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L A S ET N I A S DE C H A R C A S FRE N TE A L S I S T E M A

C O L O N I A L ( S I G L O XVII ).
A u s e n t i s m o y f u g a s en el d e b a t e s o b r e la m a n o de o b r a
i n d í g e n a , 15 95- 16 65

Por T h i e r r y S a i g n e s

«La capa o manta del ind io se divide en d iez partes y mas porqu e el corregid or lleva u
n pedaco no pequeño, el cura otro quizas maior, el tiniente otro sacand o del ind io lo qu
e le costo el tinientasgo, el encom end ero otro, el cacique su ped a- co, el visitador otro,
el escrivano otro, el ju ez d e p otosí otro, los lism oneros d e las Religiones y otros
extravangantes cada u no lleva su ped aco quitánd oselo p or fu- erca y todos los esp
añoles qu e and an en tre los ind ios n o ay ningu no q u e p or fas e p or nefas no lleva
algún pedacillo.»
Fray Bernardino de Cárdenas, M emorial y Relación . . . (Cochabam ba 1632)
«Q u é agravios n o han recibido los ind ios de los curas, corregid ores, enco-
m enderos y caciques! Pregunto: p od ranse atribuir al Principe, qu e p or bien co-
m ú n de los ind ios y utilid ad de la causa publica los introduxo?»
N icolás M atías del Cam po y de la Rynaga, M emorial apolegético, histórico, ju rí- dico
y político . . . (Lim a 1672)

La d enuncia d e los abusos com etidos en contra de los ind ios andi-
nos alimenta u na prolífíca literatura moral, ju rídica y política, que
tiene u na antigüedad tan remota como la d e la propia colonización
hispánica en el Perú. Después de los grandes debates dip lomáticos y
filosóficos sobre la legitimidad de la em presa española en Am érica y
de las fuertes conm ociones sociales qu e siguieron a cualquiera ten-
tativa de la Corona real para liberar a los su jetos indígenas de la tutela
directa ejercida por los pobladores ibéricos asentados en Am érica, la
«lucha por la justicia» fue llevada en el terreno de la defensa práctica
de los grupos étnicos, reconocidos p or la legislación indiana, fren te a
los excesos de los agentes coloniales en aprovecharlos como m ano de
obra inagotable. El elem ento sensibilizador fu e el trabajo en dos cen-
tros m ineros que ofrecían condiciones excepcionales, H uancavelica y
Potosí (las labores en Porco y Oruro no suscitaron tantas contradiccio-
nes). La cantidad de pareceres, m emoriales, relaciones, ad vertencias y
otros «arbitrios» de orígenes más variados (oficial/ privado, dvil/ ecle-
siástico/ militar, español/ mestizo/ indio, cabildos, gremios, caciques,
viajeros, etc.) pronunciados sobre la explotación minera en los And es
coloniales, la abundancia de los testigos presentados en respaldo de
en realidad apabullantes y descorazonan de antem ano las tentativas
de poner orden y forma. Aquí, no voy a analizar esta lucha intelectual,
cuya im portancia en volumen de papel escrito debe com petir con la li-
teratura religiosa, sino partir de las argum entaciones intercambiadas
en el curso de las polém icas para investigar la efectividad de los exce-
sos incriminados y los resultados reales que conllevan1.
El largo debate sobre el aprovecham iento d e la fuerza laboral indí-
gena, motivado por el reclutam iento forzado y periódico de trabajado-
res para el cerro de Potosí (m ás conocido bajo su vocablo indígena,
mita), duró dos siglos y medio: em pieza con las propias ordenanzas
del Virrey Toledo, ya discutidas en el m om ento de su elaboración, re-
cibe una conclusión provisional con la r e v i s i t a del Duque d e La Pa-
tata y tas medidas consecutivas (1683-1693) y vuelve a replantearse en
el último m edio-siglo del dominio hispánico. Es así que desde muy
tem prano el resultado m ás visible y pernicioso de la mita de Potosí fue
el abandono de los pueblos por los indios d e tas provincias «obliga-
das» a ella (tas provincias eximidas de la mita potosina eran llamadas
«libres»). Tópico de la literatura colonial, et tem a del ausentism o indí-
gena surge apenas las reducciones toledanas term inadas y m onopo- liza la
atención pública en un m om ento clave de la conformación colo- nial
andina marcada por el auge del ciclo m inero, la m iscenijad ón so- d o-étn
ica y la m ercantilizadón de la econom ía indígena.
En el estruendoso lamento de los inform es acerca de la situ ad ón
demográfica y laboral de Charcas d urante el siglo XVII, se trata de de-
term inar y ponderar los abusos fom entados p or los poseed ores de
cualquiera autoridad y ju risd icd ón sobre el m undo indígena: primero
los tres grandes acusados, corregidores, curas y cad ques; luego, los
encom end eros, los d ueños de m inas, de obrajes y de h ad end as; acce-
soriam ente, los ju eces, los m ayordomos o adm inistradores, los algua-
ciles, los soldados, los frailes, los m estizos, los negros, etc. General-
m ente se culpa a uno o varios de ellos y se disculpa al grupo al cual per-
tenece el autor del informe. El remedio entonces consiste en reformar
o suprimir los agentes gubernativos encausados, por ende com petido-
res de la mano de obra.

*) Me refiero al conju n to de las obras de Lew is H anke y d e Silvio Zavala, particular-


m en te de este último: El servicio personal de los indios en el Perú, 3v o ls. (México 1978-
1980).
No voy a intentar, a mi vez, en el hilo recto de esta literatura polém i- ca,
de averiguar o cu antifkar el peso exacto de la entrega d e energía campesina
a los sectores dom inantes, evaluación casi im posible por no acceder a
todas las contabiliades precisas al caso (alcances de los tributos, diezm os,
jornales, precios, etc.). Me propongo cu estionar los reajustes territoriales y
poblacionales consecutivos al gigantesco reor- denamiento toledano en los
Andes meridionales, que d enuncian los observadores del siglo XVII en
meros términos de d esestru ctu rad ón económica y social, como se los
interpreta generalmente h asta hoy en dia2. ¿No traducen m ás bien nuevas
estrategias indígenas fren te a las presiones del mercado y a las coacd ones
coloniales? Por otra parte, en el marco de estas estrategias, cuál es el grado
de inidativa étnica, al ni- vel tanto d e los señores como de los m iembros de
los ayllus?
En este primer trabajo, m e apoyaré en los debates en tom o a la mita
potosina (a partir de un lú d d o inform e de origen jesuíta sobre los
pueblos del Collao y de Charcas, otro enviado por el Presid ente de la
Audiencia de Charcas en 1665 ofrece u n punto de término provisional)
para inquirir las realidades de la ocu p ad ón espacial y de su s ru pturas a
lo largo de la primera mitad del siglo XVII.
En un trabajo posterior, las confrontaré con los patrones andinos de
asentam ientos y con los d d o s d e m igradones inter-ecológicas, bajo las
perspectivas del acceso a la m ano de obra, a la tierra y a sus produc- tos
por parte de las unid ades socio-políticas andinas. Para finalizar, interrogaré
las im plicaciones del estatuto de forastero y de m igrante según las
regiones y las coyunturas del siglo XVII andino3.

J) Ver los artículos de Nicolás Sán ch ez Albornoz reunidos en ln dios y tributos en el Alto Perú
(Lim a 1978), en particular los tres prim eros; y los de Carlos Sem p at Assadou rian, reunidos en El
sistema de la economía colonial (Lim a 1982), sobre todo el tercer y el sexto.
3) La segunda p arte d e este estu dio, cuyo título lleva: «Caciques, m igrantes y etn id -
dad en los And es m erid ionales del siglo XVII», debe ser p resentada al coloquio «Politi-
cal Organization, Com unity and Ethnid ty. Indian com m unities in Latín A m erica in the
Colonial Period» en el m arco d el X I Congreso Internacional de Ciencias A ntropológicas y Et-
nológicas (Vancouver, agosto de 1983). Está intrínsecam ente ligada a la prim era p arte y el
hecho de apartarlas prod uce rierto d esequilibrio en el cotejo d e los inform es (nivel de las
interpretaciones contem poráneas d e los hechos) y de los casos regionales (nivel d e los
procesos efectivos). Aquí, intento rem ediarlo con unas breves alusiones factu ales y con
los cuadros sinóp ticos (ecología, mitimaes, mitayos, . . .) com unes a am bos artículos.
«En las provincias que ay d esd e Potosi hasta cerca d el Cu zco an yd o los yndios en
tanta d im in ución qu estan los pu eblos d esiertos y los tanbos sin gen te ni servi- cio y
todo tan solo y d esam parado que es la (ama dello . . .»

Así em pieza la minuciosa «breve relación de los agravios que reci-


ben los indios . . . hecha por p ersonas de m ucha experiencia y buena
conciencia y desapasionadas de todo interes te m p o ra l. . .» recogida
entre los años 1593 y 1596 por el padre jesu íta Antonio de Ayanz4.
Apertura espectacular por lo tanto. Es p aisaje del eje central alto-an-
dino Cuzco-Potosí (unos mil kilómetros) desplega a la vista del viajero
u n verdadero panoram a de la desolación: pueblos vad os, posadas de-
siertas, todo refleja el abandono y la soledad. ¿Se trata dé im presiones
superficiales de gente sorprendida por la realidad colonial andina o de
u n testim onio agudo de una tragedia reciente, la d esertifícad ón h u -
m ana de las altas tierras inter-andinas? Otros testim onios corroboran
esta d escrip d ón y antes de exam inar sus orígenes es de ver en qué
contextos geo-dem ográficos se ubican estas últim as vicisitudes de la
población andina.
El conju nto de los Andes m eridionales (entre Cuzco y Tucumán) se
p resenta como u n bloque de altas tierras centrales, llamadas punas
(superiores a 3500 m etros), enmarcadas por dos cordilleras con sus
vertientes externas de extensión desigual: amplias al oeste, bajando
paulatinam ente hasta las orillas del océano p ad fíco, m ás brutales al
este, esculpidas p or los ríos am azónicos cuyas altas cuencas forman
así verdaderos valles internos5. En una escala más red u d d a, se multi-
plican las facetas ecológicas que diversifican (según la exp osid ón, el
gradiente térmico, . . .) los recursos de cada piso altitudinal («temple»
en los textos hisp ánicos). Todo el em peño de los grupos étnicos, cuyos
núcleos centrales se ubican generalm ente en las alturas, consiste en
acceder directa y sim ultáneam ente a la gama más extensa d e las varie-
dades botánicas, anim ales y m inerales escalonadas desde los pastiza-

4) Publicado por el P. Ru bén Vargas Ugarte, S .J., en Pareceres jurídicos en asuntos de In- dias
(1601-1718), (Lim a 1951), p . 35. Segú n una alu sión (p. 36) a «la últim a revisita» de Chucuito
(hecha en 1577) «que se hizo agora 16 años», la Relación p arece h aber sid o re- dactada d urante
varios años.
5) Para una d escripción del eco-sistem a su r-an d ino, ver a Cari Troll, «Los fu ndam en-
tos geográficos de las civilizaciones and inas y del im perio Inca» (Berlín - Bonn 1931; Re-
vista de Geografía, Arequipa 1935), y «Las culturas superiores and inas y el m edio geográ-
fico» (Berlín 1931; AUpanchis 13, Cuzco 1980); a Olivier Dollfus, El reto del espacio andino
(Lim a 1981).
les d e puna alta hasta las playas de los ríos y del mar, las oasis de la cos- ta y
los bosques am azónicos. Sem ejan te acceso se conseguía general- mente
por el envío de grupos segú n una periodicidad más o m enos ex- tensa
(desde los mitimaes, «colonos» asentados d e form a p erm anente, hasta los
llactarunas o m igrantes tem porarios)6.
Al final del siglo XVI, la ocupación étnica de los Andes meridionales
reflejaba a la vez la organización de los señoríos aym aráfonos post-ti-
wanacotecas, la colonización inca m ediante la instalación de grupos
venidos del Tawantinsuyu (en los valles y en las fronteras particular-
mente) y los d esórdenes consecutivos a la invasión eu rop ea. Dos blo-
ques transversales se pueden distinguir dándoles a cada u no el
nombre del grupo étnico más prestigioso: al norte, el Collao, en tom o
a los «señoríos» lacustres (Collas, Lupaqas y Pacajes) del Titicaca que
poseían «colonias» tanto en la vertiente occidental (Moquegua, Lo-
cumba, Hilabaya, Lluta, Zama, Azapa) como en los valles tem plados y
calientes (llamados yungas) orientales (Carabaya, Am bana, Larecaja,
Zongo, Chau pi Yungas, Inquisivi); al súr, entre el litoral d e Tarapaca y
los yungas del Chapare, «el macizo de C h a ñ a s», con étnias qu e abar-
caban tanto a las punas occidentales (señoríos Carangas, Quillaqas,
Soras, Charcas, Carnearas) com o a los valles orientales d e Cocha-
bamba y Chuquisaca dedicados a los cereales y en los sectores m ás cá-
lidos a la coca (Chinguri, Tiraque) seca o húm eda7.
Después de los disturbios que siguieron la caída del Tawantinsuyu
(ejecuciones de señores étnicos durante la conquista esp añola de
Charcas, bajas en las huestes indígenas im plicadas en las guerras civi-
les, abandono de las fronteras por las guarniciones m ulti-étnicas), u n
reordenamiento del control hisp ánico en los Andes se lleva a cabo en
los años 1565-1575: nuevas jurisdicciones regionales (corregim ientos
o partidos), reagrupam iento de la población indígena, fijación de los
contingentes de mitayos a destino de Potosí entre 135 p u eblos de las
tierras altas. En principio, esta triple medida no debía afectar la inte-
gridad de las organizaciones étnicas: los repartimientos depu n as están
censados y tasados con sus mitimaes de valles y yungas qu e d eben en -

*) Sobre los mitmakunas incáicos (mitima, -es en castellano), ver a Cieza d e León , El se-
ñorío de los Incas (1553); llactarunas en Polo Ond egard o, «Relación de los fu n d am en-
tos . . .» (1571), en: Col. lib. y doc. ref. . . . Perú (Lim a 1916). Un análisis recien te en Joh n
V. Murra, Formaciones económicas y políticas del mundo andino (Lim a 1978), cap . 3.
*) Esbozo una presentación cartográfica en un artículo: «N otas en tom o a la geografía étnica
antigua de Bolivia» (a parecer en La Paz, 1983).
viar sus productos a sus señores y satisfacer periódicam ente la mita
potosina8. Sin em bargo, en el nuevo marco de las ju risdicciones re-
gionales y locales, civiles (partidos, reducciones, capitanías de mita) y
eclesiásticas (obispados, curatos, anejos) que modifica el m apa admi-
nistrativo inca, van a intervenir con m ayor peso las autoridades resi-
dentes (corregidores y tenientes, caciques y principales, curas) res-
ponsables de la entrega periódica de los tributos y de la fuerza laboral
indígena, im poniendo así el criterio de la territorialidad en detrim ento
de los de descendencia y de residencia múltiple. Quizás el factor de
m ayor divergencia para el futuro de las solidaridades étnicas sea el
corte introducido entre los «señores» que tienen a sus mitimaes en el
m ismo distrito som etido a la mita de Potosí y los que los p oseen en las
provincias «libres», exim idas. En el prim er caso pertenecen solam ente
los Charcas y los Carnearas (provincia Chayanta) y en el segu ndo to-
dos los otros señoríos d e puna (del Collao y al súr, los Soras, Carangas
y Quillaqas) cuyos asentam ientos periféricos se ubican en la costa pa-
cífica (corregim ientos de Arica y de Atacama) y en los valles orientales
(provincias de Carabaya, Larecaja, Caracollo, Cochabam ba, Mizque,
Yam paraez, Tom ina)9.
Esta im portancia de las nuevas jurisdicciones regionales y locales
como m arco de las obligaciones laborales por parte de los m iem bros de
los ayllus (hatun runas), el padre A. de Ayanz la percibe con claridad
p ués determ ina com o las dos grandes causas del despoblam iento de
las tierras altas, la mita d e Potosí y el comercio interregional (trajines)
modulado por los corregidores. La mita ejerce estragos en razón del
tiem po y de los m antenim ientos gastados d urante los viajes (que pue-

