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Capítulo ocho - Karma

Con este capítulo empezamos nuestra consideración de dos conceptos relacionados comunes en el
Budismo: el karma y el renacimiento. Estos conceptos están íntimamente relacionados, pero debido a
que el tema es amplio, pretendo dedicarle dos capítulos -este y el siguiente.

Hemos aprendido que los factores que nos mantienen prisioneros en samsara son las aflicciones:
ignorancia, apego y aversión. Discutimos esto cuando consideramos la segunda noble verdad, la verdad
de la causa del sufrimiento (ver capítulos 4 y 7). Las aflicciones son algo que todo ser vivo del mundo
tiene en común con todo otro ser vivo, tanto humano, animal o ser que more en los reinos que no
podemos percibir normalmente. Todos los seres vivos son iguales en tanto en cuanto están sometidos a
las aflicciones, si bien hay muchas diferencias entre los seres vivos con los que todos estamos
familiarizados. Por ejemplo, algunos de nosotros somos ricos, mientras que otros son pobres, algunos
son fuertes y sanos, mientras que otros son débiles y enfermizos, etc. Hay muchas diferencias entre los
seres humanos, y hay aún mayores diferencias entre seres humanos y animales. Estas diferencias son el
resultado del karma. La ignorancia, el apego y la aversión son comunes a todos los seres vivos, pero las
circunstancias particulares en las que se encuentra cada ser vivo son los efectos de su karma particular,
que condiciona su condición concreta.

El karma explica por qué algunos seres vivos son afortunados mientras que otros son menos
afortunados, por qué algunos son felices mientras que otros son infelices. El Buda afirmó claramente
que el karma explica las diferencias entre los seres vivos. Podríamos también recordar que parte de la

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experiencia del Buda la noche de su Iluminación consistió en lograr comprender cómo el karma
determina el renacimiento de los seres -cómo los seres vivos migran de condiciones felices a infelices y
viceversa como consecuencia de su karma particular. Por lo tanto, es el karma lo que explica las
diferentes circunstancias en las que se encuentran los seres vivos individuales.

Habiendo dicho todo esto sobre la función del karma, veamos con más detenimiento lo que es el karma
en realidad: en otras palabras, definámoslo. Quizá podamos empezar por decidir lo que no es karma. La
gente a menudo malinterpreta el significado del karma. Esto es especialmente cierto en el uso cotidiano,
casual, del término. A menudo encontramos gente hablando resignadamente sobre una situación
particular y haciendo uso de la idea del karma para conformarse con ella. Cuando la gente piensa en el
karma de esta forma, se convierte en un vehículo de escape y asume la mayoría de las características de
una creencia en la predestinación o destino. Pero este no es con toda certeza el significado correcto de
karma. Quizá esta malinterpretación sea el resultado de la idea de destino que es común en muchas
culturas. Quizá se deba a esta creencia popular que el concepto de karma se confunda a menudo con la
noción de predestinación y se vea oscurecido por esta. Pero el karma no es ciertamente destino o
predestinación.

Si el karma no es destino o predestinación ¿qué es? Veamos el significado del propio término. Karma
significa "acción," es decir, el acto de hacer esto o aquello. Inmediatamente, tenemos una clara
indicación de que el verdadero significado del karma no es destino; más bien, el karma es acción y,
como tal, es dinámico. Pero el karma es más que sólo acción porque no es acción mecánica, ni es acción
inconsciente o involuntaria. Por el contrario, el karma es acción intencional, consciente, deliberada,
motivada por la voluntad. ¿Cómo puede esta acción intencional condicionar nuestra situación para
mejor o para peor? Puede hacerlo debido a que cada acción debe tener una reacción, o un efecto. Esta
verdad fue enunciada con respecto al universo físico por el gran físico clásico Newton, quien formuló la
ley científica de que cada acción debe tener una reacción igual y opuesta. En el ámbito de la acción
intencional y la responsabilidad moral, hay una contrapartida a esta ley de acción y reacción que
gobierna sucesos del universo físico -es decir, la ley de que toda acción intencional debe tener su efecto.
Por este motivo, los budistas hablan a menudo de acción intencional y la maduración de sus
consecuencias o acción intencional y su efecto. Así, cuando queremos hablar sobre acción intencional
junto con la maduración de sus consecuencias, o efectos, usamos la frase "la ley del karma."

En el nivel más fundamental, la ley del karma enseña que tipos concretos de acciones conducen
inevitablemente a resultados similares o apropiados. Tomemos un ejemplo sencillo para ilustrar este
punto. Si plantamos la semilla de un mango, el árbol que crecerá como resultado será un mango, que
con el tiempo dará mangos. Por otro lado, si plantamos una semilla de granado, el árbol que crecerá
como consecuencia será un granado, y su fruto serán las granadas. "Tal como siembres, recogerás":
según la naturaleza de nuestras acciones obtendremos el fruto correspondiente. Del mismo modo, según
la ley del karma, si realizamos una acción saludable, más pronto o más tarde obtendremos un fruto, o
resultado, saludable, y si realizamos una acción no saludable, obtendremos inevitablemente un resultado
no saludable o no deseado. Esto es lo que queremos decir cuando decimos, en Budismo, que causas
concretas producen efectos concretos que son similares en naturaleza a las causas. Esto se volverá
perfectamente claro cuando consideremos ejemplos específicos de acciones saludables y no saludables y
sus efectos correspondientes.

