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Historia y Grafía

ISSN: 1405-0927
comiteeditorialhyg@gmail.com
Departamento de Historia
México

Cheirif Wolosky, Alejandro


Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia
Historia y Grafía, núm. 32, 2009, pp. 195-214
Departamento de Historia
Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58922946008

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Diagrama: la objetivación del sujeto
en la escritura de la historia
Alejandro Cheirif Wolosky
École des Hautes Études en Sciences Sociales (ehess)

El hecho desnudo de que, por primera vez desde que existen


seres humanos y viven en sociedad, el hombre aislado o en
grupo se haya convertido en objeto de la ciencia no puede
ser considerado ni tratado como un fenómeno de opinión: es
un acontecimiento en el orden del saber.

Michel Foucault

Resumen
Este ensayo es una reflexión sobre el hombre y el saber en la escritura
de la historia. Parte del supuesto de que todo sujeto que participa en
la práctica científica es, a su vez, objeto de estudio de tal práctica. Este
proceso de “objetivación del sujeto” asume, por tanto, que los supuestos
de la ciencia guardan un vínculo estrecho con el sujeto que los enun-
cia. El análisis se apoya, en la “objetivación del sujeto”, en tres formas
culturales (objeto de estudio de Michel Foucault): la gramática general,
el análisis de las riquezas y la historia natural. A este proceso tripartita,
que hace del sujeto un objeto parlante, una unidad productiva y un ser
vivo, se le denomina “diagrama”: un conjunto de enunciados, funciones
y visibilidades dispersos en el espacio y en el tiempo.
 
Palabras clave: diagrama, historiografía, historia, objetivación, subje-
tivación.

Historia y Grafía, UIA, núm. 32, 2009


Diagram: The Objectivation of the Individual
in the Writing of History
This essay provides an insight into man and knowledge in the writing of
history. Its main assumption is that the individual that participates in sci-
entific inquiry is also subject matter of scientific research and inquiry. This
process of « objectivation » of the individual assumes, therefore, that scien-
tifical hypotheses hold wakeless ties with the individual that enounces them
This analysis is grounded on three cultural forms (Michel Foucault’s subject
of inquiry) : the grammaire générale, the analysis of wealth, and the natural
history. This tripartite process, that translates the individual into a discourse
object, a productive unit and a living being, is designated “Diagram “ :
a cluster of locutions, functions and visibilities disseminated in time and
space.

Key words: diagram, historiography, History, objetivation, subjetivation.

E n una epístola redactada el 26 de abril de 1353, Francesco


Petrarca escribe a Dionisio di Borgo San Sepolcro, de la or-
den de San Agustín y profesor de sagradas escrituras, un enuncia-
do que indica un punto de inflexión en la historia de Occidente:
“Aunque impulsado únicamente por el deseo de contemplar un
lugar célebre por su altitud, hoy he escalado el monte más alto
de esta región, que no sin motivo llaman Ventoso”. Sobre esto
escribe Jacques Barzun: “[una] singularidad de la vida de Petrarca
es que subió a la cima de un monte elevado del sur de Francia
para admirar la vista. Si alguien lo hizo antes que él, no ha que-
dado constancia de ello”. En 1860, en su famoso libro La cultura
del Renacimiento en Italia, Jacob Burckhardt describe a Petrarca
como “uno de los primeros hombres realmente modernos”. Este


María Morrás, Manifiestos del humanismo, Barcelona, Península, 2000, pp. 25-
35.

Jacques Barzun. Del amanecer a la decadencia, Madrid, Taurus, p. 99.

Peter Burke, El Renacimiento europeo: centros y periferias, tr. Magdalena Choca-
no Mena, Barcelona, Crítica, 2000, p. 8.

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doble acontecimiento establece, por primera vez en la historia de
Occidente, una relación que remite a una paradoja: un sujeto, en
este caso Burckhardt, se apropia de otro, Petrarca, y lo convierte
en su objeto de estudio, estableciendo una relación que será fun-
damental para el estudio del saber a partir del siglo xix: la relación
entre un sujeto que conoce y otro que está por conocerse. Se trata
de un suceso que implica la metamorfosis del ser en un objeto
pensable y descifrable desde la razón. El vínculo imaginario entre
Burckhardt y Petrarca plantea entonces la pregunta por el ori-
gen del individuo en tanto objeto de estudio. “El ‘Humanismo’
del Renacimiento, y el ‘Racionalismo’ de los clásicos” –escribe
Foucault en Las palabras y las cosas–, han podido dar muy bien
un lugar de privilegio a los humanos en el orden del mundo, pero
no han podido pensar al hombre”. Y la razón de ello está en que,
para Foucault, el hombre sólo se puede entender dentro de la
analítica de la finitud, como parte de un proceso de aceleración de
la temporalidad que prosigue a la aparición de lo contingente. Se
trata del surgimiento del acontecimiento como evento singular.
El tiempo se concibe aquí como movimiento y transformación de
la materia. La escritura de la historia en el siglo xix estará íntima-
mente ligada a la tarea de dilucidar esta problemática. Y su gran
paradoja será la de haber construido una metafísica de un hombre
que estaba ineludiblemente vinculado con su existencia finita. El
siglo xix observará, por un lado, una analítica de la finitud y, por
el otro, “una tentación perpetua de constituir una metafísica de
la vida, del trabajo y del lenguaje. Pero éstas no son nunca más
que tentaciones, disputadas de inmediato y como minadas desde
el interior, ya que no puede tratarse más que de metafísicas me-
didas por las finitudes humanas”. ¿Cómo hablar hoy de la vida,
del trabajo y del lenguaje? Foucault nos advierte del peligro de
hacerlo: “¿no es esto el signo de que [...] el hombre está en peligro


