Vous êtes sur la page 1sur 4

6COMENTARIO Y RESUMEN DE

“REFLEXIONES DE LA VIRTUD DE LA
CASTIDAD”
Alonso Ayque G.
V ”A”

El P. Thévenot presenta un texto cuyo propósito es claro desde el título, el cual


desde ya prepara al lector con ciertas expectativas respecto al contenido de la
lectura.

En términos reducidos, se puede resumir este escrito de la siguiente manera: en


primer lugar, una breve introducción en que concluye en el establecimiento de
definiciones de los términos a manejar a lo largo del escrito, a saber, se definen
“genitalidad”, “sexualidad” y “continencia”. En segundo lugar, se proporciona
una definición del término propiamente a tratar (“castidad”) en base a los
términos antes delimitados, para la cual se sirve también de un análisis
etimológico de la palabra misma para inferir un significado. En tercer lugar, en
torno a este significado se explican tres características viciosas de la vida humana,
tras lo cual, se exponen cuatro aplicaciones concretas de la castidad para
sobrellevar estas realidades viciosas del ser humano, provenientes desde su
origen. Finalmente, el P. Thévenot concluye con una reflexión acerca de la
relación entre la castidad y el ejemplo de María y hace una breve oración por su
intercesión en favor de nuestra castificación.

Ahora bien, es cierto que la estructura del discurso presente no tiene fallas en
cuanto a cómo se ha conceptualizado; –es más, el orden de exposición de las ideas
me parece muy bien logrado– sin embargo, es pertinente mencionar que los
conceptos manejados por el P. Thévenot, así como las relaciones que establece
entre los mismos al desarrollar sus ideas a lo largo del escrito no me parecen del
todo correctas.

Comenzando por las definición proveída para el término de “sexualidad”, cabe


expresar mi pleno acuerdo con el hincapié que se hace en la expansión de la
sexualidad fuera del ámbito corpóreo y material, mas no debemos olvidar las
pautas que nos proporciona el más reciente Catecismo al mencionar que: “La
sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo
corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando
está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y
temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.” (CEC 2337). Es así como
sería considerable como más conveniente el insisitir en que, si bien la sexualidad
no está limitada a una mera genitalidad material, sí está irremediablemente
vinculada a esta realidad física y no a una mera abstracción de “dimensión
masculina o femenina que marca toda la realidad del individuo” (p. 46). Citando
de nuevo al Catecismo, sería más apropiado decir que ciertamente
la sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, mas que esta
concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de
procrear (CEC 2332). Es así como sería altamente criticable la afirmación de que
todas las relaciones que involucren humanos, incluída la relación con Dios,
están marcadas por la sexualidad (p. 46). Se cae fácilemente en este equívoco si
se parte de una definición abstracta y vaga de la sexualidad misma, como la que
se aborda en el escrito, ya que se parte del solo hecho de que hay un
entendimiento tanto masculino como femenino de la realidad, para luego, como
este entendimiento está presente en todas las relaciones humanas, ¡pasar a decir
que todas estas están marcadas por la sexualidad, cuando claramente habría que
distinguir primero entre masculinidad, feminidad y sexualidad! Uno no puede
gratuitamente dar un rol tan determinante a la sexualidad en absolutamente
todos los aspectos de la vida humana cuando se sabe que si bien está relacionada
de alguna forma con varios de sus aspectos, no es un factor decisivo en la mayoría
de estos ni mucho menos merece la atención desproporcionada con que la trata
el autor.

Posterior a estas definiciones, el P. Thévonet busca definir la castidad por medio


de dos vías: una primera de manera puntual y precisa, con la cual estoy de
acuerdo, y una segunda, de manera presuntamente deductiva en base a la
etimología de la palabra, con la cual no estoy de acuerdo. Partiendo del
significado de la palabra “castus”, se consigue su antónimo, que sería “incastus”
y posteriormente se lo traduce a la lengua nativa del P. Thénovet, el francés, para
obtener que significaría “incestuoso”. Por ende, se concluye que “casto” es lo
contrario a “incestuoso”. Aquí no presento una crítica, por así decirlo, formal al
concepto de que quien es incestuoso no es casto, ya que eso es perfectamente
inferible de la definición proevída de castidad; más bien, enfoco mi apreciación
en que tener por criterio de castidad simplemente el “no ser incestuoso” es, en el
mejor de los casos, una simple definición imprecisa y, en el peor, un mal enfoque
pretensioso, dejando de lado la definición clara que se nos había presentado hace
unos momentos y enfocando el resto del escrito en este marco de “casto” como
“no incestuso”, que luego contemplaremos por qué es problemático.