8) En la realid ad, las autorid ades de valle obstaculizan la intervención de las depu n as sobre los
mitimaes; analizó estos efectos en la provincia de Larecaja (ver mi artículo en H i- stórica, ffl-2,
Lim a 1979) y sobre los Lupaqas (artículo qu e d ebe acom pañar el tom o 2 de
la reedición d e la Visita de Chucuito; ver infra, nota 71). El nom bre d el Título ind ígena de
«señor» varía segú n los idiom as (mallku en aym ará, kuraka en qu echu a, cacique en taino). En
este trabajo, no doy u n con tenid o particular a la voz cacique o señ or, usado ind istin- tam ente.
9) Cochabam ba y Sica-Sica constituyen u nas provincias mixtas: no todos sus pueblos
d eben m andar a indios en Potosí (en Sica-Sica, los valles son eximidos; en Cochabam ba,
los p u eblos d el sector oriental). Un mapa de las «capitanías» d e mita, basada en los seño-
ríos étnicos, en Thérése Bou ysse-Cassagne, «L'esp ace aymara: urco et urna», en: A nua-
les, E.S .C., 1978, n° 5 - 6 , pp. 1057-1080. Recordem os también que en el siglo XVI todos
estos grupos hablan principalm ente el aymara (d os grupos el uru y pukina en regiones
lacu stres, el quechua en los valles y fronteras orientales). Ver en el apénd ice, el cuadro 1
y el mapa.
Hiaisunwos
Etnias Capitanías
de mita
Provincias 1
Etnias y jurisdicciones coloniales: efectivos de tributarios y mitayos en Potosí
Mitimaes en pr ovindas
«obligadas» «libres»
21.
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K 1 1645 I 1684 rl
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Punas: [Puna:]
A Canas/ Canas ureo Canas Colla/urco Larecaja 6110 3219 3639 925 1079 796 783
B Canchis Canchis urna Quispicanchi Chucuito Yamparaez 1292 2235 881 631 571 172 159
C Collas Colla ureo Urcosuyo Carabaya 7931 2137 2287 1277 2282 1044 576
■ Paucarcolla
'% Larecaja 5400 1775 692 1263 858 561 510
Colla urna Collasuyo Pocona 6283 2478 1848 614 1585 902 804
D Lupaqas Lupaq. ureo Chucuito Larecaja
Sica Sica
Arica 17872 3194 4378 1290 2874 2202 1854
E Pacajes Pacaj. ureo Pacajes Arica 9477 2546 2369 1522 1079 1522 1461
Pacaj. urna Sica Sica Sica Sica 2280 1286 904 1336 1134 357 7
Omasuyos Larecaja 7968 963 1295 1498 3608 915 747
F Caranqas Caran. ureo Carangas Cochabamba Arica
Yamparaez 6254 1391 2337 131 242 994 1017
G Soras Soras Paria Cochabamba 3801 323 645
1992 329 240
1987 2856 690
H Quillaqas/ Quillaq. ureo Paria Cochabamba Yamparaez 6070 ? 608 609
Azanaques Porco Porco (valles) Pilaya/Pa. 1% 195
I Charcas Charcas urna Chayanta Cochabamba 3137 7 1980 ? 110 546 542
Chayanta
J Caracaras Caracara ureo Chayanta Chayanta Yamparaez 4843 7 4366 7 828 771
Porco Porco Pilaya/Pa. 1200
K jChichas Chichas Chichas 313 1167 717 376 608 20 ?
S S [Valle:]
j Carabaya
i
Larecaja
No poseemos cifras suficientemente detalladas para diferenciar los efectivos ét-
M Yungas Sica Sica
nicos (yungas, cotas . . .) de la población total de cada provincia o de valles (La-
N Quimas Sica Sica
O Cotas/Chui Pocona/Mizque recaja, Cochabamba).
P Yampara» | Yamparaez I
den durar varios m eses), de los rigores del trabajo (accidentes) mal re-
tribuido (jornal derisorio) y del relajam iento moral que sufre el grupo
indígena (concubinatos); en caso de vuelta al pueblo, los cultivos y el
ganado se han perdido y nuevos servicios (y a veces el reclutam iento
inmediato para Potosí) esperan al ex-mitayo. Resultado, los ex-mitayos
generalmente prefieren quedarse en Potosí o huirse a los valles (en to-
dos casos sus caciques siguen cobrando tributos sobre ellos). Por
ejem plo, de los 2200 mitayos que envía cada año la provincia d e Chu-
cuito «no buelven 500 indios» y se sospecha que unos 6000 Lupaqas
residen en Potosí.
La segunda carga m ayor qu e p esa sobre los indios es el trajín, des-
crito así:

« . . . el Corregidor d e una provincia m anda a los caciques de su d istrito le d en


d en indios para qu e bayan con su ganado d el m ism o corregidor a Paucartam bo
por coca, a los valles de Arequipa p or vino y un as veces com pra el m ism o la coca
o vino para cargallos en su ganado, otras veces la coca o vino es d e otro y el, p or la
paga q u e le d an con los ind ios y ganado qu e tiene se obliga a p onello en Potosí
qu e es lo qu e dicen fletar coca o vino . . .»

El trabajo ocupa a los indios d urante 6 o 7 m eses y su paga (com o el al-


quiler de los anim ales) es ridicula; las pérdidas (d e m ercadería o de an-
imales) están a su costa como el material de transporte.
Los otros abusos no tienen el mismo alcance. Tocan a la confección
de las piezas de ropa cuyo precio (remitido a los caciques por la dificul-
tad de encontrar a las hilanderas y tejedoras) equivale a la mitad de su
costo real (en tiempo); a la contratación («concierto») de indios para los
servicios personales cuyo salario anual (40 pesos) equivale a la séptim a
parte de los gastos reales (289 pesos); al monopolio del corregidor en
vender vino (a veces ropa) a los indios («repartos») y com prarles (ma-
nipulando los rem ates) las tasas en especies (de m aíz, coca, ganad os y
ropas) a precio bajo para luego venderles a alto precio. Las tres últim as
exacciones no im plican directam ente al corregidor sino su com plici-
dad con el cacique quién cobra la «tasa doblada» sobre los indios pre-
sentes (por los indios huid os y ausentes, aún sabiendo d onde están) y
paga escasam ente (igual que los Españoles estancieros) a los indios
pastores que cuidan sus ganados (cuyas pérdidas deben ser pagadas);
en cuanto a los tambos, posadas donde se alojan los viajeros, son pre-
textos a «mil maneras de engañar» a los indios y «puro robo».
Esta prolija descripción de los m ecanismos de explotación de las
com unidades cam pesinas en los Andes meridionales conserva su va- lidez
para el siglo siguiente y en esta mercantilización forzada del tra- bajo
indígena se precisará el papel de los agentes m enos denunciados (en
particular los caciques y los curas). De m om ento, el dictamen del autor es
tajan te e inapelable:

«Las cosas sobre dichas y algu nos mas qu e se h an callado an sid o cau sa y son para
qu e los ynd ios se hayan huido de sus pu eblos a los valles y quebradas . . .»,

y de referir el caso de los pueblos lupaqas «sin ynd ios»10*. Otros infor-
mes confirm an este panoram a desolador. Así el propio Virrey Luis de
Velasco (1596-1604) recuerda:

«Quando llegue al goviem o d estos reynos estavan m uy d espoblados los d hos


repartim ientos por qu e and avan los yn d ios au sen tes d ellos y p articularm ente los
de la provincia de los Charcas . . ,»u .

El mismo año que la Relación del P. Ayanz y llegada del Virrey, el


corregidor de Potosí hace la misma constatación pero revela de paso donde
se han instalado los indios que abandonaron los pueblos:

«. . . estas rred uziones están en todo el rreyno casi d eshechas viviendo los
yn d ios en estancias y en los poblezuelos. Su s curas y corregidores qu e p or sus
particulares lo an perm itid o y el hu yr los yndios de los cam inos rreales p or las
m olestias y agravios que rred ven de los pasajeros . . ,»12.

¿Dónde están las estancias y poblezuelos que cobijan a los fugitivos? Un


borrador de la memoria final del propio Virrey responde:

10) Relación . . ., op. cit., pp. 3 5 -8 8 . La referencia de qu e unos millares de Lupaqas


resid en en Potosí da cierta indicación sobre las oportu nidad es de ganancias económ icas
qu e rep resenta el centro m inero. ¿En qu é medida contrad ice el terror qu e significaría
para los ind ios (otro clisé de la polém ica colonial)?; n o lo sabem os. El reproche del autor
es m as bien contra el m estizaje socio-cultu ral que acom paña la mita («com o están m ez-
clad os con indios d e tantas naciones, danse a vicios y borracheras», id. p. 39). No hay
qu e olvid ar qu e el inform e jesu íta interviene en una ofensiva de la orden para im p oner
su s establecim ientos en los A nd es coloniales. En 1597, los caciques de Chucuito piden al
rey Felipe II que la provincia sea confiada a la Com pañía de Jesú s (carta de Chucuito,
2. IX. 1597), publicada en Egaña, Monumento Peruana (Rom a 1974), t. 6, p p. 4 4 3 - 451.
u ) Borrador de una «relación de cosas . . .» (slnf), Manuscrito n° 38 de la colección
M arqu és del Risco, Varios 330/ 129, Biblioteca de la Universidad de Sevilla.
12) Carta de Alvar Davila Arce, Potosí, 1. III. 1596, Archivo General de Indias, Sevilla
(en ad elante AGI), legajo: Charcas, 44.
«. . . y com o la mayor asistencia de los Ynd ios qu e se ausentan de su red u d on
es en los p u eblos viejos donde antigu am ente estavan y en su s valles calientes
procuran p or m uchos m ed ios y tracas dando causas d e malos tem p les em ferm ar
y que se m u eren m uchos com o se les de licencia para p asarse a su antigu a red uc-
ción [. . .] - Y procurando certificarm e m as d ello halle ser falso y ha vello hecho
inform ación el cura a p ersuasión d e los Ynd ios y aun sin ello [ . . . ] - y asi tuve
este negocio p or de cuydado y conform e tenia la satisfazion d el corregid or y cura
ju zgava estas cau ssas»13.

Veinte años después de la reducción general, los indios h an vuelto a


sus antiguos pueblos, si se prueba que hayan ocupado realm ente un
día los pueblos toled anos14. Entonces, la argum entación del P. Ayanz
sobre el abandono de las red ucciones toledanas a lo largo d el camino
real entre Cuzco y Potosí necesita u n esclarecim iento: n o es una des-
población p or fugas masivas fu era de las provincias sino un retom o al
patrón de asentam iento prehispánico (y quizás pre-inca) basado en
aldeas nucleares apartadas por cada ayllu15*.
Más sorp rend ente es la reacción del Virrey quién, conociendo la
complicidad del cura y del corregidor en cubrir el abandono de las re-
ducciones, se rem ite a ellos para autorisar el cambio de asentam ientos. Es
posible por otra parte qu e el elem ento generador del éxodo h a d a los
«publos viejos» (con la com placend a de las autoridades hispánicas), haya
sido la crisis climática y biológica de los años 1590.
El P. Ayanz alude a ella dando la cifra de «ocho a ñ o s . . . todos muy
estériles» cuyas con secu en d as aparecen m as duraderas:

« . . . com o los yndios son pocos, quando se les yevan [stcf i.e. hielan] su s cha-
caras no tienen tiem po pañi aderezallas com o lo su elen hazer qu an d o ay mas con
qu e rem ed ian gran parte d el daño qu e los yelos hazen y agora esta tal toda la
Prov. de Chucuito y lo m as de toda esta sierra p or la falta de ind ios . . .»u .

I3) Este borrador anónim o qu e corresp on d e a la m em oria de Luis de VelascO p ued e


fecharse en 1604; referencia en la nota 11.
>4) El tem a de la ocu pación efectiva o no de las red ucciones toledanas es de primera
importancia para la etnohistoria andina. Hacia 1580-1590, varias de ellas no habían sid o
todavía term inadas (segú n las probanzas encontrad as en el AGI). La violencia que
acom pañó las operaciones d e reducción (incendio d e las estancias) h a sid o d enunciada
en su tiempo. Personalm ente, tengo la sosp echa que la ocupación fue breve; presento el
caso de una red ucción en los valles d e Larecaja en el estu dio interdisciplinario, Ambana:
Tierra y Sociedad (1FEA/ MAB, Lim a 1980). Se necesita un estu dio caso p or caso antes d e
concluir, pero la inform ación es muy restringida.
15) Una característica general d e la literatura colonial en pro o en contra d e los indios
andinos, es qu e las necesidad es partidarias llevan a sus autores a d escon ocer o a inter- pretar
tend enciosam ente los m ecanism os propios de las sociedades and inas.
“ ) Relación . . ., op. d t., p. 59.
En cambio, no evoca las epidemias que afectaron los Andes meri-
dionales entre 1586 y 1590 y que tam bién pudieron provocar el des-
bande hacia fuera de las red ucciones17. Por una parte es probable que
aceleraron el movim iento de retorno hacia los asentam ientos anti-
guos, induciendo por otra parte a los mitimaes reforzados por otros mi-
grantes estacionales (llactarunas) venidos de las punas, a quedarse en
los valles. Es así que en octubre de 1594 los señores p acajes (de Urco-
suyo y Umasuyo) denuncian al corregidor y a los caciques de la pro-
vincia de Larecaja quienes retienen a los migrantes d e puna im pidién-
doles cum plir con la mita de Potosí (para la tanda de navidad). Se en-
contrarían unos quatrocientos m igrantes declarados y irnos dos mil
«cimarrones» esparcidos en la vertiente oriental del altiplano. Des-
p u és d e u n pleito confuso sobre el estatuto exacto de los m igrantes, las
autoridades de puna logran finalm ente enviarlos a Potosí18. En la ar-
gum entación a su favor, el oidor de la Audiencia de Charcas evoca los
cinco mil mitimaes lu paqas repartidos entre los valles occidentales y
orientales del Collao, cifra siete veces superior a los efectivos censados
bajo Toledo. Este núm ero de cinco mil es el de los «ausentes» en la
provincia de Chucuito qu e descubre un visitador en 159819. ¿Son los
mismos? Ciertam ente, no todos. Pero debemos sospechar que gran
parte de ellos se encu entran sea en los valles referidos sea en Potosí.
Los propios efectivos de la mita varían así de u n año al otro, lo que rela-
tiviza las cifras dadas por el padre Ayanz como ejem plo de la incapaci-
dad de los Lupaqas en proporcionar más mitayos: de los 2200 indios
anuales, faltaron 1300 bajo el M. de Cañete y en 1596 salieron sola-
m ente 1020; dos años después son 2200 en ir a Potosí20.
Las variaciones del número de los Lupaqas p resentes en la provincia de
Chucuito o enviados a Potosí nos obligan a considerar con gran re-

17) Ver N. Sánchez Albornoz, La población de América latina (Madrid 1973), p p. 8 3 -8 4 ; nu


m erosas referencias en el AGI (probanzas) sobre las epidem ias.
18) U n análisis d e este pleito en T. Saignes, «De la filiation á la résid ence: les ethnies
d ans les vallées de Larecaja», en: Anuales, E.S .C., 1978, n° 5 - 6 , pp. 1172-1173.
'*) El cen so toledano registra 721 mitimaes (Tasa de la Visita General de Toledo, 1575;
Lim a 1975, p. 78). El Virrey del Perú alude a esta revisita en una carta escrita en el Callao el 5.
V. 1600. S. Zavala expresa la dicrepancia entre la cifra de un m anuscrito (= 5425
«ausentes») y la publicada (= 7000) p or Levillier en los Gobernantes del Perú, t. XIV, ver
Servicio Personal . . ., op. cit. (en ad elante SPIP) 1 .1, p. 215. La mem oria del Virrey dice
5000 en Los Virreyes españoles en A mérica . . . (Madrid 1977), BAE CCLXXXI.
20) Ayanz, Relación . . ., op. cit., p. 64; carta del Vinrey del Perú, Lim a, 16. IV. 1598 publicada
p or Levillier, op. cit. o extractos en SPIP 1, p. 284.
serva los datos sobre la despoblación de las tierras altas del Collao y de
Charcas. Los inform es de estos años 1594-96 se ubican en circu nstan-
cias dramáticas, epílogo de una m ala coyuntura biológica. Pero, en su
generosa intención de denunciar las causas estructurales (es d ecir la
explotación colonial) que provocan el abandono de los pueblos, la Re-
lación jesu íta enmascara otros fenóm enos propios del m undo andino,
particularmente sus ciclos de desplazam ientos y de ocupación perió-
dica del espacio territorial (anual y p luri-anual segú n las condiciones
meteorológicas). De hecho, u n doble calendario agrícola y religioso
provoca un mismo efecto de ocupación esporádica de las red ucciones
y de las tierras altas (siembras y cosechas de los tubérculos, culto a los
muertos y a las huacas, fiestas de los santos patrones). La periodicidad
de las entregas coloniales (tributos y toda clase de servicios en trabajo)
con sus fases de «sobre-trabajo» (debido a los excesos de los agentes
intermedios) acaban de diversificar estos ciclos m últiples y paralelos
de circulación entre los «pueblos viejos» (o estancias) y las reduccio-
nes, entre los valles y las punas, entre Potosí y el conju nto d e las pro-
vincias que abastecen al centro minero en hom bres y prod uctos21.
Al final del siglo XVI, el m undo andino m eridional d eja la im presión
de haber reajustado su dinámica espacial y poblacional de m odo de poder
enfrentar con ventajas las p resiones coloniales: p atrón de asentamiento m
últiple y disperso, reacom odamiento en los valles que ofrecen tierras,
instalación perm anente en Potosí de una fracción de la población activa
afin de com plem entar los recursos de cada pueblo gracias a los salarios y
provechos del comercio22.
El reequilibrio frágil qu e parece haberse instaurado d esp ués de la
crisis de los años 1590 con la nueva división geográfica del trabajo in-
dígena entre m inas, ciudades, agricultura y transporte interregional,

