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C O L O N I A L ( S I G L O XVII ).
A u s e n t i s m o y f u g a s en el d e b a t e s o b r e la m a n o de o b r a
i n d í g e n a , 15 95- 16 65
Por T h i e r r y S a i g n e s
«La capa o manta del ind io se divide en d iez partes y mas porqu e el corregid or lleva u
n pedaco no pequeño, el cura otro quizas maior, el tiniente otro sacand o del ind io lo qu
e le costo el tinientasgo, el encom end ero otro, el cacique su ped a- co, el visitador otro,
el escrivano otro, el ju ez d e p otosí otro, los lism oneros d e las Religiones y otros
extravangantes cada u no lleva su ped aco quitánd oselo p or fu- erca y todos los esp
añoles qu e and an en tre los ind ios n o ay ningu no q u e p or fas e p or nefas no lleva
algún pedacillo.»
Fray Bernardino de Cárdenas, M emorial y Relación . . . (Cochabam ba 1632)
«Q u é agravios n o han recibido los ind ios de los curas, corregid ores, enco-
m enderos y caciques! Pregunto: p od ranse atribuir al Principe, qu e p or bien co-
m ú n de los ind ios y utilid ad de la causa publica los introduxo?»
N icolás M atías del Cam po y de la Rynaga, M emorial apolegético, histórico, ju rí- dico
y político . . . (Lim a 1672)
La d enuncia d e los abusos com etidos en contra de los ind ios andi-
nos alimenta u na prolífíca literatura moral, ju rídica y política, que
tiene u na antigüedad tan remota como la d e la propia colonización
hispánica en el Perú. Después de los grandes debates dip lomáticos y
filosóficos sobre la legitimidad de la em presa española en Am érica y
de las fuertes conm ociones sociales qu e siguieron a cualquiera ten-
tativa de la Corona real para liberar a los su jetos indígenas de la tutela
directa ejercida por los pobladores ibéricos asentados en Am érica, la
«lucha por la justicia» fue llevada en el terreno de la defensa práctica
de los grupos étnicos, reconocidos p or la legislación indiana, fren te a
los excesos de los agentes coloniales en aprovecharlos como m ano de
obra inagotable. El elem ento sensibilizador fu e el trabajo en dos cen-
tros m ineros que ofrecían condiciones excepcionales, H uancavelica y
Potosí (las labores en Porco y Oruro no suscitaron tantas contradiccio-
nes). La cantidad de pareceres, m emoriales, relaciones, ad vertencias y
otros «arbitrios» de orígenes más variados (oficial/ privado, dvil/ ecle-
siástico/ militar, español/ mestizo/ indio, cabildos, gremios, caciques,
viajeros, etc.) pronunciados sobre la explotación minera en los And es
coloniales, la abundancia de los testigos presentados en respaldo de
en realidad apabullantes y descorazonan de antem ano las tentativas
de poner orden y forma. Aquí, no voy a analizar esta lucha intelectual,
cuya im portancia en volumen de papel escrito debe com petir con la li-
teratura religiosa, sino partir de las argum entaciones intercambiadas
en el curso de las polém icas para investigar la efectividad de los exce-
sos incriminados y los resultados reales que conllevan1.
El largo debate sobre el aprovecham iento d e la fuerza laboral indí-
gena, motivado por el reclutam iento forzado y periódico de trabajado-
res para el cerro de Potosí (m ás conocido bajo su vocablo indígena,
mita), duró dos siglos y medio: em pieza con las propias ordenanzas
del Virrey Toledo, ya discutidas en el m om ento de su elaboración, re-
cibe una conclusión provisional con la r e v i s i t a del Duque d e La Pa-
tata y tas medidas consecutivas (1683-1693) y vuelve a replantearse en
el último m edio-siglo del dominio hispánico. Es así que desde muy
tem prano el resultado m ás visible y pernicioso de la mita de Potosí fue
el abandono de los pueblos por los indios d e tas provincias «obliga-
das» a ella (tas provincias eximidas de la mita potosina eran llamadas
«libres»). Tópico de la literatura colonial, et tem a del ausentism o indí-
gena surge apenas las reducciones toledanas term inadas y m onopo- liza la
atención pública en un m om ento clave de la conformación colo- nial
andina marcada por el auge del ciclo m inero, la m iscenijad ón so- d o-étn
ica y la m ercantilizadón de la econom ía indígena.
En el estruendoso lamento de los inform es acerca de la situ ad ón
demográfica y laboral de Charcas d urante el siglo XVII, se trata de de-
term inar y ponderar los abusos fom entados p or los poseed ores de
cualquiera autoridad y ju risd icd ón sobre el m undo indígena: primero
los tres grandes acusados, corregidores, curas y cad ques; luego, los
encom end eros, los d ueños de m inas, de obrajes y de h ad end as; acce-
soriam ente, los ju eces, los m ayordomos o adm inistradores, los algua-
ciles, los soldados, los frailes, los m estizos, los negros, etc. General-
m ente se culpa a uno o varios de ellos y se disculpa al grupo al cual per-
tenece el autor del informe. El remedio entonces consiste en reformar
o suprimir los agentes gubernativos encausados, por ende com petido-
res de la mano de obra.
J) Ver los artículos de Nicolás Sán ch ez Albornoz reunidos en ln dios y tributos en el Alto Perú
(Lim a 1978), en particular los tres prim eros; y los de Carlos Sem p at Assadou rian, reunidos en El
sistema de la economía colonial (Lim a 1982), sobre todo el tercer y el sexto.
3) La segunda p arte d e este estu dio, cuyo título lleva: «Caciques, m igrantes y etn id -
dad en los And es m erid ionales del siglo XVII», debe ser p resentada al coloquio «Politi-
cal Organization, Com unity and Ethnid ty. Indian com m unities in Latín A m erica in the
Colonial Period» en el m arco d el X I Congreso Internacional de Ciencias A ntropológicas y Et-
nológicas (Vancouver, agosto de 1983). Está intrínsecam ente ligada a la prim era p arte y el
hecho de apartarlas prod uce rierto d esequilibrio en el cotejo d e los inform es (nivel de las
interpretaciones contem poráneas d e los hechos) y de los casos regionales (nivel d e los
procesos efectivos). Aquí, intento rem ediarlo con unas breves alusiones factu ales y con
los cuadros sinóp ticos (ecología, mitimaes, mitayos, . . .) com unes a am bos artículos.
«En las provincias que ay d esd e Potosi hasta cerca d el Cu zco an yd o los yndios en
tanta d im in ución qu estan los pu eblos d esiertos y los tanbos sin gen te ni servi- cio y
todo tan solo y d esam parado que es la (ama dello . . .»
4) Publicado por el P. Ru bén Vargas Ugarte, S .J., en Pareceres jurídicos en asuntos de In- dias
(1601-1718), (Lim a 1951), p . 35. Segú n una alu sión (p. 36) a «la últim a revisita» de Chucuito
(hecha en 1577) «que se hizo agora 16 años», la Relación p arece h aber sid o re- dactada d urante
varios años.
5) Para una d escripción del eco-sistem a su r-an d ino, ver a Cari Troll, «Los fu ndam en-
tos geográficos de las civilizaciones and inas y del im perio Inca» (Berlín - Bonn 1931; Re-
vista de Geografía, Arequipa 1935), y «Las culturas superiores and inas y el m edio geográ-
fico» (Berlín 1931; AUpanchis 13, Cuzco 1980); a Olivier Dollfus, El reto del espacio andino
(Lim a 1981).
les d e puna alta hasta las playas de los ríos y del mar, las oasis de la cos- ta y
los bosques am azónicos. Sem ejan te acceso se conseguía general- mente
por el envío de grupos segú n una periodicidad más o m enos ex- tensa
(desde los mitimaes, «colonos» asentados d e form a p erm anente, hasta los
llactarunas o m igrantes tem porarios)6.
Al final del siglo XVI, la ocupación étnica de los Andes meridionales
reflejaba a la vez la organización de los señoríos aym aráfonos post-ti-
wanacotecas, la colonización inca m ediante la instalación de grupos
venidos del Tawantinsuyu (en los valles y en las fronteras particular-
mente) y los d esórdenes consecutivos a la invasión eu rop ea. Dos blo-
ques transversales se pueden distinguir dándoles a cada u no el
nombre del grupo étnico más prestigioso: al norte, el Collao, en tom o
a los «señoríos» lacustres (Collas, Lupaqas y Pacajes) del Titicaca que
poseían «colonias» tanto en la vertiente occidental (Moquegua, Lo-
cumba, Hilabaya, Lluta, Zama, Azapa) como en los valles tem plados y
calientes (llamados yungas) orientales (Carabaya, Am bana, Larecaja,
Zongo, Chau pi Yungas, Inquisivi); al súr, entre el litoral d e Tarapaca y
los yungas del Chapare, «el macizo de C h a ñ a s», con étnias qu e abar-
caban tanto a las punas occidentales (señoríos Carangas, Quillaqas,
Soras, Charcas, Carnearas) com o a los valles orientales d e Cocha-
bamba y Chuquisaca dedicados a los cereales y en los sectores m ás cá-
lidos a la coca (Chinguri, Tiraque) seca o húm eda7.