Michel Foucault, Las palabras y las cosas, México, Siglo xxi, 2007, p. 309.

Ibid., p. 308.

Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia / 197


de perecer, a medida que brilla más fuertemente el ser del lenguaje
en nuestro horizonte?” ¿Y qué ocurre con la historia cuando el
objeto pasa a ser un mero espejo del sujeto? Esto es, ¿qué ocu-
rre cuando dejamos de ver en Petrarca a “uno de los primeros
hombres realmente modernos”, y en su lugar vemos la sombra de
Burckhardt, insinuando arrogantemente que es él, y no Petrarca,
“uno de los primeros hombres realmente modernos”?

El panóptico: enunciados y visibilidades

En 1787, Jeremy Bentham envía un escrito de Crecheff a Ingla-


terra. El texto, de forma epistolar, se dirige a un amigo anónimo.
El asunto: una propuesta arquitectónica. En el prefacio, Bentham
confiesa tener preferencia por un establecimiento en particular
para desarrollar su propuesta. El público irlandés ha sido infor-
mado del proyecto por el Chancellor of the Exchequer, escribe
Bentham, ante la inminente reforma del sistema penitenciario en
dicho país. El título: Panopticon; or the Inspection House. Las pri-
meras dos líneas del prefacio son una copia textual de las últimas
dos líneas de la carta veintidós, que concluye el escrito. “La moral
reformada, la salud preservada, la industria revigorizada, la ins-
trucción difundida, las cargas públicas aliviadas, la economía
estable como sobre una roca, desatado, en lugar de cortado, el
nudo gordiano de las leyes sobre los pobres, todo esto por una
simple idea arquitectónica”. ¿Cuál es esta idea arquitectónica? Así
la describe Michel Foucault:

En la periferia, una construcción en forma de anillo; en el centro,


una torre; ésta, con anchas ventanas que se abren en la cara inte-
rior del anillo. La construcción periférica está dividida en celdas,


Ibid., p. 374.

Jeremy Bentham, El panóptico, prolog. Michel Foucault, tr. María José de Cho-
pitea, Madrid, Premiá, 1989, p. 143.

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cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construc-
ción. Tienen dos ventanas, una que da al interior, correspondien-
te a las ventanas de la torre, y la otra, que da al exterior, permite
que la luz atraviese la celda de una ventana a otra. Basta entonces
situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a
un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar. Por
el efecto de la contraluz, se pueden percibir desde la torre, recor-
tándose perfectamente sobre la luz, las pequeñas siluetas cautivas
en las celdas de la periferia. Tantos pequeños teatros como cel-
das, en las que cada actor está solo, perfectamente individuali-
zado y constantemente visible. El dispositivo panóptico dispone
unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer
al punto.

El panóptico es la expresión arquitectónica del diagrama. Un


conjunto de enunciados, funciones y visibilidades dispersos en
el espacio y en el tiempo. Los enunciados adoptan la forma de
“multiplicidades raras”. Se distinguen de las palabras, las frases
y las proposiciones en que contienen, en sí mismos, el sujeto, el
objeto y el concepto. Mientras las palabras, frases y proposiciones
requieren de un sujeto que las exprese, los enunciados no son
expresados por los sujetos; por el contrario, los sujetos se derivan
de ellos. Adoptan la forma de una “no persona”, de un “se dice”.
“Los enunciados no son palabras, frases, ni proposiciones, sino
formaciones que únicamente se liberan de su corpus cuando los
sujetos de frase, los objetos de proposición, los significados de
palabras, cambian de naturaleza al tomar posición en el se habla,
al distribuirse, al expresarse en el espesor del lenguaje”.10
Los enunciados, a diferencia de las estructuras o de otras cate-
gorías trascendentales, se trasladan a través de los estratos histó-


Michel Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, México, Siglo xxi,
2005, p. 203.