De esta breve introducción general puede entenderse que el karma puede ser de dos tipos: karma bueno
o saludable y karma malo o no saludable. Para evitar confundir estos términos, puede ser de utilidad ver
las palabras originales utilizadas para referirse al denominado buen y mal karma -o sea, kushala y
akushala, respectivamente. Para entender cómo se utilizan estas palabras es necesario saber sus
verdaderos significados: kushala significa "inteligente" o "hábil," mientras que akushala significa "no

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inteligente" o "no hábil." Sabiendo esto, podemos ver que estos términos se utilizan en el Budismo no
en el sentido de bueno y malo, sino en el sentido de inteligente y no inteligente, hábil y no hábil,
saludable y no saludable. ¿De qué forma son saludables y no saludables las acciones? Las acciones son
saludables en el sentido de que son beneficiosas para uno mismo y los demás, y por lo tanto motivadas
no por la ignorancia, el apego y la aversión, sino por la sabiduría, la renuncia o desapego y el amor y la
compasión. ¿Cómo podemos saber que una acción saludable producirá felicidad y una acción no
saludable infelicidad? La respuesta corta es que el tiempo lo dirá. El propio Buda explicó que, en tanto
en cuanto una acción no saludable no produce su fruto de sufrimiento, un insensato considerará buena
esa acción, pero cuando produzca su fruto de sufrimiento, entonces se dará cuenta de que el acto fue no
saludable. Del mismo modo, en tanto en cuanto una acción saludable no produce felicidad, un insensato
puede pensar que fue no saludable, sólo cuando produzca felicidad se dará cuenta de que el acto fue
bueno. Así pues, tenemos que juzgar las acciones saludables y no saludables desde el punto de vista de
sus efectos a largo plazo. Simplemente, más pronto o más tarde las acciones saludables darán como
resultado felicidad para uno mismo y los demás, mientras que las acciones no saludables darán como
resultado sufrimiento para uno mismo y los demás.

En particular, las acciones no saludables que se han de evitar están relacionadas con las denominadas
tres puertas de acción -o sea, cuerpo, palabra y mente. Hay tres acciones no saludables del cuerpo,
cuatro de la palabra y tres de la mente. Las tres acciones no saludables del cuerpo son (1) matar, (2)
robar y (3) conducta sexual incorrecta; las cuatro acciones no saludables de la palabra son (4) mentir, (5)
decir groserías, (6) calumniar y (7) charlatanear; y las tres acciones no saludables de la mente son (8) la
avaricia, (9) el enfado y (10) mantener opiniones erróneas. Evitando estas diez acciones no saludables
podemos evitar sus consecuencias.

El fruto general de estas acciones no saludables es el sufrimiento, que puede, no obstante, asumir
diferentes formas. El fruto completamente maduro de las acciones no saludables es el renacimiento en
los reinos inferiores, o reinos de aflicción -los reinos infernales, el reino de los espíritus hambrientos y
el reino de los animales. Si el peso de las acciones no saludables no es suficiente para resultar en
renacimiento en los reinos inferiores, entonces resulta en infelicidad incluso aunque nazcamos como
humanos.

Aquí podemos ver en funcionamiento el principio mencionado anteriormente -el de una causa dando
como resultado un efecto correspondiente o apropiado. Por ejemplo, si realizamos habitualmente
acciones motivadas por mala voluntad y odio, como quitarle la vida a los demás, esto resultará en
renacimiento en los infiernos, donde seremos repetidamente torturados y matados. Si la acción no
saludable de matar otros seres vivos no es habitual y repetida, entonces tal acción resultará en una vida
más corta, incluso aunque nazcamos como seres humanos. Aparte de esto, acciones de este tipo pueden
resultar en separación de los seres queridos, miedo o incluso paranoia. En este caso, además, podemos
ver claramente cómo el efecto es similar en naturaleza a la causa. Matar acorta la vida de los que son
matados, privándoles de sus seres queridos y demás, por lo que si nos aficionamos a matar, es probable
que experimentemos estos mismos efectos. De igual forma, robar motivado por las aflicciones del apego
y la avaricia puede conducir al renacimiento como espíritu hambriento, donde nos veremos
completamente privados de las cosas que queremos e incluso se nos negarán cosas básicas como comida
o cobijo. E incluso si robar no resulta en renacer como espíritu hambriento, resultará en pobreza,
dependencia de otros para nuestra subsistencia, etc. La conducta sexual errónea, por su parte, resultará
en problemas matrimoniales.

