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Presentación........................................................................................................ 5
nietzsche y EL ROMANTICISMO
MATERIALES
Alcionismo en Nietzsche
Alicia García Fernández. .................................................................................. 153
INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
RECENSIONES CRÍTICAS
Siglas............................................................................................................. 223
Colaboradores................................................................................................ 225
Resúmenes – Abstracts.................................................................................. 227
Sumarios de los números anteriores.............................................................. 231
Próximos números / Web de la SEDEN........................................................ 237
Suscripción y pedidos.................................................................................... 239
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presentación
Presentación
la primera forma particular del romanticismo alemán, sino que incluso se nutre
de nociones, temas y recursos teóricos generados en tal contexto, alrededor de
los años de 1795 a 1800, para denunciar en el Spätromantik, representado por
Schopenhauer o Wagner, una deformación de los principios inspiradores de esta
escuela. Argumenta Behler en ese sentido que el prototipo de Romanticismo que
detesta Nietzsche se concreta en tres grandes rasgos, atribuibles todos ellos a
las concepciones predominantes a lo largo del siglo XIX, pero sólo aplicables
al primer romanticismo de una forma sesgada. Dichos rasgos, según Behler, y
recogidos por M. Barrios serían: la asimilación del temperamento romántico
a la enfermedad, patente en el gusto por lo morboso y en el predominio de
un profundo sentimiento de cansancio. Otros autores como Andler, Baeumler,
Langer, Kein, Behler, Campioni, Volpi, Safranski, Janz, se han ocupado también
del tema, de la relación entre el romanticismo y el modernismo en Nietzsche,
de su naturaleza romántica, distinta de la de Schopenahuer y Wagner. No obs-
tante las diversas apreciaciones, la experiencia de Nietzsche del Romanticismo
es fundamental en su obra. No podemos olvidar que partía de una tradición
filológica romántica dentro de la cual se formó en sus primeros años, sobre
todo en su época de Pforta y en sus años universitarios. Pero Nietzsche, como
indica Barrios, fue más allá de esta tradición. En este sentido, consigue dar
un diagnóstico sobre su época y sobre la Europa de su tiempo, y consigue
también decirnos algo a nosotros, los que vivimos hoy, sobre lo que somos y
lo que hemos de llegar a ser.
Acerca de los trabajos que presenta este número de Estudios Nietzsche, el
primero de ellos de Remedios Ávila, «La crítica de Nietzsche al Romanticismo»,
trata precisamente de mostrar la evolución de la concepción nietzscheana del
Romanticismo y considerar la actualidad de sus reflexiones. Para ello se pro-
pone un recorrido en tres partes: en primer lugar, examina el ‘malentendido’
de su primera obra; en segundo lugar, considera los elementos que conducen
a Nietzsche a comprender el romanticismo como una enfermedad, y por último,
explora, de la mano de Nietzsche, el camino hacia la salud. El segundo trabajo,
de Manuel Barrios, «Nietzsche y el retorno romántico a la Naturaleza», trata
de expresar cómo Nietzsche pone de manifiesto uno de los efectos buscados por
el recurso de los primeros románticos a una Naturaleza irreductible al patrón
racionalista, insistiendo en la dimensión de crítica cultural que dicho recurso
posee. El tercer trabajo es una contribución muy especial, pues para la revista
es un gran honor poder contar con un trabajo de uno de los más prestigiosos
investigadores de la obra de Nietzsche y uno de los mejores conocedores del
influjo del Romanticismo en su pensamiento. Su viuda tuvo la deferencia de
entregarnos una de sus conferencias para que la publicásemos. En este tra-
bajo de Behler, «La teoría del lenguaje del primer Romanticismo alemán y
su repercusión en Nietzsche y Foucault» procura, de una manera cordial con
Foucault, rellenar un vacío dejado en Las palabras y las cosas. En concreto,
1. Introducción
1
Una relación pormenorizada de esos estudios puede encontrarse en Barrios, M., Voluntad
de lo trágico, Sevilla: Er, 1993, pp. 93ss.
2
Entre ellos quisiera destacar los de M. Barrios (además del ya citado en la nota anterior y
sobre esta misma temática cabe destacar Narrar el abismo. Ensayos sobre Nietzsche, Hölderlin
y la disolución del clasicismo, Valencia: Pre-textos, 2001), E. Burgos (Dioniso en la filosofía del
joven Nietzsche, Univ. De Zaragoza, 1993), F. Duque (La estrella errante, Madrid: Akal, 1997),
P. Lanceros (La herida trágica, Barcelona: Anthropos, 1997), J. B. Llinares («Los escritos de F.
Nietzsche sobre R. Wagner», en Nietzsche, F., Escritos sobre Wagner, Madrid: Biblioteca Nueva,
2003), E. Ruiz, (Nietzsche y la filosofía práctica. La moral aristocrática como búsqueda de la
salud, Granada: Universidad de Granada, 2004), D. Sánchez Meca (El nihilismo. Perspectivas
sobre la historia espiritual de Europa, Madrid: Síntesis, 2004 y Nietzsche. La experiencia
dionisíaca del mundo, Madrid: Tecnos, 2005), L. de Santiago (Arte y poder, Madrid: Trotta,
2004) y J. L. Vermal (La crítica a la metafísica, Barcelona: Anthropos, 1987).
flexiones que voy a exponer a continuación tienen como base esos estudios,
quisiera destacar algunas cosas que ellos recogen y que me servirán de punto
de partida3.
En primer lugar, el interés de Nietzsche por el Romanticismo, y su paren-
tesco con él, no es independiente de su interés y parentesco con la Ilustración.
Nietzsche es romántico en la medida en que y porque es también un ilustrado.
En esto creo que el atractivo estudio de P. Lanceros, La herida trágica4 denuncia
con razón ese error que, como él dice, el hábito ha convertido en evidencia,
y que consiste en equiparar modernidad e ilustración. El Romanticismo, que
no rechaza los presupuestos de la ilustración, pero combate tanto el antro-
pocéntrico como el optimismo que lo acompaña, es algo más y otra cosa: la
sombra inseparable de aquélla, su necesario envés y su otra cara. Para decirlo
con palabras de Lanceros: «lo romántico no aparece como lo otro de la mo-
dernidad sino que asume y destaca la modernidad de lo otro»5. Por discutible
que resulte la equiparación de las luces del iluminismo y las tinieblas de lo
romántico con esas dos categorías estético–ontológicas que fueron lo apolíneo
y lo dionisíaco en la primera obra de Nietzsche, no es aventurado señalar que
en un principio el joven Nietzsche las entendiera así6. Como tampoco lo es
advertir que el optimismo del ‘hombre teórico’ contrastara en un principio con
un cierto pesimismo, el pesimismo de la fuerza, del hombre trágico. Si bien es
cierto que Nietzsche denunciaría más tarde que las categorías de ‘optimismo’
y ‘pesimismo’ son equívocas, que pueden remitir a principios explicativos
contrarios y que la única oposición esclarecedora es la que tiene lugar entre
‘instinto degenerativo’ y ‘afirmación suprema’. Y cierto es también, como él
mismo reconoció, que en su primera época sucumbió ante los encantamientos
de esa ‘hada maligna’, que fue el Romanticismo. Aquellas oposiciones –optimis-
mo-pesimismo, ilustración-Romanticismo, luz y sombra– que se irán haciendo
más complejas en la reflexión del Nietzsche maduro, sirven en principio para
entender la oposición entre Apolo y Dioniso7. Y del mismo modo que una de
esas divinidades es incomprensible sin la otra, los movimientos que conforman
la modernidad –ilustración y Romanticismo– son el haz y el envés de una mis-
ma realidad. Pero del mismo modo que lo trágico iba más allá de la antítesis
como la influencia que en Nietzsche tiene el nuevo modelo epistemológico que el Romanticismo
propone, por haberlo tratado ya en otro lugar. Véase mi libro Identidad y tragedia, Barcelona:
Crítica, 1996.
4
Véase para lo que sigue las pp. 59ss. de la edición citada de esa obra.
5
Ibid., p. 72.
6
A este respecto, véanse Marí, A., El entusiasmo y la quietud. Antología del Romanticismo
alemán, Barcelona: Tusquets, 1979 y Paz, A. de, La revolución romántica. Poéticas, estéticas,
ideologías, Madrid: Tecnos, 1986, pp. 100ss.
7
Sobre la evolución de la interpretación nietzscheana del par Apolo-Dioniso, véase,
Santiago Guervós, L. de, Arte y poder, pp. 244 y ss.
para lograr una realidad nueva y lograda, también Nietzsche pretendía ir ‘más
allá’ de las oposiciones señaladas y explorar una nueva perspectiva, una nueva
mirada, otro mundo. En todo caso y como en toda oposición, cada uno de los
miembros era imprescindible para el otro. Y ser romántico era, de algún modo,
ser (o haber sido) ilustrado.
Así pues, la reflexión de Nietzsche está emparentada con el Romanticismo.
Pero, en segundo lugar, esta afirmación debe ser muy matizada. No era un románti-
co como lo fueron, y como él decía que lo eran, Schopenhauer y Wagner, aquellos
dos alemanes –‘ultralemanes’, como veremos luego– que por temperamento y
cronología estaban mucho más cercanos que él al Romanticismo8. La filiación
romántica de Nietzsche hay que entenderla respecto de un determinado Roman-
ticismo, el Romanticismo temprano (Frühromantik), que no es el que Nietzsche
deplora y que, según algunos estudiosos, le sirve como ‘base de operaciones’
para sus ataques al Romanticismo tardío (Spätromantik)9. Para aclarar mejor
lo que quiero decir, deseo destacar tres puntos correlativos y complementarios
a propósito de esta segunda consideración. Por un lado, como ha advertido M.
Barrios, Nietzsche parte de una tradición filológica romántica, pero fue más allá
de ella10. Por eso, por otra parte, no hay que exagerar el componente romántico
de su pensamiento, como han hecho algunos y, entre ellos, E. Kurth y K. Joël11. Y
hay que destacar la originalidad de algunos de sus planteamientos, por ejemplo,
su consideración de lo dionisíaco, que contradice importantes tesis románticas
(Creuzer, Rohde y Bachofen, entre otros). Según Nietzsche, lo dionisíaco pro-
cede de un instinto profundamente heleno y no es algo bárbaro, originario de
suelo asiático, sobreañadido y extraño a lo griego12. Así pues, aun reconociendo
la presencia de elementos románticos en la primera obra de Nietzsche, hay allí
también, como se ha apuntado antes y como se verá después con más detalle, una
toma de posición original ante problemas destacados por el Romanticismo. Pero,
finalmente, es justo reconocer que la proximidad de Nietzsche al Romanticismo es,
sobre todo, al Romanticismo temprano: a esa joven generación idealista –Hegel,
Hölderlin, Schelling y Schlegel– que da sus mejores frutos entre los años finales
del s. XVIII y los primeros del siglo XIX13.
8
Véase el estudio citado antes de J. B. Llinares.
9
Tal es la interesante estrategia de lectura que M. Barrios plantea: la proximidad de
Nietzsche al primer Romanticismo es lo que le lleva a criticar al Romanticismo tardío.
10
Barrios, M., Voluntad de lo trágico, pp. 124-125.
11
A este respecto, cf. Barrios, M., op. cit., pp. 124ss; y Santiago Guervós, L. de, Arte y
poder, pp. 177ss.
12
Cf. NT, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1985, cap. II, pp. 47-48 (KSA I 31-32).
Sobre este aspecto véase Barrios, M., op. cit., pp. 126-127; y Sánchez Meca, D., Nietzsche. La
experiencia dionisíaca del mundo, pp. 309ss.
13
Sobre este aspecto me parecen especialmente relevantes las reflexiones de M. Barrios,
Narrar el abismo, pp. 121ss.; D. Sánchez Meca, El nihilismo, pp. 55ss. y F. Duque, La estrella
errante, pp. 77ss.
En esta línea el estudio de F. Duque defiende con solvencia tres tesis que
conviene tener en cuenta: (1) Nietzsche lucha contra un Romanticismo de-
cadente; (2) en nombre de los ideales del Romanticismo temprano, (3) que
defendían la oculta raíz artística de la ciencia14. Y destaca, entre los muchos
puntos de coincidencia de Nietzsche con el Romanticismo temprano, los cuatro
siguientes: crítica del presente; ironía y juego; exaltación de Grecia y del valor
ejemplar de la tragedia; y necesidad de una nueva religión15.
Sentadas ya estas bases acerca de la relación general de Nietzsche con el
Romanticismo, volvamos al principio. Y allí hemos señalado que la mayoría de
las preguntas que constituyen el ámbito de la filosofía serían irrelevantes si no
existiera el tiempo, es decir, la perspectiva, el punto de vista, la singularidad de
una posición. Es eso lo que hace que merezca la pena considerar una vez más
el modo en que Nietzsche entendió su propia relación con el Romanticismo.
No se trata de determinar ‘una vez más’ su parentesco con el Romanticismo
y con un determinado Romanticismo, sino de repensar, esta vez sí ‘una vez
más’, el modo como él lo experimenta y lo describe para, por medio de eso,
tomar una mayor y mejor conciencia de nosotros mismos. Para entendernos
mejor, por medio de ese rodeo hermenéutico, esa ‘vía larga’, que es la com-
prensión de otro. Tal es el propósito de ese trabajo: dialogar con un clásico. Y
un clásico es, entre otras cosas, alguien capaz de transformar una experiencia
personal y aparentemente intransferible en algo universal y patrimonio de todos.
La experiencia de Nietzsche con el Romanticismo fue, en principio y como
tantas otras, una cuestión profundamente personal. Pero lo que la eleva muy
por encima de eso fue que, a través de esa experiencia, Nietzsche consigue dar
un diagnóstico sobre su tiempo y sobre la Europa de su tiempo, y consigue
también decirnos algo a nosotros, los que vivimos hoy, sobre lo que somos y
lo que nos cabe esperar.
Con vistas a ese fin, dividiré mi trabajo en tres partes. En la primera exami-
naré ‘el malentendido’ que Nietzsche denuncia en su primera obra; la segunda
considerará los elementos o síntomas que conducen a Nietzsche a comprender
el Romanticismo como una ‘enfermedad’; finalmente, la tercera explorará de
la mano de Nietzsche ‘el camino hacia la salud’.
2. El malentendido
14
Duque, F., op. cit., p. 80.
15
Ibid., p. 86.
16
EH, «El nacimiento de la tragedia», §1, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, Madrid,
1984, p. 67 (KSA VI 307).
17
EH, «El nacimiento de la tragedia», §4, p. 71 (KSA VI 313).
18
Una interesante aproximación entre Hegel y Nietzsche la encontramos en la obra citada
de F. Duque, pp. 77, 78, 95 y 112.
19
EH, «El nacimiento de la tragedia», §1, p. 68 (KSA VI 310).
20
Ibid.
Cf. Za,. ed. A. Sánchez Pascual. Alianza, Madrid, 1992, «Del leer y el escribir», pp. 70-71
22
(KSA IV 49).
23
NT cap. I.
Apolo evoca el velo de Maya y muestra que las artes son las que hacen posible
y digna de vivirse la vida; Dioniso apunta hacia lo Uno primordial y muestra
que el ser humano, más que artista, es él mismo una obra de arte «para suprema
delectación del Uno primordial». En todo caso, Nietzsche advierte que, pese a
que se trata de extremos de una antítesis, lo apolíneo, como cualquier extremo
de una relación de contrarios, no puede ser entendido ni existir sin su otro: lo
dionisíaco. Esta rivalidad, que explica la historia entera de Grecia como el relato
de esa alternancia entre lo apolíneo y lo dionisíaco, y esta mutua dependencia
sólo pueden explicarse sobre la base de que, como se ha apuntado más arriba,
lo dionisíaco no es entendido como algo extraño y ajeno al alma griega, sino
como algo que la constituye tan profunda y radicalmente como la tendencia
apolínea que se le opone. Nietzsche distingue aquí muy bien entre lo dionisíaco
griego y lo bárbaro y reconoce «el abismo enorme que separa a los griegos
dionisíacos de los bárbaros dionisíacos»: «en comparación con aquellos saces
babilónicos y su regresión desde el ser humano al tigre y al mono, las orgías
dionisíacas de los griegos tienen el significado de festividades de redención
del mundo y de días de transfiguración»24.
‘Redención’ y ‘transfiguración’: con esas dos palabras se apunta ya no sólo
el significado especial de lo dionisíaco, sino también la tarea fundamental del
arte. Y esto vale también para el arte apolíneo del sueño. Pero la rivalidad entre
aquellas fuerzas contrapuestas no habría llamado tanto la atención de Nietzsche
si no hubiese conducido ya en la historia del pueblo griego a una milagrosa
alianza en la tragedia de Esquilo y de Sófocles. Y esta alianza no habría sido
posible si una y otra fuerzas –lo apolíneo y lo dionisíaco– no respondieran cada
una a su manera a un impulso común.
Apolo y los dioses olímpicos representan, frente a la amarga sabiduría de
Sileno, el dios de los bosques, un duelo, una lucha a muerte entre la belleza y
el horror. «El mismo instinto que da vida al arte, como un complemento y una
consumación de la existencia destinados a inducir a seguir viviendo, fue el que
hizo surgir también el mundo olímpico, en el cual la ‘voluntad’ helénica se puso
delante un espejo transfigurador»25. Apolo responde, pues, a la misma necesi-
dad de transfiguración y redención, apuntada a propósito de lo dionisíaco. Esta
necesidad se materializa en un ‘mundo intermedio’ (Mittelwelt) que los griegos
tuvieron que crear para poder vivir26. También el éxtasis dionisíaco constituía
una suerte de ‘mundo intermedio’, sólo que la respuesta de ese éxtasis era lo
contrario de la mesura recomendada por Apolo. La invitación a sobrepasar los
límites individuales se oponía a la recomendación apolínea de permanecer dentro
de ellos. Y, sin embargo, aquella desmesura tenía el mismo origen: un velado
24
Ver nota 10.
25
NT cap. III, p. 53 (KSA I 36).
26
Ibid.
«La visión dionisíaca del mundo», §3, en NT pp. 245 (KSA I 568).
28
29
Sobre la consideración del arte como consuelo, ver Burgos, E., Dioniso en la filosofía del
joven Nietzsche, pp. 91-100.
30
NT cap. 18, p. 149 (KSA I 119).
nuestra más alta significación estriba en ser, mucho más que artistas, obras de
arte31. Y así esta obra hace del arte la suprema experiencia de esta vida. Y de
la estética la máxima expresión de la metafísica.
31
«Somos imágenes y proyecciones artísticas, y nuestra suprema dignidad la tenemos en
significar obras de arte –pues sólo como fenómeno estético están eternamente justificados la
existencia y el mundo […]. El genio sabe algo acerca de la esencia eterna del arte tan sólo en la
medida en que, en su acto de procreación artística, se fusiona con aquel artista primordial del
mundo; pues cuando se halla en aquel estado es, de manera maravillosa, igual que la desazonante
imagen del cuento, que puede dar la vuelta a los ojos y mirarse a sí misma; ahora él es a la vez
sujeto y objeto, a la vez poeta, actor y espectador» NT cap. 5, pp. 66-67 (KSA I 47-48).
32
NT cap. 5, p. 26 (KSA I 12-13).
33
NT cap. 5, p. 28 (KSA I 14).
34
Sobre la influencia del Romanticismo en Nietzsche, véase mi libro, Identidad y tragedia,
pp. 73ss.
nada antes que en el ‘ahora’». Porque deja oír, «una bajo continuo de cólera
y de placer destructivo, una rabiosa resolución contra todo lo que es ‘ahora’,
una voluntad que no está demasiado lejos del nihilismo práctico». Porque hace
suya «la genuina y verdadera profesión de fe de los románticos de 1830, bajo
la máscara del pesimismo de 1850, tras de la cual se preludia ya el usual finale
de los románticos, –quiebra, hundimiento, retorno y prosternación ante una
vieja fe, ante el viejo dios». En suma, esta obra es romántica porque apunta ya
las maneras del cristianismo que responde al pesimismo. A favor de esa tesis,
Nietzsche aporta uno de los fragmentos más controvertidos de la misma. Aquél
en que se apunta el valor del arte como ‘consuelo metafísico’ y, por lo tanto,
transmundano.
Estos dos elementos sobre todo: el haber malentendido la música y la filosofía
alemanas –el haber puesto esperanzas donde nada cabía esperar–, y el haber
asignado al arte el valor de un consuelo metafísico –el haber puesto esperanzas
más allá de donde cabía esperar– explican la distancia de Nietzsche respecto de
su primera obra. Y, además, nos ponen en el camino adecuado para entender su
juicio sobre el Romanticismo como un fenómeno complejo también. Pero como
una enfermedad que afecta a Europa de muy diversas maneras (por ejemplo, no
de la misma forma a Francia que a Alemania) y respecto de la cual Nietzsche
lleva a cabo su personal experiencia de convalecencia y de salud.
3. La enfermedad
35
NT cap. 5, p. 27 (KSA I 13).
36
NT cap. 5, p. 34 (KSA I 20).
en la segunda mitad de la década de los ‘80. Pero poco antes de eso, en torno a
los primeros años de esa década, cuando escribe La gaya ciencia, hay algunas
referencias importantes. En el parágrafo 380 de esa obra Nietzsche parece
explicar ese silencio por una necesidad: la necesidad que tiene ‘el viajero’ de
alejarse de aquello que quiere enjuiciar, de encontrar una perspectiva adecuada,
‘fuera y por encima’ de lo que constituye el objeto de reflexión. Y eso vale muy
especialmente para Europa, para la reflexión sobre la realidad europea y para
el Romanticismo que la caracterizaba37.
Pero, ¿qué es Romanticismo? ¿Cuál es la perspectiva adoptada por Nietzsche
para poder hablar con justicia, es decir, sin prejuicios, sobre el Romanticismo?
También en esa misma obra, La gaya ciencia, encontramos una respuesta com-
pleja a un problema complejo, como es el problema romántico. El parágrafo 370
lo aborda directamente. Y Nietzsche realiza allí de nuevo un balance respecto de
sus juicios de juventud. Juicios que adolecen de «errores, exageraciones y falsas
esperanzas». Y que contienen una triple equivocación: haber malinterpretado el
pesimismo del siglo XIX, como síntoma de un pensamiento superior respecto al
siglo XVIII, «la época de Kant, Hume, Condillac y los sensistas»; haber supuesto
que el conocimiento trágico era un lujo permitido a esa época, y haber entendido
la música alemana como expresión de una fuerza dionisíaca largamente conte-
nida. «Se ve –advierte Nietzsche– que yo desconocía entonces lo que le daba su
verdadero carácter tanto al pesimismo como a la música: su Romanticismo».
Y, una vez más, ¿qué es Romanticismo? Para explicarlo Nietzsche co-
mienza reconociendo que arte y filosofía responden, cada cual a su manera, a
una misma voluntad. Son ‘remedios y socorros’ a favor de una vida que lucha
por afirmarse. Y suponen siempre dolor y sufrimiento. Pero hay dos tipos de
sufrimiento: uno, que procede de una vida rica y que ofrece la visión trágica
del arte dionisíaco; y otro, que procede de un empobrecimiento vital, de una
debilidad constitutiva y que pide a la filosofía y al arte ya «la calma, el silen-
cio y un mar apacible», ya «la borrachera, la convulsión, el aturdimiento y la
locura». La filosofía de Schopenhauer y la música de Wagner responden a esa
doble necesidad de calma y de locura38. Mientras que el hombre dionisíaco
muestra su preferencia por lo inquietante y lo terrible como un lujo que puede
permitirse; el débil tiene necesidad de dulzura, amenidad y bondad. Así, ense-
ña Nietzsche a ver la obra, el hecho y el ideal como ‘síntomas’ que muestran
la naturaleza del creador, del autor y del que tiene necesidad de tal empeño.
37
Y para poder entender la propia época: para eso se necesita «superar en sí mismo esta
época […] y, por consiguiente, no solamente su época, sino también la oposición que sentía
hasta ahora contra ‘su’ época, la contradicción, el sufrimiento que le causaba esta época, su
inactualidad, su ‘Romanticismo’…» KSA III 633.
38
Una consideración más detenida de esto se encuentra en mi libro, Identidad y tragedia,
pp. 222ss.
E invita a aplicar ese criterio a los valores estéticos: ¿es el hambre o la abun-
dancia lo que les ha dado origen? Esa pregunta invita ahora a sobrepasar la
estética y a instalarse en el ámbito de una cierta ‘fisiología’, apunta ya el estilo
de un genealogista, y podría ser equivalente a esta otra: ¿es el deseo de fijeza
y de ser, lo que da origen a un valor o, por el contrario, el deseo de novedad y
devenir? Pero Nietzsche advierte que esa pregunta –como la oposición entre
optimismo y pesimismo– no puede ser última y definitiva, porque no carece de
ambigüedad, pues el ‘deseo de devenir’ puede ser sintomático tanto de fuerza
como de debilidad. Y el «deseo de fijeza, de eternidad, de ser» puede proceder
tanto del amor y de la gratitud, como del odio y la venganza. Este último es,
según Nietzsche, el caso del pesimismo romántico, que se halla en el fondo de
la filosofía de la voluntad de Schopenhauer y de la música alemana de Wagner.
A un tal pesimismo presiente Nietzsche que podría oponerse un ‘pesimismo
clásico’. Pero, puesto que ‘clásico’ le parece también un término gastado, pro-
pone la expresión ‘pesimismo dionisíaco’.
Tal es el modo en que Nietzsche entiende el Romanticismo. Pero estamos
lejos aún, conociendo su origen, de establecer su valor, o mejor, de saber quién
se sirve de él y para qué. El Romanticismo es también un fenómeno complejo
que no produce los mismos efectos cuando florece en suelos distintos. Por lo
pronto, veamos cómo, según Nietzsche, afecta a Europa.
