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Históricamente las mujeres han sido discriminadas por el hecho mismo de ser mujeres.

Se les ha
dado un tratamiento desigual y discriminatorio en virtud de un conjunto de normas de conducta,
de estereotipos, de valores, de significaciones distintas y desventajosas otorgadas por la sociedad
al hecho de ser mujer. Estos patrones sociales y culturales pueden ser modificados, la
discriminación hacia las mujeres no es “natural”, puede cambiarse (TORRES, Isabel, “Respecto de la
aplicación del principio de no discriminación e igualdad en materia de derechos de las mujeres”).
Así pues, el concepto género aporta una nueva forma de entender a los seres humanos, a partir de
la consideración de que es la sociedad quien se encarga de asignar a las personas características
fijas y el papel a desempeñar en ella en función de su sexo; y por tanto, de haber colocado al sexo
femenino en una posición de subordinación histórica respecto del masculino. Precisamente porque
es una construcción social, artificial y voluntaria, es por lo que puede y debe ser modificada,
principalmente cuando la asignación perjudique, discrimine e incluso subordine a alguno de los
sexos respecto del otro, como ha ocurrido con las mujeres.

A partir del concepto de género, se ha construido toda una teoría que tiene como una de sus
herramientas principales la denominada perspectiva de género; la misma informa de manera
creciente la mayoría de las ciencias e instituciones contemporáneas. La perspectiva de género
puede definirse como “el enfoque o contenido conceptual que le damos al género para analizar la
realidad y fenómenos diversos, evaluar las políticas, la legislación y el ejercicio de derechos,
diseñar estrategias y evaluar acciones, entre otros”( IIDH, “Marco de referencia...Módulo 1”,
GUZMÁN y CAMPILLO) Es una herramienta conceptual, metodológica y política, que posibilita
evidenciar las diferencias existentes entre mujeres y hombres en ámbitos políticos, económicos,
sociales, familiares y culturales y busca la construcción de una sociedad más equitativa para
ambos. Permite evidenciar que los grupos humanos construyen los conceptos de masculinidad y
feminidad y atribuyen simbólicamente características, posibilidades de actuación y valoración
diferentes a las mujeres y a los hombres, produciendo sistemas sociales no equitativos, lo cual
debe ser erradicado.

Se trata de una perspectiva teórico-metodológica que se materializa en una forma de conocer o


mirar la realidad; y de intervenir o actuar en esa realidad. La perspectiva de género se caracteriza
porque:

• Es inclusiva, ya que incorpora al análisis otras condiciones que hacen más llevadera o agudizan la
discriminación de género, como son la clase, la etnia y la edad.

• Permite observar y comprender cómo opera la discriminación, pues aborda todos aquellos
aspectos que tienen que ver con la condición social y económica de las mujeres y los hombres, con
el fin de favorecer iguales oportunidades para un acceso equitativo a recursos, servicios y
derechos.

• Cuestiona el androcentrismo y el sexismo que permean todas las instituciones y actividades


sociales, a la vez que propone acciones estratégicas para enfrentarlos críticamente y erradicarlos.

• Permite hacer visible las experiencias, perspectivas, intereses, necesidades y oportunidades de


las mujeres, con lo cual se pueden mejorar sustancialmente las políticas, programas y proyectos
institucionales, así como las acciones dirigidas a lograr sociedades equitativas, justas y
democráticas.
• Aporta las herramientas teóricas, metodológicas y técnicas necesarias para formular, ejecutar y
evaluar estrategias que lleven al empoderamiento de las mujeres.

En definitiva, como bien explican Méndez y Pacheco:

“El género no es un tema separado, es un enfoque que enriquece el diagnóstico de una situación,
visualiza inequidades entre hombres y mujeres y abre caminos para. Cabe señalar que el
empoderamiento “se refiere al proceso que crea condiciones para que la persona desarrolle su
potencial humano y su autonomía, pudiendo tomar control de su vida en todos los ámbitos”. Su
superación”. Consideran además, que “...la equidad de género es intensamente democratizante,
construye poder social para el desarrollo y por lo tanto, es inherente a cualquier objetivo humano
superior, como la lucha contra la pobreza o cualquier otro que nuestra conciencia demanda”.
Asimismo, ambos señalan que la perspectiva de género permite entender la especificidad de los
derechos en el marco de la universalidad inherente a los mismos; promueve la igualdad desde el
reconocimiento de las diferencias; y visibiliza el hecho de que las mujeres son sujetas de derechos
también en el ámbito privado.

