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“Año del dialogo y la Reconciliación Nacional”

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLITICAS

ESCUELA PROFESIONAL DE DERECHO

ESTADO Y SOCIEDAD

CURSO :

PROFESOR :

ALUMNA :

TURNO :

CICLO :

PUCALLPA – PERÚ
2018
ÍNDICE

RESUMEN ......................................................................................................... 3

INTRODUCCIÓN ............................................................................................... 4

I. Estado.......................................................................................................... 6

1.1. Definiciones .............................................................................................. 7

II. Sociedad ...................................................................................................... 8

2.1. Definiciones .............................................................................................. 9

III. La Expansión del Estado y el renacer liberal .......................................... 10

IV. Tres factores históricos condicionantes .................................................. 15

V. Otros obstáculos a la reducción del Estado ............................................... 18

VI. La sacralización del Estado .................................................................... 21

VII. Relación entre estado y sociedad........................................................... 24

VIII. Estado y Sociedad: Una Triple Relación ................................................ 27

IX. Diferencia entre el estado y la sociedad ................................................. 33

CONCLUSIONES............................................................................................. 35

RECOMENDACIONES .................................................................................... 35

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS ................................................................. 35

ANEXOS .......................................................................................................... 36

2
RESUMEN

Las nociones de SOCIEDAD y de ESTADO entendidas como entidades

diferenciadas se originan en el inicio de la MODERNIDAD, entre los siglos XV y

XVI.

El hombre, en lugar de subordinarse a la comunidad, se constituye en un sujeto

independiente. Esta es la base social de la concepción de la sociedad como un

conjunto de elementos autónomos. Esta visión de la SOCIEDAD (MODERNA)

concebirá como artificiales todas las instituciones del “Antiguo Régimen”

basados en la autoridad, como el régimen de los gremios de artesanos, cuyos

integrantes sólo podían trabajar en el gremio en el que fueron formados por su

maestro. Para esta concepción moderna, lo único natural son los individuos,

poseedores de “derechos innatos”.

Si la ideología moderna considera a los hombres como sujetos libres e

independientes, ¿cómo entiende a la sociedad como totalidad global? ¿Qué es

lo que hace a los hombres agruparse? La respuesta a esta pregunta utilizó la

metáfora. Donde sólo plantea las consecuencias que tendría en la sociedad la

falta de normas básicas que hagan posible un mínimo de convivencia. En el

pensamiento moderno más temprano no había una distinción entre ESTADO Y

SOCIEDAD. Ambos términos plantean la situación contraria al estado de

naturaleza.

Palabras claves: personas, Gobernantes y leyes

3
INTRODUCCIÓN

La relación Estado-Sociedad debe ser entendida como el proceso en el cual la

ciudadanía, sus organizaciones y las instancias públicas se relacionan entre sí

en un ámbito de confianza, apertura, con el interés de promover políticas

públicas, donde la participación de la ciudadana se registre en el diseño,

ejecución y monitoreo de las mismas, velando por la transparencia, eficiencia y

equidad de las mismas.

La comprensión de los roles de cada uno de los actores y sectores que

intervienen la relación entre el Estado y la sociedad no debe ser entendida como

una relación de sustitución, sino una relación de complementariedad. Una

democracia madura implica un Estado y una sociedad fuerte que se relacionen

continuamente, controlen mutuamente y negocien entre sí, donde la voz del

pueblo tiene fuerza de ley.

El país lleva ya varias décadas demandando un relacionamiento más lineal entre

gobernados y gobernantes, porque el desarrollo nacional debe ser un

compromiso de los distintos actores que intervienen y juntos en coordinación

impulsar un relacionamiento más efectivo, basado en el respeto en la legalidad

y en la legitimidad de los actores. No es posible la apertura y el relacionamiento

Estado-Sociedad, sobre la base del clientelismo, la corrupción, la impunidad y la

complicidad de una clase política con el dolo y el fraude.

En ese sentido, es necesario impedir la instrumentalización de las relaciones

Estado-Sociedad, la misma no es digna cuando se excluyen sectores por sus

4
posiciones beligerantes o críticas, la tarea es procurar la integración amplia de

los distintos sectores sociales a una nueva relación Estado-sociedad, para lo

cual no se debe seleccionar a los interlocutores, sobre la base de afinidad

política, relaciones primarias, afectividad o solo interactuar con los más

complacientes y dóciles a las mieles del poder.

5
Estado y sociedad en el Perú

Los estudiantes de ciencias sociales, especialmente la ciencia política y la

sociología, a menudo vienen a través de términos como el estado y la sociedad

para referirse a un grupo de seres humanos en un territorio o un pedazo de tierra

en particular. Tanto un estado y una sociedad se componen de personas, y los

seres humanos siguen siendo las partes integrantes de ambas agrupaciones.

Hay muchas similitudes entre un estado y una sociedad para confundir a los

estudiantes. Ambos están entrelazados como sociedad depende del estado y

ambos se influyen mutuamente de tal manera que definen entre sí. Sin embargo,

hay muchas diferencias entre los dos conceptos que se destacan en este artículo

para los lectores.

I. Estado

Estado es una parte de una sociedad al igual que muchas otras

asociaciones e instituciones. De hecho, el estado es la agrupación más

importante dentro de una sociedad, ya que tiene el poder de hacer reglas

y regulaciones que los miembros de la sociedad tienen que seguir, ya que

tiene poder coercitivo para castigar a los miembros. Se trata de una

asociación política con la maquinaria en marcha para ejecutar la

administración, y el sistema judicial. Está claro que el estado de derecho

se mantiene en una sociedad con la ayuda del único estado. Sin embargo,

esta regla se mantiene confinado a un territorio determinado como dónde

termina este territorio, el Estado de otro estado comienza.