1') Sobre la precariedad de la agricultura depu n a (baja prod uctividad y fuerte d ep en-
dencia m eteorológica; n ecesidad del alm acenam iento), ver el prim er capítulo de la tesis
de J. V. M urra, La organización económica del estado inca (1956; México 1978); el artículo de
T. Bouysse citado en la nota 9 y el m ío sobre el caso lupaqa en M élanges déla Casa de Veláz- quez,
Paris-Madrid , tom o XVII (1981), part. la prim era parte. Sobre los ciclos agropecu a- rios and inos,
ver Jü rgen Golte, La racionalidad de la organización andina (Lim a 1980).
ÍJ) El tem a de la m axim ización económ ica de la prod ucción agropecuaria m ediante las
estrategias m ercantiles de los caciques recién em pieza a ser enfocado (ver los trabajos
de C. S. Assadourian, T. Platt y el sim posio llevado en el Congreso de A mericanistas de
M anchester sobre los mercados). El tema requiere de nu m erosos enfoqu es regionales
con sus especificid ades ecológicas y étnicas. La segunda parte de este trabajo analiza
unos casos (ver nota 3).
cuya mercan tilización permitía a la vez a los caciques proporcionar las
distintas rentas, podía m antenerse mientras tanto la tasa de retom o
periódico a los núcleos de puna seguía constante o por lo m enos por
encim a de un mínim o num érico capaz de satisfacer las exigencias de la
reproducción com unitaria (biológica, ritual, económ ica, etc.). Pero, el
traspaso paulatino d e una fracción creciente de la población indígena
al sector español origina un resquebrajo entre los grupos étnicos que
logran cum plir con todas sus obligaciones (externas e intem as) y los
que no cum plen hasta declararse en quiebra total (que va desde la
«desaparición» de los indios a la enajenación de las tierras). Las auto-
ridades coloniales estaban conscientes de este peligro y el grito de alarma d
e los Jesuitas fu e uno de los tantos que iban a m ultiplicarse ya en plena
apertura del siglo XVII.
De hech o, la «cuestión indígena» de Charcas fu e planteada en tér- minos
laborales y se form uló en tom o al debate sobre los efectos de la mita en las
provincias «obligadas». Viene entonces a ponerse en tela de ju icio el conju
nto de las exacciones sobre el cam pesinado andino. En la medida qu e esta
polémica traduce la com petición encarnecida de los sectores dom inantes
para reservarse el monopolio d e la explotación colonial a la vez que su
percepción de los m ayores riesgos encubiertos, conviene analizarla para
jerarquizar los m ecanism os que provocan la
«deserción» de los pueblos y la disgregación étnica. De paso, estos tex-
tos, en su mayoría inéditos y a m enu do anónim os o sin fecha - una
contribución im portante consistirá en fecharlos e identificar a sus au-
to r e s -, proporcionan detalles de mayor interés sobre el funciona-
m iento interno de los ayllus andinos bajo el régim en colonial. Siendo
m uy explícitos, conviene citarlos con la mayor extensión posible de
acuerdo a la proporción de este estudio. Los textos potosinos ofrecen
u na primera perspectiva23.

23) La publicación d e los extractos (esencialm ente de los fond os m adrileños) de la in-
form ación colonial em itida acerca de la m ano de obra p or S. Zavala (op. cit.) renu eva
casi por com pleto el tema. H ay qu e añadirlos los d ocu m entos recogidos en la ép oca del
Marqués de M on tesd aios, Virrey peruano de 1607 a 1615, qu e se encuentran en el Ar-
chivo del Duque del Infantado, Madrid (en ad elante ADI), y en la Biblioteca Nacional
(B.N .) de París para recalcar la riqueza de los inform es redactados durante las dos pri-
m eras d ecenias dél siglo XVII. Para un uso extenso, requieren u n análisis previo d e or-
d en sem ántico-histórico: hay qu e atribuirlos su s verdaderos autores, seguir los tem as y
sus plagiados y recu rentes, buscar la red de intereses regionales y sectoriales que están
en ju ego, etc. . . . En el cuadro 3, esbozo una primera tipología de los autores.
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Las protestas de los caciques de puna reunidos en Potosí evocan,
más que los malos tratam ientos en las m inas, los abusos en los servi-
d os en provecho de los corregidores (trajines de vino y coca), de los
tambos, de los curas, de las ciudades y de Porco cuyos m inerales están
agotados; pid en tam bién la rebaja de los tributos24. El pliego de peti-
ciones, sin em bargo, no pone en cu estión el principio de las im posi-
d ones.
Los «vecinos» de Potosí, cuyos intereses se confu nd en principal-
mente con los del gremio de los azogueros (em presarios m ineros),
desplegan un activismo jurídico-pleitoso para m antener su s privile-
gios desmedidos en cuanto al acceso a la fuerza de trabajo indígena
(que se está convirtiendo en una renta en dinero). Denu ncian con un
vigor incansable la triple plaga que acosa a los «pobres súbditos» in-
dios. La extensa Relación del cerro de Potosí presentada en 1609-1610 por
G. de Llanos ofrece abundantes detalles sobre los agravios de los cor-
regidores, doctrinantes y cad qu es: «traxines y grangerias» de los tres
(«parece negod os sin rem edio»), uso excesivo por los dos prim eros de la
mano de obra fem inina (para la casa y para hacer ropa), m onopolio del
com erd o local por el primero (tanto en la compra de los prod uctos
- animales de carga - a bajos p red os a los cam pesinos como en la venta de
vino o de coca a los m ism os), aprovecham iento por los cad qu es de los
indios de servid o (com o los pastores) y de los ausentes (cobrándo- les las
tasas). Peores son los corregidores casados («porque las m uge- res quieren
tener aparte otras tantas grangerias») y d eben lu ch ar con- tra los curas «a
las pu ñadas sobre el gobierno de lo tem poral y espiritu- al». La invasión de
los pueblos por los españoles - «la m ayor parte gente holgazana y perdida»
- es bien evidenciada (los tenientes siendo los mas calamitosos). En total:

«. . . cada p u eblo de ynd ios viene finalm ente a ser un rebano de ovejas cuya guarda
y d efensa esta a cargo de una manada de lobos qu e viven y se su sten tan de su sangre y
si en ocasiones que se ofrecen buelven p or ellos y los d efiend en no

u ) «Memorial de los agravios qu e resciben los yndios de las provincais d el distrito de


la Audiencia d e Charcas . . . petición p resentad a por d on Luis Osorio de Q u iñ on es, te-
sorero en Potosí, 1606» AGI, Charcas 47. La carta escrita p or «los caciques d e charcas y
del cuzco y los capitanes en potosí» esta incluid a d esp u és de la lista d e los agravios de-
nu nciados por Osorio. Sabem os qu e este último, ya tesorero en Potosí, llevó al Virrey
del Perú, una carta de los caciques lupaqas «por memoria» a favor de los jesu ítas, ver la
carta de los caciques de Chucuito a Felipe II, citada en nota 10, p. 448.
es por hazerles bien sino porque no les quiten otros la presa y com ida que eso es lo qu e
guardan, velan y defiend en . . ,»25.

Se entiende la manipulación de los inumerables pleitos que afectan al cam


pesinado colonial.
Trece años después, las Pretensiones de la Villa Imperial de Potosí reto-
man los mismos argum entos incriminando, adem ás a los d ueños de haciendas
que guardan «ocultos» a los Indios:

«Y asi vemos p u eblos qu e fueron muy op u lentos d e ind ios aora treinta y cua-
renta anos casi acabados del todo el dia d e oy sin qu e se pu ed a atribuir esta ruina
al tiem po sin o al trabajo inm enso con qu e han sid o molestados los indios»2627. >

El interés d e la polémica es que los propios encausados no ahorran


críticas a sus adversarios com o a sus colegas. El padre Diego de Paz explica
porque todos quieren la reducción de los indios:

«Aora lo qu e m u eve a los corregid ores, curas y curacas solo es su particular yn -


teres y para este les quieren tener ju n tos allí a la m ano: el cura porqu e el beneficio sea
pingue con m uchas oben d on es y obejas qu e esquilm ar; el corregidor qu e aya mas m
inistros para su s grangerias, mas gen te a quien ocu par en su s ganancias y qu e no
falten yndios tam bién para sus m itas, tragines, helam bres, am ad jos y pulperías, sem
enteras, qu e aya quien gaste la coca, vino chicha, etc., materia profunda tratar de la ocu
pación qu e traen los m iserables . .

Un funcionario que parece haber ejercido responsabilidades en un partido


del Collao d urante la primera decenia del siglo XVII detalla los abusos de la
mita potosina y del corregidor - «el que biene con m ayores d eseos (de
remediarlos) dentro de dos m eses se buelve peor que el que antes estava» - y
pasa a los del cura:

«Después qu e sean [los indios] escapad o del corregid or y teniente llega el cura
qu e es quien los d evia am parar y com o save todos los pecados d el p u eblo ynce-

25) Esta im portante «Relación del cerro d e Potossi, el estad o que tiene y d esord enes
del con el Rem edio que en todo se podría dar», de 235 páginas m anuscritas (con escri-
tura apretada) qu e perm ite m edir los cam bios en la minería y la mita p otosina un cuarto
d e siglo d esp u és de Cap oche (1585) se halla en el volu m en 57 (o T. 3) de los Papeles de
Indias d el Marqués d e Montesclaros en el ADI, Madrid (una fotocopia esta depositada
en el Archivo Nacional de Bolivia, Sucre - en ad elante ANB). La cita esta en la p. 16.
26) Sebastián de Sand oval y Gu zm án, Pretensiones de la Villa Imperial de Potosí . . .
(Madrid 1634), «respuesta a la dificultad tercera».
27) Parecer del «Padre D° de Paz sobre las red ucciones sin preguntárselo», B.N . Ma- drid,
ms. 2010, f° 110.
stos ydolatrias diceles qu e a m enester quinientos cam eros o m ili para el u para sus am
igos y qu e si no se los traen que los ha de hacer quem ar y d estru ir y los mata acotes si
n o se les trae alli, tem enle m as que al corregidor . . ,»28.

Aquí entendem os quizás porque no se realizaron en los Andes meri-


dionales las cam pañas de extirpación de las idolatrías: u n pacto (táci- to?)
uniría a los agentes locales y regionales para llevarse las ganancias
económicas (a m enu do en detrim ento de la Corona) y d ejar en cambio a
los indios con sus prácticas culturales29.
Pocos son los inform es que in tenten explicar el ausentism o y la dis-
persión indígenas con m otivos no relevantes a la explotación colonial. El
corregidor de Chayanta proporciona en 1614 u na excelente síntesis de las
modalidades del acceso a recursos de los valles por los pueblos de su
provincia:

« . . . p obláronse todos los indios en las p u nas o param os com o lo certifican los
pueblos de toda esta provincia de los charcas distrito de la R1 A u d iencia de la Plata d
ond e p or su d esabrido frío y d escom p u esto tem ple n o cogen otra sem illa sin o la d
e p apas y quinua y para el bu en sucesso d este fruto es necesario qu e los anos sean d
erechos y abu nd antes con qu e de fuerca para su sten tar la vid a tienen necesid ad d e
en trar en los valles a la labranca y beneficio d el m aiz trigo y otras legum bres tres
vezes en el ano a la siem bra d esyerbo y cosech a y los qu e n o son labrad ores llevan
sus ganados para rescatar con ellos estos m an tenim ien tos y los mas p obres en tran a
alquilarse assi con esp añoles com o con yn d ios m as ricos con que ad quieren el su sten
to de su s familias d e m anera qu e seria ym p u sible vivir sin este cuydado con qu e no
d ejan en sus cassas cossa viva n i caud al m ueble porqu e de tod o cargan y d e su s
hijos y los mas cercan os a los valles cam inan

“ ) Parecer anónim o, sfnl., sobre las red ucciones (f°58vhay una a lu sió n :«. . .n o h a y
nadie com o es h atu n cabana qu e era la m ayor del Collao»), B.N . Paris, m s. esp añol
n° 175, f° 59\
n ) Pierre Du viols, en la introd ucción de su tesis, señ ala la «ind igencia d e fu entes» en
las provincias d e Q uito y de Charcas, «ind igence qui sem ble bien corresp on d re, en l'oc-
currence, à l'absen ce d 'u n e activité extirpatrice im portante ou significative d ans ces ré-
gions», La lutte contre les religions autochtones dans le Pérou colonial (Lim a 1971), p. 10. Este
hipotético pacto en tre ind ios y autorid ades coloniales p u ed e tam bién h aber acom-
pañado la reorganización d e la mita potosina: en varias oportu nidad es, los caciques del
sur-andino se entrevistaron con Toledo en Potosí (1573-1574) y es d e sosp ech ar una
aceptación negociada del aum ento d e los con tin gentes mitayos (N . Matías d el Cam po en
su memorial publicad o en Lima un siglo d esp u és alude a estas n egociaciones). Por otra
parte, hay que señ alar que en las grand es cam pañas d esencad enad as con tra los pueblos
de los Andes centrales en la segunda decenia del siglo XVII, la com p etencia económ ica entre
indios y esp añoles no fue extraña al estallid o de la crisis. En su análisis d el «Pleito de los
indios de San Dam ian (H uarochiri) contra Franciso d e Avila, 1607», Antonio Aco- sta apunta
el origen d e la denuncia por Avila de las idolatrías practicadas p or su s parro- quianos: «las
practicas económ icas de los doctrineros constituyen el cen tro de toda la polémica . . .»,
Historiografía y Bibliografía Americanistas, vol. XXIII (1979), p. 6.
veinte leguas y m uchos a cincu enta mas o m enos gastando este con tin u o travajo
cassi todo el ano con qu e no se pu ed a haver ley ni ord enanca qu e los obligue a re-
sidir en sus pueblos careciend o d el su sten to hu m ano sin o es qu and o ellos qui-
sieren según la com odidad d e cada uno»303 1.

Los indios charcas y caracaras integran u n circuito interecológico


anual donde se succeden bajadas y subidas entre punas y valles. Si po-
seen tierras propias en los valles van a cultivarlas (tres veces al añ o, se-
gún el autor), en virtud del doble domicilio, y si no, consiguen los pro-
ductos agrícolas p or trueque (rescate) o contratándose como jornale-
ros. Esta inform ación tan sugerente y única sobre el «control vertical»
se debe quizás al hecho que la provincia de Chayanta (o de Charcas)
integra en el mismo distrito las cabeceras depu n a con sus valladas y los
pobladores pueden llevar con toda su efectividad su triple táctica de
acceso.
El procurador de la ciudad de La Plata, él, reconoce:

«. . . com o es notorio [los indios] an tenido causas qu e les a obligado a d esam -


pararlos [pueblos] lo u n o los anos estériles y faltas de comida qu e an tenid o lo otro el
h u ir la cara a los m alos tratam ientos y m u ch as m olestias . . ,»J1.

