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Yo puedo agregar que si, como ahora me inclino a creer, la música fue el padre de la ciencia física moderna y
las matemáticas su madre, nosotros estamos cerca de presenciar la arrolladora culminación de un
monumental complejo de Edipo.
STILLMAN DRAKE
Sin embargo, no siempre fue así. La forma en que actual mente concebimos esta relación y
que nos parece tan natural, no existía antes de Galileo. Fue a partir de su obra cuando se
inició la construcción de dicho vínculo tal y como hoy lo conocemos; en el sentido de poner a
prueba una regla preconcebida matemáticamente, planteada además como una hipótesis
general válida respecto del mundo físico. La concepción actual no surgió espontáneamente,
tiene sus antecedentes en la larga lista de pensadores que precedieron a la física galileana,
pero a partir de la obra de Galileo la interrelación de las dos disciplinas se tornó compleja y
la física una disciplina altamente matematizada. En esta primera entrega nos restringiremos
al periodo que va de Pitágoras en el siglo VI a. C. a la época alejandrina. En los episodios de
la historia aquí considerados, cada una de las disciplinas ha estado definida de manera
específica y eso, además de tomar en cuenta el contexto histórico en general, ha
determinado su interrelación.
Es justo éste el primer punto que surge al abordar el tema: el origen de las dos disciplinas.
La impresión de que ambas surgen de primeros principios bien establecidos y bien definidos
es común, pero no es así. El origen de ambas se encuentra en el ámbito de la experiencia; los
números surgieron de la vivencia cotidiana de contar con los dedos de las manos y de la
apreciación de la forma de los objetos manan las figuras geométricas. Asimismo, de la
experiencia y el enfrentamiento del ser humano con los fenómenos naturales surge la física,
necesariamente con las primeras explicaciones para la comprensión de la naturaleza.
En las civilizaciones antiguas, previas a la civilización griega clásica, las respuestas a las
interrogantes sobre la diversidad, las causas y las explicaciones sobre los fenómenos
naturales fueron dadas por las religiones. Es generalmente aceptado que los primeros
intentos por dar explicaciones a los fenómenos de la naturaleza utilizando la razón,
combinada de alguna manera con lo que perciben los sentidos, aparecieron en las costas del
mar Mediterráneo en el siglo VI a. C. Estos intentos su pusieron un orden y una armonía
detrás del incesante cambio y aparente caos en la naturaleza. Quedaron muy atrás las
explicaciones basadas en la superstición y los designios de los dioses sobre el Universo y lo
que en él acontecía.
Fueron los filósofos jónicos del siglo VI a. C. quienes hicieron el primer intento por obtener
una explicación racional de los fenómenos de la naturaleza y del funcionamiento y la
estructura del Universo. La filosofía natural o física de los jónicos fue un conjunto de
audaces especulaciones, atrevidas conjeturas, así como brillantes intuiciones, más que el
resultado de extensas y cuidadosas investigaciones que hoy llamaríamos científicas. Aquellos
pensadores estaban, tal vez, demasiado ávidos por encontrar un panorama completo y
general, por lo tanto, de esta forma llegaron a conclusiones excesivas en su afán totalizador
por medio de sus teorías. Pero desecharon las antiguas y en buena parte míticas
explicaciones y las sustituyeron por otras, objetivas y materialistas, sobre la estructura y el
funcionamiento del Universo.
El paso decisivo para el desvanecimiento del misterio, del misticismo y del caos aparente en
los acontecimientos de la naturaleza y para su sustitución por un modelo comprensible fue
la aplicación de las matemáticas. Hay que señalar que con anterioridad al periodo de la
Grecia clásica, existieron las contribuciones de muchas civilizaciones pasadas, entre las
cuales la egipcia y la babilonia son las más importantes. Pero en todas ellas, esos rudimentos
matemáticos no constituían una disciplina independiente y diferenciada: no tenían una
metodología propia ni eran de interés para otras cosas que no fueran fines inmediatos y
prácticos. Eran una herramienta, una serie de reglas simples y desconectadas que permitían
a la gente resolver problemas de la vida diaria: calendarios, agricultura, metalurgia,
construcción y comercio. Los babilonios, por ejemplo, conocían que la relación entre los
lados de triángulos rectángulos semejantes era constante. Se llegaba a estas reglas mediante
el tanteo, la experiencia y la simple observación, y muchas sólo eran aproximadamente
correctas. Lo más que se puede decir de las matemáticas de estas civilizaciones es que
mostraban un enorme vigor y perseverancia en su actitud más que rigor de pensamiento. El
adjetivo “empíricas” podría muy bien caracterizarlas, las matemáticas empíricas de
babilonios y egipcios sirvieron también como preludio al trabajo de los griegos.
