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"Quién soy sino apagada sombra en el atrio de una capilla en ruinas, en medio
de esta puna inmensa...." Así comienza el soliloquio que forma la estructura de
"Angel de Ocongate", reconocido por muchos como el cuento más logrado de
Edgardo Rivera Martínez. Si bien la riqueza de este texto permite aproximarse a
él desde muchos ángulos, mi propósito en este caso es indagar las condiciones en
que se constituye el sujeto a partir de las fuerzas que al descentrarlo, niegan su
existencia como categoría representativa de un concepto de identidad unívoco. Lo
que me interesa analizar en "Angel de Ocongate" es cómo se desplaza la
identidad del sujeto protagonista en una serie de instancias subjetivas que surgen
precisamente a partir de la historia específica en la que éste se inscribe. De ahí
que el transfondo de la identidad múltiple del sujeto se asiente en la problemática
cultural que define a la sociedad peruana como una realidad fundamentalmente
heterogénea.
Las descripciones con las que se inicia el relato invocan a uno de los tantos
ángeles barrocos que - ya sea en pinturas o esculturas - habitan las iglesias
coloniales peruanas. La inclusión del nombre "Ocongate" en el título nos remite
en este caso a la región andina. Sin embargo, ya desde aquí la voz narrativa
introduce la tensión que agobia al sujeto: una identidad que nunca es plena sino
ambigua, incierta y conflictiva: "Y cuán extraña mi figura - ave, ave negra, que
inmóvil reflexiona" (13) La sensación de estar fuera de sitio, de no corresponder o
encajar plenamente se manifiesta además en la degradación de sus ropas, en la
decadencia de su propia imagen:
Esclaviña de paño y seda sobre los hombros, tan gastada, y, sin embargo,
espléndida. Sombrero de abolido plumaje, y jubón, camisa de lienzo y blondas.
Exornado tahalí.Todo en harapos y tan absurdo. (13)
Estas primeras aseveraciones permiten percibir las fisuras que caracterizan a una
subjetividad que no se presenta como un sujeto propiamente ubicado en un
espacio único y específico, sino más bien desencajado por sus propias
contradicciones. Las preguntas que siguen inmediatamente a la cita anterior
introducen a los otros "personajes" del cuento, cuyas voces sólo llegan al lector
mediatizadas por el narrador protagonista. Precisamente mi hipótesis de las
distintas posiciones de sujeto se basa en la capacidad del narrador para hacer
suyas estas otras voces y colocar la duda o pregunta que lo funda en lo afirmado
por éstas:
¿Cómo no habían de asombrarse los que por primera vez me vieron? ¿Cómo no
iban a pensar en un danzante que andaba extraviado por la meseta? (13)
Como puede verse, el sujeto aquí parece adoptar la visión que de él tienen los
otros, y es así como el lector pasa a percibir de manera distinta la identidad del
protagonista. En otras palabras, podría decirse que se trata de una conciencia que
se desplaza de un espacio a otro situándose en la identidad que los caminantes le
otorgan: la de un danzante perdido. Lo interesante es cómo esta transformación
alude a uno de los más comunes procedimientos de negociación simbólica en los
Andes. Me refiero a las divergencias semióticas que hacen que un mismo
elemento funcione en más de un sistema cultural, aquiriendo significados
distintos de acuerdo a la posición cultural desde la que se le aproxime. En este
caso se trata de una subjetividad distinta a la occidental, que proyecta en la figura
del ángel un bagaje religioso diferente. De hecho, la posición de intermediario
entre el ser humano y la divinidad caracterizan tanto a la figura del "dansak"
como a la del ángel, y de allí sus posibilidades identificatorias. Por otro lado,
también es importante notar cómo desde el principio el personaje está codificado
por un entorno socio-cultural específico: los que lo ven se preguntan de qué baile
será su ropaje, de qué pueblo vendrá. Estas preguntas insisten en la naturaleza
accidental y externa ( y por lo tanto, susceptible al cambio) que tiene todo
concepto de identidad. Al no responder, el "dansak" adquiere una identidad
distinta, o más bien, amplía la anterior: el problema es que ha perdido el juicio y
la memoria a consecuencia del mismo frenesí de la danza en que ha bailado. A
esto se le añade el melancólico abstraimiento y el mutismo con los que el mismo
sujeto construye su nueva posición :
Sea como fuere esa imagen de forastero enajenado y mudo, que se difundió con
gran rapidez, redundó en beneficio de mi libertad, porque no ha habido
gobernadores ni varayocs que me detuvieran por deambular como lo hago (14).
