Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Por último, se acompañó el día a día de una organización de un barrio pobre de São
Paulo (Brasil) que podría considerarse autogestionaria. A partir del panorama
polisémico y sorpresivo encontrado en todos estos hilos, se propone una categorización
dinámica de las versiones de autogestión que circulan por este tapiz.
ABSTRACT: after reviewing texts that use the word “self-management” (in various
contexts and areas, from Internet to Community Psychology), it was evidenced that the
term is mentioned but not deeply explained. It appears with a multiplicity which is not
registered in those texts; on the contrary, it apppears as an obvious or unidimensional
term.
Last but not least, there was studied the everyday life of a community organization in a
slum (favela, poor neighborhood) in São Paulo (Brazil) which could be considered as
self-managed. Since the surprising and polissemic view that was found in that “threads”,
there is proposed a dynamical cathegorization of the self-management versions that
circulate by this web.
-Autogestión sin patrón: en ella, los trabajadores dirigen la empresa. Tiene sus bases
en las asociaciones y consejos obreros que se gestaron en Europa en el s.XIX, en los
cuales los trabajadores se apropiaban de los medios de producción y elegían a sus
gerentes y directores, tomando las decisiones importantes en asambleas. Esa raíz
influencia el surgimiento de diferentes movimientos laboristas y de democracia
industrial. Sin embargo, esta categoría se diferencia de la libertaria porque designa los
casos en que se diluye el objetivo de una transformación social para pasar a ser una
estrategia contra el desempleo, buscando atenuar las aberraciones sociales producidas
por el capitalismo. La característica principal de esta categoría es la ausencia de un
dueño, estando la organización, legalmente, en las manos de los trabajadores. Mas como
señalan Walker (1976) y Nemesio (1997), ello no significa que ejerzan influencia en las
decisiones que los afectan: un trabajador puede estar mejor en una empresa autocrática
que “lo explota”que en una autogerenciada de la cual “es dueño”. Factores como el
salario, las condiciones de trabajo, tener que asumir los costos de la empresa y, en
muchos casos, las relaciones autoritarias y jerarquizadas entre trabajadores y directores,
son muy semejantes a los de empresas privadas.
Una vez esbozado este panorama, se pasará a sistematizar históricamente los hallazgos
sobre el término autogestión. Vale repetir que tales hallazgos dieron un mayor énfasis a
la autogestión comunitaria, y, buscando mostrar el dinamismo histórico del concepto,
fueron resumidos de la siguiente manera:
A partir de 1905 -en un breve e intenso estallido de consejos obreros rusos- y de 1917,
con los “soviets” de la Revolución Rusa, crece una ola de consejos obreros que se
expande por toda Europa: de Rusia pasa a Alemania, Austria y Hungría, luego al norte
de Italia y a España -con la colectivización anarquista que, a decir de historiadores
como Hobsbawm (1970) y Mintz (1977), comenzó a gestarse poco después de 1850. En
el presente trabajo, tales movimientos podrían caracterizarse como siendo de
autogestión libertaria; fueron reprimidos y diezmados, y en el caso soviético,
domesticados y convertidos en una especie de autogestión estatal (que después fue cada
vez más estatal y menos autogestión, aunque hubo movimientos de resistencia en
Kronstadt y Ucrania). Probablemente hubo en tales experiencias un dinamismo
organizativo que impediría ver las categorías a ellos atribuidas (“autogestión libertaria”
o “estatal”) como etiquetas constantes, estáticas, definitivas.
La palabra autogestión tiene al menos dos orígenes: uno es la expresión rusa
samupravlieni, usada en la Revolución Rusa por los anarquistas, y que parece ser una
especie de “nacimiento bastardo” del término. El otro es el vocablo servo-croata
samoupravlje que, para la “historia oficial”de la autogestión, constituye el inicio de la
misma, en 1950. “Samoupravlje”designaba la administración de las fábricas por los
propios trabajadores en Yugoslavia, proceso creado y comandado por el Estado bajo el
mandato del Mariscal Tito (dando inicio a una clara e influyente autogestión estatal), y
cuyo desarrollo a través de los años dió pie a abiertas polémicas y críticas (Bilandic y
Tonkovic, 1976; Cornelio, 1976; Ramírez, 1997), hasta desaparecer con la muerte de
Tito y la guerra entre las naciones que conformaban el país yugoslavo.