La cultura griega no estuvo libre de influencias externas –de hecho, muchos de los
pensadores griegos viajaron a Egipto y Babilonia– y las matemáticas debieron pasar por un
periodo de gestación en la favorable atmósfera intelectual de Grecia. Tal y como señala
Morris Kline, “al final, lo que los griegos crearon difiere tanto de lo que aprendieron de los
demás como el oro difiere de la hojalata”.
A diferencia de éstos, para la escuela fundada poco después por Pitágoras de Samos (580-
496 a. C.), un discípulo de Tales que estableció un sistema filosófico de gran generalidad en
donde las matemáticas son la piedra angular, lo importante era la forma y la estructura,
pues son éstas las que pueden explicar la infinita variedad de objetos y fenómenos presentes
en la naturaleza, mientras que la materia sola no puede dar tal explicación. Fue así como los
pitagóricos plantearon que la forma y estructura esencial de la naturaleza eran los números
y sus proporciones. Los pitagóricos encontraron dichas pro porciones entre números en la
música cuando descubrieron dos hechos: primero, que el sonido producido al pulsar una
cuerda depende de la longitud de la misma y, segundo, que los sonidos armoniosos son
emitidos por cuerdas igualmente tensas cuyas longitudes son entre sí como las razones de
números enteros.
Había otros aspectos de la naturaleza que eran reducidos a números. Por ejemplo, los
números 1, 2, 3 y 4, llamados el tetraktys, tenían una importancia especial para los
pitagóricos. Se dice que el juramento de la hermandad pitagórica era: “juro en el nombre
del tetraktys que ha sido conferido a nuestra alma. La fuente y las raíces de la naturaleza
eternamente fluyente están contenidas en él”. Para ellos, la naturaleza está compuesta de
tétradas, por ejemplo, la tétrada de los elementos geométricos: el punto, la línea, el plano y
el sólido, así como por los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Los cuatro números
del tetraktys suman diez, por lo tanto éste es un número perfecto y simboliza el Universo.
Así, los pitagóricos tenían una cosmología en la cual en el centro está un Fuego, luego los
cinco planetas conocidos, la Tierra, la Luna y el Sol. Pero como 9 era un número imperfecto,
agregaron una antitierra para tener diez cuerpos en el Universo. Tanto la antitierra como el
Fuego central no pueden ser vistos. De esta manera, los pitagóricos construyeron una
astronomía basada en relaciones numéricas. Como reducían la astronomía y la música a
números, esas disciplinas se podían relacionar con la aritmética y la geometría, y los cuatro
temas constituían las matemáticas y formaban el plan de estudios llamado quadrivium que
siguió enseñándose así hasta el Medievo. La física, dentro de la doctrina pitagórica, no era
un cuerpo de conocimientos separado formalmente; el estudio de los fenómenos de la
naturaleza (incluida la astronomía) estaba subsumido en las matemáticas.
Para los pitagóricos, los números enteros y las proporciones entre ellos son inmanentes a la
naturaleza. Esta idea y la poderosa capacidad deductiva que caracterizaba a los pensadores
jónicos, paradójicamente fueron las causas de un fracaso en su doctrina, que estuvo a punto
de provocar su desaparición como fraternidad. El revés tiene que ver con el descubrimiento
de los números irracionales. Ellos hallaron que la longitud de la diagonal de cualquier
cuadrado en proporción con la longitud de uno de sus lados no se puede expresar como una
proporción (cociente) entre dos números enteros; resulta un número inconmensurable. Por
ejemplo, si se tiene un cuadrado cuyos lados tienen una longitud igual a una unidad, la
longitud de la diagonal está dada por el número √2, que es un número irracional.
Encontraron que hay una multitud de tales números, a los que llamaron arrhetos, que
significa impronunciables y, viendo el peligro que eso representaba para su organización,
decidieron guardar celosamente el secreto. Hi paso, uno de los discípulos, reveló el misterio
y fue condenado a muerte.
Para entender mejor la relación que había entre la física y las matemáticas en la escuela
pitagórica hay que pensar que existía una síntesis entre religión y ciencia, pues en su
doctrina se mezclaban la inmortalidad del alma, la magia y la numerología. En la fraternidad
pitagórica aparece la unidad indistinguible del místico y del sabio, que se apartan uno del
otro, aunque en ocasiones vuelven a unirse, pero finalmente acaban en la “casa dividida de la
fe y la razón” de nuestros días donde –como señala Arthur Koestler– “los símbolos de ambas
partes se petrifican en dogmas y la fuente común de inspiración se ha perdido de vista”. Así,
al cabo de unos pocos siglos, la conciencia de lo unitario se desvaneció y el filosofar religioso
y el racional se separaron.