Después de los disturbios que siguieron la caída del Tawantinsuyu
(ejecuciones de señores étnicos durante la conquista esp añola de
Charcas, bajas en las huestes indígenas im plicadas en las guerras civi-
les, abandono de las fronteras por las guarniciones m ulti-étnicas), u n
reordenamiento del control hisp ánico en los Andes se lleva a cabo en
los años 1565-1575: nuevas jurisdicciones regionales (corregim ientos
o partidos), reagrupam iento de la población indígena, fijación de los
contingentes de mitayos a destino de Potosí entre 135 p u eblos de las
tierras altas. En principio, esta triple medida no debía afectar la inte-
gridad de las organizaciones étnicas: los repartimientos depu n as están
censados y tasados con sus mitimaes de valles y yungas qu e d eben en -
*) Sobre los mitmakunas incáicos (mitima, -es en castellano), ver a Cieza d e León , El se-
ñorío de los Incas (1553); llactarunas en Polo Ond egard o, «Relación de los fu n d am en-
tos . . .» (1571), en: Col. lib. y doc. ref. . . . Perú (Lim a 1916). Un análisis recien te en Joh n
V. Murra, Formaciones económicas y políticas del mundo andino (Lim a 1978), cap . 3.
*) Esbozo una presentación cartográfica en un artículo: «N otas en tom o a la geografía étnica
antigua de Bolivia» (a parecer en La Paz, 1983).
viar sus productos a sus señores y satisfacer periódicam ente la mita
potosina8. Sin em bargo, en el nuevo marco de las ju risdicciones re-
gionales y locales, civiles (partidos, reducciones, capitanías de mita) y
eclesiásticas (obispados, curatos, anejos) que modifica el m apa admi-
nistrativo inca, van a intervenir con m ayor peso las autoridades resi-
dentes (corregidores y tenientes, caciques y principales, curas) res-
ponsables de la entrega periódica de los tributos y de la fuerza laboral
indígena, im poniendo así el criterio de la territorialidad en detrim ento
de los de descendencia y de residencia múltiple. Quizás el factor de
m ayor divergencia para el futuro de las solidaridades étnicas sea el
corte introducido entre los «señores» que tienen a sus mitimaes en el
m ismo distrito som etido a la mita de Potosí y los que los p oseen en las
provincias «libres», exim idas. En el prim er caso pertenecen solam ente
los Charcas y los Carnearas (provincia Chayanta) y en el segu ndo to-
dos los otros señoríos d e puna (del Collao y al súr, los Soras, Carangas
y Quillaqas) cuyos asentam ientos periféricos se ubican en la costa pa-
cífica (corregim ientos de Arica y de Atacama) y en los valles orientales
(provincias de Carabaya, Larecaja, Caracollo, Cochabam ba, Mizque,
Yam paraez, Tom ina)9.
Esta im portancia de las nuevas jurisdicciones regionales y locales
como m arco de las obligaciones laborales por parte de los m iem bros de
los ayllus (hatun runas), el padre A. de Ayanz la percibe con claridad
p ués determ ina com o las dos grandes causas del despoblam iento de
las tierras altas, la mita d e Potosí y el comercio interregional (trajines)
modulado por los corregidores. La mita ejerce estragos en razón del
tiem po y de los m antenim ientos gastados d urante los viajes (que pue-
8) En la realid ad, las autorid ades de valle obstaculizan la intervención de las depu n as sobre los
mitimaes; analizó estos efectos en la provincia de Larecaja (ver mi artículo en H i- stórica, ffl-2,
Lim a 1979) y sobre los Lupaqas (artículo qu e d ebe acom pañar el tom o 2 de
la reedición d e la Visita de Chucuito; ver infra, nota 71). El nom bre d el Título ind ígena de
«señor» varía segú n los idiom as (mallku en aym ará, kuraka en qu echu a, cacique en taino). En
este trabajo, no doy u n con tenid o particular a la voz cacique o señ or, usado ind istin- tam ente.
9) Cochabam ba y Sica-Sica constituyen u nas provincias mixtas: no todos sus pueblos
d eben m andar a indios en Potosí (en Sica-Sica, los valles son eximidos; en Cochabam ba,
los p u eblos d el sector oriental). Un mapa de las «capitanías» d e mita, basada en los seño-
ríos étnicos, en Thérése Bou ysse-Cassagne, «L'esp ace aymara: urco et urna», en: A nua-
les, E.S .C., 1978, n° 5 - 6 , pp. 1057-1080. Recordem os también que en el siglo XVI todos
estos grupos hablan principalm ente el aymara (d os grupos el uru y pukina en regiones
lacu stres, el quechua en los valles y fronteras orientales). Ver en el apénd ice, el cuadro 1
y el mapa.
Hiaisunwos
Etnias Capitanías
de mita
Provincias 1
Etnias y jurisdicciones coloniales: efectivos de tributarios y mitayos en Potosí
Mitimaes en pr ovindas
«obligadas» «libres»
21.
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K 1 1645 I 1684 rl
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Punas: [Puna:]
A Canas/ Canas ureo Canas Colla/urco Larecaja 6110 3219 3639 925 1079 796 783
B Canchis Canchis urna Quispicanchi Chucuito Yamparaez 1292 2235 881 631 571 172 159
C Collas Colla ureo Urcosuyo Carabaya 7931 2137 2287 1277 2282 1044 576
■ Paucarcolla
'% Larecaja 5400 1775 692 1263 858 561 510
Colla urna Collasuyo Pocona 6283 2478 1848 614 1585 902 804
D Lupaqas Lupaq. ureo Chucuito Larecaja
Sica Sica
Arica 17872 3194 4378 1290 2874 2202 1854
E Pacajes Pacaj. ureo Pacajes Arica 9477 2546 2369 1522 1079 1522 1461
Pacaj. urna Sica Sica Sica Sica 2280 1286 904 1336 1134 357 7
Omasuyos Larecaja 7968 963 1295 1498 3608 915 747
F Caranqas Caran. ureo Carangas Cochabamba Arica
Yamparaez 6254 1391 2337 131 242 994 1017
G Soras Soras Paria Cochabamba 3801 323 645
1992 329 240
1987 2856 690
H Quillaqas/ Quillaq. ureo Paria Cochabamba Yamparaez 6070 ? 608 609
Azanaques Porco Porco (valles) Pilaya/Pa. 1% 195
I Charcas Charcas urna Chayanta Cochabamba 3137 7 1980 ? 110 546 542
Chayanta
J Caracaras Caracara ureo Chayanta Chayanta Yamparaez 4843 7 4366 7 828 771
Porco Porco Pilaya/Pa. 1200
K jChichas Chichas Chichas 313 1167 717 376 608 20 ?
S S [Valle:]
j Carabaya
i
Larecaja
No poseemos cifras suficientemente detalladas para diferenciar los efectivos ét-
M Yungas Sica Sica
nicos (yungas, cotas . . .) de la población total de cada provincia o de valles (La-
N Quimas Sica Sica
O Cotas/Chui Pocona/Mizque recaja, Cochabamba).
P Yampara» | Yamparaez I
den durar varios m eses), de los rigores del trabajo (accidentes) mal re-
tribuido (jornal derisorio) y del relajam iento moral que sufre el grupo
indígena (concubinatos); en caso de vuelta al pueblo, los cultivos y el
ganado se han perdido y nuevos servicios (y a veces el reclutam iento
inmediato para Potosí) esperan al ex-mitayo. Resultado, los ex-mitayos
generalmente prefieren quedarse en Potosí o huirse a los valles (en to-
dos casos sus caciques siguen cobrando tributos sobre ellos). Por
ejem plo, de los 2200 mitayos que envía cada año la provincia d e Chu-
cuito «no buelven 500 indios» y se sospecha que unos 6000 Lupaqas
residen en Potosí.
La segunda carga m ayor qu e p esa sobre los indios es el trajín, des-
crito así:
«Las cosas sobre dichas y algu nos mas qu e se h an callado an sid o cau sa y son para
qu e los ynd ios se hayan huido de sus pu eblos a los valles y quebradas . . .»,
y de referir el caso de los pueblos lupaqas «sin ynd ios»10*. Otros infor-
mes confirm an este panoram a desolador. Así el propio Virrey Luis de
Velasco (1596-1604) recuerda:
«. . . estas rred uziones están en todo el rreyno casi d eshechas viviendo los
yn d ios en estancias y en los poblezuelos. Su s curas y corregidores qu e p or sus
particulares lo an perm itid o y el hu yr los yndios de los cam inos rreales p or las
m olestias y agravios que rred ven de los pasajeros . . ,»12.
« . . . com o los yndios son pocos, quando se les yevan [stcf i.e. hielan] su s cha-
caras no tienen tiem po pañi aderezallas com o lo su elen hazer qu an d o ay mas con
qu e rem ed ian gran parte d el daño qu e los yelos hazen y agora esta tal toda la
Prov. de Chucuito y lo m as de toda esta sierra p or la falta de ind ios . . .»u .
1') Sobre la precariedad de la agricultura depu n a (baja prod uctividad y fuerte d ep en-
dencia m eteorológica; n ecesidad del alm acenam iento), ver el prim er capítulo de la tesis
de J. V. M urra, La organización económica del estado inca (1956; México 1978); el artículo de
T. Bouysse citado en la nota 9 y el m ío sobre el caso lupaqa en M élanges déla Casa de Veláz- quez,
Paris-Madrid , tom o XVII (1981), part. la prim era parte. Sobre los ciclos agropecu a- rios and inos,
ver Jü rgen Golte, La racionalidad de la organización andina (Lim a 1980).
ÍJ) El tem a de la m axim ización económ ica de la prod ucción agropecuaria m ediante las
estrategias m ercantiles de los caciques recién em pieza a ser enfocado (ver los trabajos
de C. S. Assadourian, T. Platt y el sim posio llevado en el Congreso de A mericanistas de
M anchester sobre los mercados). El tema requiere de nu m erosos enfoqu es regionales
con sus especificid ades ecológicas y étnicas. La segunda parte de este trabajo analiza
unos casos (ver nota 3).
cuya mercan tilización permitía a la vez a los caciques proporcionar las
distintas rentas, podía m antenerse mientras tanto la tasa de retom o
periódico a los núcleos de puna seguía constante o por lo m enos por
encim a de un mínim o num érico capaz de satisfacer las exigencias de la
reproducción com unitaria (biológica, ritual, económ ica, etc.). Pero, el
traspaso paulatino d e una fracción creciente de la población indígena
al sector español origina un resquebrajo entre los grupos étnicos que
logran cum plir con todas sus obligaciones (externas e intem as) y los
que no cum plen hasta declararse en quiebra total (que va desde la
«desaparición» de los indios a la enajenación de las tierras). Las auto-
ridades coloniales estaban conscientes de este peligro y el grito de alarma d
e los Jesuitas fu e uno de los tantos que iban a m ultiplicarse ya en plena
apertura del siglo XVII.