El parágrafo 24 de La gaya ciencia ofrece una interesante reflexión al
respecto. Nietzsche distingue allí dos tipos de descontentos. Unos, débiles, de
naturaleza femenina, que hacen la vida más bella y profunda; otros, fuertes,
viriles, que perfeccionan y aseguran la vida. Europa, la vieja Europa, se halla
emparentada con los primeros: con los que se contentan con «un poco de em-
briaguez y entusiasmo»; que padecen de un descontento crónico y, por tanto,
imposible de satisfacer; que alientan a «los que crean consuelos que son como
opiáceos y narcóticos», y que prefieren al ‘pastor’ antes que al médico. Y, sin em-
bargo, Nietzsche reconoce que la evolución de Europa no sería posible sin «ese
descontento y ese Romanticismo enfermizos». La vieja, enferma e incurable
Europa «ha terminado por engendrar una irritabilidad intelectual que equivale
casi al genio y, ciertamente, a la madre de todo genio». Pero si el Romanticis-
mo explica el carácter y la evolución de Europa, el movimiento romántico no
floreció de la misma manera en todas partes. Es esa diferencia la que hace de
Wagner un caso espectacular y único, que merece ser tratado aparte.
39
CI «Lo que debo a los antiguos», §50, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1975, p.
128 (KSA VI 229–230).
40
MBM «Nosotros los doctos», §209, p. 152 (KSA V 141-142).
41
MBM «De los prejuicios de los filósofos», §11, p. 32 (KSA V 25).
42
MBM «Pueblos y patrias», §245, pp. 200-201 (KSA V 187-188).
43
Al respecto, véase, Campioni, G., Nietzsche y el espíritu latino, Buenos Aires: El cuenco
46
EH «Por qué soy tan inteligente», §5, p. 45 (KSA VI 288).
47
A parte del Zaratustra, esta reflexión toma cuerpo en ese importante año para su
pensamiento que es el año 1886, en el que escribe, además de Más allá del bien y del mal, los
Prólogos a las segundas ediciones de las obras que constituyen eso que se ha dado en llamar el
‘período ilustrado’ de su pensamiento.
48
HH I, Prefacio, §4, ed. A. Brotons Muñoz, Madrid: Akal, 1996.
49
HH I, Prefacio, §1, pp. 35-36 (KSA II 13-14).
de volar fuera y lejos que late en el fondo de aquel «antes morir que vivir aquí»;
eso constituye la ‘primera victoria’ y, quién sabe, si también el inicio de años
de enfermedad. En todo caso –piensa Nietzsche– un movimiento tan necesario
como raro, pues «¿quién sabe hoy qué es la soledad?»51
Todavía Nietzsche, en el prólogo a la segunda edición de la segunda parte
de Humano, demasiado humano, reconoce el carácter absolutamente necesario
e ineludible de su tarea, aunque tal tarea deba pagar un alto precio. Y señala
cómo, cuando frente a toda evidencia había preferido desconfiar de sí mismo y
adoptar el punto de vista de otros, tomando partido contra sí y en pro de lo que
le contrariaba, se produce la rebelión del propio cuerpo: «la enfermedad es la
respuesta cada vez que queremos dudar de nuestro derecho a nuestra tarea»52.
Sólo cuando se tiene el coraje de asumirla, se comienza a saber todo aquello
que se deja tras de sí. Y a valorar también lo que se ha obtenido. Nietzsche
describe entonces la gratitud del convaleciente53, la alegría de un espíritu que
ha resistido pacientemente una terrible y larga presión, y que ha dejado de tras
de sí ‘una doble tiranía’: la tiranía del dolor, que impone su punto de vista, y
la tiranía del orgullo, que se niega a extraer las consecuencias que se siguen
del dolor. Sólo entonces el filósofo asume su tarea como la de un médico y la
filosofía tiene el derecho a llamarse también ‘fisiología’, esto es, ‘genealogía’.
El arte no tiene ya la última palabra, sino la vida (así se consuma, pues, la tarea
que El nacimiento de la tragedia pretendía: ver la ciencia con la óptica del arte
y el arte con la de la vida). Se trata de ver si es la enfermedad la que inspira en
último término una filosofía. O la salud. En todo caso, la vida se vuelve ahora
un problema más complejo, más profundo, más ‘interesante’.
Para explicar esto último es preciso ver el alcance irónico de la reflexión
nietzscheana sobre el dolor. El dolor constituye, en primer término, un signo
de interrogación, una pregunta ineludible; pero es también una escalera que
conduce a nuestras últimas profundidades. Para llegar allí, es preciso tener el
valor de reconocer en él un instrumento necesario de emancipación: «Sólo
los grandes dolores emancipan el espíritu», escribe Nietzsche54. Y la libertad,
como toda libertad, tiene su precio: «Se acabó la confianza en la vida. La vida
misma se ha convertido en ‘problema’. Pero esto no nos hace necesariamente
misántropos. Aun entonces es posible el amor a la vida, si no se la ama por
otros conceptos. Nuestro amor es como el amor a una mujer de quien tenemos
sospechas…»55 Un amor que asume la defensa y el cuidado de la vida y defen-
der la vida contra el dolor, es defenderla de los juicios que hacemos sobre ella
50
Ibid.
51
HH I, Prefacio, §3, pp. 37-38 (KSA II 16-17).
52
HH II, Prefacio, §4, p. 10 (KSA II 373-374).
53
Cf. GC Prólogo, §1.
54
GC Prólogo, §3 (KSA III 350-351).
55
Ibid.
56
HH II, Prefacio, §5, p. 10 (KSA II 374).
57
HH II, Prefacio, §1 (KSA II 370-371).
58
Ibid.
59
HH I, §5, p. 39 (KSA II 19).
60
GC Prólogo, §1.
61
Ibid.
62
GC Prólogo, §4 (KSA III 351-352).
63
HH II, Prefacio §2, p. 9 (KSA II 371).
64
HH II, Prefacio §3, p. 9 (KSA II 373).
65
«…una y otra vez confío en que mis libros de peregrinaje no fueron sin embargo redactados
sólo para mí, como a veces parecía. ¿Cabe que ahora, tras seis años de creciente confianza, los
envíe de nuevo de viaje a a título de ensayo? ¿Cabe que se los recomiende en particular a los
que están aquejados de cualquier ‘pasado’ y les queda espíritu suficiente para todavía sufrir
también del espíritu de su pasado?» HH II, Prefacio §6, p. 11 (KSA II 376).
66
«Vosotros los predestinados, vosotros los triunfadores, vosotros los vencedores del
tiempo, vosotros los más sanos, vosotros los más fuertes, vosotros los buenos europeos» Ibid.
67
HH II, Prefacio §7, p. 11 (KSA II 376).
68
A Prefacio, §3, ed. P. González Blanco, Barcelona: J.J. de Olañeta, 1977, pp. 7-8 (KSA
III 14-15).
69
A Prefacio, §4 (KSA III 15-16).
que es la prisa, propio de todas las épocas laboriosas y esclavas, donde no hay
tiempo ni lugar para las preguntas sobre el porqué y el para qué. Y Nietzsche
hace el mejor elogio de aquellos lectores ideales a los que espera y a los que
van dirigidos sus libros. Lectores perfectos, filólogos perfectos, que reconocen
la más alta virtud y el mejor tempo que requiere todo auténtico comprender:
la lentitud. «La filología –escribe– es una arte venerable […] en que nada se
consigue sin aplicarse con lentitud. Precisamente por eso es hoy más necesaria
que nunca: precisamente por eso nos seduce y encanta en medio de esta época
de trabajo, es decir, de precipitación, que se consume por acabar rápidamente
las cosas. Aquel arte no acierta a acabar fácilmente: enseña a leer bien, es decir,
a leer despacio, con profundidad, con intención honda, a puertas abiertas y con
ojos y dedos delicados. Pacientes amigos, este libro no desea más que lectores
perfectos, filólogos perfectos; aprended a leerme bien».
1.
dos compartimentos cerebrales, uno para la ciencia, otro para la no-ciencia, que
debían tratar de coexistir en el alma moderna (HH: KSA II 208-209). Era ésta
la nueva formulación, ‘positivista’ y desmitificadota, de lo que anteriormente
había tratado de expresar con plasticidad poética a través de la polaridad de lo
apolíneo y lo dionisíaco: una nueva formulación, que también se revelaría a la
postre insuficiente para quien, desde su primer libro sobre los griegos, había
tenido clara conciencia de estar ‘pariendo centauros’ al combinar filología y
filosofía en sus textos de un modo tan íntimo y singular.
Pero probablemente sea en este rasgo donde resida el valor más apreciable
del pensamiento nietzscheano, el de su impiedad e intempestividad, las cuales
se ejercen en su caso por un declarado y firme deseo de no hurtar a la conside-
ración ninguno de los matices y vertientes plurales que ofrece la existencia. Por
eso yerran quienes se obstinan en petrificar el ritmo inquieto de este pensar en
alguna de sus declaraciones más extremosas. Nietzsche es un pensador radical,
que no reniega de pensar los extremos; pero no suele hacerlo de forma unívoca
o unilateral, ni se contenta tampoco con su blando aquietamiento bajo una arti-
ficiosa medianía. En el estilo mismo de su escritura filosófica tiende a poner de
relieve ese über, ese exceso o desbordamiento, que denuncia la profunda pereza
intelectual, más aún, la atonía vital de toda pretensión de detenerse y descansar
de una vez por todas en tierra firme, en un fundamento inconmovible. En cada
uno de los tramos de su itinerario intelectual, Nietzsche ha sabido guardarse de
esta tentación de la permanencia y ser siempre algo más: algo más que román-
tico en las formulaciones de su metafísica de artista; algo más que positivista en
los vuelos de su librepensamiento. Ni la máscara del estricto investigador, que
somete escrupulosamente los datos al supremo tribunal histórico-psicológico,
ni la del visionario, que pretende revelar el misterio insondable de las cosas a
través de las efusiones y arrebatos de su corazón, le cuadran si no es en el punto
preciso en que este filósofo del disfraz las adopta con una intención eminente-
mente crítica y paródica. Hacer de Nietzsche, sin más, una especie de fisiólogo
positivista de estirpe neokantiana o un profeta tardorromántico supone simplificar
la compleja travesía de un pensamiento que ha cuestionado de forma decisiva la
confianza ingenua del logos occidental en que un día no muy lejano alcanzaría
al fin las costas del mundo verdadero. Nietzsche nos ha enseñado a entender de
otro modo en qué consisten las Ítacas de nuestra demasiado humana historia
multiversal, y esta enseñanza la ha ejercido ante todo prodigándose en el difícil
arte de la despedida frente a los grandes metarrelatos modernos: no sólo frente
al relato hiperracionalista del Progreso ineluctable de una Razón universal;
también frente al relato ultrarromántico del Regreso al seno acogedor de una
Naturaleza benevolente, de la que nunca debimos separarnos.
En concreto, me propongo tomar aquí esta temática de la vuelta a la Natu-
raleza como hilo conductor para abordar las complejas relaciones de sintonía y
disonancia teóricas existentes entre ciertas formulaciones románticas y el pensa-
2
Haym, Rudolf, Die romantische Schule. Ein Beitrag zur Geschichte des deutschen Geistes,
Hildesheim: Olms, 1961 (Berlin: Weidmann, 1870); Habermas, Jürgen, Der philosophische
Diskurs der Moderne, Frankfurt: Suhrkamp, 1985 (tr. M. Jiménez Redondo, Madrid: Taurus,
1989, espec. pp. 109-134).
7
Cf. Behler, E., op. cit., pp. 67-69.
8
Mazzino Montinari resume así las líneas básicas de esta formación: «El aprendizaje del
método histórico-crítico en la lectura de textos, un conocimiento directo y bastante amplio
de los autores más importantes de la antigüedad grecolatina y el perfeccionamiento asiduo
del estilo, para el cual Nietzsche toma como modelo a Salustio, hay que situarlos en estos
seis años de estudios de Pforta. Durante ese mismo periodo se perfila su distanciamiento de
la religión de sus padres. Entre los autores modernos que figuran con más frecuencia en las
lecturas y los apuntes de esta época encontramos a Emerson, Sterne, Byron, Schiller, Goethe,
Hölderlin, Novalis, Kerner, Platen, Cervantes, Alexander von Humboldt y también La esencia
del cristianismo de Ludwig Feuerbach, la Historia de la literatura del siglo XVII de Herman
Hettner (1856-1870) y obras historiográficas como la Historia de la Revolución Francesa de
Eduard Arnd (1851)» Che cosa ha veramente detto Nietzsche, Milano: Adelphi, 1975, p. 28. (tr.
E. Lynch, Barcelona: Salamandra, 2003, pp. 32-33). Cf. también Andler, C., op. cit., II, 50.
14
Como ya se encargó de subrayar convenientemente el estudio de Walter Kaufman,
Tragedy and Philosophy, New York: Doubleday, 1968 (Barcelona: Seix-Barral, 1978),
centrando su atención en los añadidos de Schopenhauer al libro tercero de El mundo como
voluntad y representación.
15
Cf. al respecto el excelente trabajo de Félix Duque, «Nietzsche y la arqueología ‘romántica’
de la cultura », en La estrella errante. Estudios sobre la apoteosis romántica de la Historia,
Madrid: Akal, 1997, pp. 75-122.
16
SWB I 917-919. Como es sabido, la autoría del texto sigue siendo asunto debatido,
habiendo sido atribuida tanto a Schelling como a Hölderlin o Hegel, e incluso a algún otro
pensador de su círculo. Cf. v.g. Henrich, Dieter, Konstellationen. Probleme und Debatten am
Ursprung der idealistischen Philosophie (1789-1795), Stuttgart: Klett-Cotta, 1991.
17
Cf. Kritische Friedrich Schlegel Ausgabe (KA), ed E. Behler, J. J. Anstett y H. Eichner,
Padeborn: Schöndig, 1958ss., vol. II, pp. 317ss. Hay trad. cast. de D. Sánchez Meca y A.I.
Rábade en Schlegel, F., Poesía y Filosofía, Madrid: Alianza, 1994, en espec., pp. 118-121.
dose más pobres ni más bajos por ello, debían encarnar en la tierra y morar en
ella, escribió un joven romántico de aquella época llamado Hegel, aceptando
entonces el envite trágico de que, así las cosas, para realizar el «Reino de Dios
en la tierra», no habría más remedio que pasar por el duro trance y experiencia
de lo negativo, muerte de Dios incluida21. Ya ellos pudieron decir, así pues, antes
que Nietzsche, que el nihilismo resultaba un fenómeno ambiguo: la noche de
la ausencia de los dioses podía ser experimentada como puro desierto de lo real
extendido por doquier. Era ésa la modalidad reactiva de vivencia nihilista que
–en esto daban parcialmente la razón a Jacobi– había que combatir. Mas también
cabía columbrar, en medio de toda esta experiencia de desasimiento, la posibili-
dad de recrear el sentido de la tierra. El nihilismo podía leerse a su vez en clave
activa, como ocasión para desustancializar la costra del realismo dogmático y,
revolucionando los modos habituales de captación y expresión del orden feno-
ménico, hacer aflorar otra dimensión de lo real, dotando de plenitud ontológica
a la apariencia. La crítica a la reducción mecanicista de la imagen del mundo
–capaz sólo de verlo como mundo de la necesidad, sometido de manera fatalista
a la condena del «así fue, así será» –había de ser precisamente lo que diera paso
a la nueva visión de la Naturaleza, anticipada por Goethe, como un organismo
con vida propia y creatividad desbordante, inaprehensible bajo los parámetros
meramente cuantitativos del matematicismo imperante hasta entonces.
Es esto, por ejemplo, lo que anima el programa de una Naturphilosophie en
Schelling, donde las fuerzas inconscientes de la naturaleza constituyen una ma-
nifestación más de esa libertad que, en el espíritu humano, se plasma de forma
señera en la obra de arte. Hegel interpretará después dicha manifestación como un
anticipo, como un oscuro presagio del concepto, que a la postre tendrá que salir a
la superficie y revelarse plenamente en su transparencia lógica. En el contexto del
primer romanticismo, sin embargo, no cede tan fácilmente la convicción de que ese
fondo último de la naturaleza permanece en su condición abismática. Y así, una
naturaleza que la ‘fría razón’ había opuesto al hombre, que había considerado como
pura materia inerte y extraña a la libre actividad del sujeto, susceptible en conse-
cuencia de manipulación, dominio y explotación por parte de éste, se dota ahora
Fichte, Jacobi), Hegel recurre a la imagen de la muerte de Dios para referirse al final de la
abstracción metafísica, calificado ahí como «Viernes Santo especulativo», y derivar de él la
necesidad de que el principio de lo infinito resucite y encarne definitivamente en lo terreno.
En 1862, el joven escolar de Pforta manifiesta ya su proximidad a este planteamiento: «Si
Dios se hizo hombre, eso significa sencillamente que el hombre no debe buscar su propia
beatitud en el infinito, sino fundar su cielo en la tierra; la ilusión de un mundo ultraterrenal
indujo a los hombres a asumir una posición equivocada con respecto al mundo terrenal: esto
fue resultado de la infancia de los pueblos. […] Entre graves dudas y luchas la humanidad se
hace fuerte: reconoce en ella misma el principio, el centro y el fin de la religión» Nachgelassene
Aufzeichnungen, II, Berlin: de Gruyter, 2000, fragmento 13[8], en KGW, sección I, editada por
Hans Gerald Höld e Ingo W. Rath.
2.
22
Cf. SWB I 117-121. La misma idea, procedente de la cosmogonía de Empédocles, se
halla en el «Discurso sobre la mitología» de F. Schlegel, en referencia a la productividad del
desorden que arrastra la nueva mitología al tener que englobar las diferentes formas artísticas
precedentes: «La suprema belleza, así como el supremo orden sólo son propiamente los del caos,
un caos que únicamente espera el contacto del amor para desplegarse en un mundo armónico,
un caos como lo fueron también la antigua mitología y la antigua poesía» (KA II 318). Sobre la
importancia de la figura de Empédocles en la obra de Nietzsche, véase mi Hölderlin y Nietzsche,
dos paradigmas intempestivos de la modernidad en contacto, Sevilla: Reflexión, 1992.
Cf. Behler, E., op. cit., p. 63. Behler remite a KA II 69. Para una aproximación a la
24
génesis del nihilismo en el contexto del idealismo alemán, cf. Pöggeler, Otto, «Die Anfänge des
Nihilismus-Diskussion», en Arendt, D., Der Nihilismus als Phänomen der Geistesgeschichte
in der wissenschaftlichen Discusión unseres Jahrhunderts, Darmstadt: Wissenschaftliche
Buchgesellschaft, 1974, pp. 304-349 (tr. J.A. Marín Casanova, en Barrios, A. (ed.), Pensar
(en) el nihilismo, Reflexión, revista de filosofía, 2 (1996), pp. 15-50. Pöggeler hace notar que el
término se encuentra, antes de la Carta a Fichte de Jacobi, en el libro de Daniel Jenisch, Sobre
el fundamento y el valor de los descubrimientos del Señor Profesor Kant en la metafísica,
la moral y la estética (Berlín: Viewek, 1796), asociado al ateísmo y al idealismo; y que F.
Schlegel lo emplea ya en 1797 («Toda broma tiende al nihilismo (Voltaire, Swift)», aunque en
un sentido distinto al de su identificación posterior del nihilismo con «la forma oriental-mística
del panteísmo» (KA XVIII: Philosophische Lehrjahre, 1 (1963), pp. 27; 573, 575).
KSA I 37 (tr. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1973, p. 54). En lo que sigue, salvo
26
indicación expresa en sentido contrario, las traducciones de obras de Nietzsche empleadas son
las de A. Sánchez Pascual para Alianza Editorial.
27
SWB II 841. Cito por la traducción, aquí ligeramente modificada, de Felipe Martínez
del primer romanticismo, teorías según las cuales la poesía, en cuanto logos
originario, alberga una expresividad superior a la del concepto30. Recordemos
la afirmación de Friedrich Schlegel: «Pues éste es el principio de toda poesía:
anular el curso y las leyes de la razón pensante-razonante y volver a ponernos en
el bello desorden de la fantasía, en el caos originario de la naturaleza humana,
para el que no conozco hasta ahora ningún símbolo más bello que el hormigueo
multicolor de los antiguos dioses»31.
Sin necesidad de caer en el error de frühromantizar a Nietzsche, es incues-
tionable, por lo tanto, el rendimiento exegético que ofrece una lectura de sus
textos a partir de estas coordenadas. Así ocurre de modo destacado en el caso
de sus referencias a la naturaleza como caos. En vez de tomar directamente esta
designación a modo de una tesis metafísica en la estela de las de Schopenhauer,
es posible reconocer en cambio su carácter eminentemente polémico, carácter que
halla en el aforismo 109 de La gaya ciencia una de sus expresiones más depuradas:
«Guardémonos de creer que el mundo es un ser viviente. ¿Hacia dónde se expan-
diría? ¿De qué se alimentaría? ¿Cómo podría crecer y reproducirse? ¿Sabemos
aproximadamente qué es lo orgánico?: y a eso indeciblemente derivado, tardío, raro
y contingente que percibimos solamente sobre la costa de la tierra, ¿deberíamos
proclamarlo lo esencial, universal, eterno, como hacen quienes llaman al Todo
un organismo? Esto me repugna. Guardémonos de creer si quiera que el Todo es
una máquina; seguro que no está construido con una finalidad y le concedemos
un valor demasiado elevado al emplear la palabra ‘máquina’. [...] El carácter del
mundo es, en cambio, caos por toda la eternidad, no en el sentido de una carencia
de necesidad, sino en el de falta de orden, de estructuración, de forma, belleza,
de sabiduría y como quiera que se denominen nuestras peculiaridades estéticas
humanas. [...] Pero ¡¿cómo podríamos censurar o elogiar al Todo?¡ Guardémonos
de achacarle crueldad o irracionalidad, o bien sus contrarios. ¡No le afectan en
absoluto ninguno de nuestros juicios estéticos y morales! No tiene tampoco instinto
de conservación, ni en general, instinto alguno; ni sabe tampoco de ninguna ley.
Guardémonos de afirmar que hay leyes en la Naturaleza. [...] Pero ¡¿cuándo llega-
remos al término de nuestro cuidado y nuestra precaución?! ¿Cuándo dejarán de
oscurecernos todas esas sombras de Dios? ¡¿Cuándo habremos desdivinizado por
completo a la Naturaleza?! ¡¿Cuándo podremos comenzar nosotros, los hombres,
a naturalizarnos con la pura, redescubierta, redimida Naturaleza?!»32
Al igual que ocurre en el texto nietzscheano, el caos del que hablan los pri-
historischen Hintergrund der sprachphilosophischen Auffassungen des frühen Nietzsche»,
Nietzsche-Studien, 17 (1988), pp. 369-390. Vid. también el artículo de Behler, «La teoría del
lenguaje del primer romanticismo alemán y su repercusión en Nietzsche y Foucault’, publicado
en este mismo número de Estudios-Nietzsche, y el cap. 10 del minucioso libro de Santiago
Guervós, Luis E. de, Arte y poder. Aproximación a la estética de Nietzsche, Madrid: Trotta,
2003, en espec. pp. 393ss.
31
KA II 319 (tr. cast., p. 123.
32
KSA III 467-9. La gaya ciencia, tr C. Crego y G. Groot, Madrid: Akal, 1982, pp. 147-9,
33
KSA I 333 (tr. J.B. Llinares en Nietzsche, F., Antología, Barcelona: Península, 1988, p. 113).
34
KSA I 885 (Antología, p. 48).
35
Ferraris, Maurizio, Nietzsche y el nihilismo, Madrid: Akal, 2000.
36
Cf. Kaulbach, Friedrich, «Nietzsches Interpretation der Natur», Nietzsche-Studien, 10/11
(1981/82), p. 445.
37
Es también en este sentido en el que, como ya he comentado en alguna otra ocasión, hay
una dimensión de ‘platonismo insuperable’ en Nietzsche; puesto que conocer es, en efecto,
la existencia y concluye: «una interpretación que no admita más que contar, calcular, pesar,
ver y prender es una torpeza y una ingenuidad, a menos que sea enfermedad mental, idiotismo.
¿No es, por el contrario, harto probable que precisamente lo más superficial y externo de la
existencia –lo que tiene de más aparente, su piel, su materialización– sea lo que puede asirse en
primer lugar? ¿o quizás incluso lo único que puede asirse? Una interpretación ‘científica’ del
mundo, tal como vosotros la entendéis bien podrá ser, pues, una de las más estúpidas, esto es,
una de las sensualmente más pobres de todas las interpretaciones posibles del mundo: les digo
esto al oído y al conciencia a los señores mecanicistas, a los que hoy día les gusta mezclarse
con los filósofos y que en general creen que la mecánica es la doctrina de las leyes primarias
y últimas sobre cuyo fundamento tendría que levantarse toda la existencia» (KSA III 625-626;
ed. cast., p. 302).
39
KSA XIII 258: 14[79], de primavera de 1888, encabezado por la anotación «Voluntad de
lla que se sobrepone a los aspectos duros, terribles y problemáticos que entra-
ña la existencia, sin pretender disimularlos ni convertirlos en una objeción
radical contra ella, y sin recurrir tampoco a la fe metafísica en otro mundo
mejor o más verdadero, situado más allá. El pesimismo romántico es una con-
secuencia más de la quiebra de la vieja fe metafísica en un mundo ideal, inca-
paz de sobreponerse al estilo de valorar sustentado en dicha fe. Consciente de
ello, Nietzsche se dispone a la búsqueda de un modo de expresión postmetafí-
sico, donde salga a la luz el carácter interpretativo de nuestras propuestas de
sentido y verdad. La concepción de la voluntad de poder se constituye explí-
citamente como un tipo de consideración de la apariencia que, al tiempo que
la toma como «única y verdadera realidad de las cosas», «se resiste a su trans-
formación en un imaginario mundo verdadero», precisamente porque recono-
ce que «a ella son aplicables todos los predicados, así como sus contrarios»
(KSA XI 654). Imposible de definir en su «naturaleza proteiforme, inaprensible
y fluida», Nietzsche ensaya una posible designación de este mundo «desde
dentro» (ibid.), que siga siendo capaz de dar cuenta de la insalvable contradic-
toriedad de su devenir, que reconozca que «lo opuesto a este mundo fenomé-
nico no es el ‘mundo verdadero’, sino el mundo informe-informulable del caos
de sensaciones –así pues, otra modalidad del mundo fenoménico, ‘incognosci-
ble’ para nosotros» (KSA XII 396). Por eso, no sólo insiste en que lo que Scho-
penhauer denominaba voluntad es algo incognoscible y que la voluntad de la
que él habla únicamente como nombre posee unidad, sino también en que, dado
que aquello que podemos expresar mediante el lenguaje es siempre ‘una simple
relación’, no un ‘ser en sí mismo’, la noción de voluntad de poder no designa
un sustrato permanente de los fenómenos y mucho menos una causa única del
acontecer, sino que trata de expresar una dinámica relacional, que en nosotros
se traduce como despliegue multiforme de fuerzas en conflicto. El único ‘ser’
del que tendría sentido hablar, escribe Nietzsche en un fragmento inédito de
1881, «es cambiante, no-idéntico a sí mismo, tiene relaciones»42.