La fraternidad pitagórica era una orden religiosa, una academia de ciencia y también un
instrumento de poder en la política, lo cual contribuyó a su desaparición como fraternidad
religiosa y política, pues sus seguidores fueron perseguidos y expulsados de los lugares
donde exponían sus enseñanzas. No obstante, debido a su generalidad y capacidad
unificadora para la explicación de la naturaleza, las enseñanzas pitagóricas no
desaparecieron en lo esencial y se convirtieron en una de las fuentes del platonismo y
entraron así en la corriente principal del pensamiento europeo. La influencia pitagórica de
relacionar números y figuras geométricas en el estudio de la naturaleza se transmitió a
pensadores posteriores, pero ya no continuó el carácter unificador que se suscitó en el saber
original.
A finales del siglo VI a. C. aparecen las figuras de Jenófanes y Parménides quienes, con una
herencia pitagórica, plantean la preeminencia de las figuras circular y esférica en la
naturaleza. Esta misma idea fue adoptada por Platón (428-347 a. C.) y la obsesión por el
círculo y la esfera dominará el pensamiento en Occidente hasta principios del siglo XVII.
Para Platón, el mundo visible y sensible no es más que una vaga, imperfecta y opaca
materialización del mundo de los arquetipos, un mundo en el que estaban las verdades
absolutas, eternas e inalterables, y esa realidad absoluta sólo podía ser aprehendida por
medio de las matemáticas, en particular por la geometría.
Mientras que con los pitagóricos los números y las formas geométricas eran inmanentes a
las cosas, con Platón las trascendían. Plutarco relata en Vida de Marcelo que Eudoxo y
Arquitas, discípulos de la Academia, utilizaban argumentos físicos para demostrar
resultados matemáticos, provocando la indignación del maestro por lo que consideraba una
corrupción de la geometría, puesto que utilizaban hechos sensibles en vez de razonamiento
puro. Platón insistía en que la realidad y la inteligibilidad del mundo físico sólo pueden ser
aprehendidas por medio de las matemáticas. No había duda para él de que este mundo
estaba matemáticamente estructurado. Plutarco nos vuelve a referir la famosa frase de este
filósofo griego: “dios geometriza eternamente”. En la República, Platón señala: “[la
geometría] tiene por objeto el conocimiento de lo que existe siempre, y no de lo que nace y
perece”.
La actitud de Platón hacia la astronomía ilustra su posición respecto del conocimiento que
se debía perseguir. La disposición de las estrellas y los cuerpos celestes y sus movimientos
aparentes son hermosos y maravillosos al percibirlos, pero las meras observaciones y
explicaciones de los movimientos de los cuerpos celestes están muy lejos de ser la verdadera
astronomía. Antes de que podamos alcanzar la verdadera ciencia “debemos dejar solos a los
cielos”, ya que la verdadera astronomía trata de las leyes del movimiento de las verdaderas
estrellas en un cielo matemático del que el cielo visible es solamente una imperfecta
expresión. Animaba a sus discípulos a que se dedicaran a una astronomía teórica cuyos
problemas, decía, deleitan la mente y no la vista. Los usos de la astronomía en navegación,
elaboración del calendario y la medición del tiempo carecían por completo de interés para el
filósofo ateniense.
Platón pensaba que los cuerpos celestes deben moverse en círculos perfectos y a velocidad
uniforme. Los movimientos observados de los planetas parecían contradecir esta hipótesis, y
planteó entonces este problema a los miembros de la Academia para explicar las
irregularidades de tales movimientos. El astrónomo y matemático Eudoxo (390-337 a. C.)
dio la respuesta requerida y la astronomía de éste se convirtió en la verdadera astronomía .
Para Eudoxo, cada planeta se halla situado en la esfera interior de un grupo de dos o más
esferas interconectadas y concéntricas, cuya rotación simultánea en torno a diferentes ejes
reproduce el movimiento observado del planeta. Ni a Eudoxo ni a Calipo, otro discípulo de
Platón, les interesaba construir un modelo que fuera físicamente posible, no tenían interés
en el mecanismo real de los cielos; construyeron un dispositivo puramente geométrico que,
como ellos sabían muy bien, sólo existía en el papel.
