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1.

El Suplicio

1.1 Recorrido histórico de las prisiones y métodos de suplicio

Antes de comenzar buscamos el significado de suplicio:

“Del latín supplicium, es un tormento o dolor, ya sea físico

o moral. El término puede hacer referencia a la lesión

corporal o incluso la muerte que es infligida a modo de

castigo, o al lugar donde un reo padece este castigo.

El concepto suele hacer referencia a una tortura o a un mal

momento que experimenta una persona por alguna

circunstancia.” (RAE, 2017)

No obstante, según Foucault, en primer lugar, el suplicio es un tipo de técnica con dos

características principales.

1. El suplicio es un “arte cuantitativo del sufrimiento” (Foucault, 1975, p. 33)

Debe tener como resultado, en base a determinados parámetros, una cierta cantidad de

sufrimiento que se puede apreciar, comparar y jerarquizar, en síntesis, que pueda ser

cuantificable. Así, resulta plausible la existencia de tan amplia variedad de suplicios,

diversos en formas y grados de dolor.

2. El suplicio “forma parte de un ritual”, (Foucault, 1975, p. 33).

Dicho ritual influye en dos campos distintos y tiene un doble ámbito: uno jurídico, y

otro político.

En lo relativo al Derecho y a lo jurídico, el suplicio funciona de la siguiente manera:

Con el suplicio se revive simuladamente el crimen, esta vez, sin embargo, a cargo de

la justicia. Se asegura que la ejecución asuma una forma tal que remita a la índole del

crimen. Mediante estos procedimientos, se busca que la verdad del delito se manifieste

en el cuerpo del castigado. De cierta forma, en el ritual se obliga a retornar al


delincuente al momento y al lugar del crimen, para que, en esas mismas circunstancias,

donde antes fue ejecutor, entonces se halle reducido a inerme víctima. El delincuente

condenado entonces sufre lo que antes cometió, y así purga su delito.

El suplicio purga, pero no sana, no retribuye en la mayoría de los casos el grado de

brutalidad esperado respecto a la realización del crimen. El suplicio hace casi imposible

la reconciliación del castigado con la sociedad. Para este sistema, digamos, los

culpables valen nada y poco le importa readmitir a los sujetos para hacerlos readaptar.

Adicionalmente el suplicio sirve para arrancar una confesión espontánea y pública al

reo. Si durante el suplicio, cuando el condenado ya no tiene nada que perder, éste emite

una confesión, entonces la historia construida previamente por los acusadores queda

confirmada, el acto punitivo queda justificado y triunfa la justicia. De igual manera, se

espera que tras el suplicio los seres queridos de las víctimas y la sociedad queden

satisfechos y la justicia dañada sea restaurada. Por último, se establece un precedente

público una relación entre el crimen y el castigo. Que todo el pueblo sepa que

cualquiera, a la menor infracción, corre el peligro de ser castigado por todo el peso

brutal de la ley.

Sin embargo, por debajo de la justificación jurídica, Foucault nos advierte que

también hay que comprender el suplicio “como un ritual político” (Foucault, 1975,

p.45), con un “funcionamiento político” (Foucault, 1975, p.47). El suplicio “forma

parte, así sea en un modo menor, de las ceremonias por las cuales se manifiesta el

poder” (Foucault, 1975, p.45). En él, el criminal tiene que responder ante la autoridad

vigente por su ofensa. El desobedecimiento de la ley se percibe como un desacato a su

autoridad, como una muestra de enemistad. En el suplicio “hay algo del reto y de la

justa” (Foucault, 1975, p.49), dice Foucault. Constituye, metafóricamente, “una escena

de afrontamiento” (Foucault, 1975, p.49).


En este campo de lucha, el verdugo desempeñaba un papel crucial. Representaba,

de una manera simbólica, “el campeón del rey”, representando el brazo armado de la

ley.

Probablemente por este motivo los métodos punitivos de la época clásica, si bien

purgaban las penas, también hacían inadmisible la reconciliación: todos los enemigos

del rey debían ser aniquilados. Además, se destacaba lo siguiente: el supliciado debía

pagar por el daño hecho al reino, al haber introducido semillas de caos social y anarquía

política. El suplicio también servía como defensa de la autoridad del rey, la cual había

sido vulnerada. Sin embargo, el suplicio no restablecía simplemente un equilibrio. “El

suplicio no restablecía la justicia; reactivaba el poder” (Foucault, 1975, p.47). No

defiende y restaura de manera intrínseca la justicia, sino que, hace una afirmación

enfática del poder y de su superioridad. Demuestra “la disimetría entre el súbdito que

ha osado violar la ley, y el soberano omnipotente que ejerce su fuerza” (Foucault, 1975,

p.47). El suplicio tiene algo de venganza y constituye una de las manifestaciones del

poder desmesurado del rey.