Así, las acciones no saludables producen resultados no saludables en forma de diferentes variedades de
sufrimiento, mientras que las acciones saludables resultan en efectos saludables, o felicidad. Podemos
interpretar las acciones saludables de dos formas, negativa y positiva: podemos considerar las acciones

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saludables como las que simplemente evitan las no saludables (matar, robar, conducta sexual errónea,
etc.) o podemos pensar en las acciones saludables en términos de generosidad, autocontrol, meditación,
reverencia, servicio a los demás, transferencia de mérito, regocijo en el mérito de los demás, escuchar el
Darma, enseñar el Darma y corrección de nuestros puntos de vista erróneos. Aquí, de nuevo, los efectos
de las acciones son similares a sus causas. Por ejemplo, la generosidad resulta en riqueza, escuchar el
Darma resulta en sabiduría, y así. Las acciones saludables tienen efectos que son similares en naturaleza
a sus causas -en este caso, saludables, o beneficiosas- al igual que las acciones no saludables tienen
efectos que no son saludables, como las propias acciones.

El karma, tanto saludable como no saludable, se modifica por las condiciones bajo las que se acumula.
En otras palabras, una acción saludable o no saludable puede ser más o menos pesada dependiendo de
las condiciones con las que se realiza. Las condiciones que determinan el peso o fuerza del karma se
pueden dividir en las que se refieren al sujeto, o el que hace la acción, y las que se refieren al objeto, o
ser hacia el que se dirige la acción. De aquí que las condiciones que determinan el peso del karma se
refieren tanto al sujeto como al objeto de las acciones.

Si tomamos el ejemplo de matar, deben estar presentes cinco condiciones para que la acción tenga
auténtica y completa fuerza: (a) un ser vivo, (b) consciencia de la existencia de un ser vivo, (c) la
intención de matar al ser vivo, (d) el esfuerzo o acción de matar al ser vivo y (e) la consiguiente muerte
del ser vivo. Aquí podemos ver las condiciones que se refieren tanto al sujeto como al objeto de la
acción de matar: las condiciones subjetivas son la consciencia de la existencia de un ser vivo, la
intención de matar y la acción de matar un ser vivo, mientras que las condiciones objetivas son la
presencia de un ser vivo y la consiguiente muerte de ese ser vivo.

De igual forma, hay otras cinco condiciones que modifican el peso del karma: (i) persistencia o
repetición, (ii) intención premeditada, (iii) ausencia de remordimiento, (iv) cualidad y (v)
endeudamiento. De nuevo, las cinco se pueden dividir en las categorías subjetiva y objetiva. Las
condiciones subjetivas son acciones hechas con persistencia, acciones hechas con intención premeditada
y determinación y acciones hechas sin remordimiento o duda. Si se realiza una acción no saludable una
y otra vez, con intención premeditada y sin remordimiento o duda, el peso de esa acción aumentará.

Las condiciones objetivas son la cualidad del objeto -esto es, el ser vivo hacia el que se dirige la acción-
y el endeudamiento, o la naturaleza de la relación que existe entre el objeto de la acción y el sujeto. En
otras palabras, si realizamos una acción saludable o no saludable hacia un ser vivo de cualidades
extraordinarias, como un arhat o el Buda, la acción saludable o no saludable tendrá un mayor peso.
Finalmente, la fuerza de las acciones saludables y no saludables es mayor cuando se hacen hacia
aquellos con quienes estamos en deuda, como nuestros padres, maestros y amigos que nos han
beneficiado en el pasado.

Las condiciones subjetivas y objetivas, tomadas en su conjunto, determinan el peso del karma. Esto es
importante, porque saber esto nos ayudará a recordar que el karma no es simplemente un asunto de
blanco y negro o de bueno y malo. El karma es, por supuesto, acción intencional y responsabilidad
moral, pero el funcionamiento de la ley del karma tiene un equilibrio muy fino, de forma que se
correspondan de forma justa y natural el efecto con la causa. Tiene en cuenta todas las condiciones
subjetivas y objetivas que influyen en la naturaleza precisa de una acción. Esto asegura que los efectos
de una acción sean similares e iguales a la causa.

Los efectos del karma pueden hacerse muy evidentes tanto a corto plazo como a largo plazo.
Tradicionalmente, el karma se divide en tres categorías determinadas por la cantidad de tiempo
necesaria para que se manifiesten sus efectos: en esta misma vida, en la próxima vida o sólo tras muchas

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vidas. Cuando los efectos del karma se manifiestan en esta vida, es posible verlos en un espacio de
tiempo relativamente corto. Los efectos de este tipo de karma los puede contemplar fácil y directamente
cualquiera de nosotros. Por ejemplo, cuando una persona se niega a estudiar, abusa del alcohol o de las
drogas o empieza a robar para mantener sus hábitos perjudiciales, los efectos son evidentes en un corto
espacio de tiempo. Se manifiestan en la pérdida de su sustento y amigos, en mala salud, etc.

