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Respecto de la afirmación de que “La preocupación de los modernos porque el

mundo y la sociedad fueran inteligibles se relaciona con el contexto histórico”:


En este ensayo me propondré dos cosas: por un lado, apoyar la tesis sostenida por la
consigna; y, por el otro, profundizar en ella ya que pienso que hay una consideración
muy particular que es necesario que se tenga en cuenta en el desarrollo del planteo y
que no está explicitada dentro de la citada afirmación.
Para comenzar, considero que la afirmación de que los modernos estaban
preocupados por la inteligibilidad del mundo y la sociedad en tanto que envueltos por
un contexto histórico determinado es una perspectiva que ciertamente se adecúa y
explica o expone con un alto grado de aproximación y de manera muy convincente las
razones que impulsaron el desarrollo intelectual del siglo XVII y porqué estaban
orientados a la búsqueda de determinados conceptos que resultaron claves para la
intelectualidad de dicha época. Basta prestar atención a un acontecimiento, en medio
de una tormenta de circunstancias que azotaron a la Europa de 1600, que marcó una
ruptura a nivel social (y, especialmente, a nivel religioso) y que, también, forzó un
quiebre para la intelectualidad: la Guerra de los Treinta Años.
Iniciada en 1618 y concluida en 1648, esta guerra se llevó a cabo desde la más
devastadora intolerancia religiosa. Aquí cabe preguntarse: ¿cuál fue la piedra de toque
para que esta situación conflictiva estallara de tal manera?
Si somos muy rigurosos, no hay sólo una, sino que resultó de la afluencia de múltiples
factores que propiciaron un desenlace tal. Pero no es mi pretensión tratar aquí la
extensa cantidad de factores socio-políticos y religiosos en su totalidad, sino que voy a
dirigir la puntada hacia el factor de corte intelectual que más sutilmente intervino a la
hora de inclinar la balanza en favor del conflicto, y para lo cual es necesario volver la
cara hacia el Renacimiento.
Durante el siglo XVI, el holismo reinante en el humanismo de la época contribuyó a
sedimentar un carácter intelectual profundamente ambiguo. La casuística propuesta
por Aristóteles ensanchó las vías por las que luego transitaría Montaigne postulando
una perspectiva pragmática con bases en la importancia de sostener una mirada
tolerante en general, lo cual era claramente trasladado también a las causas
religiosas, dentro de las cuales las agitaciones se habían acrecentado
considerablemente desde el tiempo de la Reforma y la Contrarreforma. Dicha
ambigüedad en combinación con una Iglesia que veía con turbación como las tramas
de su poder político comenzaban paulatinamente a destejerse ante la presencia del
protestantismo, cuyo número de adeptos iba en ascenso, dio como resultado, sumado
a otros elementos más, un movimiento un poco desesperado y completamente radical
por parte de ambos credos con el fin de posicionarse en el centro del escenario del
siglo XVII a los fines de imponer cada cual su relato en el marco de un derramamiento
de sangre no abierto a negociaciones.
Dentro de este marco histórico, la búsqueda de bases certeras, universales y
atemporales se transformó en la medida de contención más apropiada hacia la que
pudo aspirar el intelectualismo moderno en pos de refrenar el tempestuoso azote de la
guerra sobre una Europa ya devastada por el conflicto.
Ahora bien, y para finalizar este ensayo, expondré brevemente aquel elemento que
señalé omitido, si no ausente, en la afirmación en base a la cual se desarrolla este
trabajo. A saber, si bien la inteligibilidad de la sociedad y del mundo preocupaban a los
modernos en tanto que sumidos en una situación histórica determinada, resulta crucial
profundizar en el hecho de que no se trataba simplemente de que sean inteligibles,
sino también de establecer una relación de reciprocidad entre ellas.
Durante siglos anteriores, la naturaleza y la sociedad humana habían compartido un
fuerte vínculo identitario que los unía como elementos de un discurrir homogéneo. Sin
embargo, el conflicto religioso produjo, como había mencionado antes, una fisura a
nivel social que forzó, a su vez, una ruptura a nivel intelectual. Esta última es,
precisamente, aquella a partir de la cual esa homogeneidad entre el mundo natural
(cosmos) y la organización de la sociedad (polis) se fractura, escindiendo lo que antes
había coexistido en una fuerte correlación. Aquí es donde la intelectualidad toma las
riendas para revertir esta situación.
Para esto, se ven los modernos en la necesidad de encontrar una nueva lectura del
cosmos en vistas de los profundos cambios que comenzaban a transitar las
estructuras de los gobiernos en Europa en esos mismos momentos. Las partituras
tanto de la cosmología (a cargo de las religiones) como de la sociedad (a cargo de los
nuevos modelos de Estado) debían ser escritas de manera tal que pudieran volver a
tocarse conjuntamente en la misma pieza una vez más. Lo que los modernos se
propusieron no fue simplemente poder intelegir al mundo con estos conceptos por
separado, sino que vieron la necesidad, dentro de su contexto histórico, de volver a
unirlos desde ese momento y para siempre.

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