Teniendo como concepto base suplicio, como el castigo o pena punitiva que se

aplicaba a todos aquellos que cometían algún tipo de delito o crimen y que eran

juzgados por el sistema penitenciario vigente, encontrándoseles culpables de los cargos

imputados. Entrando al primer capítulo, el libro describe la sentencia de un reo

condenado por intento de regicidio en la ciudad de París, en los años 1757, el cual es

primero torturado, descuartizado y quemado. Tal espectáculo se realiza en la plaza en

vista de todos.

En lo anterior podemos apreciar uno de los elementos más importantes del

suplicio: la exposición pública, que constituía un agregado al padecimiento del

condenado, un claro ejemplo lo podemos apreciar en la crucifixión, difundido


principalmente entre los seléucidas, cartagineses, los persas y los romanos. El

condenado era atado (o clavado) a una gran cruz de madera y se dejaba colgar hasta

morir. El prisionero, por lo general se desangraba hasta la muerte, si no sucumbía ante

el hambre o la sed. La crueldad conformaba otro de los elementos más importantes en

este tipo de suplicios, pues con ella se buscaba evidenciar la deshumanización del

condenado al someterlo a prácticas extremas, tales como el deshollamiento, el cual se

trataba de la eliminación de la piel del cuerpo de un prisionero que mientras este aún

vivía. Después de retirar la piel, los condenados eran arrojados a sangrar hasta la

muerte. Otro ejemplo vendría a ser la rueda tronadora, en el cual una rueda de madera

se utilizaba para estirar los brazos y piernas de la víctima. A continuación, un martillo

o una gran barra de hierro se aplicaba sobre las extremidades para romper todos sus

huesos.

Un factor importante en todo suplicio lo constituye la duración del mismo, pues

adicional al escarnio público y a la crueldad aplicada en el castigo, era trascendental

que el condenado experimentara durante el tiempo necesario en “carne propia” las

consecuencias de los crímenes que pudiera haber realizado; tal es el caso de las

ejecuciones en la hoguera, los desmembramientos, o aquellos en los que se incluían la

presencia de animales.

En palabras de Daniel Sueiro: “El sentido de venganza, de escarmiento y de

desquite que tiene históricamente la pena de muerte parece justificar toda la serie de

atrocidades que la víctima ha de sufrir antes de expirar y expiar.”

Este tratamiento inhumano del hombre por el propio hombre está en la base de todas

las formas de ejecución capital antiguas, lo mismo que en la de todas las modalidades

de suplicios o torturas, de penas corporales en general, tan diversas como

espeluznantes. Los suplicios, las torturas y todas las penas corporales en que se mutila
o se hace sufrir físicamente al hombre, se presentan generalmente a través de los siglos

como el preámbulo de la última pena, y por cierto mucho más terribles en la mayoría

de los casos que la muerte misma.

Los códigos, las leyes o al menos las costumbres históricas generalizan la práctica

de los suplicios y torturas más diversos y horribles en todos los países y en todos los

tiempos, o al menos en tiempos no tan lejanos como para que podamos respirar

aliviados. Ahora mismo están perfectamente legalizados, en diversos países,

numerosos castigos corporales, físicos; y si no legal y abiertamente, es un hecho que

las fuerzas históricas legales y dominantes practican hoy torturas y suplicios de orden

no menos inhumano y cruel que los conocidos hace un siglo. En lo que tal vez aventaje

nuestro siglo a siglos pasados es en que, además de torturas de orden físico, practica

torturas de orden moral y mental.