De hech o, la «cuestión indígena» de Charcas fu e planteada en tér- minos
laborales y se form uló en tom o al debate sobre los efectos de la mita en las
provincias «obligadas». Viene entonces a ponerse en tela de ju icio el conju
nto de las exacciones sobre el cam pesinado andino. En la medida qu e esta
polémica traduce la com petición encarnecida de los sectores dom inantes
para reservarse el monopolio d e la explotación colonial a la vez que su
percepción de los m ayores riesgos encubiertos, conviene analizarla para
jerarquizar los m ecanism os que provocan la
«deserción» de los pueblos y la disgregación étnica. De paso, estos tex-
tos, en su mayoría inéditos y a m enu do anónim os o sin fecha - una
contribución im portante consistirá en fecharlos e identificar a sus au-
to r e s -, proporcionan detalles de mayor interés sobre el funciona-
m iento interno de los ayllus andinos bajo el régim en colonial. Siendo
m uy explícitos, conviene citarlos con la mayor extensión posible de
acuerdo a la proporción de este estudio. Los textos potosinos ofrecen
u na primera perspectiva23.
23) La publicación d e los extractos (esencialm ente de los fond os m adrileños) de la in-
form ación colonial em itida acerca de la m ano de obra p or S. Zavala (op. cit.) renu eva
casi por com pleto el tema. H ay qu e añadirlos los d ocu m entos recogidos en la ép oca del
Marqués de M on tesd aios, Virrey peruano de 1607 a 1615, qu e se encuentran en el Ar-
chivo del Duque del Infantado, Madrid (en ad elante ADI), y en la Biblioteca Nacional
(B.N .) de París para recalcar la riqueza de los inform es redactados durante las dos pri-
m eras d ecenias dél siglo XVII. Para un uso extenso, requieren u n análisis previo d e or-
d en sem ántico-histórico: hay qu e atribuirlos su s verdaderos autores, seguir los tem as y
sus plagiados y recu rentes, buscar la red de intereses regionales y sectoriales que están
en ju ego, etc. . . . En el cuadro 3, esbozo una primera tipología de los autores.
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rHT-HT Hr-irHr-ir-irHr Hr-irHrHr-ir HrHT-HrHr HrHr HrH
Las protestas de los caciques de puna reunidos en Potosí evocan,
más que los malos tratam ientos en las m inas, los abusos en los servi-
d os en provecho de los corregidores (trajines de vino y coca), de los
tambos, de los curas, de las ciudades y de Porco cuyos m inerales están
agotados; pid en tam bién la rebaja de los tributos24. El pliego de peti-
ciones, sin em bargo, no pone en cu estión el principio de las im posi-
d ones.
Los «vecinos» de Potosí, cuyos intereses se confu nd en principal-
mente con los del gremio de los azogueros (em presarios m ineros),
desplegan un activismo jurídico-pleitoso para m antener su s privile-
gios desmedidos en cuanto al acceso a la fuerza de trabajo indígena
(que se está convirtiendo en una renta en dinero). Denu ncian con un
vigor incansable la triple plaga que acosa a los «pobres súbditos» in-
dios. La extensa Relación del cerro de Potosí presentada en 1609-1610 por
G. de Llanos ofrece abundantes detalles sobre los agravios de los cor-
regidores, doctrinantes y cad qu es: «traxines y grangerias» de los tres
(«parece negod os sin rem edio»), uso excesivo por los dos prim eros de la
mano de obra fem inina (para la casa y para hacer ropa), m onopolio del
com erd o local por el primero (tanto en la compra de los prod uctos
- animales de carga - a bajos p red os a los cam pesinos como en la venta de
vino o de coca a los m ism os), aprovecham iento por los cad qu es de los
indios de servid o (com o los pastores) y de los ausentes (cobrándo- les las
tasas). Peores son los corregidores casados («porque las m uge- res quieren
tener aparte otras tantas grangerias») y d eben lu ch ar con- tra los curas «a
las pu ñadas sobre el gobierno de lo tem poral y espiritu- al». La invasión de
los pueblos por los españoles - «la m ayor parte gente holgazana y perdida»
- es bien evidenciada (los tenientes siendo los mas calamitosos). En total:
«. . . cada p u eblo de ynd ios viene finalm ente a ser un rebano de ovejas cuya guarda
y d efensa esta a cargo de una manada de lobos qu e viven y se su sten tan de su sangre y
si en ocasiones que se ofrecen buelven p or ellos y los d efiend en no
«Y asi vemos p u eblos qu e fueron muy op u lentos d e ind ios aora treinta y cua-
renta anos casi acabados del todo el dia d e oy sin qu e se pu ed a atribuir esta ruina
al tiem po sin o al trabajo inm enso con qu e han sid o molestados los indios»2627. >
«Después qu e sean [los indios] escapad o del corregid or y teniente llega el cura
qu e es quien los d evia am parar y com o save todos los pecados d el p u eblo ynce-
25) Esta im portante «Relación del cerro d e Potossi, el estad o que tiene y d esord enes
del con el Rem edio que en todo se podría dar», de 235 páginas m anuscritas (con escri-
tura apretada) qu e perm ite m edir los cam bios en la minería y la mita p otosina un cuarto
d e siglo d esp u és de Cap oche (1585) se halla en el volu m en 57 (o T. 3) de los Papeles de
Indias d el Marqués d e Montesclaros en el ADI, Madrid (una fotocopia esta depositada
en el Archivo Nacional de Bolivia, Sucre - en ad elante ANB). La cita esta en la p. 16.
26) Sebastián de Sand oval y Gu zm án, Pretensiones de la Villa Imperial de Potosí . . .
(Madrid 1634), «respuesta a la dificultad tercera».
27) Parecer del «Padre D° de Paz sobre las red ucciones sin preguntárselo», B.N . Ma- drid,
ms. 2010, f° 110.
stos ydolatrias diceles qu e a m enester quinientos cam eros o m ili para el u para sus am
igos y qu e si no se los traen que los ha de hacer quem ar y d estru ir y los mata acotes si
n o se les trae alli, tem enle m as que al corregidor . . ,»28.
« . . . p obláronse todos los indios en las p u nas o param os com o lo certifican los
pueblos de toda esta provincia de los charcas distrito de la R1 A u d iencia de la Plata d
ond e p or su d esabrido frío y d escom p u esto tem ple n o cogen otra sem illa sin o la d
e p apas y quinua y para el bu en sucesso d este fruto es necesario qu e los anos sean d
erechos y abu nd antes con qu e de fuerca para su sten tar la vid a tienen necesid ad d e
en trar en los valles a la labranca y beneficio d el m aiz trigo y otras legum bres tres
vezes en el ano a la siem bra d esyerbo y cosech a y los qu e n o son labrad ores llevan
sus ganados para rescatar con ellos estos m an tenim ien tos y los mas p obres en tran a
alquilarse assi con esp añoles com o con yn d ios m as ricos con que ad quieren el su sten
to de su s familias d e m anera qu e seria ym p u sible vivir sin este cuydado con qu e no
d ejan en sus cassas cossa viva n i caud al m ueble porqu e de tod o cargan y d e su s
hijos y los mas cercan os a los valles cam inan
“ ) Parecer anónim o, sfnl., sobre las red ucciones (f°58vhay una a lu sió n :«. . .n o h a y
nadie com o es h atu n cabana qu e era la m ayor del Collao»), B.N . Paris, m s. esp añol
n° 175, f° 59\
n ) Pierre Du viols, en la introd ucción de su tesis, señ ala la «ind igencia d e fu entes» en
las provincias d e Q uito y de Charcas, «ind igence qui sem ble bien corresp on d re, en l'oc-
currence, à l'absen ce d 'u n e activité extirpatrice im portante ou significative d ans ces ré-
gions», La lutte contre les religions autochtones dans le Pérou colonial (Lim a 1971), p. 10. Este
hipotético pacto en tre ind ios y autorid ades coloniales p u ed e tam bién h aber acom-
pañado la reorganización d e la mita potosina: en varias oportu nidad es, los caciques del
sur-andino se entrevistaron con Toledo en Potosí (1573-1574) y es d e sosp ech ar una
aceptación negociada del aum ento d e los con tin gentes mitayos (N . Matías d el Cam po en
su memorial publicad o en Lima un siglo d esp u és alude a estas n egociaciones). Por otra
parte, hay que señ alar que en las grand es cam pañas d esencad enad as con tra los pueblos
de los Andes centrales en la segunda decenia del siglo XVII, la com p etencia económ ica entre
indios y esp añoles no fue extraña al estallid o de la crisis. En su análisis d el «Pleito de los
indios de San Dam ian (H uarochiri) contra Franciso d e Avila, 1607», Antonio Aco- sta apunta
el origen d e la denuncia por Avila de las idolatrías practicadas p or su s parro- quianos: «las
practicas económ icas de los doctrineros constituyen el cen tro de toda la polémica . . .»,
Historiografía y Bibliografía Americanistas, vol. XXIII (1979), p. 6.
veinte leguas y m uchos a cincu enta mas o m enos gastando este con tin u o travajo
cassi todo el ano con qu e no se pu ed a haver ley ni ord enanca qu e los obligue a re-
sidir en sus pueblos careciend o d el su sten to hu m ano sin o es qu and o ellos qui-
sieren según la com odidad d e cada uno»303 1.
«. . .d em a s de dar la séptim a p arte los serranos y algu nos la sexta y los yu ngas
la sexta y algu nos el quinto - por provisiones de los señores virreyes entran
luego los qu e d an p or m andam ientos de los corregidores a p ersonas particulares
30) «Miguel Ruiz de Bustillo correg' de la provincia de chayanta del Piru prosigue la
Relazion qu e haze a su Mag. de algunas cossas ym portantes a su R1servicio», Chayanta,
1. III. 1614,6 folios, AGI, Lim a 144. Ocho años an tes, com o corregidor de Cochabam ba, M. R.
de Bustillos hizó la red ucción de los indios y fue acusado por el Presid en te de la Audiencia de h
aber sid o «m uy interesado» (en escond er a ind ios), lie. Al0 M aldonado de Torres, Potosí, 12.
