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Vol’jin: Sombras de la Horda

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Michael A. Stackpole

LA GUERRA YA ESTÁ AQUÍ


Vol’jin es el valiente líder de la tribu Lanza Negra. Su fuerza y astucia
son temidas incluso entre los defensores más exaltados de la Horda.
Ahora, en el legendario continente de Pandaria, el jefe trol se enfrenta
a su prueba más importante, una prueba que puede redefinir su objetivo
en el mundo de...

Los asesinos del Jefe de Guerra Garrosh atacan a Vol’jin, dejándolo al


borde de la muerte. Pero el destino sonríe al líder de los Lanza Negra
cuando el famoso maestro Chen Cerveza de Trueno lo recoge y se lo
lleva a un seguro monasterio de una aislada montaña. Allí, Vol’jin
tendrá que lidiar con el ardiente odio que se profesan la Alianza y la
Horda mientras lucha por recuperarse junto a un misterioso soldado
humano.

Pero este no será el único problema para Vol’jin. Al poco tiempo, se


verá envuelto en la invasión de Pandaria llevada a cabo por los
Zandalari, venerados trols impulsados por sueños de conquista y poder.
Esta antigua tribu ofrece a Vol’jin la oportunidad de alcanzar la gloria,
que es el derecho de nacimiento de todos los trolls... una oferta muy
tentadora tras la traición de Garrosh.

Entre estos inquietantes acontecimientos, Vol’jin es sacudido por


intensas visiones que representan la grandeza de su historia. Dudando
de su lealtad, sabe que debe tomar una decisión sobre su propio destino:
salvar a su pueblo o condenarlo a languidecer bajo el talón de Garrosh
en las...

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Vol’jin: Sombras de la Horda

Michael A. Stackpole

EDITADO POR HUSSERL MARVIN

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Michael A. Stackpole

AGRADECIMIENTO
El más sincero agradecimiento a Leandro por todo el esfuerzo,
dedicación y tiempo que nos brinda a todos los fans de Blizzard, es
gracias a su ayuda que podemos hacerles llegar estas maravillosas
obras.

Con aprecio.

Su equipo de Lim-Books.

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Vol’jin: Sombras de la Horda

Dedicado a todos los jugadores World of Warcraft, que han hecho


que un mundo fascinante sea aún mucho más divertido.

(Sobre todo a aquellos que, sin que ellos lo supieran y por puro
azar, me han salvado más de una vez)

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Michael A. Stackpole

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Vol’jin: Sombras de la Horda

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Michael A. Stackpole

PRÓLOGO

Esa noche, las visiones parecieron burlarse de Vol'jin. Se halló


rodeado de combatientes, a todos los cuales reconoció. Los había
reunido para realizar un ataque final contra Zalazane, para poner
fin a su locura y liberar las Islas del Eco en nombre de los Lanza
Negra. Cada uno de los combatientes adoptó la forma de un cubo
de jihui, dispuesto de tal manera que mostrara su cara más
poderosa. No había ningún brulote entre ellos, pero eso no le
sorprendió a Vol’jin.

Él era el brulote, aunque todavía no estaba girado para mostrar su


faz más poderosa. No, en esta lucha desesperada, no se iba a
destruir a sí mismo. Ayudado por Bwonsamdi, iban a acabar con
Zalazane y reclamarían para sí las Islas del Eco.

¿Quién es este trol que tiene recuerdos de una campaña heroica?


Dime, ¿quién eres?

Vol’jin se volvió, al escuchar el clic de un cubo al girar para


mostrar una nueva cara. Se sentía atrapado dentro de ese cubo, a
pesar de que era translúcido, y le desconcertó que no hubiera
ningún símbolo en ninguna de sus caras.

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Vol’jin: Sombras de la Horda

—Soy Vol’jin.

Bwonsamdi se materializó en un mundo gris de niebla revuelta.

— ¿Y quién es ese tal Vol’jin?

Esa pregunta lo dejó estupefacto. El Vol’jin de esa visión era el


líder de los Lanza Negra, pero nada más. La noticia de su muerte
debía de estar llegando ahora a oídos de la Horda. Aunque tal vez
no hubiera llegado aún. En el fondo de su corazón, Vol’jin esperaba
que sus aliados se hubieran demorado, de modo que 6arrosh tuviera
que sufrir un día más preguntándose obsesivamente si su plan había
funcionado o no.

No obstante, esa no era la respuesta a la pregunta. En puridad, ya


no era el líder de los Lanza Negra. Quizá todavía estos podrían
mostrarle cierto respecto, pero ya no podía darles órdenes. Sabía
que se resistirían ante cualquier intento de conquista por parte de
Garrosh y la Horda; sin embargo, en su ausencia, podrían llegar a
hacer caso a algún emisario que les ofreciera protección. Sí, podría
perderlos para siempre.

¿Quién soy?

Vol’jin se estremeció. A pesar de que se consideraba superior a


Tyrathan Khort, al menos el humano podía moverse y no vestía con
ropajes propios de un enfermo. Al menos ese humano no había sido
traicionado ni asesinado por un rival. No cabía duda de que ese
Tyrathan había aceptado la filosofía pandaren en cierto modo.

Aun así, el humano había titubeado cuando no debería haberlo


hecho. Sí bien Vol'jin era consciente de que solía mostrarse
dubitativo para que los pandaren lo subestimaran, también sabía
que no siempre vacilaba por esa razón. Como cuando había dudado
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Michael A. Stackpole

después de que Vol'jin hubiera alabado su movimiento; esa vez


había titubeado de verdad, muy a su pesar.

Vol’jin alzó sus ojos hacia Bwonsamdi.

—Soy Vol’jin. Sé quién era, pero no sé quién voy a ser. Esa


respuesta solo puedo descubrirla yo mismo. Por ahora,
Bwonsamdi, esta respuesta es más que suficiente.

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Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO UNO

Al maestro cervecero Chen Cerveza de Trueno le gustaba todo; no


podía pensar en nada que no le gustara. Aunque, ciertamente, había
algunas cosas que le gustaban menos que otras. Por ejemplo, no le
hacía mucha gracia tener que esperar a que su última cerveza
fermentara y madurara hasta el punto de que pudiera probarla. Y
no se sentía así porque estuviera ansioso por degustar su sabor,
pues ya sabía cómo sería: fantástico. Lo que menos le gustaba de
ese tiempo de espera era que le dejaba mucho tiempo libre para
pensar en nuevas cervezas, con nuevos ingredientes, en las que
quería ponerse a trabajar de inmediato.

Pero la fabricación de una cerveza lleva tiempo y mucho mimo.


Como todo el equipamiento de la cervecería estaba dedicado a
producir esa última remesa, no le quedaba más remedio que esperar
para poder confeccionar una nueva. Eso significaba que debía
buscarse alguna distracción, ya que si no, se volvería loco de tanto
esperar, hacer planes y darle vueltas a la cabeza.

En el mundo exterior, en las tierras de Azeroth, siempre le había


resultado fácil hallar distracciones. Siempre había alguien al que
no caías bien, o alguna criatura hambrienta que quería devorarte...

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Michael A. Stackpole

y el mero hecho de tener que enfrentarse a ambos tipos de amenaza


obraba maravillas a la hora de distraer a una mente ociosa. Además,
había lugares que habían sido algo distinto, o se estaban
convirtiendo en algo diferente, o se habían convertido en otra cosa
que quizá los transformara de nuevo en lo que habían sido. A lo
largo de sus viajes, había visto muchísimos lugares así; e incluso
había ayudado a transformarse a algunos.

Chen suspiró y dirigió su mirada hacia el centro de esa serena aldea


de pescadores. Ahí estaba su sobrina, Li Li, entreteniendo a una
decena de cachorros de la aldea Binan; la mayoría de ellos eran
oriundos del lugar, aunque unos pocos eran refugiados. Chen
estaba bastante seguro de que la intención inicial de su sobrina
había sido contarles alguna historia sobre los viajes de su tío a
lomos de Shen- zin Su, la Gran Tortuga; sin embargo, su plan
original había quedado en agua de borrajas. O a lo mejor sí les
estaba contando una historia y, simplemente, había recabado su
ayuda para interpretar la escena. Sin lugar a dudas, ese relato
trataba sobre una lucha, en la que, al parecer, ella se veía rodeada
por una manada de jóvenes pandaren.

— ¿Va todo bien, Li Li?

La esbelta muchacha logró emerger de un proceloso mar de pelaje


blanco y negro.

— ¡Perfectamente, tío Chen!

Pero la frustración que se reflejaba en su mirada contradecía sus


palabras. En ese instante, Li Li se agachó, cogió a un cachorro
flacucho de la manada y lo arrojó a un lado, aunque, acto seguido,
desapareció bajo una avalancha de cachorros gritones.

Chen pensó que debía intervenir, pero titubeó. Li Li no se


encontraba realmente en peligro y era una muchacha muy tozuda.
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Vol’jin: Sombras de la Horda

Si necesitaba ayuda, ya la acabaría pidiendo. Además, si intervenía


antes de que se la pidiese, pensaría que él dudaba de que fuera
capaz de cuidar de sí misma y se enfurruñaría durante un tiempo, y
odiaba que hiciera eso. También se sentiría ofendida y haría algo
para demostrar que era capaz de cuidar de sí misma, con lo cual
podría acabar metida en un problema aún mayor.

Aunque esas eran las principales razones que justificaban que no


interviniera, los incesantes cuchicheos y chasquidos de lengua en
señal de desaprobación de las dos hermanas Chiang le dieron otra
más. Ambas ancianas eran bastante mayores como para recordar el
momento en que Liu Lang había abandonado por primera vez
Pandaria, o eso decían. Aunque su piel era más blanca que negra,
salvo allá donde esta se había oscurecido alrededor de sus ojos,
Chen daba por sentado que no podían ser tan mayores. Habían
vivido toda su vida en Pandaria y llevaban muy poco tiempo
compartiendo su existencia con aquellos que vivían en la Isla
Errante. Como tenían ciertos prejuicios contra aquellos que
«seguían a la tortuga», Chen había disfrutado mucho al obrar de un
modo contrario al que esperaban, pues así las había dejado
totalmente desconcertadas.

Para ellas, Li Li solo era una más de los perros salvajes de la


tortuga. Como era impulsiva y pragmática, estaba siempre
dispuesta a actuar de inmediato y tenía cierta tendencia a
sobrestimar sus habilidades, Li Li era un buen ejemplo de pandaren
que seguía la filosofía huojin. La gente con ese espíritu aventurero
era la que había partido a lomos de la tortuga o se había aventurado
en Terrallende. Para la mentalidad de las hermanas Chiang, tal
comportamiento era imperdonable o no tenía mérito alguno.

Como tampoco lo tenían quienes obraban de tal manera.

Si, por mera cuestión de personalidad, Chen fuera alguien al que


no le gustasen ciertas cosas, sin ningún género de dudas, le habrían
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caído mal las hermanas Chiang. Sin embargo, él les había cogido
un cierto cariño. Chen, además de haber montado la Cervecería
Cerveza de Trueno, donde elaboraba unos brebajes fantásticos,
había vagado por Pandaria para aprender más sobre ese lugar que
había decidido que iba a ser su hogar. Entonces, se había
encontrado con esas dos hermanas solteronas, que intentaban
cultivar como buenamente podían un pequeño huerto, que había
permanecido desatendido durante el asedio yaungol, y se había
ofrecido a ayudarlas.

A pesar de que ni siquiera se dignaron a responder a su


ofrecimiento, decidió echarles una mano. Reparó las vallas y
arrancó las malas hierbas. Colocó nuevas piedras en el sendero que
llevaba hasta la puerta de su casa. Entretuvo a sus bisnietos
haciendo las veces de tragafuegos. Barrió y trajo agua y leña. Hizo
todo eso bajo su mirada desaprobadora y lo hizo únicamente
porque, bajo esa capa de desconfianza, era capaz de distinguir una
incredulidad que teñía su mirada.

Cuando ya llevaba mucho tiempo trabajando muy duro para esas


ancianas sin que estas se dignaran siquiera a cruzar una palabra con
él, llegó el día en que, por fin, oyó sus voces; aunque ni se dirigían
a él ni hablaban con él, sino que solo le mencionaron mientras
conversaban entre ellas. La hermana mayor dijo:

—Hoy me apetece comer guramis tigre.

La hermana menor se limitó a asentir.

Chen fue consciente de que, en realidad, eso era una orden, así que
la cumplió con sumo tacto y cuidado. Se acercó al mar y los tres
primeros peces que pescó fueron, precisamente, tres guramis. El
último lo reservó para las hermanas y el más grande se lo dio a una
refugiada, a la mujer de un pescador que tenía cinco cachorros y
cuyo marido seguía desaparecido como muchos otros.
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Vol’jin: Sombras de la Horda

Era consciente de que si les hubiera dado el primer pez a las


ancianas, estas habrían considerado ese gesto como una señal de
que había pescado apresuradamente. Si les hubiera entregado los
tres peces, habrían considerado que tenía cierta tendencia a alardear
de sus logros de un modo excesivo. Y si les hubiera dado el más
grande, que era mucho más de lo que ambas podían comer, habría
demostrado que carecía de discreción y no sabía calcular bien. Pero
al haber actuado así, había demostrado poseer muy buen juicio,
tener mucha consideración y ser muy caritativo.

Chen sabía que, probablemente, su peculiar relación con las


hermanas no iba a hacerle ganar muchos amigos o apoyos. Mucha
gente que había conocido a lo largo de sus viajes las habría
considerado unas desagradecidas y habrían optado por ignorarlas.
Sin embargo, para Chen, eran un medio a través del cual podría
descubrir muchas cosas sobre Pandaria y sobre esa gente que se iba
a convertir en sus vecinos.

Quizá incluso en su familia.

Si podíamos tomar a Li Li como un gran ejemplo de la filosofía


huojin, entonces, las hermanas Chiang eran, sin duda, unas buenas
representantes de la filosofía tushui. Esas ancianas eran más dadas
a la contemplación y evaluaban los actos de la gente según unos
ideales de justicia y moralidad; aunque esos ideales podrían
considerarse la versión estrecha, provinciana y pueblerina de unos
conceptos mucho más amplios y elevados. De hecho, los grandes
ideales de justicia y moralidad podrían parecer algo demasiado
ostentoso para gente como las hermanas Chiang.

A Chen le gustaba pensar que era capaz de equilibrar ambas


filosofías. Era capaz de mezclar y encajar tanto la huojin como la
tushui, o eso se decía a sí mismo. Aunque, en realidad, tendía a ser
más huojin cuando se aventuraba en el mundo. Pero aquí, en
Pandaria, un lugar de verdes valles y altas montañas donde la gente
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Michael A. Stackpole

gozaba de una vida sencilla, la filosofía tushui parecía ser la más


adecuada.

En el fondo, era eso precisamente de lo que Chen necesitaba


distraerse realmente. No necesitaba olvidarse de sus nuevos
proyectos cerveceros, sino de las dudas que le corroían, pues estaba
convencido de que, algún día, tendría que elegir entre una u otra
filosofía. Si Pandaria iba a ser su hogar, si lograba dar con una
esposa y fundaba una familia, los días de aventuras quedarían atrás.
Se convertiría únicamente en un maestro cervecero regordete, con
un delantal como armadura, que intentaba regatear con los
granjeros, para pagarles el grano al menor precio posible, y discutía
con los clientes sobre si el precio de una jarra era caro o barato.

Sí, esa no sería una mala vida. Qué va. En ese instante, Chen apiló
la leña de las hermanas Chiang con sumo cuidado. Pero ¿sería
suficiente?

Los chillidos de los cachorros llamaron su atención de nuevo. Li Li


seguía caída en el suelo y no se levantaba. Una chispa prendió
dentro de él; la antigua llama de la sed de batalla. Oh, sí, tenía tantas
historias que contar sobre tantos grandes conflictos. Había luchado
junto a Rexxar y Vol’jin y Thrall. Rescatar a su sobrina no sería
nada comparado con esas batallas y, además, estaba seguro de que
si algún día se decidía a contar esas historias, su cervecería se
volvería muy popular; sin embargo, el mero hecho de entrar en
acción aplacaba cierta ansia que anidaba en su interior.

Algo que desafiaba al tushui.

Chen se acercó corriendo y atravesó esa marea de cuerpos entre-


lazados que no paraban de agitarse. De uno en uno, agarró a los
cachorros por el pescuezo y los arrojó a un lado y a otro. Como
eran, básicamente, piel y músculo, rebotaron contra el suelo,
rodaron por él y acabaron retorciéndose sobre él. Unos cuantos
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Vol’jin: Sombras de la Horda

chocaron contra otros y terminaron tumbados patas arriba. No


obstante, se desenreda-ron ellos solos y, al instante, se pusieron de
pie, dispuestos a volver a arremeter contra Li Li.

Chen rugió con un gruñido en el que mezcló, en las dosis justas,


una advertencia educada y una verdadera amenaza.

Los cachorros se quedaron paralizados.

El pandaren de más edad se enderezó y, por puro instinto, los


demás cachorros hicieron lo mismo.

— ¿Qué estaba pasando aquí exactamente?

Uno de los cachorros más audaces, Keng-na, señaló a Li Li, quien


permanecía en el suelo.

—La señorita Li Li nos estaba enseñando a luchar.


—He sido testigo de algo que no era una lucha, ¡sino un alboroto!
—Chen negó con la cabeza de manera exagerada—. Y armar
alborotos no servirá de nada si los yaungol regresan. Deben recibir
un entrenamiento adecuado. Y, ahora, ¡compórtense!

Chen se puso firme nada más dar la orden, y los cachorros lo


imitaron a la perfección.

Chen tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír mientras


ordenaba a los cachorros, de uno en uno o en grupos, que fueran a
recoger leña o a traer agua para las hermanas, así como arena para
el sendero de la entrada de la casa de las ancianas y escobas para
limpiarlo. Entonces, dio una fuerte palmada con sus zarpas y los
críos se dirigieron a toda velocidad a cumplir sus cometidos, como
unas flechas que hubieran sido disparadas desde unos arcos muy
tensos. Aguardó a que todos se marcharan para tenderle una garra
a Li Li.
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Michael A. Stackpole

Su sobrina contempló detenidamente esa zarpa y frunció la nariz


en un gesto inequívoco de indignación.

—Les habría vencido.


—Por supuesto, pero ese no era el fin del ejercicio, ¿verdad?
— ¿Ah, no?
—No, les estabas enseñando a imbuirse del espíritu de la
camaradería. Ahora solo son un pequeño pelotón desorganizado.
—Chen sonrió—. Pero si se les inculca un poco de disciplina, si se
les asignan y reparten tareas, quizá lleguen a ser muy útiles.

Esa última frase la dijo en voz más alta para que la oyeran las
hermanas, pues ellas serían las primeras beneficiadas de que esa
turba incontrolable se disciplinase.

Si bien Li Li contemplaba la zarpa de su tío con cierta suspicacia,


al final se agarró a ella para poder levantarse. Acto seguido, se
colocó la túnica en su sitio y se ajustó la faja.

—Son peores que una manda de kobolds.


—Por supuesto. Son pandaren. —Esto también lo dijo en voz alta,
para que las hermanas Chiang pudieran oírlo. Entonces, bajó de
nuevo la voz—. Admiro tu capacidad de contención.
—Pues sí. —Se frotó el antebrazo izquierdo—. Sobre todo si
tenemos en cuenta que alguno de ellos me estaba mordiendo.
—Como bien sabes, siempre hay alguien que muerde en una pelea.

Li Li permaneció un momento meditabunda y, a continuación,


sonrió.

—Eso es irremediable. Gracias, por cierto.


— ¿Por?
—Por quitármelos de encima.

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Vol’jin: Sombras de la Horda

—Oh, lo he hecho por puro egoísmo. Ya estaba harto de trabajar


por hoy. Y como no había ningún grúmel por aquí para ayudarme,
le he encomendado mis tareas a tu pequeño ejército.

Li Li arqueó una ceja.

—No me estarás tomando el pelo, ¿eh?

Chen estiró el cuello y bajó la mirada hacia ella.

—Resulta inconcebible que yo pudiera llegar a pensar que una


sobrina mía, que es toda una experta en artes marciales, fuera a
necesitar mi ayuda para lidiar con unos simples cachorros. Es decir,
si hubiera pensado así, simplemente, no te habría ayudado. No
serías mi sobrina.

Li Li permaneció un momento inmóvil, con el ceño fruncido. Chen


pudo apreciar que movía los ojos muy rápido, tan rápidamente
como le estaba dando vueltas en su cabeza a ese razonamiento.

—Vale, sí. Gracias, tío Chen.

Chen se echó a reír y le rodeó un hombro con uno de sus brazos.

—Tratar con cachorros es un trabajo agotador.


—Cierto.
—En mi caso, claro está, solo tuve que ocuparme de uno, pero era
un horror.

Li Li le propinó un leve codazo en las costillas.

—Aún lo soy.
—No podría estar más orgulloso.

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Michael A. Stackpole

—Creo que sí. —Se giró y se liberó de su brazo—. ¿Estás


decepcionado porque no te he pedido que me dejes trabajar contigo
en la cervecería?
— ¿Por qué dices eso?

Se encogió de hombros inquieta y clavó su mirada en el Valle de


los Cuatro Vientos, donde se encontraba la Cervecería Cerveza de
Trueno.

—Porque cuando estás ahí, eres feliz. Puedo verlo. Te encanta.

Chen sonrió irónicamente.

—Así es. ¿Quieres saber por qué no te he pedido que dejes de


vagabundear y te quedes aquí conmigo?

A Li Li se le iluminó la cara.

—Sí, quiero saberlo.


—Porque, querida sobrina, necesito una socia que aún tenga sed de
aventuras. Si necesito musgo de Durotar que solo se encuentra en
el fondo de ciertas cuevas, ¿quién me lo traerá? ¡Y a buen precio,
además! La cervecería es una gran responsabilidad. No puedo irme
sin más y desaparecer meses o años. Así que necesito a alguien que
viaje por mí y en quien pueda confiar, alguien que, algún día, pueda
regresar y sustituirme.

—Pero yo no estoy hecha para ser una maestra cervecera.

Chen hizo un gesto despectivo con la mano.

—Puedo contratar a un maestro cervecero con tendencia al


sedentarismo cuando quiera. Pero solo una Cerveza de Trueno
podrá dirigir esta cervecería. Aunque a lo mejor acabo contratando

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Vol’jin: Sombras de la Horda

a un apuesto maestro cervecero, para que puedas casarte con él y


tener...
— ¿Unos cachorros que la heredarían? —Li Li negó con la
cabeza—. Estoy segura de que la próxima vez que nos veamos tú
ya tendrás tu propia camada de cachorros.
—Pero siempre me alegraré de verte, Li Li. Siempre.
Chen sospechó que Li Li le habría dado en ese momento un abrazo,
y él se lo habría devuelto alegremente, si no fuera porque
concurrieron dos circunstancias. La primera, que las hermanas los
estaban mirando y esa muestra de emoción desbordada les habría
hecho sentirse muy incómodas. Y la segunda y, sin embargo, más
importante, que Keng-na atravesó corriendo el huerto, aullando y
con los ojos desorbitados.
—Maestro Chen, hay un monstruo en el río. ¡Un monstruo enorme!
Es azul y tiene el pelo rojo y está terriblemente herido. Está
agarrado a la orilla. ¡Y tiene garras!
—Li Li, reúne a los cachorros. Mantenlos alejados del aljibe. Y no
me sigas.
Su sobrina lo miró fijamente.
—Pero ¿y si…?
—Si necesito tu ayuda, gritaré. Vete, deprisa. —Entonces, posó su
mirada sobre las hermanas—. Me parece que se avecina tormenta.
Será mejor que entren en casa. Y cierren la puerta con llave.

Durante un momento, clavaron su mirada en él de manera


desafiante, pero no dijeron esta boca es mía. Chen se fue corriendo,
sorteó el huerto y utilizó el cubo de madera que había dejado tirado
Keng-na como punto de referencia para poder orientarse. No le
resultó difícil ver qué camino había seguido el crío gracias al rastro
de hierbas aplastadas que había dejado. Para cuando se halló a
medio camino del dique, vio al monstruo.

Lo reconoció inmediatamente. ¡Era un trol!

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Michael A. Stackpole

Keng-na había estado en lo cierto. El trol había sufrido unas heridas


lacerantes muy graves. Tenía la ropa hecha jirones y la carne que
se hallaba debajo de esas prendas no se encontraba en un estado
mucho mejor. El trol había logrado salir a medias del río; sus garras
y uno de sus colmillos estaban clavados en la arcilla de la orilla y
eran lo único que lo mantenía anclado ahí.

Chen hincó una rodilla en el suelo y le dio la vuelta al trol.

— ¡Vol’jin!

Chen lo observó detenidamente y, sobre todo, se fijó en su gar-


ganta destrozada. Si no fuera por el leve hálito de aliento que
emergía del agujero que tenía abierto en el cuello y de la sangre
roja que aún manaba de sus heridas, el pandaren habría dado por
sentado que su viejo amigo estaba muerto. Aunque todavía podía
morir.

Chen agarró a Vol’jin de los brazos y lo sacó del río, lo cual no fue
nada fácil. De repente, oyó unas pisadas que procedían de la par-te
superior de la orilla y, al instante, Li Li agarró a Vol’jin del hombro
izquierdo, para ayudar a su tío.

Sus miradas se cruzaron.

—Me ha parecido oírte gritar.


—Tal vez lo he hecho. —Chen volvió a hincar una rodilla en el
suelo y, acto seguido, alzó al trol en sus brazos—. Mi amigo Vol’jin
está gravemente herido. Quizá incluso lo hayan envenenado. No sé
qué estaba haciendo aquí. Tampoco sé si vivirá.
—Así que este es el Vol’jin que aparece en todas tus historias. —
Li Li contempló con los ojos desorbitados a esa criatura
destrozada—. ¿Qué vas a hacer?
—Todo lo que se pueda hacer por él en este lugar. —Chen alzó la
vista hacia la Cima Kun-Lai, hacia el Monasterio del Shadopan que
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Vol’jin: Sombras de la Horda

se erigía allá arriba—. Voy a llevármelo para allá. A ver si los


monjes tienen sitio para otro de mis expósitos.

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CAPÍTULO DOS

Vol’jin, un cazador de las sombras de la tribu Lanza Negra, no se


podría haber imaginado una pesadilla peor. No podía moverse. Ni
un músculo, ni siquiera podía abrir los ojos. Sus extremidades
permanecían rígidas. Fuera lo que fuese lo que las inmovilizaba
parecía ser algo tan pesado como un cabo de barco y más robusto
que una cadena de acero. Le dolía hasta respirar y, además, no
podía inhalar hondo. Habría dejado de hacer el esfuerzo de respirar
si no fuera por el extenuante temor de que pudiera dejar de hacerlo
para siempre. Mientras pudiera temer que se podría quedar sin
respiración, eso significaba que seguía vivo.

Pero ¿lo sigo estando?

Por ahora, sí, hijo mío. Por ahora, sí.

Vol’jin reconoció la voz de su padre al instante, aunque era


consciente de que no la estaba escuchando realmente con los oídos.
Intentó girar la cabeza en la dirección de la que esas palabras pare-
cían proceder, pero le fue imposible; no obstante, su consciencia sí
marchó a otro lugar. Se vio junto a su padre, Sen’jin. Avanzaba al

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Vol’jin: Sombras de la Horda

mismo ritmo que él, pero no estaban caminando. Aunque se


movían, Vol’jin no sabía cómo lo hacían ni hacia dónde iban.

Si no estoy muerto, entonces debo de estar vivo.

Entonces, oyó una voz, fuerte y grave, que procedía del otro lado,
de su izquierda.

Tu destino pende de un hilo, la balanza puede inclinarse a


cualquier lado, Vol’jin.

El trol dirigió su conciencia hacia el punto de origen de esa voz.


Una figura, que se asemejaba a un temible trol y poseía un rostro
que a Vol’jin le recordó a una máscara rush’kah, lo escrutó con
unos ojos inmisericordes. Era Bwonsamdi, el loa que servía a los
trols como el guardián de los muertos, que estaba negando
lentamente con la cabeza.

¿Qué voy a hacer contigo, Vol’jin? Los Lanza Negra no me ofrecen


los sacrificios que deberían brindarme, a pesar de que os ayudé a
liberar su hogar de Zalazane. Y ahora, te aferras a la vida cuando
deberías entregarte a mí para que te cuide. ¿Acaso los he tratado
mal? ¿Acaso no merezco su veneración?

Pese a que Vol’jin deseó desesperadamente poder cerrar los puños,


sus manos permanecieron inertes, presas de una gran debilidad,
como si fueran las extremidades de un muerto.

Aún tengo cosas que hacer.

El loa se rió y sus carcajadas fueron como unos latigazos para el


alma de Vol’jin.