Gilles Deleuze, Foucault, Buenos Aires, Paidós, 1987, p. 40.
10
Ibid., p. 44.

Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia / 199


ricos. El enunciado puede sobrevivir o no a un estrato histórico,
puede transformarse o puede desaparecer. Su característica princi-
pal es la flexibilidad. Por eso se opone a las estructuras. “La estruc-
tura es proposicional, tiene un carácter axiomático asignable a un
nivel bien determinado, forma un sistema homogéneo, mientras
que el enunciado es una multiplicidad que atraviesa los niveles”.11
El enunciado no se limita a reglamentos, prohibiciones o exclu-
siones. Lo podemos encontrar en toda formación discursiva, en
toda práctica o saber, en toda relación intersocial, incluso en una
frase cotidiana o en una forma literaria. En la historiografía el
enunciado es el saber que el historiador, “objetivado” en un “su-
jeto productivo”, plasma en un texto.12 El historiador, en tanto
representante de un cuerpo muerto, construye a un “otro” que
calla, y lo modifica. Así lo expresa Michel de Certeau:

La inteligibilidad se establece en relación al “otro”, se desplaza (o


“progresa”) al modificar lo que constituye su otro –el salvaje, el
pasado, el pueblo, el loco, el niño, el tercer mundo. A través de
variantes, heterónomas entre ellas –etnología, historia, psiquia-
tría, pedagogía, etcétera–, se desarrolla una problemática que
elabora un “saber decir” todo lo que el otro calla.13

El diagrama está compuesto también de funciones y visibilidades.


Al igual que los enunciados, las funciones y las visibilidades no
tienen su origen en el sujeto; a la inversa, el sujeto se deriva de
éstas. Así como la función necesita del sujeto para materializar
enunciados, la visibilidad encarna en el sujeto y le permite obser-
var desde un espacio y tiempo determinados. Es por esto que el
panóptico es un cuerpo luminoso. El observador lo ve todo sin ser
visto. Las celdas son fuentes de luz que permiten ver las siluetas
11
Ibid., p. 41.
12
Foucault, Vigilar y castigar, op. cit., pp. 3-4.
13
Michel de Certeau, La escritura de la historia, tr. Jorge López Moctezuma,
México, uia-Departamento de Historia, 1993, p. 17.

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de presos, obreros o enfermos. Pero el observador no puede ser
observado desde las celdas. El observador es el punto ciego del
panoptismo. Así como el lenguaje no es dependiente del acto del
sujeto –acaso de la mera gesticulación de cualquiera–, la luz no
depende del observador ni de su voluntad.

Así pues, hay un existe luz, un ser de la luz o un ser-luz, como


también hay un ser-lenguaje. Cada uno es un absoluto, y no
obstante histórico, puesto que es çinseparable de la manera en
que cae sobre una formación, sobre un corpus. Uno hace visibles
o perceptibles las visibilidades, de la misma manera que el otro
hacía los enunciados enunciables, decibles o legibles. Por eso las
visibilidades no son ni los actos de un sujeto que ve ni los datos
de un sujeto visual.14

El diagrama: del modelo de la “peste” al “lugar social”

El diagrama es la nueva dimensión informal y abstracta del pano-


ptismo. Abarca la suma de enunciados, visibilidades y funciones
que se desplazan en el tiempo y en el espacio. Pero también abarca
otras formas y multiplicidades discursivas y no discursivas. No
puede ser identificado como totalidad en el espacio ni como es-
tructura en el tiempo. Puede sobrevivir o no a estratos históricos.
Se puede trasladar modificándose, desaparecer o cambiar de sen-
tido. Es enteramente flexible. Su infinita contingencia le impide
ser aprisionado entre categorías trascendentales.

El diagrama ya no es el archivo, auditivo o visual; es el mapa, la


cartografía, coextensiva a todo el campo social. Es una máqui-
na abstracta. Se define por funciones y materias informales, ignora
cualquier distinción de forma entre un contenido y una expre-

14
Deleuze, Foucault, op. cit., p. 86.

Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia / 201


sión, entre una formación discursiva y una no discursiva. Una
máquina casi muda y ciega, aunque haga ver y haga hablar.15