6
Un estado tiene una estructura en su lugar y el gobierno lleva a cabo como

su cabeza. La formación de un estado es necesario en cualquier sociedad

para su protección como también para promover los intereses comunes

de las personas que componen la sociedad. El Estado tiene el poder de

hacer las leyes y también el poder para castigar a personas por violación

de estas leyes. La pertenencia a un Estado es limitada y tiene que ser

ganado.

1.1. Definiciones

La definición más comúnmente utilizada es la de Max Weber, en

1919, define Estado moderno como una "asociación de dominación

con carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar

dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de

dominación y que, con este fin, ha reunido todos los medios

materiales en manos de sus dirigentes y ha expropiado a todos los

seres humanos que antes disponían de ellos por derecho propio,

sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas”.13 Las

categorías generales del Estado son instituciones tales como las

fuerzas armadas, burocracias administrativas, los tribunales y la

policía, asumiendo pues el Estado las funciones de defensa,

gobernación, justicia, seguridad y otras, como las relaciones

exteriores.

El jurista alemán Hermann Heller que define al Estado como una

"unidad de dominación, independiente en lo exterior e interior, que

7
actúa de modo continuo, con medios de poder propios, y

claramente delimitado en lo personal y territorial". Además, el autor

define que sólo se puede hablar de Estado como una construcción

propia de las monarquías absolutas (ver monarquía absoluta) del

siglo xv, de la Edad Moderna. "No hay Estado en la Edad Antigua",

señala el autor.14 Asimismo , cómo evolución del concepto se ha

desarrollado el "Estado de Derecho" por el que se incluyen dentro

de la organización estatal aquellas resultantes del imperio de la ley

y la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y otras

funciones, como la emisión de moneda propia.

Karl Marx: El Estado no es el reino de la razón, sino de la fuerza;

no es el reino del bien común, sino del interés parcial; no tiene

como fin el bienestar de todos, sino de los que detentan el poder;

no es la salida del estado de naturaleza, sino su continuación bajo

otra forma. Antes al contrario, la salida del estado de naturaleza

coincidirá con el fin del Estado. De aquí la tendencia a considerar

todo Estado como una dictadura y a calificar como relevante solo

el problema de quién gobierna (burguesía o proletariado) y no solo

el como

II. Sociedad

La sociedad es un conjunto de seres humanos en un territorio donde la

gente vive siendo regulados por ciertas normas y costumbres. Las

relaciones entre las personas se rigen por noms de la sociedad, y la

conducta social de las personas en una sociedad depende siempre de la

8
visión compartida de la sociedad acerca de lo que es Dios y lo que es

malo. Se espera que las normas y costumbres de la sociedad a estar

seguido por las personas que viven en ella, y cualquier violación de estas

reglas es menospreciado a hacer que una persona se comporta de la

manera deseada. El sentimiento de pertenencia es lo que hace que las

personas cooperan en una sociedad.

La sociedad no está limitado por la geografía en la era moderna como los

hindúes que viven en los Estados Unidos pueden estar siguiendo las

mismas costumbres y normas que prevalecen en su sociedad en la India

y lo mismo vale para los Judios que viven en la India a pesar de su tierra

natal puede ser Israel. La India es un país donde hay una serie de

sociedades dentro de la gran sociedad de la India debido a las diferentes

religiones. Por lo tanto, tenemos la sociedad hindú, la sociedad

musulmana, sij la sociedad, e incluso la sociedad cristiana. Sin embargo,

la sensación de ser indio reemplaza a todas estas sociedades con el

resultado de que todas estas sociedades se fusionan en una sola

sociedad india. Por lo tanto, un extranjero habla de la cultura india, el arte

y la tradición en lugar de reducirse hasta en las sociedades más

pequeñas.

2.1. Definiciones

H. Grocio:La asociación perfecta de hombres libres unidos para

gozar de sus derechos y para la utilidad común. Es la asociación

política soberana que dispone de un territorio propio, con una

9
organización específica y un supremo poder facultado para crear el

derecho positivo.

Según Emile Durkheim, el hombre está obligado a seguir ciertas

reglas en cada sociedad, que él llamó de hechos sociales, que son

reglas externas y anteriores al individuo y que controlan su acción

frente a los otros miembros de la sociedad. Hecho social es, por

tanto, la coerción social del individuo, forzado a seguir normas

sociales que le son impuestas desde su nacimiento y que no tiene

poder para modificar.

En otras palabras, la sociedad es el control de las acciones

individuales, el individuo aprende a seguir las reglas que son

extrínsecas (no creadas por él), a pesar de ser autónomo en sus

decisiones, pero esas decisiones están dentro de los límites que la

sociedad impone porque si el individuo supera los límites impuestos

será sancionado socialmente.

Para Karl Marx, la sociedad es heterogénea y se compone de

clases que se mantienen a través de las ideologías de aquellos que

tienen el control de los medios de producción, es decir, las élites.

En una sociedad capitalista, la acumulación de bienes materiales

se valora, mientras que el bienestar colectivo es secundario.

III. La Expansión del Estado y el renacer liberal

El siglo XX nos acostumbró a un proceso de consolidación y expansión

del estado que venía desarrollándose, sin duda, desde bastante tiempo

10
atrás. No en vano fue el siglo del comunismo, el de los totalitarismos nazi

y fascista, el de la creación y difusión del actual estado de bienestar.

Resulta oportuno destacar que el proceso al que nos referimos significó el

predominio irrestricto del estado nacional y la desaparición casi total de

otras formas de estado previas: imperios, monarquías patrimoniales,

formas derivadas del tribalismo, etc. El crecimiento del estado consistió

en una enorme expansión de sus funciones y en el paralelo aumento de

su dimensión cuantitativa, especialmente en cuanto al número de sus

funcionarios y el monto de los recursos económicos a su disposición.