Se podrían multiplicar estas citas (en particular de los curas bien al


tanto de las situaciones locales) sobre el trato real ejercido en contra de
las unidades dom ésticas andinas, pero lo im portante es de notar como
las mas altas autoridades conocían la am plitud del uso ilícito de la
m ano de obra. El Virrey da un excelente resumen:

«. . .d em a s de dar la séptim a p arte los serranos y algu nos la sexta y los yu ngas
la sexta y algu nos el quinto - por provisiones de los señores virreyes entran
luego los qu e d an p or m andam ientos de los corregidores a p ersonas particulares

30) «Miguel Ruiz de Bustillo correg' de la provincia de chayanta del Piru prosigue la
Relazion qu e haze a su Mag. de algunas cossas ym portantes a su R1servicio», Chayanta,
1. III. 1614,6 folios, AGI, Lim a 144. Ocho años an tes, com o corregidor de Cochabam ba, M. R.
de Bustillos hizó la red ucción de los indios y fue acusado por el Presid en te de la Audiencia de h
aber sid o «m uy interesado» (en escond er a ind ios), lie. Al0 M aldonado de Torres, Potosí, 12.
XII. 1606, ANB, Minas, t. 123, n° 1087.
31) «Relation q. el cap. di° de contreras procurador general de la ciudad de la p “ Reino del
piru da y aze al 111™don gon. de acuna del consejo de su mg. y su p resid ente en su Real con
sejo d e las yndias en qu e contiene algunos avisos en bien y conservación d e los yns. del piru y
quito de su mg. y aum ento de sus Reales acienda y bien y estabilid ad de aquellos Reinos» sfnl,
ADI, Papeles de Montesclaros, vol. 32 (T. 1), doc. 100, p. 1, n° 1. Este prolijo inform e, que com
prende 70 p u ntos en 18 páginas, se puede fechar según otras rep resentaciones del mismo fondo,
del año 1609 (una fotocopia existe en el ANB).
y los qu e ellos ocu pan en sus tratos y grangerias - y los que ocu pan los curas y ca-
ciques - y los qu e están au sentes y ocu pad os en servicio d e los tam bos chasqu es y
en officios de rep CI y sachristanes cantores y fiscales qu e no acu d en a mita qu e es
una m uy gran cantid ad y nu m ero - y con esto carga el travajo sobre los dem as de
suerte que no traen ora de d escanso y es lo qu e les haze hu yrse y au sentarse y
d espoblar su red u d on». i. .,

Luego pasa a detallar el descuido de los corregidores al confeccionar la


lista de los mitayos para Potosí, sus tráficos com erciales («la carga mas
pesada y mas dañossa para los yndios») y los de los caciques («los berdugos
crueles de los Yndios . . . porque los desuellan y rovan sin ninguna piedad»)
y otros absusos en materia de tierras, de pleitos y de protectores32. Notemos
como estos abusos en detrim ento de la fuerza
laboral afectan tanto a las provincias d e puna como las de valles y yun- gas.
Los oidores d e la Audiencia de Charcas balancean los cargos:

«La racon de hu irse y au sentarse estos yndios d e su s p u eblos y irse a escond er en


chacaras quebradas y guáyeos y a otras p artes es por hu ir d e los m alos trata- m ientos
y trabajo intolerable qu e reciben en el servicio y labor de las m inas de Pot o s í . . . y p
or los m alos tratam ientos qu e ansi m esm o les hacen su s m ismos caciques los
corregidores y d octrineros»33.

Una Visita de las provincias del Collao y de Charcas m uestra los


mismos males en particular los que aqu ejan a los indios d e puna some-
tidos a una mita mas pesada («no pueden enterar como la quarta parte
- ni - estar en su pueblo mas que un año y quando m ucho dos») y a los
servicios de pastoreo a favor de los caciques y esp añoles con muchos
fraudes y engaños34. Las incidencias demográficas p arecen cortantes:

«Cotejad a esta mem oria con la d ha revisita d e Toled o viene a constar aver oy m u
ch os m en os y tanto que m e atrevo a decir a V.M . qu e en lo general de todo lo qu e
he visto es un tercio y no se si diga la mitad . . ,»35.

32) «Relación de cosas . . .», sfnl., a n ó n ., verosim ilm ente borrador de Luis d e Velas- co,
ubicación en nota 11.
33) Carta al Con sejo de Indias, La Plata, 17. II. 1611, AGI, Charcas 19.
34) Visita de la Audiencia de Charcas a cargo de d on M uñoz de Cuellar; d uro un año y
medio - «hacia treinta años qu e no se había visitado . . La Plata, 1. III. 1615, AGI,
Charcas 29.
35) Id. Otra Visita hecha 20 años d esp u és observa: «m as de las dos terceras partes de
los indios qu e figuraban en los padrones de los caciques estaban au sentes». La Plata,
1 8 . 1. 1629, A GI, Charcas 20.
La evaluación de la situación demográfica exacta de los cam pesinos
andinos se vuelve un elem ento esencial del debate. A las declaracio- nes
reiteradas de los virreyes y oidores de la Audiencia sobre la «gran dim
inución y disipación» de los yndios y pueblos, los agentes de la co- rona y
los representantes de las ciudades m uestran la sub-evaluación oficial:

«. . . m ucha parte de los indios qu e ay en aquel reino and an v ag a n d o. . . ven-


drán a ser m as de sesen ta mil los qu e no an p agado tasa . . . p or no estar visita- dos»

segú n el procurador de La Plata363


; para el corregidor de Oruro,
7

«el valle d e Cochavam ba y otros, toda la provincia d e los Charcas, la frontera d e


San ta Cruz d e la Sierra, Tarbea y confines de Tucum an están llenos de yndios
forasteros que conocid am ente son de los pu eblos qu e d an m ita y servicio a las m inas
de qu e resulta la falta y no de qu e en ellas se ayan m u erto . .

el representante de la ciudad del Cuzco com parte la opinión de su co- lega


de La Plata pero estim a que por las huid as y m udanzas «dismi- nuyen las
poblaciones y la procreación»38.
Un doctrinero de indios discute esta última aserción:

«. . . el dia d e oy osare afirm ar qu e ay m as ynd ios qu e quando se descubrió la


tierra porqu e en aquel tiem po los natu rales no tenian la m ano y libertad qu e aora
E .en tom ar cada u n o la m uger qu e quiere y tienen las qu e p u ed en gocar»39.

El debate demográfico lleva tanto sobre la fecundidad indígena y el


crecim iento natural o no de la población como sobre la p ertinencia de los
instru m entos (revisitas, registros parroquiales) d e quantificadón.

36) 1609, doc. cit. en nota 31, p u nto n° 35, p . 10.


37) «Relación de la villa y m inas de Oru ro» p or don Fdo. Aguilar Arm as, Sa n Felipe de
Austria, 29. IH. 1612, A GI, Charcas 49.
3S) Lie. Ju an Ortiz de Cervantes, «Mem orial en pro de la perpetuid ad d e las enco-
m iendas» (Cu zco, 1617; im preso en Madrid, 1619) citado en Zavala, SPIP, t. 2, p . 232,
nota 93.
39) «Relación y ad vertim iento que yo el pad re diego felipe de alcayaga clérigo presvi-
tero hago d e las cossas tocantes a la conservación y aum ento d este Reyn o . . .», La Pla-
ta, 31. VI. 1612 en ADI, Papeles d e M ontesclaros, vol. 38 (T. 24), doc. 6, 8 folios y medio
(fotocopia en el ANB). Unos años antes el mismo autor, entonces cura d e Mataca (valle
cercano a Potosí), envió al M. de Montesclaros una muy interesan te Relación, hered ad a
de su padre, poblador de San ta Cruz, sobre los Chiriguanos; p ublicada en Cronistas Crú-
cenos del Alto Perú Virreinal (San ta Cruz de la Sierra 1961), pp. 47-68.
De hecho, los abusos cometidos por los agentes interm edios incluyen
tos recuentos poblacionales (listas censales, contingentes de mitayos
despachados o p resentes en Potosí). El Presidente de la Audiencia de
Charcas m uestra como los caciques sacan ventajas de los censos p e-
riódicos:

« . . . el travajo continuo d e los ind ios en estas m inas y la falta a qu e van vi- niend o
por hu irse algunos y ocu par otros los corregidores en su s traxines y grangerias y au n
algunos d e los sacerd otes da ind ustria a su s caciques a qu e se piden revisitas p retend
iendo con esto se les hagan rebajas de ind ios y com o el ocultarlos sea en su m ano se
halla en ellas d e ordinario m ucho m en os n u m ero y de los qu e escon d en se
aprovechan assi d e la tasa com o d el servicio y esto se en - tiende assi en general y qu e
en las provincias d este distrito no an venid o a dim i- nución sino en crecim iento»,

y cita varios casos de «fraudes» (Chucuito, Chochabamba) notorios40. El


arzobispo de La Plata d enuncia los mismos efectos perniciosos:

«. . . los corregidores faltan en el cum p lim iento d e o rd en a n ca . . .(averigu ar)


cada an o la gen te de los p u eblos con las revisitas y pad rones en la m ano para ver los
ind ios de tasa qu e se an m uerto y los que llegando a hedad an de en trar e n su lu gar n
o lo hacen de qu e resultand o grand es inconvenientes . . .»,

esto es, los caciques cobran los tributos de los difuntos m ediante sus
parientes y d e los mozos sin declararlos41.
Para u n cacique d e puna (de Pacajes), el descuido de los corregidores en
llevar las listas censales afecta más bien a las autoridades indígenas porque
los jovenes huid os no p u ed en ser recuperados:

«. . . causa d estrucción los señ ores corregidores d esta provincia p orqu e en las
visitas qu e hacen d esde m as de sesenta anos a esta p arte tan solam en te la h acen
de los yndios tributarios sin h acer m ención d e su s hijos ni m u geres con qu e
siendo grand es los tales m uchachos se h u yen y com o n o están escritos en los p a-
d rones se p ierd en y niegan su s p u eblos . . .»4I.

40) Potosí, 12. XH. 1606, ANB, Minas, t. 123, f°325 \


¡ 41) La Plata, 20. ID. 1613, AGI, Charcas 135.
4J) Gabriel Fernánd ez Gu arachi, Caquiaviri, 4. VIH. 1633, ANB, M inas, t. 123,
n° 1096, f° 5. La personalidad de G. F. Gu arachi (1603-1673), señ or de Jesú s d e Macha-
ca, muy rico y activo, nom brado «capitán d e mita» de los Pacajes en varias oportu nida-
des (la d e 1634 m otivó su queja contra el corregid or de La Paz quien obstaculizaba la re-
ducción de los Pacajes p resentes a La Paz), m erece un estu dio com pleto p or su interven-
ción constante en la vida colonial para d efen d er los derechos de su s su jetos y cumplir
con sus obligaciones de cacique. La evocarem os en el segundo artículo qu e com pleta
este trabajo.
A su pedido, el escribano porivinrial exhibe las «visitas ordinarias» llevadas
en 1603, 1609, 1612, 1615, 1617, 1619, 1621 y 1625, especifi- cando:

«. . .e n ellas no están sentados mas d e los nom bres d e los yndios tributarios y sus
hed ades e los yndios viejos de m as de d n q u en ta anos y enferm os qu e en ton- ces
parecieron y n o se asen taron los nom bres d e las m u geres n i h ijos de familia qu e no
an llegado a tributar qu e llegand o a tener diez y och o anos se asien tan por tributarios
ni se asentaron yndias biudas ni solteras porqu e n o tributan . . ,»43.

A una misma causa - los recuentos defectuosos - , el arzobispo y el


cacique divergen en apreciar sus resultados para con las obligaciones
cacicales. En todo caso, no se puede separar los desfalcos de energía
hu m ana de la pugna de intereses coloniales.
En la provincia «valluna» de Cochabamba - la única de tierras bajas
«obligada» en proporcionar mitayos a Potosí - el fraude censal alcanza
m ayores proporciones: allá, toda la red de las autoridades ansia reser-
varse la m ano d e obra disponible. En 1606, el corregidor de Potosí pro-
testa ante la Audiencia de Charcas por su provisión qu e rebaja el con-
tingente de los mitayos «ciped pes» y añade:

«. . . estas revisitas no se p u ed en fiar d e los corregidores p orqu e son total-


m ente interesad os en que a esta m ita vengan pocos ind ios y en su s corregim ien-
tos aya m u ch o de qu e poderse servir . . .»44.

Y recuerda el fraude en la última revisita de Tinquipaya donde se


ocultaron la tercera parte de los tributarios. O nze años d espués, otro
corregidor de Potosí viene a la parroquia de San Bernardo «a visitar y recibir
la mita del cerro rico» despachada por su colega de Cochabam - ba: faltan
191 mitayos de los 409 esperados «y tam poco parece haber hecho la visita,
lista y p a d ró n . . . para saber de los yndios de su distri- to». La respuesta
del cabildo de Cochabam ba es tajante:

«. . . com o es notorio en toda esta provincia, los repartim ientos y p u eb lo s. . . están


d espoblados y faltos de yndios a causa de aberse m uerto y consu m ido de las enferm
ed ad es de p este y viruelas y saram pión y en las m inas e yn genios de la dicha villa d e
Potosí por ser aquella villa frígidísim a y destem plad a y estos valles

43) «Testim onio de las visitas . . . por Antonio Cresp o Ortiz», Caquiaviri, 3. VIII.
1633, id., f° 18.
**) Pedro de Lu d eña, Potosí, 29. XI. 1606, ANB, Cartas 1022.
y yungas tierra calidísima . . . en tiquipaya se hallaron 230 y tantas viu das y mas de 100
yndias viejas solteras y tan solam en te 11 yndios y cantores . . .»4S.

Ambos grupos regionales (cabildos, corregidores) de Potosí y de


Cochabamba se culpan reciprocam ente de la «desaparición» de la po-
blación adulta m asculina. Aquí, la pugna sobre la m ano d e obra cobra
un neto aspecto de antagonism o interecológico, los excesos clim áticos
de puna siendo responsabilisados de la sobre-mortalidad m asculina en
Potosí46. Conociendo los desplazam ientos habituales en tre punas y
valles, podem os desconfiar de la argum entación expuesta p or los re-
presentantes de los d ueños de haciendas cerealeras, viñedos y cocales
de Valle. Por otra parte, la sobre-carga fem enina señalada en los p u -
eblos plantea una serie de incógnitas que dejam os para el futuro47*.
Si debemos dudar de las cifras avanzadas en la nu m eración de los
tributarios, mayor se vuelve nuestra perplejidad acerca de los indios
que abandonan sus pueblos para escapar al control colonial dirigién-
dose h ad a los bosques am azónicos, hacia los enem igos in dóm itos. Para
el padre D. de Paz, este destino es ineluctable y pregunta:

« . . . quantos yndios se abran y do a los chu nch os y chiriguanaes m as de sus


fronteras, qu an tos a hu aycos y quebradas , . ., quantos se abran h ech o aposta- tas, yd
olatras, qu an tos abran d ejad o su s m u geres y tom ado otras . .

El tema de la fuga h ad a los «indios de guerra» o «infieles» m erece un


examen atento, difícil en la medida que estam os en las fronteras del

45) Rafael Ortiz d e Sotom ayor, Potosí, 8 . 1 .1617; cabildo de Cochabam ba, 27. II. 1617,
docum entos publicados com o anexo n° 4 d e la crónica de F. d e Vied m a, Descripción G e-
ográfica y Estadística de la Provincia de Santa Cruz de la Sierra (Cochabam ba 1969),
pp. 277-281.
4‘ ) El tem a de la inadaptación biológica d e la población valluna a la ecología d e puna
debe ser tomado con m ucha reserva. Prim ero, m uchos pobladores p roced en d e las pu -
nas vecinas y van y vienen con stan tem en te. Segu n d o, los valles de Cochabam ba p oseen
varios niveles d istintos: sectores dep u n a, sectores tem plados (entre 3500 y 2500 metros)
y sectores bajos y cálid os realm ente m alsanos (fiebres palúdicas, leishm aniosis o «mal
de los and es»). El cabildo de Cochabam ba no se refiere a estas end em ias sin o a epide-
mias de origen europ eo. Poca gen te vivía perm anentem en te en los yungas calientes.
47) Varios textos aluden a las reacciones fem eninas frente a las exacciones coloniales,
reacciones qu e van h ad a un m ayor m estizaje biológico y sod ocultu ral con el m undo español,
lo que se pu ed e interp retar de otra m anera. En la segu n d a p arte del estu dio, analizo las
estrategias fem ininas con resp eto a los estatu s de «forasteros» y d e «yanaco- nas».
4S) Doc. citado en nota 27, f° 111.
m undo colonial y por ende de nuestra propia documentación. Ya el
P. Ayanz habia señalado el caso de los Lupaqas refugiados entre los
Chu nchos del alto Beni, viviendo en pueblos apartados y cultivando
maíz, frijoles, m ani, cam otes, yucas y m uchas frutas. Muy desconfia-
dos, al m enor ruido se m eten en la m ontaña esp esa «com o en una for-
taleza» y añade: «es muy grande el num ero dellos y cada dia van en
m ucho aum ento». Podemos aquí seguir al autor porque el inform ante
es fidedigno49. Otro padre, cura de indios, pone en duda las altas ci-
fras:

« . . . en las d em as dotrinas se an huid o segú n p ublica boz y fama de tres mil


almas m as o m en os a los chu n ch os los quales entran p or cam ata y no m e p u ed o
p ersuad ir a esto sino qu e serian d e d oscientos o m e n o s . . . n o p u ed en estar con
los chu n ch os sino en p arte d ond e n o sean vejad os dellos . . .».