Así mismo durante los últimos años, los gobiernos y los organismos internacionales han subrayado
la importancia de dar prioridad a la problemática de género en la planificación de políticas y
estrategias de desarrollo. De esta forma, las últimas Conferencias Mundiales han definido objetivos
y mecanismos específicos en las áreas de desarrollo sostenible y cooperación internacional y han
establecido metas y tácticas para asegurar la igualdad entre hombres y mujeres en materia de
distribución de recursos y acceso a las oportunidades de la vida económica y social. Igualmente, se
ha llegado a un consenso acerca del vínculo fundamental existente entre la temática de género y el
desarrollo sostenible.

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en Río de
Janeiro en 1992 abordó explícitamente aspectos relativos al género en la Agenda 21, Plataforma de
la Cumbre de la Tierra para futuras acciones. También en la Conferencia Mundial sobre Derechos
Humanos, Viena, 1993, se lograron importantes adelantos en el reconocimiento de los derechos de
la mujer. Se reafirmó el principio que los derechos de las mujeres y las niñas son parte integral,
inalienable e indivisible de los derechos humanos universales. Este principio fue asimismo uno de
los objetivos básicos de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, celebrada en El
Cairo en 1994. La temática relativa género se colocó en el centro del debate y la Conferencia
reconoció la importancia de fortalecer el poder de la mujer para alcanzar el desarrollo. A este
propósito se declaró que "el objetivo es promover la igualdad de género y alentar -y permitir- que
los hombres asuman sus responsabilidades respecto a su comportamiento sexual y reproductivo,
así como en sus funciones sociales y familiares".
En la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social de Copenhague en 1995, la problemática relativa al
género fue el eje de todas las estrategias para lograr el desarrollo social, económico y la
conservación del medio ambiente. Por último, La Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer,
celebrada en 1995 en Beijing, reforzó estos nuevos enfoques y estableció una agenda que tuvo por
objetivo fortalecer la posición de la mujer. (Informe de la Cuarta Conferencia Mundial sobre las
Mujeres, Beijing, 4-15 de septiembre 1995)

En base a toda esta argumentación, se comienza a trabajar el concepto de empoderamiento de la


mujer como instrumento para conseguir ese equilibrio e igualdad entre hombres y mujeres, y
cambiar la posición de sumisión y opresión de éstas. Se considera al empoderamiento como
conciencia crítica de la realidad, capacidad reflexiva, toma de decisiones, potencial creativo y por
tanto, conciencia de que se puede y se transforme la realidad. La consolidación del término
empoderamiento se produce en el marco de la IV Conferencia de la Mujer, celebrada en Pekín en
1995. Esta conferencia supuso un gran avance sobre sus antecesoras (México 75, Copenhague 80 y
Nairobi 85) y fue la aportación de una visión global de la igualdad, la necesaria participación plena
de las mujeres en todos los ámbitos como premisa fundamental para conseguir un pleno
desarrollo económico, social y democrático.

Se define Empoderamiento como el proceso por el cual las personas fortalecen sus capacidades,
confianza, visión y protagonismo como grupo social para impulsar cambios positivos de las
situaciones que viven.

Según la Comisión de mujeres y desarrollo (2007), el concepto de empoderamiento no es nuevo.


Se encuentran referencias a este término desde los años 60, especialmente en el movimiento
afroamericano y en la teoría de Paolo Freire, fundada sobre el desarrollo de la conciencia crítica,
cuyo enfoque se origina en la educación popular desarrollada a partir del trabajo en los años 60 de
Paulo Freire, estando ambas muy ligadas a los denominados enfoques participativos, presentes en
el campo del desarrollo desde los años 70.