Sobre las funciones mínimas y esenciales del estado, desde la segunda

mitad del siglo XIX, se construyó una trama compleja de actividades que

incluyeron no sólo la tradicional construcción de obras públicas sino

también políticas sociales y culturales, económicas, financieras y de casi

cualquier otra naturaleza, llegándose al punto de que prácticamente nada

quedó excluido de las posibles competencias de la institución estatal. El

extremo de esta tendencia lo constituyó el llamado totalitarismo, concepto

puesto en boga por Benito Mussolini, quien expresó que para el fascismo

nada quedaba fuera del estado y de su esfera de influencia, que no estaba

dispuesto a tolerar ningún ámbito de acción estricta y totalmente privado.

El comunismo había ya superado, en la práctica, el totalitarismo de

Mussolini, pero aún en los estados más o menos democráticos y liberales

de Occidente el estado absorbió funciones que antes estaban reservadas

a la Iglesia o los gremios y creó asimismo muchas otras nuevas.

11
El auge del estatismo -tanto en la práctica como en la teoría- significó que

las ideas fundamentales del liberalismo pasasen a un segundo plano:

muchos las consideraron como obsoletas, superadas por los tiempos, y

otros las calificaron como carentes de contenido social, basadas en un

individualismo a veces adjetivado como "burgués" y siempre

desacreditado como generador de injusticia. Diversas ideologías que -de

un modo u otro- pueden llamarse colectivistas, se impusieron entonces en

el debate mundial: desde el comunismo hasta las variantes más

moderadas del socialismo democrático, desde el nacional-socialismo

hasta el comunitarismo cristiano, el panorama excluyó casi por completo

a las propuestas que abogaban por gobiernos limitados, respeto irrestricto

a los derechos individuales y vigencia plena de las libertades económicas.

Esta tendencia hacia el estatismo llegó, en el último cuarto del siglo XX,

hasta extremos que permitieron apreciar sus profundas debilidades y las

falacias teóricas sobre las que se asentaba. Para no hablar de la implosión

comunista -que derrumbó casi súbitamente un sistema que pretendía

trazar el rumbo de la humanidad para todo el futuro imaginable-

mencionemos el abandono de las políticas keynesianas, que mostraron

su ineficiencia hacia la década de los setenta y el viraje hacia la economía

de mercado que se produjo casi simultáneamente en países tan distintos

como Chile, el Reino Unido, los Estados Unidos y la China comunista.

Este giro puso fin a la expansión del estado que ya mencionamos y

representó, por lo tanto, un renacer de las ideas de libertad, una

12
esperanza de que pudiese volverse hacia los estados más limitados de

épocas anteriores.

Pero, según lo que hemos visto en tiempos recientes, no se sacaron todas

las conclusiones posibles del fracaso del estatismo y no se pusieron

tampoco en práctica las medidas necesarias para invertir de un modo

profundo y continuo la tendencia hacia la expansión del estado. Todo

parece haber quedado limitado a algunas reformas parciales, llevadas a

cabo con muchas limitaciones, en un contexto donde los cambios se han

impuesto con evidente lentitud y escasa coherencia.

En muy pocos casos la fracción que el estado toma del PIB disminuyó de

un modo sensible y, cuando lo hizo, a los pocos años se restablecieron

niveles de participación bastante similares a los de la época anterior; las

privatizaciones alcanzaron una aceptable cifra en varios países durante

algunos años pero, en definitiva, el impulso siempre se perdió después de

algunas operaciones de magnitud; la reforma de los sistemas estatales de

seguridad social ha avanzado en una buena dirección pero al observador

neutral le puede asombrar la parsimonia con que se ha realizado, las

inmensas trabas que se le han interpuesto en casi todas las naciones; es

cierto que las formas más toscas de intervencionismo se han ido

abandonando en casi todo el mundo, pero es preciso anotar también que

continúan muchas otras, que siempre existen fuertes presiones para

imponer otras nuevas, que los mercados de trabajo, los agrícolas y

muchos otros siguen todavía fuertemente regulados.

13
En suma, y para no abrumar al lector con los pormenores de una crónica

que seguramente conoce, es posible concluir que el giro hacia el mercado,

o las reformas estructurales -para decirlo con la expresión que suele

utilizarse en Hispanoamérica- han marchado de un modo inseguro,

sometidas a fuertes obstáculos, experimentando continuas detenciones y

hasta retrocesos, cuestionadas y puestas en duda al menor asomo de

crisis, sobre todo en los países económicamente más débiles que son, por

cierto, los que más las necesitan para recorrer una senda de vigoroso

crecimiento.

Ante esto los liberales, luego del comprensible entusiasmo inicial, han

comenzado a revisar el optimismo con que se juzgaron los

acontecimientos que referimos. El momento, entonces, me parece

adecuado para que nos interroguemos acerca de las causas profundas de

la expansión estatal, para que hagamos un esfuerzo que nos permita

comprender los motivos que la han promovido y que hoy hacen tan difícil

revertirla. Sólo así podremos entender por qué ha sido tan rápido y

sostenido el crecimiento del estado y tan errático y limitado, en cambio, el

camino de las reformas que apuntan hacia el libre mercado.

Dentro de esta línea de pensamiento pasaremos a examinar, entonces,

algunos factores que han facilitado o condicionado la expansión de la

maquinaria estatal y los obstáculos que se interponen para que

avancemos en la dirección contraria. Ello nos llevará a discutir algunas

14
proposiciones bastante generales que, pensamos, pueden arrojar cierta

luz para abordar tan complejas cuestiones.