Com o para contradecir sus dudas, él mismo se refiere al caso de la fuga


de 50 indios de Pucarani (en la orilla súr del Titicaca) «con sus hi- jos y
mugeres» entre los indios Yurum as de la m ontaña d e Ayopaya y se los
encontraron «repartidos» en sus pueblosS0. Otro autor discrepa sobre la
capacidad de acogida fuera de los Andes en razón del «odio de los indios de
guerra a los que habitan con españoles que si los cogen
. . . los m atan y los com en»51. Sin embargo, abundan las afirmaciones
sobre el paso de los fugitivos andinos en los pueblos chiriguanos52*.
Fenóm eno real sin duda, pero ciertamente limitado. En todos casos,
no es posible pronunciarse sobre su s dim ensiones num éricas. Cabe
advertir su uso indiscrim inado en una argum entación que no pasa a
m enu do de puro tem or, artificio de retórica en pro o en contra de hipo-
téticas reform as.

49) El m isterioso inform ante de los jesuítas evocado por Ayanz (doc. d t., p p. 5 6 -5 7 )
es el licenciado Miguel Cabello Balboa, el autor de la M iscelánea Antàrtica (1586) quien
d ed icó el final d e su vid a a los Ch u nchos (su libro sobre ellos se ha perd ido).
,0) P. Felipe d e Alcayaga, a ta d o en nota 39. Sobre los Yurum as y otros grupos de la m on
taña, ver a T. Saignes, «El piedem onte am azónico d e los Andes m erid ionales: estad o d e la
cuestión y p roblem as relativos a su ocu p ad ón en los siglos XVI y XVII», en: Boletín del
Instituto Francés de Estudios Andinos, t. X (Lim a 1981), n° 3 - 4 .
51) Sand oval, Pretensiones . . . (1634), citado en nota 26.
52) Entre las nu m erosas referend as, la del licenciado Pedro Ram írez del Aguila:
« . . . y m uchos (según se dice) huid os en los chiriguanaes». Noticias Políticas de Indias
(La Plata 1639), ed . por J. Urioste (Sucre 1978), p. 121. El corregidor de Potosí afirma que
los indios mitayos «en cum pliendo el tiem po de su trabajo no volvían a sus naturalezas
. . . y m u chos se habían pasados con los chiriguanaes que son yndios por conqui-
star . . .», 30. IV. 1646, AGI, Charcas 416, cuad erno 4, f 124\
Mejor documentado está el caso de los indios que andan fuera de su
reducción dispersos por todo el área de los Andes coloniales. Todo el debate
consiste en determ inar en que medida siguen bajo el control de sus
autoridades étnicas (y accesoriam ente del cura). Para D. de Paz, el
ausentismo no perjudica a los caciques ni a los curas:

«. . . la causa qu e los curacas d an de no enterar las tasas en ningu na m anera es


el estar estos yndios au sentes de sus p u eblos porque de 30 y 40 legu as y m as em -
bian los curacas y se la pagan con m as el cam ino y las mitas qu e les avian de aver
cavido y otros besam anos con qu e buelve el o el m ensajero con ten to. N i m en os
se d eja d e h acer d octrina por la ausencia destos yndios porqu e n i a m u ch os h a-
cen ellos m as sin o qu e com o quando ay m uchas obenciones se anim an , asi tam-
bién se d esanim an quando ay pocas p u es vem os qu e no reciben m u cha pesa-
dum bre d e qu e m uchos en toda la vid a vengan al p u eblo si están en las estancias
y hu aycos d ond e ellos los van a visitar y traer muy bien pagada la m issa»53.

Muchos otros inform es del com ienzo del siglo XVII señalan el
mismo interés de los caciques en tener indios escondidos y cobrarles
repetidas veces las tasas54. Fray Miguel de Monsalve en su fam oso in-
forme sobre la «reducción a los pueblos . . . » matiza este control: rea-
firma la com plicidad de los curacas y curas para escond er los indios,
pero evoca el caso de «otros huydos personales» vueltos yanaconas de
españoles qu e «no pagan sino cual o cual tributo por estar trocados en
diferentes provincias y pueblos huid os de los suyos»55. La m ism a di-
stinción la expone el corregidor de Oruro recalcando el progresivo
arraigamiento de los fugitivos en las chacras y estancias de esp añoles
(«se les dan por naturales yanaconas dellas») y en los guáyeos donde
los dejan sus curacas, '

« . . . p orqu e d esd e allí n o solo les acu d en con su s tributos y tassas sin o tam -
bién con otras m uchas dadivas con qu e los grangean para qu e les p erm itan el estar au
ssen tes d e sus p u eblos . . .»5Í.

La cuestión de los yanaconas no deja de tocar el tem a p ués sus caci- ques
de origen van poco a poco perder su ju risdicción sobre ellos. To-

“ ) Doc. citado en nota 27.


M) Una d ta en tre cien: «aunque esten cerca de su red ucción algu nos ind ios no los quieren
los caciques traer porque ban dos y tres veces en el año a roballos y a cobrar la tasa dellos? [. . .]
qu e están tasados cada yndio a cuatro p esos y la m u ger a un y pagan doce», doc. d t. en nota
28.
55) Prim er parecer de fray Miguel de Monsalve (no lleva título), sfnl, B.N . Madrid,
ms. 2010, P 114.
“ ) Doc. citado en nota 37.
ledo había aceptado de m antener unos centenares de indios de servi-
cio personal {o yanaconas) en Potosí y en las chacras de valle. Rápida-
m ente, con la multiplicación de las chacras y haciendas, los dueños
españoles necesitaron m ás operarios y concluyeron contratos (asien-
tos de servicio) con los caciques y con los indios para alquilarlos e in-
stalarlos d urante cierto tiem po57. Los virreyes intentaron frenar este
movim iento y sobretodo evitar la perpetuación d e los advenedizos en
las chacras como yanaconas. Pero la Audiencia de Charcas se opuso a
esta limitación y suspendió las m edidas oficiales pretextando que con
el desam paro de los yanaconas vinieran »a faltar los m antenim ientos»,
lo que dió el com entario siguiente:

«Y asi a titulo de conveniencia publica que es la que siem p re se h a conju rado


contra esta nación [los indios] se qued o la cosa en su antigu o estad o y los yana- conas
con obligación de resid encia forzosa en los lugares y haciendas d ond e los llevo la
fortuna y asentaron su domicilio hu rtánd ose a sus p u eblos»1*.

Lo único que se pudo hacer fue una visita de los yanaconas que
«asistían» en las chacras de diez corregim ientos de Charcas y que su-

57) En los registros d e escrituras notariales de La Paz, Potosí o La Plata abu n d an los
contratos de alquiler anual. Un ejem p lo:«. . . an te mi el escribano publico y testigos pa-
reció estevan cutipa natural del pu eblo de pom ata d el ayllo hilavi y su curaca d on Carlos
p acho cutipa y d ix o . . . qu e se a concertad o y concierta con ped ro m elendez baldes qu e
esta p resen te para servir de yanacona en todo lo qu e m andare ju sto y onesto y en parti-
cular el alfafar . . . tiem po de un ano y a de dar y p agar 25 p esos corrien tes. . . y ocho
cargas de chuno . . .», La Paz, 18. VIH. 1614, Archivo Histórico Municipal de La Paz, re-
gistro d e escrituas n° 3, f° 442. - Toledo informaba el rey de la situación agrícola de
Charcas: «hay 364 hered ad es de labores qu e llaman chacaras de esp añ oles. . . y tendrán
com o 5500 yanaconas de servicio . . .», La Plata, 20. IQ. 1574, cit. p or Zavala, SPIP 1:92.
Un cuarto de siglo d esp u és, la Audiencia d e Charcas escribe: «hay en esta provincia mas de
mil chacras qu e son otros tantos castilletes fortalecidos en servicio de S.M .», La Plata,
31. VIL 1599, i., p. 153. Los procuradores d e La Plata atestigu an en 1609: «en la provincia d e
las charcas y ciu dad d e la plata ay mas de 1200 chacaras y tierras qu e llam an cortijos en esta
tie r r a . . ¡ y de presente ay mas de 8000 ynd ios qu e llam an yan aconas», «Rep res- entación»
(im presa), AD1, Papeles de M ontesclaros, vol. 131, doc. 165.
5") La lucha entre la Corona y los hacend ados de Charcas sobre el control d e los yana-
conas m erece en si un estu d io com pleto. Los límites de este artículo lo im piden. Digam os
brevem ente qu e cobra m ayor p u janza bajo los virreyes Cañete y Velasco (1590-1604):
todo el problem a consiste en diferenciar los yanaconas d escen d ientes de los em pad rona-
dos bajo Toled o y d e los recién llegados a fin de devolver los últimos a sus p u eblos. Fi-
nalm en te en aplicación d e la Real Céd ula sobre el servicio p ersonal (1601), el Virrey Ve-
lasco ord ena la libertad com pleta de los yanaconas (provisión real del 13. XI. 1603). La
Aud iencia de Charcas, d espués de la intervención d e los cabildos de La Plata, suspend ió
la aplicación de la m edida (exped iente en A GI, Charcas 31). El com entario es de Gaspar d e
Escalona Agüero, Gazofilacio Real . . . (1647), (La Paz 1941), p . 237.
marón a 9141 hom bres (28 694 personas de toda edad y sexo) y la re-
ducción de las situaciones irregulares «de poco efecto porque m ui po- cos
han ido a sus pueblos y casi todos se han buelto a huir»59.
Parece que d urante esta fase (los dos primeros decenios del siglo XVII),
los caciques no tienen inconvenientes en d ejar a su s indios al- quilarse en
las chacras de esp añoles o en las ciudades: el contrato es provisorio, reciben
una sum a muy superior a la tasa (de 60 a 120 pesos anuales) y en el p eor
de los casos el im porte de la tasa (de 2 a 9 pesos
• egún las situaciones). Adem ás tienen interés en d ejar a ind ios en Po­ tosí
o en los valles cercanos a qu ienes recurrir para com pletar los efec- tivos de
mita o el pago de las tasas. Es así que en Potosí, los caciques

« . . . tienen ynnum erabies yndios d e su s repartim ientos en son d e yanaconas del


rey d e los cuales se sirben ellos en alquilarlos asi a los m ineros com o a los pa- nad
eros, carniceros, tTaxinadores . . . y otros qu e no son con ocid os . .
1 ;■ t • « .
El paso de los indios en la categoría de «yanaconas del rey» (o de «la
Corona» o de «Su Magestad», pagando u n tributo reducido a las cajas
reales) perm ite a sus caciques disponer a su voluntad de u na m ano de
obra flexible. Un cacique de puna discute esta aserción y recalca m ás
bien la pérdida del control cacical sobre sus sujetos:

« . . . los yn d ios au sen tes se m u dan los nom bres y d e su s p ad res y pu eblos y m
aled osam en te se visitan p or yan aconas asi de su M agestad com o en los val- les . .

De nuevo, vem os aquí como un mismo fenóm eno - la yanaconiza- dón


de los indios huidos - es apreciado de m anera contradictoria por los
distintos agentes coloniales.
Otro tem a de divergencia co n d em e las im plicad ones sod o-econ ó-

” ) El resu m en d el cen so de Alfaro (1610) enseñ a qu e los yanaconas asen tad os d e diez
y de viente añ os en las 920 estancias y chacras son cinco veces mas nu m erosos q u e los
censados bajo Toled o y su s d escen d ientes, G . d e Escalona, op . cit., p . 239. Com entario
posterior de la Aud iencia (17. n . 1611) en AGI, Charcas 19. Posteriorm ente, el Presi-
dente indica las provincias d ond e se em pad ronaron los yanaconas: Yam p araez, Porco,
Chayanta, Tom ina, Mizque, Tan ja, Paspaya y Pilaya, Cochabam ba, Larecaja (carta d el
15. H. 1614, id.).
*°) P. F. de Alcayaga, «Relación y ad vertim iento . . .» (1612), citado en nota 39. La
mayoría de los inform antes d el p rim er tercio d el siglo XVII estim an a la población indí-
gena en Potosí en nú m ero de 30 000 a 50 000 personas.
*') G. F. Gu arachi, Caquiaviri, 1633, doc. cit. en nota 42.
micas del «control ecológico vertical» por parte de las etnías. En el am-
biente laboral del primer cuarto del siglo XVII, la condición de mi- grante
cobra nuevos aspectos:

«Entre los cad qu es de tierra fría y los de los valles tienen hech o su pacto y con-
d erto p or el terrazgo que los cad qu es de tierra tria m eten los yndios necesarios y
los de los valles p onen las tierras y las cultivan a m edias y esto es muy ordinario y
d estos yndios qu e con esta ord en tienen p u estos n o se cobran tasa n i qu e salgan
a m ita porqu e están rrebu eltos con los de los valles qu e solos los curas d estos val-
les p or el yn teres d el p esso enssayado los conoce; [. . .] tru ecan d e ordinario las
m u jeres los de los valles con los de las tierras frías62.

H em os visto como en la provincia de Chayanta las unidades dom és-


ticas d e puna podían acceder a los productos de valle segú n tres moda-
lidades: cultivo directo en las tierras de su posesión, por trueque, por
trabajo en chacras ajen as pagado en productos. Aquí, se pone el énfa-
sis sobre un contrato entre los grupos de valle, d u eños d e las tierras, y
los d e puna que vienen a trabajarlas, com partiéndose la cosecha63. El
arreglo económ ico se acom paña de u nas alianzas m atrim oniales entre
conyugues de ecología com plem entaria, lo que perm ite la inscripción
de los m igrantes en las com unidades de acogida. El inform ante per-
cibe esta form a com o u na táctica de evasión fiscal y laboral, pero sa-
bem os gracias a las encu estas de cam po actuales que es una d e las tan-
tas formas de control de recursos m últiples64. Aboga tam bién por la
progresiva naturalización de los migrantes en razón de su desconoci-
m iento por sus autoriades étnicas:

«Son nidos p rincipales de yndios foraxidos estos valles en m anera qu e ay tan- tos y
de tantos anos que com o su s curacas o se m u eren y los qu e entran en su s lu- gares
son m ocos qu e no los con ocen porque a treinta anos qu e faltan d e su s p u- eblos, ya
no ay d erecho para qu e vuelva a su p u eblo p oiq u e ya esta allí naturali- zado y com
bertido en yan acona»65.

62) P. F. de Alcayaga, «Relación . . .» (1612), doc. d t. en nota 39.


“ ) Este tipo de contrato a l p a r t i r e s muy corrien teen los A nd es (particularm ente en las
h ad en d as en tre p atrones y colonos); ver la im p onente literatura sod ológica sobre el tem a d
e las h ad en d as y de la reform a agraria (p u blicad ones del I.E.P . en el Perú y de CIPCA en
Bolivia).
M) Un bu en caso regional (precisam ente en la antigua provincia de Chayanta) es en-
focado p or Tristan Platt, «El papel d el ayllu andino en la rep rod u cd ón d el régim en m er-
cantil sim ple en el norte de Potosí», en: A mérica Indígena (México), vol. XLI (1981), n° 4,
p p . 665-728.
6S) P. F. de Alcayaga, id.
Esa misma perspectiva, pesim ista en cuanto al control de los mi- grantes
p or sus caciques de origen, la evoca u n ex-corregidor de Sica Sica cuando
recuerda la venida, hacia 1605, de u n ju ez de reducción por las provincias
del Collao. El ju ez . . .

« . . . hallo muy gran nu m ero de yndios forasteros asi en los bailes com o en los
pueblos d e la p u na perm utad os los d e los tutos p u eblos en los otros y fue esto en
tanto extrem o q u e en el p u eblo d e Sap aqui qu e es en baile d e caracato d ond e ay
ochenta yndios de bisita hallo setecien tos yndios forasteros y estos se hallaran oy en dia
p or cau sa de qu e son exsesivas las tierras qu e les d ejaron a estos yndios y a todos los
d e los bailes . . . y ay tantos añ os qu e están natu ralisados en los bailes que casi n o los
con osen los casiqu es p orqu e se m u eren los viejos y en tran otros m osos en su lu gar .
. .»“ .