Aunque el empoderamiento es aplicable a todos los grupos vulnerables o marginados, su


nacimiento y su mayor desarrollo teórico se ha dado en relación a las mujeres. Su aplicación a
éstas fue propuesta por primera vez a mediados de los 80 por DAWN (1985), una red de grupos de
mujeres e investigadoras del Sur y del Norte, para referirse al proceso por el cual las mujeres
acceden al control de los recursos (materiales y simbólicos) y refuerzan sus capacidades y
protagonismo en todos los ámbitos. Desde su enfoque feminista, el empoderamiento de las
mujeres incluye tanto el cambio individual como la acción colectiva, e implica la alteración radical
de los procesos y estructuras que reproducen la posición subordinada de las mujeres como género.
El término fue acuñado y perfilado, finalmente, en la Conferencia Mundial de las Mujeres en
Beijing (Pekín) en 1995, para referirse al aumento de la participación de las mujeres en los
procesos de toma de decisiones y acceso al poder. Actualmente, esta expresión conlleva también
otra dimensión: la toma de conciencia del poder que, individual y colectivamente, ostentan las
mujeres y que tiene que ver con la recuperación su propia dignidad como personas.

Desde entonces, el término “empoderamiento” ha ampliado su campo de aplicación. Por un lado,


de su inicial utilización exclusivamente en los análisis de género, ha pasado a aplicarse al conjunto
de colectivos vulnerables, habiendo adquirido una amplia utilización en los estudios sobre el
desarrollo, el trabajo comunitario y social, o la cooperación para el desarrollo. Por otro lado, si
originariamente el concepto era patrimonio de los movimientos de mujeres, después ha
comenzado a ser utilizado también por las agencias de desarrollo, las naciones unidas, el banco
mundial o algunos estadistas.

Desde la perspectiva de las mujeres el empoderamiento sería una estrategia que propicia que
ellas, y otros grupos marginados, incrementen su poder, esto es, que accedan al uso y control de
los recursos materiales y simbólicos, ganen influencia y participen en el cambio social. Esto incluye
también un proceso por el que las personas tomen conciencia de sus propios derechos,
capacidades e intereses, y de cómo éstos se relacionan con los intereses de otras personas.

UNICEF (1998,177) ha reseñado el empoderamiento como:

El proceso de avance de la mujer, que se puede comprender en términos de interés en cinco


niveles de igualdad, en los que el empoderamiento es una parte necesaria del proceso de
desarrollo en cada nivel para que la mujer pueda avanzar hacia un status de igualdad.

Estos niveles de los que nos habla UNICEF son: bienestar, acceso, concientización, participación y
control.

Bienestar se refiere al nivel del bienestar material de la mujer, en comparación con el del hombre,
en áreas tales como estado de nutrición, suministro de alimentos e ingresos. La acción para
mejorar el bienestar acarreará mayor acceso a los recursos, lo cual implica el tratamiento del
siguiente nivel.

En comparación con el hombre, la mujer tiene menos acceso a los servicios de capacitación que
hacen posible el empleo productivo. En casi todas las sociedades, las mujeres tienen una carga tan
grande de trabajo doméstico y de subsistencia al servicio de la familia, que no tienen tiempo para
invertir en su propio progreso.
Como se puede apreciar, el empoderamiento tiene fundamentalmente una dimensión individual y
otra colectiva. La individual implica un proceso por el que los excluidos eleven sus niveles de
confianza, autoestima y capacidad para responder a sus propias necesidades. Muchas veces, las
mujeres y otros marginados tienen interiorizados los mensajes culturales o ideológicos de opresión
y subordinación que reciben respecto a sí mismos, en el sentido de que carecen de voz o de
derechos legítimos, lo que redunda en su baja autoestima y estatus. Trabajar por su
empoderamiento implica en primer lugar ayudarles a recuperar su autoestima y la creencia de que
están legitimados a actuar en las decisiones que les conciernen. Este proceso de concienciación
puede ser largo y difícil, por lo que a veces las organizaciones de ayuda se ven tentadas de trabajar
no con más excluidos, sino con aquellos colectivos con un mínimo de conciencia y organización,
para reducir el riesgo de fracaso.