El modelo del diagrama es el de la “peste”, invocado por Foucault


en Vigilar y castigar. Foucault toma como base un reglamento de
fines del siglo xvii: lo primero es el sitio de la ciudad. Nadie entra
y nadie sale bajo amenaza de muerte por toda una cuarentena.
Se designa un día para la purificación. Ese día nadie sale de su
casa. Si alguien sale, es inmediatamente finado. “No circulan por
las calles más que los intendentes, los síndicos, los soldados de la
guardia...”16 Éstos vigilan todo, observan todo. Vigilan casa por
casa, nombre por nombre. Se establece un registro de todos los
habitantes. Nombre, sexo, edad, etcétera. “Cada cual encerrado
en su jaula, cada cual asomándose a su ventana, respondiendo
al ser nombrado y mostrándose cuando se le llama, es la gran
revista de los vivos y de los muertos”.17 Cada individuo pasará por
las instancias del poder y será registrado. Después de cinco días,
comienza la purificación de las casas. Uno por uno irá dejando su
morada para permitir el esparcimiento del perfume. Éste se hace
arder hasta estar consumido. Después de cuatro o cinco horas, los
habitantes pueden volver a habitar sus casas.

Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos,


en el que los individuos están insertos en un lugar fijo, en el
que los menores movimientos se hallan controlados, en el que
todos los acontecimientos están registrados, en el que un trabajo
ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que
el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerár-
quica continua, en el que cada individuo está constantemente
localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos

15
Ibid., p. 61.
16
Foucault, Vigilar y castigar, op. cit., p. 199.
17
Ibid., p. 200.

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y los muertos –todo esto constituye un modelo compacto del
dispositivo disciplinario.18

El modelo de la peste es la expresión ideal del diagrama en tanto


encierro. Éste se nos muestra de manera clara como el conjunto
de relaciones de fuerzas que comprenden el poder. Pero el diagra-
ma como encierro suele adoptar formas más sutiles, menos evi-
dentes. En la escritura de la historia el diagrama adopta la forma
de un “lugar social”, término acuñado por De Certeau.19 Este
“lugar” permite que los enunciados, las funciones y las visibilida-
des se plasmen en un texto por obra de un “sujeto objetivado”: el
historiador. En el lugar social, el “se habla” del enunciado es re-
emplazado por un “nosotros”. “Al nosotros del autor corresponde
el de los verdaderos lectores”.20 El texto de historia está destinado
a “pares” y “colegas” más que al público en general.21 Esta elite,
aunque de manera más endeble que el modelo de la “peste”, cons-
tituye un auténtico panoptismo.

Existen leyes del medio que circunscriben posibilidades cuyo


contenido varía, pero no varía la presión que ejercen. Estas leyes
organizan una verdadera “policía” del trabajo. Al no ser recibido
por el “grupo”, el libro caerá en la categoría de una “vulgari-
zación”, que, considerada con más o menos simpatía, no sería
capaz de definir a un estudio como “historiográfico”.22

En tanto producto de un lugar, el historiador es gesticulador de


enunciados, realizador de funciones y encarnación de visibilida-
des. Dentro de la lógica de la “performatividad”, el texto histórico
como producto de un lugar es legítimo en sí mismo. Su única

18
Ibid., p. 201. Las cursivas son mías.
19
Para definir “lugar social” véase De Certeau, La escritura de la…, op. cit.
20
Ibid., p. 75.
21
Idem.
22
Idem.

Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia / 203


precondición es la optimización de las operaciones de input y de
output. Esto es, la autolegitimación por la “eficacia”.23 “Así, el in-
cremento del poder, y su autolegitimación, pasan ahora por la
producción, la memorización, la accesibilidad y la operaciona-
bilidad de las informaciones.”24 El texto de historia es productivo
cuando constituye un “progreso” con respecto a la “condición ac-
tual de los objetos y los métodos históricos”.25 “Como el automó-
vil producido por una fábrica, el estudio se vincula al complejo
de una fabricación específica y colectiva, y no es tanto el efecto de
una filosofía personal o la resurrección de una ‘realidad’ pasada.
Es el producto de un lugar”.26
La objetivación del historiador refiere a su neutralidad. Ésta,
por medio de la “prohibición” y de la “permisibilidad”, permite el
incremento de la performatividad de acuerdo con la ideología del
lugar.27 Esta ideología optimizadora de operaciones implica la des-
aparición de todo particularismo, tanto del sujeto como del lugar.
Es expresión de una sociedad “tecnocrática y productivista” cuyo
punto ciego es el poder.28 “Sin duda alguna esta combinación del
permiso con la prohibición es el punto ciego de la investigación
histórica”.29 De esa manera, la historiografía se asemeja al panop-
tismo de la producción en masa dentro de los modelos fordistas y
tayloristas. Es la producción de enunciados y la construcción de
verdades sobre la base de la manipulación de un producto.