En este caso, las estrategias de «perm utación» - d e intercam bio de


indios (considerados como «naturales») entre los pueblos, m utándose como
forasteros en los centros de residencia - alcanzan todas las di- mensiones,
vertical y horizontal, del cam pesinado andino. Aquí, ¿es puro arreglo entre
los caciques o intervienen también los otros agentes guvemativos interm
edios? Recordem os con el procurador de la d u - dad del Cuzco la fuerte
com plid dad qu e los une:

«. . . [al] corregid or. . .le con viene tener ind ios forasteros para su s tratos . . . [y al]
cura . . . p or el p eso ensayad o qu e cobra d e cada forastero en cada ano p or la ad m
inistración d e los sacram entos y los curacas lo encu bren p or su s inter­ eses . . .»‘ 7.

Una coalición de intereses locales puede favorecer (pero en caso de


conflictos obstaculizar) la em presa cam pesina de eludir p arte de las
presiones fiscales. Sin em bargo, el proceso de naturalizad ón que evo- can
los inform antes podría contrarrestar la m anip ulad ón d e los mi- grantes
por sus caciques de origen. Las tácticas de cambio geo-sod al

**) Isidro d e Pissa, mem oria sfnl. (en la sép tim a linea dice: »esta m em oria p or q. es el
total Rem edio d estas Provincias la Red ucción»), Bibliot. Univ. Sevilla, col. M arqu és d el
Risco, Varios 330/ 122, doc. 4 5 ,2 folios. El parecer, m uy hostil a los ind ios (ociosos, bor-
rachos, . . .) h a d ebido ser escrito entre 1608 y 1612. Es interesante saber qu e este
pueblo d e Sap aqui (hoy Sapahaqui, prov. Loayza, cerca de La Paz) fue d e nu evo visi-
tado en 1628 y se encontraron a 89 indios tributarios, a lo cual el ju ez añad ió: «y aunque
en el auto se declaran tráiganse el d ho srju ez los ind ios de las esta n cia s. . . [los caciques]
declararon qu e n o tien en indios p or lo qual el d ho sr ju ez no las visito», 11. X. 1628
(ANB, E 1628-29). ¡N o se pu ed e ser mas claro!
*7) J. O. de Cervantes, «M e m o ria l. . .», doc. cit. en nota 38.
encontrarían aquí su perspectiva límite: cuando el vínculo étnico se re- laja
hasta rom perse.
Los caciques de puna, a mediados del siglo XVII, defendieron esta
interpretación, alegando su incapacidad en alcanzar a sus indios au- sentes.
Aquí también debem os desconfiar de este tipo de argum enta- ción
demasiado bien adaptada a la opinión com ún de la época. Otro observador
al contrario recalca la vigilancia d e los caciques. El ex-co- rregidor de
Cochabam ba em pieza por explicar los fracasos d e las ten- tativas
reductoras bajo los Virreyes Monterey (1604-1606) y Esquila- che (1615-
1621):

« . . . discurriend o por la [form a] qu e tuvo d on luis Enriquez d e Monrroy visi-


tad or y red ucid or general que fue d e alboroto y confusion y m ayor retiro de los
ynd ios y d estrucion por qu e los quem aban las estancias y quitaban las haciendas
sin q u e se consigu iese el yn tento y las [red ucciones] qu e han hecho los señores
oidores y la ultim a qu e siend o corregidor de la provincia de cochabam ba m e em-
bio el señ or principe de esqu ilad le para qu e la execu tasse en toda ella mandando
qu e con asistencia del cura de cada pu eblo h id ese pad rón de los yndios naturales
y forasteros y a los qu e fuesen de otras provincias se rem itiesen p resos a su s cad -
qu es y a los qu e los avian tenido se notificase con pena n o les bolviesen a red bir y
aviendole em pezad o a ejecu tar vistos los yncom binientes suplique a su Exea los
su sp end iese rep resentand o qu e los curas eran interad os asi p or el p esso en-
sayado com o p or el servicio y obenziones y los cad qu es m as porque se sirben de
los forasteros com o d e esclabos y los d esdichados por u n palm o de tierra qu e los
d an se naturalizan y no los sacaran con garfios y com o la p rim er diligencia avia
d e ser notoria a la segunda se avian de prevenir y qued ar p eor qu e antes.
Y esto sup u esto proponiend o a Us. en prim er lugar la opinion asentada d e que
al p resen te ay m as yndios qu e quando visito el señ or don francisco de toledo
porqu e su natu raleza es feeun disima y m ultiplican com o conejos y con m as liber-
tad qu e en el tirano y riguroso gobierno d el yn ga qu e n o los dejava un punto
o d oso s y p or u n alzar d e ojos mataba cuatro o seis m il d e qu e ynfiero esta bien
fundada y tam bién qu e n o ay cad qu e qu e no sep a d ond e están todos su s yndios
sin o qu e por ocultallos y qu e se escurezca su m em oria los au sentan y con aparen-
tes d em onstrad ones piden requisitorias para rred uzirlos y hazen ynform ad ones
falsas de qu e son m uertos sin que traigan ninguno sin o conocim iento de todos
para roballos y conform e a esto y a la experiencia qu e tengo de qu e con violencia
es ym posible red uzillos . . ,»68.

Este texto, claro y directo, enuncia varias propuestas apoyadas en hechos


que perm iten puntualizar el panorama demográfico del sur andino. La
población indígena es más numerosa que medio-siglo an- tes, pero su
repartición geográfica se ha modificado con incidencias en

68) «Medios propuestos por D. Ant° de Barrasa y Cárdenas al Virrey para la red ued on de
los indios», Sica Sica, 2. V. 1632, B.N . Madrid, ms. 19 282, f° 236.
•u registro. Los indios «de tasa» (los qu e deben el tributo por ser «na­
turales») abandonan sus pueblos; sus caciques los dan por «desapare-
cidos» y cuando p retend en reducirlos, los declaran por «muertos» mientras
les cobran varios im puestos. Por otra parte, los caciques aco- gen a los
indios venidos de otras provincias d ándoles tierras a cambio de
prestaciones de servicio y los curas los amparan por au m entar sus ingresos
(paga de un peso por forastero para el sínodo, contribuciones en las fiestas
y sacram entos). Podem os p regu ntam os si son los m is- mos individuos
qu ienes, pasando a otros pueblos, se convierten en fo- rasteros. El texto no
aclara este pu nto sino emite u na doble afirmación: ios caciques de origen
siguen controlando a sus súbditos «ausentes» mientras los de acogida «se
sirben de los forasteros como de esd abos». Si la respuesta fu era afirmativa
en cuanto a la identidad com ún de am- bos individuos, habría una flagrante
contradicción entre am bas auto- ridades que pretenden controlarlos. Es
difícil también p ensar en una doble explotación del «ausente» vuelto
«forastero», caso absurdo que negaría toda racionalidad al fenóm eno de la
deserción relacionado con los «abusos» denunciados en todos los inform es
analizados m ás arri- ba.
De hecho, la incógnita acerca de las obligaciones exactas d e esta
clase de migrantes recuerda más bien la ambivalencia del estatu to de
los mitimaes, estos migrantes interecológicos que deben cum plir con
sus dobles d eberes hacia la com unidad de residencia y h ad a la de ori-
gen. El problema consiste en determ inar todas las im plicandas de los
estatutos de forasteros como de mitimaes frente a las exigencias tradi-
cionales del m undo andino (económicas, rituales) y frente a la de-
manda de m ano de obra por parte de los sectores dom inantes (mitas de
séptima p arte, tambos, . . .). Estas obligad ones varían de u na región
a la otra y segú n las coyunturas.
En este período, la cond id ón de los mismos mitimaes esta sufriendo
unas m odificadones que van hacia un alivio de sus obligad ones para
con sus pueblos de puna. En 1605, u n revisitador de un p ueblo colla
constata que los mitimaes asentados en los valles orientales
« . . . no acuden al servid o de las m inas de Potosí y el repartim iento se hico
contánd olos a ellos con los qu e viven en el pueblo . . . y asi [sus] yn d ios son
agraviados y asi mismo lo son otros m uchos pu eblos deste Collao qu e tienen
m itim aes en Caravaya y Larecaja . . .»69.

**) «Resum en General de la Revisita de H oruro, 1605» (hoy Orurillo, prov. Cabana),
Archivo General de la N ad on, Buenos Aires, sala XVII, 1 -2 .
Los propios caciques de puna reconocen que si han exim ido a sus
mitimaes de los turnos de trabajo en las m inas, es para que se dediquen m
ejor al pleno cultivo de los m aizales en los mismos valles

«. . . para p od er sem brar y cultibar las dichas tierras se nos asignaron y asi- gnam os
los ind ios m itim aes qu e cad a p u eblo tenem os en las qu e nos toca y estos p or este
cuidado se reserbaron d e m ita d e potosí qu ed and o solo a su cargo la la- branca d e d
has tierras para la paga d e la real tasa en maiz»70.

Pero debem os m atizar regionalm ente los vínculos entre los pueblos
y sus «colonias». Así los caciques lupaqas piden y consigu en, en 1617,
que su s mitimaes d e los valles orientales (Larecaja e Inquisivi) paguen
sus tributos a los corregidores de su distrito de residencia. ¿Esta re-
nuncia a la responsabilidad fiscal sobre estos tributarios lejanos - pero
incluidos en las listas oficiales - traduce una sim ple dificultad práctica
(la de cobrar el tributo) o m ás bien el abandono implícito de cualquiera
jurisdicción sobre ellos (esto es, la ex-vinculación de los mitimaes)?
Aquí tam bién debemos sospechar que la medida oficial encubre a la
vez tácticas de evasión fiscal y arreglos tácitos entre las comunidades
de altura y sus parientes de valle71.
Sin entrar en los detalles, se puede su poner que con respeto con los
mitimaes com o para con los forasteros, los caciques de origen pierden o n o,
segú n m uchas variables (como la distancia, su poderío económico, la
actitud de las autoridades en los centros de residencia), u n control, parcial y/
o total, sobre ellos. El futuro de las investigaciones andinas deberá determ
inar estas variables.
El panorama socio-dem ográfico de los cam pesinos sur-and inos, tal
cual lo pintan los inform es del primer tercio del siglo XVII, em pieza a
tomar su verdadero relieve: fuga hacia afuera de las fronteras colonia-
les para irnos, paso a los valles sea en pueblos d e indios sea en las ha-
ciendas privadas (d e españoles pero tam bién de caciques), residencia
en los centros m ineros y urbanos (Potosí principalm ente) formando
las parroquias de indios. Añadam os que estos desplazamientos
geográficos no coinciden exactam ente con las m utaciones ju ríd ico-so-

70) «Mem oria d e los caciques d e Om asuyos, 1647», Archivo de La Paz, no cías.
71) Ver mi artículo, «Les Lupacas dans les vallées orientales des Andes: trajets spa-
tiaux et rep ères d ém ographiques (XVI-XVU siècles)», M élanges de la Casa de Velâzquez,
tom o XVII (1981); la versión castellana se debe pu blicar en Lim a en 1984. Desatollo este
tem a en la segunda p arte de este trabajo.
m ies (esencialm ente los distintos estatuos de mitimaes, forasteros y
Podemos sintetizarlos en el esquem a siguiente:
Cuadro3

Tributarios y m itayos étnicos - 3 casos regionales, 1575-1625

Fech as T r ib u t a r i o s M ita y o s
1575(a) 1608(b) 1618(c) 1620(d ) 1578(e) 1617(f)
Total P F
1Lupaqa
Chucuito 3 407 2 697 408 348 328 20
Acora 2 441 2 247 312 270 218 52
Hilave 2 378 2 318 288 249 173 76
Juli 3 216 2 745 426 315 137 178
Pom ata 2 379 2103 318 279 134 145
Yunguyo 1 478 1 292 210 183 40 183
Zepita 1 764 2 451 240 210 164 46
Total 17 063 15 853 2 202 1854 11 94 660
2 P a c a je s
Viacha 850 651 136 135 75 60
Tiahuanaco 868 713 129 129 123 6
Gu aqui 1 286 1 028 174 174 24 150
Callapa 1 228 1 201 195 195 175 20
Caquingora 1 618 1 650 258 258 228 30
Caquiaviri 1 513 1 446 243 243 213 30
Machaca la Gd e 1310 1 088 204 204 184 20
J. d e Machaca 802 809 122 123 93 30
Total 9 475 8 586 14 6 1 1 461 1115 546
3 C o c h a b a m b a (g)
Tapacari 1 169 558 199 192 60 132
Sip e Sip e 815 304 139 48 23 25
Paso 680 364 116 63 13 50
Tiquipaya 502 300 85 84 0 84
Total 3179 1526 539 387 96 291

(a) Cifras en Visita de Toledo (Lim a 1975). Losm itim aes de Ch ucuito no son incluid os en el
total. En Cochabam ba falta el p u eblo de Capinota.
(b) Cifras en la «Relación de la provincia de Pacajes» p or su corregidor (Caquiaviri,
22. X. 1608) en ANB Cartas 1101 p ublicada en T. Saignes: «Una provincia and ina a co-
m ienzos del siglo XVII», Historiografía y Bibliografía Americanistas, vol. XXIV (1980).
(c) Cifras en la Visita d el obispo de La Paz (20. ID. 1619) en British M useum , Add.
13 92 (agradezco a Franklin Pease por la com unicación d el docum ento).
(d) Datos de Vázquez de Espinosa que se pu ed an fechar de los años 162 0 - 25, Com-
pendio y Descripción de las Indias occidentales, BAE, 1968, com pletad os con censos parcia-
les.
(e) Tercer repartim iento toledano en Cap oche, Relación . . . de Potosí (1585).
(f) Cifras del corregid or de Potosí (27. XII. 1617), P = Presentes, F = Faltos (AGI, Charcas
54).
(g) El valle de Cochabam ba es m ulti-étnico. Capinota está incluid o con los Soras de Paria.
Lo hemos repetido varias veces, el análisis de estos m ovim ientos no
puede eludir su evaluación num érica. Para averiguar los alcances de
un pretendido declive o aumento de la población general y d e las mu-
danzas socio-geográficas, topam os con la doble limitación del acceso a
las datos quantitativos (tenem os pocas revisitas del prim er tercio del
siglo XVII) y de su poca fiabilidad (sabiendo que fueron colegidos por
los propios interesad os en sub-registrar los efectivos a fin d e benefi-
ciarse de la m ano de obra asi desfalcada). A pesar de sem ejantes defi-
ciencias sigue necesario un intento de cotejar unos casos regionales
para los cuales son disponibles unos datos globales en relación con el
número de tributarios y de mitayos enviados a Potosí por los pueblos
de indios. Para dos im portantes etnias depu n a, los Lupaqas y los Paca-
jes, podemos com parar los efectivos censad os bajo Toledo (1575) y en
el primer cuarto del siglo XVII en su provincia y a Potosí (Cuadro 3). Este
cuadro en señ a que durante la segu nda decenia del siglo XVII, a
pesar de las qu ejas tan perentorias sobre la quiebra dem ográfica, los
efectivos tributarios de las tierras altas (por lo m enos al oeste y al sur
del Titicaca) se m antienen a un nivel poco inferior al de 1575 (el valle de
Cochabamba p resenta un caso más com plejo por las razones ya evo-
cadas). Estas cifras evidencian bien la divergencia entre la situación
numérica real d e los pueblos d e puna, las descripciones qu e ofrecen los
■visitadores» y la conducta de sus autoridades étnicas.
El caso lupaqa m uestra toda la com plejidad de la actitud del grupo
étnico frente a las tasas y mitas coloniales. Ya hem os aludido a su re-
nuncia a la percepción directa de los tributos debidos por los mitimaes.
El año siguiente, en 1618, el obispo de La Paz hace la primera visita de
su diócesis y al recorrer los pueblos del altiplano se sorprende:

« . . . no h ay lugar en la dha. provincia [de chucuito] qu e no este arruynado, caydo y


perd ido, sin qu e en ningu no d e ellos los ynd ios hagan p oblacon y asi están las cassas
cayd as y muy pocas o n ingunas habitadas, sin em bargo de que en la revisita qu e p oco
se ha hecho se ha hallado tanta gen te tributaria q u e con ella d e gen te ynutil y chusm a
d e m uchachos y m uchachas es m u y grand e el nu ­ mero de almas . . .»” .

Nos recuerda el panorama desolador pintado un cuarto de siglo an-


tes por el Padre Ayanz pero nos confirma que el abandono de los pu-
eblos no significa autom áticamente la desaparición de la población.