Aunque nosotros mismos no podemos ver los efectos a medio y largo plazo del karma, el Buda y sus
discípulos prominentes, que habían desarrollado su mente mediante la práctica de la meditación, podían
percibirlos. Por ejemplo, cuando Mogallana fue atacado por bandidos y llegó ante el Buda chorreando
sangre, el Buda pudo ver que el hecho se debía al efecto del karma que Mogallana había acumulado en
una vida previa. Entonces, al parecer, había llevado a sus ancianos padres a un bosque y, habiéndolos
golpeado hasta matarlos, informó de que los habían matado los bandidos. El efecto de esta acción no
saludable, hecha muchas vidas antes, se manifestó sólo en esta vida como Mogallana.

En el momento de la muerte tenemos que dejarlo todo detrás -nuestras propiedades e incluso nuestros
seres queridos- sin embargo nuestro karma nos seguirá como una sombra. El Buda dijo que en ninguna
parte del cielo o de la tierra podemos escapar a nuestro karma. Cuando las condiciones estén presentes,
dependiendo de la mente y el cuerpo, los efectos del karma se manifestarán, al igual que, dependiendo
de las condiciones apropiadas, aparecerá un mango de un árbol de mango. Podemos ver que, hasta en el
mundo natural, a ciertos efectos les lleva más tiempo aparecer que a otros. Si plantamos semillas de
sandía obtenemos el fruto en un periodo más corto que si plantamos semillas de nogal. Del mismo
modo, los efectos del karma se manifiestan o bien a corto plazo o de medio a largo plazo, dependiendo
de la naturaleza de la acción.

Además de las dos variedades principales de karma, saludable y no saludable, deberíamos mencionar el
karma neutro o inefectivo. El karma neutro es una acción que no tiene consecuencias morales, bien
porque la misma naturaleza de la acción es tal que no tiene significación moral, o porque la acción se
hizo involuntaria e inintencionadamente. Ejemplos de esta variedad de karma incluyen caminar, comer,
dormir, respirar, hacer artesanía, etc. De igual manera, las acciones hechas inintencionadamente
constituyen un karma inefectivo, porque falta el elemento volitivo de primera importancia. Por ejemplo,
si se pisa un insecto siendo completamente inconsciente de su existencia, tal acto se considera karma
neutro o inefectivo.

Los beneficios de comprender la ley del karma son obvios. En primer lugar, tal comprensión nos
disuade de realizar acciones no saludables que tienen el sufrimiento como su fruto inevitable. Una vez
que comprendemos que, durante toda nuestra vida, todos y cada uno de nuestros actos deliberados
producen una reacción similar e igual -una vez que comprendemos que más pronto o más tarde
tendremos que experimentar los efectos de nuestras acciones, saludables o no saludables- nos
abstendremos del comportamiento no saludable porque no desearemos experimentar los dolorosos
resultados de tales acciones. De igual forma, sabiendo que las acciones saludables tienen a la felicidad
como fruto, haremos cuanto podamos para cultivar tales acciones saludables.

Reflexionar sobre la ley del karma, de la acción y la reacción en el ámbito de la actividad de la


consciencia, nos anima a abandonar las acciones no saludables y a practicar las saludables. En el
próximo capítulo veremos más detenidamente los efectos específicos del karma en las vidas futuras y en
cómo condiciona y determina exactamente la naturaleza del renacimiento.

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Capítulo nueve - Renacimiento

En este capítulo veré los efectos del karma en la vida siguiente o, por decirlo de otra manera,
desarrollaré la idea de renacimiento. Pero antes de que empecemos a hablar específicamente sobre la
enseñanza del Buda sobre renacimiento haríamos bien en dedicar algo de tiempo al concepto de
renacimiento en general.

El renacimiento es un concepto con el que muchas personas tienen dificultad. Esto ha sido
especialmente cierto durante el siglo pasado o así, cuando nos hemos visto cada vez más condicionados
a pensar en lo que se consideran términos científicos, es decir, términos que muchas personas
consideran ingenuamente como científicos. Esta actitud ha hecho que muchas personas descarten la idea
de renacimiento porque piensan que huele a superstición y pertenece a una forma anticuada y pasada de
moda de considerar el mundo. Por este motivo, creo que tenemos que reestablecer el equilibrio creando
un grado de apertura mental hacia el concepto de renacimiento en términos generales antes de empezar a
considerar la enseñanza budista sobre el tema.

Hay una serie de enfoques que podemos adoptar al intentar dar razones para la realidad del
renacimiento. Una línea argumental es recordar que en casi todas las principales culturas del mundo ha
habido en uno u otro momento una fuerte creencia popular en el renacimiento. Esto es particularmente
cierto en la India, donde se le puede seguir la pista a la idea hasta el primer periodo mismo de la
civilización india. En la India, todas las religiones principales -teístas o ateas, escuelas del Hinduísmo o
doctrinas no ortodoxas como el Jainismo- aceptan la verdad del renacimiento. También en otras culturas
ha sido común la creencia en el renacimiento. Por poner un ejemplo, en el mundo mediterráneo la
creencia en la realidad del renacimiento estaba muy extendida antes de los primeros siglos de la era
común y durante ellos. Incluso hoy, persiste entre los drusos, una secta del Islam de Oriente Medio. Por
consiguiente, la creencia en la realidad del renacimiento ha sido una parte importante de la forma
humana de pensar sobre el mundo y de nuestro lugar en él.