Esto implica que la dilucidación del querer de la voluntad de poder, que algu-
nos intérpretes tan destacados como Heidegger se empeñan en resolver en clave
de recaída en la metafísica, no puede poseer más que el estatuto de una ficción
vol. I, pp. 7-122 (tr. J.F. Ivars y V. Jarque, Barcelona: Península, 1988).
42
KSA IX 570: 11[130]. Véase también el 14[93], de primavera de 1888: «la ‘apariencialidad’
pertenece ella misma a la realidad: es una forma de su ser, i.e., en un mundo en el que no existe
ser, ha de crearse primero por medio de la apariencia un cierto mundo predecible y calculable
de casos idénticos [...]: abstracción hecha de nuestra condición de vivir en él, [...] no existe
como mundo ‘en sí’, es esencialmente un mundo de relación [Relations-Welt]; tiene un rostro
diferente desde cada punto, según las circunstancias; su ser es esencialmente distinto en cada
punto» (KSA XIII 271).
43
Resulta crucial atender en este punto a la retórica del texto nietzscheano, que una y otra vez
insiste en el carácter hipotético de su formulación de la voluntad de poder. Así, en el aforismo
36 de Más allá del Bien y del mal: «Suponiendo que ninguna otra cosa esté ‘dada’ realmente
más que nuestro mundo de apetitos y pasiones, suponiendo que nosotros no podamos descender
o ascender a ninguna otra ‘realidad’ más que justo a la realidad de nuestros instintos –pues
pensar es sólo un relacionarse esos instintos entre sí– ¿no está permitido hacer el intento y hacer
la pregunta de si eso dado no basta para comprender también, partiendo de lo idéntico a ello,
el denominado mundo mecánico (o material)?» (KSA V 54). Nietzsche insiste ahí: «tenemos
que hacer el intento [Versuch] de considerar hipotéticamente… como dice mi tesis». Y en el
fragmento 38[12], de junio-julio de 1885 («¿Y queréis saber qué es para mí ‘el mundo’? ¿He
de mostrároslo en mi espejo?» KSA XI 610) acude una vez más a un motivo clásico del mito
de Dioniso –quien al mirarse en un espejo ve reflejado un mundo– ya no para contraponer el
carácter apariencial de este reflejo a su verdadera imagen, sino para subrayar tanto la condición
interpretativa de su «mundo dionisíaco del crearse-a-sí-mismo eternamente, del destruirse-a-
sí-mismo eternamente, este mundo-misterio de los deleites dobles» (ibid.), cuanto su estricta
atenencia al ámbito fenoménico.
44
Heidegger, Martin, Holzwege, Frankfurt: Klostermann, 1950, p. 211 (tr. A. Leyte y H.
Cortés, Madrid: Alianza, 1984, p. 207).
Ibid.
45
modernidad defendida luego por pensadores como Hans Blumenberg, al señalar que el cultivo
de la curiosidad teórica tiene una genealogía de más largo alcance y calado. Cf. el aforismo 188
todas partes hacia atrás, nosotros mismos somos una especie de caos –: final-
mente, como hemos dicho, ‘el espíritu’ descubre en esto su ventaja. Gracias a
nuestra semibarbarie de cuerpo y de deseos tenemos accesos secretos a todas
partes, accesos no poseídos nunca por ninguna época aristocrática, sobre todo
los accesos al laberinto de las culturas incompletas y a toda semibarbarie que
alguna vez haya existido en la tierra» (ibid. 158).
La vuelta atrás no tiene la significación de un rescate de la pureza del pa-
sado, sino la de un juego de disfraces y una contaminación productiva entre
herencias diversas para ensayar nuevas invenciones. El sentido histórico que
impregna la crítica genealógica nietzscheana a partir de Humano, demasiado
humano modifica drásticamente el vitalismo de obras como El nacimiento de
la tragedia o la Segunda intempestiva y así, a la vez que liquida toda nostalgia
de edades doradas, desborda la lectura estrictamente biologicista del criterio
de la ‘utilidad para la vida’. Dado que para Nietzsche no cabe apelar a la es-
tabilidad de un instinto de conservación ni a ninguna otra clase de «principios
teleológicos superfluos» (ibid. 27-28), la utilidad, «en el sentido de la biología
darwiniana»48 queda puesta en entredicho. Con el nombre de vida alude el fi-
lósofo a complejos procesos de asimilación y crecimiento donde no existe una
única matriz impulsora, sino un entramado de fuerzas que tratan de desplegarse
e intensificarse, siendo la autoconservación una consecuencia más de este po-
tenciamiento, antes que una finalidad. De ahí que, por más que Nietzsche haya
adoptado a veces argumentos de la fisiología de su tiempo, su enfoque le resulte
demasiado estrecho. Propiamente, será por éste y por motivos similares por lo
que la preferencia de las obras ‘intermedias’ por la ciencia acabará cediendo
terreno al arte como espacio idóneo a partir del cual suscitar la transvaloración
de los valores. La mirada científica al mundo sigue orientándose por unos
parámetros excesivamente estabilizadores (conservación, utilidad), restricti-
vos de la dinámica siempre desbordante de energía en el devenir de fuerzas
contrapuestas, que, en cambio, la mirada trágico-dionisíaca del arte tiende a
preservar. De hecho, incluso la intelección del primitivo impulso a la formación
de metáforas como un mero mecanismo adaptativo de supervivencia supone
KSA XI 309. Son varios los aforismos encabezados por el rótulo de «Anti-Darwin», entre
48
este modo, Nietzsche pone de manifiesto uno de los efectos buscados por el
recurso de los primeros románticos a una Naturaleza irreductible al patrón
racionalista –deconstruir las tramas de significación habituales, establecer un
distanciamiento irónico que permita la reinvención de sentido– insistiendo en
la dimensión de crítica cultural que dicho recurso, tan presente en la praxis
estética de la Frühromantik, posee, esto es, subrayando el hecho de que una
operación semejante sólo puede ejecutarse sobre la base del suelo histórico
de positividad suministrado por el presente. No hay mirada directa al eterno
absoluto, sino distorsión intempestiva de la óptica actual. Esta disolución de
la formas establecidas, que permite la irrupción de novedad, no les niega valor
por completo, como ocurría en el caso del nihilismo reactivo de un Jacobi,
antes bien, reivindica en su incesante transición, en su pasar, transformarse y
perecer, el ‘lugar’ en el que centellea la verdad de la apariencia. La adopción
nietzscheana de un pensar que experimenta con la verdad y aspira a transfor-
marnos, reclamando de nosotros la fuerza para soportar la más pesada carga
y afirmar, pese a todo, la existencia, evoca directamente el contexto de esta
réplica. La doctrina del eterno retorno, propuesta por Nietzsche como distorsión
del tiempo lineal, no sólo formula expresamente su continuidad con el intento
de los jóvenes idealistas y primeros románticos de repensar un panteísmo que
sirviera para proclamar un sí sin reservas a este mundo49. También apela a un
tipo singular de creencia, más básica que toda fe en la verdad, que todo instintivo
tener-por-verdadero, en el que se recoge el envite del salto mortal jacobiano
y, en lugar de orientarlo hacia un inexistente más allá, se lo destina a la tierra
para afirmar finalmente que, aun con toda su dosis de azar y sinsentido, «la
vida debe inspirar confianza».
1.
5
Ibid.
6
Ibid.
7
Ibid., p. 217.
8
Ibid.
9
Cf. ibid., p. 218.
de la ciencia del lenguaje, con «la comparación horizontal entre las lenguas»10
que por entonces se hace notar, la irrupción de una gramática comparativa y
la indagación, vinculada a ella, acerca de las raíces del lenguaje.
Lo que enseguida llama la atención en este desarrollo de una nueva episteme
consiste en ese movimiento por el que el pensar se desprende de motivos objeti-
vables y de su representación, y discurre hacia el devenir y la historia. El concepto
capital de la Ilustración parece haber consistido en la ‘representación’: repre-
sentación del orden objetivo de las cosas11. Ahora, en cambio, la representación
va a perder su poder de determinar el orden de las cosas en concordancia con el
pensar y el saber. Un nuevo modelo de pensamiento hace su aparición, centrado
en el desarrollo, la génesis y la pregunta por el origen. El punto de referencia se
desplaza desde el mundo exterior y objetivable hasta el sujeto humano en cuanto
condición de posibilidad de trabajo, vida y lenguaje. Pensar y saber se retiran del
ámbito de la representación para explorar todo aquello que es fuente y origen
de la representación12. Dicho en general, se produce una «retracción del saber
[savoir] y del pensamiento [pensée] fuera del espacio de la representación»13, hasta
aquello que es condición de posibilidad de la representación: poder de trabajo,
fuerza de la vida y poder de hablar (o facultad del lenguaje). Con esta fórmula
de ‘condición de posibilidad’, Foucault se está refiriendo naturalmente a Kant.
Y de hecho añade: «La nueva positividad de las ciencias de la vida, del lenguaje
y de la economía está en correspondencia con la instauración de una filosofía
transcendental»14. Trabajo, vida y lenguaje son transcendentales para Foucault,
es decir, «están más allá del conocimiento»15. Con esta retracción al sujeto de
trabajo, vida y lenguaje se abre el ‘campo transcendental’ de la subjetividad16.
Por lo que respecta al lenguaje, que es de lo que aquí se trata, según Foucault
en aquella época se procura «inquietar las palabras que decimos»; «denunciar
el pliegue gramatical» en el que nuestras ideas se han establecido; «disipar los
mitos que animan nuestras palabras»17. La ‘filología’ hace su aparición «como
análisis de lo que se dice en la profundidad del discurso»18. Para este análisis del
lenguaje, Dios es «quizá menos un más allá del saber que un cierto más acá de
nuestras frases»19 –de acuerdo con el conocido diagnóstico de Nietzsche: «Temo
10
Ibid., p. 229.
11
Téngase en cuenta que la obra de Foucault, Les mots et les choses, se tradujo al alemán
como Die Ordnung der Dinge, esto es, el orden de las cosas, que es a lo que hace referencia aquí
Ernst Behler [Nota del traductor].
12
Ibid., pp. 232ss.
13
Ibid., p. 238.
14
Ibid., p. 239.
15
Ibid.
16
Ibid.
17
Ibid., p. 291.
18
Ibid.
19
Ibid., pp. 291-292.
GD: KSA V 78 (CI, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1973, p. 49).
20
22
Ibid., p. 296.
23
Ibid.
24
Ibid., p. 297.
25
Ibid. (traducción modificada por nosotros).
26
Foucault cita ampliamente a Friedrich Schlegel en el capítulo que le dedica a Franz Bopp
en su libro (op. cit., pp. 274-288). Se refiere allí, sin embargo, a un escrito de Schlegel de 1808
que se sale ampliamente del radio de la escuela protorromántica (1795-1800) y pertenece ya al
campo de la ciencia del lenguaje. Véase Behler, Ernst, «Die Sprachtheorie in Friedrich Schlegels
frühen Schriften», en Gawoll, Hans-Jürgen - Jamme, Christoph (ed), Idealismus mit Folgen. Die
Epochenwelle um 1800 in Kunst und Geisteswissenschaften. Festschrift zum 65. Geburtstag von
Otto Pöggeler, München: Wilhelm Fink, 1994, pp. 75-86.
nuestras palabras, si bien desde una posición filosófica distinta, orientada por
la filosofía sensualista de Locke y Condillac. Aquí, en cambio, la indagación
debe dirigirse al primer Romanticismo alemán y debe procurar, de una manera
cordial con Foucault, rellenar un vacío dejado en su libro.
2.
27
Schlegel, A.W., Sämtliche Werke, ed. E. Böcking, Leipzig: Weidmann’sche Buchhand-
lung, 1846, vol. 7, pp. 98-154 (en adelante, SW seguido del número de volumen en romano y
el número de página en arábico).
como fundamental para el ser humano y había dicho: «La representación del
tempo es quizá la primera de todas nuestras representaciones y precede inclu-
so al nacimiento; pues parece que no se la debemos más que a los chorros de
sangre que se suceden en la vecindad del oído»28. Con lo cual, la disposición
humana para el tempo nos introduce, como dice Schlegel, en el «laberinto
de la fisiología y la psicología»29. La teoría del lenguaje humano de Schlegel
tiene un carácter similar y es resultado de una reflexión fundamental sobre
los basamentos últimos de la poesía, sobre sus condiciones antropológicas
de posibilidad. Estas Cartas se gestaron en Amsterdam, donde por entonces
Schlegel tenía su residencia, muy lejos por tanto de la especulación idealista
que estaba teniendo lugar en Alemania. En ellas se hace referencia, de un modo
atípico para la formación teórica de entonces, a autores como Moritz, Herder
y Hemsterhuis, es decir, a representantes de una línea sensualista. Llevado
sin embargo por el desarrollo de su teoría del lenguaje, A.W. Schlegel rebasó
considerablemente estas fuentes y se apoyó también en Rousseau, cuya teoría
del lenguaje conocía no sólo a través del Discurso sobre la desigualdad, sino
asimismo por su póstumo Ensayo sobre el origen de las lenguas; en Charles
de Brosses, quien le proporcionó el modelo de una formación mecánica del
lenguaje a partir de los sonidos animales, modelo que se puede considerar como
la teoría sobre el desarrollo del lenguaje predominante en la era de la Ilustra-
ción; pero, de una manera especial, Schlegel se apoyó en Frans Hemsterhuis,
sobre todo en su Carta sobre el hombre y sus relaciones. Además, se ocupó
intensamente de las Conversaciones gramaticales de Klopstock, de Herder, de
Hamann y podría decirse que del entero y extraordinariamente rico espectro
de teorías lingüísticas de la Europa de finales del siglo XVIII, que con tanta
claridad se alzaba ante sus ojos.
Sobre la base de estas diversas propuestas, Schlegel distinguió tres posibles
teorías de la formación del lenguaje: el lenguaje ha surgido de la imitación de
los objetos mediante signos y de la permanente corrección de los mismos; es
resultado de los «tonos de la sensación»; o bien tiene su origen en ambos, en
la imitación y en los tonos, en el entendimiento y en la sensibilidad30. En el
caso de esa primera teoría de un desarrollo mecánico de los signos, se trata de
la formación, sostenida en conexión con Locke y Condillac, de un sistema de
signos en perpetuo perfeccionamiento, que abarca desde la primera marca con
sentido dejada por el hombre hasta el más complejo lenguaje informático, sis-
tema que ha sido el modelo de pensamiento predilecto de la Ilustración europea
acerca de la formación del lenguaje. Por su parte, la derivación del lenguaje
desde los ‘tonos de la sensación’ se remite a Herder, quien ya había visto el
carácter tonal como un momento esencial del desarrollo del lenguaje y en ello
28
SW VII 135.
29
Ibid.
30
SW VII 112.
35
Ibid.
36
SW VII 113.
37
SW VII 114.
38
SW VII 118.
39
SW VII 121ss.
3.
42
Schlegel, F., Kritische Friedrich Schlegel Ausgabe, ed. E. Behler en colaboración con
J.-J. Anstett (†), H. Eichner y otros expertos, Paderborn: Ferdinand Schöningh, 1958ss., vol. 2,
p. 370 (en adelante, la sigla KFS seguido del número de volumen en romano y del número de
página en arábico).
43
Novalis, Novalis Schriften. Die Werke Friedrich von Hardenbergs, ed. R. Samuel en co-
laboración con H.-J. Mähl y G. Schulz, Stuttgart, 1960-1988, vol. 1, pp. 672-673.
Para lograr una completa comprensión del mundo y mejorar nuestras fa-
cultades intelectuales –argumenta Friedrich Schlegel con sarcasmo–, nada hay
más necesario que un ‘lenguaje real’. Christoph Girtanner, un contemporáneo
suyo de Göttingen dado a la poligrafía, había pronosticado el hallazgo de un
lenguaje real para el entonces naciente siglo XIX, y lo había vinculado nada
menos que a la promesa de que en ese mismo siglo se podría «fabricar oro»44.
Schlegel nos asegura que él mismo siempre se había «asombrado en silencio
de la objetividad del oro». Al fin y al cabo, hay oro por doquier en el mundo,
donde sin embargo escasean la cultura y la ilustración, comprensiblemente,
y a causa del oro todo sobra. Si también el artista dispusiera de la suficiente
cantidad de esta materia, podría escribir obras en bajorrelieve, con letras de oro
sobre tablas de plata. Y ¿quién «se atrevería entonces a rechazar un escrito tan
bellamente impreso con la grosera excusa de que resulta ininteligible»? «La
única pena es que Girtanner ha muerto y el siglo XIX está ya en sus albores,
sin que sus predicciones se hayan cumplido. Así que continúan las lamenta-
ciones sobre nuestra ininteligibilidad y nuestra limitación lingüística»45. Pero,
¿en verdad es la ininteligibilidad algo tan malo, tan abominable? –se pregunta
Schlegel. Y responde: «Me da la impresión de que el bienestar de las familias
y las naciones depende de ella; y, si no me engaño del todo, también el de
Estados y sistemas, las obras de arte del hombre»46. A menudo, basta con una
pequeña porción de verdad y certeza para poder producir dichos sistemas, con
tal de que no se la ponga a prueba. «Sí, lo más preciado que tiene el hombre, su
íntima satisfacción misma, pende en última instancia, como cualquiera puede
saber fácilmente, de un punto tal, que debe quedar a oscuras, pues sólo por eso
sostiene y soporta también el todo, y esa fuerza se perdería en el preciso instante
en que se la quisiera disolver en el entendimiento»47. Dándole la vuelta, este
pensamiento diría: «De todas formas, las más altas verdades de ese tipo son
altamente triviales. Justamente por eso nada es más necesario que expresarlas
siempre de nuevo y, en lo posible, de un modo cada vez más paradójico. Con
ello no se olvidará que todavía están ahí y que, sin embargo, propiamente nunca
se las puede dar a entender del todo»48.
Como en el caso de Novalis, en estas formulaciones caprichosas se expresa
una disciplinada y rigurosa reflexión sobre el lenguaje, un escepticismo lin-
güístico que no es sin embargo absoluto, sino que se trata de un escepticismo
que, como dice el propio Schlegel, es tan antiguo como la filosofía misma.
La forma de comunicación que corresponde a este tipo de lenguaje es, como
en Novalis, la de un decir y un escribir indirectos. El tipo de decir y escribir
44
KFS II 365.
45
Ibid.
46
KFS II 370.
47
Ibid.
48
KFS II 366.
4.
Cf. Meijers, A. - Stingelin, M., «Konkordanz zu den wörtlichen Abschriften und übernah-
49
men von Beispielen und Zitaten aus Gustav Gerber: Die Sprache als Kunst (Bromberg 1871) in
Nietzsches Rhetorik-Vorlesungen und in Über Wahrheit und Lüge im außermoralischen Sinne»,
Nietzsche-Studien, 17 (1998), 350-368.
50
KSA I 875ss. (El libro del filósofo, ed. A. Berasain, Madrid: Taurus, 1974, p. 85). Fue La-
coue-Labarthe, en un artículo publicado en 1971 en el número 5 de la revista Poétique con el título
de «Le détour (Nietzsche et la rhétorique)» (pp. 99-142), el primero en llamar la atención sobre
la conexión entre la teoría del lenguaje de Nietzsche y la del primer Romanticismo alemán.
51
KSA I 876 (El libro del filósofo, pp. 86-87, modificada por nosotros).
5.
60
Ibid.
61
KSA I 880-881 (El libro del filósofo, p. 91, traducción modificada por nosotros).
62
KSA I 883 (El libro del filósofo, pp. 93-94).
63
KSA I 883 (El libro del filósofo, p. 94, traducción modificada por nosotros).
64
Ibid.
65
Ibid. (traducción modificada por nosotros).
66
Ibid. (traducción modificada por nosotros).
67
KSA I 883-884 (El libro del filósofo, p. 94, traducción modificada por nosotros).
68
Cf. Behler, E., «Nietzsches Sprachtheorie und der Aussagecharakter seiner Schriften»,
Nietzsche-Studien, 25 (1996), 64-86.
KSA II 62 (HH, tr. A. Brotons Muñoz, Madrid: Akal, 1996, I, pp. 67-68).
69
KSA III 477-478 (GC, tr. C. Crego y G. Groot, Madrid: Akal, 1988, p. 158).
70
71
Behler, E., op. cit.
72
KSA V 34-35 (MBM, tr. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1983, p. 42, modificada
por nosotros).
73
KSA V 11-12 (MBM p. 18, modificada por nosotros).
74
KSA V 52-54 (MBM p. 61, modificada por nosotros).
75
KSA XII 193.
76
KSA XII 194.
77
Véase «Die Vernunft in der Philosophie», GD §5: KSA VI 77-78 (CI pp. 48-49).
78
KSA VI 77 (CI p. 48).
79
KSA VI 78 (CI p. 49).
80
KSA XI 449.
81
KSA III 111-114.
82
KSA III 113.
83
Ibid.
6.
Foucault había sostenido el punto de vista de que «sólo a finales del siglo
XIX ha entrado el lenguaje directamente y por sí mismo en el territorio del
pensamiento»85, es decir, una vez que hacia finales del siglo XVIII la escuela
proto-romántica lo pusiera al descubierto y, luego, hacia finales del siglo XIX
Nietzsche lo convirtiera en objeto de una reflexión radical. El caso es que la
teoría del lenguaje del primer Romanticismo alemán, de la que hace ya tiempo
se tomó buena nota en investigaciones monográficas86, nunca fue reconocida, sin
embargo, como componente fundamental de la teoría romántica. Lo que había
que contar sobre la teoría del lenguaje de ese periodo era lo que se buscaba en los
escritos de Wilhelm von Humboldt. También la crítica del lenguaje de Nietzsche
siguió alejada, en la mayoría de las interpretaciones, del centro de su filosofía.
Desde luego que Fritz Mauthner, quien también a su vez era un prominente
teórico del lenguaje, había constatado una conexión directa entre la crítica del
lenguaje de Nietzsche y su crítica del conocimiento. En el ámbito de la moral,
por ejemplo, Nietzsche habría partido de un análisis de las denominaciones
tradicionales de ‘bueno’ o ‘malo’. Sin embargo, Mauthner no tardó en criticar
86
Cf. Fiesel, E., Die Sprachphilosophie der deutschen Romantik, Tubinga: Mohr Siebeck,
1927 (reeditado en Hildesheim-Nueva York: G. Olms, 1973); y Nüsse, H., Die Sprachtheorie
Abismo y modernidad:
ensayo sobre Nietzsche y el Romanticismo
rebeca maldonado
El Colegio de México-UNAM-FFyL
4
Maldonado, Rebeca, La razón estremecida. Ensayo sobre Kant, México: Pleroma
Ediciones-FFyL-UNAM (en prensa).
5
Kant, I., Los progresos de la metafísica desde Leibniz a Woolf, Madrid: Tecnos, 1987, p. 7.
6
Cf. nota a pie de página del traductor, op. cit., p. 15.
cosa. Ese territorio es una isla que ha sido encerrada por la naturaleza entre
límites invariables [unveränderliche Grenzen]. Es el territorio de la verdad
[Land der Wahrheit, un nombre atractivo] y está rodeado por un océano ancho
y borrascoso [umgeben von einemweiten und stürmischen Ozeane], verdadera
patria de la ilusión [Sitze des Scheins], donde algunas nieblas y algunos
hielos que se deshacen […] producen prontamente la apariencia de nuevas
tierras y engañan una y otra vez con vanas esperanzas al navegante ansioso de
descubrimientos, llevándolo a aventuras que nunca es capaz de abandonar,
pero que tampoco puede concluir jamás7».
Esta metáfora espacial muestra la tarea filosófica propiamente dicha, ésta
consiste no en permanecer en las tranquilas costas de nuestra experiencia, sino
en lanzarse al mar sin orillas de las ideas o de lo suprasensible, tal y como Kant
lo ha hecho en la Dialéctica trascendental. Pues, «no obstante, no nos parece
suficiente limitarnos a exponer lo que es verdad, sino que quisiéramos examinar
también lo que deseamos saber»8. Y, por lo tanto, introducirse en ese mar ancho
y borrascoso es introducirse en un espacio sin horizonte ni término visible. Es
aquí donde se plantea una descripción romántica de la razón humana, no sólo
por la referencia al mar ancho y borrascoso, sino porque se muestra el modo
esencial del espíritu romántico que en la historia del pensamiento está a punto
de mostrarse franca y abiertamente gracias a Kant. Efectivamente, Kant des-
ocultará en el ser del hombre un impulso que lo lleva a no contentarse con los
horizontes y límites precisos, con las costas seguras de nuestro limitado mundo
práctico; hará emerger en la razón, una tendencia del pensamiento que buscará
deslizarse hacia lo ilimitado, no preciso, no confinado que va mucho más allá
de las aspiraciones de la razón a lo incondicionado-suprasensible. Comenzará
la tendencia del pensamiento a abrir el abismo ahí donde se pretenda haber
alcanzado una isla, un horizonte definido o un territorio preciso.
Este saber tendrá que esperar a que pase la enérgica reacción filosófica de
Fichte y Hegel que trató de enraizar de nuevo en la filosofía el absoluto o lo
incondicionado hasta la aparición de las filosofías de Schopenhauer y Nietzsche.