IV. Tres factores históricos condicionantes

Desde el punto de vista histórico debemos detenernos, primeramente, en

la consideración de tres factores disímiles que permitieron la expansión

estatal de los siglos precedentes. El primero, requisito indispensable, fue

el impresionante aumento de la riqueza de las naciones. Si hasta el siglo

XIX el producto anual había permanecido en general estacionario, con un

crecimiento tan lento que sólo podía apreciarse -y no en todos los casos-

en una escala secular, a partir de la llamada Revolución Industrial se inició

una etapa de desarrollo económico que se mantiene hasta nuestros días

y que incrementó notablemente el conjunto de bienes y servicios que se

producen y consumen. Sólo la existencia de esta enorme riqueza,

desconocida en otras épocas, permitió que los estados modernos

pudiesen ejercer sobre los ciudadanos una presión impositiva muy

superior a la de las sociedades tradicionales: no hubiese sido posible

aplicar en éstas las escalas actuales de impuestos pues la mayoría de los

contribuyentes, viviendo en el límite de la indigencia, sólo podía aportar

cantidades mucho más limitadas que las actuales.

Pero esta circunstancia sólo debe considerarse como un prerrequisito

para la expansión, como una condición necesaria pero no suficiente. El

segundo elemento que debemos tomar en cuenta, por la decisiva

importancia que tiene, es el paso hacia una forma de legitimación política

15
que se asienta en la soberanía popular. El punto de inflexión en este

sentido es la Revolución Francesa, aunque fue bastante después, en el

siglo XX, que se aceptó de un modo generalizado el principio de soberanía

popular en la mayoría de los estados.

Hasta entonces, con relativamente pocas excepciones, habían

prevalecido sistemas políticos en los que la soberanía recaía en algún tipo

de monarca, hereditario o no, que justificaba su dominio basándose en la

supuesta voluntad divina. El rey, como soberano, tenía entonces en

principio un poder ilimitado, pues éste no provenía de la sociedad sino de

una fuente exterior a ella, independiente y superior. Pero, al establecerse

las cosas de este modo, se producía una paradoja destinada a generar no

pocas consecuencias: la sociedad no permanecía siempre pasiva frente

a los deseos del monarca, los resistía a veces, constituyéndose como un

cuerpo social independiente frente a él y capaz, en ocasiones, de

imponerle algunos límites a su autoridad. Bien conocido es el ejemplo de

la famosa Carta Magna inglesa, de las cortes, parlamentos y asambleas

de notables que florecieron en muchas regiones de Europa, dentro de un

contexto en que se establecía una lucha -a veces intensa- entre el

soberano y los sectores más poderosos de la sociedad.

Al desaparecer esta tensión y concebirse al estado como una expresión o

encarnación de toda la sociedad, de todo el "pueblo", se perdieron las

reservas que se tenían y las restricciones que se imponían al poder

estatal, abriéndose así las puertas a excesos que no se habían

16
presenciado hasta entonces: ni la resistencia de nobles o burgueses, ni la

tradición ni las leyes resultaron, a partir de ese momento, sólidos diques

ante una voluntad mayoritaria que se arrogaba el derecho a crear la ley,

a imponerla, a moldear incluso la sociedad de acuerdo a sus deseos. Es

cierto que sólo se llegó a este último extremo en circunstancias

excepcionales, generalmente de tipo revolucionario, pero no es menos

cierto que la idea de soberanía popular es la que ha permitido el

crecimiento de los estados modernos sin que se haya producido la enorme

resistencia que, en circunstancias similares, hubiesen soportado las

monarquías de otro tiempo.

El último factor a considerar, magistralmente desarrollado por Popper en

La Sociedad Abierta y sus Enemigos, es la emergencia de lo que él llama

un nuevo tribalismo, que emerge como expresión de la "eterna rebelión

contra la libertad y la razón" ante la secularización y la apertura de las

sociedades europeas modernas. Ese tribalismo, que no es sólo una

filosofía sino también una actitud y un sentimiento, se opone a las

libertades políticas y económicas nacientes contraponiéndole un culto

hacia lo colectivo que expresa la nostalgia ante las sociedades más

compactas y homogéneas de épocas anteriores. Se alarma y desconfía

del supuesto desorden generado por la libertad y se refugia entonces en

lo colectivo. Frente al individuo autónomo y responsable trata de reforzar

instancias que se conciben como superiores a él: la nación, la raza o la

clase, por ejemplo. Este tribalismo está, por lo tanto, en el origen del

socialismo y del fascismo, que irán emergiendo como sus expresiones

17
concretas, y se enlaza directamente con la sacralización del estado a la

que nos referiremos.

V. Otros obstáculos a la reducción del Estado

Los tres factores que acabamos de mencionar no alcanzan a explicar por

sí solos, sin embargo, la solidez del proceso de expansión estatal y las

obvias dificultades que se encuentran cuando se intenta su reversión: son

apenas como el marco o el entorno en que se mueven otras fuerzas,

mucho más concretas, que operan en la producción del fenómeno

señalado.

El siguiente obstáculo a la reducción del estado que debemos examinar

tiene que ver con algo así como una inercia institucional: una vez que el

estado asume una determinada función o actividad, destinando para eso

el correspondiente presupuesto y creando alguna oficina o dependencia

con un número determinado de funcionarios a su cargo, se produce una

situación en la que se generan intereses que tienden a su mantenimiento

y expansión.

Por eso cualquier reforma que se encamine a disminuir el poder del estado

con respecto a la sociedad en su conjunto presenta, de partida, un

carácter hasta cierto punto contradictorio y si se quiere paradójico: es el

propio estado, como institución, el que debe limitarse a sí mismo, son sus

propios agentes o funcionarios los que deben encontrar las vías para

disminuir su poder. La tendencia espontánea, muy por el contrario -como

claramente lo ha establecido la escuela del Public Choice de James

18
Buchanan- es que el funcionario público actúe guiado por los mismos

estímulos que el empresario o el consumidor privado y, por lo tanto, que

trate de hacer prevalecer sus intereses propios en todo lo posible. Ningún

político, jefe de agencia o de empresa pública buscará deliberadamente

que se recorte su poder, el número de funcionarios a su cargo o las

funciones de la dependencia que dirige. Eso es natural y comprensible,

no una perversión o un acto específico de corrupción, y por lo tanto toda

reforma tropezará con la dificultad de que los propios agentes encargados

de llevarla a cabo serán -en cierta forma- los menos interesados en

promoverla o ejecutarla.