Física no matematizable
Aristóteles (384-322 a. C.) realiza una gran síntesis del conocimiento tomando algunos
elementos de los pensadores anteriores, rechazando otros y aportando los propios. De
hecho, y contrariamente a la filosofía unificadora que había enseñado Pitágoras, de
Aristóteles proviene la primera división entre las distintas áreas del conocimiento (física,
biología, lógica, meteorología, etcétera), y divide el Universo en dos regiones: por un lado,
atendiendo a la filosofía de Heráclito, el mundo que está por debajo de la esfera de la Luna,
que es la sede del cambio y lo imperfecto; y por otro, atendiendo a la filosofía de Parménides
y de Platón, la región supralunar, la sede de lo inmutable y lo perfecto. Aristóteles añade
más esferas homocéntricas, cincuenta y cinco en total, a la astronomía desarrollada por
Eudoxo y Calipo, pero en lo que se refiere al mundo sublunar, no presenta ninguna
referencia matemática.
En franca oposición con Platón, para Aristóteles el mundo verdadero es el que nos muestran
los sentidos. No hay ninguna relación esencial entre matemáticas y el mundo físico, pues son
géneros diferentes y no deben ni pueden, según él, mezclarse. Por esta razón –continúa– no
debe confundirse la geometría con la física: el físico razona sobre lo real (cualitativo); el
geómetra sólo se ocupa de abstracciones. La física de Aristóteles es una física de
“cualidades”; así lo expresa en su obra: “la exactitud matemática del lenguaje no debe ser
exigida en todo, sino tan sólo en las cosas que no tienen materia. Por eso el método
matemático no es apto para la física; pues probablemente toda la naturaleza tiene materia.
Por consiguiente, hay que investigar primero qué es la naturaleza”.
Es importante señalar aquí a qué nos referimos con el término “física de Aristóteles”, pues
tiene tres significados diferentes. Uno de ellos es el contenido de su obra, que ha llegado
hasta nosotros bajo el título de Física y que Andrónico de Rodas reunió bajo el título original
griego de Physiké akróasis (Curso de física). Ésta trata sobre el movimiento y el cambio
como fenómenos básicos de la naturaleza —entendiendo el movimiento como cambio en
general. Aquí se distinguen cambios sustanciales, cuantitativos, cualitativos y locales. Un
segundo significado es el que consideraba él mismo; Aristóteles tenía un programa de
investigación amplísimo que incluía desde la metafísica hasta la ética, la política y la crítica
literaria. El programa que enuncia en Los meteorológicos incluye temas que actualmente
estarían en los campos de la astronomía, la física, la química, la geología, la biología y, en
buena medida, la psicología.
Durante el siglo II a.C., Hiparco planteó la teoría del ímpetu como una explicación alterna a
los fenómenos del movimiento que la física aristotélica no resolvía satisfactoriamente. Más
tarde, en el siglo VI, esta teoría fue desarrollada por Juan Filopón y sería la base de todos los
desarrollos posteriores en la física del movimiento hasta principios del siglo XVII. Todos
estos desarrollos fueron hechos desde el estricto marco de la doctrina aristotélica. El ímpetu
seguía siendo una cualidad” que se transmitía a los cuerpos para su movimiento y nunca se
planteó como un concepto cuantitativo y mate matizable, debido a la premisa aristotélica de
no mezclar los géneros de la física y las matemáticas; esta posición epistemológica se
mantuvo en la obra de los eruditos medievales, quienes realizaron más que nada ejercicios
lógicos en sus estudios del fenómeno del movimiento. No fue sino hasta la obra de Galileo
que cambió la física de cualidades por una física cuantitativa, lo que permitió escapar del
callejón sin salida al que la física no matematizable de Aristóteles había conducido el
conocimiento.
En esta etapa aparecen figuras como Euclides, Apolonio, Arquímedes, Hiparco y Ptolomeo.
Aun cuando todos estos personajes incursionaron en variadas ramas del conocimiento como
son las matemáticas puras, la mecánica, la óptica, la astronomía y la hidrostática, es posible
dividir la obra de los pensadores alejandrinos en tres grandes vertientes en lo que respecta a
la relación entre física y matemáticas: la geometría, el álgebra y la astronomía.
Euclides era de Atenas y es probable que haya conocido la Academia; vivió en Alejandría
durante los reinados de Ptolemaios I y Ptolemaios II. Su obra los Elementos consta de trece
libros, de los cuales del I al VI tratan de geometría plana; los libros del VII al X son sobre
aritmética y teoría de números; mientras que los libros del XI al XIII hablan de la geometría
de los sólidos. Si bien es cierto que no todo el contenido de la obra es original de Euclides, sí
lo es en la mayoría de sus partes y también en lo que respecta a su método de exposición.
