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Las propiedades fundamentales del ser personal son: inteligencia, libertad, interioridad e
incomunicabilidad. Esto último, el no tener absolutamente nada de común una persona con
otra, su máxima singularidad es lo que debe ser entendido adecuadamente. Efectivamente,
hay una singularidad que no es propia del ser personal sino que la tienen todos los entes
corpóreos en virtud de su materia. La tiene la persona humana, en cuanto es corpórea, pero
no es la específica del ser personal. Sabemos que la materia está singularizada, en cada ente
corpóreo, por su particular accidente cantidad. Es lo que llamamos la materia concreta,
principio de individuación del ente corpóreo dentro de su especie. Por ejemplo, una manzana
tiene concretada su materia de modo distinto a otra. Distinta figura, tamaño, textura, etc. Lo
mismo sucede con una piedra, un árbol y un caballo. En los animales, en cuanto sujeto de vida
sensitiva, hay además una singularidad afectiva. Un perro, por ejemplo, tiene un
temperamento distinto de otro. Es más o menos enojón, juguetón, etc. La singularidad afectiva
o psicológica, propia de los animales, es algo de orden material y está determinada por la
constitución corpórea.
Evidentemente, la persona humana posee una singularidad corpórea y afectiva. Y así, por
ejemplo, Pedro es orejón y simpático. Pero la singularidad de la persona que es Pedro no
puede reducirse a eso. Esto no puede explicar sus actos libres, la absoluta originalidad de cada
una de sus decisiones y, en general, de toda su vida. Tiene que haber algo más íntimo en la
persona desde lo cual se originan sus actos propios. Para comprenderlo es necesaria la
consideración metafísica de la persona humana, esto es, pensarla desde aquello que es
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Si consideramos que “racional” significa al sujeto cuya inteligencia es discursiva, la definición de Boecio
es aplicable solamente a la persona humana. En efecto, porque el alma humana es forma substancial de
un cuerpo, la inteligencia, afectada por la potencialidad de la materia, es discursiva, esto es, procede de
la potencia al acto. Ni en las personas angélicas ni en las divinas hay movimiento intelectual y, por esto,
una definición aplicable a todo ser personal sería más bien, individuo que subsiste en una naturaleza
espiritual. Toda substancia espiritual, o todo sujeto cuyo acto de ser es espiritual, es persona.
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metafísicamente anterior a su esencia o naturaleza y que es su acto de ser. No basta la mera
consideración física que la objetiva solamente en cuanto a su esencia o naturaleza.
En los animales irracionales sucede que sus actos no trascienden la especie. Esto significa
que todos los individuos de la misma especie obran igual, sus actos están determinados por su
naturaleza, porque no son libres. Y que no sean libres significa que son actos de los cuales el
bruto no tiene dominio. En efecto, todos los delfines obran de la misma manera, realizan los
actos que les corresponden según su naturaleza, sin originalidad, razón por la cual no se hace
una biografía de un delfín. No interesa conocer la vida de un delfín porque no es distinta a la
vida de otro. Conocidos los actos de uno se conocen los actos de todos, se consuma el
conocimiento de todo lo esencialmente inteligible que hay en los delfines. Lo interesante es
conocer a los delfines, conocer la especie (esencia o naturaleza) de los delfines. Es un bien que
existan delfines y en ellos, como en todos los animales irracionales, el individuo se subordina a
la especie.
En cambio, en los hombres sus actos propios trascienden la especie. No que un hombre
realice actos de una especie distinta de la humana sino que, aunque todos hacemos
esencialmente lo mismo (comer, estudiar, caminar, rezar, etc.), unos lo hacen de un modo que
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no está determinado por la especie (come con moderación, estudia con recta intención, ofrece
a Dios su caminar, reza sin amor, etc.). Si, por ejemplo, comer con moderación estuviese
determinado por la especie todos los hombres, en cuanto hombres, comerían con moderación.
Pero vemos que no es así. El acto humano es original porque es libre, es un acto del cual la
persona humana tiene dominio y, por ello, lo realiza de un modo que no se da en el acto libre
de otra persona. Por esto es interesante conocer a Juan. Y conocer a Juan no es lo mismo que
conocer a Pedro, porque conocidas las acciones de Juan no se conocen las acciones de Pedro,
no se conoce todo lo que puede ser decidido y hecho por un sujeto de la especie humana. Hay
algo en las decisiones de Juan que no está determinado por su naturaleza, exactamente la
misma naturaleza de Pedro. Hay algo, por tanto, metafísicamente anterior a la naturaleza
humana, en cada persona humana, absolutamente singular que funda la libertad de su actos y,
con ello, la absoluta originalidad de su vida. Y esto es, el ser espiritual de su alma.
El alma humana es una substancia espiritual, una forma subsistente, esto es, una forma
que tiene su ser independientemente de la materia. El acto de ser del alma humana es
espiritual. Es cierto que el alma humana, por la limitación o finitud de su ser espiritual, a
diferencia de las formas puras que son los ángeles, no puede comenzar a existir sino
actualizando a una materia. La substancia completa que es un hombre es el compuesto de
alma espiritual y cuerpo. Pero el alma humana es substancia, esto es, tiene el ser en sí,
metafísicamente antes (no cronológicamente antes) que el compuesto. Ella tiene su ser en
propiedad sin la materia y, por esto, vuelve sobre sí misma, está siempre presente a sí misma,
razón por la cual el hombre conoce intelectualmente lo que él es. Esta posesión cognoscitiva
de su naturaleza es lo que funda la posesión de sus actos propios (sus actos libres). La posesión
de su ser fundamenta la posesión de su obrar y, ésta, la absoluta originalidad (y trascendencia
respecto de su naturaleza) de sus actos libres.
Pero no es así. El ser personal que es Rodrigo es algo que se encuentra más allá de la
materia y de su necesidad constitutiva. Es alguien que solamente por el camino del amor
puede ser realmente conocido. El amor de benevolencia recíproco, el mutuo darse con afecto
dos personas es lo que, unificando sus corazones, produce aquella comunicación en la vida que
es la amistad o comunión de las personas. En la amistad se conocen las personas. Solo en ella
se conocen (acompañan, educan, consuelan, etc.), porque se aman.