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que más ha interesado a los biólogos desde hace siglos y, con toda seguridad,
seguirá siendo un problema abierto aún durante mucho tiempo. La falta de registros
fósiles de épocas tan antiguas hace que el estudio de este proceso tenga que
basarse exclusivamente en evidencias indirectas y extrapolaciones, que dejan
mucho margen de error posible y permiten múltiples interpretaciones.
Aunque siguen siendo muchos los hechos que se desconocen, se empiezan a tener
algunas ideas relativamente claras. Por una parte, algunas evidencias geológicas
han retrasado la aparición de la vida hasta un momento más antiguo de lo que se
creía hace algunas décadas, hasta hace unos 4 700millones de años de modo que
el periodo de evolución prebiótica, más largo, resulta más verosímil. También se ha
mejorado mucho en el conocimiento de las condiciones geológicas y ambientales
de nuestro planeta, y de la geoquímica de cometas y asteroides, que pudieron tener
un papel importante en la aparición de las primeras moléculas orgánicas. Algunos
aspectos de la evolución prebiótica van siendo establecidos poco a poco, mientras
que otros siguen siendo objeto de profundas controversias. Así las cosas, el
panorama actual está configurado por una amplia gama de hipótesis, en su mayor
parte apoyadas por una evidencia relativamente débil.
En una primera fase, moléculas de polifosfato como las que se producen en las
aguas termales pudieron proporcionar energía para la síntesis de nucleótidos
trifosfato que formaran el ARN o alguna molécula relacionada. Los experimentos
que recrean las condiciones arcaicas parecen demostrar que la adenina es la base
nitrogenada que más fácilmente se forma, lo que explicaría que el ATP sea la
molécula más utilizada por todos los organismos como moneda energética. En esta
fase pudo producirse un acoplamiento entre reacciones metabólicas exotérmicas
que implicaran ácidos orgánicos y aminoácidos, compuestos seguramente
abundantes y polímeros de nucleótidos que serían los primeros sistemas
replicadores, por lo que la cantidad de cadenas de nucleótidos pudo crecer bastante
rápidamente.
El paso de la "sopa de moléculas" a los siguientes niveles de organización
prebióticos pudo resultar bastante complicado. Antes de poder ser considerado
célula, un sistema biológico primitivo tuvo que reunir al menos tres características
complejas incluso por separado: presencia de membrana, capacidad de replicación
y metabolismo. Las membranas permiten que los "protoorganismos" actúen como
unidades estructurales separadas de su entorno, la capacidad de
replicación proporciona la posibilidad de conservar y transmitir la información
necesaria para organizar estructural y funcionalmente el organismo y
el metabolismo hace posible dicho funcionamiento, proporcionando los elementos
constituyentes y la energía necesaria.
Los sistemas biológicos actuales funcionan gracias a la interdependencia de ácidos
nucleicos y proteínas: los ácidos nucleicos almacenan y transmiten la información
necesaria para sintetizar las proteínas, mientras que las proteínas son necesarias
para la replicación de los ácidos nucleicos. Parece evidente que los primeros
sistemas biológicos tuvieron que ser más sencillos, de modo que inicialmente
debieron contar solo con uno de estos dos tipos de moléculas. El problema de cuál
de los dos tipos de moléculas apareció antes no se resolvió definitivamente hasta
que se descubrió que algunos ARN tenían, además, capacidad catalítica
(ribozimas).