XII. 1606, ANB, Minas, t. 123, n° 1087.
31) «Relation q. el cap. di° de contreras procurador general de la ciudad de la p “ Reino del
piru da y aze al 111™don gon. de acuna del consejo de su mg. y su p resid ente en su Real con
sejo d e las yndias en qu e contiene algunos avisos en bien y conservación d e los yns. del piru y
quito de su mg. y aum ento de sus Reales acienda y bien y estabilid ad de aquellos Reinos» sfnl,
ADI, Papeles de Montesclaros, vol. 32 (T. 1), doc. 100, p. 1, n° 1. Este prolijo inform e, que com
prende 70 p u ntos en 18 páginas, se puede fechar según otras rep resentaciones del mismo fondo,
del año 1609 (una fotocopia existe en el ANB).
y los qu e ellos ocu pan en sus tratos y grangerias - y los que ocu pan los curas y ca-
ciques - y los qu e están au sentes y ocu pad os en servicio d e los tam bos chasqu es y
en officios de rep CI y sachristanes cantores y fiscales qu e no acu d en a mita qu e es
una m uy gran cantid ad y nu m ero - y con esto carga el travajo sobre los dem as de
suerte que no traen ora de d escanso y es lo qu e les haze hu yrse y au sentarse y
d espoblar su red u d on». i. .,
«Cotejad a esta mem oria con la d ha revisita d e Toled o viene a constar aver oy m u
ch os m en os y tanto que m e atrevo a decir a V.M . qu e en lo general de todo lo qu e
he visto es un tercio y no se si diga la mitad . . ,»35.
32) «Relación de cosas . . .», sfnl., a n ó n ., verosim ilm ente borrador de Luis d e Velas- co,
ubicación en nota 11.
33) Carta al Con sejo de Indias, La Plata, 17. II. 1611, AGI, Charcas 19.
34) Visita de la Audiencia de Charcas a cargo de d on M uñoz de Cuellar; d uro un año y
medio - «hacia treinta años qu e no se había visitado . . La Plata, 1. III. 1615, AGI,
Charcas 29.
35) Id. Otra Visita hecha 20 años d esp u és observa: «m as de las dos terceras partes de
los indios qu e figuraban en los padrones de los caciques estaban au sentes». La Plata,
1 8 . 1. 1629, A GI, Charcas 20.
La evaluación de la situación demográfica exacta de los cam pesinos
andinos se vuelve un elem ento esencial del debate. A las declaracio- nes
reiteradas de los virreyes y oidores de la Audiencia sobre la «gran dim
inución y disipación» de los yndios y pueblos, los agentes de la co- rona y
los representantes de las ciudades m uestran la sub-evaluación oficial:
« . . . el travajo continuo d e los ind ios en estas m inas y la falta a qu e van vi- niend o
por hu irse algunos y ocu par otros los corregidores en su s traxines y grangerias y au n
algunos d e los sacerd otes da ind ustria a su s caciques a qu e se piden revisitas p retend
iendo con esto se les hagan rebajas de ind ios y com o el ocultarlos sea en su m ano se
halla en ellas d e ordinario m ucho m en os n u m ero y de los qu e escon d en se
aprovechan assi d e la tasa com o d el servicio y esto se en - tiende assi en general y qu e
en las provincias d este distrito no an venid o a dim i- nución sino en crecim iento»,
esto es, los caciques cobran los tributos de los difuntos m ediante sus
parientes y d e los mozos sin declararlos41.
Para u n cacique d e puna (de Pacajes), el descuido de los corregidores en
llevar las listas censales afecta más bien a las autoridades indígenas porque
los jovenes huid os no p u ed en ser recuperados:
«. . . causa d estrucción los señ ores corregidores d esta provincia p orqu e en las
visitas qu e hacen d esde m as de sesenta anos a esta p arte tan solam en te la h acen
de los yndios tributarios sin h acer m ención d e su s hijos ni m u geres con qu e
siendo grand es los tales m uchachos se h u yen y com o n o están escritos en los p a-
d rones se p ierd en y niegan su s p u eblos . . .»4I.
«. . .e n ellas no están sentados mas d e los nom bres d e los yndios tributarios y sus
hed ades e los yndios viejos de m as de d n q u en ta anos y enferm os qu e en ton- ces
parecieron y n o se asen taron los nom bres d e las m u geres n i h ijos de familia qu e no
an llegado a tributar qu e llegand o a tener diez y och o anos se asien tan por tributarios
ni se asentaron yndias biudas ni solteras porqu e n o tributan . . ,»43.
43) «Testim onio de las visitas . . . por Antonio Cresp o Ortiz», Caquiaviri, 3. VIII.
1633, id., f° 18.
**) Pedro de Lu d eña, Potosí, 29. XI. 1606, ANB, Cartas 1022.
y yungas tierra calidísima . . . en tiquipaya se hallaron 230 y tantas viu das y mas de 100
yndias viejas solteras y tan solam en te 11 yndios y cantores . . .»4S.
45) Rafael Ortiz d e Sotom ayor, Potosí, 8 . 1 .1617; cabildo de Cochabam ba, 27. II. 1617,
docum entos publicados com o anexo n° 4 d e la crónica de F. d e Vied m a, Descripción G e-
ográfica y Estadística de la Provincia de Santa Cruz de la Sierra (Cochabam ba 1969),
pp. 277-281.
4‘ ) El tem a de la inadaptación biológica d e la población valluna a la ecología d e puna
debe ser tomado con m ucha reserva. Prim ero, m uchos pobladores p roced en d e las pu -
nas vecinas y van y vienen con stan tem en te. Segu n d o, los valles de Cochabam ba p oseen
varios niveles d istintos: sectores dep u n a, sectores tem plados (entre 3500 y 2500 metros)
y sectores bajos y cálid os realm ente m alsanos (fiebres palúdicas, leishm aniosis o «mal
de los and es»). El cabildo de Cochabam ba no se refiere a estas end em ias sin o a epide-
mias de origen europ eo. Poca gen te vivía perm anentem en te en los yungas calientes.
47) Varios textos aluden a las reacciones fem eninas frente a las exacciones coloniales,
reacciones qu e van h ad a un m ayor m estizaje biológico y sod ocultu ral con el m undo español,
lo que se pu ed e interp retar de otra m anera. En la segu n d a p arte del estu dio, analizo las
estrategias fem ininas con resp eto a los estatu s de «forasteros» y d e «yanaco- nas».
4S) Doc. citado en nota 27, f° 111.
m undo colonial y por ende de nuestra propia documentación. Ya el
P. Ayanz habia señalado el caso de los Lupaqas refugiados entre los
Chu nchos del alto Beni, viviendo en pueblos apartados y cultivando
maíz, frijoles, m ani, cam otes, yucas y m uchas frutas. Muy desconfia-
dos, al m enor ruido se m eten en la m ontaña esp esa «com o en una for-
taleza» y añade: «es muy grande el num ero dellos y cada dia van en
m ucho aum ento». Podemos aquí seguir al autor porque el inform ante
es fidedigno49. Otro padre, cura de indios, pone en duda las altas ci-
fras:
49) El m isterioso inform ante de los jesuítas evocado por Ayanz (doc. d t., p p. 5 6 -5 7 )
es el licenciado Miguel Cabello Balboa, el autor de la M iscelánea Antàrtica (1586) quien
d ed icó el final d e su vid a a los Ch u nchos (su libro sobre ellos se ha perd ido).
,0) P. Felipe d e Alcayaga, a ta d o en nota 39. Sobre los Yurum as y otros grupos de la m on
taña, ver a T. Saignes, «El piedem onte am azónico d e los Andes m erid ionales: estad o d e la
cuestión y p roblem as relativos a su ocu p ad ón en los siglos XVI y XVII», en: Boletín del
Instituto Francés de Estudios Andinos, t. X (Lim a 1981), n° 3 - 4 .
51) Sand oval, Pretensiones . . . (1634), citado en nota 26.
52) Entre las nu m erosas referend as, la del licenciado Pedro Ram írez del Aguila:
« . . . y m uchos (según se dice) huid os en los chiriguanaes». Noticias Políticas de Indias
(La Plata 1639), ed . por J. Urioste (Sucre 1978), p. 121. El corregidor de Potosí afirma que
los indios mitayos «en cum pliendo el tiem po de su trabajo no volvían a sus naturalezas
. . . y m u chos se habían pasados con los chiriguanaes que son yndios por conqui-
star . . .», 30. IV. 1646, AGI, Charcas 416, cuad erno 4, f 124\
Mejor documentado está el caso de los indios que andan fuera de su
reducción dispersos por todo el área de los Andes coloniales. Todo el debate
consiste en determ inar en que medida siguen bajo el control de sus
autoridades étnicas (y accesoriam ente del cura). Para D. de Paz, el
ausentismo no perjudica a los caciques ni a los curas:
Muchos otros inform es del com ienzo del siglo XVII señalan el
mismo interés de los caciques en tener indios escondidos y cobrarles
repetidas veces las tasas54. Fray Miguel de Monsalve en su fam oso in-
forme sobre la «reducción a los pueblos . . . » matiza este control: rea-
firma la com plicidad de los curacas y curas para escond er los indios,
pero evoca el caso de «otros huydos personales» vueltos yanaconas de
españoles qu e «no pagan sino cual o cual tributo por estar trocados en
diferentes provincias y pueblos huid os de los suyos»55. La m ism a di-
stinción la expone el corregidor de Oruro recalcando el progresivo
arraigamiento de los fugitivos en las chacras y estancias de esp añoles
(«se les dan por naturales yanaconas dellas») y en los guáyeos donde
los dejan sus curacas, '
« . . . p orqu e d esd e allí n o solo les acu d en con su s tributos y tassas sin o tam -
bién con otras m uchas dadivas con qu e los grangean para qu e les p erm itan el estar au
ssen tes d e sus p u eblos . . .»5Í.
La cuestión de los yanaconas no deja de tocar el tem a p ués sus caci- ques
de origen van poco a poco perder su ju risdicción sobre ellos. To-
Lo único que se pudo hacer fue una visita de los yanaconas que
«asistían» en las chacras de diez corregim ientos de Charcas y que su-
57) En los registros d e escrituras notariales de La Paz, Potosí o La Plata abu n d an los
contratos de alquiler anual. Un ejem p lo:«. . . an te mi el escribano publico y testigos pa-
reció estevan cutipa natural del pu eblo de pom ata d el ayllo hilavi y su curaca d on Carlos
p acho cutipa y d ix o . . . qu e se a concertad o y concierta con ped ro m elendez baldes qu e
esta p resen te para servir de yanacona en todo lo qu e m andare ju sto y onesto y en parti-
cular el alfafar . . . tiem po de un ano y a de dar y p agar 25 p esos corrien tes. . . y ocho
cargas de chuno . . .», La Paz, 18. VIH. 1614, Archivo Histórico Municipal de La Paz, re-
gistro d e escrituas n° 3, f° 442. - Toledo informaba el rey de la situación agrícola de
Charcas: «hay 364 hered ad es de labores qu e llaman chacaras de esp añ oles. . . y tendrán
com o 5500 yanaconas de servicio . . .», La Plata, 20. IQ. 1574, cit. p or Zavala, SPIP 1:92.