En las décadas de 80 y 90, se puede indagar con cierta ironía: será que el concepto
murió en Europa? Ello porque se nota un decaimiento en el uso del mismo, al tiempo
que se observa un destaque creciente de la economía social y solidaria, que en alguna
medida lo sustituyen (y que favorecen, en cierta medida, procesos de autogestión “sin
patrón” o “agente externa”). Surgen sentidos individualistas –“liberales”- del término,
sin ninguna relación evidente con su significado inicial: cómo hacerse rico
rápidamente, lidiar con el stress, tratar a los hijos adolescentes o entenderse a sí mismo
siguiendo técnicas instantáneas. Ello parece responder a una tendencia histórica a
descartar o banalizar el concepto. Sin embargo, diversos colectivos y movimientos de
resistencia (como los Okupa) lo utilizan, defendiendo su sentido libertario, aunque eso
sea ignorado o negado por las autoridades y los medios de comunicación.
El primer registro claro y notorio hallado hasta ahora sobre la palabra se dió en Perú,
entre 1968 y 75, con el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (gobierno
militar nacionalista que decretó la autogestión y la reforma agraria). En aquella época se
crearon miles de cooperativas, empresas de propiedad social, empresas de propiedad de
los trabajadores... en concordancia con las leyes promulgadas por el gobierno
(autogestión estatal, aparentemente inspirada en la autogestión yugoslava), y que contó
con la importante participación de profesionales del área social (que, por lo que puede
deducirse del trabajo de Gómez, tuvieron una tendencia a constituirse como “agentes
externos” que “sabían lo que había que hacer” y se frustraron cuando el pueblo no
realizó esas acciones. La mayoría de las experiencias fracasó, salvo asentamientos
humanos como la CUAVES (Comunidad Urbana Autogestionaria Villa El Salvador,
fundada en 1971) que, a pesar de haber sido liderados por una persona “de fuera”,
nacieron en un ambiente de resistencia y participación que ha continuado creciendo y
tendiendo a una autogestión libertaria. Da la impresión de que las iniciativas que
fracasaron fueron las impuestas a la población.
En los años 90, esa tendencia a destacar la importancia el concepto sin trabajarlo
exhaustivamente coexiste con otras posturas: los brasileños Guareschi (1997) y Lane
(1998) definen el término y hablan de él en términos históricos; el mexicano Almeida
(1998, 1999) amplía su uso al terreno cultural y ecológico, además de entenderlo en el
sentido económico y político; las venezolanas León, Montenegro, Ramdjan y Villarte
(1997; León y Montenegro, 1999) comienzan a sistematizar el término y a revisar la
relación entre agentes “internos”y “externos”; la venezolana Wiesenfeld (1999) realiza
un trabajo de definición y caracterización del término a partir de sus propios
protagonistas y no del “agente externo”.
Cabe destacar que en Brasil es más común el uso del sustantivo “autonomía” (Lane,
1997; Sawaia, 1997; Reboredo, 1992). Reboredo diferencia autonomía de autogestión
diciendo que esta segunda palabra se usa para denominar luchas de producción,
relacionadas con la organización de estrategias de sobrevivencia, y la primera se refiere
a luchas de consumo, a la reivindicación de mejorías en un embate político con el poder
local. Tal diferenciación, sin embargo, no es nada clara. Lo que autores como Sánchez
(1997) y Sawaia (1997) entienden como autogestión, significa autonomía para Sandoval
(1997), y viceversa. Igualmente, entre los latinoamericanos hispanoparlantes hay
también ambigüedad respecto a estas dos nociones, que comienza cuando el principio
de autonomía definido por el sociólogo colombiano Fals Borda (1959) es aparentemente
convertido por Montero (1979) en el principio que señala la importancia de la
autogestión y participación. Si se observa este terreno difuso desde una vertiente
libertaria, se puede contraargumentar que la autogestión se refiere a una forma de
organización que implica la gestión colectiva sin líder (o con líderes momentáneos que
se rotan), y que puede ampliarse para más allá de la producción de bienes para referirse
también a la gestión de servicios, acciones, ideas o reivindicaciones colectivas por las
cuales trabajen los mismos afectados; la definición de Reboredo no esclarece cuál es la
forma de organización de los espacios productivos (autogestión) o reivindicativos, de
consumo (autonomía); creo que justamente ése es un punto vital en el que se debe
explicitar una posición al trabajar guiados por el término autogestión.