'0 Visita del obispo de La Paz (20. IH. 1619J, British M useum Lond on, Add. 13992.
Otro dato es en 1619 el rechazo rotundo de don Bartolomé Qhari de
succeder a su padre en el cargo de «cacique gobernador» de Chucuito
«por la estrechura e barbaridad de sus obligaciones m ediante la mucha
falta d e yndios . . .». En el mismo tiem po ha sido y vuelve a ser nom-
brado varias veces «capitán de mita» responsable de la entrega anual
de unos dos mil mitayos a los m ineros potosinos o en su ausencia de
tina suma de dinero. La continua presencia de B. Qhari en Potosí si-
gnificaría que, a pesar de sus protestas por la falta de indios y el de-
sem bolso consecutivo de una com pensación m onetaria, logra reunir
las sumas necesarias para pagar la renta minera y otros servicios73. «La
correspondencia entre un <capitán de la mita> y su apoderado en Poto-
sí» m uestra que el señor (mallku) del pueblo lu paqa de Pom ata, Don
Diego Chambilla, realiza gracias a los beneficios del comercio interre-
gional y de la venta de sus ganados, las ganancias requeridas para
cum plir con las obligaciones coloniales de su doble cargo de cacique y
«capitán»74. Pero las bases de este arreglo - las ganancias comerciales
perm iten pagar a los em presarios m ineros por los mitayos faltos - nece-
sitaban la venida de u n contingente anual m ínim o, bajo pena de ser
sofocadas por el peso de los desem bolsos m onetarios. Así, en 1628,
don Pedro Cutipa, capitán de la mita lupaqa, no llevo más que la mitad
de su contingente y «gasto onze mil p esos en solo mingar y suplir fal-
tas de indios»75. Tres años d espués, hacen falta las dos terceras partes
de los mitayos. Las consecuencias se vuelven insuperables. En 1633,
don Cristóbal Catacora y don Pedro su h ijo, «cacique principal del pu-
eblo de Acora parcialidad de hanansaya», dirigen un m emorial al Vir-
rey del Perú sobre la «conducta y capitanía de la mita para el cerro de
Potosí»:

«. . .e n quantas ym posibilidades de cum plir con ella sino es a costa de grandí-


sim o trabajo y em peño de su h a cien d a . . . y con quanta m as facilidad se acudirá
a este m inisterio si de cada pueblo se nom bre un capitán qu e lleba a la dicha villa
los ind ios de su s parcialidades».

73) Sobre los Qhari d e Chucuito durante la primera mitad del siglo XVII, ver Carmen
B. Loza y T. Saignes, »El pleito entre don Bartolom é Qhari, mallku de los Lupaqa y los
corregidores de Chucuito (1619-1641)», (trabajo inédito, La Paz 1982).
74) Es el titulo de un articulo de Joh n V. Murra cuya versión castellana se publicó en Historia y
Cultura 3 (La Paz), 1978, y la versión en inglés (más com pleta) en N ova Ameri- cana 1 (Torm o),
1978. La correspondencia corre de 1619 a 1626, D. D° Chambilla siendo
«capitán» en Potosí en 1618 y 1626.
Después de haber consultado a varias autoridades, el Virrey aceptó:

« . . . se m and a qu e de aqui ad elante se nom bren cap itanes uno por cada
p u eblo de la dicha provincia de Chucuito qu e Uebando los ind ios q u e les están
señ alad os para el servicio de las m inas d el cerro de Potosí»7
576.

Las autoridades potosinas se resistieron a aplicar la provisión real y los


«capitanes de mita» lupaqas, com o sus colegas p acajes, tuvieron que
reclamar en varias oportunidades su aplicación77. Analizam os en la segu
nda parte d el estudio la significación que se pu ed e dar a sem e- jan te
petición.
El conju nto vecino de los pueblos Pacajes p resenta las mismas ten-
dencias e incógnitas en cuanto a su integridad num érica real. En 1628, un
oidor de la Audienca de Charcas al inspeccionar los distritos del Collao
constata:

«En Pacaxes com o en las dem as provincias halle gran falta de ynd ios en los
pu eblos . . . and an vagos m as d e las dos terceras partes o huid os d e los corregi-
d ores, curas y caciques aunque estos últimos lleban bien qu e algunos de su s in-
dios esten au sen tes en p artes donde ellos los visitan . . . y p aguen su s obliga-
ciones . . .»78.

El ausentism o indígena en los p ueblos som etidos a la mita puede


llegar a extrem os como lo enseña la «inform ación fecha de oficio d e la
Real Justicia sobre la dim inución de yndios del pueblo de Hayo hayo
desta provincia de Caracollo en el año de 1643». El corregidor propor-
ciona valiosos datos sobre este pueblo «tan falido y disipado»:
Y

«y esta falta d e yndios y quiebra a resultado d e averse m u erto en la d ha villa y real


mita della los govem ad ores hilacatas y p rincipales del d ho p u eblo y d e qu e los d em
as yndios tributarios que van a la dha rreal m ita n o buelven a su p u eblo porque los
unos se au sentan a partes donde n o se save deltas y otros se m u eren con qu e com o d
ho es no buelve ninguno = y asi las estancias y chacaras qu e de- xaron están d esciertas
y d esam parad as y sin beneficio y si e n algu nas de la ju ris- dicción del d ho p u eblo
ay algunos yndios son pocos viejos y forasteros y p or esta

75) AGI, Escribanía de Cám ara, 824 A, f° 340.


76) Provisión real, Lim a 7. VIII. 1634, ANB, Minas, t. 125, n° 1101.
77) H ubo que repetir la ord en de ejecu ción el 30. X. 1640 (id .) sin mayor éxito: quince años
d esp u és, d on Diego Cirpa, cacique de Viacha, nom brado p or el corregidor de Pa- cajes
«capitán general de la mita» para 1656, pide la aplicación del d ecreto de 1640, AGI, Escribanía
de Cám ara, 868 A, f° 295.
78) Visita del Collao p or el licenciado don Gabriel Góm ez de Sanabria: em p ezó el
10. XII. 1627 y acabo el 18. XI. 1628; La Plata, 1 8 .1. 1629, A GI, Charcas 20.
causa cada ano ord inariam ente se d espachan ju eces . . . [que] no an podid o sa- car ni
Uevar ningu nos por no avellos ni podid o hállalos . . . y cuand o subced í venir al d ho p
u eblo algún cacique principal o yndio tributario viene ocultamente de noche y a d
esoras y anda escond id o de m anera que se bien e sin que pueda ser avido . . .».

Los testigos confirm an el fallecim iento de las autoridades indígenas en


Potosí y señalan que el resquebrajam iento del pueblo em pezó hada 1635 y
se aceleró últim amente: el cad qu e de la «parcialidad inferior es al presente
un moco cantor de la yglesia» y

«. . . h a dos años qu e [el cura] no hase la fiesta d el Corpus cristo p or no aber


yndio en este p u eblo ni quien haga un a r c o . . . y m uchas veces su bced e que no
tiene un yndio m oso ni biejo que le sirba d e p ongo . . ,»7980.

Por debajo del ausentism o p rod am ad o, se dejan p erd bir unos mo-
vim ientos que desm ienten un abandono total del pueblo: presencia de
«viejos y forasteros» en las estand as (quizás como apoderados de los
ausentes), paso clandestino de los indios tributarios. Estas idas y ve- nidas a
deshoras pertenecen a esta circuladón indígena m arginal cuyo propósito es
evadirse del control colonial.
De hecho, no sabem os si la situación de Hayo Hayo (sitio en el anti-
guo territorio étnico pacaj) refleja una sim ple táctica de «evaporadón»,
constante en el cam ino real entre Cuzco y Potosí desde fines del si-
glo XVI, o marca u na seria degradadón d el potencial num érico de los
núcleos áltenos. En todo caso, la mayor o m enor conservad ón de los
pueblos parece en relad ón directa con la de las autoridades étnicas ca-
paces de responsabilizarse por las obligaciones financieras d e los ayl-
lus. Evidenciarían este hecho los esfuerzos del cad qu e de Jesú s de Ma-
chaca:

« . . . red ujo toda la gen te qu e estava huyda y escond id a en d iferentes partes al


d ho su p u eblo lo qual hico con gran riesgo de su vida entran d o a valles enferm os por
los yndios y d iferencias con los esp añoles . . . pagand o las d eu d as de dhos yndios . .
.»“ .

79) Archivo H istórico Municipal, La Paz, H acienda, Padrones Sica Sica, f° 210. Es in-
teresante saber q u e los indios de Ayo-Ayo pidieron qu e se inclu yan en los tum os de
servicio a su tam bo a los indios del valle vecino de Sapahaqui (d onde se han refugiado
m uchos de Ayo-Ayo), id. f° 217.
80) Testim onio del alférez Ju an Fernández de Avila ante el corregidor de Pacajes, asiento de
S. Ju an de Merengúela, 22. IX. 1644, AGI, E. C. 868 A, P 250.
Las capacidades financieras del cacique, en este caso, le perm iten
las deudas contraídas por los indios de puna asentados en los
valles.
En el mismo m om ento, el recuento por parroquias de la población
indígena sur-andina (obispados de Cuzco, La Paz y La Plata) que hizo
«p a ita r el Virrey Mancera en 1645 confirm a el descenso poblacional
de las provincias alteñas al provecho de las periféricas donde se asien-
ten los migrantes81. El entero de la mita posotina por indios efectivos
(.de cédula») se vuelve casi im posible. Los corregidores de puna re-
chazan por eso la división de las «capitanías de mita».

El argumento de la oposición es m uy sencillo: « . . . a m enester un


espitan general para enterar esta mita con yndios de plata porque en
persona no se puede por no averíos m ás». La com pensación m oneta-
ria por la falta de mitayos pacajes se estim a así a 30.000 pesos anuales
•sin loqu e gastan los capitanes chicos». Y de los doce pueblos p acajes,
• olamente tres pueden «enterar la mita puntualm ente» por conservar
•us «caciques principales» y los nueve otros «muy pocos o ningu nos
por no tener cavecas ni goviem o»82.
Las autoridades, españolas e indígenas, de Pacajes m uestran tantas
más ansias por recuperar a los indios ausentes. En 1654, su corregidor
logró reducir un im portante núm ero de familias con sus ganados que
*e habían asentados en los valles vecinos de la costa pacífica. Acce-
diendo a las enérgicas protestas del corregidor de Arica, perjudicado
por este retom o, el Virrey basándose en antiguas resoluciones ordenó
larestitución de (parte de) los indios a sus lugares de residencia. Dada
la gravedad del caso, el corregidor de Potosí mobiliza los intereses
afectados:

*') El resum en está publicado por Zavala (SPIP 2, p. 109) y (con com entarios) por
C S. Assadourian, El sistema de la economía colonial (Lim a 1982), p p. 3 0 8 - 310, y N. Sá n -
chez-Albornoz, «Migraciones internas en el Alto Perú. El saldo acum ulado en 1645», Hi-
storia Boliviana 11/1, Cochabam ba 1982, pp. 11-19. El problem a del recuento d e 1645 con-
tóte en d eterm inar donde han sido registrados los mitimaes del collao: ¿en la puna o en
!m provincias de valle? La falta de cifras para Chayanta que p osee a la vez punas y sus
valles impide realizar unas com paraciones fructíferas.
“ ) Inform es de los corregidores de Pacajes en AGI, E.C. 868 A: Potosí, 8. IV. 1648,
1 280; Caquiaviri, 18. VII. 1658 sobre «la costum bre ynm em orial de nom brar capitán ge-
neral de mita» (la presencia de «capitanes chicos» indicaría una sobre-p osición de res-
ponsables regional y local de la mita), f° 311.
« . .. p or quantto en las diligencias qu e an ech o algunos com isarios de la mitta y los
cassiqu es enterad ores para traer los ynd ios qu e d even m itta a esta Villa tu- bieron
por notable ym pedim ento la disposición de dos provissiones de gobierno d e estos
reinos . . . en qu e se manda no sean ynquiettados los yndios en los pa- raxes donde estu
bieran aviendo asistido en ellos tiem po de diez anos y porque son ynfinittos los qu e an
estad o este tiem po y m ucho m as en chacaras y otras ha- ziendas d ond e los am paran
esp añoles y otras personas a yn ttrod u d rlos por sus yan aconas y se se d a cum p lim
iento a las dichas provissiones es caussa de que faltte ttoda la mitta».

En febrero de 1656, «los capittanes govem ad ores principales y en-


terradores de las p rovin cias. . . y de los dem as pueblos parcialidades
y aillos suxettos a el enttero de la mitta del cerro rico de esta villa» pre-
sentan una petición donde enum eran los graves efectos del au-
sentism o indígena. Recuerdan que la falta de reducción «de tantos
años» hizo que los indios ausentes se reacom oden en otros asientos
«olvidándose de sus orígenes» y aprovechando el amparo de los espa- ñoles,
hacendados y curas (para «fiestas y alferazgos»). Otros «pier- den su pueblo
m udando su traje y vestidura usando el de yanacona» (de iglesia y convento
o de Su Magestad). A consecuencias, los indios presentes en los pueblos
deben turnar ininterrum pidamente a Potosí, vender sus «comidas y
ganados» y em peñar sus m ujeres e hijos en las casas y tiendas potosinas. A
continuación viene otra petición del gre- mio de los azogueros y luego el
parecer de un buen conocedor de Po- tosí. Sin embargo, el Virrey decidió no
modificar las decisiones encau- sadas83.

Unos años después, el cacique de Machaca, cuya opinión había sido


solicitada en la contra-ofensiva potosina y quién había ejercido el
cargo de capitán de mita de Pacajes por diez veces, vuelve a la carga
con un extensísimo memorial a favor de una reducción general de los
indios andinos. Se fundam enta en la «consid erable falta» (las dos ter-
ceras partes) de indios en los pueblos. Pormenoriza luego los meca-
nism os por los cuales los ausentes se convierten en yanaconas de cha-
cras (o de haciendas) y de la Corona (entre otros los del enganche). En-
fatiza el hecho ya conocido del paso a las 18 «provincias que no mitán a
esta ciudad . . . que todas son murallas y defensas para fortalecerse de
donde son ymbencibles por las muchas malicias de que se balen y del

83) Lim a-Potosí, 1656, en ANB/ E 1661-16.


• mparo de los corregidores dellas, curas y españoles». Más instructi­ vas
son sus recriminaciones contra la actitud de sus sujetos qu ienes re-
chazan escucharle:
«Mas el dia de oy están tan p erbertid os y m aliciosos qu e d e em briagarse solo
tratan y sobrem anera soberbios y cau telosos sin qu e los p u ed a el carin o y halago
reducir ni m en os el rigor porqu e están en su mal vivir relajad os y proter-
bos . . ,»84.