Ambos formarán parte de un movimiento de pensamiento que justamente Kant
desocultó. Escribe Nietzsche en El nacimiento de la tragedia «la valentía y
sabiduría enormes de Kant y Schopenhauer consiguieron la victoria más difícil,
la victoria sobre el optimismo que se esconde sobre la esencia de la lógica, y
que es a su vez el sustrato de nuestra cultura».9 Y añade: «Si luego recordamos
como Kant y Schopenhauer dieron al espíritu de la filosofía alemana, […], la
posibilidad de aniquilar el satisfecho placer de existir del socratismo científico,
7
I. Kant, Crítica de la razón pura, p. 259 (A236).
8
Ibid., p. 260 (A237). «So scheint es uns doch nicht genug, sich bloss dasjenige vortragen
zu lassen, was wahr ist, sondern, was man zu wissen begehrt» ibid., p. 323 (A237).
9
NT, Madrid: Alianza, 1989, p. 148.
al demostrar los límites de éste, cómo con esta demostración se inicio un modo
infinitamente más profundo y serio de considerar los problemas éticos y el arte,
modo que podemos calificar realmente de sabiduría dionisíaca»10.
Efectivamente, Kant es el iniciador de la sabiduría dionisíaca en el momento
mismo que reconoce que la raíz metafísica del ser humano emerge desde el
abismo Para este filósofo, la razón busca concebir un fundamento, porque de
lo contrario estaría frente a la universal contingencia de todas las cosas. Si la
razón humana quiere un entendimiento supremo y de infinita realidad, dicho
anhelo nace justamente del miedo al abismo. Dice Kant: «Este suelo se hunde
cuando no descansa en la roca inamovible de lo absolutamente necesario. Y esta
[misma] roca flota, a su vez, en el aire si hay aún espacio vacío fuera y debajo
de ella, si no lo llena todo por sí sola de modo que no deje margen al por qué, es
decir, si no es infinita en su realidad»11. Más tarde en la Crítica del juicio Kant
ahondará en la condición ilimitada e indeterminada de la subjetividad12. Así,
cuando habla de la experiencia de lo sublime, nos dirá que la visión del mar en
agitada tormenta o de la cadena de desordenadas montañas, son experiencias de
infinitud que muestran lo ilimitado de nuestra facultad suprasensible. Es decir,
la propia descripción kantiana de la razón con la metáfora de «océano ancho
y borrascoso» (einem weiten und stürmischen Ozeane) mienta lo ilimitado en
nosotros. Ésta es la esencia de la experiencia de lo sublime, entrever desde lo
particular y lo finito, lo indeterminado o lo carente de límites en nosotros. A
través de una representación particular es posible ver más allá en lo infinito,
produciéndose un verdadero ensanchamiento del espíritu13. Lo sublime es la ex-
periencia de dicho ensanchamiento. Se apunta, se tiende hacia lo suprasensible,
pero no se posee, no se tiene dominio de él, pues está fuera del dominio de las
facultades cognoscitivas. La experiencia de lo sublime se origina en una facultad
que supera toda medida de los sentidos, en una facultad que es transgresora de
todo límite y de toda forma, y que podemos pensarla como facultad abismal.
Pues esa facultad, que en la superación de los límites nos deja absolutamente
abiertos, constituye la vía privilegiada de acceso a nuestra ilimitación originaria.
10
Ibid., p. 150. Ahora bien, dicha sabiduría es aquella que «sin las seducciones de las
ciencias, se vuelve con mirada quieta hacia la imagen total del mundo e intenta aprehender en
ella, con un sentimiento simpático de amor, el sufrimiento eterno como sufrimiento propio»
ibid., p. 148.
11
I. Kant, La crítica de la razón pura, p. 495 (A584). En el original el subrayado se lee:
«Dieser Boden aber sinkt, wenn er nicht auf dem unbeweglichen Felsen des Absolutnotwendigen
ruhet. Dieser selber aber schwebt ohne Stütze, wenn noch ausser und unter ihm leerer Raum
ist» ibid., p. 621 (A584).
12
I. Kant, Crítica del Juicio, tr. M. García Morente, Madrid: Espasa Calpe, 1997, pp. 100-101.
13
«Lo propiamente sublime no puede estar encerrado en forma sensible alguna, sino que
se refiere tan sólo a ideas de la razón, que aunque ninguna exposición adecuada de ellas sea
posible, son puestas en movimiento y traídas al espíritu justamente por esa inadecuación que
se deja exponer sensiblemente» ibid., p. 185.
14
Ibid., p. 217
15
«Das wunderbare Sehnen dem Abgrund zu; / Das Ungebundne reizet...» Hölderlin, F.,
Poesía completa, ed. F. Gorbea, Barcelona: Ediciones 29, 1995, p. 249.
16
«Um im Abgrund wohnt die Wahrheit» Schiller, F., Poemas filosóficos, ed. D. Innerarity,
Madrid: Hiperión, 1994, p. 137.
17
Ibid., pp. 68-69.
18
Hölderlin, F., Hiperión o el eremita en Grecia, Madrid: Ediciones Hiperión, 1998, p. 63.
19
Hölderlin, F., Empédocles, Madrid: Hiperión, 1997, p. 51.
ilustrada de la historia que considera que nuestra acción sobre el mundo nos
lleva a iluminaciones progresivas, que la emancipación del hombre radica en
el valor de servirse de su propia razón y que la historia es expresión de la
naturaleza racional del hombre. Por el contrario, el pensamiento ahondará en
los aspectos oscuros del ser humano. «“¿Qué es lo que hace que el hombre
desee con tanta fuerza?”, me preguntaba a menudo; “¿qué hace en su pecho la
infinitud? ¿La infinitud? ¿Y dónde está? ¿Quién la ha encontrado?” El hombre
quiere más de lo que puede. Esto al menos es verdad. […] Ello proporciona el
dulce y exaltante sentimiento de una fuerza que no se expande como desearía,
que es precisamente lo que hace nacer los hermosos sueños de inmortalidad
y todos los amables y colosales fantasmas que fascinan mil veces al hombre,
ello crea en el hombre su Eliseo y sus dioses, precisamente porque la línea
de su vida no es recta, porque no vuela como una flecha y porque una fuerza
extraña se cruza en el camino del fugitivo. “Las olas del corazón no estallarían
en tan bellas espumas no se convertirían en espíritu si no chocaran contra el
destino, esa vieja roca muda”»20
Incluso nuestras ideas de infinitud más preciadas como la de la inmortalidad,
emergerán de fuerzas potentes, desconocidas, que conducen sin embargo a
lo irregular, a un ciego y mudo destino. Desde la esfera de lo ideal y de lo
superior que era lo suprasensible, éste se ve jalonado por el Romanticismo
hacia lo oscuro abriéndose, en definitiva, el verdadero abismo en el hombre.
«No hay ancla que toque fondo», dice también Schiller21. Pero además el
Romanticismo transforma el abismo y la profundidad en el ámbito de la verdad:
«Tienes que descender a las profundidades / para que la esencia se te revele»22.
Pareciera ser que la verdadera experiencia a la que invoca el Romanticismo es
a la experiencia de nuestro misterio, de nuestro lado nocturno y de nuestro ser
abismal. Esto es, para el Romanticismo el ser humano entra en el territorio de
la verdad cuando logra calar en el abismo, cuando logra la experiencia de su
carácter mistérico e insondable. «¿Hay alguno / entre nosotros que no esconda
en su pecho / algún presentimiento, algún problema?»23. Sin embargo, para
lograr la experiencia del abismo se hace necesario traspasar toda particularidad,
toda determinación sensible y unidimensional, entendiendo por tal, lo que
el pensamiento posterior tematizará como modernidad, esto es, el modo de
ser que atraviesa la cultura guiado por criterios exclusivamente pragmáticos,
cientificistas y utilitaristas. En el esbozo para escribir Hölderlin su Empédocles
leemos «Empédocles, inducido por su sensibilidad y su filosofía a odiar la
cultura, a despreciar toda ocupación muy definida, todo interés dirigido a
objetos diferenciados, enemigo mortal de toda existencia unilateral y, por
20
Hölderlin, F., Hiperión, pp. 65-66.
21
«Und kein Anker findet Grund» Schiller, F., Poemas filosóficos, pp. 68-69.
22
«in die Tiefe musst du steigen / Soll sich dir das Wesen zeigen» ibid.
23
Hölderlin, F., Poesía completa, p. 233.
24
Hölderlin, F., Empédocles, p. 25.
25
Novalis, Himnos a la noche. Cánticos espirituales, ed. A. Ferrari, Valencia: Pre-textos,
1995, p. 53.
26
Hölderlin, F., Hiperión, p. 121.
27
Ibid., p. 26.
28
Ibid., p. 38.
29
«Wer in das Bild vergrangner Zeiten / Wie tief in einen Abgrund sieht / In welchen ihn
von allen Seiten; /– Ein sübes Weh hinunter zieht; // Es ist, als lägen Wunderschätze / Da unten
für uhn aufgehäuft, / Nach deren SchloB in wilder Hetze / Mit atemloser Brust er greift Novalis,
Himnos a la noche, p. 94-95.
30
«…aus deinen Wogen, o Meergott! / Töne mir in die Seele noch oft, dass über den Wassern
/ Furchlos rege der Geist, dem Schwimmer gleich, in der Starken / Frischem Glücke sich üb,
und die Gotterschprache, das Wechseln / Und das Werden versteh, und wenn die reissende Zeit
mir / Zu gewaltig das Haupt ergreift und die Not und das Irrsal / Unter Sterblichen mir mein
sterblich Leben erschüttert, / Lass der Stille mich dann in deine Tiefe gedenken» Hölderlin, F.,
Las grandes elegías, ed J. Talens, Madrid: Hiperión, 1994, pp.43-45.
36
Za p.72
37
Maldonado, Rebeca, Metáforas del Abismo. Itinerarios de ascenso y descenso, México,
Ediciones Sin Nombre (en prensa).
38
NT, Madrid: Alianza, 1992, pp. 57, 44 y 47.
prefiere servir en la casa del esclavo más pobre a pertenecer al mundo de los
muertos. Antígona también desciende a la sepultura, atravesada pese a todo
por la voluntad de amar y de engendrar. En la experiencia trágica el deseo de
la existencia prevalece. «En el estado apolíneo la voluntad desea con tanto ím-
petu esta existencia, el individuo homérico se siente tan identificado con ella,
que incluso el lamento es un canto de alabanza»39. Así, Nietzsche nos propone
afirmar la vida por medio del acto apolíneo de simbolización, que es, sin lugar
a dudas, la justificación de la vida en su totalidad.
En la veta hermenéutica del pensamiento de Nietzsche que aparece hacia la
época de Aurora y Humano, demasiado humano se despoja al mundo de todo
prejuicio moral, de toda creencia última, de todo lo considerado como último, se
despoja al mundo de una sola visión y perspectiva; para entonces, hacer mani-
fiesto la radical y absoluta inocencia de la existencia. Éste es el descubrimiento
que Nietzsche realiza en Humano, demasiado humano: «todo es inocencia».
Pensamiento luminoso, por liberador. «Vivir es inventar»40. Y cada vez que
el hombre se desengancha de una verdad y de otra verdad, parece realizar la
experiencia de deshacerse de los agarres que lo mantenían sostenido en la roca
firme de la verdad inamovible para descender al abismo interminablemente. Si
no hay un sentido en sí del mundo, «hemos reconquistado el valor de errar, de
ensayar, de adoptar soluciones provisionales» 41. En oposición a parámetros y
horizontes fijos de valoración, se constituyen en valores el ensayo, el experi-
mento y la provisionalidad. El ser humano vive entregado aunque no lo sepa
a una necesaria e inminente creación de sentido, pues precisamente porque la
vida humana carece de sentidos absolutos e incondicionados, el ser humano ha
de crearlos. Nietzsche con una metáfora marina muestra que el espíritu libre, el
espíritu liberado de prejuicios e interpretaciones fijas, precisamente comprobará
a cada momento lo ignoto y no descubierto del mar perpetuamente abierto de
la vida humana: «Nosotros los argonautas del espíritu.– Todos esos pájaros
atrevidos que vuelan hacia espacios lejanos, llegará el momento en que no po-
drán ir más lejos y tendrán que posarse en un bosque o en un pelado arrecife,
considerándose felices de hallar ese miserable asilo. ¿Pero hemos de deducir
de ahí que no queda delante de ellos un espacio libre y sin fin y que han volado
todo lo lejos que se puede volar? [...] Este pensamiento, esta fe que nos anima,
toma vuelo, rivaliza con aquellos grandes pensadores que acabaron por dete-
nerse, vuela cada vez más lejos y más alto, se eleva derechamente por los aires
encima de la impotencia de las cabezas y desde el azul ve en las lejanías del
espacio [...] que todo es mar, nada más que mar, mar y mar. ¿Dónde queremos
39
Ibid. p. 54.
40
A, Barcelona: José J. de Olañeta, 1978, p. 75.
41
Ibid., p. 183.
ir? ¿Queremos atravesar el mar? ¿Adónde nos arrastra esa pasión potente que
a toda pasión se sobrepone? [...] Se dirá algún día de nosotros que navegando
siempre hacia el Oeste esperamos llegar a unas Indias desconocidas, pero que
nuestro destino era naufragar en lo infinito»42.
La crítica radical a los valores en Aurora y Humano, demasiado humano,
inaugura en La ciencia feliz un nuevo destino del alma. Después de descubrir
la esencia hermenéutica del ser humano, su poder creador que emerge desde
un mar de fuerzas interpretantes, aparece un ser humano sin gratificación, sin
castigo, sin vigilancia y sin perdón43, un ser que como piensa Imre Kertész,
no tiene más un Dios al cual rendirle cuentas, un ser, en todos los sentidos,
sin fundamento; Dios es lo creado y el hombre propiamente lo creador. Aquel
mar de fuerzas interpretantes desde el cual el hombre despliega la vida carece
del todo de fundamento, causa, principio y fin. Y en general, no existe ningún
principio de finalidad, causa, orden, sentido que presida la interpretación: Dios
ha muerto. «¿A dónde ha ido Dios?, ¡yo os lo voy a decir! ¡Nosotros lo hemos
matado...! ¿Pero cómo hemos hecho esto? ¿Cómo fuimos capaces de vaciar el
mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿qué hicimos
cuando desencadenamos esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora?
¿Hacia dónde nos movemos nosotros?... ¿No caemos continuamente?... ¿Hay
un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No
nos sofoca el espacio vacío?... ¿No llega continuamente la noche y más noche?
¿No habrán de ser encendidas las lámparas al mediodía?... ¡Dios ha muerto!...
¡Y nosotros lo hemos matado!... ¿No es la grandeza de este hecho demasiado
grande para nosotros? ¿No hemos de convertirnos nosotros mismos en dioses,
sólo para hacer dignos ante ellos? ¡Nunca hubo hecho más grande – y quien-
quiera nazca después de nosotros, pertenece por la voluntad de este hecho a
una historia más alta que todas las habidas hasta ahora!»44
La existencia es infinita profundidad o abismo porque está asentada en el
devenir de una pluralidad de instintos, esto es, en la vida y no en Dios o en un
supuesto dador de estabilidad y permanencia. El orden de lo simbólico descansa
sobre un plenum que deviene infinitamente, esta pluralidad de instintos, a veces
en contradicción, otras veces en armonía, torna la existencia problemática, pues
carece de un criterio de verdad o de valor previo sobre el cual simbolizar. Lo
más propio de la existencia humana, es decir, su poder de simbolización, se
sostiene sobre el abismo, sobre el propio devenir carente de ley o principio o
42
A p. 206.
43
«¿No tendremos nunca el derecho de estar solos con nosotros mismos? ¿Nunca más sin
andaderas, custodias, sin andaderas, sin dones? Si hay siempre otro cerca de nosotros, lo mejor
del coraje y de la bondad del mundo se vuelve imposible. ¿No desearíamos entonces entregarnos
enteramente al diablo, contra esta invasión del cielo? Pero ya no es necesario; aún más, sólo ha
sido un sueño. ¡Despertemos!» A p. 174.
44
GC p. 115.
45
Ibid., p. 63.
46
Za p. 180.
oro de las profundidades e hizo del pensamiento más abismal el más afirmativo
de todos.
El abismo es condición del pensamiento más afirmativo. Desde entonces el
abismo se revelará como lo propiamente posibilitante y liberador. La reflexión
sobre el problema del abismo constituye todo un acontecer de sentido vivo
hasta el día de hoy. Heidegger pensará que el hombre es un fundamento sin
fundamento y Gadamer no aceptará elevarse desde el abismo sin fondo hasta
un fundamento, su tentativa consistirá de acuerdo con Heidegger en mante-
nerse en el abismo, en aceptar nuestro fundamento sin fundamento, en aceptar
que la facticidad del estar ahí «no es susceptible ni de fundamentación ni de
deducción»47. Pero precisamente es nuestra facticidad atravesada por nuestra
irrebasable e irreferente finitud, la que se convertirá en el suelo mismo de la
posibilidad propia, de la anticipación de sentido y de las nuevas comprensiones:
«la finitud histórica del estar ahí tan originaria y esencialmente como su estar
proyectado hacia posibilidades futuras de sí mismo»48. Tanto en Nietzsche, Hei-
degger y Gadamer el abismo será un fundamento infundado de las posibilidades
propias y liberadoras del ser humano y de su poder transfigurador y creador.
Podemos decir, que después de Kant una línea del pensamiento replanteará
las tareas de la metafísica en términos de una desfundamentación reflexiva de
las aspiraciones de la razón hacia lo incondicionado, y en este sentido en una
profundización del abismo, en su replanteamiento y en un conocimiento de lo
que permite y abre en el ser humano.
47
Gadamer, Hans-Georg, Verdad y método I, Salamanca: Sígueme, 1975, p. 319.
48
Ibid., p. 328.
1.
1
Za, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1998, p. 227.
2
Federico Vercellone, en su artículo «Apariencia y desencanto. Nihilismo y hermenéutica
en la Fruehromantik y en Nietzsche», Revista Occidente, 106 (1990) , defiende que el debate
en torno al nihilismo ya está presente en la atmósfera filosófica-cultural de la época de la
Romantik, lo que favorece la conexión ineludible entre nihilismo, romanticismo y modernidad:
«nihilismo, Romantik y modernidad constituyen, desde este punto de vista, un nexo indisoluble.
Cada uno de sus componentes es un reenvío de otro en una prosecución infinita que esclarece
su significado en el debate actual» ibid., p. 18.
3
Ibid., p. 32.
4
SE, ed. J.B. Llinares, J. Muñoz y A. Sánchez Pascual, Madrid: Círculo de Lectores, p. 80.
5
«El resultado de la cultura histórica, en su desarrollo incontrolado, es por tanto una actitud
improductiva, una casi extrema retirada de la acción por parte del individuo para adoptar una
actitud escéptica, desengañada. Paradójicamente, la cultura histórica se revela hija de esa fe
cristiana que ha devaluado el mundo en nombre de la esperanza del más allá, reproduciendo
con exactitud la estructura teo-teleológica de ésta: el rigor de la indagación produce una actitud
desencantada, ‘una existencia irónica’» Vercellone, F., op. cit., p. 33.
tal vez un antiguo griego que se extraviase en nuestra época. Pues bien, en las
enciclopedias todo su valor se circunscribe a lo que está en sus páginas, a su
contenido, no a lo que está inscrito en la portada o es tapa y exterioridad; en
consecuencia, toda la formación moderna es esencialmente interior: por fuera
el encuadernador ha puesto algo así como «manual de formación interior para
bárbaros exteriores»6.
Pero ya en Nietzsche comienza a dibujarse una nueva perspectiva en relación
con esa propuesta pedagógica. Al realizar una exégesis de lo que Nietzsche
denomina «manual de formación interior para bárbaros exteriores», no se ex-
cluye una lectura en la que se desvela el nihilismo inherente al pensamiento
moderno, debido a que al igual que en la Frühromantik «la estetización del
mundo coincide [...] con la pérdida de forma de una cultura»7, en Nietzsche al
definir la verdadera cultura (Kultur)8 en la primera Consideración intempestiva.
David Strauss, el confesor y el escritor, como «es ante todo la unidad de estilo
artístico en todas las manifestaciones vitales de un pueblo»9, pone de manifiesto
la necesidad de dar cabida a un ‘gran estilo’ capaz de abarcar el espíritu de la
auténtica cultura, al mismo tiempo que exilia la ‘cultería’10 del panorama alemán
de la época. De manera que, tanto en la Frühromantik como en Nietzsche, es
la ausencia de una forma cultural capaz de configurar una identidad propia de
la época (la caída del clasicismo en el primer caso, y la falta de un ‘gran estilo’
en el segundo) lo que desencadena el nihilismo. E incluso se puede afirmar,
y aquí ya no se está siguiendo la lectura de Vercellone, que el alejamiento
del clasicismo por parte de Schlegel, junto con la progresiva importancia que
éste le otorga a la ironía y a la poesía universal progresiva (poesía romántica)
como modo de llevar a cabo la obra de arte total, es decir, el eterno retorno de
lo diferente, es similar al anticristianismo de Nietzsche en su concepción del
6
SE p. 80. En este texto, el autor continúa insistiendo en la escisión radical presente en el
individuo moderno entre interioridad y exterioridad, insiste en la paradoja de la modernidad en
la que ninguna época histórica se había logrado un individuo tan rico interiormente y a la vez
tan vacío, nunca una interioridad tan llena se había desvelado tan vacía de contenido asumido y
vivido como propio, e incluso Nietzsche llega a afirmar que este carácter de lo moderno es más
bárbaro que el de los pueblos llamados incultos: ‘este contraste de dentro y fuera da a lo exterior
un carácter aún más bárbaro del que necesariamente tendría en el caso de un pueblo inculto que
sólo se desarrollase a sí mismo conforme a sus groseras necesidades» ibid.
7
Vercellone, F., op. cit., p. 34.
8
Nietzsche opone la auténtica cultura a la ‘cultura’ que se da en la época y que denomina
‘cultería’ (Gebildetheit), siendo sus representantes los ‘cultifilisteos’ (Bildungsphilister),
los cuales confunden la victoria militar sobre Francia con una victoria cultural, con lo que
se convierte en unos bárbaros que divinizan lo mediocre de la vida cotidiana y convierte en
imposible el proyecto de construcción de una cultura alemana propia.
9
DS, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1988, p. 30.
10
«Cuando se acepta como regla lo chabacano, lo trillado, lo fofo, vulgar y cuando aparece
como expresión excitante lo malo y lo corrompido, entonces cae en descrédito lo vigoroso, lo
no vulgar, lo bello» ibid. p. 127.
eterno retorno que le lleva a un nihilismo activo capaz, no de hacer frente, sino
de mirar de frente la conversión del mundo en fábula.
Es a partir de la segunda de las Consideraciones intempestivas, cuando esta
carencia de forma deja de ser entendida por Nietzsche como nueva negatividad
que anuncia la llegada del nihilismo, y se convierte en lo que posibilita la cons-
trucción de una nueva forma que ya no se deja acotar por principios universales
trascendentes, o dicho en términos de Schlegel, ya no se deja acotar por un
arte clásico de la representación. Esta nueva forma lleva incorporada dentro de
sí la pluralidad y la apertura que hace que nunca pueda considerársela como
definitiva ni acabada11.
2.
Schöning, 35 vols., 1958ss., vol. I, p. 242 (de ahora en adelante se citará con la sigla KFS
seguida del número de volumen, en romano, y del número de página en arábico). Hay traducción
en castellano en Schlegel, F., Poesía y filosofía, ed. D. Sánchez Meca y A. Rábade Obradó,
Madrid: Alianza, 1994, p. 53.
15
KSF I 242 (Schlegel, F., Poesía y filosofía, pp. 52-53. El subrayado es mío).
16
«poesía y filosofía son un todo indivisible, eternamente vinculadas, aunque rara vez juntas
[…]. Entre ambas se reparten el supremo territorio de cuanto hay de grande y sublime en la
humanidad» Schlegel, F., Über die Philosophie (1799): KSF II 178 (Poesía y filosofía, p. 83).
17
KSF I 243 (Poesía y filosofía, p. 54).
18
Schlegel, F.: Sobre la incomprensibilidad, en Vv.Aa., Antología de los primeros años del
romanticismo alemán, tr. K. Braum y M.A. Seijoó (edición bilingüe), Salamanca, 1994, pp.
215-217.
19
VM, ed. J.Llinares, Madrid: Círculo de lectores, 1996, p. 37.
20
Schlegel, F., op. cit., p. 219.
21
KFS XVIII 218.
22
«La ironía es indefinible en razón de la no posibilidad de hallar un punto exterior al
objeto poético, y, además, porque en la misma obra de Schlegel la ironía sufre un vaivén de
definiciones que la muestra al final como mero significante. De ello se sostiene que aquí la
ironía no se teoriza sino que se practica: hay una ironía de la ironía» Asensi, M., La teoría
fragmentaria del círculo de Iena: Friedrich Schlegel, Valencia: Pre-Textos, 1991, pp. 60-62.
23
Benjamin, W., El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán, tr. J.F. Yvars y
Vicente Jarque, Barcelona: Península, 1998, p. 126.
24
Diego Sánchez Meca distingue la ironía schlegeliana de la socrática a partir de las
diferentes valoraciones que se dan en cada una de ellas respecto a la relación entre necesidad y
libertad. Así, en la ironía schlegeliana –a diferencia de la socrática– tiene lugar una oposición
irresoluble entre «el mundo condicionado de la naturaleza y el mundo incondicionado de la
libertad, y, por tanto, la libertad-necesidad de una mediación entre ambos. Que esta mediación
sea inalcanzable es la paradoja de la ironía» Schlegel, F., Poesía y filosofía, p. 63, nota 20.
25
KSF I 243 (Poesía y filosofía, p. 55).
26
«Hay una sensibilidad negativa, que es mucho mejor que nada, pero mucho más rara.
Se puede amar algo fervorosamente justamente porque no se posee [...]. Lo mismo que el
eros platónico, esta sensibilidad negativa es, pues, hija del exceso y la pobreza. [...] El signo
distintivo [...] es tener siempre que querer sin poder jamás, querer siempre oír sin percibir
jamás» KSF I 244 (Poesía y filosofía, p. 57).