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Michael A. Stackpole

Escucha a tu hijo, Sen’jin. Si le dijera que le ha llegado su hora,


me respondería que debe atender ciertas necesidades de suma
importancia. ¿Cómo es posible que criaras a un hijo tan rebelde?

La risa de Sen’jin fue como una neblina fresca y reconfortante que


bañó el cuerpo torturado de Vol’jin.

Yo le enseñé que los loa respetan la fuerza y la voluntad. Si te


quejas de que no te ha ofrecido suficientes sacrificios, no es lógico
que te quejes de que desee tener más tiempo para poder brindarte
mayores ofrendas. ¿Acaso yo te aburro tanto que necesitas a mi
hijo para entretenerte?

¿Crees que se aferra tanto a la vida solo porque quiere servir-me,


Sen’jin?

Vol’jin notó que su padre sonreía.

Mi hijo puede tener muchas razones para seguir viviendo,


Bwonsamdi, pero debería bastarte con saber que una de ellas es
servir a tus propósitos.

¿Me estás diciendo cómo debo actuar, Sen’jin?

Únicamente te recuerdo, gran espíritu, lo que nos has enseñado a


hacer durante el largo tiempo que hemos estado a tu servicio.

Otra risa, unas carcajadas distantes, recorrieron delicadamente a


Vol’jin. Se trataba de otros loa. Unas eran punzantes y agudas;
otras, graves y estruendosas, lo cual sugería que Hir’eek y
Shirvallah estaban disfrutando de ese duelo verbal. Vol’jin se
regocijó, a pesar de que sabía que pagaría un alto precio por
tomarse esa libertad.

Un gruñido emergió de la garganta de Bwonsamdi.


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Vol’jin: Sombras de la Horda

Si hubieras estado dispuesto a rendirte fácilmente, te rechazaría,


Vol’jin, pues no serías un auténtico hijo mío. Pero debes saber esto,
cazador de las sombras: la batalla a la que te vas a enfrentar será
más terrible que cualquiera que hayas librado jamás. Vas a desear
haberte rendido, porque la pesada carga que tendrás que soportar
gracias a tu victoria te aplastará y reducirá a polvo.

En una fracción de segundo, Bwonsamdi se esfumó. Al instante,


Vol’jin buscó al espíritu de su padre, al que halló cerca, a pesar de
que se estaba desvaneciendo.

¿Vuelvo a perderte, padre?

No puedes perderme, Vol’jin, pues formo parte de ti. Mientras seas


fiel a ti mismo, siempre estaré contigo. En ese instante, volvió a
percibir la sonrisa de su padre. Y un padre que está tan orgulloso
de su hijo como yo jamás abandonará a su vástago.

Aunque las palabras de su padre exigían una honda reflexión


posterior, le proporcionaron también bastante consuelo como para
que no temiera por su vida. Iba a vivir. Iba a seguir haciendo que
su padre se sintiera orgulloso.

Se encaminaría directamente hacia ese terrible destino que


Bwonsamdi había predicho y lo doblegaría bajo su voluntad contra
todo pronóstico. Con esa firme convicción, su respiración se calmó,
su dolor menguó y se sumió en un oscuro y sereno pozo.

En cuanto recuperó la consciencia, Vol’jin se sintió totalmente


recuperado y muy fuerte; además, se dio cuenta de que estaba de
pie. Se hallaba en un patio, junto a millares de otros trols, donde un
ardiente sol lo azotaba mientras. Aunque le sacaban casi una
cabeza, ninguno hizo ningún comentario al respecto. De hecho,
ninguno de ellos parecía haberse percatado de su presencia.
27
Michael A. Stackpole

Era otro sueño. Otra visión.

No reconoció inmediatamente aquel lugar, aunque tenía la


sensación de que había estado ahí antes. O, más bien, mucho
tiempo más tarde, ya que esa ciudad aún no se había rendido al
avance de la jungla. Los grabados en piedra de los muros
permanecían nítidos y claros. Los arcos aún no estaban hechos
añicos. Los adoquines no estaban rotos ni habían sido robados. La
pirámide escalonada ante la cual todos se hallaban no había sufrido
los estragos del tiempo.

Se encontraba en medio de una gran multitud Zandalari; ese era el


nombre de la tribu trol de la que descendían todas las demás tribus.
Con el paso de los años, habían ganado en altura y gloria. En esa
visión, no parecían una tribu, sino más bien una casta sacerdotal,
muy poderosa y educada, destinada a ejercer el liderazgo.

Sin embargo, en la época de Vol’jin, ya no eran unos líderes tan


capaces como antes, ya que todos sus sueños permanecían
atrapados en ese pasado.

Así había sido el imperio Zandalari en la cúspide de su poder.


Antaño, había dominado Azeroth, pero acabó sucumbiendo ante su
propia grandeza. La codicia y la avaricia prendieron el fuego de las
intrigas. Se dividieron en facciones. Nuevos imperios se alzaron,
como el imperio Gurubashi, que envió al exilio a los trols Lanza
Negra de Vol’jin. No obstante, este imperio también cayó más
adelante.

Los Zandalari ansiaban el regreso de sus tiempos gloriosos. Una


época en que los trols eran una raza noble. En que los trols, unidos,
habían alcanzado cotas de poder con las que ni siquiera alguien
como Garrosh habría podido soñar.

28
Vol’jin: Sombras de la Horda

De repente, una magia muy antigua y poderosa invadió a Vol’jin,


suministrándole la clave de la respuesta a por qué estaba viendo, en
esos momentos, a los Zandalari. Sí, la magia de los titanes precedía
incluso a los Zandalari. Era más poderosa que ellos. Por muy alto
que los Zandalari se hubieran alzado sobre todas las cosas que
reptaban por la faz de la Tierra, los titanes se hallaban por encima
de ellos, al igual que su magia.

Vol’jin atravesó la muchedumbre como si fuera un espectro. Unas


sonrisas temerosas relucían en los rostros de los Zandalari; como
las que había visto en los de los trols cuando las trompetas
bramaban y los tambores redoblaban para invitarlos a entrar en
batalla. Los trols estaban hechos para mutilar y matar: Azeroth era
su mundo y todo lo que había en él les pertenecía. Aunque Vol’jin
podía no estar de acuerdo con otros trols sobre quiénes eran
realmente sus enemigos, era tan fiero como ellos en batalla y estaba
enormemente orgulloso de cómo los Lanza Negra habían derrotado
a sus adversarios y habían liberado las Islas del Eco.

Bwonsamdi debe de estar burlándose de mí con esta visión. Los


Zandalari soñaban con construir un imperio y Vol’jin deseaba lo
mejor para su pueblo. Vol’jin sabía cuál era la diferencia entre
ambas cosas, ya que planear una carnicería es muy sencillo, pero
planear un futuro es mucho más difícil. A un loa al que le gustaba
que sus sacrificios conllevasen sangre y batallas los planes de
Vol’jin le resultaban muy poco atractivos.

Vol’jin ascendió por la pirámide. Mientras subía, todo pareció


tornarse más sustancial. Si bien antes se había hallado en un mundo
silencioso, ahora podía percibir el murmullo de los tambores a
través de la piedra. La brisa acarició su liviano pelaje y le alborotó
el pelo; además, trajo consigo el dulce aroma de las flores, un
aroma un poco más intenso que el de la sangre derramada.

29
Michael A. Stackpole

Los tambores se adentraron en él. Su corazón latió al mismo


compás que ellos. Entonces, oyó unas voces. Unos gritos que
procedían de allá abajo. Unas órdenes de ahí arriba. Aunque no se
batió en retirada, dejó de ascender. Le dio la impresión de que
estaba ascendiendo por el tiempo como si emergiera de un lago. Si
alcanzaba la cima, estaría con los Zandalari y sentiría lo que ellos
sentían. Conocería su orgullo. Respiraría sus sueños.

Se convertiría en uno de ellos.

Pero no iba a permitirse ese lujo.

El futuro que había soñado para la tribu Lanza Negra tal vez no
emocionara a Bwonsamdi, pero era un sueño de vida y esperanza
para su pueblo. La Azeroth que habían conocido los Zandalari
había cambiado totalmente para siempre. Se habían abierto nuevos
portales y estos habían sido atravesados por pueblos nuevos. La
tierra se había hecho añicos, las razas habían mutado y se había
desatado más poder del que los Zandalari siquiera sabían que
existiera. Las diversas razas (los elfos, humanos, trols, orcos e
incluso los goblins, entre otros) se habían unido para derrotar a
Alamuerte, creando una estructura de poder que repugnaba y
ofendía a los Zandalari, pues estos ansiaban restablecer su dominio
sobre un mundo que había cambiado tanto que sus sueños nunca
podrían hacerse realidad.

Vol’jin se sorprendió a sí mismo pensando: Nunca es una palabra


muy poderosa.

En un abrir y cerrar de ojos, la visión cambió. Se encontraba en la


cúspide de la pirámide, contemplando los semblantes de los Lanza
Negra que se hallaban allá abajo. Eran sus Lanza Negra, quienes
confiaban en él y en su conocimiento del mundo. Si les decía que
podrían hacer renacer de sus cenizas toda esa gloria de antaño, lo
seguirían. Si les ordenaba tomar Tuercespina o Durotar, lo harían.
30
Vol’jin: Sombras de la Horda

Los Lanza Negra abandonarían esa isla como una avalancha que
arrasaría con todo a su paso, simplemente, porque él deseaba que
eso ocurriera.

Sería capaz de hacerlo. Podía vislumbrar la manera. Había sido


consejero de Thrall, ya que ese orco siempre había confiado en él
en cuestiones militares. Podía emplear los meses que tardara en
recuperarse en concebir las campañas y organizar las estrategias.
Si obraba así, solo un par de años después de regresar de Pandaria
(si era ahí donde todavía se hallaba), el estandarte Lanza Negra
sería ungido con sangre y más temido de lo que ya lo era.

¿Y qué ganaría con eso?

Que yo me sentiría satisfecho.

Vol’jin se giró. Bwonsamdi se alzaba ante él. Era una figura


titánica, que había vuelto sus orejas hacia el frente para poder
escuchar mejor esos gritos vibrantes procedentes de allá abajo.

Obtendrás mucha paz, Vol’jin. Ya que harás lo que tu naturaleza


trol te exige.
¿Ese es el destino de todos nosotros?
Los loa no requerimos que sean nada más. ¿Qué sentido tendría
que así fuera?

Vol’jin buscó una respuesta a esa pregunta. Y esa búsqueda lo llevó


a contemplar el vacío, cuya oscuridad lo alcanzó y lo envolvió,
dejándolo sin respuesta alguna y, ciertamente, sin paz alguna.

Vol’jin se despertó por fin. Supo que no era un sueño porque notó
que abría los ojos. Una tenue luz, filtrada por una gasa, los recibió.
Deseaba ver algo, pero eso requeriría que se quitara esas vendas. Y
eso, a su vez, requeriría que levantara una mano. Una tarea que le
resultó imposible. Su vínculo con su propio cuerpo era tan débil

31
Michael A. Stackpole

que no sabía si no podía levantar la mano porque se la habían atado


o porque se la habían cortado a la altura de la muñeca.

El mero hecho de descubrir que seguía vivo lo animó a recordar


cómo había resultado herido, pues hasta no estar seguro de que
lograría sobrevivir, le había parecido que realizar ese esfuerzo sería
en vano.

Sin que nadie se lo hubiera pedido y desafiando jubilosamente los


deseos de Garrosh Grito Infernal, Vol’jin había decidido viajar a
esa nueva tierra, Pandaria, para comprobar qué estaba haciendo ahí
la Horda de Garrosh. Como conocía la existencia de los pandaren
gracias a Chen Cerveza de Trueno, deseaba ver su hogar antes que
la guerra entre la Horda y la Alianza lo echara a perder. A pesar de
que no había viajado hasta ahí con ningún plan para detener a
Garrosh, Vol’jin llevaba un arco por si acaso, ya que, en su día, le
había amenazado con matarlo de un flechazo.

Entonces, se había topado con Garrosh, quien haciendo gala de su


habitual actitud nauseabunda, le había brindado a Vol’jin la
oportunidad de ayudar a la Horda. Este aceptó, pero lo hizo más
por poder llegar a ser un freno a las ambiciones de Garrosh que por
ayudar a la Horda. Poco después, Vol’jin partió junto a uno de los
orcos de confianza de Garrosh, Rak’gor Cuchilla de Sangre, y unos
cuantos otros aventureros reunidos para esa expedición cuyo
destino era el corazón de Pandaria.

Si comparábamos esa tierra con otras que había visitado


previamente, podría decirse que el cazador de las sombras disfrutó
del viaje. Las mismas montañas redondas que se hallaban
erosionadas y destrozadas en otros sitios, en Pandaria parecían
suaves y onduladas. Asimismo, las montañas escarpadas y hostiles
de otros lugares aquí parecían estar repletas de vitalidad, a pesar de
ser igual de abruptas. Las junglas y arboledas también rebosaban
de vida, aunque nunca parecían ocultar amenazas letales como, por
ejemplo, en Tuercespina. También había ruinas, pero solo porque
esos sitios estaban abandonados, no porque hubieran sido arrasados

32
Vol’jin: Sombras de la Horda

y enterrados. Mientras el resto del mundo había sido asolado por el


odio y la violencia, Pandaria no había sentido su azote.

Aún.

A Vol’jin le dio la impresión de que la tropa de la que formaba


parte había alcanzado su objetivo demasiado pronto. Rak’gor y dos
de sus asistentes habían partido montados sobre dracoleones para
explorar el camino que tenían por delante, pero Vol’jin no vio ni
rastro de ellos cuando el grupo llegó a la entrada de una cueva, cuyo
acceso estaba custodiado por unas enormes bestias humanoides
similares a los lagartos. Los aventureros se abrieron paso a golpe
de espada y se dispusieron a adentrarse en las oscuras
profundidades de la caverna.

Unos murciélagos negros chillaron y surgieron súbitamente de


entre los recovecos más escondidos. Vol’jin únicamente oyó sus
gritos tenuemente, por lo cual dudaba que los demás hubieran oído
algo aparte del aleteo de esas coriáceas. Entonces recordó que uno
de los loa, Hir’eek portaba forma de murciélago. ¿Acaso esto era
una advertencia de los dioses de que, si avanzamos más, no
encontraremos nada bueno?

El loa no le respondió, así que el Lanza Negra encabezó la marcha.


Mientras avanzaban, percibió una gélida sensación de
podredumbre que fue en aumento. Vol’jin se detuvo, se acuclilló y
se quitó un guante. Cogió un puñado de tierra húmeda y se lo acercó
a la nariz. A pesar de que el leve y dulce olor de la vegetación
podrida se mezclaba con el rancio hedor del guano de murciélago,
captó trazas de algo más. Sí, de saurok, sin duda alguna, pero había
algo más, eso era innegable.

Se tapó la nariz y cerró los ojos. Cerró el puño a medias y, acto


seguido, desmenuzó con el pulgar esa tierra, que se le escapó por
el resto de los dedos. En cuanto no le quedó más tierra en la mano,
la abrió de nuevo y la extendió. Tan liviana como una telaraña y

33
Michael A. Stackpole

con el aspecto caprichoso y retorcido del humo de una vela


apagada, la magia residual le acarició la palma de la mano.

Y sintió un picor como el que provocan las ortigas.

Este es un lugar realmente malévolo.

Vol’jin abrió los ojos de nuevo y se adentró aún más en esas cuevas
a través de un antiguo pasaje. Siempre que llegaban a alguna
bifurcación, los orcos tomaban posiciones para protegerse en
ambas direcciones. Mientras avanzaba con la mano derecha
abierta, el trol ni siquiera tuvo que rasgar el aire para hallar pistas.
Lo que había sido una tela de araña al principio se había ido
convirtiendo en una fibra y luego en un hilo, y amenazaba con
convertirse en un cordón y una cuerda. Además, todos y cada uno
de sus fragmentos contaban con pequeñas agujas. Aunque no
volvió a sentir dolor, la marca que le dejaba esa cosa en la mano
fue ensanchándose.

Para cuando esa magia aumentó hasta tener la anchura de un


robusto cabo de barco, se toparon con una enorme cámara vigilada
por el saurok más descomunal que habían encontrado hasta
entonces. Un lago subterráneo hirviente ocupaba la parte central de
la cámara, donde yacían cientos de huevos de saurok (quizá incluso
millares) que se aprovechaban de su calor mientras se gestaban las
crías.

Vol’jin alzó una mano para indicar a los demás que pararan. Había
un grajero en el mismo corazón del que surgía esa magia antes de
que Vol’jin tuviera la oportunidad de ser consciente de la
importancia del descubrimiento, el saurok se percató de su
presencia y lo ataco. El trol y sus aliados resistieron valientemente.
El saurok atacó con fiereza y, aunque al final el trol y los suyos
prevalecieron, todos resultaron heridos y acabaron ensangrentados.
Mientras cada uno de sus compañeros cuidaba de sus propias
heridas, Vol’jin se sintió obligado a investigar

34
Vol’jin: Sombras de la Horda

Silenciosamente, el trol vadeó ese lago poco profundo y extendió


los brazos ampliamente. Cerró los ojos y giró en círculo. Al
instante, esos invisibles cables mágicos se quedaron enganchados
como enredaderas en sus brazos y se retorcieron alrededor de todo
su cuerpo. Envuelto en ellos, mientras sentía su caricia abrasadora,
comprendió ese lugar como solo podría hacerlo un cazador de las
sombras.

Los espíritus gritaron de agonía, pues sufrían un dolor muy antiguo.


La esencia del saurok se adentró en él, reptando por su vientre
como la víbora que en su día, hace eones, se había retorcido por ese
frío suelo de piedra. Esa serpiente había sido muy fiel a sí misma,
tanto a su naturaleza como a su espíritu.

Entonces, la magia lo dominó. Una magia temible. Una magia que


era un volcán comparado con las ascuas que la mayoría de los
magos son capaces de controlar. Una magia que anegó a la
serpiente, cuyo espíritu dorado fue atravesado por un millar de
espinas negras. Después, esas espinas tiraron de ella en todas
direcciones, hacia arriba y hacia abajo, de dentro afuera y de fuera
adentro, separando incluso el pasado del futuro y la verdad de la
mentira.

En su mente, Vol’jin pudo ver cómo esas espinas tiraban y tiraban,


estirando esa esencia dorada hasta convertirla en algo semejante a
las tensas cuerdas de unos arcos. Al mismo tiempo, las espinas se
lanzaron al centro, arrastrando consigo esos hilos dorados,
enredándolos en una maraña arcana. Los hilos se retorcieron y
anudaron. Algunos se rompieron. Otros se unieron a nuevos
extremos.

Entretanto, la víbora chillaba Se había transformado en una nueva


criatura; una criatura medio demente por el calvario que acababa
de sufrir, pero aun maleable y manejable en manos de sus
creadores.

Y no era la única.

35
Michael A. Stackpole

El nombre de saurok emergió en su mente; un nombre que no había


existido antes de ese cruel acto de creación. Los nombres tienen
poder y ese nombre definió a esas nuevas criaturas. También
definió a sus amos y apartó el velo que cubría a la magia que se
había utilizado con este fin. Los mogu habían creado a los saurok.
Vol’jin sabía que los mogu eran unas tenues sombras que habitaban
en leyendas sombrías. Hacía mucho tiempo que habían muerto y
desaparecido.

Su magia, sin embargo, todavía existía. Una magia capaz de


rehacer algo de tal manera solo podía provenir de los albores del
tiempo, del principio de todas las cosas. Los titanes, los demiurgos
de Azeroth, habían utilizado una magia así en sus creaciones. El
increíble poder de tales hechizos no podía ser comprendido por una
mente cuerda, ni mucho menos dominada; no obstante, ese poder
alimentaba ciertos delirios de grandeza demenciales.

Al haber experimentado la creación de los saurok, Vol’jin logró


asimilar una verdad fundamental de esa magia. Pudo vislumbrar un
camino, solo el mero atisbo del resplandor de un sendero, cuyo
estudio podría proseguir. La misma magia que había creado a los
saurok, podría destruir a los murlocs que habían matado a su padre,
o provocar que los humanos involucionasen y se transformaran de
nuevo en vrykul, a partir de los cuales habían sido creados, sin duda
alguna. Cualquiera de esas proezas sería digna de ese poder y
justificaría las décadas que conllevaría su estudio y dominio.

El cazador de las sombras se sorprendió a sí mismo al pensar de


esa forma. Estaba cayendo en la trampa que, sin lugar a dudas,
había acabado con los mogu. La magia inmortal corrompía a los
mortales. No había manera de escapar de esa verdad. Y al
corromperse, su portador sería destruido y, probablemente, su
pueblo también.

Vol’jin, que había vuelto a abrir los ojos, se dio cuenta de repente
de que Rak’gor se encontraba ante él junto al resto de
supervivientes del grupo.

36
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Ya era hora de que aparecieras.


—El jefe de Guerra dice que estas criaturas están relacionadas con
los Mogu
—Los Mogu fueron sus creadores. Aquí se utilizó una malévola
magia negra —Vol’jin sintió un escalofrió al ver que el orco se
acercaba tranquilamente hacia él—, la magia negra no existe.

El orco le obsequio con una amplia y despiadada sonrisa.

—Sí, el poder de modelar la carne y crear unos guerreros increíbles,


Eso es lo que quiere el jefe de guerra

A Vol’jin se le hizo un nudo en el estómago.

— ¿Garrosh quiere jugar a ser dios? Ese no es el fin de la Horda.


—Nuestro líder creía que no lo aprobarías.

El orco lo atacó brutal e inmisericordemente y alcanzó a Vol’jin en


la garganta con su daga, obligándolo así a volverse violentamente.
Al instante, sus compañeros se sumaron a la batalla. Rak’gor y sus
aliados lucharon temeraria y desenfrenadamente, sin preocuparse
por su propia seguridad, muriendo en el intento. Tal vez Garrosh
los había convencido de que, gracias a esa nueva magia, podría
traerlos de vuelta de la muerte con un cuerpo y unas habilidades
excepcionales.

Vol’jin, que se hallaba con una rodilla hincada en el suelo, contuvo


a sus compañeros. Se llevó una mano a la garganta y cerró la herida.

—Garrosh se ha traicionado a sí mismo. Tiene que creer que


estamos muertos. Esa será la única manera de que podamos ganar
tiempo para poder detenerlo. Idos. Vigílenlo. Busquen a otros
como yo, Hagan un juramento de sangre. Por la Horda. Estén
preparados para cuando yo regrese.

Mientras lo abandonaban ahí a su suerte, pensaba realmente que lo


que les acababa de decir se iba a cumplir. Pero en cuanto intentó
ponerse en pie, una terrible agonía se apodero de él. Garrosh lo
37
Michael A. Stackpole

había planeado todo al detalle. La hoja de Rak’gor había sido


ungida con algún tipo de nocivo veneno. No se estaba curando
como debería y le flaqueaban las fuerzas. Luchó contra esa
sensación, contra esa niebla que nublaba su juicio.

Quizá lo hubiera logrado si, entonces, unos cuantos saurok no


hubieran dado con él. Más tarde, lograría recordar confusamente
que había luchado contra ellos y que sus hojas habían centelleado
en la oscuridad. Más tarde, lograría recordar el dolor de esas
heridas que se negaban a cerrarse y cómo el frío se había adueñado
de sus extremidades, así como que había corrido a ciegas por esos
pasadizos, golpeándose contra las paredes y tambaleándose,
aunque siempre se había obligado a ponerse en pie y seguir
avanzando.

Sin embargo, no sabía cómo había logrado salir de esa cueva ni


cómo había llegado hasta el lugar donde se hallaba ahora. Lo cierto
es que no olía como una caverna. Pese a que detectó en el aire algo
cautivadoramente familiar, ese algo se encontraba escondido bajo
el aroma de cataplasmas y ungüentos. No obstante, no iba a ir tan
lejos como para dar por sentado que se hallaba entre amigos.
Aunque el hecho de que hubieran cuidado de él parecía indicar eso
mismo. Quizá sus enemigos lo estaban tratando bien porque
pretendían entregárselo a la Horda a cambio de un rescate.

Lo que Garrosh les va a ofrecer por mí les va a decepcionar.

Ese pensamiento casi lo hizo reír, pero apenas era capaz de


formular un pensamiento coherente. Si bien se le tensaron los
músculos del estómago, enseguida se le relajaron por culpa de la
fatiga y el dolor. Aun así, el hecho de que su cuerpo experimentara
ciertas reacciones involuntarias lo calmó. La risa era propia de los
vivos, no delos muertos.

Al igual que recordar.

38
Vol’jin: Sombras de la Horda

El mero hecho de no estar muerto era suficiente por ahora. Vol’jin


respiró lo más hondo que pudo y, poco a poco, exhaló. Antes de
acabar de expulsar todo el aire, ya estaba dormido.

39
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO TRES

Chen Cerveza de Trueno, que se encontraba observando un patio


del Monasterio del Shadopan, notaba el frío pero no se atrevió a
exteriorizarlo. Allá abajo, donde había estado barriendo las
escaleras para quitarles una fina capa de nieve, una decena de
monjes, todos descalzos e incluso algunos de ellos con el torso
desnudo, se ejercitaban. Al unísono, con una disciplina que no
había visto jamás ni siquiera en las mejores tropas del mundo,
hicieron una serie de katas. Unos puños centellearon borrosamente
y unas nítidas patadas rasgaron el gélido aire de la montada. Sus
movimientos fluidos y vigorosos recordaban a cómo atraviesa un
desfiladero la furiosa corriente de los ríos.

Sin embargo, ellos no se dejaban llevar por la furia.

Mientras llevaban a cabo estos ejercicios marciales, los monjes


emanaban una sensación de paz. Se sentían contentos. A pesar de
que solía observarlos muy a menudo y nunca les había oído reírse
demasiado, Chen tampoco había detectado ningún atisbo de ira en
ellos. Ciertamente, eso no era lo que esperaba de unas tropas que
estaban concluyendo un entrenamiento, pero también era cierto que
nunca había visto a nadie como los Shadopan.

40
Vol’jin: Sombras de la Horda

— ¿Podemos hablar, maestro cervecero?

Chen se volvió e hizo ademán de dejar apoyada la escoba en la


pared, pero entonces se detuvo. Aunque no era el lugar adecuado
para dejarla, la petición de lord Taran Zhu no era realmente una
pregunta, así que no podía marcharse a dejarla donde debería. Así
que la escondió detrás de su espalda e hizo una reverencia al señor
del monasterio.

Taran Zhu mantuvo un semblante impasible. Aunque Chen no era


capaz de adivinar qué edad tenia aquel anciano monje, creía que
ese pandaren había nacido mucho antes que las hermanas Chiang.
Y eso no lo sabía porque pareciera viejo, ya que, en realidad, no lo
parecía, pues poseía la tremenda vitalidad de alguien de la edad de
Chen, o incluso de la edad de Li Li. Era otra cosa, algo que
compartía con el monasterio.

Algo que comparte con toda Pandaria.

Pandaria transmitía la difusa sensación de ser un lugar muy


antiguo. Si bien la Gran Tortuga era también muy anciana, y las
estructuras erigidas sobre ella eran muy vetustas, ninguna de ellas
daba la sensación de ser tan antiguo como aquel monasterio. Chen
había crecido entre edificios que se inspiraban en la arquitectura
pandaren, pero que, comparados con el original, eran como un
castillo de arena hecho por un cachorro. No es que no fueran
maravillosos, es que no eran lo mismo.

Chen, tras haberse mantenido inclinado respetuosamente durante


un largo rato, volvió a enderezarse.

— ¿Qué puedo hacer por ti?


—Ha llegado una misiva de tu sobrina. Tal y como le pediste, ha
visitado la cervecería y se ha asegurado de que todos sepan que no
41
Michael A. Stackpole

volverás en un breve espacio de tiempo. Ahora, se dirige al Templo


del Tigre Blanco. —El monje inclinó ligeramente la cabeza—. Por
eso último, me siento muy agradecido. El fuerte carácter de tu
sobrina es demasiado... incontrolable. Su última visita...
Chen asintió rápidamente.
—Será la última. Me alegra ver que el hermano Huon-kai ya no
cojea.
—Se ha recuperado, tanto en cuerpo como en espíritu. —Taran Zhu
entornó los ojos—. Lo mismo puede decirse en parte del último
refugiado que has traído. Según parece, el trol ha recuperado la
consciencia, aunque se cura lentamente.
—Oh, eso es maravilloso. O sea, no me refiero al hecho de que sane
con lentitud sino al hecho de que esté despierto. —Chen hizo
ademán de entregarle la escoba a Taran Zhu, pero titubeó—. Dejaré
esto en su sitio de camino a la enfermería.

El anciano monje alzó una zarpa.

—En estos momentos, está dormido. Sin embargo, me gustaría


hablar contigo sobre él y el humano que trajiste previamente.
—Sí, señor.