Cabe también destacar que muchos de los casos relatados por textos de Psicología
Comunitaria se refieren a ejemplos de autogestión microcomunitaria aunque no usen
este nombre: personas que se reúnen para construir unas escaleras o una cancha
deportiva, o para arreglar una calle; que venden comida y con los fondos recaudados
mejoran una escuela... son actividades tan cotidianas que a veces parecen pasar
desapercibidas ante los ojos de los científicos sociales, como si lo cotidiano o lo
llamado “informal” fuese algo poco digno de estudio (P. Spink, 1988).
A lo largo de los tres meses se encontró que tanto las prácticas cotidianas de
organización como los usos del nombre “autogestión”son diferentes en los tres
proyectos, inclusive entre personas de un mismo proyecto. Se consideró, por lo tanto,
que no sería posible hablar de un mismo tipo de autogestión en la entidad como un todo,
pues parecía haber diferentes formas de ejercerla. Tales formas no eran estáticas; por el
contrario, cambiaban en el transcurso de la historia de cada proyecto, pasando por
cuatro categorías: la autogestión mocrocomunitaria, la agente externa, la sin patrón y la
libertaria.
El taller de costura nació junto con la entidad en tanto estructura formal, y comenzó
como iniciativa microcomunitaria, impulsada y no dirigida por el frei, en la cual se
beneficiaba a los vecinos del lugar al vender más barato, al tiempo que las propias
organizadoras tenían un trabajo cerca de sus casas. Comenzaron con grandes esfuerzos
y, a pesar de haber muestras de autogestión agente externa respecto al consejo gestor de
la entidad –que era visto como un “jefe” según cuyas reglas debían funcionar- ese
mismo consejo no se ocupó mucho de la costura por estar muy ocupado con la
panadería, y ellas fueron constituyéndose, entre grandes conflictos y decisiones
autónomas, en una autogestión sin patrón. No tenían jefe, pero tampoco eran dueñas de
los recursos: les gustaba mucho su trabajo, que era más visto como la concretización de
una necesidad sentida que como un mecanismo de transformación social.
La escuela, el proyecto más reciente, nació con una aspiración libertaria, pues propone
un cambio a mediano y largo plazo a partir de la formación de niños que no tienen
acceso a la escuela, tratándolos como sujetos activos; además, se propone que las
personas decidan conjuntamente el rumbo del proyecto, y que reciban beneficios iguales
(esto también ocurre ahora en la panadería y en el taller de costura). La escuela
comenzó como un sueño de una gran figura comunitaria, en 1979, y el hecho de que se
realizase casi 20 años después les permitió a sus protagonistas delinear con claridad sus
ideas y aprender de los aciertos y errores de los otros dos proyectos. Surgieron a partir
de recursos propios, no conseguidos por el cura ni por nadie ajeno al proyecto, y tal vez
por ese motivo, los peligros de una autogestión “agente externa” fueron menores que en
los otros dos casos.
La noción de agente externo en la entidad es igualmente dinámica y difusa: adquiere
relevancia cuando la persona de fuera ejerce algún tipo de autoridad en los proyectos, lo
cual puede ocurrir apenas en momentos específicos. Es éste un tema muy sutil y
complicado, en el que faltan muchas cosas por decir e investigar, y que necesariamente
debe ser profundizado.
Con tanta variedad de sentidos autogestionarios, vale la pena seguir usando el término?
Si se utiliza de forma crítica y reflexiva, acompañando los cambios cualitativos en las
experiencias asociadas a este nombre, sí que vale la pena, y tiene un gran peso histórico
que debe ser rescatado en la vida cotidiana y en la producción psicosocial. Si se piensa
cotidianamente si estamos o no siendo autogestionarios, y en qué sentido, nos vemos
obligados/as a reflexionar sobre lo que significa “auto” en cuanto a condiciones y
principios de trabajo, quién pertenece al colectivo y en qué condiciones; qué tipo de
relaciones se construyen en esa autogestión. Necesitamos profundizar en la
“micropolítica de construcción de la realidad”(o sea, de quién son las palabras usadas,
los sentidos, las versiones que circulan; P. Spink, 1999) para que no se corra el peligro
de imponer procesos a otras personas usando la autogestión como bandera de lucha por
ideales igualitarios. Necesitamos que la reflexión sobre el tipo de autogestión que
proponemos enriquezca nuestra acción y nos permita, como diría Nietzsche, que
trabajemos para hacer de ella una obra de arte.