Prosigue el texto con “Ser casto […] consiste en intentar salir de la relación
incestuosa que tenemos al comienzo de nuestra existencia”. Se busca justificar
esta afirmación alegando que, al no tener el infante conciencia de diferencias
entre su madre y él, se establece una relación de “fusión”, que se califica
repentinamente de “incestuosa” sin hacer ninguna explicación previa al uso de
esta palabra, que no solo es introducida de manera completamente gratuita e
injustificada, ¡sino que además se descontextualiza al punto que no tiene casi
nada que ver con su significado original! No olvidemos que es de la relación entre
este significado original de “incestuoso” y la palabra “castidad” de la cual pende
frágilmente la mayor parte del resto del texto, y pareciera que este hilo acaba de
ser cortado por el mismo autor al introducir el absurdo de emplear un sentido
(inapropiadamente) figurativo de “incentuoso” cuando la relación etimológica
que antes estableció se basa en un sentido literal.

Estando presente una sostenibilidad muy débil en su discurso, continúa el P.


Thévonet introduciendo las tres características que ve más relevantes de su
planteado mundo “incestuoso” y “fusional”:
1. No esxiste diferencia alguna.
2. Es un mundo sin falla.
3. Es un mundo de omnipotencia.

En lo que aquí respecta, son muy valorables los conceptos que se introducen, mas
los cambios entre sentidos figurativos y literales hacen, en el caso de las tres
características, algo ambiguo, pero entendible el mensaje. Sin embargo, puestos
a analizar el texto, nos percatamos de que para el ojo observador, es fácilemente
cuestionable cómo es que el autor puede siquiera establecer una relación entre la
castidad y este “mundo” del que habla cuando la relación que él mismo planteó
ya no está vigente. Luego, considero que es una opción más prudente es plantear
el tema con definiciones claras en vez de obviar la que uno mismo provee e ir por
una tangente de poca consistencia lógica que, dado un lector dispuesto a ser
“movido” por lectura, mayormente resultará en un mero impacto emocional.

En cuanto a las aplicaciones descritas para la castidad, las cuales dan la contra a
las características antes descritas, se debe decir que claramente hay una
confusión de conceptos entre varias virtudes cristianas y el enfoque mal
delimitado con que se maneja de castidad en el texto. Por ejemplo, al hablar de la
renuncia a un mundo sin diferencias (p. 53), se habla de la defensa de la
comunicación, que más bien sería propio de la caridad, ya que se busca cómo
llegar al otro para su bien, o incluso prudencia, ya que se ve cuál es la mejor
manera de conseguir esa cercanía, esa relación; o al mencionar la renuncia a un
mundo de omnipotencia (p. 58), se hace refencia a conceptos como la tentación
de proclamarse inturbable o de gozar tanto de los placeres que uno se olvida de
su condición de creatura, siendo ambas tetanciones que llevan a pecados
propiamente identificables con la soberbia, y al vencer estas tentaciones uno vive
humildemente. A pesar de que es cierto que ciertas actitudes pueden ser
identificables con múltiples virtudes, dependiendo del eje desde el cual se las
examine, una exposición como la del P. Thévenot da al lector, por el contrario,
pocas facilidades para identificar la castidad puesta en práctica, dado que no solo
no tiene un marco de definición claro, pues tiene uno cuestionable, sino que
además se presentan algunos ejemplos vagos, y otros útiles, que, como un todo,
no refuerzan mucho la metodología de identificación y aplicación de la castidad
en la vida del lector.