Trabaja sobre un material para transformarlo en historia. Em-


prende una manipulación que, como las demás, obedece a sus

23
Para profundizar en el tema de la legitimación por medio de la performativi-
dad se puede consultar el texto de Jean-François Lyotard, La condición postmo-
derna: informe sobre el saber, tr. Mariano Antolín Rato, Madrid, Cátedra, 2004.
24
Ibid., p. 87.
25
De Certeau, La escritura de la…, op. cit., p. 76.
26
Idem.
27
Ibid., p. 81.
28
Ibid., p. 80.
29
Ibid., p. 81.

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reglas. Este tipo de manipulación se asemeja a la fabricación que
se hace con el mineral, ya refinado. Transformando primero las
materias primas (una información primaria) en productos stan-
dard (información secundaria), las transporta de una región de la
cultura (las “curiosidades”, los archivos, las colecciones, etcétera)
a otra (la historia).30

Puesto que la neutralidad del sujeto y del lugar refieren al poder


como punto ciego, el modelo disciplinario impide al sujeto cap-
tar las relaciones de fuerza implícitas en todo diagrama. Esto es
cierto no sólo en el caso de relaciones de “tiempos” o “épocas”
distintos, sino también en el caso de relaciones de diferente espa-
cialidad en un mismo estrato histórico. Tal es el caso de “nuestros
archivos modernos” y de la historiografía orientalista en general.31
En concreto, es el caso de la publicación de la primera biblioteca
orientalista en Occidente. La Bibliothèque Orientale, escrita por
Barthélemy d’Herbelot de Molainville, se publicó en 1697. “Lo
que la Bibliothèque ofrece –escribe Edward Said– es una idea del
poder y la efectividad del orientalismo que le recuerda al lector
que, en lo sucesivo, para llegar a Oriente, deberá atravesar las re-
des y los códigos que ofrece el orientalismo”.32 Es significativo
que la Bibliothèque deba su existencia a una pensión otorgada a
d’Herbelot por Jean-Baptiste Colbert, ministro de finanzas en el
reinado de Luis XIV.

Los orígenes de nuestros archivos modernos implican ya, en


efecto, la combinación de un grupo (los “eruditos”), de lugares
(las “bibliotecas”) y de prácticas (copiado, impresión, comuni-
cación, clasificación, etcétera). Si seguimos la línea, nos encon-
tramos con un complejo técnico inaugurado en Occidente con

30
Ibid., p. 84.
31
Ibid., p. 86.
32
Edward Said, Orientalismo, tr. María Luisa Fuentes, Madrid, Debate, 2002,
p. 102.

Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia / 205


las “colecciones” reunidas en Italia y después en Francia a partir
del siglo xv, y financiadas por grandes mecenas deseosos de apo-
derarse de la historia [...] la empresa se vuelve expansionista y
conquistadora desde el momento en que pasa a las manos de
especialistas; se hace productora y reproductora obedeciendo a
las leyes de la multiplicación. Desde 1470 se alía con la impren-
ta: la “colección” se convierte en “biblioteca” [...] Juntamente
con los productos que multiplica, el coleccionista se convierte
en actor dentro de la cadena de una historia que está por hacerse
(o por rehacerse), según las nuevas pertinencias intelectuales y
sociales. Así, pues, la colección, al cambiar completamente los
instrumentos de trabajo, redistribuye las cosas, redefine las uni-
dades del saber, introduce las condiciones de un nuevo comienzo
al construir una “máquina gigantesca” (Pierre Chaunu) que hará
posible una historia diferente.33

El lugar social no es un agenciamiento del cual surgen los enun-


ciados, las funciones y las visibilidades. Más bien funciona en
tanto encierro. El encierro no es la expresión de una interioridad.
Todo lo contrario, “el encierro remite a un afuera, lo que está
encerrado es el afuera”.34 Las formas de lo “discursivo” y de lo “no
discursivo” son “formas de exterioridad” donde coexisten enun-
ciados, funciones y visibilidades.35 “En general es un problema de
método –argumenta Deleuze–, en lugar de ir de una exterioridad
aparente a un núcleo de interioridad que sería esencial, hay que
conjurar la ilusoria interioridad para devolver las palabras y las
cosas a su exterioridad constitutiva”.36

33
De Certeau, La escritura de la…, op. cit., pp. 86-7.
34
Deleuze, Foucault, op. cit., p. 70.
35
Idem.
36
Idem.

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La historización del diagrama:
la historia como límite y diferencia

El estrato de la historia nace de un “corte” entre el presente y el


pasado. Éste se expresa en la forma de una diferenciación entre
sujeto y objeto. El saber se construye sobre la base de un “cuerpo”
que se supone “muerto” y que ofrece límites a la inteligibilidad
presente.37 Este límite adopta la forma de una diferencia. Sin em-
bargo, el historiador presente intenta totalizar el pasado en aras
de su inteligibilidad.