De nuevo puede apreciarse aquí cómo el sujeto se instala en la posición que otros
le asignan, beneficiándose en este caso de las posibilidades de su nueva identidad
de forastero. Pero lo que me interesa de esta nueva etapa es cómo se construye
tomando como premisa uno de los elementos de la posición de sujeto anterior. En
el fragmento citado el sujeto revela una de las características que, de acuerdo a lo
dicho, lo constituyen: el deambular. Esta naturaleza viajante sólo había surgido a
partir de la anterior identificación con el "dansak"perdido; ahora sin embargo es
asumida como natural. Lo que apoya la idea que es desde esta segunda posición
(la del "dansak") desde la que se está hablando. Muy sutilmente, el narrador
utiliza el elemento fantástico o real maravilloso que caracteriza al texto desde su
inicio para elaborar ese contínuo transitar de su propia identidad como sujeto. Si
en el principio éste se presentó como la imagen de un ángel aparentemente
condenado al atrio de una capilla abandonada, ahora lo que aparece es un viajante
mucho más libre, aunque no por eso menos desgarrado.
La angustia por el origen aparece con más intensidad una vez asumida la
identidad del eterno forastero. Vuelvo entonces al fragmento que empecé a citar
anteriormente:
El propio autoexilio surge así como otra de las identidades que el sujeto recibe y
asume a lo largo de su historia. De hecho, ese eterno viajar es un reflejo de la
subjetividad múltiple que utilizo como premisa para mi análisis. A lo largo de la
propia historia del texto el sujeto de "Angel de Ocongate" asume como propias
las diversas posiciones que se le ofrecen desde fuera, buscando encontrar en ellas
la clave de su angustia. De hecho éste se ubica momentáneamente en cada una y
desde allí al mismo tiempo se reconoce y se cuestiona, se cristaliza para luego
volverse a diluir. De ahí que nunca logre constituirse como un sujeto unívoco y
diferenciado, sino más bien como una constante oscilación entre subjetividades
deseadas o asumidas, más nunca realizadas a plenitud. Esta transhumancia
concebida como la experiencia agónica de una subjetividad desgarrada se revela
claramente en la configuración del personaje en cuestión y en las preguntas que lo
torturan:
"¿Y si a pesar de todo era verdad aquello? ¿Si realmente fui danzante y lo olvidé
todo? ¿Si alguna vez tuve un nombre, una casa, una familia? Inquieto, me
acercaba a los manantiales y me observaba. Tan cetrino mi rostro, y velado
siempre por un halo fúnebre. Idéntico siempre a sí mismo, en su adustez, en su
hermetismo. Me contemplaba, y tenía la seguridad que jamás había desvariado, y
de que jamás tampoco fui bailante. Certeza puramente intuitiva, pero no por ello
menos vigorosa. Mas entonces, si nunca se extravió mi espíritu, ¿cómo entender
la taciturna corriente que me absorbe? ¿Cómo explicar mi atavío y la obstinación
con que a él me aferro?
Si bien este fragmento registra la única afirmación que habla de cierta "certeza"
en el discurso del sujeto protagonista, tal seguridad desaparece rápidamente a
consecuencia del conflicto que completamente domina su subjetividad. Frente a
esta agonía (o "vaga desazón", como dice el texto), al sujeto no le queda más que
aferrarse a cualquier elemento que lo identifique; sus ropas de danzante, en este
caso. Esta necesidad de "aferrarse" revela la naturaleza discontínua de un sujeto
cuya identidad nunca resuelta se ve afectada por la historia misma de las distintas
identidades que se le ofrecen en el camino. Por lo mismo, estas identidades
podrían verse como los distintos mecanismos con los que la sociedad y la historia
ejercen su control sobre el sujeto en cuestión, quien sólo parece poder construir su
subjetividad en relación a algo que lo controle (sus ropas, su propio mutismo, la
capilla desde la cual inicia su discurso). Así, estos mecanismos de control se
convierten en las distintas posiciones desde las que habla el sujeto, quien se
traslada de un un espacio subjetivo a otro de modo paralelo a ese contínuo ir y
venir entre espacios culturales distintos que caracteriza al problema de la
identidad en el Perú. Si el sujeto de "Angel de Ocongate" es un ser
fundamentalmente desgarrado, es precisamente porque se rebela - con sus
insistentes preguntas - contra la incapacidad de poder existir fuera de una historia
y una sociedad que inevitablemente atan, "sujetan" toda posibilidad de existencia.