Esta tendencia inercial hacia la consolidación del estado explica, en parte,

por qué resulta siempre más sencillo y expedito promover nuevos gastos

y actividades para el estado que reducir sus proporciones o eliminar

algunas funciones de las que corrientemente desempeña. Sólo porque

existen precisos marcos legales que limitan la acción estatal, o porque la

ciudadanía se resiste a pagar mayores impuestos, o porque se enfrenta

una situación de aguda crisis fiscal, es que los estados detienen su

crecimiento y no se desbordan hacia las formas totalitarias que, en ciertos

casos peculiares, finalmente se imponen.

Otro importante factor a considerar para explicar el crecimiento del estado

y el estancamiento del proceso de reformas tiene que ver, directamente,

con la presencia en la sociedad de grupos organizados que, en defensa

de sus intereses, son capaces de ejercer presiones políticas muy fuertes,

19
a veces por completo desproporcionadas en relación a su número o su

peso político electoral.

Empresarios proteccionistas -tanto nacionales como extranjeros

radicados en los países que emprenden las reformas- son responsables

de la forma lenta y a veces contradictoria en que se ha procedido a la

liberación comercial. Los sindicatos, por otra parte, han estado

comprometidos en la lucha contra cualquier reforma laboral que flexibilice

ese mercado mientras suelen oponerse también, generalmente con

bastante éxito, al cambio del ineficaz sistema de seguridad social basado

en el método llamado "de reparto" y a casi todas las privatizaciones. Con

esto han impedido que se consumaran en varios países importantes

reformas de segunda generación que hubieran completado la apertura ya

realizada en otras áreas.

Lo mismo puede decirse de la infinidad de instituciones públicas y

privadas que han luchado, y luchan actualmente, para que no se les

reduzcan o quiten sus subsidios, y que abarcan desde asociaciones

culturales hasta gobiernos regionales y municipales. Los partidos

políticos, del mismo modo, se han constituido en un factor de peso para

impedir reformas políticas que los hubieran expuesto a mayor control de

los ciudadanos o a la pérdida de privilegios que sus dirigentes consideran

como derechos adquiridos.

20
En todos estos casos se produce una asimetría en las presiones que

reciben los gobernantes que, a la postre, redunda en la consolidación de

ciertos privilegios que obstaculizan el curso de las reformas. Nadie sale a

protestar a las calles porque se aumente del 10% al 20% un arancel sobre

cierto tipo de acero, por ejemplo, pero las cámaras que agrupan a los

productores de ese artículo serán capaces de defender con intensas

presiones y con mucho dinero las excepciones que los favorecen; los

ciudadanos permanecerán pasivos si se aumentan los sueldos de los

funcionarios públicos en alguna remota provincia, lo mismo que si se

duplica una subvención a alguna oscura fundación que realiza actividades

poco visibles. Pero los grupos afectados, coherentes y bien organizados,

serán capaces en cambio de sostener una acción prologada en defensa

de sus intereses y, por lo tanto, de afectar la voluntad política de quienes

desde el gobierno distribuyen el presupuesto o redactan los decretos que

afectan la economía.

VI. La sacralización del Estado

El último factor a considerar como obstáculo a las reformas estructurales

tiene que ver con percepciones, ideas y creencias que, aunque más

difusas, ejercen también un papel decisivo en la formación de la opinión

pública y la acción de los gobernantes. En la toma de decisiones políticas,

como es bien sabido, no intervienen solamente los hechos y las

21
evaluaciones racionales que de ellos se hacen, sino también las pasiones,

los mitos y las fantasías colectivas.

La discusión sobre el papel y las funciones del estado, tan importante para

definir el curso de las reformas, se ve así ubicada dentro de un contexto

ideológico que no es, de ninguna manera, puramente intelectual. El

estado, como encarnación de esa "voluntad general" que mencionamos

en el punto 2, es una de las instituciones que más tienden a sacralizarse,

pues pasa frecuentemente a recibir una transferencia de valores y

actitudes que provienen del anterior derecho divino que se arrogaban los

príncipes.

Permítasenos citar aquí a James Buchanan, Premio Nobel de Economía, que

en un reciente trabajo sostuvo:

"La época socialista fue exitosa en cuanto a reemplazar el lema ‘Dios

cuidará de ti’ (como dice un antiguo himno religioso) con ‘el estado cuidará

de ti’. Y el punto que quiero destacar acá es que la defunción del

socialismo como una forma de organización de la economía ha hecho

poco o nada en cuanto a ofrecer alguna alternativa respecto a la existencia

de una red de seguridad de última instancia para la gente. El dios

socialista no ha sido reemplazado en este sentido y, hasta que esto no

ocurra, la transición [del socialismo al capitalismo] nunca llegará a ser

exitosa".

22
Nunca es fácil eliminar la psicología de la dependencia, aun frente a la

evidencia empírica de que el estado no puede asumir el papel que cumplía

Dios en anteriores épocas. La visión romántica de lo colectivo, y la

inserción del individuo dentro de ese espíritu, permanece -y permanecerá-

como algo importante en este nuevo siglo. [...] ¿Podemos esperar que se

vuelva a los atributos de la paciencia y la prudencia, propios del siglo XVIII,

cualidades sin las cuales las reformas duraderas y de largo plazo no

pueden ser llevadas a cabo? ¿Puede el estado moderno ser relegado al

mismo rol no intervencionista del Dios de los deístas?"