Luego está el testimonio de autoridades reconocidas que pertenecen a diferentes tradiciones religiosas.
En el Budismo, fue el propio Buda quien enseñó la verdad del renacimiento. Se cuenta que, la noche de
su Iluminación, el Buda consiguió tres tipos de conocimiento, el primero de los cuales era el
conocimiento detallado de sus propias vidas pasadas. Recordó las condiciones bajo las que había nacido
en el pasado, y pudo recordar qué nombre y ocupación había tenido en innumerables vidas anteriores.
Además del testimonio del Buda, tenemos el de sus principales discípulos, que también pudieron
recordar sus vidas pasadas. Ananda, por ejemplo, consiguió la capacidad de recordar sus vidas pasadas
poco después de ordenarse como monje budista. De igual forma, en toda la historia de la tradición
budista, los practicantes consumados han podido recordar sus vidas pasadas.

No obstante, no se puede esperar que ninguno de estos dos argumentos para la realidad del renacimiento
sea totalmente convincente en el entorno racional y científico en que vivimos, por lo que quizá
tengamos que mirar un poco más cerca de casa, por así decirlo. Aquí recibimos ayuda de una fuente
muy inesperada. Algunos de vosotros podeis ser conscientes del hecho de que en las tres últimas
décadas ha habido una enorme cantidad de investigación científica sobre la cuestión del renacimiento.
Tal investigación ha sido emprendida por psicólogos y parapsicólogos. Mediante esta investigación
hemos ido acumulando gradualmente argumentos para la realidad del renacimiento, argumentos
desarrollados siguiendo líneas científicas. Se han publicado muchos libros en los que se describen y
discuten los detalles de estas investigaciones.

Un erudito que ha sido particularmente activo en este área en los últimos años es el profesor Ian
Stevenson de la Universidad de Virginia, en los Estados Unidos. Ha publicado sus descubrimientos en

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unos veinte casos de renacimiento. Un caso que ha recibido amplia atención es el de una mujer que
pudo recordar su vida vivida más de cien años antes en una tierra extranjera, con el nombre de Bridey
Murphy -una tierra que nunca visitó en su vida actual. No entraré aquí en los detalles específicos del
caso, porque quien esté interesado en la evidencia científica del renacimiento puede leer sobre ello por
sí mismo. No obstante, creo que estamos ahora en un punto en que hasta el más escéptico de entre
nosotros admitiría que hay mucha evidencia circunstancial a favor de la realidad del renacimiento.

Al acumular evidencias para la realidad del renacimiento, no obstante, podemos también mirar más
cerca aún de casa -es decir, en nuestra propia experiencia. Sólo tenemos que recordar y examinar esa
experiencia en la verdadera forma budista para ver qué conclusiones podemos extraer de ella. Todos
nosotros tenemos nuestras propias capacidades particulares, nuestras propias inclinaciones y desafectos,
y creo que es justo preguntar si estas son todas realmente el resultado de la casualidad y el
condicionamiento social al principio de nuestra vida. Por ejemplo, algunos de nosotros somos más
capaces para los deportes que otros. Algunos de nosotros tenemos talento para las matemáticas, mientras
que otros tienen talento para la música. Hay aún otros a los que les gusta nadar, mientras que otros
temen el agua. ¿Son todas esas diferencias en capacidades y actitudes meramente el resultado de la
casualidad y el condicionamiento?

A menudo hay dramáticos e inesperados giros en el curso de nuestro desarrollo personal. Dejadme que
tome mi propio caso. Nací en una familia católica romana de los Estados Unidos. No había
absolutamente nada en mis más tempranos antecedentes que indicara que habría viajado a la India a eso
de los veinte, y que pasaría las dos décadas y media siguientes de mi vida predominantemente en Asia,
donde me vería profundamente involucrado en los estudios budistas.

Luego están también esas situaciones en las que a veces sentimos un fuerte presentimiento de que
hemos estado en un lugar concreto anteriormente, aunque no lo hayamos visitado en nuestra vida
presente. En otras ocasiones, nos da la sensación de que hemos conocido a alguien antes: conocemos a
una persona por primera vez y, con todo, sentimos muy pronto que hemos conocido a esa persona todas
nuestras vidas. O bien podemos conocer a otra persona durante años y aún tener la sensación de que no
la conocemos realmente. Experiencias como esas, en las que tenemos la sensación de que hemos estado
en una situación concreta antes, son tan comunes y universales que incluso en la cultura de la Francia
contemporánea, que no sabe casi nada del renacimiento, hay una frase bien conocida para ellas -la
expresión deja vu, que significa "ya visto."