Taran Zhu se giró y, en un abrir y cerrar de ojos, ya había cruzado


un sendero que Chen no había limpiado aún. El monje se movía
con tal gracilidad que la seda de su túnica no emitía ni el más leve
susurro. Chen no pudo ver ni el más leve rastro de sus huellas en la
nieve y, al salir corriendo tras él, se sintió como un truenagarto con
pies de piedra.

El monje lo guió a través de la oscuridad por unas escaleras y unas


pesadas puertas hasta llegar a unos pasillos envueltos en penumbra
enlosados con piedras talladas. Dichas piedras habían sido
colocadas formando unos patrones muy interesantes que daban un
sentido global a ese conjunto de bloques, así como a los diseños
tallados en ellos. Las pocas veces que Chen se había presentado
42
Vol’jin: Sombras de la Horda

voluntario a barrerlos, se había pasado más tiempo contemplando


ensimismado esas líneas y tracerías que barriéndolos.

Se detuvieron en una enorme estancia alumbrada por cuatro


lámparas, cuyo suelo estaba ocupado, en su parte central, por una
construcción circular cubierta por una estera de juncos. En el medio
de esta, se encontraba una pequeña mesa, sobre la que había una
tetera, tres tazas, un batidor, un cucharón de bambú, un tarro de té
y una diminuta cacerola de hierro.

Junto a la mesa estaba arrodillada Yalia Murmullo Sabio, con los


ojos cerrados y las zarpas sobre el regazo.

Chen no pudo evitar esbozar una sonrisa al verla; además,


albergaba la sospecha de que Taran Zhu sabía que estaba sonriendo
e incluso lo amplia que era su sonrisa. Durante su primera visita al
monasterio, Yalia había llamado su atención inmediatamente, y no
solo porque fuera hermosa. Chen se percató de que la monja
pandaren parecía no encajar del todo ahí, aunque más tarde se dio
cuenta de que ella hacía todo lo posible por disimularlo. A pesar de
que habían mantenido solo unas cuantas conversaciones muy
breves, era capaz de recordar todas y cada una de las palabras que
habían cruzado. Se preguntaba si ella también las recordaría.

Yalia se puso en pie e hizo una reverencia primero a Taran Zhu y


después a Chen. Su primera inclinación duró mucho tiempo. La
segunda, no tanto, pero Chen tomó buena nota y le hizo una
reverencia idéntica. Entonces, Taran Zhu le indicó que se sentara
en el extremo estrecho de esa mesa rectangular, cerca de la cacerola
de hierro. Chen y Yalia se arrodillaron y se sentaron. Acto seguido,
Taran Zhu hizo lo mismo.

—Discúlpame, maestro Cerveza de Trueno, pero he de pedirte dos


cosas. La primera, ¿serías tan amable de preparamos un poco de té?

43
Michael A. Stackpole

—Será todo un honor, lord Taran Zhu. —Chen alzó la mirada—.


¿Quiere que lo prepare ahora mismo?
—Sí, siempre que puedas hacerlo y prestar atención a lo que voy a
decir al mismo tiempo.
—Por supuesto, señor.
—En segundo lugar, espero que puedas disculparme por haber
invitado a la hermana Yalia. Pero creo que su punto de vista puede
ser muy esclarecedor.

Yalia inclinó la cabeza (Chen sintió un leve escalofrío al verle la


nuca), pero como no dijo nada, Chen permaneció callado. Se
dispuso a preparar el té, e inmediatamente se percató de algo a lo
que todavía no se había acostumbrado, a pesar de que había pasado
mucho tiempo en el monasterio durante su estancia en Pandaria.

La tapa de la cacerola de hierro estaba decorada con unos motivos


marinos. La tetera de terracota tenía la forma de un barco y el asa
estaba tallada con la forma de un ancla. Esto no era algo azaroso,
aunque Chen no era capaz de adivinar cuál era el mensaje
subliminal que pretendían transmitirle.

—Hermana Yalia, cuando un barco flota establemente en una


bahía, ¿eso a qué se debe?

Con sumo cuidado, Chen sacó una cucharada de agua caliente de


la cacerola y, sin hacer ruido, volvió a colocar la tapa, para no
distraerla mientras cavilaba. Vertió el agua en la tetera y, a
continuación, sacó del tarro un poco de té verde machacado que
espolvoreó en la tetera. La tapa del frasco tenía un fondo negro
sobre el que se habían pintado unos pájaros y peces rojos, así como
una cinta repleta de símbolos, que recorría toda su parte central y
representaban cada uno de los distritos de Pandaria.

Yalia alzó la mirada y habló con una voz tan suave como los
primeros pétalos de las flores de un cerezo.
44
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Yo diría que es el agua la que procura estabilidad al barco, señor.


Es la base que soporta a la nave. Es la razón por la que el barco
existe. Sin agua, sin océano, no habría nave.

—Muy bien, hermana. Así que afirmas que el agua es el tushui (por
emplear el término comúnmente utilizado en el Shen-zin Su), la
base, ergo la meditación y la contemplación. Tal y como señalas,
sin el agua, el barco no tiene ninguna razón de ser.
—Sí, señor.

Chen observó su rostro y no vio nada que indicara que buscaba la


aprobación de su interlocutor. Él no habría sido capaz de hacer algo
así, pues habría querido saber si estaba en lo cierto. Pero entonces
pensó que Yalia ya sabía que tenía razón, lord Taran Zhu le había
pedido su opinión, por tanto, su respuesta no podía ser errónea.

Con la punta de la lengua sobresaliendo tímidamente de la


comisura de sus labios, Chen agitó con el batidor el agua y el té que
se encontraban dentro de la tetera. Lo hizo de un modo vigoroso a
la par que delicado, ya que su fin no era machacar ese té dentro del
agua, sino que ambas sustancias se mezclaran. Durante un instante,
tuvo que rascar los lados para quitar de ahí la mezcla que se había
acumulado a los lados y poder arrastrarlo todo al medio; acto
seguido, volvió a agitarla. Procedió enérgicamente, convirtiendo en
esos dos elementos tan dispares en una espuma verde, una leve
porción de esa sustancia cayó pesadamente sobre el asa del barco
de arcilla.

Taran Zhu señaló a la tetera.

—Aunque otros, por supuesto, habrían aseverado que el ancla es la


fuente de la estabilidad del barco. Si el ancla no fijara al barco en
su sitio, el viento y las olas lo empujarían contra la orilla. Esa ancla

45
Michael A. Stackpole

fijada al suelo de la bahía es lo que salva al barco, ya que, sin ella,


no sería nada.

Yalia inclinó la cabeza.

—Si me permites el atrevimiento, señor, he de concluir que estás


afirmando que el ancla es como el huojin, ergo un acto impulsivo
y decisivo, pues es lo único que se interpone entre el barco y el
desastre.
—Muy bien. —El anciano miró a Chen, mientras este añadía la
última cucharada de agua hirviendo y cerraba la tapa de la tetera—
. ¿Entiendes lo que hemos estado debatiendo, Chen Cerveza de
Trueno?

Chen asintió, a la vez que daba unas palmaditas a la tetera.

—Ahora todo tiene forma de barco.


— ¿El té o tu comprensión?
—El té. Estará listo en un par de minutos. —Chen sonrió—. No
obstante, también he estado pensando en el agua, el ancla y el
barco.
— ¿Ah, sí?
—Yo diría que la clave de todo es la tripulación. Porque, aunque
hubiera un océano, si no hay tripulación que quiera ver lo que hay
al otro lado de ese mar, no habría barco. Además, la tripulación
elige cuándo anclar y cuándo partir. Así que, si bien el mar es
importante y el ancla también, pues son elementos indispensables
para el viaje, para partir y arribar, es la tripulación la que realiza el
descubrimiento.

Entonces, Chen, que había estado agitando las zarpas en el aire


durante toda la explicación, se detuvo.

—Esta conversación nunca ha tratado sobre barcos de verdad, ¿no?

46
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Sí y no. —Taran Zhu cerró los ojos por un momento—. Maestro
Cerveza de Trueno, imagínese que a mi puerto han llegado dos de
tus barcos que han anclado ahí, pero no caben más.

Chen clavó su mirada en el anciano.

—Vale. Esto... ¿les sirvo ya?


— ¿Acaso no te interesa saber por qué no caben más barcos?
—Bueno, tú eres el práctico del puerto, así que te corresponde a ti
tomar esas decisiones. —Chen le sirvió el té primero a Taran Zhu,
luego a Yalia y, por último, se sirvió a sí mismo—. Cuidado,
todavía está caliente. Además, es mejor que dejen que las hojas se
asienten primero en el fondo.

Taran Zhu alzó su tacita de barro y aspiró el humo que brotaba de


ella. Eso pareció relajarlo. Chen había visto a mucha gente hacer
ese mismo gesto. Como maestro cervecero, una de sus mayores
satisfacciones era poder ser testigo de cómo el fruto de su trabajo
alegraba la vida a la gente, aunque, claro, la mayoría prefería sus
productos alcohólicos al té, pero el buen té, bien hecho, tenía un
encanto único y, además, no dejaba resaca.

El líder del monasterio dio un sorbo al té y, a continuación, posó la


taza sobre la mesa. Entonces, inclinó levemente la cabeza ante
Chen. De ese modo, tanto Yalia como él supieron que ya podían
tomarlo. Chen se percató de que el atisbo de una sonrisa cobró
forma en la comisura de los labios de Yalia y consideró que debía
de haber hecho un buen trabajo.

En ese instante, Chen apenas tuvo que pensar cuál iba a ser su
respuesta.

—Sí me interesa, señor. ¿Por qué?


—Porque son los dos pesos de una misma balanza. El trol, por lo
poco que nos has comentado y por el hecho de que es un cazador
47
Michael A. Stackpole

de las sombras, sin duda se inclina más por el tushui. El otro, ese
humano que todos los días asciende la montaña un poco más solo
para regresar después, es más del huojin. Uno pertenece a la Horda;
el otro, a la Alianza. Por su propia naturaleza, acabarán
enfrentándose; no obstante, es ese mismo enfrentamiento lo que les
une y da sentido.

Yalia dejó su taza sobre la mesa.

—Perdóname, señor, pero ¿no es posible que, dado que están


enfrentados, intenten matarse mutuamente?
—No hay razón alguna que me lleve a descartar esa posibilidad,
hermana. La enemistad entre la Horda y la Alianza tiene unas
hondas raíces. Además, esos dos portan muchas cicatrices; el
humano también las porta en su mente y quizá tu trol también,
Chen. Además, alguien ha hecho todo lo posible por intentar
asesinar a ese trol. No sé si las fuerzas de la Alianza lo emboscaron,
o si la Horda se ha vuelto en contra de uno de los suyos. Sin
embargo, no podemos permitir que se asesinen mutuamente en este
lugar.

Chen negó con la cabeza.

—No creo que Tyrathan sea capaz de hacer algo así y Vol’jin,
bueno, sé que…, —Vaciló por un momento, mientras los recuerdos
se agitaban en su mente—. Tendré que hablar con Vol’jin,
¿verdad? Tendré que explicarle que no debe asesinarlo, ¿eh?

Yalia frunció el ceño y su semblante se ensombreció.

—Espero que no me consideres cruel, maestro Cerveza de Trueno,


pero he de preguntarte si no nos estamos inmiscuyendo en asunto
de política exterior, en un conflicto externo, al haberles dado cobijo
a ambos en este monasterio. ¿Acaso no podemos expulsarlos de
aquí, o enviarlos de nuevo con los suyos?
48
Vol’jin: Sombras de la Horda

Taran Zhu sacudió la cabeza lentamente.

—Ya nos hemos inmiscuido; además, ambas facciones han


demostrado ser muy útiles para nuestros intereses. La Alianza y la
Horda nos han ayudado a tratar con el Sha de las Estepas de Tong
Long. Ya saben lo pérfido que es y lo sumamente débiles y
dispersos que estamos nosotros. Como se suele decir, el enemigo
de mi enemigo es mi amigo (da igual el caos que este pueda
desatar), el Sha siempre ha sido el enemigo de Pandaria.

Chen estuvo a punto de apostillar con un «quien con niños se


acuesta, mojado se levanta», pero se contuvo. Pese a que venía a
cuento, ese comentario no habría sido de gran ayuda, sobre todo
cuando muchos pandaren consideraban a los trotamundos como Li
Li y él unos meros perros salvajes. Esperaba que Yalia no lo viera
de ese modo y no estuviera a punto de hacer referencia a eso
mismo.

Chen bajó ligeramente la cabeza.

—No estoy seguro, señor, de que vayas a conseguir siempre que


ambos (ya sean mis barcos o la Horda y la Alianza) colaboren, por
muy pérfido que sea nuestro enemigo mutuo.

Taran Zhu se rió entre dientes, casi en silencio, esbozando solo una
sonrisa casi invisible y unas risas sin eco.

—Mi propósito no consiste en que tus barcos permanezcan


anclados en el puerto, Chen, sino que, por el mero hecho de estar
aquí, el trol y el humano puedan aprender de nosotros y, así, a su
vez, nosotros podremos aprender de ellos. Tal y como has sugerido
sabiamente, en cuanto deje de haber un enemigo común, se
lanzarán una vez más al cuello del otro y, entonces, tendremos que
elegir a uno solo de esos bandos como aliado.
49
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO CUATRO

Vol’jin de la tribu trol Lanza Negra decidió no moverse. Tomó esta


decisión porque la prefería a tener que reconocer que se sentía
demasiado débil como para intentar moverse. Si bien los que le
trataban lo hacían con suma delicadeza y respeto, no habría podido
quitarse las manos de estos de encima ni aunque ese hubiera sido
su mayor deseo en esos momentos.

Esas manos invisibles ahuecaron unas almohadas que, acto


seguido, le colocaron a la espalda para enderezarlo. Habría
protestado si no fuera porque el dolor de la garganta le impedía
hablar y solo le permitía proferir a duras penas unos gruñidos muy
cortos. No obstante, aunque hubiera logrado vociferar que pararan,
no habría servido de nada, pues no le habrían hecho caso. Pese a
que aceptó sumirse en el silencio como una concesión a su propia
vanidad, se percató de que las causas de la incomodidad que sentía
eran mucho más profundas.

Esa suave cama y esas almohadas aún más suaves no eran lujos
propios de un trol. Una fina estera colocada sobre un suelo de
madera le habría bastado para dormir, pues eso era el colmo de la
opulencia en las Islas del Eco. Muchos trols dormían al raso,

50
Vol’jin: Sombras de la Horda

aunque buscaban de vez en cuando un refugio si amenazaba


tormenta. En esas ocasiones, la arena era una cama mucho mejor
que la dura piedra de Durotar; no obstante, los trols no eran dados
a quejarse sobre los lugares donde se alojaban.

Tal insistencia en que se sintiera cómodo sobre un lecho blando lo


irritaba, pues enfatizaba aún más su debilidad. No obstante, la parte
más racional de su mente no podía negar que en esa cama blanda
podría girarse con más facilidad a pesar de las heridas. Y sin duda
dormiría un poco mejor. Pero el mero hecho de que eso subrayara
su debilidad, contradecía de algún modo su propia naturaleza como
trol. Los trols estaban adaptados a las adversidades y privaciones
como los tiburones lo estaban al mar abierto.

Obligarme a negar mi propia naturaleza sería como matarme.

De repente, le sorprendió el ruido de una silla o una banqueta al


moverse a su derecha. No había oído a nadie acercarse. Vol’jin
olisqueó el aire y un embriagador aroma, que hasta entonces había
estado ahí presente debajo de todo lo demás, lo golpeó con la fuerza
de un puñetazo. Olía a pandaren. Pero no en general, sino a un
pandaren muy concreto.

La voz de Chen Cerveza de Trueno, grave pero cálida, acarició sus


oídos entre susurros.

—Habría venido a verte antes, pero lord Taran Zhu no creyó que
fuera lo más sabio.

Vol’jin hizo un gran esfuerzo para responder. Pese a que deseaba


decir un millón de cosas, pocas de ellas cobraron forma de palabra
en su garganta maltrecha por mucho que deseara pronunciarlas.

—Amigo. Chen.

51
Michael A. Stackpole

De algún modo, la palabra Chen brotó fácilmente de su garganta,


pues era muy dulce.

—No voy a jugar a las adivinanzas a ciegas contigo. Eres


demasiado buen amigo como para hacerte algo así. —Entonces, se
oyó el susurro de una túnica—. Si cierras los ojos, te quitaré las
vendas. Los curanderos dicen que no has sufrido daños en ellos,
pero no querían que te alarmases en demasía.

Vol’jin asintió, pues sabía que Chen tenía razón en parte. Si él


hubiera llevado a un extranjero a las Islas del Eco, también le habría
vendado los ojos hasta decidir si el cautivo era de confianza o no.
Sin ningún género de dudas, ese había sido el razonamiento de
Taran Zhu, quien, por alguna extraña razón, había decidido que
podían confiar en Vol’jin.

Sospecho que lo habrá convencido Chen.

El pandaren le quitó cuidadosamente las vendas.

—Tengo una de mis zarpas sobre tus ojos. Ábrelos y la iré


apartando poco a poco.

Vol’jin hizo lo que le ordenaba y soltó un gruñido para expresar


que estaba de acuerdo. Al parecer, Chen lo interpretó así, porque
se echó hacia atrás y apartó lentamente la zarpa. Al trol se le
empañaron los ojos ante tanta luz deslumbrante; entonces, fue
distinguiendo poco a poco la silueta de Chen. El pandaren era tal y
como Vol’jin recordaba; de complexión fornida y actitud jovial, y
con unos ojos dorados donde relucía una gran inteligencia. Su
amigo era toda una bendición para sus ojos.

Entonces, Vol’jin bajó la mirada, contempló su propio cuerpo y


estuvo a punto de cerrar los ojos de nuevo. Las sábanas lo tapaban
hasta la cintura y unas vendas le cubrían casi todo el resto del
52
Vol’jin: Sombras de la Horda

cuerpo. Se percató de que todavía conservaba ambas manos y todos


los dedos. Los dos largos bultos que sobresalían bajo las sábanas
parecían indicar que tenía las extremidades inferiores también
intactas. Pudo notar que las vendas le constreñían la garganta y el
cosquilleo que sentía en una de sus orejas parecía sugerir que al
menos una porción de esta había sido cosida y vuelta a colocar en
su sitio.

Contempló detenidamente su mano derecha e intentó mover los


dedos. Ante sus ojos, respondieron a sus órdenes perfectamente,
pero la sensación de movimiento tardó en llegar a su cerebro.
Parecían hallarse imposiblemente lejos y, aun así, al contrario que
cuando había recuperado la consciencia la primera vez, podía
sentirlos de verdad. Es todo un avance.

Chen sonrió.

—Sé que hay muchas cosas que quieres saber. ¿Quieres que
empiece por el principio o el final? El medio no sería un buen sitio,
pero podría empezar por ahí. Pero entonces el medio sería el
principio, ¿no?

Chen fue alzando la voz a medida que avanzaba en su explicación


y esta se volvía más absurda. Los demás pandaren se alejaron, pues
su interés en la conversación había menguado, ya que imaginaban
que se avecinaba un relato tedioso. Al mismo tiempo que se
percataba de la presencia de esos otros pandaren, Vol’jin se dio
cuenta de que lo rodeaban unas paredes muy antiguas de piedra
oscura Al igual que todos los demás sitios que había visitado en
Pandaria aquel lugar hedía a antiguo; no obstante, aquí también olía
a vigor.

Vol’jin quiso decir «por el principio», pero su garganta se negó a


obedecer.

53
Michael A. Stackpole

—El final. No.

Chen miró hacia atrás y, al parecer, se dio cuenta entonces de que


los demás pandaren habían optado por ignorarlos.

—Entonces, empezaré por el principio. Te saqué del pequeño cauce


de un río situado lejos de aquí, en la aldea Binan. Hicimos cuanto
pudimos por ti. No te estabas muriendo, pero tampoco curando. Al
parecer, el cuchillo con el que te hirieron en la garganta estaba
emponzoñado de veneno. Así que te traje aquí, al Monasterio del
Shadopan, situado en la Cima Kun-Lai. Si alguien podía ayudarte,
esos eran los monjes.

Se calló por un instante y escrutó las heridas de Vol’jin, mientras


negaba con la cabeza. El trol no vio ningún atisbo de conmiseración
en su semblante y eso le satisfizo. Chen siempre se había mostrado
muy sensato cuando no estaba haciendo el payaso; además, Vol’jin
sabía que Chen se presentaba como un payaso para que los demás
siempre lo subestimaran y no fueran conscientes de lo
tremendamente inteligente que podía llegar a ser.

—Me resulta difícil imaginarme que las tropas de la Alianza te


hayan hecho esto.

Vol’jin entornó los ojos.

—Mi. Cabeza. Perdí.

El pandaren soltó una risita ahogada.

—Si no te hubiéramos salvado, seguramente alguien estaría


cenando ahora con el rey en Ventormenta y tu cabeza ocuparía el
centro de la mesa. Nunca me imaginé que permitirías que la
Alianza te diera caza en un lugar donde pudieran lastimarte tanto.

54
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Horda.

A Vol’jin se le revolvieron las tripas. En realidad, la causa de su


desgracia no era la Horda, sino Garrosh. Se le hizo un nudo en la
garganta y no pudo pronunciar ese nombre. Ese vano intento le dejó
un amargo sabor en la boca.

Chen se recostó en la silla y se rascó la barbilla.

—Por eso te traje aquí. Tampoco había muchos otros lugares donde
pudieran cuidarte, por no hablar de mantenerte a salvo... —El
maestro cervecero se inclinó hacia delante y bajó su tono de voz—
. Garrosh lidera la Horda ahora que Thrall se ha marchado, ¿no?
Está eliminando a sus rivales, ¿eh?

Vol’jin se hundió en esas almohadas.

—No. Sin. Razón.

Chen se rió entre dientes y, a pesar de que lo intentó, Vol’jin no


detectó en su amigo ni el más leve atisbo de reprobación.

—No hay un solo miembro de la Alianza cuya cabeza haya tocado


una almohada que no tenga pesadillas contigo. No me sorprende
que suceda lo mismo con algún otro en la Horda.

Vol’jin intentó sonreír y esperó que su esfuerzo diera fruto.

— ¿Y tú? ¿Nunca?
—Yo no, nunca. La gente como yo, como Rexxar, te hemos visto
batallar con fiereza y de un modo terrible, pero también te hemos
visto llorar la muerte de tu padre. Has sido leal a Thrall, a la Horda
y la tribu Lanza Negra. La cuestión es que todo aquel que es
incapaz de ser leal cree que los demás también son unos traidores.
Yo confío en ti. Sin embargo, alguien como Garrosh cree que tu
55
Michael A. Stackpole

lealtad no es más que una máscara bajo la cual ocultas tus


verdaderas intenciones.

Vol’jin asintió. Deseó que su voz se hubiera recuperado para poder


contarle a Chen que había amenazado de muerte a Garrosh. El trol
estaba seguro de que eso no le habría importado lo más mínimo al
pandaren. La lealtad que Chen sentía hacia él le habría llevado a
encontrar una decena de razones racionales que justificaran esa
amenaza. Y el estado actual de Vol’jin demostraría que todas ellas
eran correctas.

Aunque realmente lo único que demostraría eso es lo buen amigo


que es Chen.

— ¿Cuánto?
—Lo suficiente como para confeccionar una cerveza de primavera
y tener a medias unas claras para finales de primavera. Los
pandaren nos tomamos las cosas con calma y los que proceden de
la misma Pandaria aún más si cabe. Ha pasado un mes desde que
te encontramos y llevas dos semanas y media aquí. Los curanderos
te obligaron a beber un brebaje que te hizo dormir. —Chen alzó la
voz para que pudieran escucharlo aquellos que se estaban
acercando—. Les dije que podía prepararte un té negro caliente con
algas marinas y bayas que te habrían despertado en un santiamén,
pero como no creían que un maestro cervecero supiera suficiente
sobre curaciones o sobre ti, no me hicieron caso. Aun así, te han
alimentado bien, así que aún hay esperanza.

Vol’jin tuvo que hacer un gran esfuerzo para lamerse los labios;
incluso ese leve gesto pareció dejarlo exhausto. Llevo dos semanas
y media aquí y me he curado muy poco. Bwonsamdi me dejó
marchar, pero no estoy sanándome como debería.

Chen volvió a inclinarse hacia él y a bajar la voz.

56
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Lord Taran Zhu, que es el líder del Shadopan, se ha mostrado de


acuerdo en permitir que te quedes aquí para recuperarte. Pero ha
impuesto condiciones. Dado que tanto la Alianza como la Horda se
alegrarían mucho si pudieran ocuparse de ti, cada uno a su
manera...

Vol’jin se encogió de hombros en la medida de lo posible.

—Indefenso.
—... y dado que todavía te estás curando, no te vendría mal que nos
hicieras caso. —Chen asintió, a la vez que sostenía una zarpa con
la palma hacia fuera para pedirle calma—. Lord Taran Zhu desea
que aprendas de nosotros. Bueno, no de nosotros, realmente. La
mayoría de los pandaren de aquí nos consideran unos «perros
salvajes» a los pandaren que provenimos de Shen-zin. Aunque nos
parecemos a ellos, hablamos como ellos y olemos como ellos, lo
cierto es que somos distintos. Ellos no están seguros de qué somos.
Al principio, eso me desconcertaba, hasta que me di cuenta de que
muchos de los demás trols piensan lo mismo sobre los Lanza
Negra.
—No. Te. Equivocas. —Vol’jin cerró los ojos por un momento. Si
Taran Zhu desea que aprenda de los pandaren y que conozca su
filosofía, entonces eso significa que me van a estudiar. Bueno, pues
yo haré lo mismo con ellos.
—Cree que eres más de la corriente tushui; reflexivo y estable. Le
he hablado mucho sobre ti y opino lo mismo. El tushui no es un
rasgo de personalidad que se suela ver en la Horda. Quiere saber
por qué eres diferente. Pero eso significa que quiere que aprendas
la filosofía pandaren, así como algunas de nuestras palabras,
algunas de nuestras costumbres. Pero no quiere que seas como uno
de esos trols que van a Cima del Trueno y se convierten en un
tauren azul, sino que quiere que nos entiendas.

Vol’jin abrió los ojos de nuevo y asintió. Entonces, se percató de


que Chen titubeaba.
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Michael A. Stackpole

— ¿Qué?

Chen alzó la vista; su mirada parecía perdida mientras tamborileaba


nervioso con los dedos.

—Bueno, mira, el tushui se equilibra con el huojin, que es una


filosofía donde prima lo impulsivo, el dispara primero y pregunta
después. Como cuando Garrosh decidió matarte. Una actitud muy
propia de la Horda hoy en día, pero que no es lo que suele hacer la
Alianza normalmente.
— ¿Y?
—Ahora, ambas corrientes se encuentran equilibradas. Taran Zhu
me ha hablado sobre agua, anclas, barcos y demás. Es muy
complicado, incluso sin metemos en el tema de las tripulaciones.
Pero, en resumen, lo más importante de todo es el equilibrio.
Realmente, le gusta el equilibrio y, mira, hasta que llegaste aquí,
remaba el desequilibrio.

Vol’jin arqueó una ceja, a pesar de que eso supuso un ímprobo


esfuerzo para él.

—Bueno... —Chen miró hacia atrás, hacia una cama vacía—.


Alrededor de un mes antes de dar contigo, encontré a un humano
vagabundeando muy malherido, que tenía la pierna fracturada de
un modo terrible. También lo traje aquí. Está un poco más
recuperado que tú, aunque los trols los curarán más rápido. Mira,
la cuestión es que lord Taran Zhu quiere que cuides de él.
Al escuchar esas palabras, un terremoto sacudió su mente, pero
como estaba muy débil, apenas se estremeció.
— ¡No!

Chen asió al trol con ambas zarpas.

58
Vol’jin: Sombras de la Horda

—No, no, no lo entiendes. Está aquí sometido a las mismas


restricciones que tú. Él no... Sé que no temes a ningún humano,
Vol’jin. lord Taran Zhu espera que al ayudarte a sanar, este hombre
logrará curarse a sí mismo. Esto forma parte de nuestra filosofía,
amigo mío. Si se restaura el equilibrio, se potencia la sanación.

A pesar de que Chen lo agarraba suavemente y sin hacer fuerza,


Vol’jin era incapaz de deshacerse de sus zarpas. Durante una
fracción de segundo, se le pasó por la cabeza la posibilidad que los
monjes se hubieran asegurado deliberadamente de que
permaneciera así de débil gracias a ese brebaje que le habían
obligado a tomar. Sin embargo, tal treta habría requerido la
colaboración de Chen, quien nunca habría aceptado participar en
algo así.