27
«La gracia [Anmut] es vida correcta; sensibilidad que se contempla y se construye a sí
misma» KSF I 240 (Poesía y filosofía, p. 50).
28
KSA XIII 17[3]. Hay traducción castellana en: Izquierdo A. (ed.), Friedrich Nietzsche:
Estética y teoría de las artes, Madrid: Tecnos, 2004, p. 75.
29
Schlegel, F., Athenäum, en Antología de los primeros años del romanticismo alemán. pp.
54-55.
30
Sánchez Meca, D., Metamorfosis y confines de la individualidad, Madrid: Tecnos, 1995,
anhelo de absoluto.
El convertir en perdurable el carácter intempestivo de la modernidad se
hace desde la renuncia al dogmatismo, desde lo inaceptable de la existencia
de una acción que conlleve la armonía y la plenitud al ser humano (estamos
en el tercer ámbito de análisis: en el antropológico, después de haber expuesto
el estético y el hermenéutico), ya que la experiencia ha enseñado al hombre
moderno descrito por Schlegel que el creerse en posesión de la plenitud, o de un
planteamiento capaz de alcanzarla, trae consigo el equipaje de la alienación, de
la esclavitud del continuo presente por un futuro siempre esperado pero nunca
alcanzado, del sometimiento del ser humano a una idea fruto de la iluminación
humana que deshumaniza al individuo y lo convierte en un mero contenedor
de los residuos ideales de humanidad. El ser humano experimentado, pero no
por ello tan maduro que ya no sea capaz de ilusionarse (sin iluminarse) por las
nuevas experiencias que el correr del tiempo trae consigo, ya que no ha vivido
ninguna experiencia como definitiva, es un ser que hace de la hermenéutica
su sombra, que hace de la hermenéutica su inacabada esencia, único modo de
otorgarle a su ser el carácter de inacabado, de intempestivo, de perdurable en
su devenir.
El individuo moderno, constructor y destructor de sí mismo y de sus
acciones, descrito desde una perspectiva hermenéutica, no espera descifrar el
enigma del sentido de su vida, ni mucho menos de la vida de sus semejantes,
sino que se ilusiona con el necesario cuestionamiento de sus acciones, de sus
obras, en pos de un absoluto al que aspira pero sabe que es inalcanzable, y
que además ha de ser así, para poder ser una persona capaz de desear, capaz
de sentir la escisión de su ser que le hace ser, de sentir la fragmentación que
le otorga la posibilidad de buscar la totalidad de los fragmentos que lo unifica
con el mundo fragmentado y escindido de la modernidad, único modo de ser
uno con el todo, único modo en que la ironía romántica tiene para aspirar al
en kai pan lessingiano, de desear la comunión con la naturaleza sin perder la
personalidad y superando así por saturación, que no por suturación (este es
el proyecto ‘clásico-idealista’), la permanente escisión que muestra la aporía
pre-romántica.
La infinitud no puede ser cosificada en una obra, así que únicamente en el
constante obrar del proceso creativo se puede captar –nunca definitivamente–
la totalidad fragmentaria que se desea representar, únicamente en la necesidad
de la representación, no en la representación misma, queda representada la
infinitud, ya que el pretender representar la infinitud es ya un proceso infinito,
porque la infinitud no puede ser representada.
De esta manera, la teoría estética romántica schlegeliana se convierte en
una representación sobre la propia representación, en una forma, no ya de
un contenido finito concreto, sino sobre la forma misma, la cual no es nada
‘formal’ por lo que no se presenta ella misma, en cambio, con ello se pone de
p. 135.
31
Diego Sánchez Meca en el estudio introductorio a los escritos de Friedrich Schlegel
(Fragmentos del Lyceum [1797], Sobre la filosofía [1799], Diálogo sobre la poesía [1800] e
Ideas [1800]) recogidos bajo el título de Poesía y filosofía, pp. 21-22.
32
KFS XVIII 83. Este planteamiento guarda un paralelismo directo con el teorema de
Gödel, según el cual es imposible encontrar un sistema completo y consistente al mismo
tiempo, ya que si es completo es contradictorio y si es consistente entonces es incompleto. De
esta manera, Gödel traslada la argumentación no sólo al fragmento y al libro, sino también a
cualquier sistema. Parafraseando a Schlegel podemos decir, con Gödel, que todo sistema que
3.
39
KFS XVIII 218.
40
Kramer, H., Platón y los fundamentos de la metafísica, tr. Á. Capelletti y A. Rosales,
Caracas: Monte Ávila, 1996, p. 326.
41
«La ironización de la forma le ataca [a la obra de arte] sin destruirla […]. Este procedimiento
muestra una llamativa afinidad con la crítica, que, seria e irrevocablemente, disuelve la forma
para transfigurar la obra singular en obra de arte absoluta, para romantizarla. […] En esta clase
de ironía, que nace de la relación con lo incondicionado, no se trata de subjetivismo ni de juego,
sino de la asimilación de la obra limitada al absoluto, de su plena objetivación al precio de su
ruina. Esta es la forma de la ironía propia del espíritu del arte, no de la voluntad del poeta»
Benjamin, W., op. cit. pp. 124-125.
42
«Por tanto, el arbitrio del verdadero poeta tiene su espacio sólo en la materia y, en la medida
en que actúa consciente y lúdicamente, se convierte en ironía. Esta es la ironía subjetivista. Su
espíritu es el autor que se eleva sobre la materialidad de la obra en tanto que la desprecia»
Ahora bien, ¿de dónde obtiene el héroe romántico la fuerza necesaria para
emprender la tarea del acercamiento a un absoluto que se sabe inalcanzable?
o, trasladando el problema al ámbito nietzscheano, se transforma en el siguien-
te: ¿de dónde saca la fuerza el nietzscheano para vivir y actuar en un mundo
sin dioses?44 En el caso de Schlegel, una primera respuesta puede ser que tal
43
KSA XII 2[11] (Friedrich Nietzsche: Estética y teoría de las artes, p. 72).
44
En Nietzsche, la fuerza que el ser humano necesita para vivir en un mundo sin dioses, lo
que lleva aparejado su conversión en ‘sobrehumano’ (Übermensch), la obtiene al menos desde
tres ámbitos, que no se excluyen sino que pueden ser incluso complementarios. El primer ámbito,
o primera respuesta a la cuestión planteada, se encuentra en la segunda de las consideraciones
intempestivas. Aquí, Nietzsche sostiene que si una persona cuando está enamorada no se atreve
a realizar algo que siempre ha deseado hacer, entonces nunca lo hará: «Imagínese a un hombre
al que arrebata una violenta pasión por una mujer o por una gran concepción; ¡cómo cambia
su mundo! [...] lo que capta, en fin, nunca lo captó de forma más verdadera [...]. Todas sus
valoraciones están cambiadas y desvalorizadas [...]. Y, sin embargo, este estado –absolutamente
ahistórico, antihistórico– es la matriz, no ya de una acción injusta, sino de todas las acciones
justas; y ningún artista logrará su creación, ningún jefe militar su victoria, ningún pueblo su
libertad, sin haberla antes deseado y anhelado en tal estado ahistórico. [...] Así, todo agente ama
su acción infinitamente más de lo que ella merece ser amada: y las mejores acciones se llevan
a cabo en un arrebato de amor tal que, desde luego, no valen este amor, por incalculable que,
por lo demás, sea su valor» KSA I 253 (UPH pp. 61-62). Así pues, el amor se convierte en el
motor de la acción humana, en la fuerza creativa que el ser humano posee para actuar en y sobre
el mundo. La segunda y la tercera respuestas, se encuentran en La voluntad de poder. En el
aforismo 802 se sostiene –en línea con lo expuesto en la segunda intempestiva– que el recuerdo
del amor posee el poder necesario para dar lugar a que el ser humano pueda ejercer una fuerza
creadora artística capaz de proyectarla en el mundo: «El amor [...] aquella embriaguez se aparta
de la realidad de tal modo que, en la conciencia del amante la causa desaparece, creyéndose
que puede encontrarse cualquier otra cosa en vez de ella [...]. El amor [...] una fiebre que
tiene motivos para transfigurarse, una embriaguez que hace bien en mentir sobre sí misma...
Y en todo caso se miente bien cuando se ama, se miente bien y ante sí y a propósito de sí;
nos presentamos ante nosotros mismos transfigurados, más fuertes, más ricos, más perfectos,
somos más perfectos... Aquí encontramos el arte como función orgánica; le encontramos
inscrito sobre el angélico instinto ‘amor’; le encontramos como el mayor estimulante vivo; el
arte tiene, por tanto, una finalidad sublime aún en su propia mentira... Pero nos engañaríamos si
nos ajustásemos a su fuerza creadora; hace más que imaginar simplemente; llega a desplazar los
valores: No sólo desplaza el sentimiento de los valores; el que ama, vale más, es más fuerte. [...]
Su economía general se convierte en algo más rico que nunca, más poderoso, más completo que
en el hombre que no ama. El que ama se prodiga: se siente rico para serlo» KSA XIII 299-300:
14[120], primavera 1888 (VP, tr. A. Froufe, Madrid: Edaf, 1990, §802, pp. 436-437). Por último,
en el aforismo 848 de «La voluntad de poder como arte» se afirma que: «la vida debe inspirar
confianza. [...] Para cumplirlo, el hombre debe ser ya por naturaleza embustero, debe ser artista
ante todo», de manera que este ‘imperativo vital’ es el que hace que el ser humano se convierta
en un artista de su existencia, en un creador de invenciones, en un arquitecto de metáforas
en el que pone en juego su propia vida en el mundo, en el que la pluralidad de perspectivas
sobre el mundo crea nuevos mundos nouménicos posibles del y desde el mundo de la vida
(Lebenswelt) sobre el mundo fenoménico presente en el que se desarrolla la vida, y donde: «el
amor, el entusiasmo, ‘Dios’, son simples refinamientos del extraño engaño de sí mismo, simples
seducciones para la vida, simples creencias en la vida. En el momento en que el hombre se
sintió engañado, en que se ha embaucado a sí mismo, en que cree en la vida, ¡Qué sentimiento
fuerza proviene del deseo irrenunciable que posee el ser humano a aspirar a
la infinitud, a pesar de que su conciencia ponga de manifiesto que tal deseo es
imposible de satisfacer, y el propio romántico acepte el designio de la conciencia.
Esto significa que su actividad se inicia a sabiendas de la incompleción final
del resultado, de que el absoluto es inalcanzable. De hecho, la llave que pone
en marcha el motor de su acción es más bien el reconocimiento de la ‘docta
ignorancia’ –o ‘escepticismo agnóstico’ en términos de Krämer, o ‘conciencia
crítica de la limitación’ según Diego Sánchez Meca–, de la imposibilidad de
alcanzar la meta en dicha tarea, de atrapar y expresar el absoluto.
Pero, ¿de dónde viene ese irrenunciable anhelo de absoluto? El pensamiento
romántico no deja de historizar dicho anhelo, situando la modernidad como
etapa de transición45. Considera que, en un primer momento, el seguidor de la
religión católica tiene la ilusión de alcanzar el absoluto en la otra vida, donde
el Dios creador del mundo espera reunirse con sus buenas criaturas que no
han sucumbido a la tentación del mal presente en el mundo y del que Dios es
totalmente inocente (objetivo del proyecto de la teodicea leibniziana). En un
segundo momento, el ilustrado, en un proceso histórico de «profanación» de
la teología judeo-cristiana, y dirigido por el optimismo de la idea de progreso,
busca el «reino de Dios en la tierra», y éste es el sentido de la Historia Univer-
sal que se expone en la filosofía de la historia donde el mal del presente queda
positivado en la esperanza de alcanzar el bien de la humanidad en el desarrollo
de la historia. Y por último, el romántico –centrándonos en el caso del joven
Schlegel– ya no espera encontrarse con el absoluto, pero busca en el futuro (el
de poderío! ¡Qué triunfo de artista hay en el sentimiento de poderío! ¡El hombre ha llegado a ser
nuevamente dueño de la ‘materia’, dueño de la ‘verdad’...! Y cualquiera que sea el momento en
que se alegre, siempre es igual en su gozo; se alegra como artista, goza como poder, goza con la
mentira como con una nueva facultad» KSA XIII 521: 17[3], mayo-junio 1888 (VP §848: «El
arte en ‘el origen de la tragedia’», p. 462). Resulta paradójico que un pensador como Nietzsche,
aparentemente tan antiplatónico y antikantiano, recurra a la hora de explicitar el origen de la
acción humana a dos planteamientos cercanos a la filosofía platónica y a la kantiana como son
respectivamente la anámnesis (VP §802, KSA XIII 299-300: 14[120], primavera 1888) y el
‘imperativo categórico’ (VP §848, KSA XIII 521: 17[3], mayo-junio 1888).
45
«La modernidad es para los románticos, una época intermedia situada, como segundo
momento dialéctico de la historia del mundo, entre el ‘ya no’ de la Antigüedad, perfecta en
su armonía con la naturaleza, y el ‘todavía no’ de un advenimiento utópico del reino de Dios,
presentido como futuro inaccesible a nuestra determinación. En esta comprensión se conserva
el principio básico del clasicismo, que ve en la Antigüedad el acontecimiento único y perfecto
de la armonía entre hombre y naturaleza [éste es el caso de Schiller en las Cartas sobre la
educación estética del hombre], pero integrado en la visión herderiana del proceso histórico de la
cultura que entiende este primer período como infancia paradisíaca de la humanidad, imposible
de volver a reproducir en el presente. En comparación con esta primera época perfecta, la época
presente, la modernidad, se caracteriza por la negatividad propia de su condición de antítesis,
es decir, por ser una época no natural sino espiritual, la época de la fragmentación, de la pura
tendencia, dominio del entendimiento y de la crítica, mientras que el futuro se imagina como la
posible realización de la síntesis entre lo antiguo y lo moderno, lo natural y lo espiritual» Sáchez
Meca, D., «Friedrich Schlegel y la ironía romántica», Er. Revista de Filosofía, 26, 85-86.
46
¿Y en la actualidad qué queda de esa relación entre la finitud humana y la infinitud del
absoluto? El creyente no vuelve de la otra vida –si alguna vez estuvo en ella– para contarnos lo
que allí encontró. La mayoría de los ilustrados se han cansado de esperar el reino de Dios en la
tierra. Y qué decir de los románticos. Los que no se han suicidado, han terminado perdiéndose en
el corazón de las tinieblas, o han abandonado su condición de románticos y se han aburguesado
en el abismo, cometiendo el grave error de olvidar que: «quien con monstruos lucha cuide de
no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira
dentro de ti» MBM p. 106.
47
Francois Lyotard califica este placer fruto del sentimiento de lo sublime kantiano como
doble: «Pero este dolor engendra a su vez un placer y un placer doble: la impotencia de la
imaginación atestigua, por el contrario, que intenta hacer ver incluso lo que no puede ser visto
y así, pretende armonizar su objeto con el de la razón; por otra parte, las insuficiencias de las
imágenes es un signo negativo de la inmensidad del poder de las Ideas. Este desajuste entre
las facultades da lugar a un extrema tensión (la agitación, dice) que caracteriza el pathos de lo
sublime, a diferencia del apacible sentimiento de lo bello [en lo bello tiene lugar una armonía
entre la imaginación y el entendimiento]» Lyotard, F., «Lo sublime y la vanguardia», Vv.Aa.,
4.
Pensar el presente, Madrid: Cuadernos del Círculo de Bellas Artes, 1992, p. 24.
48
KSF XVIII 27, 573 y 575, Philosophische Lehrjahre.
sino que tal instante es formalmente a priori (no a nivel de contenido, ya que
se quiere remarcar la incondicionalidad del sí a la vida), es decir, lo sublime
ya se ha experimentado en el pasado –en este sentido es a priori– y de ello se
obtiene la confianza necesaria en la vida para decir sí a la eterna repetición de
ésta, para no desear más que «esta última y eterna confirmación y ratificación»
–en este sentido es formal. Tal ratificación y confirmación de la vida lo es de
toda ella, de cada instante particular de la misma que tiene su propio valor en
sí mismo, en su pura inmanencia en la que se renuncia a la trascendencia –al
igual que Schlegel renuncia, a diferencia del clasicismo, a la posibilidad de la
creación de una obra de arte definitiva y perfecta–, esta es la forma de ser fiel
a uno mismo, siéndole fiel a la tierra. Al absolutizar cada instante de la vida
finita repetida eternamente en su identidad se está ‘sublimando’ no sólo el
deseo de infinitud del ser humano en otra vida, sino también se «excluye toda
perspectiva de salvación; la historia no tiene fin y por eso no podemos salvarnos
en ella»52. El ser humano metamorfosea de este modo su vida en un ‘absoluto
sincrónico’ que no hipoteca ningún instante en particular por ningún absoluto
futuro (ya sea en otra vida, crítica a la teleología cristiana, o en esta vida, crí-
tica a la idea de progreso), no se aprehende ningún absoluto inalcanzable (al
igual que en Schlegel), sino el instante sublime experimentado para convertir
en absoluto cada instante (‘absoluto sincrónico’) de la vida particular de una
persona, amando incluso el destino que está por venir, amando el devenir (el
interminable proceso creativo de las diferentes obras artísticas en el caso de
Schlegel) y todo lo que éste traiga consigo, como se pone de manifiesto fun-
damentalmente en la tercera parte de Así habló Zaratustra, aunque también
en la cuarta parte: «– ¿habéis querido alguna ocasión dos veces una sola vez,
habéis dicho en alguna ocasión ‘¡Tú me agradas, felicidad! ¡Sus! ¡Instantes!?’
¡Entonces quisisteis que todo vuelva! – Todo de nuevo, todo eterno, todo en-
cadenado, trabado, enamorado, oh, entonces amasteis el mundo. – Vosotros
eternos, amadlo eternamente y para siempre: y también al dolor decidle: ¡Pasa,
pero vuelve! Pues todo placer quiere ¡Eternidad!»53
En el capítulo «De la visión y el enigma» de la tercera parte de Zaratus-
tra, se insiste una vez más en la importancia del instante: «¡mira ese portón!
¡Enano!, seguí diciendo: tiene dos caras. Dos caminos convergen aquí: nadie
los ha recorrido aún hasta su final. Esa larga calle hacia atrás: dura una eter-
nidad. Y esa larga calle hacia delante – es otra eternidad. Se contraponen esos
de Goethe.
54
Ibid., p. 230.
55
Ibid., p. 232.
56
Gentili, C., op. cit., p. 339.
57
Za, p. 209.
58
«Lo trágico nietzscheano, pura y gozosa transparencia de lo negativo, lleva a su
culminación aquel pantagricismo que amenazaba el horizonte romántico, de Wackenroder a
Hölderlin, como una estrella fatal» Givone, S., Historia de la estética, tr. M. García Lozano,
Madrid: Tecnos, 1999. p. 98.
59
«Pero el placer estético de lo trágico se manifiesta también como capacidad de reír [el
autor define la risa como ‘música sin palabras creada para expresar la alegría y para mofarse
de todo el teatro de la vida’], puesto que lo verdaderamente importante es la emancipación
de la vida moral y religiosa de la propia tragedia para poder disfrutar de ella como de un
espectáculo en el que desaparezca toda compasión o temor» Santiago Guervós, L., Arte y poder.
Aproximación a la estética de Nietzsche, Madrid: Trotta, 2004, p. 531. El mismo autor también
comenta el texto de Nietzsche del pastor que muerde la serpiente, y de su risa dice lo siguiente:
«la redención y superación del hombre ya no es entonces posible ni a través de la religión, ni
levedad esa roca que es la insoportable pesadez del ser, que arrastra ese Sísifo
dichoso que promete una y otra vez serle fiel a la tierra en la que vive. Del
mismo modo, Schlegel le promete serle fiel a la capacidad de seguir creando
sin pretender hallar el paraíso clásico de la obra definitiva y perfecta, sino serle
fiel al continuo retorno de la creación artística sobre las diferentes obras que
realiza, lo que convierte su retornante vida en la obra de arte total, tal y como
se pone de manifiesto, según Schlegel, a través de la crítica de arte.
De ahí, que el eterno retorno de lo idéntico en Nietzsche haya de ser enten-
dido también como una postura anticristiana, ya que es una clara alternativa a
la promesa cristiana del paraíso, al igual que el eterno retorno de lo diferente en
Schlegel ha de ser entendido como una postura anticlasicista, ya que renuncia
a la posibilidad de hallar una obra de arte armónica y perfecta liberada defini-
tivamente de la escisión, debido a que la escisión es considerada –al igual que
en Hölderlin– como permanente. Volviendo a Nietzsche, e insistiendo en que
el eterno retorno de lo idéntico supone una alternativa a la promesa cristiana
del paraíso, hay que decir que: en primer lugar, en la propuesta de Nietzsche se
promete la repetición de la propia vida en su integridad y en su identidad, así
se logra serle fiel60 a la vida; a diferencia de la promesa cristiana del paraíso en
que se promete otra vida diferente y eterna a cambio de guiar la vida terrenal
por el credo cristiano, lo que es entendido, por el pensador alemán, como una
renuncia a la propia vida e infidelidad a la misma, ya que se desea otra vida
diferente, en definitiva, y valga la vulgaridad, es ponerle los ‘cuernos’ a la vida
terrenal con la vida celestial. En segundo lugar, como ya se ha comentado, en
el eterno retorno, se da una visión circular del tiempo, cada instante es un fin
en sí mimo, con lo que no se hipoteca unos instantes61 por otros aparentemente
más importantes, ya que todos los instantes se repetirán eternamente; mientras
que el cristianismo posee una visión del tiempo lineal, de manera que unos
a través del arte trágico, sino por la fuerza de la ligereza de la risa que eleva el espíritu hacia
lo más alto, hacia esa ‘sabiduría del pájaro’, que enseña Zaratustra. Se trata de esa altura que
ha neutralizado todas las contradicciones, las oposiciones entre ser y apariencia, necesidad y
contingencia, superficial y profundo» ibid., p. 548.
60
«La experiencia estética es, sobre todo, experiencia de lo trágico, porque, a la vez que
muestra la ficción de las consolaciones ultraterrenales y destruye los arquetipos, normas y
fundamentos que consuelan, devuelve al hombre a la posibilidad de vivir la vida en la alegría y
el dolor por la que la vida es, destruyendo el filtro deformante de las justificaciones religiosas y
científicas, en un nuevo espíritu de ‘fidelidad a la tierra’» Givone, S., op. cit., p. 94.
61
George Bataille, en su obra Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte, tr. F. Savater, Madrid:
Taurus, 1989, pp. 26-27; no ve exenta de problemas la propuesta del eterno retorno, ya que
al eliminar de cada instante las metas para convertirlos en fines en sí mismos acaba vaciando
de motivos cada instante, acaba desmotivando la vida al convertirla en un sin sentido, acaba
haciendo del ser humano un individuo que tiene que elegir entre la soledad del ‘desierto’ de los
instantes inmotivados sin metas (consecuencia y/o causa de responder sí al eterno retorno) o la
‘mutilación’ de los instantes motivados gracias a una teleología que da sentido racional a la vida
Nietzsche y
la idea romántica de una ‘nueva mitología’
diego sánchez meca
Universidad Nacional de Educación a Distancia
1
Herder, J.G., Iduna, en Sämtliche Werke, ed. B. Suphan, Hildesheim: Olms, 1967 ss, vol.
18, p. 485
2
Esta facultad imaginativa se encuentra igualmente, para Herder, en el origen del lenguaje:
«Buscamos siempre y creamos una unidad dentro de la pluralidad y modelamos con ella una
figura. De ahí surgen conceptos, ideas, ideales. Si los usamos incorrectamente o si estamos
acostumbrados a configurarlos erróneamente, si nos causan admiración las sombras chinescas
y nos fatigamos como bestias de carga transportando falsos ídolos como si fueran reliquias
sagradas, la culpa es nuestra. No podemos vivir sin la ficción. Un niño nunca es más dichoso
que cuando imagina y cuando su fantasía le hace vivir en situaciones y personas ajenas. Toda
nuestra vida seguimos siendo ese niño. La dicha de nuestra existencia sólo se encuentra en la
poesía del alma, protegida por el entendimiento y ordenada por la razón. Déjanos esas inocentes
alegrías, Frey, no nos prives de ellas. Las ficciones del derecho y la política raras veces nos
procuran tanta dicha como éstas» Herder, J.G., Iduna, p. 486.
3
Se trata de la actividad a través de la cual los impulsos interpretan los estímulos nerviosos
para disponer las causas de éstos sobre la base de sus exigencias: «La mayoría de los impulsos,
sobre todo los llamados morales, se satisfacen precisamente así, si se me permite la suposición
de que nuestros sueños tienen el sentido y el valor hasta cierto punto de servir para compensar
esa carencia accidental de alimento durante el día... Esas ficciones, que abren el camino y
proporcionan desahogo a nuestros instintos de ternura, de broma, de aventuras, etc. son
interpretaciones de nuestros estímulos nerviosos durante el sueño, interpretaciones muy libres,
muy arbitrarias, de la circulación sanguínea, de la acción intestinal, de la presión de los brazos
o de la ropa de la cama, del sonido de las campanas de una iglesia, de los gallos, de los pasos de
un noctámbulo y de otras cosas similares» A §119.
4
Ibid.
5
Dos documentos relevantes en los que se hace explícita esta exigencia son «El más antiguo
programa sistemático del idealismo alemán» (en Hegel, G.W.F., Escritos de juventud, tr. J.M.
Ripalda, México: FCE, 1978, pp. 220ss) y el «Discurso sobre la mitología» de Schlegel (en
Schlegel, F., Poesía y filosofía, ed. D. Sánchez Meca, Madrid, Alianza, 1994, pp. 117 ss).
6
Herder, J.G., Sämtliche Werke, vol. I, p. 444
7
Para la discusión sobre la autoría del escrito, cf. Bubner, R. (ed.), Das älteste Systemprogramm.
Studien zur Frühgeschichte des deutschen Idealismus, Bonn: Bouvier, 1973, especialmente el
artículo de Pöggeler, O., «Hölderlin, Hegel und das älteste Systemprogramm».
8
Cf. CI, tr. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 2002, «Incursiones de un intempestivo»,
§48.