Un cuarto de siglo d esp u és, la Audiencia d e Charcas escribe: «hay en esta provincia mas de
mil chacras qu e son otros tantos castilletes fortalecidos en servicio de S.M .», La Plata,
31. VIL 1599, i., p. 153. Los procuradores d e La Plata atestigu an en 1609: «en la provincia d e
las charcas y ciu dad d e la plata ay mas de 1200 chacaras y tierras qu e llam an cortijos en esta
tie r r a . . ¡ y de presente ay mas de 8000 ynd ios qu e llam an yan aconas», «Rep res- entación»
(im presa), AD1, Papeles de M ontesclaros, vol. 131, doc. 165.
5") La lucha entre la Corona y los hacend ados de Charcas sobre el control d e los yana-
conas m erece en si un estu d io com pleto. Los límites de este artículo lo im piden. Digam os
brevem ente qu e cobra m ayor p u janza bajo los virreyes Cañete y Velasco (1590-1604):
todo el problem a consiste en diferenciar los yanaconas d escen d ientes de los em pad rona-
dos bajo Toled o y d e los recién llegados a fin de devolver los últimos a sus p u eblos. Fi-
nalm en te en aplicación d e la Real Céd ula sobre el servicio p ersonal (1601), el Virrey Ve-
lasco ord ena la libertad com pleta de los yanaconas (provisión real del 13. XI. 1603). La
Aud iencia de Charcas, d espués de la intervención d e los cabildos de La Plata, suspend ió
la aplicación de la m edida (exped iente en A GI, Charcas 31). El com entario es de Gaspar d e
Escalona Agüero, Gazofilacio Real . . . (1647), (La Paz 1941), p . 237.
marón a 9141 hom bres (28 694 personas de toda edad y sexo) y la re-
ducción de las situaciones irregulares «de poco efecto porque m ui po- cos
han ido a sus pueblos y casi todos se han buelto a huir»59.
Parece que d urante esta fase (los dos primeros decenios del siglo XVII),
los caciques no tienen inconvenientes en d ejar a su s indios al- quilarse en
las chacras de esp añoles o en las ciudades: el contrato es provisorio, reciben
una sum a muy superior a la tasa (de 60 a 120 pesos anuales) y en el p eor
de los casos el im porte de la tasa (de 2 a 9 pesos
• egún las situaciones). Adem ás tienen interés en d ejar a ind ios en Po tosí
o en los valles cercanos a qu ienes recurrir para com pletar los efec- tivos de
mita o el pago de las tasas. Es así que en Potosí, los caciques
« . . . los yn d ios au sen tes se m u dan los nom bres y d e su s p ad res y pu eblos y m
aled osam en te se visitan p or yan aconas asi de su M agestad com o en los val- les . .
” ) El resu m en d el cen so de Alfaro (1610) enseñ a qu e los yanaconas asen tad os d e diez
y de viente añ os en las 920 estancias y chacras son cinco veces mas nu m erosos q u e los
censados bajo Toled o y su s d escen d ientes, G . d e Escalona, op . cit., p . 239. Com entario
posterior de la Aud iencia (17. n . 1611) en AGI, Charcas 19. Posteriorm ente, el Presi-
dente indica las provincias d ond e se em pad ronaron los yanaconas: Yam p araez, Porco,
Chayanta, Tom ina, Mizque, Tan ja, Paspaya y Pilaya, Cochabam ba, Larecaja (carta d el
15. H. 1614, id.).
*°) P. F. de Alcayaga, «Relación y ad vertim iento . . .» (1612), citado en nota 39. La
mayoría de los inform antes d el p rim er tercio d el siglo XVII estim an a la población indí-
gena en Potosí en nú m ero de 30 000 a 50 000 personas.
*') G. F. Gu arachi, Caquiaviri, 1633, doc. cit. en nota 42.
micas del «control ecológico vertical» por parte de las etnías. En el am-
biente laboral del primer cuarto del siglo XVII, la condición de mi- grante
cobra nuevos aspectos:
«Entre los cad qu es de tierra fría y los de los valles tienen hech o su pacto y con-
d erto p or el terrazgo que los cad qu es de tierra tria m eten los yndios necesarios y
los de los valles p onen las tierras y las cultivan a m edias y esto es muy ordinario y
d estos yndios qu e con esta ord en tienen p u estos n o se cobran tasa n i qu e salgan
a m ita porqu e están rrebu eltos con los de los valles qu e solos los curas d estos val-
les p or el yn teres d el p esso enssayado los conoce; [. . .] tru ecan d e ordinario las
m u jeres los de los valles con los de las tierras frías62.
«Son nidos p rincipales de yndios foraxidos estos valles en m anera qu e ay tan- tos y
de tantos anos que com o su s curacas o se m u eren y los qu e entran en su s lu- gares
son m ocos qu e no los con ocen porque a treinta anos qu e faltan d e su s p u- eblos, ya
no ay d erecho para qu e vuelva a su p u eblo p oiq u e ya esta allí naturali- zado y com
bertido en yan acona»65.
« . . . hallo muy gran nu m ero de yndios forasteros asi en los bailes com o en los
pueblos d e la p u na perm utad os los d e los tutos p u eblos en los otros y fue esto en
tanto extrem o q u e en el p u eblo d e Sap aqui qu e es en baile d e caracato d ond e ay
ochenta yndios de bisita hallo setecien tos yndios forasteros y estos se hallaran oy en dia
p or cau sa de qu e son exsesivas las tierras qu e les d ejaron a estos yndios y a todos los
d e los bailes . . . y ay tantos añ os qu e están natu ralisados en los bailes que casi n o los
con osen los casiqu es p orqu e se m u eren los viejos y en tran otros m osos en su lu gar .
. .»“ .
«. . . [al] corregid or. . .le con viene tener ind ios forasteros para su s tratos . . . [y al]
cura . . . p or el p eso ensayad o qu e cobra d e cada forastero en cada ano p or la ad m
inistración d e los sacram entos y los curacas lo encu bren p or su s inter eses . . .»‘ 7.
**) Isidro d e Pissa, mem oria sfnl. (en la sép tim a linea dice: »esta m em oria p or q. es el
total Rem edio d estas Provincias la Red ucción»), Bibliot. Univ. Sevilla, col. M arqu és d el
Risco, Varios 330/ 122, doc. 4 5 ,2 folios. El parecer, m uy hostil a los ind ios (ociosos, bor-
rachos, . . .) h a d ebido ser escrito entre 1608 y 1612. Es interesante saber qu e este
pueblo d e Sap aqui (hoy Sapahaqui, prov. Loayza, cerca de La Paz) fue d e nu evo visi-
tado en 1628 y se encontraron a 89 indios tributarios, a lo cual el ju ez añad ió: «y aunque
en el auto se declaran tráiganse el d ho srju ez los ind ios de las esta n cia s. . . [los caciques]
declararon qu e n o tien en indios p or lo qual el d ho sr ju ez no las visito», 11. X. 1628
(ANB, E 1628-29). ¡N o se pu ed e ser mas claro!
*7) J. O. de Cervantes, «M e m o ria l. . .», doc. cit. en nota 38.
encontrarían aquí su perspectiva límite: cuando el vínculo étnico se re- laja
hasta rom perse.
Los caciques de puna, a mediados del siglo XVII, defendieron esta
interpretación, alegando su incapacidad en alcanzar a sus indios au- sentes.
Aquí también debem os desconfiar de este tipo de argum enta- ción
demasiado bien adaptada a la opinión com ún de la época. Otro observador
al contrario recalca la vigilancia d e los caciques. El ex-co- rregidor de
Cochabam ba em pieza por explicar los fracasos d e las ten- tativas
reductoras bajo los Virreyes Monterey (1604-1606) y Esquila- che (1615-
1621):
68) «Medios propuestos por D. Ant° de Barrasa y Cárdenas al Virrey para la red ued on de
los indios», Sica Sica, 2. V. 1632, B.N . Madrid, ms. 19 282, f° 236.
•u registro. Los indios «de tasa» (los qu e deben el tributo por ser «na
turales») abandonan sus pueblos; sus caciques los dan por «desapare-
cidos» y cuando p retend en reducirlos, los declaran por «muertos» mientras
les cobran varios im puestos. Por otra parte, los caciques aco- gen a los
indios venidos de otras provincias d ándoles tierras a cambio de
prestaciones de servicio y los curas los amparan por au m entar sus ingresos
(paga de un peso por forastero para el sínodo, contribuciones en las fiestas
y sacram entos). Podem os p regu ntam os si son los m is- mos individuos
qu ienes, pasando a otros pueblos, se convierten en fo- rasteros. El texto no
aclara este pu nto sino emite u na doble afirmación: ios caciques de origen
siguen controlando a sus súbditos «ausentes» mientras los de acogida «se
sirben de los forasteros como de esd abos». Si la respuesta fu era afirmativa
en cuanto a la identidad com ún de am- bos individuos, habría una flagrante
contradicción entre am bas auto- ridades que pretenden controlarlos. Es
difícil también p ensar en una doble explotación del «ausente» vuelto
«forastero», caso absurdo que negaría toda racionalidad al fenóm eno de la
deserción relacionado con los «abusos» denunciados en todos los inform es
analizados m ás arri- ba.
De hecho, la incógnita acerca de las obligaciones exactas d e esta
clase de migrantes recuerda más bien la ambivalencia del estatu to de
los mitimaes, estos migrantes interecológicos que deben cum plir con
sus dobles d eberes hacia la com unidad de residencia y h ad a la de ori-
gen. El problema consiste en determ inar todas las im plicandas de los
estatutos de forasteros como de mitimaes frente a las exigencias tradi-
cionales del m undo andino (económicas, rituales) y frente a la de-
manda de m ano de obra por parte de los sectores dom inantes (mitas de
séptima p arte, tambos, . . .). Estas obligad ones varían de u na región
a la otra y segú n las coyunturas.