1.2 Modificación de los sistemas penitenciarios europeos

En esta parte el autor señala la desaparición de los suplicios, dónde el cuerpo ya no es

tomado como “blanco mayor de la represión penal” (Foucault, pág. 10), donde el hombre

es ofrecido como espectáculo. Donde el verdugo es el malo, un ser sin sentimientos, un

criminal y el condenado al ser exhibido a tortura, y muerte se le muestra compasión y hasta

admiración, por la forma como es castigado y posteriormente ejecutado. Por ello la parte

administrativa decía:

Para nosotros lo jueces, lo esencial de la pena no consiste

en castigar; trata de corregir, reformar, “curar”; una

técnica del mejoramiento rechaza, en la pena, la estricta

expiación del mal, y libera a los magistrados de la fea

misión de castigar (pág. 12)


Ahora se ve que esto ha desaparecido, el castigo no está a la vista del público, como escribe

Michel Foucault:

El castigo tenderá, pues, a convertirse en la parte más oculta

del proceso penal. Lo cual lleva consigo varias

consecuencias: la que abandona el dominio de la percepción

casi cotidiana, para entrar en el de la conciencia abstracta;

se pide su eficacia a su fatalidad, no a su intensidad visible;

es la certidumbre de ser castigado, y no ya el teatro

abominable, lo que debe apartar del crimen; la mecánica

ejemplar del castigo cambia sus engranajes.

En Francia en 1791, consolidado en 1808 y 1810, se inaugura una nueva era: la

desaparición de los suplicios (Rusia, 1769; Prusia, 1780; Pensilvania y Toscana, 1786;

Austria, 1788). En unas cuantas décadas desaparece el cuerpo supliciado, descuartizado,

amputado, marcado en el rostro o en el hombro, expuesto vivo o muerto, ofrecido en

espectáculo, desaparece el cuerpo como blanco de la represión penal. Poco a poco el castigo

deja de ser un acto teatral, digno de expectación. Al desaparecer el suplicio, es el

espectáculo (y todo lo relacionado con el histrionismo que implicaban las ejecuciones) el

que se borra.

Tiene lugar un proceso que tiene dos consecuencias importantes: desaparición del

espectáculo y anulación del dolor. Ya no se toca al cuerpo, para herir en él algo incorpóreo:

prisión, reclusión, trabajos forzados, presidio, interdicción de residencia, deportación; es

decir, se busca más afectar el alma (o los sentimientos) del condenado, generando un

suplicio emocional. Se implementa la guillotina, desde 1792, como método de ejecución, el


cual queda reducido a un acontecimiento visible e instantáneo. En palabras de Foucault:

“Desaparece, pues, en los comienzos del siglo XIX, el gran espectáculo de la pena física;

se disimula el cuerpo supliciado; se excluye del castigo el aparato teatral del sufrimiento Se

entra en la era de la sobriedad punitiva.” (Foucault, 1975, p.21-22)

El estudio de Foucault: obedece a cuatro reglas generales:

1. El castigo es una función social compleja.

2. El castigo es considerado desde la perspectiva de la táctica política.

3. La tecnología del poder está en dos niveles:

3.1 De la humanización de la penalidad.

3.2 Del conocimiento del hombre.

4. El cuerpo está investido por las relaciones de poder.

Al hablar sobre el cuerpo, afirmamos que sobre él puede existir lo que se denomina

Tecnología Política, el objetivo esta tecnología es difusa, rara vez formulada en discursos

continuos y sistemáticos; se compone a menudo de elementos y de fragmentos, y utiliza

unas herramientas o unos procedimientos inconexos. En este concepto podemos encontrar

una historia común de las relaciones de poder y de las relaciones. Asimismo, es un saber

que no trata sobre su funcionamiento, un dominio de fuerzas que es más que poder

vencerlas.

La microfísica del poder: se refiere a lo que los aparatos e instituciones ponen en juego,

se sitúa entre los grandes funcionamientos y la materialidad de los cuerpos. Es el poder

que más que poseerse, se ejerce. Poder que no se aplica como prohibición u obligación;

poder que "invade", "pasa" a través y sobre “los que no lo tienen". Quienes no lo tienen se

apoyan en presas que ejerce sobre ellos. Derrumbar los "micropoderes" no es la ley del todo

o nada:
No se obtiene de una vez por el control de los aparatos ni por un nuevo funcionamiento

o destrucción de las instituciones.

Poder y saber se implican. El saber es constitución de un campo. El saber supone y

constituye, al mismo tiempo, relaciones de poder.

1.3 La resonancia de los supliciados

Finalmente realizaremos un análisis de cada componente del suplicio.

El suplicio: Constituye la parte notoria de la penalidad. La pena seria tiene algo de

suplicio.