El trabajo determinado por este corte es voluntarista. Opera en


el pasado, del cual se distingue, una selección entre lo que puede
ser “comprendido” y lo que debe ser olvidado para obtener la
representación de una inteligibilidad presente. Pero todo lo que
esta nueva comprensión del pasado tiene por inadecuado –des-
perdicio abandonado al seleccionar el material, resto olvidado
en una explicación– vuelve, a pesar de todo, a insinuarse en las
orillas y en las fallas del discurso. “Resistencias”, “supervivencias”
o retardos perturban directamente la hermosa ordenación de un
progreso o de un sistema de interpretación. Son lapsus en la sin-
taxis construida por la ley de un lugar; prefiguran el regreso de
lo rechazado, de todo aquello que en un momento dado se ha
convertido en impensable para que una nueva identidad pueda
ser pensable.38

La metamorfosis del pasado en un producto pensable, en un ob-


jeto, supone una relación heterológica. Esto es, el historiador se
relaciona con el pasado como un “otro” desde un discurso que
totaliza las diferencias. Sin embargo, la historia en tanto práctica
social, en tanto oficio, permite la resurrección de ese otro que se

37
De Certeau, La escritura de la…, op. cit., pp. 16-7.
38
Ibid., p. 18.

Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia / 207


pretendía muerto. “Lo que desaparece del producto aparece en la
producción”.39

La organización ayer viviente de una sociedad, incrustada en la


óptica de sus historiadores, se cambia entonces en un pasado que
puede ser estudiado. La organización cambia de condición: deja
de estar del lado de los autores como aquello en función de lo
cual pensaban y se pasa del lado del objeto, al cual nosotros,
nuevos autores, debemos convertir en pensable [...] La separa-
ción entre estas dos posiciones nos está señalando el problema
mismo del proceso histórico: la relación entre el “sentido” que se
ha convertido en un objeto, y el “sentido” [la vinculación con el
pasado] que permite actualmente comprenderlo [...] Fundada,
pues, entre un pasado, que es su objeto, y un presente, que es el
lugar de su práctica, la historia no deja de encontrar al presente
en su objeto y al pasado en sus prácticas.40

De esta manera, el historiador pasa de ser el “erudito” que totaliza


las “rarezas”, a ser aquel que pone en evidencia los “límites de
la significabilidad” de los modelos o lenguajes del presente.41 El
historiador, gesticulador de enunciados y encarnación de visibili-
dades, trabaja en el punto donde los enunciados pierden sentido
y las visibilidades se trasforman en datos incomprensibles. Esto es,
trabaja en el límite, en la diferencia, en la discontinuidad.

Pues las visibilidades, por más que se esfuerzan a su vez en no


estar nunca ocultas, no por ello son inmediatamente vistas ni
visibles. Incluso son invisibles, mientras uno se limite a los ob-

39
Ibid., p. 45.
40
Ibid., pp. 50-2.
41
Ibid., p. 89. Para profundizar en la historia como estudio de los límites de la
racionalidad presente, véase Alfonso Mendiola, “La inestabilidad de lo real en la
ciencia de la historia: argumentativa y/o narrativa”, Historia y Grafía, núm. 24,
2005, pp. 97-127.

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jetos, a las cosas, o a las cualidades sensibles, sin elevarse hasta la
condición que los abre. Y si las cosas se cierran, las visibilidades
se velan o se nublan, hasta el extremo de que las “evidencias”
devienen incomprensibles en otra época.42

Los estratos de la historia, en tanto que son determinados por


un “corte voluntarista”, deben su historicidad a la observación de
segundo orden.43 Esto es, la observación de un sistema por otro.
Este tipo de observación permite identificar los límites del sis-
tema observado, pero mantiene como punto ciego sus propios
límites de observación. En un intento por resolver el problema
de lo efímero en la temporalidad moderna y de lidiar con las pa-
radojas de la autorreferencia, se ha recurrido a la construcción de
metalenguajes. Esta solución no evita las contradicciones, pues
se encuentra construida tautológica y paradójicamente. Esto es,
la solución es “arbitraria e inoperable”.44 Se trata, en realidad, de
una suerte de retorno a la historiografía que “totaliza” las “rarezas”
para hacer un sistema inteligible.45

Incluso si asume su entorno de manera apodíctica, como cual-


quier otro sistema, la observación de un sistema por otro puede
también observar las restricciones impuestas al sistema observado
por su propio modo de operación. El sistema que observa puede
descubrir [...] los horizontes del sistema observado, de manera
que lo que excluye se vuelve evidente [...] Puesto que los siste-
mas sociales en general, y las sociedades en particular, se cons-
tituyen a sí mismos a través de la autopoiesis autorreferencial,
todo observador debe confrontar los problemas de tautología y
paradoja que necesariamente ocurren cuando un sistema ope-

42
Deleuze, Foucault, op. cit., p. 70.
43
De Certeau, La escritura de la…, op. cit., pp. 16-7.
44
Niklas Luhmann, Ecological Communication, Cambridge, Polity Press, 1989,
p. 24.
45
De Certeau, La escritura de la…, op. cit., p. 87.

Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia / 209


ra únicamente a través de la autorreferencia [...] Dicho sistema
debe interrumpir o “desdoblar” la autorreferencia distinguien-
do varios niveles en una jerarquía de grados. Esto es, al separar
objeto-lenguaje, meta-lenguaje y, de ser necesario, meta-meta-
lenguaje. Sin embargo, esta solución no funciona, puesto que el
concepto “nivel” refiere a una pluralidad, es decir, una referencia
a otros niveles.46

La observación de segundo orden implica entonces la vinculación


de diagramas divididos por un corte voluntarista que permite la
historización del diagrama. Cada diagrama contiene una distri-
bución heterogénea de lo visible y de lo enunciable. No es una
totalidad, sino un conjunto de multiplicidades informales desfa-
sadas, con sus propios puntos ciegos y sus espacios de contingen-
cia ininteligible. “Discursivas o no, las familias, las formaciones,
las multiplicidades son históricas [...]; cuando aparece una nueva
formación, con nuevas reglas y nuevas series, nunca lo hace de
pronto, en una frase o en una creación, sino escalonadamente,
con supervivencias, desfases, reactivaciones de antiguos elementos
que subsisten bajo las nuevas reglas”.47
De la misma manera que la historia pone a prueba la racio-
nalidad presente al evidenciar los límites de inteligibilidad de sus
modelos, el diagrama deviene visible en sus puntos de resistencia,
en sus discontinuidades, en los puntos donde “los seres huma-
nos”, constituidos en “sujetos objetivados”, resisten, y reclaman
su condición humana.48

46
Luhmann, Ecological Communication, op. cit., pp. 23-4. la traducción es mía.
47
Deleuze, Foucault, op. cit., p. 48.
48
Michel Foucault, “El Sujeto y el Poder”, Revista Mexicana de Sociología, vol.
50, núm. 3, julio-septiembre de 1988, pp. 3-20.

210 / Alejandro Cheirif Wolosky


La subjetivación del sujeto: el hombre y el saber

La pregunta sobre el hombre refiere a dos problemáticas funda-


mentales que ha de resolver el estudio de la historiografía. La pri-
mera es el lugar mismo del hombre en el lenguaje, en el trabajo y
en la vida. Esto es, la desaparición de toda estructura, la obsoles-
cencia de la relación entre sujeto y objeto: el reemplazo de estas
categorías inamovibles por otras inaprensibles: el ser del lenguaje,
el ser del trabajo, el ser de la historicidad. Si el siglo xix se obsesio-
nó con la historia como permanencia, el xx hará lo mismo con la
historicidad como contingencia. El siglo xix parece haber adop-
tado la postura del estoico descrita por Hegel en la Fenomenología
del espíritu. El estoico, según Hegel, eleva su conciencia por en-
cima de la vida y la retiene como verdad absoluta. Esta verdad se
presenta como una entera negación de la otredad.

La libertad de la autoconciencia es indiferente con respecto al ser


allí natural [...] La libertad en el pensamiento tiene solamente
como su verdad el pensamiento puro, verdad que, así, no aparece
llena del contenido de la vida, y es, por tanto, solamente el con-
cepto de la libertad, y no la libertad viva misma [...] Esta con-
ciencia pensante, tal y como se ha determinado como la libertad
abstracta, no es, por tanto, más que la negación imperfecta del
ser otro.49

Por su parte, el siglo xx se acerca más a la postura del escéptico.


Éste, indica Hegel, como negatividad absoluta de lo mismo, de
la permanencia, termina por destruir el mismo mundo “múl-
tiplemente determinado” al que pretendía pertenecer. La nega-
tividad de la conciencia se transforma en una negatividad real.
Esto es, en la otredad como lo mismo. “Las diferencias –escribe
Hegel–, que en el puro pensamiento de sí mismo son solamen-