La condena moral traduciría aquí la frustración de la autoridad étni-


ca. En varias oportunidades, el cacique d e Machaca deploró la pérdida
d d control cacical sobre los indios, pu nto crucial del debate, y hasta en
ci mismo expediente tuvo a bien d e refutar de nuevo la argum entación
de los mineros potosinos concluyendo: « . . . con que es m uy fribolo
de decir que los d hos sus curacas les concienten huirse quando mas
combenientes les es el tener los a la vista»85.
¿Cómo evaluar las modalidades de la «resistencia» étnica a las pre- dones
coloniales? Con las qu ejas del cacique de Machaca p asam os del pian de
las capacidades m ercantiles de los caciques para cum plir con las tasas y
mitas al de sus relaciones con las unid ades dom ésticas. Es decir que no
sabem os hasta qu e punto el cacique im pone a su s sujetos derto tipo de
explotación, con mira a satisfacer las dem andas colonia- les, en provecho
de la com unidad o de sí mismo. El de Machaca go- zaba de una enorm e
fortuna personal que sirvió, según al parecer, a defender la com unidad de los
ayllus, pero existían otros sin recursos personales quienes tuvieron que
lanzarse en un aprovecham iento de- senfrenado de sus indios86. A veces,
ciertos pleitos capitulados por los

•*) «Memorial de Don Gabriel Fernand ez Gu arache contra el grem io de los azogu eros
4» Potosí*: ocupa los 65 prim eros folios de este pleito sobre la mita de Potosí, A GI, E.C.
168 A (sobre el cacique de Jesú s de M achaca, ver la nota 42). El pleito revela la práctica de
alquilar indios llamados maharaques o «indios de año» a estancieros vecinos (esp añoles) contra
un salario equivalente a la su m a pagada en Potosí por un mitayo falto.
**) El argum ento es que no les serviría d e nada a los indios huirse si tuvieren qu e se- guir
contribuyendo a las tasas y mitas de su pueblo de origen (com o lo d ejan a en ten d er lo*
azogueros), Potosí, 17. VI. 1662, id ., f°453.
**) G. F. Gu arachi lo confiesa abiertam ente: los ingresos del com ercio de vino y coca
«n Potosí le perm iten pagar el tributo d e su p ueblo (id ., f° 51). Conocem os p or su testa-
ciento su fortuna personal considerable (con varias haciendas d e valle que parecen ha-
ber servido de resguardo com unitario para las «islas» m achaqueñas): ver su p ublicación
y su análisis por Silvia Rivera, «El Mallku y la sociedad colonial en el siglo XVII: el caso
de Jesús de Machaca», Avances 1 (La Paz 1978). 1
indios contra su cacique m uestran el alcance y los límites de la explota-
ción colonial.
En esta perspectiva, el m antenim iento o no del vínculo étnico entre
los indios au sentes, instalados en pueblos y provincias d iferentes, y
sus pueblos d e origen, se vuelve una cuestión prioritaria en la en -
cuesta. Unos estudios recientes recalcan la ruptura del vínculo étnico
por parte de las nuevas categorías de m igrantes, tal cual las contabiliza
el recu ento de 1645 por ejem plo*8 * 7. Sin embargo, unos indicios mu-
estran a la vez lo relativo de los estatutos de forasteros y yanaconas (se-
gún los contextos relaciónales), su reversibilidad y la movilidad de sus
titularios que obligan a cuestionar su significación sociplógica e histó-
rica.
En trabajos anteriores, m ostré qu e en los valles, las categorías de fo-
rasteros y yanaconas podían encubrir de hecho nuevas modalidades
de mitimaes, incluso de originarios, aprovechando las ventajas relati-
vas (evasión fiscal, . . .) brindadas por su fluidez (cierto continu u m de
mitimaes a yanaconas) y su reversibilidad (entre sí y vice-versa). Los
propios yanaconas de haciendas eran, por lo m enos en los com ienzos,
provisorios (con asientos de plazo fijo o huían fácilmente) y los fora-
steros eran reputados por ser «m udables y noveleros»88.
Por otra parte, sabem os que a m ediados del siglo XVII en muchos

87) Ver los dos artículos ya citados (en la nota 81) q u e presentan a los forasteros como
«liberados de la coercición institucionalizada» (C. S. Assadou rian, id ., p p . 314-315) o
en «condición de marginal» (N. Sanchez-A lbom oz, id ., pp. 16-17). Todo el problema
consiste en d eterm inar el grado de elasticidad d e los lazos entre m igrantes y pueblos de
origen y bajo qu e con d iciones logra rom perse. Mi análisis vale ú nicam ente para la pri-
mera m itad del siglo XVII y hay qu e exam inar las coyu ntu ras económ icas y políticas en
cada región (o grupo étnico).
8S) Ver mis artículos sobre los valles de Larecaja en A nnales ESC, 1978, e Histórica
(Lim a 1980) y analizo el caso de una »isla» pacaj en los m ism os valles en el d ocu m ento de
trabajo, »Les <colons> de Machaca dans la vallée d e Tim usi: terres, alliances et verticalité
dans les Andes orientales au XVII' siècle» (m im eo, Institu t d 'Am érique Latine, Paris
1982). En los valles, hasta la noción de ind io «natural» (d escen d iente d e los registrados
bajo Toled o; llam ados en el siglo XVIII «originarios») era elástica (p u és asim ilaba a mu-
chos m igrantes p osteriores). N um erosos exp ed ien tes d el ANB (serie Tierras e Indios)
conciernen los movim ientos de los forasteros (p or ej.: «la experiencia a m ostrado que
m uchos y ndios forasteros qu e se han casado en este pueblo se han huid o Uebandose sus
m u geres e hijos cop qu e se ha d espoblado . . .» Pocona, 1640) y las huid as de los yanaco-
nas (en la cual interviene la cuestión de los diez años de au sencia con respeto a los
pu eblos de origen; ver el caso más detallado en E 1661-16 que recuerda toda la legisla-
ción atinente). Sobre el caso de los valles de C hayanta, ver Tristan Platt, Ayllu y Estado,
Lim a 1982, capítulo 1.
pueblos de puna se llaman a los forasteros «yernos» y »sobrinos» y se
los envía a la mita potosina. Este lenguage del parentesco p arece cono-
tar cierta integración en los pueblos de acogida con todas su s impli-
cancias (participación a los tu m os de trabajos). Eso no im pedía que a
veces venían su s caciques de origen a llevarlos y recogerlos89. El hecho
también que parte de los yanaconas y forasteros sigan pagand o sus ta-
las y parte del sínodo del cura a sus pueblos de origen com o aparece
en la revisita de La Palata (1683-1684) y otros inform es deja percibir un
cierto grado de control de los caciques sobre sus m igrantes90. Todos
estos indicios, a veces contradictorios, ponen en duda una pretendida
marginalidad de los forasteros en los pueblos de residencia o una rup-
tura com pleta d e sus lazos étnicos con sus pueblos de Origen. La in-
tensa circulación interregional en el siglo XVII exaltando u na doble
mobilidad espacial y social tiene efectos distintos sobre las relaciones
entre caciques y migrantes segú n las coyunturas y las regiones: remite
a estudiar los reajustes étnicos caso por caso en su doble dim ensión
territorial y social.
En 1665, u n nuevo Visitador enviado por la Corona con cargo de
Presidente de la Audiencia de Charcas y de resolver el em brollo de la mita
potosina pintaba para el Virrey u n cuadro negro de los p ueblos de su
distrito. Pasando en revistas varias soluciones posibles (entre otras
la propuesta por el cacique de Machaca, a saber convertir la mita en
contribución monetaria; la m ejor siendo la m era abolición) y los obstá-
culos opuestos por los intereses locales, su carta llevaba en el m argen
del primer folio la petición siguiente:

**) «Los pocos qu e iban d este pueblo [= Laja, a la mita d e Potosí] se valían d e los qu e
llaman yernos y sobrinos y m uchas veces no se hallavan porque los caciques d e su ori- gen los
llevaban a su naturaleza» (Laja, 1667, prov. d 'O m asu yos, en A N B/ E1669-31,
<• 4 1 ) .
*°) Los borradores d el cen so de La Palata (1683-1684) d istingu en con cuidad o la doble
categoría de indios au sentes «con noticias» y «sin noticias» e, inclu so en el caso de Ma-
cha, se esp ecifica la de «au sentes por accidente». Todas estas categorías (incluid as las de
Mitimaes, llactarunas, forasteros, las d e Yanaconas) requieren de una encu esta d etallada
(pueblo por pueblo, ayllu por ayllu) sobre las cond iciones de su inscrip ción (alianza m a-
trimonial, pago d el tributo o del sínodo a qu ién, etc.). Bien significativa p arece la situa-
ción del pueblo d e H atuncolla (prov. Cabana) cuyo cura tiene la mitad d e su sínodo pa-
gada por las «cobranzas qu e ban a haser a d iferentes provincias com o son Cochabam ba,
Lipes, Carangas, Chuquiago, Larecaja, Canas y Canches, de los indios au sen tes y con-
naturalizados en d has probincias y lugares» en Cuzco 1689, Documentos (edit. H. Villa-
nueva), Cuzco 1982, p. 65.
«Suplico a V. Excelencia se sirva de qu e esta carta no and e en mi nom bre si im-
portare el que se vea lo qu e pasa p or aca, p u es no m e va m enos que la vida si se
sabe, porque no se p retend e otra cosa sino qu e no se sep a la verdad y no se re-
m ed ie lo que pasa»91.

Este deseo de prudencia por p arte de la propia m ás alta autoridad


regional m uestra como se habían bloqueado el debate en tom o a la mita y
el sistem a, incapaz de reform arse por si mismo.
Tres cuartos de siglo d esp ués de la advertencia jesu íta, el informe tan
indignado del Presidente de la Audiencia invita a efectuar u n ba- lance d e
los reajustes geo-poblaciones de la sociedad sur-andina.
Prim ero, debem os señalar nuestra total d ependencia de las fuentes
inform ativas, todas em peñadas en encubrir ciertas cantidades de gen-
te, dinero y productos, sustraídas a la contabilidad pública y en de-
nunciar prácticas sem ejantes por parte de los otros sectores coloniales
com petidores. Los elem entos de análisis proporcionados p or los in-
formes citados constituyen un todo indivisible: no se puede separar el
abandono de los pueblos, de la amplia gama de abusos; tampoco
puede separarse el ausentism o indígena de los medios de evaluación
num érica (manipulación de las listas censales) ni del destino real de la
fracción, creciente, así sustraída al recuento oficial. Este d estino de los
em igrantes se aúna por com pleto con las modalidades de acogida en
los centros de residencia (valles, m inas, ciudades), con las condiciones
socio-ju rídicas y con su grado de sujeción o no a sus caciques de ori-
gen.
El abandono de la reducciones marca el retom o a un patrón de asentam
iento m ás andino que se expresa num éricam ente así:

«. . . aunque [los pueblos de indios] no son mas de ciento treinta doctrinas,


cad a doctrina tiene fuera del p u eblo principal otros m uchos de a ochenta y d en
vecinos, con sus capillas y cofradías en ellos fundad as qu e les llam an anexos, con
qu e habra mas de seisd en tos pueblos de pu nas y valles, a donde residen m uchos
ind ios naturales y advenedizos de otros qu e llaman mitim aes»92.

Podemos emitir la sospecha que m uchos de estos anejos son los


»pueblos viejos« de donde los indios habrían sido desalojados por los ju
eces toledanos. Por otra parte, cabe advertir que los pueblos de re-

91) Don Pedro Vazques de Velasco al Conde de Santisteban, La Plata, 2 0 .1. 1665,
B.N . Madrid, ms. 19699, citado por s. Zavala, SPIP 2, nota 148, p. 243.
” ) Lie. P. Ram irez del A ., N otidas . . . (cit. nota 52), p p. 111-112.
ducdón quizás nunca fueron realm ente ocupados por los indios. Las
sorpresas de las autoridades de tu m o ante la «disipación» de los pueblos
de su ju risdicción o sus loas en haber reducido los «ausentes» (ver las
probanzas de los corregidores, curas y caciques) rem iten mas bien a un
ritual de toma de posesión en el cargo o de pliego de peticio- nes ante la
Corona real.
En el plano diacrónico, el recorrido de los cam pesinos indígenas
entre las com unidades, m inas, ciudades y haciendas, conectadas
entre si como tantos vasos com unicantes - cuyos efectivos num éricos
varían segú n el potencial étnico y las coyunturas clim áticas y económ i-
cas - parece cum plirse, en la primera mitad del siglo XVII p or lo me-
nos, con relativa fluidez: las idas y vueltas entre las unas y las otras del
mismo modo que entre los pisos ecológicos y que entre las aldeas y los
pueblos de reducción parecen satisfacer a gran parte de los estam entos
dominantes (caciques, m ineros, hacendados, corregidores, curas,
comerciantes) que multiplican las ganancias gracias a la exp ansión del
mercado in tem o y al aprovecham iento de una m ano de obra móvil,
dispersa y evanescente que escapa a las tentativas de control y m ono-
polización por parte de un solo sector colonial. En esta época, ni la
mano de obra ni la tierra parecen, a pesar de las protestas clamorosas,
hacer falta en los Andes meridionales93.
En cuanto a la reorganización interna de los ayllus andinos, el paso
de los indios en los valles y en los centros m ineros y urbanos no tra-
duce autom áticamente un relajam iento de los vínculos étnicos. La do-
ble movilidad, geográfica y social, de los cam pesinos sur-and inos en-
cubre mil tácticas evasivaá, personales y colectivas, mil arreglos con
los caciques y con los españoles, que no se traslucen en las burdas ca-
tegorías censales o socio-ju rídicas. Los inform antes del siglo XVII eran

*5) Un argum ento usado crecientem ente a lo largo del siglo XVII para explicar la fuga
de los indios es qu e n o encontraban, al retom ar en su pueblo, tierras suficientes para
mantenerse porque habían sid o d esp ojad os de ellas por los ju eces-visitad ores d e tie-
rras. Aparte de unos abusos fam osos (así la usurpación de los maizales de M ach a por los
• vecinos» de La Plata allegados al personal de la Audiencia de Charcas provocó un largo
pleito entre 1595 y 1610; el C on sejo de Indias habría ord enad o la restitución), los ayllus
andinos sí parecieron d isponer de tierras suficientes. En cam bio, las visitas-com p osi-
ciones de 1635-1647 multiplicaron los abusos de tal modo qu e la Corona ord enó una
•visita d e d esagravio y restitución». La integración de los cam pesinos and inos a los cir­ cuitos
m ercantiles correspondería a lo qu e Tristan Platt, siguiendo a W. Ru la, concep- tualiza com o
«conversión (al dinero) administrada» o «com ercialización forzada», art. cit. en nota 64, p. 668.
bien conscientes de esta limitación, pues más allá de los estatutos,
planteaban el problema fu ndam ental, a saber si perduraba o no el con- trol
cacical sobre los migrantes. H em os dicho que no había respuesta única y
nos proponem os volver a abordar este tema próxim am ente94.
Sin desconocer el sinúm ero de incógnitas que suscita cada etapa de
esta evolución hacia un mayor desgaste de los ayllus (relaciones entre
caciques y unid ades dom ésticas, mecanism os de conversión del tribu-
to, . . .), podem os concluir provisoriamente con una evaluación ge-
neral de esta realidad colonial tan cruda que ha surgido al hilo de estos
debates. Agentes de u n mundo donde la ilegalidad tiene fuerza de ley,
donde los decretos de la Corona no se aplican, adversarios o aliados
circuntanciales, los corregidores, los curas y los caciques, desem-
p eñan como autores a la vez de nuestra inform ación y de las presiones
sobre las unidades cam pesinas, u n papel fu ndam ental, de los más
am bivalentes.
Es difiril aquí n o evocar la potente im agen con la cu al e l cronista
W am an Pum a de Ayala pintó a los agresores del mundo indígena: el
corregidor fue asimilado a la cierpe, el encom endero al león, los espa-
ñoles del tam bo a los tigres, el cura a la zorra, el escribano al gato y el
cacique al ratón. El cronista añade:

« . . . d estos seys anim ales qu e le com e al pobre del yndio no le dexa menearse y le
d esuella en el medio y no ay m enear y entre estos ladrones unos y otros entre ellos se
ayu dan y se faborescen y ci le d efiend e a este pobre yndio el cacique prin- cipal le
com en todos ellos y le m ata»95.

Veinte años después, el franciscano Bem ardino de Cárdenas ele- vaba al


num ero de diez los qu e se repartían «la m anta del indio». Ya no se trata de
individuos sino de la denuncia de u n sistem a fundado sobre la corrupción
generalizada. Nos rem ite a la evaluación que dió Hegel acerca de otro
sistem a, la Iglesia: «La corrupción de la Iglesia no es en nada contingente;
no es únicam ente un abuso de la violencia y de la autoridad. Abuso es el
térm ino habitual para designar una corrupción cualquiera: se presum e qu e
el fundam ento es bueno, la cosa misma sin

94) De mom ento evocamos únicam ente al cam pesino and ino com o prod uctor y con-
sum idor de valores de uso o de m ercancías, pero es evid ente que el recorrido andino (a
m enu d o vertical por las necesidad es geográficas) d ebe integrar otros elem entos tan im-
p ortantes com o las fiestas del calendario católico y and ino (m u ertos, huacas, etc.) y las
fechas del calendario agrícola (distintas según los pisos ecológicos).
95) F. Waman Poma, Nueva Conmica y Buen Gobierno (1613), París 1936, p. 695.
defecto, pero que las pasiones, los intereses subjectivos, de una ma- nera
general la voluntad contingente de los hom bres usó este bien como un
medio para sí y que no se puede hacer otra cosa sino alejar
« t a s contingencias. Sem ejan te concepción salva el fondo de las cosas,
el mal siendo considerado como exterior ú nicam ente. Se puede abusar
de una cosa de m anera contingente, eso ocurre aislam ente. Pero cobra
otra perspectiva el caso de una grande y general perversión en una
a n a tan grande y general como una Iglesia»96. Reem plazem os Iglesia
por Sistema Colonial: quizás tengam os aquí la m ejor advertencia que
debe presidir a cualquiera aproxim ación a las inform aciones y realida-
des coloniales de los Andes hispánicos.

**) Traduzco al castellano la versión francesa, «Leçons sur la philosophie de l'histoire»,


fa r » 1956, vol. II, p. 198.

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