En este período, la cond id ón de los mismos mitimaes esta sufriendo
unas m odificadones que van hacia un alivio de sus obligad ones para
con sus pueblos de puna. En 1605, u n revisitador de un p ueblo colla
constata que los mitimaes asentados en los valles orientales
« . . . no acuden al servid o de las m inas de Potosí y el repartim iento se hico
contánd olos a ellos con los qu e viven en el pueblo . . . y asi [sus] yn d ios son
agraviados y asi mismo lo son otros m uchos pu eblos deste Collao qu e tienen
m itim aes en Caravaya y Larecaja . . .»69.
**) «Resum en General de la Revisita de H oruro, 1605» (hoy Orurillo, prov. Cabana),
Archivo General de la N ad on, Buenos Aires, sala XVII, 1 -2 .
Los propios caciques de puna reconocen que si han exim ido a sus
mitimaes de los turnos de trabajo en las m inas, es para que se dediquen m
ejor al pleno cultivo de los m aizales en los mismos valles
«. . . para p od er sem brar y cultibar las dichas tierras se nos asignaron y asi- gnam os
los ind ios m itim aes qu e cad a p u eblo tenem os en las qu e nos toca y estos p or este
cuidado se reserbaron d e m ita d e potosí qu ed and o solo a su cargo la la- branca d e d
has tierras para la paga d e la real tasa en maiz»70.
Pero debem os m atizar regionalm ente los vínculos entre los pueblos
y sus «colonias». Así los caciques lupaqas piden y consigu en, en 1617,
que su s mitimaes d e los valles orientales (Larecaja e Inquisivi) paguen
sus tributos a los corregidores de su distrito de residencia. ¿Esta re-
nuncia a la responsabilidad fiscal sobre estos tributarios lejanos - pero
incluidos en las listas oficiales - traduce una sim ple dificultad práctica
(la de cobrar el tributo) o m ás bien el abandono implícito de cualquiera
jurisdicción sobre ellos (esto es, la ex-vinculación de los mitimaes)?
Aquí tam bién debemos sospechar que la medida oficial encubre a la
vez tácticas de evasión fiscal y arreglos tácitos entre las comunidades
de altura y sus parientes de valle71.
Sin entrar en los detalles, se puede su poner que con respeto con los
mitimaes com o para con los forasteros, los caciques de origen pierden o n o,
segú n m uchas variables (como la distancia, su poderío económico, la
actitud de las autoridades en los centros de residencia), u n control, parcial y/
o total, sobre ellos. El futuro de las investigaciones andinas deberá determ
inar estas variables.
El panorama socio-dem ográfico de los cam pesinos sur-and inos, tal
cual lo pintan los inform es del primer tercio del siglo XVII, em pieza a
tomar su verdadero relieve: fuga hacia afuera de las fronteras colonia-
les para irnos, paso a los valles sea en pueblos d e indios sea en las ha-
ciendas privadas (d e españoles pero tam bién de caciques), residencia
en los centros m ineros y urbanos (Potosí principalm ente) formando
las parroquias de indios. Añadam os que estos desplazamientos
geográficos no coinciden exactam ente con las m utaciones ju ríd ico-so-
70) «Mem oria d e los caciques d e Om asuyos, 1647», Archivo de La Paz, no cías.
71) Ver mi artículo, «Les Lupacas dans les vallées orientales des Andes: trajets spa-
tiaux et rep ères d ém ographiques (XVI-XVU siècles)», M élanges de la Casa de Velâzquez,
tom o XVII (1981); la versión castellana se debe pu blicar en Lim a en 1984. Desatollo este
tem a en la segunda p arte de este trabajo.
m ies (esencialm ente los distintos estatuos de mitimaes, forasteros y
Podemos sintetizarlos en el esquem a siguiente:
Cuadro3
Fech as T r ib u t a r i o s M ita y o s
1575(a) 1608(b) 1618(c) 1620(d ) 1578(e) 1617(f)
Total P F
1Lupaqa
Chucuito 3 407 2 697 408 348 328 20
Acora 2 441 2 247 312 270 218 52
Hilave 2 378 2 318 288 249 173 76
Juli 3 216 2 745 426 315 137 178
Pom ata 2 379 2103 318 279 134 145
Yunguyo 1 478 1 292 210 183 40 183
Zepita 1 764 2 451 240 210 164 46
Total 17 063 15 853 2 202 1854 11 94 660
2 P a c a je s
Viacha 850 651 136 135 75 60
Tiahuanaco 868 713 129 129 123 6
Gu aqui 1 286 1 028 174 174 24 150
Callapa 1 228 1 201 195 195 175 20
Caquingora 1 618 1 650 258 258 228 30
Caquiaviri 1 513 1 446 243 243 213 30
Machaca la Gd e 1310 1 088 204 204 184 20
J. d e Machaca 802 809 122 123 93 30
Total 9 475 8 586 14 6 1 1 461 1115 546
3 C o c h a b a m b a (g)
Tapacari 1 169 558 199 192 60 132
Sip e Sip e 815 304 139 48 23 25
Paso 680 364 116 63 13 50
Tiquipaya 502 300 85 84 0 84
Total 3179 1526 539 387 96 291
(a) Cifras en Visita de Toledo (Lim a 1975). Losm itim aes de Ch ucuito no son incluid os en el
total. En Cochabam ba falta el p u eblo de Capinota.
(b) Cifras en la «Relación de la provincia de Pacajes» p or su corregidor (Caquiaviri,
22. X. 1608) en ANB Cartas 1101 p ublicada en T. Saignes: «Una provincia and ina a co-
m ienzos del siglo XVII», Historiografía y Bibliografía Americanistas, vol. XXIV (1980).
(c) Cifras en la Visita d el obispo de La Paz (20. ID. 1619) en British M useum , Add.
13 92 (agradezco a Franklin Pease por la com unicación d el docum ento).
(d) Datos de Vázquez de Espinosa que se pu ed an fechar de los años 162 0 - 25, Com-
pendio y Descripción de las Indias occidentales, BAE, 1968, com pletad os con censos parcia-
les.
(e) Tercer repartim iento toledano en Cap oche, Relación . . . de Potosí (1585).
(f) Cifras del corregid or de Potosí (27. XII. 1617), P = Presentes, F = Faltos (AGI, Charcas
54).
(g) El valle de Cochabam ba es m ulti-étnico. Capinota está incluid o con los Soras de Paria.
Lo hemos repetido varias veces, el análisis de estos m ovim ientos no
puede eludir su evaluación num érica. Para averiguar los alcances de
un pretendido declive o aumento de la población general y d e las mu-
danzas socio-geográficas, topam os con la doble limitación del acceso a
las datos quantitativos (tenem os pocas revisitas del prim er tercio del
siglo XVII) y de su poca fiabilidad (sabiendo que fueron colegidos por
los propios interesad os en sub-registrar los efectivos a fin d e benefi-
ciarse de la m ano de obra asi desfalcada). A pesar de sem ejantes defi-
ciencias sigue necesario un intento de cotejar unos casos regionales
para los cuales son disponibles unos datos globales en relación con el
número de tributarios y de mitayos enviados a Potosí por los pueblos
de indios. Para dos im portantes etnias depu n a, los Lupaqas y los Paca-
jes, podemos com parar los efectivos censad os bajo Toledo (1575) y en
el primer cuarto del siglo XVII en su provincia y a Potosí (Cuadro 3). Este
cuadro en señ a que durante la segu nda decenia del siglo XVII, a
pesar de las qu ejas tan perentorias sobre la quiebra dem ográfica, los
efectivos tributarios de las tierras altas (por lo m enos al oeste y al sur
del Titicaca) se m antienen a un nivel poco inferior al de 1575 (el valle de
Cochabamba p resenta un caso más com plejo por las razones ya evo-
cadas). Estas cifras evidencian bien la divergencia entre la situación
numérica real d e los pueblos d e puna, las descripciones qu e ofrecen los
■visitadores» y la conducta de sus autoridades étnicas.
El caso lupaqa m uestra toda la com plejidad de la actitud del grupo
étnico frente a las tasas y mitas coloniales. Ya hem os aludido a su re-
nuncia a la percepción directa de los tributos debidos por los mitimaes.
El año siguiente, en 1618, el obispo de La Paz hace la primera visita de
su diócesis y al recorrer los pueblos del altiplano se sorprende:
'0 Visita del obispo de La Paz (20. IH. 1619J, British M useum Lond on, Add. 13992.
Otro dato es en 1619 el rechazo rotundo de don Bartolomé Qhari de
succeder a su padre en el cargo de «cacique gobernador» de Chucuito
«por la estrechura e barbaridad de sus obligaciones m ediante la mucha
falta d e yndios . . .». En el mismo tiem po ha sido y vuelve a ser nom-
brado varias veces «capitán de mita» responsable de la entrega anual
de unos dos mil mitayos a los m ineros potosinos o en su ausencia de
tina suma de dinero. La continua presencia de B. Qhari en Potosí si-
gnificaría que, a pesar de sus protestas por la falta de indios y el de-
sem bolso consecutivo de una com pensación m onetaria, logra reunir
las sumas necesarias para pagar la renta minera y otros servicios73. «La
correspondencia entre un <capitán de la mita> y su apoderado en Poto-
sí» m uestra que el señor (mallku) del pueblo lu paqa de Pom ata, Don
Diego Chambilla, realiza gracias a los beneficios del comercio interre-
gional y de la venta de sus ganados, las ganancias requeridas para
cum plir con las obligaciones coloniales de su doble cargo de cacique y
«capitán»74. Pero las bases de este arreglo - las ganancias comerciales
perm iten pagar a los em presarios m ineros por los mitayos faltos - nece-
sitaban la venida de u n contingente anual m ínim o, bajo pena de ser
sofocadas por el peso de los desem bolsos m onetarios. Así, en 1628,
don Pedro Cutipa, capitán de la mita lupaqa, no llevo más que la mitad
de su contingente y «gasto onze mil p esos en solo mingar y suplir fal-
tas de indios»75. Tres años d espués, hacen falta las dos terceras partes
de los mitayos. Las consecuencias se vuelven insuperables. En 1633,
don Cristóbal Catacora y don Pedro su h ijo, «cacique principal del pu-
eblo de Acora parcialidad de hanansaya», dirigen un m emorial al Vir-
rey del Perú sobre la «conducta y capitanía de la mita para el cerro de
Potosí»:
73) Sobre los Qhari d e Chucuito durante la primera mitad del siglo XVII, ver Carmen
B. Loza y T. Saignes, »El pleito entre don Bartolom é Qhari, mallku de los Lupaqa y los
corregidores de Chucuito (1619-1641)», (trabajo inédito, La Paz 1982).