La dimensión colectiva del empoderamiento se basa en el hecho de que las personas vulnerables
tienen más capacidad de participar y defender sus derechos cuando se unen con unos objetivos
comunes, Moser (1991) señala que las organizaciones de mujeres más efectivas en los países en
desarrollo son las surgidas en torno a necesidades prácticas de las mujeres en el campo de la
salud, el empleo o la provisión de servicios básicos, necesidades que dieron pie a alcanzar otros
intereses estratégicos de género identificados por las propias mujeres.

Mediante una iniciativa conjunta de UNIFEM, El Fondo de Desarrollo de las

Naciones Unidas para la Mujer, y del Pacto Mundial de la ONU, en el año 2000, se han descrito una
serie de principios para el empoderamiento de la mujer en relación con el sector productivo y
todos los niveles de la actividad económica, que resultan fundamentales para: Crear economías
fuertes; Establecer sociedades más estables y justas; Alcanzar los objetivos de desarrollo,
sostenibilidad y derechos humanos acordados internacionalmente; Mejorar la calidad de vida de
las mujeres, de los hombres, de las familias y de las comunidades; y Promover las prácticas y
objetivos empresariales.

Estos principios son:

1. Promover la igualdad de género desde la dirección al más alto nivel.

2. Tratar a todos los hombres y mujeres de forma equitativa en el trabajo; respetar y defender los
derechos humanos y la no discriminación.

3. Velar por la salud, la seguridad y el bienestar de todos los trabajadores y trabajadoras.


4. Promover la educación, la formación y el desarrollo profesional de las mujeres.

5. Empoderamiento de las mujeres para prevenir la violencia de género

6. Llevar a cabo prácticas de desarrollo empresarial, cadena de suministro y marketing a favor del
fortalecimiento de las mujeres.

7. Promover la igualdad mediante iniciativas comunitarias y cabildeo.

8. Evaluar y difundir los progresos realizados a favor de la igualdad de género.

En este sentido, Friedman (1992) señala que el empoderamiento está relacionado con el acceso y
control de tres tipos de poderes:

a) el social, entendido como el acceso a la base de riqueza productiva;

b) el político, o acceso de los individuos al proceso de toma de decisiones, sobre todo aquellas que
afectan a su propio futuro

c) el sicológico, entendido en el sentido de potencialidad y capacidad individual.

De forma similar, Rowlands (1997) señala tres dimensiones:

a) la personal, como desarrollo del sentido del yo, de la confianza y la capacidad individual;

b) la de las relaciones próximas, como capacidad de negociar e influir en la naturaleza de las


relaciones y las decisiones,

c) la colectiva, como participación en las estructuras políticas y acción colectiva basada en la


cooperación.
DESCRIPCIÓN METODOLÓGICA:

Para el logro de los objetivos del programa es necesario trabajar en el marco de una metodología
participativa, abierta y flexible y con estrategias que faciliten el desarrollo del taller desde un
enfoque humanista y de terapia de grupo en el que se trabajarán temas como la afectividad, la
autonomía, el conocimiento de sus derechos o la empatía desde una perspectiva participativa en la
que el conocimiento y experiencias de las personas individualmente ayudará y enriquecerá el
desarrollo del grupo.

El formato del programa permite hacer hincapié en talleres de sensibilización, jornadas de


reflexión, lo artístico, en la expresión y en el desarrollo de la creatividad, el trabajo corporal, ya que
se pretende un acercamiento vivencial no sólo con las mujeres del grupo a trabajar sino también
con la participación de autoridades y organizadores de todo el proyecto, cabe señalar que no
estrictamente terapéutico ni de alto nivel de profundización. Se trata de abordar el
autoconocimiento de forma lúdica y pausada y de compartir con el grupo el ser auténtico sin
máscaras. Un espacio para descubrirse sin ser juzgadas y para compartir desde el yo verdadero
teniendo como base para un empoderamiento en sus vidas dentro de un ámbito personal, social y
político.

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