Muerte: Se puede afirmar que tiene el mismo significado que suplicio en cuanto ocasión y

término de una gradación calculada de sufrimiento. La gradación va del descuartizamiento

de infinito sufrimiento, hasta la decapitación, pasando por la horca, hoguera, rueda con

larga agonía.

El objetivo de la misma es retener la vida en el dolor, subdividiéndola en "mil muertes"

y obteniendo “la más exquisita agonía” (Olyffe, 1731, p. 39).

La muerte-suplicio es el arte cuantitativo del sufrimiento. Según el código jurídico del

dolor: La pena supliciante está calculada de acuerdo con reglas escrupulosas. La justicia

persigue al cuerpo más allá de todo sufrimiento posible, aun después de la muerte.

Procedimiento criminal: En Europa -salvo Inglaterra-, hasta antes de la sentencia, el

procedimiento peral era secreto. El principio del secreto es que constituye un derecho

absoluto y un poder exclusivo para el soberano. Para establecer la verdad se tenían que

seguir ciertas reglas, según un modelo riguroso de demostración penal.


Los indicios, según la naturaleza que tengan, permiten una aritmética penal:

Pruebas plenas. Por ejemplo, dos testigos irreprochables ven al acusado con puñal

ensangrentado. Traen como consecuencia cualquier tipo de condena.

Pruebas semiplenas: Por ejemplo, un solo testigo ocular o amenazas de muerte. Ocasionan

sólo penas aflictivas y nunca la muerte.

Indicios imperfectos. Por ejemplo, turbación en el interrogatorio, rumor público, etc.

Advierten al sospechoso, se le pide más información o se le impone una multa.

La aritmética penal define como una prueba puede ser construida. Así la instrucción penal

produce la verdad en ausencia del acusado. Por la confesión, el acusado toma posición en

la producción de la verdad penal, se compromete con el procedimiento.

Si ocurriera el caso de que la confesión sea ambigua: es elemento de prueba, es

contrapartida de la información.

Siendo ambigua, la confesión justifica dos medios de obtenerla: por juramento antes del

interrogatorio o (la más común) por tortura.

La tortura es cruel pero no salvaje, es un juego judicial estricto, se enlaza con viejos

procedimientos acusatorios (ordalías, duelos judiciales, juicios de Dios). La ley dice que,

si el acusado resiste y no confiesa, se retiren los cargos. En la tortura hay algo de

investigación, precursora del detectivismo moderno y algo de duelo.

El culpable: en su cuerpo se hace legible a todos, un procedimiento secreto, por eso es

exhibido, paseado expuesto, supliciado como acto de justifica. El culpable debe ser el

pregonero de su propia condena. El suplicio hace patente la verdad, trabajo continuado por

el tormento. Se prosigue la escena de la confesión. La lentitud del suplicio, sus peripecias,

los gritos y sufrimientos del condenado, desempeñan la final del ritual judicial, el papel de

prueba última.
El pueblo: Tiene derecho a estar en los suplicios y comprobar su aplicación. Su

participación implica impedir ejecuciones injustas, liberar condenados del verdugo,

obtener el perdón, perseguir a los ejecutores, maldecir a los jueces, alborotar la sentencia.

(Ej. Aviñón, a fines del s. XVII: el verdugo es perseguido por el pueblo y el condenado es

salvado por el motín).

El suplicio como castigo, era quitarle al inculpado y condenado

toda su humanidad, reduciéndolo solo a una confesión, en la cual,

la mayoría de los casos era infundada, ya que el sistema penal de

la época no contemplaba la veracidad de la prueba, sino que

basaba con que el vecino me cayera mal, para ir a acusarlos de

algún acto de herejía para este, fuera condenado a un tormento y

suplicio para poder reparar las faltas que nunca cometió. Y que se

le apreso, juzgo y se condenó a una pena punitiva, sin la más

mínima prueba en su contra. No obstante, con esto, se les sometía

a las más crueles torturas, que, a lo largo de la historia, se hicieron

dignas de un arte, un arte macabro, que consistía en mantener el

condenado el mayor tiempo con vida con la mayor cantidad de

dolor posible antes de que llegara siquiera a considerar el hecho

de matarlo, ya que la muerte no era un descanso, en los casos en

que se condenada el suplico a los condenados, era también borrar

todo rastro de humanidad y de existencia en esta tierra, ya que sus

crímenes habían sido tan atroces que no merecían otro tipo de

suerte. (Francisco Padilla, 2016)

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