Vol’jin contuvo su ira y dejó que la frustración se marchara con


ella. Lord Taran Zhu no solo quería estudiarlo, sino estudiar cómo
se relacionaba con un humano. Vol’jin podría haberle relatado la
larga historia de los encuentros y desencuentros entre trols y
humanos, y también habría podido explicarle por qué se odiaban
tanto. Vol’jin había perdido la cuenta de todos los humanos a los
que había matado. Eso era algo que no le quitaba el sueño, sino más
bien al contrario, dormía mejor gracias a ello. Y estaba seguro de
que ese humano del monasterio pensaba igual que él.

El trol se dio cuenta de que, si bien Taran Zhu podría haber tenido
acceso a la historia común de ambas razas, esos relatos le habrían
llegado tamizados por la idiosincrasia de cada uno de los
narradores. Sin embargo, al obligar a interactuar a un trol y un
humano, podría observarlos directamente y hacer sus propias
valoraciones.

Creo que es una decisión sabia. Vol’jin se recordó a sí mismo que


daba igual lo que Chen le hubiera contado a lord Taran Zhu sobre
él, ya que para el monje pandaren, Vol’jin no era más que un trol.
59
Michael A. Stackpole

Y, sin lugar a dudas, el humano se hallaba en su misma situación.


Además, quiénes eran realmente no tenía nada que ver con cómo
reaccionaban el uno ante el otro. Y esa era la información que
quería obtener el pandaren. El mero hecho de ser consciente de ello
y de que podría controlar ese flujo de información, concedía a
Vol’jin una cierta ventaja.

Entonces, alzó la mirada hacia Chen.

— ¿Lo... apruebas?

Presa de la sorpresa, a Chen se le desorbitaron los ojos, pero sonrió


a continuación.

—Es lo mejor para ti y también para él, para Tyrathan. La niebla


ha ocultado Pandaria durante demasiado tiempo. Tú y él tienen
unos vínculos en común que los pandaren nunca tendrán. Los
curarán mejor si colaboran.
—Para. Matamos. Luego.

Chen adoptó un gesto ceñudo.

—Es probable. A él todo este asunto le hace la misma gracia que a


ti, pero lo tolerará si quiere que nosotros toleremos su presencia
aquí.

Vol’jin ladeó la cabeza.

— ¿Nombre?
—Se llama Tyrathan Khort. No le conoces. No ha ascendido tanto
en el escalafón de la Alianza como tú en el de la Horda. Pero era
importante. Era uno de los líderes de las fuerzas de la Alianza
destinadas aquí. Y sus heridas no se las infligieron los asesinos del
rey. Solo sé que resultó herido en una batalla que benefició mucho

60
Vol’jin: Sombras de la Horda

a Pandaria. Por eso lord Taran Zhu aceptó atenderlo. Lo domina


una gran tristeza, que nada parece ser capaz de curar.
—Ni. Siquiera. ¿La cerveza?

El pandaren sacudió la cabeza de lado a lado, a la vez que su mirada


se perdía en la lejanía.

—Bebe licor y lo aguanta bien. Pero no es un borracho bullicioso


y bocazas, sino que es retraído y callado. Otro rasgo de
personalidad que ambos compartís.
—Tushui, ¿no?

Chen echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas.

—Lastimaron tu cuerpo pero no pudieron destrozar tu mente. Sí,


eso es propio del tushui, aunque fomenta el desequilibrio. No
obstante, todos los días, absolutamente todos desde que es capaz de
ponerse en pie con ayuda de unas muletas, escala esa montaña. Eso
es muy propio del huojin. Entonces, cuando ha alcanzado los cien
metros, los doscientos, se para y regresa, agotado. No físicamente,
sino que su voluntad no da para más. Eso es muy huojin.
Qué curioso. Me pregunto por qué... Vol’jin se dio cuenta de que
divagaba y optó por hacer un leve gesto de asentimiento.
—Muy. Bien. Amigo.
—Quizá tú seas capaz de hallar la respuesta.

Eso significa que tendré que tolerarlo, lo cual es exactamente lo


que todo el mundo quiere que haga. Vol’jin exhaló aire lentamente
y apoyó la cabeza sobre las almohadas. Bueno, por el momento,
mis deseos coinciden con los de los demás.

61
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO CINCO

Los monjes no obligaron a Vol’jin a que permitiera que el humano


fuera testigo de su aseo y cuidados personales, ya que el trol jamás
hubiera tolerado algo así. Vol’jin no percibió malicia alguna en la
firme eficiencia con la que los pandaren lo aseaban, le vendaban
las heridas, le cambiaban las sábanas y lo alimentaban. También se
dio cuenta de que cada monje de ese grupo lo atendía un día entero
y no regresaba hasta un par de días más tarde, cuando volvía a
tocarle su tumo. Después de que cada uno de ellos lo hubiera
atendido tres veces, dejaban de rotar y ninguno de ellos volvía a
cuidarlo.

De vez en cuando, veía a Taran Zhu. Vol'jin estaba seguro de que


el viejo monje lo observaba desde lejos con más asiduidad de lo
que creía y que solo se percataba de ello cuando el viejo monje
deseaba ser visto. A Vol'jin le daba la impresión de que la gente de
Pandaria era muy similar a ese mundo en el que vivían, ya que
parecía envolverlos una niebla que solo permitía atisbarlos de vez
en cuando. Si bien era cierto que Chen también era un poco así,
también era cierto que era diáfano como un día soleado en
comparación con lo complejos y elusivos que eran esos monjes.

62
Vol’jin: Sombras de la Horda

Por todo esto, Vol'jin pasaba gran parte del tiempo observando,
para determinar qué estaba dispuesto a revelarles o no sobre sí
mismo. Aunque se le estaba curando la garganta, el tejido
cicatrizado hacia que hablar le resultara muy difícil y doloroso.
Pese a que a los pandaren no les habría parecido así, el idioma trol
era melodioso y fluido; sin embargo, las cicatrices le impedían
hablar así. Si la capacidad de comunicarse es un síntoma de vida,
entonces tal vez, después de todo, esos asesinos han tenido éxito y
han logrado matarme. No obstante, esperaba que los loa (que
habían permanecido callados y distantes mientras se recuperaba)
todavía reconocieran su voz.

Logró aprender algunas palabras de pandaren. El hecho de que los


pandaren parecieran tener media decena de palabras para casi todo
tenía una ventaja: le permitía escoger la que pudiera pronunciar con
la menor incomodidad. El hecho de que el pandaren tuviera tantas
palabras era otra razón más que le impedía conocerlos bien. Ese
idioma tenía matices que alguien ajeno a ellos nunca podría
comprender y, por tanto, era una herramienta que los pandaren
podían utilizar para ocultar sus verdaderas intenciones.

A Vol’jin le habría gustado exagerar su debilidad a la hora de tratar


con el humano, aunque habría servido de muy poco. A pesar de que
era alto según los estándares humanos, Tyrathan no tenía la
robustez propia de los guerreros de esa raza. Era más ágil y tenía
unas leves cicatrices en el antebrazo izquierdo, así como callos en
los dedos de la mano derecha, lo que indicaba que era un cazador;
además, era canoso y llevaba el pelo muy corto y desaliñado, y
también tenía bigote y perilla, que se había dejado crecer
recientemente y que también eran muy blancos. Iba ataviado con
los sencillos ropajes de un novicio; que eran de color marrón,
estaban confeccionados en el propio monasterio y se habían hecho
siguiendo las medidas normales de un pandaren, por lo que le
quedaban holgados. No obstante, como no le quedaban demasiado

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Michael A. Stackpole

grandes, Vol’jin sospechaba que esa ropa había sido confeccionada


para «una» pandaren más bien.

Aunque los monjes no obligaron al humano a asear a Vol’jin ni a


cuidarlo, sí le ordenaron lavar la ropa y las sábanas del trol. El
hombre obedeció sin hacer comentario alguno ni plantear queja
alguna; además, era muy eficiente. Toda la colada volvía
inmaculada y, a veces, impregnada del aroma de hierbas y flores
medicinales.

Sin embargo, Vol’jin se fijó en dos cosas que indicaban que ese
hombre era peligroso. Muchos habrían tomado como prueba de eso
mismo lo que ya había visto; los callos y el hecho de que hubiera
logrado sobrevivir sin sufrir muchas cicatrices. Pero para Vol’jin,
los sagaces ojos verdes de aquel hombre, la forma en que volvía la
cabeza al oír algo y el modo en que se paraba a pensar por solo una
fracción de segundo antes de responder, aunque se tratara de una
pregunta muy sencilla, indicaba que se trataba de un humano
tremendamente observador. Lo cual era un rasgo habitual en los
que se dedicaban a cazar, pero que destacaba únicamente en los
más avezados en ello.

La otra característica que más llamaba la atención en él era su


paciencia. Vol’jin cometió repetidamente errores muy sencillos
que obligaron al humano a trabajar más, hasta que se dio cuenta de
que sus intentos eran infructuosos. El hecho de que dejara caer la
cuchara para que le manchara la ropa de comida no perturbaba para
nada a aquel humano. Vol’jin incluso se las había ingeniado para
esconder alguna mancha con el fin de que luego fuera muy difícil
limpiarla, pero la túnica siempre volvía inmaculada.

Hacía gala de esa misma paciencia cuando se curaba su propia


herida. A pesar de que la ropa ocultaba sus cicatrices, cojeaba al
caminar, pues movía con dificultad la cadera izquierda. Cada paso
que daba debía de resultar terriblemente doloroso. Era incapaz de
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Vol’jin: Sombras de la Horda

disimular todas las muecas de dolor, aunque el tremendo esfuerzo


que hacía para disimularlo habría dejado admirado al mismo Taran
Zhu. Aun así, todos los días, mientras el sol se elevaba con lentitud
por el horizonte, ascendía por el sendero que llevaba hasta la cima
de la montaña que se alzaba sobre ellos.

Un día, después de que los monjes hubieran dado de comer a


Vol’jin, el humano se le aproximó. El trol, que se estaba
incorporando en la cama, asintió al ver que se acercaba. Tyrathan
traía consigo un tablero plano y dividido en casillas, así como dos
botes cilíndricos (uno rojo y el otro negro) cada uno de los cuales
tenía un agujero en medio de la tapa. El humano colocó todo esto
en la mesilla y, acto seguido, cogió una silla situada cerca de la
pared para sentarse.

— ¿Preparado para jugar al jihui?

Vol’jin asintió. A pesar de que ambos conocían sus respectivos


nombres, nunca los utilizaban. Tanto Chen como Taran Zhu le
habían informado de que el humano se llamaba Tyrathan Khort.
Vol’jin daba por sentado que también le habían informado al
hombre de quién era. No obstante, si ese humano albergaba algún
rencor hacia él, no lo demostraba. Debe de saber quién soy.

Tyrathan cogió el cilindro negro, le quitó la tapa y vertió su


contenido sobre el tablero. Veinticuatro cubos repiquetearon y
danzaron sobre esa tostada superficie de bambú. Cada uno de ellos
tenía unos símbolos inscritos en rojo sobre un fondo negro, entre
los cuales había unos puntos para indicar el movimiento y una
flecha para indicar la dirección. El humano los colocó en cuatro
grupos de seis, para cerciorarse de que estaban todos y, a
continuación, hizo ademán de volver a meterlos en el bote.

Vol’jin dio unos golpecitos a una de las piezas.

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Michael A. Stackpole

—Esta cara.

El hombre asintió y, acto seguido, se volvió para llamar a una


monja en un titubeante pandaren. Hablaron rápidamente; el hombre
con cierta vacilación y la monja como si hablara con un crío.
Tyrathan agachó la cabeza con celeridad y le dio las gracias.

Se volvió hacia Vol’jin.

—Esta pieza es el barco. Y esta cara, el brulote.

Tyrathan la giró para que el glifo quedara colocado de tal manera


que Vol’jin pudiera verlo. Entonces, repitió la palabra brulote en
un zandali perfecto.

Al instante, alzó la mirada raudo y veloz para captar la reacción de


Vol’jin.

—Acento. De Tuercespina.

El hombre señaló a la pieza e ignoró ese comentario,

—El brulote es una pieza muy importante para los pandaren. Es


capaz de destruir cualquier cosa, pero se consume en esa misma
destrucción. Entonces, hay que quitarla del tablero. Tengo
entendido que algunos jugadores incluso queman la pieza. De las
seis naves que conforman tu armada, solo una puede convertirse en
un brulote.
—Gracias.

El jihui condensaba gran parte de la filosofía pandaren. Cada pieza


tenía seis caras. El jugador podía moverse y atacar según indicaba
la cara superior, o podía girar la pieza para utilizar una de las caras
contiguas, pero entonces solo podía moverse o atacar. También
podía coger la pieza y tirarla, para que el azar escogiera una cara.
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Vol’jin: Sombras de la Horda

Entonces, se volvía a jugar. Esa era la única manera de que la faz


del brulote pudiera surgir de la ficha del barco.

Y lo más interesante de todo era que un jugador también podía


decidir no hacer ningún movimiento, sino sacar al azar una nueva
pieza del bote. Entonces, se agitaba el cilindro, se le daba la vuelta
y la primera pieza en caer era la que entraba en juego. Si caían dos,
la segunda sería apartada del juego y el contrincante podría sacar
una nueva pieza al azar de su propio bote sin penalización alguna.

El jihui era un juego que invitaba a la reflexión al mismo tiempo


que animaba a ser impulsivo. Equilibraba la deliberación con el
azar, aunque el azar podía ser penalizado. Para un jugador, perder
contra un adversario porque este tuviera más piezas que él sobre el
tablero no suponía una grave derrota. Rendirse ante la superioridad
del contrincante, con independencia de las piezas que todavía
quedaran en juego, no se consideraba una derrota deshonrosa. Si
bien la finalidad del juego era eliminar todas las piezas del
contrario, jugar hasta ese punto se consideraba descortés e incluso
una barbaridad. Normalmente, uno de los jugadores era consciente
de que había perdido la partida y se rendía, aunque algunos
contaban con el azar como aliado y volvían las tomas hasta alcanzar
la victoria.

Jugar hasta alcanzar tablas, hasta lograr que las fuerzas se


equilibrasen, era la mayor de las victorias.

Tyrathan entregó a Vol’jin el bote rojo. Ambos agitaron sus


respectivos cilindros y sacaron de ahí media docena de cubos, que
colocaron en la última hilera de ese tablero de doce por doce
casillas. Las volvieron de modo que mostraran su cara de menor
valor y luego las giraron hacia su contrincante. Después, cada uno
agitó de nuevo su bote y sacaron un cubo más; acto seguido,
miraron cuál era la cara de más valor de esa ficha y la compararon
con la de su rival. Como la cara de la ficha de Tyrathan era de más
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Michael A. Stackpole

valor que la de Vol’jin, el humano debería mover primero. A


continuación, esos últimos cubos volvieron a su respectivo bote y
comenzaron a jugar.

Vol’jin movió una de sus fichas hacia delante.

—Tu pandaren. Es bueno. Mejor. De lo que creen.

El hombre arqueó una ceja sin apartar la mirada del tablero.

—Taran Zhu no cree, sabe.

Vol’jin escrutó el tablero, mientras observaba cómo el humano


llevaba a cabo una maniobra de flanqueo.

—Tú cazas... ¿su rastro?


—Es muy elusivo, salvo si quiere que lo veas, que es muy claro. —
El humano se mordisqueó el pulgar—. Has hecho un movimiento
interesante al cambiar la cara de tu arquero.
—También. Tu movimiento. De cometa.

Vol’jin no había visto ninguna vacilación en él al mover la ficha


cometa, pero al alabar su movimiento, provocó que Tyrathan
mirara fugazmente a esa pieza de nuevo. Clavó sus ojos en ella,
como si buscara algo y, a continuación, dirigió su mirada hacia el
bote.

Pero el trol se le anticipó. Agitó el cilindro y sacó un cubo de ahí


que dio vueltas y repiqueteó hasta detenerse. Salió la cara del
brulote. Lo colocó junto al arquero, reforzando así ese flanco. En
ese instante, la balanza de la partida se inclinó hacia el otro lado;
no a favor de ningún jugador, sino hacia el otro lado del tablero.
Tyrathan añadió otra pieza; un guerrero que no cayó sobre su lado
más potente, pero sí lo bastante fuerte. Los caballeros, que podían

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Vol’jin: Sombras de la Horda

desplazarse más lejos, se acercaron rápidamente por ese otro


flanco. Tyrathan jugaba con rapidez, pero sin precipitación.

Vol’jin cogió el bote de nuevo, pero el humano lo agarró de la


mano.

—No.
—Quita. Esa. Mano.

Vol’jin apretó con más fuerza el cilindro. Si lo hubiera apretado un


poco más, el bote se habría hecho añicos y las piezas y las astillas
habrían salido volando por doquier. Quería gritarle a aquel hombre,
quería espetarle cómo se atrevía a tocar a un cazador de las
sombras, al líder de los Lanza Negra. ¿Acaso no sabes quién soy?

Pero no lo hizo. Porque no podía apretar más. De hecho, ese breve


momento de tensión había bastado para que se le fatigaran los
músculos. La mano le fallaba y ese bote no se había estampado ya
sobre el tablero, únicamente, porque el humano seguía
sosteniéndolo.

Tyrathan abrió la otra mano, para demostrar así que no había


malicia alguna en sus actos.

—Se me ha encomendado la tarea de enseñarte a jugar a este juego.


No tienes por qué sacar otra pieza más. Si te permitiera sacarla,
ganaría, y tu errónea estrategia haría que mi victoria fuera aún
mayor.

Vol’jin escrutó las piezas. El guerrero negro, con un cambio de


cara, podría aplastar a su señor de la guerra. Aunque, entonces, el
brulote tendría que retroceder para contrarrestar esa amenaza, pero
si hacía eso, se hallaría al alcance de la cometa de Tyrathan. Ambas
piezas serían destruidas, dejando al guerrero y a la caballería de la
derecha vía libre para aplastar ese flanco. Aunque sacara la mejor
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Michael A. Stackpole

ficha del bote, e incluso aunque cayera por el mejor lado, no podría
evitar la derrota. Si reforzaba la derecha, el humano reanudaría su
asalto por la izquierda. Si reforzaba la izquierda, la derecha caería.

Vol’jin dejó que el bote cayera sobre la mano de Tyrathan.

—Gracias. Por salvar. Mi honor.

El humano colocó el bote sobre la mesa.

—Sabía cuál era tu estrategia. Si te hubiera ganado, solo habría


logrado derrotar a un estudiante al que había permitido cometer un
terrible error. De ese modo, la victoria habría sido realmente tuya.
Aunque también has ganado porque me has obligado a actuar a tu
antojo.
¿Acaso no debería ser así, humanoide? Vol’jin entornó los ojos.
—Has ganado. Adivinaste mi jugada. He perdido.

Tyrathan hizo un gesto de negación con la cabeza y se recostó en


la silla.

—Entonces, ambos perdemos. Esto no es un mero juego semántico.


Nos observan. Tú me observas. Yo te observo. Y ellos nos
observan a ambos. Observan cómo jugamos a este juego y cómo
nos la jugamos el uno al otro. Y Taran Zhu los observa a todos
ellos, mientras evalúa cómo nos observan.

Un escalofrío recorrió a Vol’jin. Asintió una sola vez de un modo


imperceptible, o eso esperaba, aunque sabía que Taran Zhu
percibiría su leve gesto. Sin embargo, le bastaba con que el humano
también lo captara y que, por el momento, ellos dos, los dos
forasteros del monasterio, permanecieran unidos.

Tyrathan bajó la voz mientras metía de nuevo las piezas en los


cilindros.
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Vol’jin: Sombras de la Horda

—Los pandaren están acostumbrados a la niebla. Ven a través de


ella y son invisibles gracias a ella. Serían un ejército terrible si no
fueran tan equilibrados ni les preocupara tanto hallar el equilibrio.
Encuentran la paz en eso y, con razón, se niegan a abandonar esa
serenidad.
—Nos vigilan. Examinan cómo... nos equilibramos.
—Sí, les gustaría que nos equilibráramos. —Tyrathan sacudió la
cabeza—. Aunque, por otro lado, quizá Taran Zhu también quiera
saber qué hay que hacer para poder desequilibramos hasta tal punto
que nos acabemos destruyendo a nosotros mismos. Me temo que
sería más que capaz de descubrir el modo de lograrlo, y con suma
facilidad.

*******

Esa noche, las visiones parecieron burlarse de Vol’jin. Se halló


rodeado de combatientes, a todos los cuales reconoció. Los había
reunido para realizar un ataque final contra Zalazane, para poner
fin a su locura y liberar las Islas del Eco en nombre de los Lanza
Negra. Cada uno de los combatientes adoptó la forma de un cubo
de jihui, dispuesto de tal manera que mostrara su cara más
poderosa. No había ningún brulote entre ellos, pero eso no le
sorprendió a Vol’jin.

Él era el brulote, aunque todavía no estaba girado para mostrar su


faz más poderosa. No, en esta lucha desesperada, no se iba a
destruir a sí mismo. Ayudado por Bwonsamdi, iban a acabar con
Zalazane y reclamarían para sí las Islas del Eco.

¿Quién es este trol que tiene recuerdos de una campaña heroica?


Dime, ¿quién eres?

Vol’jin se volvió, al escuchar el clic de un cubo al girar para


mostrar una nueva cara. Se sentía atrapado dentro de ese cubo, a
71
Michael A. Stackpole

pesar de que era translúcido, y le desconcertó que no hubiera


ningún símbolo en ninguna de sus caras.

—Soy Vol’jin.

Bwonsamdi se materializó en un mundo gris de niebla revuelta.

— ¿Y quién es ese tal Vol’jin?

Esa pregunta lo dejó estupefacto. El Vol’jin de esa visión era el


líder de los Lanza Negra, pero nada más. La noticia de su muerte
debía de estar llegando ahora a oídos de la Horda. Aunque tal vez
no hubiera llegado aún. En el fondo de su corazón, Vol’jin esperaba
que sus aliados se hubieran demorado, de modo que Garrosh
tuviera que sufrir un día más preguntándose obsesivamente si su
plan había funcionado o no.

No obstante, esa no era la respuesta a la pregunta. En puridad, ya


no era el líder de los Lanza Negra. Quizá todavía estos podrían
mostrarle cierto respecto, pero ya no podía darles órdenes. Sabía
que se resistirían ante cualquier intento de conquista por parte de
Garrosh y la Horda; sin embargo, en su ausencia, podrían llegar a
hacer caso a algún emisario que les ofreciera protección. Sí, podría
perderlos para siempre.

¿Quién soy?

Vol’jin se estremeció. A pesar de que se consideraba superior a


Tyrathan Khort, al menos el humano podía moverse y no vestía con
ropajes propios de un enfermo. Al menos ese humano no había sido
traicionado ni asesinado por un rival. No cabía duda de que ese
Tyrathan había aceptado la filosofía pandaren en cierto modo.

Aun así, el humano había titubeado cuando no debería haberlo


hecho. Si bien Vol’jin era consciente de que solía mostrarse
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Vol’jin: Sombras de la Horda

dubitativo para que los pandaren lo subestimaran, también sabía


que no siempre vacilaba por esa razón. Como cuando había dudado
después de que Vol’jin hubiera alabado su movimiento; esa vez
había titubeado de verdad, muy a su pesar.

Vol’jin alzó sus ojos hacia Bwonsamdi.

—Soy Vol’jin. Sé quién era, pero no sé quién voy a ser. Esa


respuesta solo puedo descubrirla yo mismo. Por ahora,
Bwonsamdi, esta respuesta es más que suficiente.

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Michael A. Stackpole

CAPÍTULO SEIS

Vol’jin tal vez no hubiera dejado muy claro quién era, pero, sin
lugar a dudas, tenía muy claro quién no era. Se obligó a salir de la
cama poco a poco. Apartó la colcha y la dobló con sumo cuidado
deliberadamente, a pesar de que le habría gustado quitársela
violentamente de encima del todo y de una sola vez. Acto seguido,
colocó los pies al borde de la cama.

El frío que sintió al pisar la piedra lo sorprendió, pero sacó fuerzas


de flaqueza gracias a esa sensación. Dejó que se impusiera al dolor
que sentía en las piernas y a los tirones de las cicatrices y los
puntos. Se agarró al pilar de la cama y se enderezó.

Al sexto intento, lo consiguió. Con el cuarto, se le habían saltado


unos cuantos puntos del estómago. Sin embargo, se negó a
reconocer ese hecho incontestable y agitó una mano en el aire para
indicar a los monjes, que se le acercaban al ver esa mancha oscura
en su túnica, que se apartaran. Pero entonces, pensó que luego
tendría que disculparse con Tyrathan porque le iba a hacer trabajar
aún más, y decidió pedirles a los monjes que se la quitaran.

74
Vol’jin: Sombras de la Horda

Formuló esa petición tras tumbarse de nuevo. Había permanecido


en pie por lo que le había parecido una eternidad. Sin embargo, la
luz del sol que atravesaba la ventana no se había desplazado ni un
pelo por el suelo, lo cual era una medida objetiva del paso del
tiempo, pero lo único que importaba es que se había puesto en pie.
Eso era toda una victoria.

En cuanto los monjes le cerraron de nuevo la herida y se la


volvieron a vendar, Vol’jin pidió una palangana y un cepillo. Cogió
la túnica y frotó la mancha de sangre lo mejor que pudo. La mancha
se resistía tenazmente, pero el trol estaba dispuesto a librarse de
ella, a pesar de que le dolían todos los músculos por culpa de la
fatiga.

Tyrathan aguardó a que Vol’jin dejara de frotar con tanto brío y a


que el agua de la palangana se calmase. Entonces, le arrebató la
túnica.

—Eres muy amable, Vol’jin, por haber aceptado la pesada carga de


mis obligaciones. Colgaré esto para que se seque.

Vol’jin quiso protestar, ya que todavía podía apreciar el contorno


de esa mancha oscura, pero permaneció callado. En ese instante,
vio que el equilibrio entre el huojin y el tushui se había
restablecido. Si bien él había sido impulsivo, Tyrathan había sido
reflexivo, ya que había intervenido en el momento preciso y de una
manera en la que ninguno de los dos había visto mermada su
dignidad. Había hecho gala de una actitud que, en silencio, había
reconocido el esfuerzo y las buenas intenciones del trol, con la que
había logrado el fin deseado, sin alimentar su ego ni su hambre de
victoria.

Al día siguiente, Vol’jin logró ponerse en pie al tercer intento y se


negó a tumbarse de nuevo hasta que el haz de la luz del sol que
entraba por la ventana se hubiera desplazado a una distancia de un
75
Michael A. Stackpole

pulgar más allá de cierta veta que se distinguía en una piedra del
suelo. Al día siguiente, tardó ese mismo tiempo en andar de un
extremo de la cama a otro y volver. Para finales de esa semana, ya
era capaz de acercarse a la ventana y contemplar el patio desde ahí.

El centro de este estaba ocupado por unos monjes pandaren que


formaban en hileras muy rectas. Hacían ejercicios mientras
peleaban con un enemigo imaginario a una velocidad cegadora.
Los trols también dominaban el arte del combate sin armas, pero
como solían actuar en grupo, sus técnicas de combate no eran tan
disciplinadas ni tan mesuradas como las de los monjes. A su
alrededor, en diversos lugares, otros monjes luchaban con espadas
y lanzas, armas de asta y arcos. Esa gente habría sido capaz de darle
una lección de humildad a un guerrero de Ventormenta ataviado
con un caparazón de acero con solo propinarle un golpe con un
palo. Si no fuera por el centelleo el la luz del sol en los afilados
bordes de sus hojas, Vol’jin dudaba de que hubiera sido capaz de
adivinar la borrosa trayectoria de esas armas.

Entonces, vio ahí, en las escaleras, a Chen Cerveza de Trueno, que


estaba barriendo la nieve. Dos escalones más arriba, lord Taran Zhu
hacía lo mismo.

Vol’jin se inclinó sobre el marco de la ventana. ¿Quién me iba a


decir que acabaría viendo cómo el señor del monasterio realiza
trabajos propios de un siervo? También caviló acerca de que había
adquirido malos hábitos, pues se había acostumbrado a levantarse
siempre a la misma hora. Eso debe cambiar.

Eso significaba que Taran Zhu no solo podía saber qué había estado
haciendo, sino que había podido prever en qué momento exacto
llegaría a asomarse por esa ventana. Vol’jin estaba seguro de que
si le preguntaba a Chen cuándo solía barrer la nieve Taran Zhu,
descubriría que solo lo había hecho justo ese día y precisamente en
ese momento. El trol miró hacia un lado y divisó a una serie de
76
Vol’jin: Sombras de la Horda

monjes que parecían ignorarlo, lo cual quería decir que, en realidad,


estaban observando su reacción pero no querían que él lo supiera.

No habían pasado ni cinco minutos desde que se había vuelto a


tumbar, cuando Chen vino a hacerle una visita; el pandaren traía
consigo un pequeño cuenco que contenía un líquido espumoso.