49
Friedrich Hegel, Fenomenología del espíritu, México, fce, 2007, p. 123.

Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia / 211


te la abstracción de las diferencias, se convierten, aquí, en todas
las diferencias y todo ser distinto se convierte en una diferen-
cia de la autoconciencia”.50 El escéptico se encuentra en realidad
en una paradoja. La otredad como lo inaprensible termina por
convertirse en la negatividad como lo mismo y, por tanto, en
una imposibilidad de pensar la otredad. “Del mismo modo que
se hace valer así como una vida singular y contingente, que es,
de hecho, vida animal, y autoconciencia perdida, se convierte al
mismo tiempo, por el contrario, en autoconciencia universal e
igual a sí misma, ya que es la negatividad de todo lo singular y
de toda diferencia”.51
Ambas doctrinas remiten a una misma problemática: el lugar
del hombre en el saber. La analítica de la finitud, como indica
Foucault, impide una “intelección universal y definitiva”, pero,
al trazar una línea que no supera al sujeto que conoce, “la finitud
se disuelve en el juego de una relatividad a la que no es posible
escapar”.52 El problema de la relatividad, íntimamente vinculado
al concepto de neutralidad, nos coloca entre la segunda proble-
mática que deberá dilucidar la historiografía. Se trata del lugar
del conocimiento en la escritura de la historia en su relación con
el lenguaje y el trabajo. Regresamos así a la referencia que hace
Burkchardt sobre Petrarca como “el primer hombre realmente
moderno.” ¿A qué se refiere en realidad Burkchardt con esta pro-
posición? “En la Edad Media, –escribe Burkchardt–, la concien-
cia humana permanecía, como cubierta por un velo, soñando o
en estado de duermevela [...] y el hombre sólo se reconocía a sí
mismo como miembro de una raza, pueblo, partida, familia, u
otra forma cualquiera de lo colectivo”.53 En la Italia de Petrarca,
por primera vez en la historia de Occidente, “el hombre se convir-
tió en un individuo espiritual, y se reconoció como tal.” Arnold
50
Ibid., p. 125.
51
Ibid., p. 126.
52
Foucault, Las palabras y las cosas…, op. cit., p. 361.
53
Burke, El Renacimiento europeo, op. cit., p. 8.

212 / Alejandro Cheirif Wolosky


Hauser, historiador del arte de mediados del siglo xx, parece co-
incidir con el corte temporal de Burckhardt:

El carácter individual de las razas y de las naciones tiene en las di-


ferentes épocas de la historia una significación distinta cada vez.
En la Edad Media, su importancia es insignificante [...] Pero a
finales de la Edad Media, el feudalismo, común a todo Occiden-
te, y la caballería internacional, la Iglesia universal y su cultura
unitaria, son sustituidos por la burguesía nacional con su patrio-
tismo ciudadano, sus formas económicas y sociales...54

No son pocos los historiadores del siglo xx que van a vincular


el concepto de individualismo con una serie de acontecimien-
tos ocurridos en los siglos xv y xvi: la sustitución de una estruc-
tura social jerárquica (feudalismo) por una horizontal basada en
el mercado (capitalismo); la invención de la imprenta, que va a
permitir la interpretación individual de los textos, en pugna con
la interpretación universal de la Iglesia durante la Edad Media; la
Reforma de Lutero, que reconocerá al individuo la capacidad de
vincularse directamente con Dios y de interpretar libremente los
textos sagrados... Por lo tanto, ¿es posible hablar de un consenso,
un conjunto de creencias compartidas entre los historiadores del
siglo xix y los del xx, que permitan situar el surgimiento del indi-
viduo en los siglos xv y xvi? Y, de esta manera, ¿acaso resulta des-
cabellado hacer de Petrarca el símbolo de esta transformación? ¿Es
entonces posible decir que Petrarca resulta, en efecto, “el primer
hombre realmente moderno”? ¿Petrarca, y no Burckhardt?
La pregunta que culmina la introducción del artículo contiene
en sí misma la problemática del observador de segundo orden:
¿es posible hablar de una “Historia” que existe en sí misma, inde-
pendientemente del sujeto que la escribe? ¿Podemos entender al

Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte, tr. A. Tovar y F.P. Varas-
54

Reyes, Barcelona, De Bolsillo, 2005, p. 323.

Diagrama: la objetivación del sujeto en la escritura de la historia / 213


objeto de estudio sin el sujeto que lo construye? ¿A Petrarca sin
Burckhardt? ¿Cómo darle independencia a un objeto que existe
en la imaginación del sujeto que lo conoce? ¿No será, quizás, “el
primer hombre realmente moderno” aquel que establece, por pri-
mera vez, la relación entre un sujeto que conoce y un objeto que
está por conocerse? ¿Burckhardt, y no Petrarca?
Pero quizás sólo se trata de una cuestión metodológica. Ambas
posturas, tanto la del estoico como la del escéptico, refieren a un
mismo y único proceso. Son las “dos caras de esta finitud”, indica
Foucault, “una finitud sin infinito, y sin duda una finitud que
nunca ha terminado, que siempre está en retirada con relación a
sí misma, a la que queda aún algo que pensar en el instante mis-
mo en que piensa, a la que queda siempre tiempo para pensar de
nuevo lo que ya ha pensado”.55

55
Idem.

214 / Alejandro Cheirif Wolosky

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