Asimismo, es igual de desorientadora y vaya que es criticable la afirmación de que


“su [de Cristo] vida terrena haya sido relativamente decepcionante” (p. 52). A
pesar de que se trate de citar el caso de los discípulos camino de Emaús como
ejemplo para justificar esta afirmación, es que es justamente la dureza de los
corazones de algunos discípulos la cual no les permitía ver la verdadera gloria y
soberanía que eran puestas de manifesto en aquel expiatorio sacrificio de cruz.
Es así que, para el cristiano humilde y manso de corazón, entonces verdadero
casto, la vida terrena de Cristo no sería “relativamente decepcionante”, sino más
bien un ensalzamiento escondido de la realeza de Cristo Rey, cuya coronación
celestial fue precedida por su coronación de espinas, su pasión y muerte de cruz.

Haciendo hincapié en un ejemplo muy concreto, dice el texto: “se prodría decir
que si todo pecado contra la castidad es un transgresión sexual, no toda
transgresión sexual es un pecado” (p. 57). Bien, pues, este es un buen ejemplo de
la ambigüedad presente en el texto, pues, podríamos preguntarnos: ¿qué se
entiende por “transgresión sexual”? Ya que si nos ceñimos al vocabulario que ya
conocemos, podríamos definirla como un acto en contra de la ley natural de la
sexualidad. Sin embargo, esto sí constituiriía pecado, dado que actuamos contra
la ley natural que está grabada en nuestros corazones, dándonos indicios de la
Voluntad divina (Rm 2, 14). Entonces, nos tendríamos que ceñir a alguna
definición personal del autor que no es proporcionada en el texto mismo,
ejemplificando perfectamente cómo, por momentos, el texto llega a ser vacío y
objetivamente inentendible.

Para finalizar, con certeza se puede afirmar que la castidad permite rechazar
relaciones pseudo-espirituales con Dios (p. 61), sin embargo, no es algo tan
propio de la castidad como lo es de la humildad, ya que es por la relación
verdaderamente espiritual con Dios verdaderamente humilde que uno puede ser
casto en primer lugar. Por tanto, nuevamente esto reafirma un concepto
entremezclado de castidad que habría que aclarar para llegar a reflexiones
fructíferas. De la misma manera, se afirma que “la castidad me hace descubrir
que en realidad la alegría en Dios no llena” (p. 61) cuando el mismo padre de la
Iglesia, San Agustín, afirma, por el contrario, que: “fecisti nos ad Te et inquietum
est cor nostrum, donec requiescat in Te” (“nos hiciste para Ti y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en Ti”) (Confesiones, 1, 1, 1). San Agustín nos
enseña que el gozo solo puede ser completo cuando recae en Aquel que es infinito
(por definción, dado que es el Ser Subsistente, como es revelado en Ex 3, 14). De
manera análoga, encontramos que mientras el P. Thévonet afirma que son
reprochables declaraciones como “Dios me basta”, Santa Teresa de Jesús, doctora
de la Iglesia, enseña con sus versos poéticos en su poema “Nada te turbe”:
“Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa,
Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta.”
¿Solo Dios basta? ¡Pues por supuesto! ¿Dé qué otro negocio nos debemos ocupar
que el de nuestra salvación, es decir, los negocios de Dios? Decía el Divino
Maestro fuerte y claro: “Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se
os dará por añadidura” (Mt 6, 33).
Vemos, entonces, una clara contradicción lógica al interpretar las palabras del
autor (“la castidad me hace descubrir […]”) según los criterios milenarios de la
Iglesia respecto a la plenitud con que Dios llena al ser humano, lo cual nos lleva
a inferir que, una vez más, el autor emplea un lenguaje ambiguo de sentido
alegórico cuyo significado es ajeno a lo explicado en el texto, contribuyendo poco
al entendimiento del tema y más bien propiciando un clima de confusión.

A pesar de todo ello, el autor cierra el texto agradablemente, presentando la


castidad como un intento, junto a una definición que, estrictamente hablando, es
acertada. Más allá de ello, propone como reflexión final un pequeño análisis de la
virtud de la castidad en María, el cual encuentro bastante apropiado, en términos
generales. Concluye el discurso con una breve petición por nuestra castificación,
que no podría ir más acorde con la temática tratada, concluyendo reflexivamente
un artículo bastante accidentado, que honestamente encuentro muy poco
recomendable, salvo casos particulares, pero cuyo mensaje, de alguna forma u
otra, con guianza en su lectura y un buen discernimiento de términos empleados,
puede ser edificante para el lector y su espiritualidad.

Vous aimerez peut-être aussi