Si no somos dogmáticos, cuando sumamos todas estas indicaciones y sugerencias -la creencia en el
renacimiento en muchas culturas y épocas durante la historia de la civilización humana, el testimonio
del Buda y sus discípulos prominentes, la evidencia proporcionada por la investigación científica y
nuestras propias insinuaciones de que hemos estado aquí antes- creo que tendremos que confesar que
hay al menos una fuerte posibilidad de que el renacimiento sea verdaderamente una realidad.
En el Budismo, el renacimiento es parte integrante del continuo proceso del cambio. Indudablemente,
no sólo renacemos en el momento de la muerte, renacemos a cada momento. Esta, como otras
importantes enseñanzas del Budismo, es fácilmente verificable por referencia a nuestra propia
experiencia y a las enseñanzas de la ciencia. Por ejemplo, la mayoría de las células que componen el
cuerpo humano mueren y son sustituídas muchas veces durante el curso de una vida. Hasta las pocas
células que duran toda una vida sufren un continuo cambio interno. Esto es parte del proceso de
nacimiento, muerte y renacimiento. Si miramos la mente, descubrimos que los estados mentales (como
la preocupación, la felicidad y demás) aparecen y desaparecen a cada momento. Pasan y son sustituídos
por nuevos y diferentes estados. Por lo tanto, tanto si miramos el cuerpo o la mente, nuestra experiencia
se caracteriza por nacimiento, muerte y renacimiento constantes.

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El Budismo enseña que hay varios reinos, esferas o dimensiones de existencia. Algunos textos
enumeran treinta y una dimensiones o planos de existencia, pero para nuestros propósitos haremos uso
de un esquema más sencillo, que se refiere a seis de esos reinos. Estos seis reinos se pueden dividir en
dos grupos, uno que es relativamente afortunado y otro desafortunado. El primer grupo incluye los
reinos de los dioses, el reino de los semidioses y el reino de los seres humanos. El renacimiento en estos
reinos afortunados es el resultado del karma saludable. El segundo grupo incluye los reinos de los
animales, el reino de los espíritus hambrientos y los reinos de los infiernos. El renacimiento en estos
reinos desgraciados es el resultado del karma no saludable.

Veamos ahora cada uno de estos reinos, empezando por el inferior. Hay unos cuantos reinos infernales
en el Budismo, incluyendo ocho infiernos calientes y ocho infiernos fríos. En los infiernos, los seres
vivos sufren un dolor incalculable e indescriptible. Se dice que el sufrimiento experimentado en este
mundo humano como consecuencia de ser atravesado por tres mil lanzas en un solo día es sólo una
fracción de minuto del sufrimiento experimentado por los habitantes del infierno.

La causa del renacimiento en el infierno es un comportamiento violento repetido, como matar de forma
habitual, la crueldad y similares. Tales acciones nacen de la aversión, y los seres vivos que las cometen
sufren los dolores del infierno hasta que el karma no saludable que han generado mediante tales
acciones se agote. Este último punto es importante, porque nos da la ocasión de señalar que, en el
Budismo, nadie sufre condena eterna. Cuando su karma no saludable se agota, los habitantes del
infierno renacen en reinos de existencia más afortunados.

El siguiente reino es el de los espíritus hambrientos. Los seres vivos de este reino sufren principalmente
de hambre y sed, calor y frío. Están completamente privados de las cosas que desean. Se dice que
cuando los espíritus hambrientos ven una montaña de arroz o un río de agua fresca y corren hacia ellos,
descubren que la montaña de arroz es sólo un montón de guijarros y el río sólo una cinta de pizarra azul.
De igual modo, se dice que en verano hasta la luna les da calor, mientras que en invierno hasta el sol es
frío.

La causa principal de renacimiento como espíritu hambriento es la avaricia y la mezquindad nacidas del
apego y la codicia. Al igual que con los habitantes del infierno, los seres vivos de este reino no están
condenados a la existencia eterna en forma de espíritus hambrientos, porque cuando su karma no
saludable se agote, renacerán en un reino más afortunado.

En el siguiente reino, el de los animales, los seres vivos sufren una variedad de circunstancias infelices.
Sufren el miedo y el dolor que resulta de matarse y comerse entre sí constantemente. Sufren por causa
de los seres humanos que los matan por comida o por sus pieles, perlas o dientes. Incluso si no se les
mata, muchos animales domésticos se ven forzados a trabajar para personas que los conducen con
ganchos y látigos. Todo esto es una fuente de sufrimiento.

La causa principal de renacimiento como animal es la ignorancia. La ciega e inconsciente búsqueda de


los propios deseos animales; la preocupación por comer, dormir y la gratificación sexual, acompañada
de indiferencia por la necesidad de desarrollar la propia mente y practicar la virtud -todo esto le lleva a
uno a renacer como animal.

Ahora bien, cuando decimos, por ejemplo, que la aversión es la causa de renacer en los infiernos, que el
apego es la causa de renacer entre los espíritus hambrientos y que la ignorancia es la causa de renacer en
el reino de los animales, esto no quiere decir que un acto aislado motivado por la aversión, el apego o la
ignorancia resultará en renacimiento en la clase correspondiente de ser vivo. Lo que quiere decir es que
hay una relación definida y demostrada entre la aversión o el odio y el renacimiento en los infiernos, al

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igual que la hay entre el apego y la codicia y el renacimiento entre los espíritus hambrientos, y entre la
ignorancia y el renacimiento entre los animales. Si no se ven libre de obstáculos y despejadas por
acciones virtuosas compensatorias, las acciones motivadas habitualmente por estas actitudes no
saludables es probable que conduzcan a renacer en estos tres estados de aflicción.