9
Ya Kant pensaba en una teología moral no articulada temáticamente en imágenes del mundo,
como hacían la mitología y la religión, sino como instancia que organizaría la formación de una
identidad colectiva por medio de un proceso de aprendizaje permanente y una participación en
procesos de comunicación conformadores de valores y normas. Cf. Habermas, J., El discurso
filosófico de la modernidad, tr. M. Jiménez Redondo, Madrid: Taurus, 1989, p. 37 ss.
10
«Que este texto que, por lo general, suele ser el mismo de una noche a otra, sea comentado
de un modo tan distinto por la razón creadora se represente ayer u hoy, causas tan diferentes para
entre los hombres descansaría, por tanto, en las proyecciones y en las continuas
creaciones y reconfiguraciones de estas invenciones.
Esta actividad interpretadora propia de la voluntad de poder se ejercería,
pues, entre los humanos de tal manera que ‘tener experiencias’ no significaría
otra cosa que reconfigurar, inventar las experiencias mismas y al sujeto que las
hace y las experimenta. El yo consciente no es sino una instancia más bajo la que
trabaja y actúa esa inteligencia de grado superior que pertenece al cuerpo. Todo
lo que tiene lugar, pues, como voluntad consciente –las aspiraciones y metas,
los gustos y preferencias, las opiniones y los juicios de valor sobre los que se
forma y se trata de construir el consenso social– no serían otra cosa que medios
por los que el cuerpo, como voluntad de poder, trata de alcanzar objetivos que
probablemente tendrán poco que ver con lo que los individuos piensan, creen
o quieren conscientemente: «Es preciso mostrar hasta qué punto todo lo que es
consciente permanece en la superficie, hasta qué punto se ignora todo lo que
precede a la acción, hasta qué punto... todas nuestras palabras sólo hablan de
invenciones (las pasiones también) y cómo los lazos entre los hombres descan-
san en las proyecciones y continuas creaciones de estas invenciones... Tal vez,
la vida consciente entera no sea más que una imagen en un espejo»11.
2. Arte y libertad
los mismos estímulos nerviosos, todo esto encuentra su explicación en que el souffleur de esta
razón ha sido hoy diferente al de ayer, un impulso diferente quería satisfacerse, manifestarse,
ejercitarse, recrearse o descargarse. Él estaba en su apogeo mientras ayer era otro» A §119.
11
KSA X: 24[16].
existir en ella una finalidad que pueda vincularse a las finalidades y actividades
humanas12. En tal caso, un objetivo importante sería acceder a esta finalidad
puesto que nos permitiría fundamentar una forma de organización social que
podría situarnos en armonía con lo que somos como parte de la naturaleza. Y
es cierto que Kant no comprende ya esta finalidad como la acción de la divina
providencia, ni tampoco como una teleología metafísica al modo hegeliano,
sino que se esfuerza en entenderla de manera que pueda ser conjugable con la
espontaneidad de la libertad humana no sujeta a predeterminaciones previas.
Pues bien, mientras Kant introduce –para resolver este problema– su noción
de ‘juicio reflexionante’, el Systemprogramm introduce la «idea que abraza
todas las ideas, la idea de belleza, tomada la palabra en su más elevado sentido
platónico»13. Es decir, los primeros románticos consideran a esta idea de belleza
una idea capaz de superar el vacío existente entre las leyes de la naturaleza,
instituidas por el entendimiento, y el uso múltiple e indefinido que la razón hace
de esa diversidad de leyes particulares. Por eso «el acto más elevado de la razón
sería un acto estético»14, o sea, el acto con el que se relacionan las verdades pro-
ducidas por el entendimiento y se integran con un fin en una totalidad mediante
la razón práctica. De esta forma creen resolver el problema en cuanto que una
obra de arte es algo que se crea libremente pero con una finalidad, haciendo
intervenir la intuición y, por tanto, al entendimiento15. La obra de arte puede ser
el símbolo utópico de la realización de la libertad, pues en ella podemos intuir
cómo podría ser el mundo si la libertad se realizara. Sólo podemos intuirlo de
esta forma a causa de que la imaginación, como facultad sintética, no puede
explicarse desde la razón analítica. Los autores prerrománticos inauguran así
la temática de una relación entre arte y libertad llamada a convertirse en un
motivo reiterado y productivo en muchos pensadores posteriores. La sociedad
ideal en la que se realizaría la libertad, que no es posible determinar teórica-
mente, se podría intuir, en cambio, prefigurada en una obra de arte capaz de
proporcionarnos una imagen sensible de ella.
Hay, sin duda, una presencia de estas ideas en los primeros escritos de Nie-
tzsche, elaborados bajo el influjo de las ideas de Wagner y de sus expectativas
políticas en relación con el drama musical. Sin embargo, para el Nietzsche pos-
12
Fabbri, B.S., Impulso, formazione e organismo. Per una storia del concetto di Bildungstrieb
nella cultura tedesca, Florencia: Olschki, 1990, pp. 56 ss
13
«El más antiguo programa sistemático...», en Hegel, G.W.F., Escritos de juventud, p. 220.
14
Ibid.
15
Las consecuencias de esto son las siguientes: «Incluso cuando no produzco el producto
estético, sino que únicamente lo disfruto, sigo teniendo que usar mi libertad. Porque nada
sensorialmente visible y reconstruible en el pensamiento es suficiente para imprimir el carácter
de la estética a un objeto de la naturaleza (es decir, el entendimiento no puede producir juicios
estéticos). Para poder percibir la libertad representada en el objeto tengo que utilizar mi propia
libertad» Frank, M., El dios venidero, tr. A. Leyte, Barcelona: Serbal, 1994, p. 158.
Por tanto, este problema –el de la relación entre lo teórico y lo sensible– con-
duce inevitablemente a la cuestión de que, con el desarrollo moderno de la
subjetividad, el objeto, en su condición de objeto estético, puede articularse de
infinitas maneras, de forma que su verdad pierde ya todo sentido vinculante para
una comunidad. De hecho, la síntesis entre imagen sensible y abstracción sólo
se produce, de hecho, de forma colectiva en las sociedades contemporáneas en
el ámbito de la propaganda y en las manifestaciones de la cultura de masas, y
no –como pensaron los románticos– en una nueva esfera política pública en la
que la estética sería parte integrante de la razón. La intención de esa síntesis
de estética y razón –invocada por el Systemprogramm y por el «Discurso sobre
la mitología» de F. Schlegel– en nombre de una política democrática futura es,
en suma, coherente con el deseo filosófico del idealismo romántico de revelar
la unidad superior que existe en la diversidad del mundo sensible, pero porque
le horroriza la posible desintegración de la sociedad y del mundo en la pura
particularidad18. Nietzsche va a situarse, sin embargo, a este respecto, casi en las
antípodas desde el momento en que comprendió las propuestas románticas como
otra metamorfosis más del cristianismo en su impulso de perdurar19. Wagner
no vio en Dioniso la afirmación de un politeísmo pagano contra la unidad del
Dios cristiano trascendente, ni exaltó en él la armonía del caos natural frente a
toda clase de orden artificial y mecánico. Y ésa fue la causa de que Nietzsche
se distanciara de él, porque él avanzaba hacia una visión de lo dionisíaco en
términos del naturalismo griego y de la filosofía de la voluntad de Schopen-
hauer. Por un lado, pues, la concepción romántica –que Nietzsche recibe de
Wagner– reaparece en su comprensión inicial de la experiencia estética como
experiencia de unión que se puede lograr de un modo casi religioso. Wagner y
el romanticismo buscaban una institución en la que la cultura pudiera satisfacer
este impulso y pensaron en la representación de determinado tipo de obra de arte
como experiencia estético–religiosa. La participación en esta obra permitiría
que los espectadores salieran de los límites en que cotidianamente permanecen
encerrados para conectarse, religarse con los demás en la experiencia de una
unidad ‘mistérica’ y orgiástica. Pero, por otro lado, Nietzsche se enfrentará a
estas ideas armado con el concepto de voluntad que recibe de Schopenhauer,
18
Este punto de vista dará pie también, por ejemplo, a la concepción de la hegemonía de
Gramsci: si el desarrollo intelectual no ha de servir únicamente para reforzar las estructuras de
poder existentes, habrá que encontrar la forma de comunicar ese desarrollo al pueblo, con el fin
de que éste pueda servirse de él para la emancipación política.
19
«Allí donde la religión se vuelve artística queda reservado al arte salvar el núcleo de la
religión captando en su genuino valor de imágenes sensibles los símbolos míticos que la primera
quiere que sean creídos como verdaderos, y contribuyendo así, por medio de una exposición
ideal de ellos, al conocimiento de la profunda verdad que llevan oculta en su seno» Wagner, R.,
Dichtungen und Schriften. Jubiläumsausgabe in zehn Bänden, hrsg. D. Borchmeyer, Frankfurt
a. M.: Insel, 1983, vol. 10, p. 211.
20
«Con la palabra dionisíaco se expresa una tendencia irresistible a la unidad, una superación
del individuo, de lo cotidiano, de la sociedad, de la realidad, como abismo de olvido, algo que
lleva dolorosamente, apasionadamente hasta estados más sombríos, más plenos, más inestables;
un sí extasiado dicho al carácter total de la vida siempre igual a sí mismo en medio de lo que
cambia, igualmente poderoso, igualmente feliz: la gran simpatía panteísta en la alegría y en
el dolor que aprueba y santifica incluso los aspectos más terribles y más problemáticos de la
vida, a partir de una eterna voluntad de procreación, de fecundidad, de eternidad; sentimiento
unitario de la necesidad de crear y destruir» KSA XIII: 14[14]. Como se desprende de textos
como éste, incluso en El nacimiento de la tragedia se deben precisar bien los términos en los
que surge la concepción de lo dionisíaco.
21
Hegel, G.W.F., Escritos de juventud, p. 220.
Hay una clara conexión, pues, del análisis filosófico de la relación entre lo
sensible y lo inteligible con las aporías políticas de la modernidad. Por eso, la
introducción por Kant de la idea de lo sublime y su aprobación de la prohibición
de imágenes característica de la teología judía son claramente cuestionadas,
en cuanto que tienden a indicar que el mundo sensible está ahí sencillamente
para ser superado22. En todo caso, el programa de una nueva mitología, en los
términos en que se plantea en el Systemprogramm y en el Discurso de Schlegel,
supone un importante intento de rehabilitación de la mitología en contra de la
opinión ilustrada del mito como mera superstición23. No se trata de la reintro-
dución de la superstición, porque mito no es igual, sin más, a superstición como
supone la crítica ilustrada. Frente a esta reducción, se considera que el trabajo
realizado en el mito y por el mito lo es –como queda dicho más arriba– al ser-
vicio de la razón. El propio mito es, pues, ya razón, en la medida en que logra
arrancar un sentido humano a procesos y acontecimientos naturales opacos24.
Con el término mito se suelen designar símbolos colectivos, concepciones
del mundo, relatos de dioses y héroes, cuentos populares, testimonios religiosos,
alegorías de la naturaleza, relatos cosmogónicos, ideologías, etc. Mitología, en
cambio, es el sistema cultural global de los mitos singulares de un pueblo o
época histórica. Por tanto es la quintaesencia de esos relatos y ese pensamiento
de los hombres primitivos en los que se plasma el primer intento de explicación
que tiene lugar en la infancia de la humanidad. En este sentido, la mitología
es el punto de partida de la poesía y de la historia, un modo de expresión de
las ideas y de las percepciones sensibles propia del espíritu del hombre, sólo
que en esta forma de expresión los pensamientos se exponen bajo la forma
de narraciones (mitos), mientras las percepciones aparecen bajo la forma de
acciones (ritos). Pero en ambos casos lo que se hace es articular un caos, darle
una forma. Los mitos, la creación y la transmisión de mitos es, en definitiva,
un modo humano de interpretar problemas, de solucionar conflictos y de de-
sarrollar formas de vida.
La Ilustración había rechazado la mitología en nombre de la ciencia y del
progreso histórico del conocimiento. Sin embargo, el mito y el pensamiento
mítico trabajan, ellos también, al servicio del conocimiento. Blumenberg
ha desarrollado la idea de que los mitos y las explicaciones científicas de la
naturaleza nacen de una misma causa genealógica: la angustia, el miedo a lo
desconocido, un estado de dependencia y desprotección ante la amenaza que
supone el poder del mundo exterior y la agresión de los otros. El hombre es
consciente de que no domina las condiciones ni los medios que hacen posible
22
La desconfianza hacia los sentidos también será importante en la Estética de Hegel, donde
el arte es una forma inferior de la verdad a causa de su existencia sensible.
23
En este mismo sentido discurre el «Discurso sobre la mitología» de F. Schlegel, Véase en
Schlegel, F., Poesía y filosofía, pp. 117 ss.
25
Cf. Gehlen, A., El hombre, Salamanca: Sígueme, 1983, p. 54.
26
Herder, J.G., Iduna, p. 485.
27
Cf. Cassirer, E., Filosofía de las formas simbólicas, México: FCE, 1969, vol. I, p. 287.
28
Véase para más detalles mi libro Nietzsche: La experiencia dionisíaca del mundo, Madrid:
Tecnos, 2005, pp. 333 ss.
29
NT, tr. A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 2002, «La visión dionisíaca del mundo».
30
La tesis de Creuzer, en su Symbolik, que Nietzsche conoce bien, es que mito y culto
aparecen siempre en estrecha relación (I, 153), aun tratándose de cosas distintas.
31
Es significativo que, para Habermas, que en el pensamiento de Nietzsche el mundo sólo
pueda justificarse como fenómeno estético significa que el dolor, la crueldad o la tiranía son «la
proyección de un espíritu creador que irresponsable y despreocupadamente se entrega al placer
que le proporcionan el poder y la arbitrariedad de sus creaciones ilusorias» Habermas, J., El
discurso filosófico de la modernidad, p. 123.
32
Most. G., «Schlegel und die Geburt eines Tragödienparadigmas», en Poetica. Zeitschrift
für Sprache und Literaturwissenschaft, 25/1-2 (1993), pp. 155-175.
33
Cf. Fricke, G., Der religiöse Sinn der Klassik Schillers, Darmstadt: Wissenschaftliche
Buchgesellschaft, 1968.
34
Cf. Rousseau, J.J., Emilio o la educación, tr. A.G. Valiente, Barcelona: Fontanella, 1973,
p. 156 ss.
35
Cf. Gleich, S. v., Zur Freiheit durch die Schönheit. Briefe über die ästethische Erziehung
des Menschen von F. Schiller, Sürnau: Kooperative, 1987, p. 27.
36
Wagner, R., Dichtungen und Schriften, vol. 10, p. 240.
37
Ibid., p. 211.
38
Sobre esto véase Heinrich, G., Geschichtsphilosophische Positionen der deutschen
Frühromantik, Kronberg: Sriptor, 1977; Bann, S., Romanticism and the rise of history, Boston:
Twayne, 1995; Taminiaux, J., La nostalgia de la Gréce á l’aube de l’idealisme allemand, La
Haya: Nijhoff, 1971.
La Grecia antigua, la que habría pensado y vivido la unidad del fenómeno con
la idea se perfila así como una imagen arquetípica de la Edad de oro, para lo cual
se la piensa al margen de cualquier determinación histórica pasada, abstraída
de lo que, desde un punto de vista positivista, le proporcionaría la efectividad
histórica de algo realmente ocurrido. Por eso, cualquier otra época histórica
(como la baja Edad Media) puede jugar igualmente también el mismo papel
que Grecia en lo que se puede llamar el ‘imaginario romántico’39. Basta que se
le reconozcan los atributos de esa totalidad y que se la abstraiga radicalmente
de su historicidad, siempre relativa, para convertirse en pura imagen ideal de lo
absoluto y, en cuanto tal, objeto de la Senhsucht. Como época histórica propia-
mente dicha, Grecia es, como cualquier otra época, un lugar de fragmentación
y de diferencia de la vida consigo misma. Los románticos de Jena repiten una y
otra vez esta condición de la desarmonía de la Grecia histórica en su polémica
con el clasicismo de Winckelmann y Lessing. Especialmente Friedrich Schlegel
se esfuerza en ofrecer los rasgos concretos de la imagen histórica de Grecia
ante la cual es difícil creer –frente a lo que proclama el clasicismo– que haya
podido ser esa idealizada Edad de oro. Para Schlegel, Grecia no es la imagen
de ninguna ontología de la presencia cósmica, sino la anticipación misma de un
proceso de escisión que se prolonga luego y se profundiza en la modernidad.
Ahora bien, reconocer en Grecia el reino de la diferencia es reanimar el deseo,
la nostalgia, hacer más urgente la acción redentora, recordar que el héroe trágico
sólo muere de deseo y así nos llama a cumplir la historia. Schlegel piensa que
la desacralización de la Grecia histórica, su relativización irónica, es la mejor
apuesta del poder creador inmanente a la nostalgia de lo absoluto.
Aunque esta reflexión desmitologizadora de la Grecia clásica con la que
Schlegel polemizó con el neoclasicismo constituye, sin duda, un precedente
de la comprensión nietzscheana de los griegos, aquello por lo que éstos pueden
representar todavía para el hombre moderno un modelo a imitar o un ejemplo
a seguir tiene ya que ver poco, para él, con estos planteamientos románticos y
preidealistas. Si la vida es voluntad de poder como fuerza capaz de proyectar
imágenes sobre su propio fondo tejido de impulsos en sí mismos desprovistos
de sentido y finalidad, entonces hay que valorar como modélico el modo en
que los griegos supieron proyectar sobre el fondo terrible y espantoso de la
vida la apariencia luminosa de sus dioses olímpicos al tiempo que practicaban
también el orgiasmo musical dionisíaco. Es decir, lo admirable de los griegos
está en que no se acobardaron ni trataron de liberarse de los aspectos duros y
siniestros de la existencia, sino que les hicieron frente y supieron integrarlos
mediante su transformación apolínea, demostrando así una plenitud de fuerza
39
Para la comprensión, en este sentido, de la Edad Media, véase Schmid, C., Die
Mittelalterezeption des 18 Jahrunderts zwischen Aufklärung und Romantik, Frankfurt: Lang,
1979.
vital y un elevado grado de poder. De ahí su estimación del devenir como ino-
cente, ajenos a cualquier exigencia de una justificación moral de la existencia.
No sintieron como una culpa la responsabilidad fundamental de ser, y de ser
así y no de otra manera. Vivieron en la inocencia que acepta la vida tal como
es y no tal como debería ser40. Eso es lo más elocuente que encuentra Nietzsche
en la cultura griega y concretamente en su religión.
Para Nietzsche, la religión griega homérica expresa, pues, un amor espiri-
tualizado por la vida, un profundo reconocimiento a este mundo y a esta tierra.
Es la religión como serenidad, como afirmación del devenir y del ser entero
sin exclusiones, tal como es. Religión, por tanto, ciertamente como solidaridad
del individuo con el cosmos o con la totalidad viviente que es afirmada en el
gozo mismo de vivir, totalidad que le incluye a él mismo y que comprende
todas las cosas. Pero en esta totalidad no hay ideales endiosados como amos
ni fundamentos más o menos convertidos en absolutos: «Los griegos ven a los
dioses por encima de ellos, pero no como amos, ni se ven, por tanto, a sí mismos
como siervos, a la manera de los judíos. Es la concepción de una raza más feliz
y poderosa, un reflejo del ejemplar más logrado de su propia raza, por tanto un
ideal y no un contrario de su propia esencia. Hay ahí una afinidad completa...
Se tiene de sí mismo una noble imagen cuando uno se da tales dioses»41. Es
decir, la cultura griega, que se caracteriza fundamentalmente –como toda cul-
tura– por una interpretación del mundo y del hombre, se constituye, sobre todo,
en función de una determinada valoración que el griego hace de él mismo y
de su humanidad como hombre. Pues los valores que el hombre atribuye a las
cosas y a sí mismo modifican poco a poco su sustancia y su poder. Y el griego
homérico apostó por una valoración de sí como ser no originariamente diferente
a los dioses mismos. Los griegos se vieron a sí mismos capaces de vivir en so-
ciedad con potencias tan diferentes y terribles como eran sus dioses primitivos.
Se familiarizaron con ellos y convivieron como dos castas de potencia desigual,
pero nacidas del mismo origen, sujetas al mismo destino y que pueden discutir
juntos sin vergüenza ni temor para ninguno de ambos. En este sentido, los dioses
olímpicos aparecen como el fruto de un inigualable esfuerzo de la reflexión en
el que triunfa la fuerza y el equilibrio. El griego apuesta por una afirmación de
40
CI «Los cuatro grandes errores», §8.
41
KSA VIII: 5[150]; «Hay formas más nobles de servirse de la ficción poética de los dioses
que la de esa autocrucifixión y autoenvilecimiento del hombre en las que han sido maestros
los últimos milenios de Europa. Esto es cosa que, por fortuna, aún puede inferirse de toda
mirada dirigida a los dioses griegos, a esos reflejos de hombres más nobles y más dueños de
sí, en los que el animal se sentía divinizado en el hombre y no se devoraba a sí mismo, no se
enfurecía contra sí mismo. Durante un tiempo larguísimo esos griegos se sirvieron de sus dioses
cabalmente para mantener alejada de sí la mala conciencia, para seguir estando contentos de
su libertad de alma» GM II §23 (tr. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 2001). Cf. también
mi «Estudio preliminar» a Nietzsche, F., El culto griego a los dioses, ed. D. Sánchez Meca,
Madrid: Alderabán, 1999.
sí mismo en el marco de esta rivalidad agonística con sus dioses, que es como
decir que apuesta por una transfiguración de la naturaleza por el espíritu y una
ordenación del caos por la claridad del orden y de la belleza.
En el ejemplo de los griegos ve Nietzsche, pues, las condiciones fisiológicas,
no sólo de un arte de gran estilo, sino también de una moral y de una religión
afirmativas. Los instintos religiosos arcaicos buscan siempre, en lo profundo
del hombre, la relación con la tierra, de la que trata el mito. Las religiones
antiguas no son primitiva y orgánicamente códigos morales que funcionan
articulando una sociedad e imponiendo un bien y un mal absolutos, sino que
son la expresión espiritualizada de impulsos eróticos sublimados o de una
crueldad en la que el omnipresente sacrificio de animales o seres humanos es
sustituido paulatinamente por el sacrificio de los instintos y de los impulsos
corporales en aras de un ideal más elevado. Pero, en cualquier caso, lo que
estas religiones propician no es una moral del bien y del mal normativamente
categóricos, sino un equilibrio entre dioses y hombres y una sintonía de lo
humano con las fuerzas de la naturaleza y de la vida. En esta moral no hay una
escisión desgarradora entre ser y deber-ser, entre mundo aparente como mundo
de lo imperfecto y malo y mundo ideal como ámbito de la verdad y el bien. Hay
amor fati, amor de lo que es necesario (was notwendig ist) y que no es fatalismo
como resignación ante el destino individual, sino integración de la propia vida
en el devenir universal en el que el individuo se siente inserto. De este modo,
habría sido característico de la religión griega sentir esta indisociabilidad entre
yo y mundo como armonía entre libertad y necesidad.
Alcionismo en Nietzsche
1
Deleuze, G., Nietzsche, Madrid: Arena Libros, 2000, y Nietzsche y la filosofía, Barcelona:
Anagrama, 2002.
2
Kerényi, K., Dioniso. Raíz de la vida indestructible, Barcelona: Herder, 1998.
3
El culto griego a los dioses. Cómo se llega a ser filólogo, Madrid: Alderabán, 1999, pp.
276-278.
Alcíone era hija de Éolo, guardián de los vientos, y Egialea. Se casó con
Ceice de Traquis, hijo del Lucero del Alba, y fueron tan felices juntos que ella
se atrevió a llamarse a sí misma Hera y a él Zeus. Naturalmente esto ofendió
a los dioses e hicieron descargar una tormenta sobre el barco en que viajaba
Ceice para hacer una consulta al oráculo, y lo ahogaron. El fantasma de Ceice
se le apareció a Alcíone, quien, muy en contra de su voluntad, se había quedado
en Traquis, y, enloquecida por el dolor, se arrojó al mar. Algún dios compasivo
los transformó a ambos en martines pescadores. Ahora, cada invierno, la martín
pescadora lleva a su compañero muerto con grandes lamentos a su entierro, y
después construye un nido muy compacto con las espinas de la ortiga marina,
lo lanza al mar, pone sus huevos en él y empolla sus polluelos. Hace todo esto
en los Días de Alción, los siete que preceden al solsticio de invierno, y los siete
que lo siguen, mientras que Éolo prohíbe a sus vientos que agiten las aguas.
Homero relaciona al alción con Alcíone, un título de Cleopatra, la esposa de
Meleagro, y con una hija de Éolo, guardián de los vientos. Alción, por tanto,
4
Sobre el porvenir de nuestras escuelas, Barcelona: Tusquets, 2000, p. 39.
corresponde a alcy-one y significa «la reina que ahuyenta el mal». Los eolios,
famosos navegantes, adoraban a la diosa como ‘Alcíone’ porque los protegía
de los arrecifes y el mal tiempo.
La leyenda del nido del alción, o del martín pescador (que no tiene ningún
fundamento en la historia natural, ya que el alción no construye ningún tipo
de nido sino que pone sus huevos en agujeros que hace cerca del agua), puede
referirse solamente al nacimiento del nuevo rey sagrado en el solsticio de in-
vierno –después de que la reina, que representa a su madre, la diosa Luna–, ha
conducido el cadáver del antiguo rey a una isla sepulcral. Pero, debido a que el
solsticio de invierno no siempre coincide con la misma fase de la luna, «cada
año» debe entenderse como «cada Gran Año» de cien lunaciones, en la última
de las cuales el tiempo lunar y solar más o menos se sincronizan, poniendo así
término al reinado del rey sagrado.
Plinio dice que rara vez se puede ver al alción, y en caso de verlo sólo es
posible en los dos solsticios y a la puesta de las Pléyades.
Otra Alcíone más, hija de Pléyone («reina navegante») y Atlante, era la guía
de las siete Pléyades. El orto helíaco de las Pléyades en mayo marcaba el inicio
de la temporada de navegación, y marcaba el final, cuando empezaba a soplar
el viento bastante frío del norte, según dice Plinio en un pasaje sobre el alción.