74) Es el titulo de un articulo de Joh n V. Murra cuya versión castellana se publicó en Historia y
Cultura 3 (La Paz), 1978, y la versión en inglés (más com pleta) en N ova Ameri- cana 1 (Torm o),
1978. La correspondencia corre de 1619 a 1626, D. D° Chambilla siendo
«capitán» en Potosí en 1618 y 1626.
Después de haber consultado a varias autoridades, el Virrey aceptó:
« . . . se m and a qu e de aqui ad elante se nom bren cap itanes uno por cada
p u eblo de la dicha provincia de Chucuito qu e Uebando los ind ios q u e les están
señ alad os para el servicio de las m inas d el cerro de Potosí»7
576.
«En Pacaxes com o en las dem as provincias halle gran falta de ynd ios en los
pu eblos . . . and an vagos m as d e las dos terceras partes o huid os d e los corregi-
d ores, curas y caciques aunque estos últimos lleban bien qu e algunos de su s in-
dios esten au sen tes en p artes donde ellos los visitan . . . y p aguen su s obliga-
ciones . . .»78.
Por debajo del ausentism o p rod am ad o, se dejan p erd bir unos mo-
vim ientos que desm ienten un abandono total del pueblo: presencia de
«viejos y forasteros» en las estand as (quizás como apoderados de los
ausentes), paso clandestino de los indios tributarios. Estas idas y ve- nidas a
deshoras pertenecen a esta circuladón indígena m arginal cuyo propósito es
evadirse del control colonial.
De hecho, no sabem os si la situación de Hayo Hayo (sitio en el anti-
guo territorio étnico pacaj) refleja una sim ple táctica de «evaporadón»,
constante en el cam ino real entre Cuzco y Potosí desde fines del si-
glo XVI, o marca u na seria degradadón d el potencial num érico de los
núcleos áltenos. En todo caso, la mayor o m enor conservad ón de los
pueblos parece en relad ón directa con la de las autoridades étnicas ca-
paces de responsabilizarse por las obligaciones financieras d e los ayl-
lus. Evidenciarían este hecho los esfuerzos del cad qu e de Jesú s de Ma-
chaca:
79) Archivo H istórico Municipal, La Paz, H acienda, Padrones Sica Sica, f° 210. Es in-
teresante saber q u e los indios de Ayo-Ayo pidieron qu e se inclu yan en los tum os de
servicio a su tam bo a los indios del valle vecino de Sapahaqui (d onde se han refugiado
m uchos de Ayo-Ayo), id. f° 217.
80) Testim onio del alférez Ju an Fernández de Avila ante el corregidor de Pacajes, asiento de
S. Ju an de Merengúela, 22. IX. 1644, AGI, E. C. 868 A, P 250.
Las capacidades financieras del cacique, en este caso, le perm iten
las deudas contraídas por los indios de puna asentados en los
valles.
En el mismo m om ento, el recuento por parroquias de la población
indígena sur-andina (obispados de Cuzco, La Paz y La Plata) que hizo
«p a ita r el Virrey Mancera en 1645 confirm a el descenso poblacional
de las provincias alteñas al provecho de las periféricas donde se asien-
ten los migrantes81. El entero de la mita posotina por indios efectivos
(.de cédula») se vuelve casi im posible. Los corregidores de puna re-
chazan por eso la división de las «capitanías de mita».
*') El resum en está publicado por Zavala (SPIP 2, p. 109) y (con com entarios) por
C S. Assadourian, El sistema de la economía colonial (Lim a 1982), p p. 3 0 8 - 310, y N. Sá n -
chez-Albornoz, «Migraciones internas en el Alto Perú. El saldo acum ulado en 1645», Hi-
storia Boliviana 11/1, Cochabam ba 1982, pp. 11-19. El problem a del recuento d e 1645 con-
tóte en d eterm inar donde han sido registrados los mitimaes del collao: ¿en la puna o en
!m provincias de valle? La falta de cifras para Chayanta que p osee a la vez punas y sus
valles impide realizar unas com paraciones fructíferas.
“ ) Inform es de los corregidores de Pacajes en AGI, E.C. 868 A: Potosí, 8. IV. 1648,
1 280; Caquiaviri, 18. VII. 1658 sobre «la costum bre ynm em orial de nom brar capitán ge-
neral de mita» (la presencia de «capitanes chicos» indicaría una sobre-p osición de res-
ponsables regional y local de la mita), f° 311.
« . .. p or quantto en las diligencias qu e an ech o algunos com isarios de la mitta y los
cassiqu es enterad ores para traer los ynd ios qu e d even m itta a esta Villa tu- bieron
por notable ym pedim ento la disposición de dos provissiones de gobierno d e estos
reinos . . . en qu e se manda no sean ynquiettados los yndios en los pa- raxes donde estu
bieran aviendo asistido en ellos tiem po de diez anos y porque son ynfinittos los qu e an
estad o este tiem po y m ucho m as en chacaras y otras ha- ziendas d ond e los am paran
esp añoles y otras personas a yn ttrod u d rlos por sus yan aconas y se se d a cum p lim
iento a las dichas provissiones es caussa de que faltte ttoda la mitta».
•*) «Memorial de Don Gabriel Fernand ez Gu arache contra el grem io de los azogu eros
4» Potosí*: ocupa los 65 prim eros folios de este pleito sobre la mita de Potosí, A GI, E.C.
168 A (sobre el cacique de Jesú s de M achaca, ver la nota 42). El pleito revela la práctica de
alquilar indios llamados maharaques o «indios de año» a estancieros vecinos (esp añoles) contra
un salario equivalente a la su m a pagada en Potosí por un mitayo falto.
**) El argum ento es que no les serviría d e nada a los indios huirse si tuvieren qu e se- guir
contribuyendo a las tasas y mitas de su pueblo de origen (com o lo d ejan a en ten d er lo*
azogueros), Potosí, 17. VI. 1662, id ., f°453.
**) G. F. Gu arachi lo confiesa abiertam ente: los ingresos del com ercio de vino y coca
«n Potosí le perm iten pagar el tributo d e su p ueblo (id ., f° 51). Conocem os p or su testa-
ciento su fortuna personal considerable (con varias haciendas d e valle que parecen ha-
ber servido de resguardo com unitario para las «islas» m achaqueñas): ver su p ublicación
y su análisis por Silvia Rivera, «El Mallku y la sociedad colonial en el siglo XVII: el caso
de Jesús de Machaca», Avances 1 (La Paz 1978). 1
indios contra su cacique m uestran el alcance y los límites de la explota-
ción colonial.
En esta perspectiva, el m antenim iento o no del vínculo étnico entre
los indios au sentes, instalados en pueblos y provincias d iferentes, y
sus pueblos d e origen, se vuelve una cuestión prioritaria en la en -
cuesta. Unos estudios recientes recalcan la ruptura del vínculo étnico
por parte de las nuevas categorías de m igrantes, tal cual las contabiliza
el recu ento de 1645 por ejem plo*8 * 7. Sin embargo, unos indicios mu-
estran a la vez lo relativo de los estatutos de forasteros y yanaconas (se-
gún los contextos relaciónales), su reversibilidad y la movilidad de sus
titularios que obligan a cuestionar su significación sociplógica e histó-
rica.
En trabajos anteriores, m ostré qu e en los valles, las categorías de fo-
rasteros y yanaconas podían encubrir de hecho nuevas modalidades
de mitimaes, incluso de originarios, aprovechando las ventajas relati-
vas (evasión fiscal, . . .) brindadas por su fluidez (cierto continu u m de
mitimaes a yanaconas) y su reversibilidad (entre sí y vice-versa). Los
propios yanaconas de haciendas eran, por lo m enos en los com ienzos,
provisorios (con asientos de plazo fijo o huían fácilmente) y los fora-
steros eran reputados por ser «m udables y noveleros»88.
Por otra parte, sabem os que a m ediados del siglo XVII en muchos
87) Ver los dos artículos ya citados (en la nota 81) q u e presentan a los forasteros como
«liberados de la coercición institucionalizada» (C. S. Assadou rian, id ., p p . 314-315) o
en «condición de marginal» (N. Sanchez-A lbom oz, id ., pp. 16-17). Todo el problema
consiste en d eterm inar el grado de elasticidad d e los lazos entre m igrantes y pueblos de
origen y bajo qu e con d iciones logra rom perse. Mi análisis vale ú nicam ente para la pri-
mera m itad del siglo XVII y hay qu e exam inar las coyu ntu ras económ icas y políticas en
cada región (o grupo étnico).