Voy a saltarme el reino de los seres humanos por el momento a fin de pasar al reino de los semidioses.
Los semidioses son físicamente más poderosos y mentalmente más agudos que los seres humanos, pero
sufren debido a celos y conflictos. Según la antigua mitología india, los semidioses y los dioses
comparten un árbol celestial. Mientras que los dioses disfrutan del fruto de ese árbol, los semidioses son
los guardianes de sus raíces. Por consiguiente, tienen envidia de los dioses e intentan constantemente
quitarles el fruto. Luchan con los dioses, pero son vencidos y sufren enormemente como resultado.
Debido a esta proliferación de envidia y conflictos, el renacimiento entre los semidioses es infeliz y
desafortunado.

Al igual que en el caso de los demás reinos, hay una causa para renacer entre los semidioses. En la parte
positiva, la causa es la generosidad, mientras que en la parte negativa la causa son los celos y la envidia.

El reino de los dioses es el más feliz de los seis reinos. Como consecuencia de las acciones saludables
hechas en el pasado, la observación de los códigos de buena conducta y la práctica de la meditación, los
seres vivos renacen entre los dioses, donde disfrutan de placeres sensuales, felicidad espiritual o
tranquilidad suprema, dependiendo del nivel del reino en que renacen. No obstante, el reino de los
dioses no es de desear, porque la felicidad de los dioses es impermanente. No importa cuánto puedan
disfrutar de su existencia, cuando la fuerza de su karma saludable se extingue y los efectos de su buena
conducta y experiencia meditativa se agotan, los dioses caen del cielo y renacen en otro reino. En ese
momento, se dice que los dioses sufren más angustia mental incluso que el dolor físico sufrido por otros
seres vivos de los demás reinos. Los dioses renacen en los cielos como consecuencia de su práctica de
buena conducta y de su meditación, pero hay también un factor negativo asociado con el renacimiento
en los cielos, y este es el orgullo.

Como podeis ver, tenemos una aflicción o engaño asociado con cada uno de estos cinco reinos -seres
infernales, espíritus hambrientos, animales, semidioses y dioses- a saber: aversión, apego, ignorancia,
envidia y orgullo respectivamente. El nacimiento en cualquiera de estos cinco reinos no es deseable. Los
tres reinos inferiores no son deseables por razones obvias -tanto debido al intenso sufrimiento de estos y
debido a la total ignorancia de los seres que habitan esos reinos. Hasta el renacimiento en los reinos de
los semidioses y dioses no es deseable porque, aunque se experimenta un cierto grado de felicidad y
poder entre ellos, la existencia allí es impermanente. Además, las distracciones y placeres de esos reinos
evitan que los seres de allí busquen una salida del ciclo de nacimiento y muerte. Por ello se dice que, de
los seis reinos de existencia, el más afortunado, oportuno y favorable es el reino humano. Es por ello
también por lo que he dejado nuestra discusión del reino humano para el final.

El reino humano es el más favorable de los seis reinos porque, como ser humano, se tiene la motivación
y oportunidad de practicar el Darma y alcanzar la Iluminación. Se tiene esta motivación y oportunidad
porque las condiciones conducentes a practicar el camino están presentes. En el reino humano se
experimenta tanto felicidad como sufrimiento. El sufrimiento de este reino, aunque terrible, no es tan
grande como el sufrimiento de los tres reinos de aflicción. El placer y la felicidad que se experimentan
en el reino humano no son tan grandes como el placer y la intensa felicidad experimentada por los seres
de los cielos, ni están los seres humanos abrumados por el insoportable sufrimiento por el que pasan los
seres de los infiernos. Y, a diferencia de los animales, los seres humanos poseen la suficiente
inteligencia como para reconocer la necesidad de buscar un medio de conseguir el fin total del

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sufrimiento.

El nacimiento humano es difícil de conseguir por una serie de puntos de vista. En primer lugar, es difícil
desde el punto de vista de su causa. La buena conducta es la causa principal del renacimiento como ser
humano, pero la verdadera buena conducta es sumamente rara. En segundo lugar, el nacimiento humano
es difícil de obtener desde el punto de vista del número, puesto que los seres humanos son sólo una
pequeña fracción de los seres vivos que habitan los seis reinos. En tercer lugar, no es simplemente
suficiente con nacer como ser humano, porque hay incontables humanos que no tienen la oportunidad de
practicar el Darma. Por lo tanto no es sólo necesario nacer como humano, sino también tener la
oportunidad de practicar el Darma, desarrollar las propias cualidades de moralidad, desarrollo mental y
sabiduría.