—Me alegro de verte levantado, amigo mío. Hacía días que quería
traerte esto, pero lord Taran Zhu me lo había prohibido, pues
pensaba que sería muy fuerte para ti, pero yo le dije que se
necesitaría algo mucho más potente para matarte. Quiero decir
que... por algo sigues en este mundo, ¿no? Así que pruébalo.
Bueno, yo también lo he probado. —Chen sonrió—. Tenía que
cerciorarme de que, después de todo, no iba a matarte realmente.
—Qué amable.

Vol’jin alzó el cuenco y lo olisqueó. Ese brebaje que olía tan fuerte
le hizo pensar en un bosque. Le dio un sorbo y descubrió que no
sabía ni dulce ni amargo, sino que era muy sabroso y apetitoso. Su
sabor le recordaba a cómo olía la jungla después de llover, cuando
el vaho se eleva entre la vegetación y el mundo parece reconciliarse
consigo mismo. Le recordó a las Islas del Eco y, al percatarse de
ello sintió un terrible nudo a la garganta.

A pesar de ello, logró tragarse el líquido y, acto seguido, asintió


mientras descendía hasta su tripa dejando un rastro de calor por el
camino.

—Muy bueno.
—Gracias. —Chen miró al suelo—. El día que te trajimos aquí, no
tenías muy buena pinta. Además, el viaje hasta aquí había sido muy
duro. Nos dijeron que, cuando murieras, deberíamos enterrarte en
la montaña. Pero te susurré al oído (a la oreja buena, no a la que Li
Li me ayudó a coser) que, si sobrevivías, tendría algo especial para
ti esperándote. Entonces, rebusqué en un morral donde tenía
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Michael A. Stackpole

guardadas algunas especias y unas cuantas flores de tu hogar, para


que pudieras recordarlo. He utilizado todos esos ingredientes para
prepararte un brebaje. Lo he llamado Ponte Bien.
—Me he recuperado gracias a ti.

El pandaren alzó la vista.

—Solo has probado un poco de esta bebida, Vol’jin. Tu


recuperación llevará mucho más tiempo.
—Pero me recuperaré.
—Por eso he empezado a preparar un nuevo brebaje llamado
Celebración.

*******

Ya fuera por el brebaje de Chen, por su constitución de trol, por el


aire limpio de la montaña o por las terapias que le habían aplicado
los monjes (o por la combinación de todos esos elementos), en solo
unas cuantas semanas, Vol’jin se recuperó admirablemente. Cada
día, cuando se encontraba formando en fila con los monjes, hacía
una reverencia a su maestro y, acto seguido, elevaba la vista hacia
la ventana desde de la que los había observado en su momento.
Entonces, apenas habría podido creer que sería capaz de unirse a
ellos allá abajo más adelante, pero ahora se sentía tan bien que
apenas era capaz de recordar a la persona que había sido cuando
había estado junto a esa ventana.

Los monjes, que lo habían aceptado sin rechistar y con gran


diligencia, se referían a él como Vol’jin, ya que, al parecer, así les
resultaba más fácil pronunciar su nombre; no obstante, sabía que
esa no era la única razón que justificaba que le modificasen el
nombre. Chen le había explicado que la palabra jian tenía muchos
significados, todos ellos relacionados con el concepto de grandeza.
Al principio, los monjes lo empleaban para describir su extrema

78
Vol’jin: Sombras de la Horda

torpeza; después, para señalar la increíble velocidad a la que


aprendía.

Si no hubieran sido unos maestros tan entusiastas con él, el trol


hubiera recelado de la falta de respeto que le mostraban. Era un
cazador de las sombras. Por muy grandes que fueran las habilidades
de esos monjes, ninguno de ellos era capaz de imaginarse lo que
había tenido que pasar para convertirse en algo así. Mientras que
los monjes luchaban por alcanzar el equilibrio, un cazador de las
sombras debía dominar el caos.

Su ansia por saber y la rapidez con la que dominaba ciertos


ejercicios muy fáciles hizo que los monjes le enseñaran técnicas
cada vez más complejas. A medida que su fuerza iba en aumento y
de que su cuerpo recuperaba lentamente su capacidad innata para
curarse de las heridas y magulladuras, se percató de que el único
límite que le quedaba por superar era el de su resistencia. Vol’jin
achacaba su flaqueza a la falta de oxígeno en el aire de esas
montañas; sin embargo, la falta de aliento no parecía ser una
limitación para el humano.

No obstante, había otras cosas que limitaban a Tyrathan. Seguía


cojeando, aunque no tanto como antes. Solía utilizar un bastón y a
menudo entrenaba con monjes que peleaban con palos. Vol’jin se
percató que, cuando combatía en los entrenamientos, su cojera
desaparecía. Únicamente al final, después de que Tyrathan hubiera
recuperado el aliento y el control total de sí mismo, regresaba su
renquera.

Además, el humano observaba con suma atención los


entrenamientos de tiro con arco de los monjes. Habría que haber
estado ciego para no ver lo mucho que deseaba coger un arco.
Evaluaba a los monjes, los observaba disparar y bajaba la cabeza
cuando alguno fallaba, o esbozaba una amplia sonrisa cuando

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Michael A. Stackpole

alguno partía en dos una flecha que ya se hallaba clavada en la


diana.

Ahora que se sentía bastante recuperado como para poder entrenar,


Vol’jin se había mudado a una celda diminuta y austera del ala este
del monasterio, cuyo mobiliario era muy sencillo: una estera para
dormir, una mesa baja, una palangana y una jarra, así como dos
ganchos para colgar la ropa; la finalidad de tanta sobriedad era
impedir toda distracción, sin duda alguna. Ese vacío facilitaba que
los monjes meditasen y hallaran la paz.

A Vol’jin eso le recordó a Durotar, aunque ese lugar era


considerablemente más frío. Además, morar en esa estancia no le
resultaba excesivamente duro. Había colocado la cama en un lugar
de la celda donde la primera luz del alba lo despertaba. Una vez
levantado, iba a cumplir con las labores que tenía asignadas, al
igual que los demás, y luego disfrutaba de un desayuno muy
sencillo antes de los ejercicios matutinos. Se había dado cuenta de
que en sus raciones había más carne de la que solían comer los
monjes, lo cual tenía cierta lógica, ya que todavía se estaba
recuperando.

Tanto la mañana como la tarde y la noche seguían la misma rutina:


tareas, comida y ejercicio. Desde el punto de vista de Vol’jin, todos
los ejercicios tenían como finalidad adquirir fuerza y flexibilidad,
aprender técnicas de combate y conocer sus limitaciones físicas.
Por las tardes, recibía una instrucción mucho más individualizada
de manos, una vez más, de un grupo de monjes que iba turnándose,
ya que la mayoría de monjes acudían a clase a esas horas. Por la
noche, volvían a hacer ejercicio todos juntos, aunque esos
ejercicios consistían en gran parte en hacer estiramientos y
desarrollar la flexibilidad, con el fin de prepararse para una buena
noche de descanso.

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Vol’jin: Sombras de la Horda

Los monjes le enseñaron muy bien. Había visto cómo los monjes
eran capaces de hacer añicos una decena de tablas de madera con
un solo puñetazo. Vol’jin ansiaba intentarlo porque sabía que era
capaz de hacerlo. Sin embargo, cuando le tocó realizar ese
ejercicio, lord Taran Zhu intervino. En vez de tablas de madera,
habían colocado una losa de piedra de dos centímetros y medio de
grosor.

¿Se mofa de mí? Vol’jin escrutó el semblante del monje, pero


concluyó que no le estaba engañando. Aunque eso no quería decir
que no hubiera preparado algún truco, ya que bajo la expresión
impasible del pandaren podían esconderse sus verdaderas
intenciones.
—Quieres que rompa una piedra cuando los demás solo rompen
maderas.
—Los demás no creen ser capaces de hacer añicos esas maderas.
Tú sí. —Taran Zhu señaló a un lugar situado a un dedo de distancia
de esa losa de piedra—. Coloca tu duda ahí. Golpea a través de ella.
¿Mi duda? Vol’jin intentó desechar ese pensamiento porque no era
más que una distracción. Quería ignorarlo, pero al final hizo lo que
el monje le había mandado. Visualizó su duda como una brillante
bola negra azulada que desprendía chispas. Después, dejó que
flotase a través de la piedra hasta colocarse levitando en el aire tras
ella.

Entonces, Vol’jin se preparó, respiró hondo y exhaló aire con


fuerza. Lanzó un fuerte puñetazo y pulverizó la piedra. Siguió
atravesándola hasta machacar esa bola de duda y habría jurado que
no había sentido el impacto hasta que golpeó esa bola. Era como si
la piedra no hubiera sido nada, a pesar de que luego se había tenido
que sacudir su polvo de encima.

Taran Zhu hizo una reverencia ante él respetuosamente.

81
Michael A. Stackpole

Vol’jin hizo lo mismo, aunque mantuvo la cabeza agachada más


que nunca.

Los demás monjes agacharon la cabeza mientras su señor se


retiraba y, a continuación, la inclinaron ante el trol. Vol’jin les
devolvió el gesto y se percató de que, a partir de entonces, el énfasis
con el que pronunciaban la palabra jian volvió a cambiar.

*******

No fue hasta más tarde esa misma noche, mientras estaba sentado
a solas en su celda, con la espalda apoyada sobre la fría piedra,
cuando Vol’jin logró entender, al menos en parte, algo de lo que
había aprendido. Si bien no se le había hinchado la mano ni sufría
ninguna rigidez por culpa del golpe, todavía podía notar cómo su
puño había machacado a la duda. Flexionó la mano, observó sus
movimientos y se sintió contento de haber recuperado totalmente
su vínculo con ella.

Taran Zhu había tenido razón al haber convertido a la duda en su


objetivo. La duda destruía el alma. ¿Qué clase de criatura pensante
era capaz de actuar de algún modo cuando albergaba dudas sobre
su éxito? Dudar de que su puño podía atravesar la piedra suponía
reconocer que su mano se podía romper, que sus huesos podían
astillarse que su carne podía rasgarse y su sangre manar. Si se
obsesionaba con ese resultado, ¿acaso podría darse otro? Destruir
las dudas debería ser su meta, para poder tener éxito y poder acertar
en ese objetivo. Y si ya había alcanzado esa meta, ¿acaso había algo
imposible para él?

Volvió a pensar en Zalazane, pero esta vez no lo vio en una visión


sino en una serie de recuerdos. Ambos habían crecido juntos y
habían sido grandes amigos. Como Sen’jin, el padre de Vol’jin, era
el líder de los Lanza Negra, en su tribu, siempre se había
considerado que este estaba por encima de su amigo, aunque eso
82
Vol’jin: Sombras de la Horda

no fuera así para el propio Vol’jin. Zalazane había sido consciente


de ello; además, habían hablado a menudo al respecto, riéndose de
la ignorancia de aquellos que consideraban a uno de ellos como un
héroe y al otro como un mero compañero con pocas luces. Mientras
Vol’jin estaba centrado en convertirse en un cazador de las
sombras, Zalazane se había convertido en un médico brujo gracias
al maestro Gadrin. El mismo Sen’jin había animado a Zalazane a
hacerlo e incluso había algunos entre los Lanza Negra que creían
que Zalazane estaba siendo adiestrado para ser su líder cuando
Sen’jin dejara de serlo, porque Vol’jin estaba destinado a alcanzar
metas aún más importantes.

Pero incluso en eso la gente se equivocaba, ya que ambos creían en


el sueño de Sen’jin de que los Lanza Negra debían tener un sitio en
el mundo al que poder considerar su hogar. Un lugar donde
pudieran prosperar sin miedo, sin enemigos que los acechasen.
Incluso la muerte de Sen’jin a manos de los murlocs fue incapaz de
acabar con ese sueño.

Sin embargo, en algún lugar, en algún momento, la duda se había


abierto camino hasta el alma de Zalazane. Quizá porque fue
consciente de que incluso Sen’jin, un poderoso médico brujo, podía
morir con suma facilidad. Quizá porque había oído demasiadas
veces que Vol’jin era un héroe y él una mera comparsa. Quizá por
algún otro motivo que Vol’jin ni siquiera alcanzaba a imaginarse,
pero fuera cual fuese el motivo, había provocado que Zalazane
intentara hacerse con el poder salvajemente.

Y ese mismo poder lo enloqueció. Zalazane esclavizó a la mayoría


de los Lanza Negra y los convirtió en unos esbirros sin voluntad
propia. No obstante, Vol’jin logró escapar con algunos miembros
de su tribu y después regresó con sus aliados de la Horda para
liberar a las Islas del Eco. Lideró las fuerzas que mataron a
Zalazane, vio cómo su sangre se derramaba y oyó cómo daba su
último aliento. Le gustaba pensar que, en ese último momento,
83
Michael A. Stackpole

cuando la última chispa de vida abandonaba la mirada de Zalazane,


su viejo amigo había recuperado la cordura y se sentía feliz por
haberse librado al fin de su locura.

Creo que ocurrirá lo mismo con Garrosh. Este orco había sido
encumbrado por ser hijo de quien era, pero rara vez era
reverenciado por ser quién realmente era o por sus proezas; no
obstante, era temido por muchos, pues había aprendido que el
miedo era un látigo muy efectivo con el que podía mantener a sus
subordinados a raya, aunque no todos se acobardaban al oír el
restallido de su fusta.
Yo no.

Como Garrosh creía que el cargo que ostentaba se lo debía tanto al


buen recuerdo que había dejado su padre en los demás como a su
propia valía, dudaba de que se lo mereciera. Si él era capaz de
considerarse indigno de ese puesto, otros también. Yo le cuestioné
su valía a la cara. A pesar de que Garrosh ocultaba sus
vacilaciones, estas mismas dudas lo llevaban a considerar a
cualquiera como un posible enemigo. Por tanto, la única manera de
eliminar tanto a sus inseguridades como a sus rivales era
dominarlos y conquistarlos.

Sin embargo, ni siquiera todas las conquistas del mundo podrían


silenciar esa voz que decía en su mente: «Sí, pero tú no eres como
tu padre».

Vol’jin se estiró sobre su estera. Mi padre tenía un sueño. Y lo


compartió conmigo. Ese fue su legado y yo tuve la fortuna de ser
su destinatario y de comprender su sueño. Por eso, puedo hacerlo
realidad. Por eso, puedo conocer la paz.

Entonces, habló al vacío.

84
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Pero Garrosh nunca conocerá la paz. Y eso significa que


tampoco podrá conocerla nadie más.

85
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO SIETE

Arreciaba una tormenta procedente el sur, acompañada del ulular


del viento, nubes oscuras y nieve cayendo oblicuamente con tanta
fuerza que incluso hacía daño. La ventisca se les echó encima muy
rápido. Cuando Vol’jin se había despertado, había lucido el sol,
pero antes de que hubiera concluido sus tareas (en este caso,
limpiar el polvo de la parte superior de las estanterías en las que
guardaban muchos pergaminos antiguos), la temperatura había
bajado, la atmósfera se había oscurecido y la tormenta bramaba
como si unos demonios estuvieran asaltando el monasterio.

Como Vol’jin lo ignoraba casi todo acerca de las ventiscas, no lo


dominó el pánico. Los monjes de más alto rango recorrieron el
monasterio de arriba abajo, para localizar a todo el mundo y
congregarlo en el descomunal comedor. Todos se dirigieron a la
zona donde solía comer cada uno. Al ser más alto que los demás,
Vol’jin pudo comprobar con suma facilidad que los monjes los
estaban contando para ver si se hallaban todos ahí. Se le pasó por
la cabeza la posibilidad de que una tormenta tan salvaje podría
cegar a alguien c incluso llegar a confundirlo. Perderse en una
tempestad como esa suponía una muerte segura.

86
Vol’jin: Sombras de la Horda

Para su vergüenza, antes de que concluyera el recuento. Chen se


percató antes que él de que faltaba alguien en concreto.

—Tyrathan no está aquí.

Vol’jin miró hacia la cima de la montaña.

—Seguro que no se le ha ocurrido salir con una tormenta así.

Al instante, Taran Zhu, que en aquel momento se hallaba subido a


un estrado, le replicó:

—Hay una hondonada donde suele detenerse a descansar, qqe da


hacia el norte y está muy bien resguardada. Seguramente, no se ha
dado cuenta de que la tormenta se acercaba. Maestro Cerveza de
Trueno, llene un barril con su brebaje de Ponte Bien. La casa
primera y segunda organizarán la búsqueda.

Vol’jin alzó la cabeza.

— ¿Qué quieres que haga?


—Vuelve a ocuparte de tus tareas, Vol’jin. —Taran Zhu no añadió
el sufijo «jian» a su nombre—. Aquí no tienes nada que hacer.
—Esta tormenta lo va a matar.
—A ti también te mataría. Y con más celeridad que a él. —El
anciano pandaren dio una palmadas con sus zarpas y, al instante,
sus subalternos se desperdigaron—. Sabes muy poco acerca de este
tipo de tempestades. Tal vez seas capaz de destrozar una piedra,
pero esta tormenta sería capaz de destrozarte a ti. Te arrebataría
todo el calor corporal y todas tus fuerzas. Tendríamos que traerte
de vuelta aquí antes de que lo localizaras.
—No puedo quedarme...
—... ¿sin hacer nada? Bien, entonces te encomendaré una tarea, una
cuestión para que reflexiones. —Aunque al pandaren se le
ensancharon las fosas nasales, mantuvo un tono de voz sumamente
87
Michael A. Stackpole

plano y desprovisto de emoción—. ¿Acaso quieres hacer algo para


poder salvar a ese humano o para preservar tu estatus de héroe?
Espero que limpies mucho el polvo antes de dar con la verdadera
respuesta a esa pregunta.

A pesar de que la furia se adueñó del alma de Vol’jin, no expresó


su ira verbalmente. El monje maestro había dado justo en la diana
de la verdad en dos ocasiones, al igual que los arqueros que se
hallaban bajo su mando. No cabía duda de que esa tormenta mataría
a Vol’jin. Incluso aunque hubiera estado recuperado totalmente,
podría haberlo llegado a matar. Lo cierto es que los trols Lanza
Negra no se caracterizaban precisamente por su tolerancia al frío.

Y lo que era aún más importante, y esa era la flecha que más habla
dado en la diana. Taran Zhu habla acertado de pleno sobre por qué
Vol’jin deseaba formar parte de la partida de rescate. No era tanto
porque le preocupara el bienestar de Tyrathan Khort, sino su propia
reputación. No le gustaba quedarse al margen cuando había un
peligro que exigía actuar, ya que eso era una señal de debilidad y
no quería transmitir esa sensación. Además, si era capaz de rescatar
a Tyrathan, lograría hallarse moralmente por encima de ese
humano. Aquel hombre había sido testigo de su momento de mayor
flaqueza, lo cual era exasperante.

Mientras regresaba a limpiar el polvo, Vol’jin se dio cuenta de que


se sentía observado por el humano y de que eso no le sentaba nada
bien. Los trols y los humanos nunca habían sido muy sinceros unos
con otros, salvo a la hora de expresar su odio mutuo. Vol’jin había
perdido la cuenta de lodos los humanos que había matado. La
forma en que Tyrathan lo había estudiado dejaba bien a las claras
que el cazador había asesinado también a multitud de trols. Eran
enemigos jurados. Los pandaren les daban cobijo aquí porque eran
tan opuestos que se equilibraban el uno al otro.

88
Vol’jin: Sombras de la Horda

Aun así, ese humano me ha tratado con amabilidad y generosidad,


¿verdad? Una parte de Vol’jin quería desdeñar esa actitud como
una muestra de debilidad, como una mera actitud servil motivada
por el miedo. Tyrathan debía de esperar que, gracias a su
comportamiento, cuando Vol'jin estuviera totalmente recuperado,
no lo mataría. Si bien resultaba muy fácil creer que esa hipótesis
fuera cierta, e incluso infinidad de trols habrían creído en su certeza
como si los mismísimos loa se la hubieran revelado, Vol’jin no
podía aceptarla. Tal vez habían encomendado a Tyrathan la tarea
de cuidarlo, pero el cariño con el que había lavado la túnica del trol
no era propio de un sirviente que llevaba a cabo una obligación.

No, ahí había algo más. Me ha tratado con respeto.

Como Vol'jin había acabado de limpiar las estanterías más altas, se


dispuso a seguir con las más bajas antes de que regresaran los
grupos de búsqueda. Oyó entonces unas voces teñidas de emoción,
lo cual parecía indicar que habían tenido éxito. Cuando se
encontraban todos almorzando en el comedor, Vol’jin buscó con la
mirada primero a Tyrathan y luego a Chen y Taran Zhu. Al no
verlos, intentó localizar a los sanadores. Vio a un par de ellos, pero
estos solo permanecieron en el comedor el tiempo suficiente para
coger un poco de comida y, de inmediato, volvieron a desaparecer.

El hecho de que la tormenta hubiera envuelto la montaña auguraba


que tenían un día muy oscuro por delante, cuyo final vendría
marcado por una oscuridad y un frío aún mayor. Más tarde,
mientras los monjes se congregaban para cenar, una joven monja
localizó al trol y lo llevó a la enfermería. Chen y Taran Zhu lo
aguardaban ahí. Ninguno tenía buena cara.

Tyrathan Khort yacía en la cama, tenía la piel gris y el sudor le


empapaba las cejas. Unas gruesas mantas lo tapaban hasta el cuello.
A pesar de que se revolvía, se encontraba tan débil que se hallaba
atrapado bajo ellas. La compasión se apoderó de Vol’jin.
89
Michael A. Stackpole

Entonces, el señor del monasterio señaló al trol.

—He aquí una tarea que deseo que realices. Si no la desempeñas,


morirá. Antes de que cualquier pensamiento innoble pueda cobrar
forma en su mente, he de decirte una cosa: si te niegas, seguramente
tú también morirás. No por mi mano ni por la mano de ninguno de
los monjes de este lugar, sino porque esa cosa situada más allá de
la piedra a la que lograste hacer añicos se recompondrá y volverá a
hallar un sitio en tu alma y te matará.
Vol’jin hincó una rodilla en tierra y clavó su mirada en el rostro de
Tyrathan. El miedo, el odio, la vergüenza; todas estas emociones y
muchas más planearon fugazmente sobre su semblante.
—Está durmiendo. Soñando. ¿Qué puedo hacer?
—No es cuestión de qué puedes hacer, trol, sino de qué debes
hacer. —Taran Zhu exhaló aire lentamente—. Lejos de aquí, en
dirección sudeste, hay un templo. Es uno de los muchos templos
especiales que hay en Pandaria. En cada uno de ellos, el sabio
emperador Shaohao encerró a uno de los Sha. Los Sha poseen una
naturaleza muy similar a sus loa. Encaman diversos aspectos de la
inteligencia; los más siniestros. En el Templo del Dragón de Jade,
el emperador encerró al Sha de la duda.

Vol’jin frunció el ceño.

—No existe el espíritu de la duda.


— ¿Ah, no? Entonces, ¿qué fue lo que destruiste con ese puñetazo?
—Taran Zhu se llevó ambas zarpas a la zona lumbar—. Tú tienes
dudas, todos las tenemos, y el Sha las utiliza en nuestra contra.
Hace que tengan eco en nuestro fuero interno, que nos paralicen,
que maten nuestra propia alma. Nosotros, los Shadopan, como
ahora bien sabes, nos entrenamos para enfrentamos a los Sha. Por
desgracia, Tyrathan Khort se topó con ellos antes de estar
preparado.

90
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin se puso en pie.

— ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer?


—Tú perteneces al mismo mundo que él. Tú lo comprendes. —
Taran Zhu hizo un gesto de asentimiento dirigido hacia Chen—. El
maestro Cerveza de Trueno ha estado preparando en la botica un
brebaje para ti. Lo llamamos el vino evocador. Tanto tú como el
humano lo beberán y, después, te adentrarás en sus sueños. Así
como los loa a veces obran a través de ti, tú deberás obrar a través
de él. Tú has destruido tus dudas, Vol’jin, pero las suyas aún lo
dominan. Debes hallarlas y expulsarlas.

El trol entornó los ojos.

— ¿No puedes hacerlo tú?


—Si pudiera, ¿no crees que lo haría, en vez de confiar esta misión
a alguien que apenas es un novicio?

Vol’jin agachó la cabeza.

—Por supuesto.
—Aunque debo advertirte una cosa, trol. Debes entender que lo que
vas a ver y experimentar no es real, sino el recuerdo de algo que
ocurrió. Asimismo, has de tener en cuenta que, si hablaras con
todos los supervivientes de una batalla, ninguno te contaría la
misma historia. No te esfuerces por intentar entender sus recuerdos.
Halla la duda y acaba con ella.
—Sabré qué hacer.

Aunque la monja y Chen acercaron otra cama a rastras, Vol’jin les


indicó con un gesto que se la llevaran. Acto seguido, se tumbó en
el suelo, junto a Tyrathan.

—Debería recordar más a menudo que soy un trol.

91
Michael A. Stackpole

Después, aceptó el cuenco de madera que le ofrecía Chen con su


zarpa. Ese líquido oscuro sabía grasiento y picaba como si le
hubieran echado ortigas. Sintió rápidamente un dolor en gran parte
de la lengua, salvo allá donde ese sabor tanino se la había
adormecido. Tragó dos veces para que todo el vino evocador le
bajara de la garganta al estómago y, a continuación, cerró los ojos.

Entonces, proyectó sus sentidos, tal y como habría hecho cuando


intentaba contactar con los loa, y se topó con un paisaje
característicamente pandaren, cuyos colores predominantes eran el
verde y el gris cálido y donde había algunos relucientes restos de
nieve. Taran Zhu se encontraba ahí, cual espectro silencioso.
Señalaba con la zarpa derecha hacia una oscura cueva. Unas huellas
de pandaren iban en esa dirección, aunque se detenían en la entrada
de la caverna.

Vol’jin se inclinó hacia un lado y se agachó para poder entrar.


Enseguida, esas paredes de piedras se estrecharon. Durante una
fracción de segundo, temió no poder seguir avanzando. Entonces,
logró atravesar la entrada, dejándose, al parecer, un trozo de piel en
el intento.

Estuvo a punto de gritar.

En ese instante, vio el mundo a través de los ojos de Tyrathan Khort


y le dio la impresión de que era demasiado luminoso y verde. Se
llevó una mano a los ojos para protegerlos de la luz del sol. La
sorpresa lo dominó. Ahora tenía unos brazos muy cortos y una
complexión más ancha, pero un cuerpo más débil en general. Solo
era capaz de dar pequeños pasos. Allá donde mirara, tanto hombres
como mujeres vestían con esos tabardos azules de ribetes dorados
característicos de Ventormenta, mientras afilaban sus armas y se
ajustaban las armaduras ante la atenta mirada de unos reclutas jinyu
que los observaban con admiración.

92
Vol’jin: Sombras de la Horda

Un joven soldado se paró delante de él y le saludó.

—El líder de guerra requiere su presencia en la colina, señor.


—Gracias.

Vol’jin se dejó llevar por ese recuerdo, mientras se acostumbraba


a la sensación de poseer un cuerpo humano. Tyrathan llevaba un
arco a la espalda, cuyo carcaj le golpeaba el muslo derecho.
Llevaba protegidas algunas partes del cuerpo por una ruidosa cota
de malla y también portaba un atuendo de cuero que lo cubría casi
por entero, confeccionado con la piel de algunas bestias que había
cazado; él mismo la había curtido y cosido, pues no se fiaba de las
confeccionadas por otros.

Vol’jin sonrió, pues conocía esa sensación.

Tyrathan subió por la colina con gran facilidad, lo cual despejó a


Vol’jin la incógnita de por qué pasaba tanto tiempo en la montaña:
sí, sin duda alguna, eso le encantaba. Se detuvo ante un hombre
descomunal de barba muy espesa. Era el líder de guerra, cuya
armadura relucía cegadoramente y cuyo tabardo blanco no estaba
manchado de sangre.

— ¿Querías verme, señor?

Aquel humano, llamado Bolten Vanyst, señaló al valle situado allá


abajo.

—Ese es nuestro objetivo. El Corazón del Dragón. Parece un lugar


bastante tranquilo, pero sé que las apariencias engañan. Ya he
seleccionado a doce de mis mejores cazadores para que hagan de
avanzadilla. Quiero que vayas con ellos a explorar ese lugar y
vuelvas para informarme. No quiero sufrir una emboscada.
—Entendido, señor. —Tyrathan hizo un saludo marcial—. Tendrá
mi informe en una hora, dos como mucho.
93
Michael A. Stackpole

—Que sean tres si es lo más completo posible.