Buchanan se refiere, en el breve ensayo que citamos, a las dificultades de

la transición que se han registrado en los países socialistas del este

europeo, pero sus conclusiones pueden ser generalizadas, sin la menor

duda, al proceso de reformas que se ha desarrollado en las sociedades

que tienen estados intervencionistas o formas más moderadas de

socialismo. Los tropiezos han sido en buena medida los mismos, las

actitudes similares, los retrocesos parecidos: en ambos casos muchas

reformas se han llevado a cabo porque "no había más remedio que

hacerlas" o con la convicción de que se estaba imponiendo una injusta

carga a los más pobres.

La sacralización del estado está en el origen de esa frecuente actitud que

lleva a confundirlo con la sociedad como un todo y que exige que asuma

funciones para las cuales de ningún modo está preparado o puede resultar

un instrumento efectivo. La educación, la salud y la seguridad social, por

23
ejemplo, aunque admiten sin duda importantes contribuciones del sector

público, no han sido gestionadas por éste de un modo eficaz en una gran

cantidad de países. Inmensas burocracias han hecho que, en esas áreas,

la acción del estado llegue a ser en buena medida contraproducente, pero

la comprobación de estos hechos no ha sido motivo suficiente para que la

mayoría de las personas abandonen sus ideas acerca del decisivo papel

que dicha institución debe desempeñar al respecto. Hay algo de mítico, a

mi manera de ver, en esas opiniones que reservan al estado ciertas áreas

sin mayor análisis, mientras se desdeñan tanto la experiencia de siglos

como los novedosos aportes de muchos pensadores.

VII. Relación entre estado y sociedad

Las relaciones históricas entre la sociedad y el Estado han evolucionado

según el sistema político, la naturaleza del régimen jurídico, los intereses

de los grupos, el tiempo y las circunstancias colectivas presentes y

futuras. El Estado ha ejercido de manera variable, acertada o

desacertamente su rol frente a la sociedad. Las libertades y los derechos

avanzan como conquistas irrenunciables, impidiendo que se desconozca

el fin de las instituciones y el deber de protección y acatamiento que el

Estado para con la sociedad. En los regímenes de gobierno democrático

donde la voluntad popular es prioritaria, la sociedad adquiere su imperio

como arbitro de su propio destino y significado histórico. En los modelos

de democracia participativa que superan esquemas tradicionales de

representación, se debe acentuar más este carácter y esta condición.

24
El Estado, en su concepto y en sus fines, es una forma de organización

de la sociedad y no un mecanismo para sustuirla. El Estado ha de servir

al colectivo y su actuación se enmarca en las atribuciones, competencias

y procedimientos formalmente establecidos, con el objeto de desarrollar

los principios y valores esenciales de la sociedad contenidos en la

Constitución, en la historia, en el espíritu esencial de un país. La sociedad

y el Estado representan entidades diferenciadas, con roles y jerarquías

específicas, no cabiendo duda que por encima del Estado está la

sociedad, que es el sustrato fundamental de la Nación, y en el cual reside

el mandato político y la soberanía, como definición además de jurídica,

social y humana.

El poder político que corresponde al pueblo, se organiza y se manifiesta

muchas veces a través del Estado y sus agentes cumple un mandato,

sujetos a reglas ya establecidas y se rigen por un principio de

responsabilidad. La autoridad del Estado es delegada y su alcance y

contenido lo regula la propia Constitución, ley suprema que establece

todas las competencias.

Por su origen y por su finalidad, por sus objetivos y por sus resultados, el

Estado debe entenderse como parte de la sociedad y subordinado a su

control en términos políticos, administrativos, colectivos, cada vez más

pleno y exigente en las naciones democráticas que desarrollan y

perfeccionan el ejercicio de la libertad.

25
En la complejidad de los sistemas políticos modernos tanto los individuos

como las instituciones formulan decisiones, y se corresponde con una

etapa más profunda de la democracia una evolución e implementación

mayor del poder de la persona y de la sociedad organizada en todas las

materias, lo cual representa la gran virtualidad de la democracia

participativa, que ya en los años 80 había sido expuesta como parte de la

doctrina política y que hoy se impulsa en sociedades en transformación,

en Venezuela y en América Latina.

Cada vez más resulta indispensable el rol legitimador de la sociedad, el

ejercicio capaz y responsable de las competencias ciudadanas, la

comprensión y la inserción de la sociedad en el nuevo mecanismo

institucional, la estructuración eficiente y armónica de las competencias

públicas, estén en el individuo, en la colectividad o en el propio Estado.

El concepto de democracia participativa es renovador y abre espacios

para el ejercicio directo de la soberanía popular, más allá del voto, en la

gestión de competencias públicas y en la manifestación de la autoridad

ciudadana, y que es precisamente el Estado Comunal. El mismo redefine

y obliga a la transformación del propio Estado y crea nuevas instancias de

participación y posibilita la estructuración de una sociedad menos

dependiente.

La proclamación de esos principios en la Constitución y su adecuado

desarrollo legislativo, propicia un más profundo modelo de democracia

26
participativa que debe conducirnos a un mayor fortalecimiento de la

sociedad y hacia un concepto de Estado, ya no de Bienestar, sino de

Justicia con mayor equilibrio y compromiso institucional y ciudadano.

VIII. Estado y Sociedad: Una Triple Relación

El estado sigue siendo la máxima instancia de articulación de una

sociedad, pese a su creciente descrédito y al virtual desmantelamiento a

que lo ha sometido la embestida neo-conservadora. Ni siquiera utopías

extremas, como el comunismo o el ultra-liberalismo, se han visto

concretadas históricamente bajo la forma de sociedades plenamente

desestatizadas.

Los "roles del estado" no son sino las diversas formas de articulación que

se crean y reproducen constantemente entre las esferas social y estatal.