Al alción se le atribuía además el poder mágico de apaciguar las tormentas, y
su cuerpo disecado se utilizaba como talismán contra el rayo de Zeus. El Me-
diterráneo suele estar en calma en la época del solsticio de invierno5.
En El caso Wagner los alciónidas son los ‘otros’, aquellos que apuestan por
un andar con pies ligeros, libre del peso que supone para Nietzsche el idealismo
alemán. Los alciónidas aparecen aquí como los portavoces de una nueva cultura
basada en los valores de Dioniso. Son aquellos que pretenden ahuyentar el mal
tiempo que se cierne sobre la cultura alemana, y cuyos máximos representantes
son Wagner y Hegel: « ¡cómo podrían ellos echar en falta lo que nosotros, los
otros, los alciónidas, echamos en falta en Wagner!: gaya scienza, pies ligeros,
chispa, fuego y garbo; la gran lógica; la danza de los astros, el espíritu desatado,
el trémolo febril de luz del Sur, la mar serena. Plenitud...» (CW pp. 43).
La cultura alemana, bajo el peso de un idealismo apolíneo, se revelaba en
esos momentos para Nietzsche como nihilismo. En su opinión, toda ella apa-
rece dominada por el odio a la vida, por la debilidad del sentimiento vital que
busca afianzarse con pies de plomo en la existencia mediante la negación de
todo horror y toda alegría. Ha inventado otro mundo, más valioso que este, un
5
Hemos tomado la versión del mito recogida en Graves, R., Los mitos griegos, 2 vols.,
Madrid: Alianza, 2002.
Dioniso, y del que nadie es dueño de tener oídos para escucharlo: «Es preciso
ante todo oír bien el sonido que sale de esa boca, ese sonido alciónico, para no
ser lastimosamente injustos con el sentido de su sabiduría. “Las palabras más
silenciosas son las que traen la tempestad. Pensamientos que caminan con pies
de paloma dirigen el mundo”» (EH pp. 19-20)6.
El sonido alciónico entonces es un sonido que transmite la sabiduría de
Dioniso, y en ese sentido lo alciónico y lo dionisiaco se identifican, de forma
que un sonido alciónico será un sonido de carácter dionisiaco. Lo dionisiaco
se define para Nietzsche en contraposición con lo apolíneo. Así, mientras lo
apolíneo hace referencia al arte del escultor y se presenta como la tendencia
hacia un mundo sereno y luminoso de imágenes que flotan sobre la superficie
de la realidad; lo dionisiaco al arte no escultórico de la música presentándose
con ello como la inclinación por la ausencia tanto de límites como de formas,
es el gusto por la indeterminación. La esencia de lo dionisiaco aparece descrita
como la embriaguez que surge del horror y del éxtasis que nace de la ruptura
con el mundo de la representación y con el principio de individuación. Pero la
embriaguez no está ausente en el estado apolíneo y, para distinguir estos dos
estados, Nietzsche introduce una diferencia de tempo en ellos. Lo dionisiaco
es más lento porque su grado de embriaguez con respecto a lo apolíneo es ma-
yor, y a mayor grado de embriaguez se da una mayor lentitud y simplificación
en la percepción. Además de por esta diferencia de tempo, lo apolíneo y lo
dionisiaco se distinguen también por el ámbito que cada uno de ellos alcanza
con su excitación: lo apolíneo excita el ojo, por lo que aumenta sólo la fuerza
de visión. En los estados dionisiacos, en cambio, está excitado e intensificado
todo el sistema de las pasiones7 pudiéndose hablar por tanto de lo dionisiaco
como de un estado de seducción.
Lo dionisiaco en Nietzsche se caracteriza además por ser silencioso y dis-
tinto, adjetivos cuyo sentido sólo se entiende desde la crítica y la confrontación
del pensamiento nietzscheano con el de Hegel, puesto que no son características
propiamente dionisiacas. Lo dionisiaco es silencioso porque refiere a una forma
de pensamiento cuya función es la creación de hechos, la invención de nuevos
valores en torno a los que ha de girar la cultura; frente a la posición de Hegel
que defiende una concepción apolínea del pensamiento, en la que éste se iden-
tifica con una forma de lenguaje a través de los conceptos de ‘representación’ e
‘idea’: «os gusta aullar: pero yo he dejado de creer en ‘grandes acontecimientos’
tan pronto como se presentan rodeados de muchos aullidos y mucho humo. ¿Y
créeme, amigo ruido infernal! Los acontecimientos más grandes no son nuestras
horas más estruendosas, sino las más silenciosas. No en torno a los inventores
de un ruido nuevo: en torno a los inventores de nuevos valores gira el mundo;
6
Veáse también Za p. 219.
7
Veáse CI «Psicología de artista».
8
Dicha afirmación no queda tan clara si se aplica al caso de Nietzsche, el cual sí puede ser
identificado en ocasiones con el propio Superhombre. Acerca de la problemática suscitada por
esta cuestión sería conveniente realizar una investigación para la que no hay lugar aquí.
9
Véase Za pp. 126-127.
10
Veáse Nehamas, A., Nietzsche. La vida como literatura, México: Turner-FCE, 2002, «La
falsedad como condición de la existencia», pp.63-98.
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Friedrich Schelers Pia Daniela Volz, Wahrsinn oder Wahnsinn? Nietzsche als Objekt
elletristischer Begierde.
Como se puede observar, se han ido publicando poco a poco, a partir de 1993,
los aparatos críticos, Nachbericht (I/4; II/7; III/7), sobre las cartas de cada una de
las secciones. Estos volúmenes constituyen una ayuda inestimable para la correcta
interpretación de la correspondencia de Nietzsche. En ellos encontramos una crítica
textual, observaciones sobre las cartas manuscritas, lista de los errores de imprenta
y de desciframiento, anexos de cartas todavía no publicadas (Nachträge) y expli-
caciones pertinentes sobre el contenido de dichas cartas. Además, se especifican
todos los datos de la carta: dirección, tipo de papel, fecha, lugar, dónde se conserva,
dónde ha sido publicada, etc. También incluye índice alfabético de los receptores
de las cartas de Nietzsche y de los que le escriben, con una breve biografía de los
mismos, lista de las cartas no conservadas, etc.
Los volúmenes I/4, II/7, III/5 y III/7 contienen, además de las cartas sobre
Nietzsche, informaciones sobre su vida de orden administrativo (eclesiástico,
escolar, universitario) o clínico (diarios de la enfermería de Pforta, Basilea),
facturas, recibos, testimonios sobre él de sus contemporáneos. También incluyen
otros documentos, como itinerarios, direcciones, notas para conferencias, tarjetas
de visita, invitaciones, cuentas. El núcleo principal de cartas se encuentra en el
Goethe-und Schiller-Archiv der Nationalen Forschungs-und Gedenkenstätten der
klassischen deutschen Literattur en Weimar (GSA).
Como se sabe, las cartas de Nietzsche hasta su publicación en KGB sólo se
encontraban en ediciones incompletas. La primera edición de la correspondencia
fue supervisada por la hermana de Nietzsche, Elisabeth Förster-Nietzsche: Friedrich
Nietzsche Gesammelte Briefe (GBr), 5 vols. 1-III: Berlín/Leipzig: Schuster&Loeffer,
1900 y IV-V, Leipzig: Insel Verlag, 1908-1909. En esta edición se sigue, por lo
general, el criterio de acumular la correspondencia según los destinatarios: E.
Rohde, Ritschl, Taine, Keller, Hans Bülow, Peter Gast, y las dirigidas a su madre
y hermana. Esta fue la edición en la que se descubrieron las manipulaciones de la
hermana introduciendo en el epistolario cartas inventadas en su propio favor.
A partir de 1938 se publica una nueva edición inacabada de la correspon-
dencia editada por Wilhelm Hoppe y Karl Schlechta: F. Nietzsche, Werke und
Briefe. Historisch-Kritische Gesamtausgabe. Briefe. München: C. H. Beck’sche
Verlagsbuchhandlung, 1938-1942, (BAB) interrumpida en el vol. IV, y que por lo
tanto abarca sólo el periodo comprendido 1850-1877. No obstante, el propio Karl
Schlechta en el volumen III de su edición, Friedrich Nietzsche, Werke in drei Bän-
de, München: Hanser, 1956, pp. 1408-1423, recoge una crítica sobre la actividad
editorial del antiguo Archivo-Nietzsche. Todas estas aportaciones constituyen un
legado inestimable en el que se basaron posteriormente G. Colli y M. Montinari
para llevar a cabo la edición actual.
Edición española
planes de cartas, esquemas. Todo aquello que de una manera efectiva se relaciona
con un medio de comunicación escrito dirigido a un destinatario determinado. Sin
embargo, es cierto que las cartas siempre constituyen un diálogo entre el autor y su
entorno, de manera que no se comprenden bien si no se tiene en cuenta al otro, su
respuesta concreta a una misiva concreta, pues de lo contrario siempre tendría un
sentido unilateral. Conscientes de esta limitación, y de la exigencia de un partner en
el diálogo, en la edición española sólo se publican las cartas de Nietzsche, y no las
cartas a Nietzsche. La edición crítica alemana es actualmente la única que contiene
el epistolario completo y los volúmenes complementarios (Nachbericht).
Las cartas de Nietzsche tienen también un interés tanto filosófico como literario.
En ellas encontramos datos de sumo interés sobre el origen y la elaboración de sus
escritos y sobre sus planes de futuro, unas veces realizados y otros convertidos
en meros proyectos. De gran utilidad son las fechas sobre la publicación de sus
trabajos y el decurso de su elaboración, la corrección de pruebas, imprenta, etc.
En ellas aparecen los primeros atisbos de sus ideas filosóficas, ideas que Nietzsche
contrasta la mayoría de las veces con amigos o conocidos, o con sus maestros en
la primer época. Desde el punto de vistas literario, se puede apreciar en ellas de
una manera clara la evolución de su estilo, la importancia que tiene para Nietzsche
tener un buen estilo. Esto nos lleva fundamentalmente a considerar las peculiari-
dades literarias de su correspondencia. Las cartas de Nietzsche son el resultado de
verdaderos procesos literarios. Elabora un borrador antes de escribir, con las ideas
a desarrollar, de manera que la redacción definitiva se puede considerar como el
final de un largo camino. Podemos asegurar, entonces, que la carta final es casi
siempre copia de algún borrador en la que se pueden apreciar rasgos llamativos, sin
tachar ni cambiar nada, a pesar de que es bien conocido el carácter notablemente
impulsivo de Nietzsche. «Cuántos fragmentos de carta –confiesa el propio Nietzs-
che– encuentro entre mis papeles, algunos de paginas enteras, otros sólo contienen
un simple encabezado; pero ninguno terminado, porque la gran cantidad de trabajo
que tengo y los numerosos acontecimientos me obligan de nuevo a tachar la página
interrumpida y no tenía ninguna gana de hablarte de cosas y sentimientos obsoletos»
(carta nº. 554). También hay que tener en cuenta que en la época en la que vive el
material epistolar no siempre era lo suficiente apropiado. Nietzsche se queja muy
a menudo de la tinta, del mal estado de los plumines, de las plumas, de la falta de
papel, etc. Todo ello provocaba no pocas veces las iras del propio Nietzsche, y más
de una vez la interrupción de una carta, convertida en un conjunto de borrones.
Por otra parte, a Nietzsche siempre le gustó proporcionar una vestimenta artística
no sólo a una simple noticia, sino también a sus propios sentimientos. Él mismo
nos cuenta el celo que ponía en «dar brillo a los colores, y, en general, el esfuerzo
que hago por escribir en un estilo pasable» (carta nº. 549). Por eso, una carta en
Nietzsche tiene siempre algo de ‘artesanal’, supone un esfuerzo que se asemeja
a una piedra que cae en nuestra vida psíquica y del círculo pequeño surgen otros
muchos más grandes.
El epistolario es también el mejor testimonio no sólo para elaborar un cuadro
cronológico de su vida, sino especialmente para apreciar sus sentimientos más pro-
fundos y su naturaleza humana, sus experiencias vitales más íntimas y sus propias
vivencias. A veces contrasta la dureza de sus escritos con la extrema sensibilidad
de su reacción frente a determinados acontecimientos. Pero desde sus primeras
cartas, en las que se manifiestan sus sentimientos familiares y religiosos a flor de
piel, hasta las últimas, siempre se constituyen verdaderos destellos de soledad. De
hecho, esos momentos íntimos en los que se comunicaba con el exterior y rompían
por un momento su voluntaria soledad son el testimonio más precioso que nos han
dejado sus cartas. A través de su lectura posiblemente llegaremos a comprender
mejor la grandeza de este insigne filósofo.
EPISTOLARIO DE NIETZSCHE:
APARATO CRÍTICO 1887-1889
Tal y como dijimos desde estas mismas páginas, una de las ventajas de la edi-
ción del epistolario de Nietzsche frente a la de sus obras es la rapidez –y el orden
y la calidad, añadimos ahora– con el que los respectivos volúmenes de comentario
crítico (Nachbericht) han ido apareciendo1. Sin embargo, no cabe duda de que
constituye una sorpresa así como un gran motivo de satisfacción para los estudios
nietzscheanos la repentina publicación del volumen que contiene el comentario a
las cartas de y a Nietzsche fechadas entre enero de 1887 y enero de 1889. Es decir,
las cartas que en la edición Colli-Montinari se hallan recogidas en los volúmenes
KGB III/5 (cartas de Nietzsche) y III/6 (cartas a Nietzsche).
Este volumen de comentario crítico, el III 7/3, se presenta dividido, a causa de
su gran extensión (1215 pp.), en dos tomos. En el primero hallamos el prólogo de
los editores (pp. V-VIII), las cartas añadidas (pp. 3-12), un listado de cartas de las
que únicamente se conserva la copia manuscrita realizada por Elisabeth (pp. 15-42)
y el comentario crítico a las cartas escritas por Nietzsche entre enero de 1887 y
enero de 1889 (pp. 53-572), o, lo que es lo mismo, al volumen III,5. En el segundo,
además del aparato crítico a las cartas escritas a Nietzsche entre las mencionadas
fechas (pp. 573-836), se publica también un listado de cartas no conservadas (pp.
839-852), un apéndice que recoge distintos documentos (pp. 859-1114), las correc-
ciones (pp. 1117-1126) y, por último, un índice de la tercera sección del epistolario
(pp. 1129-1214), es decir, un índice que abarca las cartas de y a Nietzsche fechadas
entre enero de 1880 y enero de 1889. Pero vayamos por partes.
La estructura de este volumen es, como hemos visto, similar a la de los otros
Nachberichten ya publicados y se inicia, por tanto, con un prólogo firmado por
1
El orden de aparición de estos comentarios críticos o Nachberichten al epistolario de
Nietzsche editado en la edición Colli-Montinari (KGB) es el siguiente: El I/4 (octubre 1849 -
abril 1869) en 1993, el II/7.1 (abril 1869 - mayo 1872) en 1998, el II/7.2 (mayo 1872 - diciembre
1874) en 2000, el II/7 3.1 y 2 (enero 1875 - diciembre 1879) en 2001, el III/7.1 (enero 1880
- diciembre 1884) en 2003 y el III/7.2 (enero 1885 - diciembre 1886) en 2003. Un comentario a
estos dos últimos volúmenes puede leerse en Estudios Nietzsche, 3 (2003), 183-184 y 4 (2004),
219-222, respectivamente.
los editores del comentario crítico a la sección tercera de la KGB (Norbert Miller,
Annemarie Pieper y Renate Müller-Buck), fechado en noviembre de 2004, y en el
que, además de anunciarnos que con el presente volumen se da por concluida la
edición del epistolario2 y que a partir de ahora los esfuerzos se van a centrar en la
elaboración de los comentarios que aún faltan de las obras, se destaca el papel casi
heroico de Renate Müller-Buck al haber realizado todo este trabajo excepcional en
un tiempo record y con graves problemas en lo que a la financiación se refiere.
Los editores destacan también la especial significación del epistolario de estos
dos últimos años de la vida lúcida de Nietzsche, pues en este periodo cobra mayor
importancia y se enfatiza aún más la ya de por sí gran articulación existente entre
las cartas, las obras y las múltiples anotaciones que Nietzsche dejó manuscritas
en cuadernos y folios3.
Este breve prólogo finaliza con un acto de honestidad intelectual, pues las dos
últimas páginas contienen una enorme lista de agradecimientos destinados no úni-
camente a organismos oficiales o instituciones privadas, sino también a un notable
grupo de personas (la mayoría de ellas estudiosos de diferentes países) que han
contribuido de una u otra forma en la realización de este volumen.
Tras estas palabras de los editores nos encontramos con los ‘añadidos’ (Nach-
träge), es decir, aquellos documentos epistolares que no fueron publicados en los
volúmenes correspondientes y que se han descubierto más tarde. Aún así, de esta
lista (13 para KGB III/5 y 6 para KGB III/6) casi la mitad ya fueron publicados
también como “añadidos” al final de los volúmenes ya mencionados o bien en el
volumen final de la KSB4. De los documentos por vez primera publicados en la
edición Colli-Montinari, cabe destacar la aceptación y por tanto inclusión (algo
que no hizo en su momento Montinari) de la famosa nota que Nietzsche escribió
alrededor del 3 de enero de 1889 a Cosima Wagner con las palabras «Ariadne, ich
liebe Dich! Dionysos»5.
2
Con esta afirmación se confirma la renuncia, como ya se había indicado en los planes de
la edición en KGB III/7.2, al prometido volumen complementario, incluso se había hablado de
hacer una sección cuarta de testimonios sobre Nietzsche con cuatro volúmenes y un quinto de
comentarios, con los documentos de los once años de enfermedad (enero 1889 - agosto 1900).
También se renuncia, por lo que aquí se dice, a la publicación de un volumen III/8 con un Register
que cubriría todo el epistolario de Nietzsche desde 1849 hasta 1889. Sin embargo, en la p. VII se
anuncia un volumen a modo de apéndice que servirá tanto para las obras como para las cartas.
3
Para la cuestión biográfica, véase, por ejemplo, las pp. 410-532 del volumen tercero de la
versión castellana (tr. de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera, Madrid: Alianza, 1985) de la biografía
de Nietzsche realizada por Curt Paul Janz (pp. 510-668 del segundo volumen en el original alemán
editado en Carl Hanser Verlag, Wien: München, 1978, segunda edición revisada en 1993, 1981
en DTV). En lo que se refiere a los sucesos de los primeros días de enero de 1889, véase las pp.
9-39 del volumen cuarto de la mencionada biografía (en el original pp. 9-48 del volumen tercero,
publicado por vez primera en 1979).
4
Tanto los añadidos como el índice onomástico, que se encuentran en el volumen octavo,
fueron publicados en 1987 para los lectores de la KGB.
5
Como es bien sabido, el original de esta nota, la más famosa de las cuatro que Nietzsche
dirigió a Cosima Wagner durante los primeros días de enero de 1889, no se conserva y se
piensa que, igual que otras cartas suyas, fue destruida por la Sra. Wagner como reacción ante la
publicación de WA. Sin embargo, durante muchos años y hasta la edición Colli-Montinari ha sido
dada por válida y, además de aparecer editada por Karl Schlechta (SA nº 277, vol. III, p. 1350), la
han citado estudiosos como Bernoulli, Andler, Podach o incluso Janz en su ejemplar biografía (p.
24 del volumen cuarto en la edición castellana; p. 28 del volumen tercero del original alemán).
El motivo de la definitiva inclusión de la nota en la edición Colli-Montinari (nº 1242a) reside en
la credibilidad del testimonio que ofrece Peter Gast a Franz Overbeck en una carta fechada el 20
de abril de 1891 en la que éste, a su vez, transmite el testimonio de Elisabeth quien habría sido
informada directamente por Cosima Wagner. La carta de Gast se encuentra recogida en Franz
Overbeck – Heinrich Köselitz [Peter Gast], Briefwechsel, herausgegeben und kommentiert von
David Marc Hoffmann, Niklaus Peter und Theo Salfinger. Berlin/New York, Walter de Gruyter
(Supplementa Nietzscheana, Band 3), 1998, pp. 335-337. Para la historia de la fortuna de esta
nota, véase el comentario de David Marc Hoffmann, op. cit., pp. 701-702.
6
Para esta cuestión véase el «Philologischer Nachbericht», en SA III 1410-1417. Las 11
cartas aquí publicadas corresponden a los números 21-29, 31,32 de la lista que ofrece Schlechta
en las pp. 1410-1411. La nº 30, es decir, la carta escrita a Elisabeth el 14 de septiembre de 1888,
fue dada por buena en la 2ª edición (1960) al aparecer el original. Actualmente se encuentra
publicada en KGB III/5 427-429.
7
Todas estas falsificaciones fueron publicadas en el volumen quinto y último de las
Gesammelte Briefe (GBr) Friedrich Nietzsches Briefe an Mutter und Schwester, hg. von Elisabeth
Förster Nietzsche, Leipzig: Insel Verlag, 1909.
8
Roos, Richard, «Elisabeth Foerster-Nietzsche ou la soeur abusive», Études germaniques,
1956, 321-341.
9
Unos comentarios no exentos de erratas, imprecisiones y en los que a veces no se aprovechan
los descubrimientos de la reciente investigación nietzscheana (véase por ejemplo Nietzsche-
Studien, 26, pp. 575-576, donde Thomas H. Brobjer señala posibles fuentes para la carta a
Heinrich Köselitz del 24 de noviembre de 1887 y para la dirigida a Franz Overbeck el 4 de julio
de 1887 y que aquí no se recogen). Sin embargo, sí se corrige (pp. 104 y 171) el reiterado error
de KGB III/7.2 donde se dejaba fuera SE de la lista de obras editadas por Schmeitzner (véase
nuestra reseña a este volumen, cit., p. 221, nota 9).
10
Como en el I/4, el II/7.2 y el II/7.3.
Antonio Morillas
Universidad de Barcelona
11
Para la influencia de estas lecturas en Nietzsche, véase, por ejemplo, además de las
numerosas y valiosas colaboraciones, sobre todo de Giuliano Campioni y Thomas H. Brobjer,
en la sección «Beiträge zur Quellenforschung» del Nietzsche-Studien, el artículo de éste último
«Nietzsche’s Reading and Private Library, 1885-1889 » publicado en Journal of the History of
Ideas, 58/4 (1997), 663-693.
12
La descripción de este proyecto, dirigido y supervisado por Luis de Santiago Guervós, se
encuentra en Estudios Nietzsche, 4 (2004), 241-242.
entre los meses de mayo y septiembre de 1885 con lo que tanto la interrelación,
como la coincidencia temática entre los distintos cuadernos que aquí se publican
y el de los transcritos en KGW IX 1-23, están más que aseguradas. Estos cinco
cuadernos se pueden describir de la siguiente forma:
W I 3 es un cuaderno (16x21) de 136 páginas, escritas de atrás hacia delante
y cuya fecha de redacción se sitúa entre los meses de mayo y julio de 1885, con
excepción hecha de las tres primeras páginas (en este caso últimas en lo que a
orden de escritura se refiere), en las que hay anotaciones fechadas a principios
de 1886. De este cuaderno, Colli-Montinari extrajeron los 84 fragmentos que
están bajo la rúbrica 35 y que se encuentran publicados en KGW VII/3 231-270
(= KSA XI 509-548), así como los NF 3[3-5], que corresponden a las anota-
ciones realizadas en 1886 y que fueron publicadas en KGW VIII/1 171-172
( = KSA XII 171-172).
W I 4 es la signatura asignada a las 54 páginas que constituyen la parte
conservada de un cuaderno (17x21’5) escritas de atrás hacia delante durante los
meses de junio y julio de 1885. De las anotaciones aquí realizadas por Nietzsche,
Colli-Montinari extrajeron los 60 fragmentos que constituyen la rúbrica 36 y
que fueron publicados en KGW VII/3 273-297 (= KSA XI 549-573). En este
cuaderno también se encuentra un fragmento del esbozo de una carta dirigida
a Helene Druskowitz, fechada a mediados de agosto de 1885 y que, a falta del
original, está publicado en KGB III/3 84.
W I 5 engloba las 48 páginas conservadas de un cuaderno (17x21’5) escrito
de atrás hacia delante y que está fechado entre los meses de agosto y septiembre
de 1885. De estas páginas Colli-Montinari extrajeron los 16 fragmentos que
forman la rúbrica 41 y que se publicaron en KGW VII/3 403-423 (= KSA XI
669-689).
W I 6 es un cuaderno (17x21’5) de 80 páginas, de las que las impares
contienen las notas redactadas por Louise Röder-Wiederhold4 al dictado de
Nietzsche y que el propio filósofo corrigió más tarde, introduciendo también
bastantes añadidos. De estas anotaciones, fechadas entre los meses de junio y
3
Véase el cuaderno N VII 1, de donde salen los fragmentos de la rúbrica 34 y que está fechado
entre abril y junio de 1885 y las pp. 173-194 del cuaderno N VII 2, que contiene anotaciones
fechadas entre agosto y septiembre de 1885 y de donde se extrajeron 21 de los 22 fragmentos
de la rúbrica 39. Este período lo completarían las anotaciones contenidas en los folios que se
encuentran en las carpetas Mp XVI 1, Mp XVI 2 y Mp XV 2, de donde se extraen los fragmentos
de la rúbrica 38, y que están fechadas entre junio y julio de 1885, así como las que se hallan en
los folios de Mp XVII 2, de donde Colli-Montinari extrajeron los fragmentos de la rúbrica 42,
anotaciones fechadas entre agosto y septiembre de 1885.
4
De la mano de esta mujer, amiga de Heinrich Köselitz [Peter Gast] y que estuvo con
Nietzsche en Sils-Maria desde el 8 de junio hasta el 6 de julio de 1885 leyéndole en voz alta y
escribiéndole al dictado, provienen también las anotaciones realizadas en la carpeta Mp XVI,
de donde salen los fragmentos publicados bajo la signatura 38 en KGW VII/3 323-346 (= KSA
XI 595-618).
5
Con ello se constata una vez más la íntima, y por otro lado evidente, sensata y lógica relación
existente entre las múltiples anotaciones realizadas por Nietzsche durante una misma época.