El líder de guerra le indicó que podía irse con otro saludo marcial.
Tyrathan se fue corriendo y Vol’jin analizó todas esas nuevas
sensaciones. Mientras descendía por un sendero rocoso de la
colina, el trol se percató de que el humano no saltaba cuando, según
él, debería hacerlo. Buscó las dudas que alimentaban esas
decisiones, pero solo halló confianza. Tyrathan conocía muy bien
sus limitaciones y, si hubiera dado esos saltos, se habría roto una
pierna o torcido un tobillo, pues no era un trol.

La tremenda fragilidad que conllevaba el mero hecho de ser


humano sorprendió a Vol’jin. Siempre se había regodeado que eso
fuera así, pues de esta manera era mucho más fácil destrozarlos
pero ahora aquella acción le llevaba a plantearse ciertas preguntas
sobre esa raza. A pesar de que eran conscientes de que la muerte
les llegaría pronto, se atrevían a luchar y a explorar y no mostraban
falta de coraje. Era como si la muerte fuera una compañera de viaje
a la que conocían desde siempre y cuya compañía aceptaban sin
rechistar.

Mientras Tyrathan se sumaba a un escuadrón conformado por doce


cazadores como él, Vol’jin se dio cuenta de que ese humano no iba
acompañado de ningún animal. Los demás sí, ya que eran un
recuerdo de sus viajes por el mundo. Raptores y tortugas, arañas
gigantes y murciélagos buscasangre; los humanos elegían a sus
mascotas siguiendo una lógica que Vol’jin no entendía.

Tyrathan impartió las órdenes entre sus soldados, haciendo unos


gestos concisos con las manos, y, acto seguido, los dividió en
pequeños grupos. Como hace con los cubos en el jihui. Se llevó su
grupo al sur, hacia el objetivo más lejano. Se movían con celeridad
y presteza; con el mismo sigilo que los silenciosos monjes
pandaren. Tyrathan llevaba una flecha preparada en la cuerda de su
arco, que aún no había tensado.
94
Vol’jin: Sombras de la Horda

Súbitamente, se oyó un grito procedente del oeste y todo cambió.


Vol’jin se habría sentido muy desorientado de no ser porque había
participado en muchas batallas y entendía cómo estas afectaban a
las percepciones. El tiempo se ralentizó mientras contemplaba
cómo el desastre tenía lugar y luego se aceleró cuando el desastre
llegó a su punto álgido. Ver cómo una flecha volaba hacia un amigo
podía parecer una eternidad, aunque ser testigo de cómo la vida la
abandonaba arrastrada por un enorme torrente carmesí solo llevaba
un instante.

Donde antes no había habido ningún enemigo, ahora una legión


acorralaba a su gente. Unas extrañas criaturas espectrales corrían
entre ellos, rozándolos, desgarrándolos y arrancándoles chillidos
antes de destrozar esas mismas gargantas de las que surgían esos
gritos. Las mascotas rugieron y gruñeron, mordieron y arañaron,
pero esa avalancha se los llevó por delante y los hizo trizas.

Por su parte, Tyrathan intentó mantener la calma. Lanzó una flecha


tras otra con gran puntería y fuerza. Los monjes se morirían de
vergüenza si lo vieran disparar. Vol’jin no dudaba de que ese
humano fuera capaz de disparar tan rápido y con tanta precisión
como para ser capaz de partir en dos la flecha de un monje antes de
que esta alcanzara la diana y, además, acertar después en el blanco.

Entonces, una mujer cayó. Su pelo moreno era tan brillante y liso
como el del gato que la acompañaba. Tyrathan gritó y corrió hacia
ella. Disparó a gran velocidad varias flechas contra el Sha que la
atacaba. Mató a uno y luego a otro, pero entonces pisó una piedra
suelta. No alcanzó al tercero.

Desde su punto de vista privilegiado, Vol’jin fue consciente que


habría dado igual que esa flecha hubiera alcanzado su destino o no.
La mujer los miró fijamente a ambos con unos ojos vidriosos
enmarcados en una máscara roja, mientras la sangre manaba a
95
Michael A. Stackpole

raudales empapándole el tabardo. Si hubo algo destacable en su


muerte fue que una de sus manos quedó apoyada sobre la amplia
mollera de su mascota muerta.

Tyrathan hincó una rodilla en el suelo y, al instante, algo lo golpeó


en un costado. Salió disparado por los aires y soltó el arco. Se
estrelló contra un draco de piedra, recibiendo un fuerte impacto
justo por debajo de la cadera izquierda. Se le rompió la pierna y
una inmensa agonía se apoderó de él. Rebotó una sola vez y
después rodó por el suelo hasta detenerse. Se paró justo delante de
la mujer, cara a cara.

Es culpa mía que no sigas viva.

Ahí estaba el origen de sus dudas. Entonces, Vol’jin bajó la mirada


y vio un hilo negro coronado por un pincho, que le había abierto
una herida muy cerca del corazón y le había salido por la espalda.
El hilo dio la vuelta y se colocó como una víbora dispuesta a atacar
esta vez su corazón.

Vol’jin extendió un brazo astral y agarró a esa cosa por debajo de


la punta, como si cogiera a una serpiente. La decapitó con el pulgar
y, a continuación, se agachó para romper el resto del hilo.
La parte central retrocedió reptando rápidamente hacia el interior
del cuerpo de Tyrathan. Se enroscó con fuerza alrededor de su
corazón y apretó. El humano se tensó y se hizo un ovillo, pero el
hilo roto no fue capaz de apretar con la suficiente fuerza. Se
retorció y alejó de ese órgano para enrollarse alrededor de la
columna del humano y, acto seguido, ascendió hasta su cerebro
provocándole un gran dolor.

Una vez ahí, volvió a atacar y desató un aullido desgarrador en el


humano. La imagen de Tyrathan desapareció ante Vol’jin como un
reflejo engullido por un vórtice. Toda la luz fue absorbida por un
agujero negro. Entonces, un estallido plateado, teñido de
96
Vol’jin: Sombras de la Horda

sufrimiento, lo iluminó todo, conmocionando tanto al humano


como al trol.

*******

Vol’jin se estremeció, tenía la cara empapada de sudor y se palpó


el cuerpo entero en busca de heridas. Se agarró el muslo y notó
cómo el dolor de la fractura se desvanecía. Jadeó y, entonces, miró
a Tyrathan.

La piel del hombre mostraba ya más color aquí y allá y respiraba


con más facilidad. Ya no se retorcía bajo las sábanas.

Vol’jin lo observó detenidamente. A pesar de seguir muy débil, a


pesar de que era más frágil de lo que el trol podía haberse
imaginado antes de meterse en su piel, el humano había demostrado
tener el coraje necesario para recuperarse. Una parte de Vol’jin
odiaba que eso fuera así, ya que tenía que reconocer que ese era un
rasgo que compartía con muchos otros humanos, lo cual solía ser
un problema para los trols. Aun así, los admiraba al mismo tiempo,
porque se necesitaba esa clase de espíritu para poder luchar contra
la muerte.

El trol alzó la vista hacia lord Taran Zhu.

—Se me ha escapado una parte. No he podido destruirla por entero.


—Has hecho suficiente. —El monje pandaren asintió
solemnemente—. Por ahora, eso tendrá que bastar.

97
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO OCHO

La tormenta concluyó a la vez que a Tyrathan la fiebre le bajaba,


lo cual llevó a Chen a preguntarse si esa tempestad no podría ser
de índole sobrenatural. Lo cierto es que esa idea era muy siniestra,
pero no permaneció en su mente mucho tiempo. Realmente, no
halló acomodo en su corazón, pues mientras caía el último copo de
nieve, Chen vio cómo las azucenas se abrían paso entre la nieve
para alcanzar la luz del sol. Seguramente, algo malévolo nunca
habría permitido que algo así sucediera.

Aunque Taran Zhu no se pronunció sobre la naturaleza de la


tormenta, decidió enviar a algunos monjes al sur, al este y al oeste
para evaluar los daños. Chen se presentó voluntario para dirigirse
al este, ya que así podría visitar el Templo del Tigre Blanco, donde
podría ver a su sobrina y enterarse de cómo le iban las cosas. Taran
Zhu se mostró de acuerdo y le prometió que Tyrathan recibiría los
mejores cuidados en su ausencia.

A Chen le sentó bien salir del monasterio, pues así saciaba su sed
de viajes. Estaba seguro de que la mayoría de los monjes no
querrían marchar más allá de esa montaña, lo cual era lógico si
teníamos en cuenta su visión del mundo y su idea de que aquellos

98
Vol’jin: Sombras de la Horda

que moraban en Shen-zin Su, por su propia naturaleza, estaban


desequilibrados y se inclinaban hacia el huojin.

Chen no podía negar que le gustaba viajar y explorar. A otros tal


vez les hubieran temblado las piernas por temor a ser capturados,
pero a Chen no. Se giró hacia su compañera de viaje y sonrió.

—Pienso que cada vez que avanzo, dejo espacio para que otro ser
descanse y disfrute por un rato.

Yalia Murmullo Sabio esbozó un gesto de perplejidad, no exento


de cierta alegría.

—Maestro Cerveza de Trueno, ¿estamos manteniendo otra


conversación más en cuya primera parte no he participado?
—Discúlpame, hermana. A veces las ideas dan vueltas por mi
cabeza y salen de ella disparadas como cubos de jihui. Nunca sé
cuál de sus caras quedará boca arriba. —Entonces, señaló hacia el
monasterio, que estaba oculto bajo una capa de nubes—. Me gusta
mucho el monasterio.
—Pero no podrás morar en él para siempre, ¿verdad?
—No, no lo creo. —Chen frunció el ceño—. ¿Hemos tenido esta
conversación en alguna otra ocasión?

Ella negó con la cabeza.

—Hay veces, maestro Cerveza de Trueno, como cuando estás


barriendo o ves a ese humano dirigirse hacia la montaña, en las que
te quedas inmóvil y tienes la mirada perdida. Tu mente está en otra
parte, está tan concentrada en ese otro lugar como cuando preparas
un brebaje.
—Así que te has fijado en eso, ¿eh? —A Chen se le aceleró el
pulso—. ¿Me has estado observando?
—Resulta difícil no prestar atención cuando la pasión por el viaje
reluce con tanto fulgor en alguien. —Lo miró de soslayo y, al
99
Michael A. Stackpole

instante, una sonrisa cobró forma en su semblante—. ¿Quieres


saber qué pienso cuando te veo trabajar?
—Me sentiré muy honrado de que compartas esos pensamientos
conmigo.
—Creo que te has convertido en una lente, maestro Cerveza de
Trueno. Has vivido muchas experiencias a lo largo y ancho del
mundo, de ese mundo situado más allá de Pandaria, y eso se nota
en todo lo que haces. Toma como ejemplo el brebaje de Ponte Bien
que confeccionaste para el trol. Hay maestros cerveceros pandaren
que podrían haber confeccionado ese brebaje con la misma
destreza. Quizá incluso con una mayor habilidad. Sin embargo, su
falta de experiencia no les habría permitido saber qué ingredientes
debían añadir para que el trol se recuperase. —Miró al suelo—. Me
temo que no me expreso muy bien.
—No, te he entendido perfectamente. Muchas gracias. —Chen
sonrió—. Verse a uno mismo a través de los ojos de otro es una
gran cura de humildad. Tienes razón, por supuesto. Pero no
considero que transmita mi experiencia con mis brebajes. Los
considero un mero divertimento, un regalo que les doy a otros.
Cuando le preparé el té a lord Taran Zhu y a ti, quise mostrarles mi
afecto, y que compartieran una parte de mí. Según tu razonamiento,
eso significaría que compartí con ustedes una parte del mundo.
—Y así fue. Por eso, te doy las gracias. —Asintió mientras
descendían lentamente hacia un valle, donde había una aldea
distante rodeada por unos cultivos—. Tu aseveración anterior
sugiere que el motivo que te impulsó a hacer este viaje va más allá
de tu deseo de seguir a la tortuga o de ver a tu sobrina. ¿Estoy en
lo cierto?
—Sí. —Chen adoptó un gesto ceñudo—. Si fuera capaz de saber
cuál es el verdadero motivo, no le daría la espalda. Bueno, en
realidad, no lo estoy haciendo, solo necesito...
—... un poco de perspectiva.
—Eso es. —Asintió rápidamente, pues le gustaba que ella hubiera
adivinado cuál era la palabra que rondaba por su mente—. He
supervisado la recuperación de Vol’jin y Tyrathan Khort en el
100
Vol’jin: Sombras de la Horda

plano físico. Se están curando. Su cuerpo, al menos. Sin embargo,


ambos todavía tienen ciertas heridas sin sanar y no alcanzo a ver...
Yalia se volvió y apoyó una zarpa sobre el hombro de Chen.
—No es culpa tuya que no puedas verlo. Lo que esconden lo
ocultan muy bien. Y aunque pudieras verlo, no lograrías que ellos
lo vieran. Se puede animar a alguien a seguir el camino que lleve a
una sanación de ese tipo, pero no se le puede obligar; a veces, al
sanador le duele tener que esperar.
— ¿Hablas por experiencia propia? —preguntó Chen, a la vez que
cruzaba un pequeño arroyo de un salto.

Yalia optó por atravesarlo saltando de una piedra a otra.


—Sí, por una experiencia propia muy peculiar. La mayoría de
nuestros iniciados son escogidos tras pasar una serie de pruebas
aunque no siempre es así. ¿Sabes cómo se escoge a los demás
cachorros, a los que son muy especiales, maestro Cerveza de
Trueno?

El maestro cervecero negó con la cabeza.

—Nunca me lo he planteado.
—La leyenda dice que algunos cachorros no están destinados a
pasar por la Prueba de las Flores Rojas. Su destino se decide de un
modo muy distinto.

Mientras hablaba, su mirada se perdía y su delicada voz se tomaba


aún más suave.

—Algunos sugieren que estos cachorros, que son más sabios de lo


que dicta su edad, ya son muy ancianos espiritualmente cuando
llegan a este mundo bajo la forma de un bebé. Se dice que los
viajeros generosos los ayudan y las leyendas sugieren que esos
viajeros son los propios dioses. El señor del Shadopan es quien
decide si debe admitir o no a esta clase de cachorros, a los que
llaman los Cachorros Guiados.
101
Michael A. Stackpole

»Yo fui una Cachorra Guiada. Mi aldea natal, Zouchin, se


encuentra en la costa norte. Mi padre era pescador. Era el próspero
dueño de un barco. En nuestra aldea, vivían muchas familias
orgullosas. Mientras crecía, siempre supe que sería entregada en
matrimonio a otro pescador. El problema estribaba en que había
dos candidatos, ambos eran unos seis años mayores que yo.
Competían entre ellos por obtener mi atención, así como la de toda
la aldea. Pronto se formaron bandos, ya que de mi decisión
dependía que la fortuna de una de esas familias quedara asegurada.

Yalia lo miró por una fracción de segundo y añadió:

—Has de saber, maestro Cerveza de Trueno, que yo entiendo


perfectamente cómo funciona el mundo. Era consciente de que yo
era un premio, de que ese era mi papel en la vida. Tal vez, si hubiera
sido mayor, me habría sentido agraviada por haber sido rebajada a
ser tratada como una mera propiedad. Pero lo que vi hizo que todo
eso no tuviera relevancia alguna para mí.
— ¿Qué viste?
—En un principio, la rivalidad entre Yenki y Chinwa no entrañaba
ningún peligro. Son los típicos pandaren; mucha bufonada y mucho
lío, pero al final, perro ladrador, poco mordedor. Sin embargo, la
cosa fue a mayores. Hubo una escalada de violencia, cada vez se
retaban a hacer cosas más peligrosas. Además, sus voces estaban
teñidas de cierta acritud. —En ese instante, abrió las zarpas—. Yo
era capaz de ver lo que los demás no veían: que esa rivalidad entre
amigos se iba a transformar en enemistad. Y si bien esa rivalidad
nunca iba a llegar hasta tal punto en que uno atacara al otro presa
de la ira, sí sabía que acabarían haciendo algo para demostrar que
estaban por encima del otro pretendiente y así poder ganar mi
afecto. Sabía que iban a correr riesgos innecesarios y estúpidos. Y
eso no iba a parar hasta que uno de los dos se ganara mi corazón,
sino que continuaría hasta que alguno de ellos muriera. Entonces,

102
Vol’jin: Sombras de la Horda

el superviviente tendría que vivir para siempre con la pesada losa


de la culpa. De ese modo, dos vidas quedarían destrozadas.
—Tres si contamos la tuya.
—Esto lo comprendo ahora, después de muchos años. Por aquel
entonces, no tenía aún siquiera seis años y solo sabía que iban a
morir por mi culpa. Así que, una mañana, cogí unas cuantas bolas
de arroz y una muda y me largué. La madre de mi madre me vio y
me ayudó. Me dejó su bufanda favorita y me susurró: «Ojalá
hubiera tenido yo tu coraje, Yalia». Después, viajé hasta el
monasterio.

Chen esperaba que le contara algo más, pero Yalia permaneció en


silencio. La historia que le acababa de relatar había hecho que le
entraran ganas de sonreír, ya que había sido una cachorrilla muy
valiente y sabia al haber tomado esa decisión y haber hecho ese
viaje. Al mismo tiempo, era una decisión terrible para una cachorra.
En los ecos de sus palabras, captó ciertos atisbos de dolor y tristeza.

Yalia sacudió la cabeza de lado a lado.

—Soy capaz de captar la ironía que entraña que sea yo,


precisamente, la encargada de conservar la tradición de la Prueba
de las Flores Rojas. Yo, que nunca he tenido que superar esas
pruebas, soy ahora la que decidí entre esos jóvenes ilusionados cuál
puede unirse a nosotros. Si yo hubiera sido juzgada con esos
mismos criterios tan duros que ahora he de emplear, no estaría aquí
ahora.

Y tener que ser una juez tan severa entra en conflicto con tu
verdadera naturaleza. Chen se agachó y arrancó un puñado de
flores amarillas salpicadas de motitas rojas. Separó las flores de sus
tallos y las frotó con ambas manos, de modo que liberaron un
aroma maravilloso. Entonces, extendió las zarpas hacia ella.

103
Michael A. Stackpole

Yalia aceptó esa invitación a oler las flores machacadas que yacían
en las manos ahuecadas de Chen e inhaló hondo.

—Son promesas de primavera.


—Existe una flor similar en Durotar, que crece tras la lluvia. La
llaman la serenidad del corazón. —Chen se frotó el cuello y las
mejillas con las zarpas—. Aunque eso no se puede aplicar a los
trols. Tienen corazones nobles, pero no creo que puedan alcanzar
la serenidad. Creo que piensan que hubo un tiempo en que
conocieron la paz, pero que esa misma paz fue lo que precipitó su
caída.
— ¿Acaso dejan que la amargura los guíe?
—Algunos sí. Muchos, la verdad. Pero Vol’jin no.

Yalia metió los pétalos amarillos en una bolsita de lino y, acto


seguido, apretó fuertemente la cuerda para cerrarla.

— ¿Tan bien conoces lo que hay en su corazón?


—Creía que sí. —Chen se encogió de hombros—. Creo que sí.
—Entonces, maestro Chen, confía en que tu amigo llegue a
conocerse tan bien como lo conoces tú. Esa será la primera señal
de que se halla en el camino hacia la curación.

*******

Su intención inicial había sido avanzar hasta el amanecer,


aproximadamente, y luego tomar el camino que llevaba al Templo
del Tigre Blanco. Sin embargo, antes de que hubieran recorrido
siquiera una legua del camino, se encontraron con dos jóvenes
pandaren que estaban cuidando de una cosecha de nabos, aunque
ninguno de ellos parecía trabajar especialmente rápido. De hecho,
empleaban sus azadas y rastrillos más como muletas que como
herramientas de cultivo. Estaban magullados físicamente y
abatidos moralmente, como suele suceder con alguien que ha
recibido una paliza reciente.
104
Vol’jin: Sombras de la Horda

—No fue culpa nuestra —protestó uno de ellos, mientras compartía


con ambos viajeros unas gachas de nabo cocido—. Como los mures
habían infestado nuestros campos después de la tormenta, pedimos
ayuda a una viajera. Antes de que el polvo que había levantado su
primer ataque se asentara, ya había acabado con todos ellos y nos
pidió una recompensa. Yo le ofrecí un beso y mi hermano, dos.
Bajo estas vendas, somos muy apuestos, ¿saben?

El otro asintió con rapidez y, a continuación, se llevó las zarpas a


la frente como si ese mero gesto de asentimiento hubiera
amenazado con desplazarle de su sitio el cráneo.

—Era una joven bastante bonita, para ser una perra salvaje.

Chen entornó los ojos.

—No sería Li Li Cerveza de Trueno, ¿eh?


— ¿Tú también has tenido problemas con ella?

Chen profirió un grave gruñido y mostró ampliamente sus dientes,


ya que se suponía que eso era lo que debía hacer un tío en tales
circunstancias.

—Es mi sobrina. Y yo soy un perro mucho más salvaje. Por alguna


razón, decidió dejarlos vivos, así que decidnos en qué dirección se
fue y así no tendré que decidir si ella tomó la decisión adecuada o
no.

Los dos se acobardaron y señalaron de inmediato hacia el norte.

—Desde las nevadas, llega gente procedente del sur en busca de


ayuda. Ya les hemos enviado comida, pero empaquetaremos más
para que puedas llevársela.

105
Michael A. Stackpole

— ¿No creen que sería mejor que la llevaran ustedes mismos en un


carro?
—Sí, sí.
—Mucho mejor.

Acto seguido, Chen permaneció callado, al igual que los hermanos.


Yalia también estaba callada, pero su silencio era distinto. Tras
comer las gachas, Chen preparó té, al que añadió unos cuantos
ingredientes que ayudarían a los hermanos a recuperarse.

—Metan estas hojas de té en un trozo de tela y úsenlas como


cataplasma. Los vendrán bien para curarse del mal que los aflige.
—Sí, maestro Cerveza de Trueno. —Los hermanos, que
pertenecían a la familia Rastrillapiedra, hicieron varias hondas
reverencias mientras ambos viajeros se alejaban—. Gracias,
maestro Cerveza de Trueno. Bendita sea tu sobrina y benditos sean
tus viajes.

Yalia rompió su silencio justo cuando cruzaban una colina, cuando


se hallaban entre la cima y el minifundio que acababan de dejar
atrás.

—No habrías sido capaz de darles una paliza.

Chen sonrió.

—Me conoces bastante bien como para saber que eso está fuera de
toda duda.
—Pero los has asustado.

Chen abrió los brazos para señalar la maravillosa vista que tenían
delante; un valle estrecho cuyos laterales estaban conformados por
montañas escarpadas. Allá bajo, serpenteaba un arroyo, azul allá
donde el sol no podía tocarlo y plateado allá donde sí lo hacía.
Divisaron un verdor muy frondoso así como unos cultivos de un
106
Vol’jin: Sombras de la Horda

marrón intenso que, sin lugar a dudas, eran muy fértiles. Incluso la
manera en que esos edificios habían sido levantados en medio de
ese paisaje, aportando cosas a él en vez de explotarlo, parecía la
más adecuada posible.

—Yo crecí en Shen-zin Su y amo mi hogar. Sin embargo, desde


esta perspectiva, es como si hubiera estado viviendo en un cuadro.
En un cuadro muy hermoso, sí, pero que no dejaba de ser una mera
pintura que representaba a la verdadera Pandaria. Esta tierra me
llama. Llena un vacío que jamás había imaginado que hubiera en
mí. Tal vez por eso he vagado tanto de aquí para allá, porque estaba
buscando algo, pero no sabía qué —Entonces, Chen frunció el
ceño—. Les he gruñido no por defender a Li Li, sino por haberla
llamado «perra salvaje». Para ella, para mí, Pandaria es nuestro
hogar. Es un lugar al que considero mi casa.
—Y esos dos eran como toda esa gente que siempre te ha echado y
te echará en cara que no eres de Pandaria.
—Veo que lo entiendes.

Entonces, ella le dio la bolsita de los pétalos de la serenidad del


corazón.

—Más de lo que te imaginas.

*******

Su viaje al norte, hacia Zouchin, vino marcado no por el paso de


los días o las horas, sino por las historias que escucharon sobre Li
Li, quien, a pesar de haber sido de gran ayuda para la gente con la
que se encontraba, se había mostrado muy irascible. Más de uno y
más de dos se refirieron a ella como una perra salvaje, pero
afirmaron que era ella misma quien utilizaba ese apelativo de un
modo orgulloso. Chen no pudo evitar esbozar una sonrisa y se
imaginó que la leyenda de esa perra salvaje se extendería con
facilidad por toda Pandaria.
107
Michael A. Stackpole

En Zouchin, entre los acantilados y el mar, se encontraron con Li


Li, quien estaba trabajando muy duramente en la aldea, donde la
tempestad había destrozado un barco, había derribado varias casas
y había arrancado los pilotes de un muelle. Li Li se había puesto
manos a la obra de inmediato y, para cuando llegaron, estaba
supervisando un grupo de rescate y salvamento, así como
vociferando órdenes a los carpinteros para que se dieran más prisa
para acabar de arreglar las casas.

Chen agarró a Li Li, la abrazó y dio vueltas con ella, tal y como
solía hacer cuando su sobrina era una cachorrilla. Li Li gritó, pero
esta vez para protestar por ese atentado contra su dignidad. La dejó
en el suelo y luego hizo una honda y respetuosa reverencia. Ese
gesto acalló los murmullos, aunque en cuanto esta devolvió el gesto
e hizo una reverencia aún más profunda, pues fue un segundo más
larga que la de su tío, los cuchicheos volvieron a arreciar.

Chen le presentó a Yalia a su sobrina.

—La hermana Yalia Murmullo Sabio ha viajado conmigo hasta


aquí desde el monasterio.

Li Li arqueó una ceja.

—Seguro que ha sido un largo viaje. ¿Cómo has logrado evitar que
no se metiera a beber cerveza en cualquier taberna por el camino?

Yalia sonrió.

—Tuvimos que acelerar el paso porque no dejábamos de escuchar


historias acerca de Li Li, la Perra Salvaje, y sus hazañas.

Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Li Li a la vez que le


daba un codazo a su tío en las costillas.
108
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Es muy aguda, tío Chen. —Li Li se frotó el mentón—.


¿Murmullo Sabio? Aquí hay una familia llamada Flor Sabia... Sus
apellidos se parecen mucho. Han sobrevivido, solo están un poco
magullados y tienen algún chichón que otro.
—Me alegra saberlo, Li Li. —Yalia asintió respetuosa—. Si
tenemos tiempo, quizá les haga una visita, ya que nuestros
apellidos se parecen tanto.
—Seguro que se maravillarán ante esa coincidencia. —Li Li
recorrió la aldea con la mirada—. Bueno, he de volver al tajo. Estos
lugareños se manejan muy bien en el mar, no lo dudo, pero en tierra
necesitan que alguien los guíe.

Li Li abrazó de nuevo a su tío y, acto seguido, se fue corriendo


hacia el lugar donde se hallaba un grupo de trabajadores, cuyo
ritmo de trabajo se fue incrementando a medida que ella se
aproximaba.

Chen ladeó la cabeza.

—No habías regresado a este lugar desde que entraste en el


monasterio, cuando Taran Zhu te cambió el nombre. ¿Sabe tu
familia que sigues viva?

Yalia hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Algunos de nosotros somos perros salvajes de nacimiento,


maestro Chen. Otros por elección. Es mejor así.
Chen asintió y le devolvió la bolsa que contenía los pétalos de la
serenidad del corazón.

109
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO NUEVE

A Vol’jin, que se había presentado en la habitación con el tablero


y las piezas de jihui, le sorprendió que Tyrathan se hubiera
despertado y levantado de la cama tan pronto. El humano había
caminado hasta la ventana y se había apoyado en ella, tal y como
Vol’jin había hecho en su día. El trol se dio cuenta de que el bastón
de este seguía al pie de la cama.

Tyrathan miró hacia atrás.

—Apenas se divisa ya rastro alguno de la tempestad. Dicen que


uno nunca ve la flecha que lo va a matar. No vi llegar esa tormenta.
Para nada.
—Taran Zhu ha afirmado que ese tipo de tempestades son poco
habituales, pero no excepcionales. —Vol’jin colocó el tablero
sobre la mesilla—. Cuanto más tardan en llegar, más feroces son.
El humano asintió.
—Si bien no puedo ver nada, todavía la siento. Noto el frío en el
aire.
—No deberías andar descalzo.
—Ni tú. —Tyrathan se giró, un tanto vacilante, y echó los codos
hacia atrás, para apoyarlos en el marco de la ventana—. Sé que te

110
Vol’jin: Sombras de la Horda

has propuesto adaptarte al frío. Te levantas antes del alba y vas a la


ladera norte, donde permaneces de pie sobre la nieve. Subes a esa
hora porque, durante el día, las sombras tapan la nieve. Es
admirable, pero estúpido. No te lo recomiendo.

Vol’jin resopló.