Este papel articulador, que justifica y legitima la existencia del estado,

busca satisfacer diversas necesidades o solucionar determinados

problemas que la sociedad no consigue resolver por sí sola, se trate de la

producción de ciertos bienes, la promoción de actividades, la dilucidación

de conflictos, la morigeración de inequidades, la defensa de derechos

humanos, la provisión de servicios o la creación de símbolos que

refuerzan sentimientos de pertenencia a una comunidad nacional.

Sin embargo, la legitimidad de estos roles ha sido sometida a un profundo

cuestionamiento. La frontera que separa los dominios funcionales del

estado y la sociedad se ha corrido, achicando los ámbitos aceptados de

27
intervención estatal. La división del trabajo entre una y otra esfera fija hoy

límites mucho más estrechos a lo que el estado puede y debe hacer.

Desde su particular concepción ideológica, el discurso conservador

justifica este nuevo "tratado de límites" en términos puramente

funcionales: se trata de que "la sociedad" recupere la iniciativa frente a un

aparato estatal parasitario e ineficiente, asumiendo o reasumiendo tareas

que en su momento le fueran expropiadas por el estado intervencionista.

Obsérvese que, en esta perspectiva, los alcances de la relación entre

estado y sociedad se reducen a un problema de fijar nuevas reglas de

juego entre ambos, a partir de un análisis "técnico" centrado en la eficacia

relativa de uno u otra en la gestión social. Dejemos de lado la ficción de

este supuesto nuevo protagonismo que estaría asumiendo "la sociedad",

al heredar franjas de acción estatal privatizadas. Bien sabemos que los

verdaderos herederos son los más poderosos grupos económicos de la

Argentina y que, lejos de conducir a una gestión más democrática de la

cosa pública, el reparto de la sucesión está creando un verdadero estado

privado.

El punto que vale la pena destacar es que, en este replanteo del juego,

existen otras dos relaciones que también sufren profundas alteraciones.

En efecto, la división del trabajo entre estado y sociedad (es decir, quién

gestiona qué) presupone una relación antecedente y otra consecuente. La

primera de ellas es, simplemente, la particular relación de poder existente

entre ambos, que denominaré interfase "jerárquica". Es evidente que la

28
decisión de jibarizar al estado no responde únicamente a las exigencias

técnicas de su crisis fiscal, sino especialmente a la nueva correlación de

fuerzas que se ha establecido entre los grupos económicos altamente

concentrados y los representantes estatales.

La relación consecuente -que denominaré "material"- se vincula con la

distribución del excedente económico, a través de las vinculaciones

fiscales existente entre estado y sociedad. Si el estado cede parcelas de

su dominio funcional a ciertos gestores privados, renuncia

simultáneamente a su pretensión de obtener de la sociedad los recursos

que se requerirían para mantener las respectivas funciones dentro del

ámbito estatal. En otras palabras, a una menor intervención

corresponderá un presupuesto proporcionalmente menor.

El resultado es previsible, aunque no inevitable: una menor presencia del

estado en la gestión de los asuntos sociales, unida a una menor capacidad

de extracción y asignación de recursos, tienden a debilitar aún más su

posición frente a la sociedad. El punto, no obstante, merece algunas

aclaraciones.

Teóricamente, en una sociedad democrática el poder reside en la

sociedad. La ciudadanía, a través de la representación política, inviste de

autoridad a quienes asumen la responsabilidad de la gestión de los

asuntos sociales de modo que formalmente, los mandantes son los

ciudadanos. Esto, como es sabido, no expresa la real relación de fuerzas

29
que muestra la experiencia histórica. Por lo general, ha sido el estado

quien ha subordinado a la sociedad. Un estado, claro está, expuesto en

grados diversos a la acción, presión o demanda de ciertos sectores

sociales, cuya capacidad de acceso y penetración ha estado asociada

generalmente al control de cuantiosos recursos económicos.

A veces, esos sectores llegaron a colonizar y apoderarse virtualmente de

determinadas instituciones estatales clave. En otras ocasiones, escasas

por cierto, el estado consiguió cierto grado de "autonomía relativa",

sustrayéndose a esas influencias. Y no pocas veces, como ocurriera con

los autoritarismos militares, ha sido la corporación armada - uno de los

sectores del propio aparato estatal- la que se apropió de los instrumentos

de dominación del estado e impuso su poder discrecional sobre la

sociedad, con mayor o menor grado de autonomía respecto a otros

actores.

El acceso privilegiado o control por parte de esos sectores

(fundamentalmente) económicos, generó un mecanismo singular: una

parte considerable de la actividad del estado y de los recursos extraídos

por el mismo de la sociedad, fue redistribuída en beneficio de esos

sectores dominantes. En estos casos, las inter-fases jerárquica, funcional

y material tuvieron una clara vinculación recíproca. A una configuración

de poder donde primaban ciertos sectores dominantes de la sociedad

sobre el estado, correspondió generalmente determinados sesgos en la

función de objetivos del estado y una redistribución de recursos de unos

30
sectores hacia otros: el estado se limitó a crear la función (v.g. promoción

industrial, control de importaciones) y a obtener y transferir los recursos

hacia los sectores beneficiados por las políticas implícitas en esas áreas

de intervención.

De aquí se deducen las reglas del juego básicas que han gobernado,

históricamente, las articulaciones entre la sociedad y el estado. En la triple

relación establecida entre ambas esferas, la articulación jerárquica ha sido

siempre la determinante, ya que la acumulación de poder es, al mismo

tiempo, condición de posibilidad para la fijación de agendas (v.g. qué

asuntos deben problematizarse socialmente), para la toma de posición

frente a las mismas (qué políticas deben adoptarse a su respecto) y para

la extracción y asignación de los recursos que posibilitarán su resolución

(quiénes ganan y quiénes pagan los costos). Cualquier cambio en una de

estas interfases modifica a las demás. Por ejemplo, una reducción de la

intervención estatal en un área determinada reduce automáticamente la

pretensión del estado de apropiarse de los recursos que demandaría la

correspondiente gestión, lo cual disminuye a su vez su participación en el

excedente social y, seguramente, su poder frente a la sociedad (o, al

menos, frente a algunos de sus sectores). Un menor poder del estado

debilita su capacidad de fijar agendas y de extraer recursos. Y así

sucesivamente.