6
Aunque se añaden comentarios nuevos y se amplían otros con mayor información, hay que
decir también que algunos desaparecen y que, además, es fácilmente observable una notable
disminución, o en algunos casos eliminación, de las referencias a otros pasajes de Nietzsche.
APÉNDICE
7
Falta, por ejemplo, la referencia al Journal des Goncourt o a la mayoría de los clásicos
latinos que sí aparecían en el anterior Nachbericht.
8
Esta constituye la cuarta estancia de Nietzsche en Sils-Maria donde, a partir de 1881 y
hasta 1888 pasará todos los veranos (con excepción del año 1882). Por lo que a Venecia se
refiere, era la tercera primavera que pasaba en esa ciudad (las dos anteriores habían sido en los
años 1880 y 1884).
9
Véase Estudios Nietzsche, 4 (2004), 193-208.
Antonio Morillas
Universidad de Barcelona
Norte» (p. 172). Proponiendo así, una detenida lectura de los romanciers –como
definición histórica de una décadence– (pp. 217ss) los cuales brindan la posibilidad
de «analizar las costumbres y valorar las tendencias literarias como otros tantos
síntomas del estado de salud general de toda una cultura» (p. 268).
Campioni nos revela las fuentes a través de las cuales construye Nietzsche este
camino, procedentes de Burckhardt en primer lugar y, entre otras muchas fuentes
francesas, de las obras de Stendhal, Gebhart y Taine. Nos introduce en la apasio-
nada recepción nietzscheana de autores como Montaigne, La Rochefoucauld, La
Bruyère, Fontenelle y Voltaire, a la disección de un mundo en crisis llevada a cabo
especialmente desde los Essais de Paul Bourget, y por los autores-claves analizados
por éste como Flaubert, Renan, los Goncourt, etc.
De este modo, Nietzsche lleva hasta sus últimas consecuencias la investigación
antimetafísica, conjugando sus intenciones críticas con la filología, la fisiología y
la genealogía, viendo en Stendhal su émulo para enfrentarse a la ‘enfermedad de
la voluntad’ del hombre europeo, la nueva psicología francesa le brinda elementos
para liberarse de las connotaciones míticas del lenguaje: «La aproximación a la
estructura plural del yo, la construcción genealógica del sujeto y la búsqueda de ‘un
nuevo centro’ configuran ahora la dirección opuesta a tales mitos» (p. 284). Una
‘vivisección moral’ que al disolver el concepto mismo de individuo psicológico
obliga a cambiar la rigidez de los parámetros interpretativos tradicionales de corte
esencialistas, por una lectura que desde la psicología, la fisiología y la genealogía
nos descubre el carácter convencional-social de las valoraciones de aquellas plu-
ralidad de historias y organizaciones de que está compuesta la vida.
En contra de cualquier reduccionismo basado en la herencia de la ‘sangre’ o el
dominio de la ‘raza’, fenómenos ligados a la usura fisiológica, a una general impo-
tencia de vivir, Nietzsche encuentra en la naturaleza híbrida y caótica del hombre
moderno una potencial riqueza. El nacionalismo y la ideología se nos revelan como
expresiones de una impotencia frente a la gran ciudad, que nacidas de sus ‘ciénegas’
se lanzan a la feroz búsqueda de grandes ilusiones balsámicas (pp. 267ss).
Las experiencias decadentes como fenómenos de descomposición de un tipo
cualquiera de organismo animal, social, como aplazamiento de las posibilidades
del individuo, ligados estrechamente a la ciudad y la ciencia; nos señalan la fuga
romántica hacia el ideal, hacia el misticismo como expresión de una incapacidad
frente a la gran ciudad, y se esgrimen a la vez como prácticas desintegradoras de
los organismo totalizantes. Contraponiéndose a quienes condenan la decadencia
en nombre de ideales y valores establecidos, Nietzsche valorará en ella por el
contrario su carácter de Zwischenzustand (estado intermedio), como expresión de
una ‘crisis’ y una ‘enfermedad’ que se revelan como experimentum espontáneo de
la deformación patológica.
Nietzsche y el espíritu latino, un libro escrito bajo el único imperativo de com-
prender a Nietzsche, sin mitificar, ni pontificar.
Fernando J. Fava
Universidad de Málaga
Nietzsche, F., Fragmentos póstumos sobre política, tr. José E. Esteban Enguita,
Madrid: Trotta, 2004. 206 p.
Esteban Enguita, José Emilio, El joven Nietzsche. Política y tragedia, Madrid:
Biblioteca Nueva, 2004. 313 p.
La filosofía consiste, entre otras cosas, desde luego, en una peculiar actividad
de ‘diagnóstico’ referida al mundo contemporáneo y sus fenómenos propios. Un
diagnóstico encargado, por un lado, de localizar sus ‘males’ y, por otro lado, de
buscar su posible ‘curación’.
En sus dos últimos libros, Diego Sánchez Meca, moviéndose dentro de la
concepción de la filosofía que acabamos de señalar, ha acertado a poner sobre el
tapete, con rigor y versatilidad, la compleja y recurrente cuestión del ‘nihilismo’,
ese proceso ambivalente que afecta al conjunto del mundo en que habitamos, desde
la ciencia hasta el arte o la religión, pasando por la moral y la política2.
Poner el acento, a la hora de hacerse cargo a fondo de nuestra situación y sus
problemas, en el nihilismo como rasgo epocal significa, de un modo u otro, habér-
selas con Nietzsche pues fue él, con su proverbial perspicacia, el primero en haber
llamado la atención sobre los efectos de su ‘llegada’. Contando, de todas maneras,
con que ya el Romanticismo había alertado sobre las numerosas sombras que se
ciernen sobre el optimismo progresista de las ‘luces’ de la Ilustración3.
El nihilismo, tal y como lo explicita Nietzsche y nos recuerda con todo detalle
Diego Sánchez Meca, no es solamente una ‘doctrina’ sino, sobre todo, un proceso
histórico que poco a poco, como un virus, ha ido infectando enormes parcelas del
mundo moderno hasta dejar en ellas marcas indelebles4. Dicho en síntesis el nihi-
1
Reconocemos la gran generosidad intelectual del autor que, desplegando horizontes posibles
de lectura, nos participa de una extensa bibliografía recapitulada a través de años de investigación;
material que ahondando en diferentes perspectivas de investigación, señalan a su vez las posibles
extensiones de las mismas, como aquellos campos que aún quedan por abordar.
2
El nexo, no muy estudiado, entre nihilismo y política, es tratado principalmente en los
dos últimos capítulos de El nihilismo, titulados, respectivamente, ‘El fin de las teleologías
hegemónicas’ y ‘La desmitificación del poder’. El apartado ‘El Estado ‘monstruo’ y la esclerosis
de la política’ de Nietzsche. La experiencia dionisiáca del mundo contiene también interesantes
observaciones sobre el tema.
3
El capítulo segundo de la primera parte de El nihilismo indaga, a partir de la referencia a
Friedrich Schlegel, en esta dirección.
4
Puede leerse, a título de ejemplo, la enumeración de las páginas 377-378 de Nietzsche. La
experiencia dionisiáca del mundo.
lismo consiste en que los Valores Supremos –y el lugar que ocupan- sobre los que
se ha erigido la civilización occidental repentinamente, aunque como resultado de
un largo viaje, pierden todo su valor y dejan de actuar como pautas orientadoras
del conjunto de la cultura. Con la ‘muerte de Dios’, otra manera de expresar esto
mismo, los grandes ideales se desmoronan provocando la deriva y el desconcierto
que caracteriza a buena parte de los fenómenos contemporáneos (‘progresamos’
continuamente, pero sin saber hacia dónde etc)5.
Desde luego, como buen ‘médico’, Nietzsche no se limita a constatar una
enfermedad sino que busca, para empezar, qué es lo que la ha desencadenado.
Su ‘genealogía’ del nihilismo defiende que su origen se encuentra en las capas
profundas de nuestra cultura occidental: en la ‘metafísica’ (considerada, desde
luego, como algo más que una ‘doctrina’), en la conjunción del platonismo con
el cristianismo6. La tesis de Nietzsche puede parecer paradójica: lo que ha condu-
cido al nihilismo que va impregnando la era moderna ha sido la aspiración a una
Verdad, un Bien y una Belleza absolutos y trascendentes, únicos e inmutables; es
decir, a la ‘voluntad de Nada’ (a la ‘era del vacío’, por decirlo con Lipovetsky)
nos ha llevado la desmesurada ‘voluntad de Todo’, al escepticismo nihilista, a fin
de cuentas, hemos llegado desde el dogmatismo metafísico.
En este contexto, y con una minuciosidad poco habitual, Diego Sánchez Meca
a partir del hilo conductor del nexo indisoluble entre el ‘cuerpo’ y la ‘cultura’ ha
reconstruido, anudando una enorme cantidad de textos, lo que cabe llamar la ‘teoría
nietzscheana de la experiencia’. Gracias a este esfuerzo –nada pequeño, pues Nie-
tzsche se expresa a partir de unos recursos tomados de la fisiología, la psicología
y la filología que no ponen nada fácil el asunto de su encaje- los conceptos de lo
dionisiaco y lo apolíneo, del superhombre, de la voluntad de poder o del eterno
retorno etc. ganan una concreción ausente en otras exégesis del pensador alemán.
Y sin esa concreción mal se entendería en su raíz la explicación de Nietzsche de la
metafísica como fruto de una vida descendente, resentida, paralizada por el dolor
y atormentada por la culpa, incapaz de elevarse y crear ‘valores’ que expresen y
refuercen su propia vitalidad, incapaz de plasmar en el devenir la ‘eternidad’ sin
que éste, sin embargo, resulte en modo alguno negado o eliminado.
Pero no ha sido Nietzsche el único pensador relevante que ha intentado mirar
de frente al monstruo turbulento y feroz del nihilismo. En el siglo XX Martin Hei-
degger ha abordado, a su modo, y en la época de la Segunda Guerra Mundial, esté
5
Escribe el profesor Sánchez Meca: «En la cultura cristiana europea, el centro de gravedad
lo constituía la idea de Dios, fundamento último del idealismo metafísico y moral y de todas las
interpretaciones, creencias, valores y creaciones que daban contenido a esa cultura. De ahí que,
cuando ese Dios ‘muere’, es decir, cuando pierde su vigencia y credibilidad por el efecto corrosivo
del escepticismo por el que esta cultura ha descubierto ella misma su intrínseco nihilismo,
la reacción generalizada sea la de una gran conmoción y un sentimiento de desorientación»,
Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo, p. 295.
6
Ver, por ejemplo, pg. 104 de El nihilismo, o, también, pp. 94 y 232 de Nietzsche. La
experiencia dionisiáca del mundo.
7
Ver el capítulo cuarto de El nihilismo. Por otro lado en el capítulo séptimo de Nietzsche.
La experiencia dionisiáca del mundo se discute la controvertida lectura que Heidegger ha
desarrollado del pensamiento nietzscheano. ¿Es acertada la consideración de Nietzsche como
el que ha llevado a consumación la moderna metafísica del sujeto?
8
Es de enorme interés la exposición del pensamiento ‘naturalista’ de Goethe que encontramos
en el capítulo primero de El nihilismo. El sabio alemán se enfrentó enérgicamente a la concepción
‘mecanicista’ de la Naturaleza propia de la física newtoniana, es decir, a una concepción que
encaja a la perfección con la tecnociencia y sus sueños de dominio y previsión de todos sus
fenómenos presuntamente encadenados por férreas secuencias de causas y efectos.
9
Ver por ejemplo la página 191 de El nihilismo.
10
Es lo que se explica, por ejemplo, en la p. 366 de Nietzsche. La experiencia dionisiáca
del mundo.
11
El estudio del Romanticismo se encuentra en la primera parte de El nihilismo; por otro
lado toda la amplia indagación, en la primera parte de Nietzsche. La experiencia dionisíaca del
mundo, del ajuste de cuentas de Nietzsche con sus inspiradores juveniles Wagner y Schopenhauer
no deja de ser una recusación del Romanticismo. La discusión, desde esta perspectiva, con el
Existencialismo está planteada en el capítulo quinto de El nihilismo, concretado en las figuras
de Kierkegaard, Berdiaiev y Camus.
12
Sobre esto resulta de interés el artículo que Diego Sánchez Meca publicó en Anales
del Seminario de Metafísica, nº 26, 1992, titulado «La crítica hermenéutica al fundacionismo
moderno».
13
Ver, por ejemplo, las páginas 129, 143, 168, 256-258 en Nietzsche. La experiencia
dionisiáca del mundo.
14
Ver, por ejemplo, la p. 333 de Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo.
SIGLAS
Libros de Nietzsche
sigla sigla
española título español título original alemán alemana
AC El Anticristo Der Antichrist AC
A Aurora Morgenröthe M
CI Crepúsculo de los ídolos Götzen-Dämmerung GD
CIT Consideraciones intempestivas Unzeitgemässe Betrachtungen UB
CS El caminante y su sombra Der Wanderer und sein Schatten WS
DD Ditirambos de Dioniso Dionysos-Dithyramben DD
DS D. Strauss, el confesor y el escritor D. Strauss, der Bekenner und der DS
Schriftsteller
EH Ecce homo Ecce homo EH
FTG La filosofía en la época trágica de Die Philosophie im tragischen Zeital- PHG
los griegos ter der Griechen
FP Fragmentos póstumos Nachgelassene Fragmente NF
GC La gaya ciencia Die fröhliche Wissenschaft FW
GM La genealogía de la moral Zur Genealogie der Moral GM
HH Humano, demasiado humano (I o II) Menschliches, Allzumenschliches (I MA
o II)
MBM Más allá del bien y del mal Jenseits von Gut und Böse JGB
NT El nacimiento de la tragedia Die Geburt der Tragödie GT
NW Nietzsche contra Wagner Nietzsche contra Wagner NW
OSD Opiniones y sentencias diversas Vermischte Meinungen und Sprüche VM
SE Schopenhauer como educador Schopenhauer als Erzieher SE
UPH Sobre la utilidad y el perjuicio de la Vom Nutzen und Nachtheil der Histo- HL
historia para la vida rie für das Leben
VM Sobre verdad y mentira en sentido Über Wahrheit und Lüge im ausser- WL
extramoral moralischen Sinne
VP La voluntad de poder Der Wille zur Macht WM
CW El caso Wagner Der Fall Wagner WA
WB R. Wagner en Bayreuth R. Wagner en Bayreuth WB
Za Así habló Zaratustra Also sprach Zarathustra Za
colaboradores
resúmenes – abstracts
A través de una lectura atenta de las obras nietzscheanas, se deduce que la furibunda
crítica de Nietzsche contra el romanticismo va dirigida a una forma suya muy especí-
fica: la que adoptó en la segunda mitad del siglo XIX, cuyo paradigma es Wagner y su
arte. Por tanto, el primer romanticismo alemán no se ve afectado por esta crítica; todo
lo contrario, Nietzsche comparte y absorbe temáticas y planteamientos suyos, como
la cuestión del ‘retorno a la naturaleza’. También en la primera escuela romántica la
naturaleza adquiere un sentido muy distinto al que había tenido en Rousseau, que
preludia numerosas de las ideas nietzscheanas.
Palabras claves: naturaleza, romanticismo, lenguaje.
Through an attentive reading of the nietzschean works, the author deduced that the
furious criticism of Nietzsche against the romanticism is directed to a very specific
form: the one adopted in the second half of the XIX century, whose paradigm is Wagner
and its art. Therefore, the first German romanticism is not affected by this critic; just
Estudios Nietzsche, 5 (2005), ISSN: 1578-6676, pp. 227-230
228 resúmenes - abstracts
the opposite, Nietzsche shares and absorbs his thematic and his positions, as the ques-
tion of the ‘return to the nature’. Also in the first romantic school the nature acquires
a sense very different to the one that had had in Rousseau; it anticipates numerous
Nietzsche’s ideas.
Keywords: nature, romanticism, language.
Behler, Ernst
«La teoría del lenguaje del primer Romanticismo alemán y su repercusión en
Nietzsche y Foucault»
Estudios Nietzsche, 5 (2005), pp. 67-86
En palabras de su autor, este artículo procura, de una manera cordial con Foucault,
rellenar un vacío dejado en Las palabras y las cosas. En concreto, Ernst Behler recu-
pera aquí la importancia que el pensador francés le diera al lenguaje en su obra como
síntoma privilegiado del tránsito entre Ilustración y Romanticismo, para así investigar
más a fondo sus implicaciones en la teoría lingüística del primer Romanticismo alemán
y la filosofía de Nietzsche.
Palabras clave: lenguaje, Ilustración.
In its author’s own words, this paper is a cordial attempt to fill a void left by Foucault
in The Order of Things. More specifically, Ernst Behler assumes here the importance
the French author gave in his main work to the language as a privileged symptom
of the transition from Enlightenment to Romanticism, in order to investigate more
deeply its implications in the linguistic theory of early German Romanticism and the
philosophy of Nietzsche.
Keywords: language, Enlightenment.
En este estudio tratamos de analizar las relaciones que entabla la filosofía de Nietzsche
con la corriente del clasicismo y el modo en que se posiciona frente al idealismo alemán,
recorriendo tres aspectos: 1) ético, 2) estético, y 3) filosófico. Una propuesta filosófica que
gira en torno a las nociones de perspectiva y metáfora. La multiplicidad de perspectivas
no ha de ser interpretada como nihilismo moral, sino como una multiplicidad de modos
de abordar la vida. La vida debería ser interpretada como un texto literario.
Palabras clave: alcionismo, perspectivismo, clasicismo, idealismo alemán, nihilismo,
metáfora, arquetipo.
We analyze Nietzche’s philosophy with classicism focusing and how this philosophy
presents a different way to German Idealism, in three stages: 1) ethic, 2) esthetic, and 3)
philosophic. A philosophical suggestion that evolved around perspective and metaphor
notions. The multiplicity in perspectives ought not to be interpreted as a moral nihilism,
but as a manifold of approaches to life. Life ought to be interpreted as a literay text.
For Kant the field of the reason is abysmal, even groundless. Later on in the ro-
manticism, the abyss is the environment to which we should descend to preserve us
of the night of the gods (romantic metaphor to speak of the modernity). Because well,
for Nietzsche it only is not enough the descent to the abyss, but the ascent. For this
rehearsal, the whole critic to the modernity and its pretense of to last foundation, from
Kant until Gadamer and Heidegger constitutes a to deepen in the abyss, the one which
the modernity an and another cheats it there is tried to it ignores.
Keywords: abyss, fundament, gods.
Se pretende relacionar la filosofía del joven Friedrich Schlegel, tomando como hilo
conductor la idea del eterno retorno. Así, se expone brevemente la filosofía de Schlegel y
la importancia que en ella tiene el intento de hacer una obra de arte total (eterno retorno
de lo diferente). Posteriormente, se analiza el papel fundamental que desempeña la idea
de eterno retorno de lo idéntico en el desarrollo de un nihilismo completo en la filosofía
de Nietzsche. Así mismo, se insiste en la conexión de las propuestas de los dos filósofos.
Y, finalmente, se sugieren los cambios necesarios que hay que realizar para emprender
la tarea de un mayor acercamiento al mundo convertido en fábula.
Palabras claves: Ironía, tiempo, eterno retorno, nihilismo.
The reason is composed of concepts and operation rules, and the concepts are
configurations and synthesis, because gather in a unit, under certain points of view,
the plurality of the sensitive reality. This meeting of the plurality in the unit (in a valid
concept for classes of objects or contexts) is a productive activity, a fiction or invention
of the imagination. The most ancient program of the German Idealism says that the
reason is a product of the imagination. And Nietzsche will develop this idea in his early
study On truth and lie in extramoral sense. Anyway, the similarities and differences
with the romanticism and idealism should be very carefully analyzed.
Keywords: concepts, plurality, imagination.
NÚMEROS ANTERIORES
SUMARIOS
ESTUDIOS
Remedios Ávila Crespo
De la muerte de Dios al superhombre. El sufrimiento y la risa en el «Zaratustra» de
Nietzsche
Giuliano Campioni
«Todo enfermo es un canalla...»: Enfermedad y espíritu libre en las cartas de Nietzsche
de 1875 a 1879
Jesús Conill
Nietzsche y Ortega
Mónica B. Cragnolini
Para una ‘melancología’ de la alteridad: Diseminaciones derridianas en el pensamiento
nietzscheano
Johann Figl
Edición de los escritos de juventud de Nietzsche. Las primeras notas de los fragmentos
póstumos del filósofo. Un informe sobre su investigación
Marco Parmeggiani
¿Para qué filología? Significación filosófica de la edición Colli-Montinari de la obra
de Nietzsche
Lizbeth Sagols
La Gran política y el don a la Humanidad
Diego Sánchez Meca
El adversario interior
Luis E. de Santiago Guervós
La risa y el
‘consuelo intramundano’: El arte de trascenderse y superarse en Nietzsche
Eugenio Trías
Un inmenso filósofo platónico
Juan Luis Vermal
¿Quién es el Nietzsche de Heidegger?
INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Novedades bibliográficas
Nietzsche: Cosecha del centenario
Revistas: Números monográficos sobre Nietzsche
La Weimarer Nietzsche-Bibliographie
Selección bibliográfica temática: El problema del conocimiento en Nietzsche
NOTICIAS
Centenario de la muerte de Nietzsche
Informe sobre el Coloquio de Niza: proyecto del HyperNietzsche
La Sociedad Española de Estudios sobre F. Nietzsche‘(SEDEN)
La nueva Sociedad Iberoamericana Nietzsche
Nietzsche y la música
La estética musical formalista de «Humano demasiado humano»
Éric Dufour
Música absoluta y ‘Wort-Ton-Drama’ en el pensamiento de Nietzsche
Enrico Fubini
Nietzsche y Brahms
Joan B. Llinares
Música de hoy para un pensar por venir. Nietzsche y la música del último siglo: una
aproximación
José Luis López López
Nietzsche: esculpiendo los sonidos de la aurora
Carmen Pardo Salgado
El anillo roto
Miguel Ángel Ramos
La musa de Nietzsche
Paulina Rivero Weber
Informe bibliográfico sobre «Nietzsche y la música»
Estudios libres
Nietzsche: la obra hecha y la obra todavía por hacer
Scarlett Marton
Nietzsche y la escritura
José Luis Puertas
La soledad enamorada
María Zambrano
información bibliográfica
Novedades bibliográficas
Revistas sobre Nietzsche
Conclusión de la Weimarer Nietzsche-Bibliographie 1867-1998
noticias
Agon Grupo de Estudios Nietzscheanos
Curso «De la ciudad, los poetas, los dioses: el otro Nietzsche»
Nueva grabación de las composiciones musicales de Nietzsche
Centro Interdepartamental «Colli-Montinari»
Nietzsche y Schopenhauer
Voluntad de vivir o voluntad de poder: Un episodio del debate de Nietzsche con Scho-
penhauer (1885-1889)
Sandro Barbera
Contra Kant y Schopenhauer. La afirmación nietzscheana
Éric Blondel
El concepto de ilusión en Schopenhauer y Nietzsche
Marco Parmeggiani
Del cuerpo al mundo. Una línea de continuidad de Schopenhauer a Nietzsche
Mariano Rodríguez González
La moral de la compasión y la genealogía necesaria
Encarnación Ruiz Callejón
Informe bibliográfico
Luis E. De Santiago Guervós
ESTUDIOS LIBRES
El drama de Zaratustra
Hans-Georg Gadamer
El Nietzsche de Zambrano
María Luisa Maillard
Los frágiles cimientos del presente. La genealogía nietzscheana y la verdad de la
historia
José Manuel Romero Cuevas
información bibliográfica
Novedades bibliográficas
Revistas monográficas sobre Nietzsche
Biblioteca personal de Nietzsche
Nuevo comentario crítico al epistolario
Nuevo comentario crítico a las obras
noticias
Actualidad y recepción de la filosofía de Nietzsche en Brasil
Proyecto de edición íntegra en español de los fragmentos póstumos
Diccionario sobre Nietzsche
nietzsche y EL LENGUAJE
Música y palabras en Nietzsche:
Sobre la cuestión de la ciencia, el estilo y la música de la tragedia griega antigua
Babette E. Babich
La poetización nietzscheana del lenguaje y del pensamiento
Jesús Conill
Retórica, metáfora y concepto en Nietzsche
Cirilo Flórez Domínguez
La discriminación. Lenguaje, percepción y música a partir de Nietzsche
Enrique Lynch
Procesos semánticos en los textos filosóficos de Nietzsche y su función filosófica:
Algunos resultados de la investigación sobre el «Diccionario-Nietzsche»
Gerd Schank, Herman Siemens y Paul van Tongeren
«En lucha con el lenguaje». De Wittgenstein a Nietzsche
Vincenzo Vitiello
Informe bibliográfico
Luis E. De Santiago Guervós
ESTUDIOS LIBRES
Nietzsche y la filosofía en México
Paulina Rivero Weber
La ausencia presente de Nietzsche en Ser y tiempo. Proximidad entre el concepto
nietzscheano ‘interpretación’ y el heideggeriano ‘comprensión’
Manuel Torres Vizcaya
INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Novedades Bibliográficas
Revistas monográficas sobre Nietzsche
Concordancias La voluntad de poder – Edición Colli-Montinari
NOTICIAS
Apuntes póstumos: primavera 1868 – otoño 1869
Comentario crítico al epistolario: enero 1885 – diciembre 1886
Léxico de contemporáneos de Nietzsche
Coloquio de Treilles: Filosofía de la Aurora
Encuentro sobre Heidegger y Nietzsche
RECENSIONES CRÍTICAS
F. Nietzsche, L’Anticrist. Maledicció sobre el cristianisme, (J.B. Llinres)
L.E. De Santiago Guervós, Arte y poder. Aproximación a la estética de Nietzsche
(L. Puelles)
P. Rivero Weber, Nietzsche, verdad e ilusión. Sobre el concepto de verdad en el joven
Nietzsche (G. Rivara Kamaji)
E. Ruiz Callejón, Nietzsche y la filosofía práctica. La moral aristocrática como bús-
queda de la salud (L.E. De Santiago Guervós)
E. Severino, L’anello del ritorno (F. Morató)
Próximos Números
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