nunca
fueron publicadas. Entre los traductores de las cartas, sin poder tener
seguridad de ello, José Mª Ripalda, León Mames, Pedro Scaron y Miguel
Candel.
(7) Para comunicarse con los populistas rusos, para escribir a Vera Sassulich,
para entender mejor el campesinado y la comuna rusa.