—Llamar estúpido a un trol es de necios.


—Espero que aprendas de mi necedad.

El humano se apartó de la ventana y la pared, haciendo palanca con


los brazos sobre el marco, y se encaminó a la cama tambaleándose.
Su cojera prácticamente había desaparecido, a pesar de hallarse
muy débil. Aunque Vol’jin se volvió hacia él, no hizo ademán
alguno de ayudarlo. Tyrathan sonrió y se agarró al pie de la cama
para descansar. Todo eso formaba parte del juego al que ambos
estaban jugando.

El humano se sentó al borde de la cama.

—Llegas tarde. ¿Te tienen muy ocupado haciendo mis tareas?

Vol’jin desdeñó esa pregunta haciendo un gesto despectivo con una


mano, a la vez que arrastraba la mesilla más cerca de la cama. A
continuación, cogió una silla.

—Así mi recuperación se acelera.


—Ahora eres tú el que debe cuidarme.

El trol alzó la cabeza.

—Los trols también sabemos qué es el deber.

Tyrathan estalló en carcajadas.

111
Michael A. Stackpole

—Conozco a los trols bastante bien como para saber que eso es
cierto.

Vol’jin centró el tablero sobre la mesa.

— ¿Ah, sí?
— ¿Te acuerdas de que hiciste un comentario acerca de mi acento
cuando hablo el idioma trol? Afirmaste que era de Tuercespina.
—Pero preferiste ignorarlo.
—No, opté por no responder. —Tyrathan cogió el cilindro que le
ofrecía, sacó las fichas negras de su interior y las dispuso en grupos
de seis— ¿Quieres saber cómo lo aprendí?

Vol’jin se encogió de hombros, no porque no quisiera saberlo, sino


porque sabía que daba igual lo que contestara, ya que el humano se
lo iba a explicar de todas formas.

—Tienes razón. Mi acento es de Tuercespina. Un día, me topé con


un trol, al que pagué generosamente durante un año por estar a mi
servicio. Él se consideraba mi guía y cumplía muy bien con sus
obligaciones. Fui aprendiendo su idioma; al principio, sin que él se
diera cuenta de que los escuchaba; después, hablando con él. Tengo
cierta facilidad para los idiomas.
—Me lo creo.
—Rastrear también es otro tipo de idioma. Siempre lo seguía.
Todos los días, regresaba a cierta zona para observar cómo se iban
borrando ahí sus huellas. Durante la estación más calurosa, tras las
lluvias, fui aprendiendo bien ese idioma que me indicaba cuánto
hacía que había estado ahí, si había pasado con premura por ahí e
incluso lo alto que era.
— ¿Lo mataste después?

Tyrathan volvió a meter a las tropas negras en el bote.

—A él no. Pero sí he matado a otros trols.


112
Vol’jin: Sombras de la Horda

—No te temo.
—Lo sé. También he matado a otros humanos, al igual que tú. —
Tyrathan colocó el cilindro sobre la mesa—. Ese trol, que afirmaba
llamarse Keren’dal, solía rezar. Al menos, eso era lo que yo creía
que hacía. Pero cuando le pregunté al respecto, él me respondió
que, simplemente, hablaba con los espíritus, aunque he olvidado
cómo los llamaba.

Vol’jin negó con la cabeza.

—No se te ha olvidado. Nunca te lo dijo porque es un secreto.


—A veces, se mostraba tan irritable como tú. En esos momentos,
cuando hablaba con él, no obtenía respuesta alguna.
— ¿Acaso la Luz Sagrada responde a tus plegarias, humanoide?
—Hace mucho que dejé de creer en ella.
—Por eso, ella te abandonó.

Tyrathan se rió.

—Sé por qué todos me han abandonado. Por la misma razón que a
ti.

Pese a que Vol’jin adoptó una máscara de impasibilidad, sabía que


había revelado sus cartas al haber reaccionado así. Desde que se
había sumergido en los recuerdos de Tyrathan, desde que había
visto el mundo a través de los ojos de ese humano, los loa habían
permanecido distantes y callados. Daba la impresión de que la
tempestad que había asolado el monasterio todavía bramaba en el
reino espiritual. Aunque todavía podía ver a Bwonsamdi, Hir’eek
y Shirvallah los veía envueltos en penumbra, como unas siluetas
grises que se desvanecían bajo unas olas blancas.

Vol’jin todavía creía en los loa, en su liderazgo y sus dones, en la


necesidad de adorarlos. Era un cazador de las sombras. Podía
seguir un rastro con la misma facilidad de Tyrathan y con la misma
113
Michael A. Stackpole

facilidad podía entrar en comunión con los loa. Aun así, en una
tempestad, todo rastro se desvanece y los turbulentos vientos se
llevan consigo las palabras.

Había intentado contactar con ellos. De hecho, había llegado tarde


a ver a Tyrathan, precisamente, porque estaba haciendo un último
intento. Vol’jin se había concentrado en su celda, había expandido
su conciencia más allá de todo cuanto lo rodeaba, pero había sido
incapaz de superar la barrera de la tormenta. Daba la impresión de
que el frío, lo lejos que se hallaba de su hogar e incluso el hecho de
haberse metido dentro de un humano, lo habían distraído
demasiado. No podía concentrarse para superar la distancia que lo
separaba de los loa.

Era como si Bwonsamdi hubiera perdido interés en Vol’jin tras


haber renunciado a él.

El trol elevó la cabeza.

— ¿Por qué te sientes abandonado?


—Porque tengo miedo.
—Yo no.
—Tú también. —Tyrathan se dio unos leves golpecitos con un
dedo en la sien—. Aún puedo notarlo en mi mente, Vol’jin. Te
aterró estar dentro de mi pellejo. No porque lo hallaras repulsivo (o
no solo porque lo hallaras repulsivo), sino porque descubriste que
soy muy frágil. Oh, sí, aún percibo esa sensación tan amarga, nunca
podré librarme de ella. Es un punto de vista acerca de mi persona
que tendré muy en cuenta en el futuro, seguro, pero no eres
consciente de que es también muy importante para ti.

Vol’jin asintió una sola vez, aunque no quería hacerlo.

—El hecho de que yo sea tan frágil te recordó lo cerca que estás de
la muerte. Ahí estaba yo, con la pierna rota, atrapado, incapaz de
114
Vol’jin: Sombras de la Horda

escapar, sabiendo que iba a morir. Tú también fuiste consciente de


eso mismo cuando intentaron matarte. ¿Eres capaz de recordar qué
sucedió después?
—Chen me encontró y me trajo aquí.
—No, no, eso es lo que te han contado. —El humano sacudió la
cabeza de lado a lado—. ¿Qué recuerdas realmente, Vol’jin?
—Mientras yo me hallaba en tu pellejo, ¿estabas tú dentro del mío
también?
—No. No haría algo así ni aunque me fuera la vida en ello. Al ser
consciente de lo invulnerable que te sientes, me sentiría aún peor
que tú al darte cuenta de lo vulnerable que soy. Pero vayamos al
grano. ¿Recuerdas qué ocurrió después? ¿Sabes cómo llegaste al
lugar donde te encontró Chen? ¿Acaso sabes siquiera por qué
sigues vivo?
—Vivo porque me negué a morir, humanoide.

Entonces, ese insecto que se creía un hombre se rió de manera


arrogante.

—Eso te dices a ti mismo. Pero ahí está el origen de tu temor, en


que no lo sabes. El eslabón que unía la cadena de experiencias entre
quién eras y quién eres ahora ha sido quebrado. Puedes echar la
vista atrás y ver quién eras, e incluso puedes preguntarte si sigues
siendo tú, pero sabes que ahí hay un vacío. No puedes estar seguro.

Vol’jin gruñó.

—Pero tú sí lo estás.
— ¿De quién soy yo? ^Tyrathan volvió a reírse, pero el timbre de
sus carcajadas varió. Estaban teñidas tanto de melancolía como de
un poco de locura—. Viste lo que viste. ¿Quieres saber el resto?
¿Lo que no viste?

Vol’jin se limitó a asentir una vez más, pues no quería mostrar


cómo le afectaban las palabras de ese humano.
115
Michael A. Stackpole

—Dejé de ser Tyrathan Khort. Logré huir a rastras del lugar de la


batalla. Dejé de ser un hombre y me convertí en una bestia. Tal vez
me vi entonces como me veían los trols. Era un ser patético y
lastimoso, que se dejaba llevar por la sed y el hambre. Yo, un
hombre que había cenado con señores y príncipes, que había
probado la mejor carne que existe, una carne que yo mismo había
cazado y puesto sobre esas mesas, me vi rebajado a comer virutas
de madera. Comí raíces con la esperanza de que acabaran conmigo
o me sanaran, aunque casi siempre se limitaban simplemente a
hacerme sentir peor. Me cubrí de barro por entero para mantener
alejadas a las alimañas. Me cubrí el pelo de ramitas y hojas para
poder esconderme de los cazadores de ambos bandos. Eludía a todo
el mundo, a cualquier cosa, hasta que me topé con un panda que
recogía hierbas mientras tarareaba felizmente una tonada.
— ¿Por qué no invocaste a tu mascota?

Tyrathan se quedó helado. Bajó la mirada y permaneció en silencio.


Tragó saliva con dificultad y habló con un tono de voz más bajo y
tenso.

—Mi mascota estaba ligada al hombre que fui. No podía


deshonrarla obligándola a ver en lo que me había convertido.
— ¿Y ahora?

El humano hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Ya no soy Tyrathan Khort. Mi mascota ya no me responde.


— ¿Porque temes a la muerte?
—No, porque temo a otras cosas. —El hombre alzó sus ojos verde
esmeralda, que tenían, en ese instante, un brillo especial—. Pero tú
sí temes a la muerte.
—La muerte no me asusta.
—No me refiero solo a tu muerte.

116
Vol’jin: Sombras de la Horda

Para Vol’jin, ese comentario fue como si le hubieran clavado un


puñal hasta la empuñadura en el pecho. Consideraba que la
metáfora de la cadena era muy sabia, a pesar de que la odiaba. Sin
lugar a dudas, Vol’jin había cometido errores que habían tenido
como consecuencia que hubieran estado a punto de matarlo. Pero
había sobrevivido y había aprendido de sus errores, que no iba a
cometer de nuevo. Sin embargo, su mente había hecho una
interpretación torticera de esa realidad, logrando que diera la
impresión de que antes había sido un ser inferior que estaba muy
equivocado. Si bien Vol’jin rechazaba esa idea, y era capaz de
aceptar que podía equivocarse, no podía negar la idea de que las
circunstancias habían cambiado y ya no podía ser el trol que había
sido hasta entonces.

La cadena ha sido quebrada. Los eslabones han desaparecido.

Había perdido algo, sí, pero había obtenido una nueva perspectiva
que ampliaba su visión de las cosas. Vol’jin no era solo un trol. Era
un cazador de las sombras. Era el líder de los Lanza Negra. Era un
líder de la Horda. Y el trol había estado a punto de morir. ¿Acaso
la distancia que mantenían los loa con él era una señal de que el
cazador de las sombras había perecido? ¿Acaso su muerte
significaba que los Lanza Negra y la Horda también iban a morir?

¿Acaso esto significa que el sueño de mi padre va a morir? Si ese


sueño moría, ¿eso no supondría que la batalla para liberar a las Islas
del Eco de Zalazane quedaría reducida a una broma de mal gusto?
Toda esa sangre se habría derramado para nada, todo ese
sufrimiento habría sido en vano. Un acontecimiento tras otro, todo
lo acaecido a lo largo de su vida e incluso antes, incluso en los
albores de la historia trol, quedaría reducido a nada.

¿Temo que mi fracaso, mi muerte, acarree la muerte de los Lanza


Negra, la Horda y los mismos trols? Entonces, visualizó ese
abismo negro que reinaba entre el momento en que había yacido en
117
Michael A. Stackpole

un charco de sangre en una oscura cueva y el momento en que se


había despertado en el monasterio. ¿Acaso ese vacío lo está
engullendo todo?

El hombre habló entonces con una voz que era poco más que un
susurro.

— ¿Quieres saber la cruel verdad, Vol’jin?


—Dímela.
—Tú y yo hemos muerto. Ya no somos quienes éramos. —
Tyrathan bajó la mirada para posarla sobre sus manos vacías—. Lo
que debemos hacer ahora es inventamos; no reinventamos, sino
inventamos partiendo de cero. Pero eso es tan cruel. La primera vez
que hicimos algo así poseíamos la energía de la juventud. No
sabíamos que sería imposible alcanzar nuestros sueños;
simplemente, los per seguíamos. La inocencia nos protegía. El
entusiasmo y una con fianza inquebrantable nos empujaban a
seguir adelante. Pero ahora carecemos de todo eso. Somos más
viejos y sabios y estamos más cansados.
—Pero nuestra carga será más ligera.

El humano sonrió con suficiencia.

—Cierto. Por eso creo que la sencillez de este monasterio me atrae


tanto. Es austero, las obligaciones están muy bien definidas y la
oportunidad de alcanzar la excelencia siempre está al alcance.

El trol entornó los ojos.

—Tienes buena puntería. Te he visto observar a los arqueros. ¿Por


qué no practicas con ellos?
—Porque todavía no he decidido si eso sigue formando parte de
mí.

118
Vol’jin: Sombras de la Horda

Tyrathan alzó la mirada y abrió la boca para añadir algo, pero la


cerró abruptamente.

Vol’jin ladeó la cabeza.

—Querías hacerme una pregunta.


—Que tenga una pregunta que hacerte no significa que merezca
una respuesta.
—Hazla.
— ¿Superaremos nuestros miedos?
—No lo sé. ^—Vol’jin apretó tanto los labios que estos
conformaron una única línea sombría—. Si encuentro la respuesta,
te la daré.

*******

Esa noche, mientras Vol’jin yacía tumbado y el sueño se llevaba


por delante el mundo de la vigilia, los loa le demostraron que no lo
habían abandonado del todo. De repente, se dio cuenta de que era
uno más de los millares de murciélagos que batían las alas a través
de la noche. No estaba con Hir’eek, pero no cabía duda de que era
un murciélago gracias al capricho de los loa. Así que voló con los
demás, percibiendo los ecos de sus gritos, que rasgaban la
oscuridad de un mundo de sonidos donde no existía el color.

Para Vol’jin, era lógico que pudiera contactar con los loa
únicamente porque ser un cazador de las sombras había sido una
parte muy importante de su antigua identidad. A pesar de que no
podía ver nada en ese vacío, era consciente de que solo un cazador
de las sombras podría haberlo atravesado. Todo cuanto había
aprendido, todo cuanto había sufrido, seguramente era lo que lo
había mantenido vivo el tiempo suficiente como para poder escapar
de esa cueva.

119
Michael A. Stackpole

Los murciélagos de esa cueva fueron testigos de ese vacío, de ese


espacio de tiempo que he olvidado. Vol’jin esperaba que tal vez
esta visión le revelara ese vacío, aunque la viera a través de las
percepciones sonoras de un murciélago. Esperaba que la cadena
pudiera ser forjada de nuevo, aunque, en lo más hondo de su ser,
sabía que eso no podría hacerse fácilmente.

Sin embargo, Hir’eek, haciendo gala de su gran sabiduría, llevó a


Vol’jin a otro lugar y otro tiempo, donde los edificios de piedra
poseían unos nítidos bordes que indicaban que esas construcciones
eran nuevas y no ruinas. Suponía que había sido arrastrado hasta
los tiempos en que los Zandalari habían engendrado a las múltiples
tribus trols y estos se hallaban en la cúspide de su poder. Los
murciélagos trazaron círculos en el aire y luego se posaron en las
altas torres que rodeaban el patio central, donde legiones de trols
acorralaban a una asfixiante muchedumbre de prisioneros
insectoides aqiri.

Esos eran los Amani, los trols del bosque, que acababan de concluir
su guerra con los aqir. Vol’jin conocía bien esa historia, pero
sospechaba que Hir’eek quería recordarle los días de gloria del
imperio Amani.

Y eso fue justo lo que esa visión logró. Los trols obligaban a los
aqir a subir unas escaleras de piedra a punta de lanza, donde los
aguardaban unos sacerdotes. Los acólitos subían a los aqir a unos
altares de piedra empapados de fluidos y tripas; entonces, el
oficiante alzaba un cuchillo. Tanto la hoja como la empuñadura
estaban grabadas con símbolos, que representaban cada uno a un
loa. Su percepción sonora le proporcionó una imagen de la
empuñadura, donde pudo ver el rostro de Hir’eek, una fracción de
segundo antes de que le clavara la hoja al objeto del sacrificio y le
desgarrara la carne.

120
Vol’jin: Sombras de la Horda

Al instante, el mismísimo Hir’eek se manifestó por encima del


altar. El espíritu del aqir se alzó cual vapor etéreo del cadáver y el
dios murciélago lo inhaló. Batió sus gráciles alas de un modo sutil
para poder atraer aún más de ese vapor hacia él y refulgió
intensamente mientras su forma iba cobrando una mayor
definición.

Vol’jin no captaba a esas sensaciones gracias a su nueva


percepción sonora, sino a través de otro sentido, su propia visión
interna; un sentido que había desarrollado con el paso del tiempo y
en el que había aprendido a confiar como cazador de las sombras.
Hir’eek le estaba mostrando la manera adecuada de idolatrarlo,
cuál era la verdadera gloria y pleitesía que había que rendir a los
loa.

De repente, una voz resonó en la mente de Vol’jin; una voz


extremadamente aguda. Te has esforzado mucho para que los
Lanza Negra sobrevivan, para que haya trols que todavía nos
alaben. Pero ese mismo esfuerzo te ha alejado de nosotros. Tu
cuerpo sana, pero tu alma es incapaz de hacerlo. No se curará a
menos que vuelvas al verdadero camino. Si abandonas tu pasado,
el abismo crecerá.

—Pero si regreso a él, ¿el abismo se reducirá, Hir’eek?

Vol’jin se incorporó. Estaba hablando a la oscuridad. Aguardó.


Escuchó.

Pero no oyó respuesta alguna, lo cual interpretó como un mal


presagio.

121
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO DIEZ

Khal’ak no se sentía nada a gusto acurrucada bajo esa capa de piel


de tigre, aunque se alegraba de que le proporcionara calor. A pesar
de que la tempestad hacía mucho que se había alejado, llevándose
consigo sus bramidos y su furia, y ya no golpeaba las murallas de
madera que rodeaban el puerto de la Isla del Rey del Trueno, las
fuertes brisas y frescas ráfagas de aire azotaban las partes de su
cuerpo que la capa no tapaba. Esperaba haber ingerido bastante
carne de trol de hielo como para que se le hubiera transferido su
capacidad de soportar el frío, pero no era el caso.

Da igual. Prefiero la carne de Furiarena. Si bien el entorno


desértico les confería mucho más sabor a ese tipo de trols, aquí, en
el norte de Pandaria, no le habría servido de mucho comer esa
carne, pero ya llegaría el momento de volver a degustarla. Cuando
reconquistemos Kalimdor.

Sí, ese momento llegaría. Lo sabía. Todos los Zandalari lo sabían.


Todas las tribus trols descendían de ese noble linaje, aunque se
habían ido corrompiendo al alejarse de él. No hacía falta más que
ver su fisiología para comprobarlo: ella era más alta que cualquier
otro trol que hubiera conocido que no tuviera sangre pura

122
Vol’jin: Sombras de la Horda

Zandalari. Cómo adoraban estos a los loa era un juego de niños


comparado con la devoción que ella mostraba a los espíritus. Y si
bien algunos trols quizá echaran la vista atrás y honraran esas
tradiciones del pasado (los cazadores de sombras eran la excepción
que confirmaba la regla), no sabían honrarlas tal y como habían
hecho los Zandalari.

A lo largo de sus viajes por el mundo, en los que cumplía la


voluntad de Vilnak’dor, había habido veces en las que había
llegado a pensar que había hallado un leve vestigio, tal vez una leve
chispa de las tradiciones antiguas en esos trols corruptos. Buscaba
a aquellos que aún veneraban los tiempos pasados, pero a menudo
buscaba en vano. Muchos de ellos eran meros aspirantes a un
manto que afirmaban haber heredado de los Zandalari, como si su
tribu y ella ya no existieran. Demasiado a menudo (siempre, de
hecho) esos autodenominados salvadores de la raza trol no eran
más que un patético producto de una sociedad degenerada.

Por tanto, no le sorprendía que fracasaran tan a menudo.

Vilnak’dor, que había destacado sobremanera entre todos los


Zandalari, procedía de una larga dinastía de trols que hundía sus
raíces en el folclore y la tradición que fielmente se habían
mantenido y practicado durante milenios. No se había permitido
distracciones como los demás. No consideraba que los imperios
Amani y Gurubashi fueran algo admirable que había que
restablecer y mejorar, pues era consciente de que el fracaso de
ambos había determinado la tremenda inestabilidad en que se había
visto sumida su raza. Gomo sabía que todo intento de restablecerlos
estaba condenado al fracaso, se remontó aún más atrás en la
historia, con el fin de resucitar una alianza que resultó muy
fructífera en su día.

En ese instante, un capitán mogu se aproximó a ella con sumo


respeto, a pesar de que solo era una forastera que se encontraba
123
Michael A. Stackpole

frente a las murallas de su ciudad. Le sacaba cabeza y media a esa


trol; además, poseía una piel de ébano, una complexión fuerte y un
aspecto leonino, muy adecuado para Pandaria. Sus cejas, su barba
y su pelo eran tan blancos como negra era su piel. La primera vez
que la trol había visto una estatua de un mogu pensó que era una
recreación estilizada del modelo real. Pero en cuanto se encontró
con algunos de ellos en carne y hueso, comprobó su error;
asimismo, al verlos en acción comprobó que tras sus formas suaves
y redondeadas se escondía una gran inteligencia, determinación y
valentía.

—Todo está hecho, solo nos resta subir la última carga, mi señora.
En cuanto comience la bajamar, partiremos hacia el sur.

Khal’ak bajó la mirada hacia esa negra flota que se mecía sobre
esas aguas oscuras. Sus tropas, incluidas su propia legión de élite,
ya habían embarcado ordenadamente. Esa fuerza de asalto estaba
compuesta principalmente por tropas Zandalari y unos cuantos
exploradores mogu. Ahí no había ningún miembro de una raza trol
inferior, ni de ninguna de las otras razas menores; aunque no le
habría importado contar con artillería goblin o un puñado de sus
máquinas de guerra.

Solo dos barcos permanecían en el muelle. Su buque insignia, que


sería el último en partir, a pesar de que lideraría la marcha, y una
nave más pequeña, que ya debería estar anclada cerca del malecón.

— ¿A qué se debe el retraso?


—A que han mostrado su preocupación ante ciertas señales y
augurios. —El capitán mogu permanecía erguido, con sus
descomunales manos a la espalda—. La tempestad los ha
desconcertado.

Khal’ak entornó los ojos.

124
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Esos chamanes. Debí imaginármelo. Me ocuparé de este asunto


personalmente.
—En seis horas, cambiará la marea.
—En cuanto llegue ahí abajo, esto solo me llevará seis minutos.
El mogu hizo una reverencia tan sincera que Khal’ak estuvo a
punto de creer que este realmente la veneraba. No es que pensara
que el capitán o cualquier otro mogu odiara y guardara rencor a los
Zandalari; no obstante, era consciente de que lamentaban haber
tenido que recurrir a la ayuda de estos y de que, además, entre ellos,
se preguntaban por qué habían tardado tanto en brindársela.

Habían transcurrido muchos milenios desde que los Zandalari


habían sido la única raza existente, antes de que la niebla ocultase
Pandaria y de que los mogu y los trols se encontraran. Hubo un
tiempo en que únicamente existía una cuarta parte de todo lo
conocido hasta ahora, en el que esas dos razas se encontraron. El
león reconoció al león. A pesar de que ese primer mogu y ese
primer trol deberían haberse destruido mutuamente, no lo hicieron,
pues sabían que, si se desataba la guerra entre ellos, el
superviviente quedaría demasiado débil e incluso podría sucumbir
ante criaturas mucho más débiles que él. Y esa era una tragedia que
ninguna de esas dos razas quería que sucediese.

Cubriéndose las espaldas mutuamente, los mogu y los trols se


hicieron un sitio en el mundo. No obstante, a medida que tenían
lugar determinados eventos, a medida que cada raza afrontaba
diversos retos, su alianza se fue perdiendo en la noche de los
tiempos. Los mogu desaparecieron junto a Pandaria. Los trols
descubrieron que su propio mundo se encontraba desgarrado. Y tal
y como siempre sucede con todas las razas conocidas a lo largo de
la historia, cuando tuvieron que enfrentarse a problemas más
acuciantes e inmediatos, el fulgor del pasado distante se perdió en
los recuerdos y los ultrajes más recientes brillaron con una luz
cegadora.

125
Michael A. Stackpole

Khal’ak bajó las escaleras, alternando el pie con el que pisaba cada
escalón, que eran diecisiete en total. No entendía qué significado
tenía eso para los mogu, pero tampoco tenía por qué entenderlo. Su
misión consistía en llevar a cabo las órdenes de su amo, quien, a su
vez, pretendía complacer a su aliado, el Rey del Trueno. De ese
modo, su poder se retroalimentaría hasta que ambos acumularan el
suficiente como para poder recuperar su antigua gloria y poner
orden de nuevo en el mundo.

Atravesó un asentamiento al que había vencido el paso del tiempo,


que todavía no se había despertado con la energía de una nueva
juventud. Los mogu, que se presentaban en ese lugar en mayor
número cada día, se agachaban silenciosamente a su paso.
Entendían que eran una figura importante y reconocían su
autoridad, pues sus actos les habían traído mucha felicidad y,
seguramente, les iban a traer más.

Pese a que la reverenciaban y honraban, lo hacían con las reservas


suficientes como para que quedara claro que los mogu se sentían
muy superiores a ella y a los demás trols. Khal’ak tuvo que
contener las carcajadas, pues era consciente de que, con el
adiestramiento que había recibido, matar a cualquiera de ellos
habría sido cosa de coser y cantar. Los mogu eran incapaces de
entender lo precaria que era su posición en esta alianza o lo
vulnerables que serían si los Zandalari decidieran destruirlos.

Unas gélidas olas golpeaban los pilotes, empapando el muelle. Las


gaviotas daban vueltas en círculo y chillaban allá en lo alto. El
aroma a sal flotaba en el aire y el hedor a pescado podrido le resultó
extraordinariamente exótico. Los cabos gruñían y las planchas de
madera crujían mientras los barcos navegaban por la superficie
verde oscura del agua del puerto.

Rápidamente, subió a bordo del barco más pequeño y se topó con


doce chamanes que habían formado un círculo en el centro de la
126
Vol’jin: Sombras de la Horda

cubierta principal. Un tercio de ellos estaban agachados,


manipulando huesos y plumas, guijarros y extraños trocitos de
metal. Los demás permanecían en pie en silencio con gesto
solemne. En cuanto la vieron subir, adoptaron una actitud aún más
ceremoniosa.

— ¿Por qué no han levado anclas?


—Los loa no están contentos —respondió uno de los chamanes
agachados, quien alzó la mirada hacia ella, mientras señalaba a dos
huesos cruzados situados encima de una pluma—. Esa tempestad
no era natural.

La trol abrió los brazos y tuvo que contenerse para no apartarlo a


un lado de una patada.

— ¿Acaso esperaban que lo fuera? Pero ¿qué clase de necios son?


Los loa estaban satisfechos cuando partimos hacia Pandaria.
Ustedes mismos lo afirmaron. Dijeron que habían leído eso en esos
huesos y en esas otras cosas. Los loa deben de ser completamente
idiotas si bendijeron nuestra empresa en un principio y ahora
protestan por culpa de una ventisca. —Khal’ak señaló, entonces, al
palacio oculto en el interior de la isla—. Ya saben lo que hemos
hecho. El Rey del Trueno vuelve a caminar. Esa tempestad era en
su honor. El mundo se regocija ante su regreso. De todas las
estaciones, el invierno era su favorita. De todos los fenómenos
meteorológicos, su preferido era la nieve, pues cuando esta azota y
ciega el mundo es cuando más vivo se siente. Quizá ustedes no lo
recordaran, pero el mundo sí lo hacía y por eso le da la bienvenida.
Y ahora aquí están tirando huesos para determinar qué piensan los
loa. Si realmente protestan, ¿cómo es posible que esa tormenta
haya tenido lugar?

Gyran’zul, el chamán más joven y uno de los más proclives a


razonar, se giró hacia ella. Khal’ak sentía predilección por él, por

127
Michael A. Stackpole

su mechón pelirrojo y sus fuertes colmillos. Como el joven era


consciente de ello, confiaba en que le dejara explicarse.