8S) Ver mis artículos sobre los valles de Larecaja en A nnales ESC, 1978, e Histórica
(Lim a 1980) y analizo el caso de una »isla» pacaj en los m ism os valles en el d ocu m ento de
trabajo, »Les <colons> de Machaca dans la vallée d e Tim usi: terres, alliances et verticalité
dans les Andes orientales au XVII' siècle» (m im eo, Institu t d 'Am érique Latine, Paris
1982). En los valles, hasta la noción de ind io «natural» (d escen d iente d e los registrados
bajo Toled o; llam ados en el siglo XVIII «originarios») era elástica (p u és asim ilaba a mu-
chos m igrantes p osteriores). N um erosos exp ed ien tes d el ANB (serie Tierras e Indios)
conciernen los movim ientos de los forasteros (p or ej.: «la experiencia a m ostrado que
m uchos y ndios forasteros qu e se han casado en este pueblo se han huid o Uebandose sus
m u geres e hijos cop qu e se ha d espoblado . . .» Pocona, 1640) y las huid as de los yanaco-
nas (en la cual interviene la cuestión de los diez años de au sencia con respeto a los
pu eblos de origen; ver el caso más detallado en E 1661-16 que recuerda toda la legisla-
ción atinente). Sobre el caso de los valles de C hayanta, ver Tristan Platt, Ayllu y Estado,
Lim a 1982, capítulo 1.
pueblos de puna se llaman a los forasteros «yernos» y »sobrinos» y se
los envía a la mita potosina. Este lenguage del parentesco p arece cono-
tar cierta integración en los pueblos de acogida con todas su s impli-
cancias (participación a los tu m os de trabajos). Eso no im pedía que a
veces venían su s caciques de origen a llevarlos y recogerlos89. El hecho
también que parte de los yanaconas y forasteros sigan pagand o sus ta-
las y parte del sínodo del cura a sus pueblos de origen com o aparece
en la revisita de La Palata (1683-1684) y otros inform es deja percibir un
cierto grado de control de los caciques sobre sus m igrantes90. Todos
estos indicios, a veces contradictorios, ponen en duda una pretendida
marginalidad de los forasteros en los pueblos de residencia o una rup-
tura com pleta d e sus lazos étnicos con sus pueblos de Origen. La in-
tensa circulación interregional en el siglo XVII exaltando u na doble
mobilidad espacial y social tiene efectos distintos sobre las relaciones
entre caciques y migrantes segú n las coyunturas y las regiones: remite
a estudiar los reajustes étnicos caso por caso en su doble dim ensión
territorial y social.
En 1665, u n nuevo Visitador enviado por la Corona con cargo de
Presidente de la Audiencia de Charcas y de resolver el em brollo de la mita
potosina pintaba para el Virrey u n cuadro negro de los p ueblos de su
distrito. Pasando en revistas varias soluciones posibles (entre otras
la propuesta por el cacique de Machaca, a saber convertir la mita en
contribución monetaria; la m ejor siendo la m era abolición) y los obstá-
culos opuestos por los intereses locales, su carta llevaba en el m argen
del primer folio la petición siguiente:
**) «Los pocos qu e iban d este pueblo [= Laja, a la mita d e Potosí] se valían d e los qu e
llaman yernos y sobrinos y m uchas veces no se hallavan porque los caciques d e su ori- gen los
llevaban a su naturaleza» (Laja, 1667, prov. d 'O m asu yos, en A N B/ E1669-31,
<• 4 1 ) .
*°) Los borradores d el cen so de La Palata (1683-1684) d istingu en con cuidad o la doble
categoría de indios au sentes «con noticias» y «sin noticias» e, inclu so en el caso de Ma-
cha, se esp ecifica la de «au sentes por accidente». Todas estas categorías (incluid as las de
Mitimaes, llactarunas, forasteros, las d e Yanaconas) requieren de una encu esta d etallada
(pueblo por pueblo, ayllu por ayllu) sobre las cond iciones de su inscrip ción (alianza m a-
trimonial, pago d el tributo o del sínodo a qu ién, etc.). Bien significativa p arece la situa-
ción del pueblo d e H atuncolla (prov. Cabana) cuyo cura tiene la mitad d e su sínodo pa-
gada por las «cobranzas qu e ban a haser a d iferentes provincias com o son Cochabam ba,
Lipes, Carangas, Chuquiago, Larecaja, Canas y Canches, de los indios au sen tes y con-
naturalizados en d has probincias y lugares» en Cuzco 1689, Documentos (edit. H. Villa-
nueva), Cuzco 1982, p. 65.
«Suplico a V. Excelencia se sirva de qu e esta carta no and e en mi nom bre si im-
portare el que se vea lo qu e pasa p or aca, p u es no m e va m enos que la vida si se
sabe, porque no se p retend e otra cosa sino qu e no se sep a la verdad y no se re-
m ed ie lo que pasa»91.
91) Don Pedro Vazques de Velasco al Conde de Santisteban, La Plata, 2 0 .1. 1665,
B.N . Madrid, ms. 19699, citado por s. Zavala, SPIP 2, nota 148, p. 243.
” ) Lie. P. Ram irez del A ., N otidas . . . (cit. nota 52), p p. 111-112.
ducdón quizás nunca fueron realm ente ocupados por los indios. Las
sorpresas de las autoridades de tu m o ante la «disipación» de los pueblos
de su ju risdicción o sus loas en haber reducido los «ausentes» (ver las
probanzas de los corregidores, curas y caciques) rem iten mas bien a un
ritual de toma de posesión en el cargo o de pliego de peticio- nes ante la
Corona real.
En el plano diacrónico, el recorrido de los cam pesinos indígenas
entre las com unidades, m inas, ciudades y haciendas, conectadas
entre si como tantos vasos com unicantes - cuyos efectivos num éricos
varían segú n el potencial étnico y las coyunturas clim áticas y económ i-
cas - parece cum plirse, en la primera mitad del siglo XVII p or lo me-
nos, con relativa fluidez: las idas y vueltas entre las unas y las otras del
mismo modo que entre los pisos ecológicos y que entre las aldeas y los
pueblos de reducción parecen satisfacer a gran parte de los estam entos
dominantes (caciques, m ineros, hacendados, corregidores, curas,
comerciantes) que multiplican las ganancias gracias a la exp ansión del
mercado in tem o y al aprovecham iento de una m ano de obra móvil,
dispersa y evanescente que escapa a las tentativas de control y m ono-
polización por parte de un solo sector colonial. En esta época, ni la
mano de obra ni la tierra parecen, a pesar de las protestas clamorosas,
hacer falta en los Andes meridionales93.
En cuanto a la reorganización interna de los ayllus andinos, el paso
de los indios en los valles y en los centros m ineros y urbanos no tra-
duce autom áticamente un relajam iento de los vínculos étnicos. La do-
ble movilidad, geográfica y social, de los cam pesinos sur-and inos en-
cubre mil tácticas evasivaá, personales y colectivas, mil arreglos con
los caciques y con los españoles, que no se traslucen en las burdas ca-
tegorías censales o socio-ju rídicas. Los inform antes del siglo XVII eran
*5) Un argum ento usado crecientem ente a lo largo del siglo XVII para explicar la fuga
de los indios es qu e n o encontraban, al retom ar en su pueblo, tierras suficientes para
mantenerse porque habían sid o d esp ojad os de ellas por los ju eces-visitad ores d e tie-
rras. Aparte de unos abusos fam osos (así la usurpación de los maizales de M ach a por los
• vecinos» de La Plata allegados al personal de la Audiencia de Charcas provocó un largo
pleito entre 1595 y 1610; el C on sejo de Indias habría ord enad o la restitución), los ayllus
andinos sí parecieron d isponer de tierras suficientes. En cam bio, las visitas-com p osi-
ciones de 1635-1647 multiplicaron los abusos de tal modo qu e la Corona ord enó una
•visita d e d esagravio y restitución». La integración de los cam pesinos and inos a los cir cuitos
m ercantiles correspondería a lo qu e Tristan Platt, siguiendo a W. Ru la, concep- tualiza com o
«conversión (al dinero) administrada» o «com ercialización forzada», art. cit. en nota 64, p. 668.
bien conscientes de esta limitación, pues más allá de los estatutos,
planteaban el problema fu ndam ental, a saber si perduraba o no el con- trol
cacical sobre los migrantes. H em os dicho que no había respuesta única y
nos proponem os volver a abordar este tema próxim am ente94.
Sin desconocer el sinúm ero de incógnitas que suscita cada etapa de
esta evolución hacia un mayor desgaste de los ayllus (relaciones entre
caciques y unid ades dom ésticas, mecanism os de conversión del tribu-
to, . . .), podem os concluir provisoriamente con una evaluación ge-
neral de esta realidad colonial tan cruda que ha surgido al hilo de estos
debates. Agentes de u n mundo donde la ilegalidad tiene fuerza de ley,
donde los decretos de la Corona no se aplican, adversarios o aliados
circuntanciales, los corregidores, los curas y los caciques, desem-
p eñan como autores a la vez de nuestra inform ación y de las presiones
sobre las unidades cam pesinas, u n papel fu ndam ental, de los más
am bivalentes.
Es difiril aquí n o evocar la potente im agen con la cu al e l cronista
W am an Pum a de Ayala pintó a los agresores del mundo indígena: el
corregidor fue asimilado a la cierpe, el encom endero al león, los espa-
ñoles del tam bo a los tigres, el cura a la zorra, el escribano al gato y el
cacique al ratón. El cronista añade:
« . . . d estos seys anim ales qu e le com e al pobre del yndio no le dexa menearse y le
d esuella en el medio y no ay m enear y entre estos ladrones unos y otros entre ellos se
ayu dan y se faborescen y ci le d efiend e a este pobre yndio el cacique prin- cipal le
com en todos ellos y le m ata»95.
94) De mom ento evocamos únicam ente al cam pesino and ino com o prod uctor y con-
sum idor de valores de uso o de m ercancías, pero es evid ente que el recorrido andino (a
m enu d o vertical por las necesidad es geográficas) d ebe integrar otros elem entos tan im-
p ortantes com o las fiestas del calendario católico y and ino (m u ertos, huacas, etc.) y las
fechas del calendario agrícola (distintas según los pisos ecológicos).
95) F. Waman Poma, Nueva Conmica y Buen Gobierno (1613), París 1936, p. 695.
defecto, pero que las pasiones, los intereses subjectivos, de una ma- nera
general la voluntad contingente de los hom bres usó este bien como un
medio para sí y que no se puede hacer otra cosa sino alejar
« t a s contingencias. Sem ejan te concepción salva el fondo de las cosas,
el mal siendo considerado como exterior ú nicam ente. Se puede abusar
de una cosa de m anera contingente, eso ocurre aislam ente. Pero cobra
otra perspectiva el caso de una grande y general perversión en una
a n a tan grande y general como una Iglesia»96. Reem plazem os Iglesia
por Sistema Colonial: quizás tengam os aquí la m ejor advertencia que
debe presidir a cualquiera aproxim ación a las inform aciones y realida-
des coloniales de los Andes hispánicos.