Una relación fundamental entre la física y las matemáticas, que se desarrolló a partir del
postulado número 5 de los Elementos, el cual desempeña un papel de primerísima
importancia en la historia de estas dos disciplinas, dice: si una recta al incidir sobre dos
rectas hace los ángulos internos del mismo lado menores que dos rectos, las dos rectas
prolongadas indefinidamente se encontrarán en el lado en el que están los [ángulos]
menores que dos rectos”.
Ninguna proposición de los Elementos ha tenido una vida tan agitada como la de este
célebre postulado. Aparecieron muchas proposiciones, lógicamente equivalentes, que se
fueron haciendo explícitas a lo largo del proceso para reducirlo. Tal vez la más conocida es la
afirmación de Ptolomeo: “por un punto exterior a una recta sólo se puede trazar una paralela
.
Los múltiples intentos fallidos para reducirlo conducen a la creación de las geometrías no
euclidianas. Muchos matemáticos talentosos creyeron que podían prescindir de este
postulado y lo consiguieron, pero a expensas de introducir otro equivalente. El genio de
Euclides radica en haber visto la necesidad de tal proposición y, por intuición, haberla
escogido. La importancia de las geometrías no euclidianas es patente y fundamental en el
desarrollo de la física contemporánea, concretamente en la relatividad general.
Euclides también elaboró otros dos tratados relacionados con la física: Óptica y Catóptrica,
obras menores cuyas exposiciones ya fueron superadas. Dejó también textos sobre
astronomía y música, aunque insignificante ante la importancia que ha tenido Elementos en
el desarrollo del pensamiento científico. En algún momento se llegó a pensar que Euclides
desconocía las demostraciones de los teoremas que aparecen en Elementos, pues hasta el
siglo XII se conocían en Occidente muchas versiones de la obra en las que sólo aparecían
teoremas sin demostraciones, y que éstas habían sido realizadas por Teón de Alejandría en
el siglo IV. Esto resultaba insostenible, pues en caso de que Euclides no hubiera conocido las
demostraciones no le hubiera dado a su obra el estricto orden lógico que presenta, orden
que constituye la esencia y la grandeza de Elementos.
El punto más alto del álgebra griega alejandrina fue alcanzado por Diofanto, de quien se
sabe vivió entre el año 100 y el 400 y se conoce con certeza que vivió ochenta y cuatro años,
pues uno de sus seguidores describió su vida en términos de un acertijo algebraico.
Introdujo algún tipo de simbolismo en el álgebra y aceptaba solamente raíces racionales
positivas, ignorando todas las demás; no recurrió a la geometría en su método. Dado que los
griegos clásicos exigían que los resultados matemáticos se derivaran deductivamente de una
base axiomática explícita, el surgimiento de una aritmética y un álgebra independientes sin
estructura lógica propia era contraria al concepto que éstos tenían del pensamiento
matemático en el sentido axiomático-deductivo.
Después de la astronomía y la mecánica, la óptica fue un tema de interés para los pensadores
de la Grecia clásica. Se escribieron en la época helenística o alejandrina diversos trabajos
sobre la reflexión de la luz en espejos de formas variadas. Arquímedes escribió
la Catróptica y conocía muy bien las propiedades reflectoras de los espejos. Según se cuenta,
estas propiedades fueron las que aprovechó para concentrar los rayos del Sol en las naves
romanas que asediaban la ciudad de Siracusa y, de esta manera, incendiarlas.
Otro personaje importante del periodo alejandrino es Eratóstenes de Cirene, quien fue
director del Museo de Alejandría, que incluía su famosa biblioteca. Calculó con notable
precisión la circunferencia de la Tierra y puede ser considerado en la misma vertiente que
Arquímedes.
El propio Ptolomeo establece claramente este punto: “creemos que el objeto que el
astrónomo debe esforzarse por alcanzar es éste: demostrar que todos los fenómenos del
cielo se producen por movimientos circulares y uniformes”. En otra parte escribe: “nos
hemos impuesto la tarea de demostrar que las irregularidades aparentes de los cinco
planetas, del Sol y de la Luna pueden representarse todas mediante movimientos circulares
y uniformes, porque sólo tales movimientos son apropiados a su naturaleza divina [...] nos
asisten razones para considerar el cumplimiento de esta misión como la finalidad última de
la ciencia matemática basada en la filosofía”.
Ptolomeo también aclara que la astronomía debe renunciar a toda tentativa de explicar la
realidad física, dado que los cuerpos celestes, en virtud de su naturaleza divina, obedecen a
leyes diferentes de las que se dan en la Tierra. En esta vertiente alejandrina de la relación
entre matemáticas y física, la primera, la geometría, vuelve a adquirir una total
preeminencia sobre la segunda, la astronomía.
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