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“REFLEXIONES DE LA VIRTUD DE LA
CASTIDAD”
Alonso Ayque G.
V ”A”
Ahora bien, es cierto que la estructura del discurso presente no tiene fallas en
cuanto a cómo se ha conceptualizado; –es más, el orden de exposición de las ideas
me parece muy bien logrado– sin embargo, es pertinente mencionar que los
conceptos manejados por el P. Thévenot, así como las relaciones que establece
entre los mismos al desarrollar sus ideas a lo largo del escrito no me parecen del
todo correctas.
Prosigue el texto con “Ser casto […] consiste en intentar salir de la relación
incestuosa que tenemos al comienzo de nuestra existencia”. Se busca justificar
esta afirmación alegando que, al no tener el infante conciencia de diferencias
entre su madre y él, se establece una relación de “fusión”, que se califica
repentinamente de “incestuosa” sin hacer ninguna explicación previa al uso de
esta palabra, que no solo es introducida de manera completamente gratuita e
injustificada, ¡sino que además se descontextualiza al punto que no tiene casi
nada que ver con su significado original! No olvidemos que es de la relación entre
este significado original de “incestuoso” y la palabra “castidad” de la cual pende
frágilmente la mayor parte del resto del texto, y pareciera que este hilo acaba de
ser cortado por el mismo autor al introducir el absurdo de emplear un sentido
(inapropiadamente) figurativo de “incentuoso” cuando la relación etimológica
que antes estableció se basa en un sentido literal.
En lo que aquí respecta, son muy valorables los conceptos que se introducen, mas
los cambios entre sentidos figurativos y literales hacen, en el caso de las tres
características, algo ambiguo, pero entendible el mensaje. Sin embargo, puestos
a analizar el texto, nos percatamos de que para el ojo observador, es fácilemente
cuestionable cómo es que el autor puede siquiera establecer una relación entre la
castidad y este “mundo” del que habla cuando la relación que él mismo planteó
ya no está vigente. Luego, considero que es una opción más prudente es plantear
el tema con definiciones claras en vez de obviar la que uno mismo provee e ir por
una tangente de poca consistencia lógica que, dado un lector dispuesto a ser
“movido” por lectura, mayormente resultará en un mero impacto emocional.
En cuanto a las aplicaciones descritas para la castidad, las cuales dan la contra a
las características antes descritas, se debe decir que claramente hay una
confusión de conceptos entre varias virtudes cristianas y el enfoque mal
delimitado con que se maneja de castidad en el texto. Por ejemplo, al hablar de la
renuncia a un mundo sin diferencias (p. 53), se habla de la defensa de la
comunicación, que más bien sería propio de la caridad, ya que se busca cómo
llegar al otro para su bien, o incluso prudencia, ya que se ve cuál es la mejor
manera de conseguir esa cercanía, esa relación; o al mencionar la renuncia a un
mundo de omnipotencia (p. 58), se hace refencia a conceptos como la tentación
de proclamarse inturbable o de gozar tanto de los placeres que uno se olvida de
su condición de creatura, siendo ambas tetanciones que llevan a pecados
propiamente identificables con la soberbia, y al vencer estas tentaciones uno vive
humildemente. A pesar de que es cierto que ciertas actitudes pueden ser
identificables con múltiples virtudes, dependiendo del eje desde el cual se las
examine, una exposición como la del P. Thévenot da al lector, por el contrario,
pocas facilidades para identificar la castidad puesta en práctica, dado que no solo
no tiene un marco de definición claro, pues tiene uno cuestionable, sino que
además se presentan algunos ejemplos vagos, y otros útiles, que, como un todo,
no refuerzan mucho la metodología de identificación y aplicación de la castidad
en la vida del lector.
Haciendo hincapié en un ejemplo muy concreto, dice el texto: “se prodría decir
que si todo pecado contra la castidad es un transgresión sexual, no toda
transgresión sexual es un pecado” (p. 57). Bien, pues, este es un buen ejemplo de
la ambigüedad presente en el texto, pues, podríamos preguntarnos: ¿qué se
entiende por “transgresión sexual”? Ya que si nos ceñimos al vocabulario que ya
conocemos, podríamos definirla como un acto en contra de la ley natural de la
sexualidad. Sin embargo, esto sí constituiriía pecado, dado que actuamos contra
la ley natural que está grabada en nuestros corazones, dándonos indicios de la
Voluntad divina (Rm 2, 14). Entonces, nos tendríamos que ceñir a alguna
definición personal del autor que no es proporcionada en el texto mismo,
ejemplificando perfectamente cómo, por momentos, el texto llega a ser vacío y
objetivamente inentendible.
Para finalizar, con certeza se puede afirmar que la castidad permite rechazar
relaciones pseudo-espirituales con Dios (p. 61), sin embargo, no es algo tan
propio de la castidad como lo es de la humildad, ya que es por la relación
verdaderamente espiritual con Dios verdaderamente humilde que uno puede ser
casto en primer lugar. Por tanto, nuevamente esto reafirma un concepto
entremezclado de castidad que habría que aclarar para llegar a reflexiones
fructíferas. De la misma manera, se afirma que “la castidad me hace descubrir
que en realidad la alegría en Dios no llena” (p. 61) cuando el mismo padre de la
Iglesia, San Agustín, afirma, por el contrario, que: “fecisti nos ad Te et inquietum
est cor nostrum, donec requiescat in Te” (“nos hiciste para Ti y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en Ti”) (Confesiones, 1, 1, 1). San Agustín nos
enseña que el gozo solo puede ser completo cuando recae en Aquel que es infinito
(por definción, dado que es el Ser Subsistente, como es revelado en Ex 3, 14). De
manera análoga, encontramos que mientras el P. Thévonet afirma que son
reprochables declaraciones como “Dios me basta”, Santa Teresa de Jesús, doctora
de la Iglesia, enseña con sus versos poéticos en su poema “Nada te turbe”:
“Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa,
Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta.”
¿Solo Dios basta? ¡Pues por supuesto! ¿Dé qué otro negocio nos debemos ocupar
que el de nuestra salvación, es decir, los negocios de Dios? Decía el Divino
Maestro fuerte y claro: “Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se
os dará por añadidura” (Mt 6, 33).
Vemos, entonces, una clara contradicción lógica al interpretar las palabras del
autor (“la castidad me hace descubrir […]”) según los criterios milenarios de la
Iglesia respecto a la plenitud con que Dios llena al ser humano, lo cual nos lleva
a inferir que, una vez más, el autor emplea un lenguaje ambiguo de sentido
alegórico cuyo significado es ajeno a lo explicado en el texto, contribuyendo poco
al entendimiento del tema y más bien propiciando un clima de confusión.