El Buda usó un símil para ilustrar la rareza y naturaleza preciosa del oportuno nacimiento entre los seres
humanos. Supongamos que todo el mundo fuera un vasto océano, y que sobre la superficie de este
océano flotara un yugo, llevado de aquí para allá por el viento. Supongamos, además, que en el fondo
del océano viva una tortuga ciega que salga a la superficie sólo una vez cada cien años. El Buda dijo que
es tan raro conseguir un oportuno nacimiento humano como que la tortuga meta el cuello por el yugo
cuando salga a la superficie. En otra parte se dice que nacer como ser humano con la oportunidad de
practicar el Darma es tan raro como sería arrojar un puñado de guisantes secos contra un muro de piedra
y que se quede un guisante encajado en una de sus grietas.

Así pues, es una insensatez desperdiciar la existencia humana, por no mencionar las condiciones
afortunadas que disfrutamos en las sociedades libres, como la oportunidad que tenemos de practicar el
Darma. Es extremadamente importante que, teniendo esta oportunidad, hagamos uso de ella. Si dejamos
de practicar el Darma en esta vida, no hay forma de saber dónde renaceremos de los seis reinos, o
cuándo tendremos esa oportunidad de nuevo. Debemos esforzarnos por liberarnos del ciclo de
renacimiento porque dejar de hacerlo significa que continuaremos dando vueltas incesantemente entre
estos seis reinos de existencia. Cuando el karma, saludable o no saludable, que hace que nazcamos en
cualquiera de los seis reinos se agota, se da el renacimiento, y de nuevo nos encontramos en otro reino.

Se dice que todos nosotros hemos dado vueltas por estos seis reinos desde tiempo sin principio.
También se dice que si se amontonasen todos los esqueletos que hemos tenido en nuestras diferentes
vidas, el montón sobrepasaría la altura del monte Sumeru, que si se acumulase la leche materna que
hemos bebido en nuestras incontables existencias, habría más que toda el agua de todos los océanos.
Ahora que tenemos la oportunidad de practicar el Darma, debemos hacerlo sin demora.

En los últimos años ha habido una tendencia a interpretar los seis reinos en términos psicológicos.
Algunos maestros han sugerido que las experiencias de los seis reinos se pueden conseguir en esta
misma vida. Esto es verdad hasta cierto punto. Los hombres y mujeres que se encuentran en cárceles,
torturados, asesinados y demás están experimentando sin duda situaciones similares a las de los seres
infernales; los que son miserables y avariciosos experimentan un estado mental similar al de los
espíritus hambrientos; los que son como animales experimentan un estado mental similar al de los
animales; los que son peleones, celosos y están hambrientos de poder experimentan un estado mental
como el de los semidioses; y los que son puros, eminentes y están tranquilos y serenos experimentan un
estado mental similar al de los dioses.

Y, con todo, aunque las experiencias de los seis reinos podemos conseguirlas en cierta medida en esta
existencia humana, creo que sería un error asumir o creer que los otros cinco reinos de existencia no
tienen una realidad que sea tan real como nuestra propia experiencia humana. Los reinos infernales y los
reinos de los espíritus hambrientos, animales, semidioses y dioses son tan reales como nuestro reino

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humano. Recordareis que la mente es la creadora de todas las cosas. Las acciones hechas con una mente
pura (motivada por la generosidad, el amor y demás) resultan en felicidad, en estados de existencia
como el reino humano y los reinos de los dioses. Pero las acciones hechas con una mente impura
(motivada por el apego, la aversión y demás) resultan en estados infelices como los de los espíritus
hambrientos y los seres infernales.

Finalmente, me gustaría distinguir entre renacimiento y transmigración. Puede que no sepais que, en el
Budismo, hablamos sistemáticamente de renacimiento, no de transmigración. Esto se debe a que en el
Budismo no creemos en una entidad, o sustancia, permanente, que transmigre. No creemos en un yo que
renace. Por ello, cuando explicamos el renacimiento, utilizamos ejemplos que no requieren la
transmigración de una esencia o de una sustancia.

Por ejemplo, cuando nace un brote de una semilla, no hay sustancia que transmigre. La semilla y el
brote no son idénticos. Igualmente, cuando encendemos una vela con otra vela, no hay sustancia que
viaje de una a otra, aunque la primera es la causa de la segunda. Cuando una bola de billar golpea a otra,
hay una continuidad; la energía y dirección de la primera bola se imparte a la segunda. La primera bola
es la causa de que la segunda bola de billar se mueva en una dirección concreta y a una velocidad
concreta, pero no es la misma bola. Cuando nos metemos dos veces en un río, no es el mismo río, y sin
embargo hay una continuidad, la continuidad de causa y efecto.

Por lo tanto hay renacimiento, pero no transmigración. La responsabilidad moral existe, pero no un yo
independiente, permanente. La continuidad de causa y efecto existe, pero no la permanencia. Quiero
acabar con este punto porque consideraremos el ejemplo de la semilla y el brote, y el ejemplo de la
llama del candil, en el capítulo 10, cuando discutamos la originación interdependiente. A partir de
entonces entenderemos mejor cómo la originación interdependiente hace compatibles la responsabilidad
moral y la ausencia de yo.

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