Naturalmente, al hacer referencia a un mayor o menor poder del estado,

es fundamental conocer quién o quiénes lo controlan. Desde un extremo

31
utópico de plena soberanía ciudadana a través de una representación

genuina y equilibrada de los diferentes intereses sociales, hasta otro

extremo de absoluta subordinación del aparato estatal a los designios de

una determinada corporación, sector o grupo económico, la realidad

exhibe múltiples situaciones intermedias. Como ha sugerido hace mucho

tiempo Fernando H. Cardoso, las articulaciones de poder que se

establecen entre estado y sociedad toman la forma de "anillos

burocráticos". En cada uno de estos anillos, una agencia estatal establece

una relación clientelística con una determinado grupo de interés. Puede

suponerse que cuanto mayor es el número de anillos y más equilibrados

los recursos de poder que pueden movilizarse en cada uno de los mismos,

más pareja será la relación de fuerzas entre diferentes sectores sociales

y más adecuados la representación política.

En cambio, si el estado abandona o reduce ciertas áreas de actividad y

transfiere otras, muy significativas, a sectores económicos altamente

concentrados, es muy probable que la relación entre "anillos burocráticos"

sea muy diferente. Sobre todo, si la renuncia del estado al desempeño de

sus funciones tradicionales no va acompañada de la sustitución de esos

roles por otros, diferentes en su naturaleza pero extremadamente

relevantes para evitar que la nueva situación deje inerme a la sociedad

frente al poder discrecional de un verdadero "estado privado". Por

ejemplo, si al renunciar a su papel productor, el estado no refuerza al

mismo tiempo su capacidad regulatoria sobre la actividad transferida.

32
En ausencia de esa capacidad, el círculo vicioso se realimenta y el

desmantelamiento del estado se acentúa. Un estado desmantelado es un

ámbito propicio para que su función moderadora de los excesos e

insuficiencias del mercado, sea fácilmente subvertida en provecho de

clientelas corporativas tutelares, de grupos funcionariales privilegiados o

de ocasionales parásitos que medran cuando -en presencia de un sector

público debilitado-la prebenda y la corruptela se enseñorean. Esta no es

una afirmación retórica. La confirma el propio Michel Camdessus, titular

del F.M.I., cuando afirma en un lenguaje aun más rotundo que "el mercado

al comienzo contiene mil formas de abuso; es la mafia, el triunfo de los

astutos o de los traficantes de influencias". A confesión de partes.

IX. Diferencia entre el estado y la sociedad

o La sociedad es un conjunto de seres humanos que viven junto con los

intereses comunes y siguientes normas y costumbres de la agrupación.

o Por otro lado, el estado es una asociación política dentro de una

sociedad destinada a proteger y gobernar al pueblo

o Estado es una parte de la sociedad, pero muy importante para la

existencia de la sociedad

o Estado tiene el poder de coerción, mientras que la sociedad sólo tiene

el poder de la persuasión

o Estado se limita a una pieza geográfica de la tierra, mientras que los

miembros de una sociedad, donde quiera que vayan en el mundo

siguen las mismas normas y tradiciones

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o La sociedad tiene un sistema social en el lugar, mientras que Estado

tiene un sistema político en su sitio

o La sociedad es permanente, mientras que un estado es temporal ya

que cuando un estado es ocupado por otro estado

o La sociedad es natural, mientras que se crea un estado dentro de una

sociedad

34
CONCLUSIONES

RECOMENDACIONES

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
C., y Pérf./ BRIÜNOLI. H.: Historia económica de América Latina. Barcelona,

Critica, 1984, tomo pp* 175 y 219.

COTLER, Hugo: «La construcción nacional de los países andi¬nos», en

Pensamiento Iberoamericano. Madrid, 1984, julio. n.y 6. p. 120.

Halperjn Donghj, Tulio; Historia contemporánea de América Latina. Madrid,

Alianza, 1985. p- 141.

Maríate-;üui, José Carlos: Siete ensayos de interpretación de la reali¬dad

peruana. Barcelona, Crítica, 1976.

ALBERTT, Giorgio: Notes on a framework for the anaiysis of the politics of

democratic consolidation in Latin America and an illustration from the case of

Perú. Trabajo presentado al seminario «Perspectivas y dilemas de la

consolidación democrática en América Latina». Rimini, abril, 1988, p. 43+

FRANCO. Carlos: Perú: participación popular Lima, Ediciones CEDEP, 1979, p.

43.

GARCÍA BELAÚNDE, Domingo: Una democracia en tran¬sición, (Elecciones

peruanas de 1985). San losé. CAPEL, 1986.

MATOS MAR, José: «Crisis del Estado y desborde popular en el Perú», en

Síntesis, op. cit.. p. 89.

LÓPEZ JIMÉNEZ, Siniesio: «El otro lado del asedio», en Cuestión de Estado.

Lima, 1987, septiembre, n.° 1, p. 20.

35
BALLÓN ECHEGARAY, Eduardo: Op. cit., p. 116, y PEASE GARCÍA, Henry: «El

populismo aprista», en Síntesis, op. cit.. p. 142 y ss.

MONTERO, Edilh: «Una base sin vértice», en Cuestión de Estado, op. cit., p. 9.

DegrhíOORI, Carlos: Sendero Luminoso: Los hondos y mortales desencuentros.

Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1986, pp. 21-22.

ANEXOS

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