—Honorable Khal’ak, lo que dices es muy razonable. Los loa


podrían haber detenido esa tempestad y podrían haber detenido la
travesía de nuestra armada hace mucho. Si bien puede ser que mis
colegas estén buscando claridad donde no la hay, el mero hecho de
que necesiten buscar esa claridad implica que hay mucha
confusión.

A la trol se le erizó el pelo de la nuca.

—Hablas con cierta lógica. Sigue, por favor.


—Los loa exigen y se merecen que los alabemos; sí, se merecen las
alabanzas de todos los trols. Y sabemos que precian la fuerza. A
pesar de que nos hemos ofrecido en sacrificio y estos sacrificios
han sido aceptados y reverenciados, han optado por otros. Cada vez
que contactamos con los loa, nos damos cuenta de que nos hablan
cada vez menos porque también hablan con otros. No somos los
únicos que vienen a Pandaria. La Alianza y la Horda también están
aquí.

Khal’ak recorrió con la mirada a todos los chamanes, a los doce.

— ¿Y eso es lo que les hace demorarse? Quizá no lo hayan


entendido del todo. Quizá no estén destinados a entenderlo. Mi amo
anticipó hace mucho que otros también llegarían a Pandaria. Esas
alimañas siempre dan con la manera de estropear las cosas. Sería
de necios suponer que podríamos escapar de ellos aquí. Se han
preparado planes de contingencia para disponer de nuestros rivales.
No tendremos oposición alguna.

Entonces, otro chamán, que poseía unos colmillos pequeños, se


puso en pie.

128
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Eso puede bastar para enfrentamos a la Alianza, pero ¿qué pasará


con la Horda?
— ¿Qué pasa con ella?
—Que cuentan con trols en sus filas.
—Por mucho que esas alimañas hayan escogido formar manadas
no son unos seres más nobles, sino que siguen siendo alimañas. Y
si esos trols creen que unirse a esa manada es beneficioso para ellos
y no los degenera, más necios son aún entonces. Recibiremos con
los brazos abiertos a aquellos trols que sean capaces de ver la
sabiduría de nuestros actos y deseen unirse a nosotros. Siempre
necesitaremos más tropas para las guarniciones y subalternos para
organizar diversos destacamentos. Si los loa están distraídos
intentando contactar con esos trols para decirles que se unan a
nosotros, me parece bien. Tal vez incluso deberían rogarle a los loa
que lo hicieran. —Resopló—. Háganlo en este mismo barco
cuando se hallan más allá del malecón.

El chamán de colmillos cortos negó con la cabeza.

—Vamos a necesitar más tiempo para preparamos. Debemos hacer


un sacrificio.
—Tienen seis horas. No, menos. Hasta que se alce la luna.
—No será suficiente.

Khal’ak le clavó un dedo al chamán en el pecho.

—Entonces, seré yo quien les ofrezca un sacrificio a los loa. Te


ataré de la muñeca y el tobillo izquierdos al muelle y de la muñeca
y el tobillo derechos a este barco. Y luego le ordenaré al capitán
que leve anclas y parta. ¿Así es como deseas servir a los loa, a tu
flota y a tu pueblo?

Gyran’zul intervino.

129
Michael A. Stackpole

—La pureza de tu fe, Honorable Khal’ak, hace que tengamos en


gran estima a tu amo y tu familia. No cabe duda que tu lealtad a los
loa nos facilitará un gran éxito inicial. Vamos a comunicarles eso
mismo a los loa y vamos a estar preparados para partir de
inmediato.
—Así satisfarán a nuestro amo.

El joven trol alzó un dedo.

—Aunque hay una cosa más.


— ¿Sí?

El chamán juntó ambas manos, que eran muy esbeltas y delicadas


(quizá demasiado), y entornó la mirada.

—Los loa nos hablan y también hablan con algunos miembros de


la Horda, pero hay algo más que también centra su atención.
— ¿A qué te refieres?
—Esa es la cuestión: que no lo sabemos. La razón por la que nos
preocupa tanto esa tempestad es porque buscamos ese algo, que,
sea lo que sea, parece hallarse oculto tras un velo. Podría tratarse
de un espectro. O de un trol en la lejanía. Podría ser el presagio de
que va a nacer un trol destinado a la grandeza. No lo sabemos, pero
debemos comentártelo, ya que buscas certeza donde solo hay
dudas.

Un escalofrío la recorrió por entero. De algún modo, la mera


mención a la existencia de un trol desconocido le preocupaba más
que saber que la Horda y la Alianza habían llegado a Pandaria, ya
que ambos eran unos enemigos a los que conocían bien y los
Zandalari podrían ocuparse de ellos. Pero ¿cómo puede uno
preparar planes de contingencia para algo que ignora? El mogu
le había asegurado que los pandaren estaban, efectivamente,
indefensos. ¿Qué más podría haber ahí?

130
Vol’jin: Sombras de la Horda

Khal’ak clavó su mirada en el lugar situado más allá del chamán,


al sur, donde la niebla se arremolinaba en tomo al puerto, desde el
cual su flota partiría esa noche y surcaría el mar otra noche más.
Ella había estado anteriormente en Pandaria y había escogido la
zona donde atracarían; una pequeña aldea de pescadores donde no
había nada valioso ni que mereciera la pena, salvo un puerto
decente. En cuanto atracaran y se apoderaran del puerto, avanzarían
por tierra. Los exploradores trol les habían indicado que ahí no
había nada que pudiera detenerlos. Ni siquiera nada que pudiera
demorarlos.

Ante lo único que podemos sucumbir es ante las sospechas de


aquellos que van a perder más si tenemos éxito. Volvió a mirar a
Gyran’zul y estuvo segura de que no se la estaba jugando, ya que
ambos sabían que si el chamán quería poder, ella se lo daría. Por
tanto, sus temores debían de estar fundados.

Khal’ak asintió.

—Van a prepararse para partir. Van a emplear toda su


determinación para descubrir qué se esconde en ese vacío, en esa
pálida sombra. Todos. Si no me satisfacen en este aspecto, los
ofreceré como comida a los loa hasta que estos se sientan
satisfechos. No va a frustrar nuestros planes algo que ni siquiera
existe.

*******

Lejos de ahí, al sur, esa misma noche, una visión perturbó el sueño
de Vol’jin, lo cual lo sorprendió. Tras la visita de Hir’eek, los loa
lo habían ignorado y él también se había mostrado más que
dispuesto a ignorarlos. Se había dado cuenta de que si intentaba
contactar con ellos antes de saber quién era ahora realmente, solo
estaría haciendo un patético intento de imitar a la persona que había
sido. Al igual que la mascota de Tyrathan no iba a responder a los
131
Michael A. Stackpole

llamamientos de alguien a quien no reconocía, Vol’jin no podía


restablecer su vínculo con los loa si ya no era el trol que lo había
forjado en un principio.

No pudo identificar cuál era el loa que le enviaba esa visión. Como
estaba surcando el aire prácticamente sin esfuerzo, dedujo que
podía tratarse de Akil’darah. Aun así, volaba de noche y las águilas
no hacían eso. Entonces, se percató de que en realidad estaba
flotando y viendo el mundo a través de muchos ojos. En ese
instante, concluyó que Elortha no Shadra, la Danzarina de la Seda,
debía de haberlo transformado en uno de sus niños. Flotaba en lo
alto, suspendido en unos hilos de telaraña arrastrados por el viento.

Allá abajo, las nubes se apartaron. Unos barcos se dirigían


presurosos al sur a toda vela. Debía de estar viendo algo que había
ocurrido en la antigüedad, ya que esas anchas velas cuadradas
portaban blasones Zandalari. No obstante, fue incapaz de recordar
en qué pasaje de la historia los Zandalari habían botado una flota
tan poderosa.

Alzó la vista y contempló el cielo nocturno, esperando ver las


constelaciones dispuestas de un modo distinto. El hecho de que las
reconociera lo dejó estupefacto.

Entonces, se echó a reír.

Muy bien, Madre del Tósigo. Me has mostrado una visión de un


presente donde yo sería capaz de reunir a una flota tan formidable.
Me estás mostrando la gloria que podría obtener en tu nombre y el
del resto de los loa. Una visión muy generosa. Incluso podría
llegar a creer que sería capaz de superar los sueños de mi padre.
El problema estriba en que aún he de saber si sigo siendo o no el
hijo de Senjin.

La brisa dejó de soplar.


132
Vol’jin: Sombras de la Horda

La araña cayó.

Vol’jin se la quitó de la cara, así como su telaraña, antes de volverse


de lado y sumirse en un sueño sin sueños.

133
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO ONCE

Lord Taran Zhu adoptó un semblante severo, donde se mezclaba la


desaprobación y unas serías reservas. A pesar de que tal muestra de
emoción era muy poco propia de él y de que sugería que no las
tenía todas consigo, Chen no pudo evitar sonreír. El corazón le iba
a estallar de orgullo y felicidad, pues esas emociones habían
alcanzado cotas insospechadas al aceptar Taran Zhu su plan.

Gran parte de esa felicidad tenía su origen en saber que, gracias a


la mediación de Yalia Murmullo Sabio, el anciano monje había
cambiado de opinión. Chen había logrado, a lo largo de su estancia
en Zouchin y después en el camino de vuelta, combinar ciertos
ingredientes para confeccionar un brebaje maravilloso, que estaba
seguro de que sería para Pandaria lo que el brebaje de Ponte Bien
había sido para Vol’jin. Había querido compartirlo con todo el
mundo en cuanto regresase y ahora se daba cuenta de que,
probablemente, había sido su excesivo entusiasmo lo que había
hecho dudar a Taran Zhu sobre si era una buena idea o no.

El hecho de que Yalia hubiera hablado con el monje en su nombre


lo había conmovido tremendamente. A Chen le gustaba la hermana.
Siempre le había gustado. Sin embargo, durante el viaje había

134
Vol’jin: Sombras de la Horda

descubierto que le gustaban muchas más cosas de ella. También


había bailado razones para albergar esperanzas de que ella pudiera
corresponderle, al menos en parte. Aunque no sabía hasta qué
punto el sentimiento era mutuo, aunque lo quisiera muy poco, eso
era bueno Porque las tortugas poderosas siempre nacen de
pequeños huevos.

Nadie la había reconocido en Zouchin y eso le había parecido muy


raro a Chen, tan raro como que no hubiera intentado localizar a su
familia de inmediato. No obstante, a través de Li Li y otra gente se
enteró de que, al parecer, les había ido bien en la vida y habían
prosperado. Incluso su abuela seguía viva. Sin embargo, Yalia se
había mantenido al margen y eso había provocado que también se
distanciara un poco de él.

A Chen le había costado mucho entender por qué Yalia deseaba


mantener las distancias con su familia y también un poco con él.
En Pandaria, Chen había dado con algunas cosas que le recordaban
al hogar que tanto había añorado. Zouchin era una pieza más que
había hecho que se sintiera aún más en casa. Esa aldea tenía
recursos muy a mano que la hacían perfecta para instalar una
pequeña cervecería. En cuanto vio aquel lugar, decidió que debía
levantar una fábrica ahí, porque era el sitio perfecto y porque así
podría estar más cerca de Yalia.

Esa primera noche, después de haber preparado el té, sacó a


colación el tema de su familia de su compañera de viaje.

Yalia clavó la mirada en las profundidades de su taza de té.

—Ellos tienen su vida, maestro Chen. Me marché para que


pudieran vivir en paz. No pienso traer el caos a este lugar.
— ¿No crees que se sentirán aún más en paz si saben que estás bien
y eres respetada? N-replicó Chen, quien se encogió de hombros y
esbozó una sonrisa forzada^. La preocupación me invade siempre
135
Michael A. Stackpole

que pierdo de vista a Li Li. Tu familia debe de estar muy


preocupada o...

Entonces, se calló, pues un pensamiento acababa de cruzar su


mente.

Ella alzó la mirada.

— ¿O...?

No es un pensamiento digno, hermana Yalia. De ti, no.

—Quiero que lo compartas conmigo, aunque luego decidamos que


estás equivocado, pues quiero que la sinceridad impere entre
ambos. —Yalia apoyó entonces una zarpa en el antebrazo de
Chen—. Por favor, maestro Chen.

El pandaren dejó que el crepitar y el chisporroteo de la pequeña


hoguera que compartían llenara ese silencio por un momento y,
acto seguido, asintió.

—Me preguntaba, aunque solo porque yo mismo a veces me lo


pregunto, si no será que deseas proteger tu propia paz en vez de la
suya.

La joven apartó la zarpa de su brazo y volvió a sujetar con ella la


taza. La sostenía con tal firmeza que Chen podía ver las estrellas
reflejadas en el té.

—El monasterio me ha proporcionado mucha paz.


—Uno nunca sabe cómo van a reaccionar los demás. Creo que tu
familia se alegrará al verte. Tal vez alguna de tus hermanas
menores esté resentida contigo porque se tuvo que ocupar de tus
tareas, o quizá tu madre sienta pena por esos cachorros que nunca
le has dado para que los malcríe. Me parece que, aunque haya este
136
Vol’jin: Sombras de la Horda

tipo de escollos y resentimientos, son cuestiones menores si las


comparamos con la alegría que se llevarán al saber que estás viva
y eres feliz.
— ¿Acaso una noche tranquila y un té caliente hacen que una
verdad incómoda sea más digerible?
—No lo sé. No suelo disfrutar de muchas noches tranquilas y rara
vez me acusan de decir verdades incómodas.

Chen se bebió el té y dejó que un poco de este le goteara por el


hocico, solo para hacerla sonreír.

Ella extendió el brazo y le secó la gotita.

—Eres lo bastante sabio como para saber cuándo hay que hacer el
payaso en las ocasiones en que hace falta. Así, resulta más fácil
aceptar tus ideas. Y discernir la verdad que encierran.

Si bien Chen no pudo contener una sonrisa, sí la disimuló bastante


como para no parecer henchido de orgullo.

—Así que vas a ver a tu familia.


—Sí, pero eso será mañana. Realmente, me gustaría poder disfrutar
de otra noche tranquila, tomando té caliente y gozando de la
compañía de un amigo tan reflexivo. He de recordarme a mí misma
quién soy, para poder presentarme ante ellos tal como soy, en vez
de intentar explicarles por qué no soy quién creen que debería ser.

El día siguiente amaneció radiante y con buena temperatura, lo cual


Chen interpretó como un buen presagio. Acompañó a Yalia a
encontrarse con su familia y se dio cuenta de que sus parientes
descargaron una parte de la tremenda emoción que suscitó en ellos
el regreso de Yalia en darle una entusiasta bienvenida, ya que era
el famoso tío de Li Li, la Perra Salvaje. Al parecer, cuando esta
quería motivar a los trabajadores, mencionaba su nombre y sugería

137
Michael A. Stackpole

que era él quien estaba realmente al mando y que, si no trabajaban


con brío, sufrirían las consecuencias

No obstante, el padre de Yalia, Tswen-luo, había reconocido la


verdad que se ocultaba tras el engaño de su sobrina casi de
inmediato, porque él, como dueño de una flota pesquera, había
tenido que utilizar a veces un ardid similar. Descubrieron que a los
dos les encantaba la cerveza y, como suelen hacer los hombres,
compitieron para ver quién bebía más. En un momento dado,
Tswen-luo se mostró de acuerdo en que la Cervecería Cerveza de
Trueno debería abrir una sucursal en Zouchin y que él la financiaría
a cambio de un modesto porcentaje de los beneficios y de una jarra
sin fondo.

A pesar de que pasó bastante tiempo con el padre de Yalia, Chen


también observó cómo esta interactuaba con su familia. Al instante,
se ganó el cariño de sus sobrinos y sobrinas al hacer añicos varios
tablones de madera de un puñetazo o de una patada. Los críos iban
luego corriendo por toda la aldea exhibiendo esos trozos rotos de
madera, mientras reunían a otro grupo de cachorros para la
siguiente exhibición. Muchos de ellos eran los vástagos de los
pandaren que habían rivalizado por obtener los favores de Yalia.
Chen captó un leve atisbo de melancolía en su semblante cuando
se los presentaron, pues estaba claro que ya no sabían quién era.

Nada más verla, su madre y sus hermanas chillaron, lloraron y la


abrazaron, aunque luego chasquearon la lengua en señal de
desaprobación y la regañaron un poco. Sus hermanos la abrazaron
solemnemente y, acto seguido, se marcharon de nuevo a trabajar o
a tomar un par de jarras con Chen. En todo momento, Yalia
mantuvo la compostura y la serenidad al tratar con todos ellos.

Entonces, le tocó ver a su abuela. La fragilidad se había ido


apoderando de la anciana pandaren con el paso de los años, pues
estaba encorvada y fofa. Caminaba con ayuda de un bastón, aunque
138
Vol’jin: Sombras de la Horda

bastante mejor que Tyrathan en sus peores días, pero no mucho


más. Como la edad había velado sus ojos oscuros, alzó una zarpa
para palpar el rostro de Yalia y la dejó posada ahí.

— ¿Eres la nieta a la que dejé mi bufanda?


—Sí, yaya.
— ¿La has traído?

Yalia clavó la mirada en el suelo.

—No, yaya.
—En tu próxima visita, será mejor que me la traigas, nieta. La he
echado mucho de menos.

Entonces, la anciana pandaren sonrió, mostrando así que le faltaban


dientes, y abrazó a Yalia. El silencio reinó mientras la provecta
pandaren desaparecía entre los brazos de Yalia. Se estremecieron
entre sollozos que nadie oyó, pero que todo el mundo intuyó.

Por eso mismo, Tswen-luo eructó ruidosa e inapropiadamente para


atraer la atención de todo el mundo hacia él. Sin más dilación,
Chen, que era un buen invitado y pretendía defender su reputación
de prodigioso lanzador de eructos, hizo temblar los techos. De ese
modo, las mujeres pudieron dar rienda suelta a la emoción que las
embargaba regañando exageradamente a ambos por guarros y no
únicamente al patriarca. Así, Yalia y su abuela pudieron tener un
poco más de privacidad en medio de ese caos total.

A lo largo de los dos días siguientes, se dieron por terminados los


trabajos de reconstrucción en la aldea y se iniciaron los
preparativos para la construcción de la cervecería. Chen nombró a
Li Li como representante y reclutó a los hermanos Piedra
Rastrillada (que se presentaron en la aldea con la comida que
habían prometido traer) como albañiles. Estaba claro que no
estaban hechos para ser granjeros, ya que en sus campos crecían
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Michael A. Stackpole

más piedras que nabos, y como habían pasado mucho tiempo


moviendo rocas de aquí para allá en esos cultivos, el trabajo de
albañil les venía que ni pintado.

Chen pasó un tiempo recogiendo hierbas propias de esa zona, que


recogía en un barril de madera que llevaba atado a la zona lumbar,
para preparar una mezcla de prueba. Cuando Yalia y él decidieron
regresar al monasterio, el líquido del barril chapoteaba
continuamente mientras avanzaban pesadamente. A menudo
eructaba por culpa de ese brebaje, al que echaba agua y añadía
ingredientes sacados de aquí y allá.

Chen frunció el ceño al ver que Yalia se detenía ante una curva de
un sendero en zigzag.

—Soy consciente de que debería disculparme, hermana Yalia.


— ¿Por qué?
—Por haberme integrado tanto en Zouchin.

Ella sacudió la cabeza de lado a lado.

—Estabas buscando un hogar y has descubierto que en Zouchin te


sientes como en casa. ¿Por qué vas a disculparte por eso?
—Es tu hogar y no pretendía violar tu intimidad.

Yalia se desternilló de risa y a Chen le encantaron sus carcajadas.

—Querido Chen, ese monasterio es mi hogar. Tengo cariño a


Zouchin, aunque ahora que sé que a ti también te gusta, lo aprecio
más. Pero tú, como trotamundos que eres, debes saber que la
verdadera sensación de tener un hogar es algo que uno lleva
consigo. Si uno es incapaz de pasar una noche tranquila tomando
té y sintiéndose en paz, no hay ningún lugar geográfico que sea
capaz de proporcionarle esa paz. Buscamos un lugar concreto
porque así esa paz es más intensa, porque así nos muestra otra faz
140
Vol’jin: Sombras de la Horda

que se refleja en nosotros. —Entonces, señaló un lugar situado


atrás, en la lejanía—. Al dejarme ver Zouchin a través de tus ojos
y al haberme reunido con mi familia, tal y como tú sugerías, ahora
tengo otro lugar donde mi paz será más intensa. Pero deberías saber
que, si comparto una noche tranquila y un té con un amigo, me
sentiré aún más en paz.

Chen pensó que, si ella, de repente, se hubiera convertido en un


árbol y hubiera echado raíces en ese mismo lugar, él nunca se
habría alejado más allá de su sombra. Sin embargo, era incapaz de
expresar ese sentimiento con palabras, por supuesto, y su sonrisa
tampoco podía comunicarlo. Así que se encaramó al lugar donde
ella se encontraba, al mismo tiempo que deseaba que el brebaje no
chapoteara tan fuerte, y asintió.

—Ya sea una noche tranquila o alborotada, tomando té o una


cerveza o mera agua fresca, siempre me sentiré en paz con mi
amiga.

Yalia apartó tímidamente su rostro de la cara de Chen, pero no pudo


disimular una sonrisa.

—Entonces, regresemos a nuestro hogar lejos de nuestros


respectivos hogares y disfrutemos también ahí de la paz.

*******

Yalia tuvo que convencer a Taran Zhu de que diera permiso a Chen
para compartir su nuevo elixir con un grupo selecto de monjes del
monasterio; entre los que no se encontraba la propia Yalia, ya que
Taran Zhu había escogido a cinco de los más ancianos. Chen no
estaba seguro si el maestro de los monjes creía que las cosas
podrían desmadrarse y acabar en una tremenda borrachera, o si
simplemente pensaba que esos monjes en concreto sabrían apreciar

141
Michael A. Stackpole

mejor esa nueva experiencia. Aunque apostaba más por la primera


opción que por la segunda.

Vol’jin y Tyrathan también se sumaron al grupo, aunque llegaron


por separado. Chen no pudo evitar darse cuenta de que se trataban
con excesiva formalidad y frialdad. Tal vez no los separase una
brecha infranqueable, pero comparado con la cercanía con la que
él trataba a Yalia, esos dos parecían, más bien, dos continentes que
se alejaban lentamente.

Chen sirvió a cada invitado una modesta porción de su brebaje.

—Por favor, tened en cuenta que esta no es la fórmula definitiva.


He mezclado muchas cosas, incluida la cerveza de primavera que
confeccioné hace tiempo y había dejado olvidada en el almacén.
No voy a decir qué pretendo lograr con esto, ni tampoco quiero que
me digan a qué sabe, sino que los hace sentir. En cuanto lo huelan
y saboreen, esas sensaciones despertarán sus recuerdos. —
Entonces, alzó su propio cuenco—. Por el hogar y los amigos.

Agachó la cabeza primero ante Taran Zhu y después ante Vol’jin;


luego, ante todos los demás siguiendo el orden en que estaban
sentados a la mesa. Todos bebieron a la vez, a excepción de Taran
Zhu.

Chen dejó que el brebaje le empapara bien la lengua. Si bien


distinguió con facilidad el sabor de las bayas y cierto regusto a la
serenidad del corazón, los demás ingredientes se habían mezclado
y fusionado tanto, para conformar un sabor a veces dulce y otras
veces ácido que picaba levemente, que no los distinguía. Tragó el
líquido, se solazó en la sensación que notó al descender este por su
garganta, y, a continuación, dejó el cuenco sobre la mesa.

—Esto me recuerda a una ocasión, en la que me hallaba en unas


tierras situadas más allá de la niebla, donde fui invitado a cenar por
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Vol’jin: Sombras de la Horda

tres ogros hambrientos. Bueno, realmente no era su invitado, sino


más bien su cena. Discutieron entre ellos sobre a qué sabría. Uno
de ellos afirmó que sabría a conejo, ya que tenía algunas manchas
en la piel, y yo repliqué: «Casi aciertas». Otro sugirió que sabría a
oso, por razones obvias, y yo contesté: «Por poco, una vez más».
Y el tercero, que tenía el cráneo extrañamente abollado, dijo que
sabría a cuervo y yo respondí: «Tú también casi aciertas». Eso
provocó que siguieran discutiendo.

Uno de los monjes sonrió.

—Y aprovechaste la oportunidad para escapar.


—Casi aciertas. —Chen sonrió y bebió un poco más—. Les
propuse solucionar ese debate a través de una competición en la
que quien ganara recibiría un premio. Les dije que trajeran un
conejo, un oso y un cuervo y los cocinaran, ya que debían tener el
sabor de estos animales en su boca para poder comparar y saber a
qué sabía yo realmente. Me ofrecí a preparar una bebida para cada
tipo de carne, así como a confeccionar después un brebaje que
podrían disfrutar conmigo. Acto seguido, marcharon para traer
cada uno su animal. Los cocinaron mientras yo preparaba la bebida
y después comieron. Luego, les pregunté qué bebida sabía mejor
con esta carne o la otra, con lo cual volvieron a discutir. Así que se
pasaron las diferentes carnes y bebidas el uno al otro. Tras pasar
una noche muy gozosa, como era el único que estaba sobrio, pude
irme tan campante a la mañana siguiente.

»Esta bebida me recuerda a lo bien que me supo recuperar mi


libertad bajo la luz del alba.

Los monjes estallaron en carcajadas y aplaudieron; incluso


Tyrathan se rió entre dientes. Solo Taran Zhu y Vol’jin
permanecieron impasibles ante esa historia. No obstante, Vol’jin
bebió y, a continuación, asintió y dejó su vaso sobre la mesa.

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Michael A. Stackpole

—Esta bebida me recuerda a la paz que uno siente al aplastar a sus


enemigos. Sus sueños perecen con ellos, dejando así tu futuro
despejado, como una mañana soleada después de la lluvia. Su
frescura es el eco del crujido de sus huesos. Su dulzura es el
regocijo que uno siente al oír sus últimos suspiros. También
paladeo la libertad en ella.

Las palabras del trol sumieron a todos en un hondo silencio y


dejaron a los monjes con los ojos desorbitados. Tyrathan bebió y,
después, sonrió.

A mí me recuerda al otoño, cuando las hojas se toman carmesíes y


doradas. A la recogida de las últimas cosechas, a dar con las últimas
bayas, a ver a todo el mundo trabajando con el fin de preparar los
almacenes para el inminente invierno. A un momento de unión y
alegría, de preparación para la incertidumbre del invierno; a ser
consciente de que todo ese trabajo duro tendrá recompensa. Por
tanto, a mí también me sabe a libertad.

Chen asintió.

—Sí, ambos han degustado la libertad. Bien. —Entonces, miró


hacia el lugar donde se encontraba sentado Taran Zhu, cuyo cuenco
estaba sin tocar—. ¿Y tú, lord Taran Zhu?

El monje más anciano clavó la mirada en el cuenco y, a


continuación, lo alzó con sumo cuidado con sus dos zarpas.
Olisqueó el brebaje y le dio un sorbo. Volvió a olerlo y, después,
bebió un poco más antes de dejar el cuenco una vez más sobre la
mesa.

—Esto no es un recuerdo para mí, sino un retrato del presente, de


una forma de estar en el mundo. —Agachó lentamente la cabeza—
. Un retrato de libertad, de cambio. Esta bebida augura un cambio
inminente. Quizá presagie la destrucción del enemigo, aunque es
144
Vol’jin: Sombras de la Horda

más probable que anuncie la llegada del invierno; sin embargo,


como nunca vas a confeccionar exactamente este mismo brebaje de
nuevo, el mundo nunca volverá a conocer un tiempo como este o,
al menos, esta paz.

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Michael A. Stackpole

CAPÍTULO DOCE

Con todavía cierto amargor en la boca por culpa del brebaje de


Chen, Vol’jin se marchó del monasterio. El comentario de Taran
Zhu seguía reverberando en su mente con el eco añadido del relato
de Tyrathan acerca del momento en que los humanos recogían la
cosecha. Otoño era el momento en que el mundo moría; la muerte
era línea que separaba lo viejo de lo nuevo, lo cual no es más que
otra manera de definir el cambio. Como ese tipo de ciclos sugerían
el inicio de algo nuevo, las criaturas conscientes de su propia
existencia y del paso de tiempo a menudo escogían una estación u
otro punto cronológico arbitrario para marcar el final o anunciar el
principio de algo.

¿El fin de qué? ¿El comienzo de qué?

No les había mentido cuando había compartido con los demás esas
emociones y esos recuerdos que había despertado en él la bebida
de Chen; no obstante, se daba cuenta de que sus palabras habían
sido muy duras y justo lo contrario a lo que el maestro cervecero
pandaren esperaba oír. Pero eran los recuerdos de un trol y no por
ello menos válidos que los de un pandaren. Cualquier trol habría

146
Vol’jin: Sombras de la Horda

sentido lo mismo, ya que eso era consustancial a la naturaleza de


estos seres. Los trols se creen los amos del mundo.

Vol’jin se estremeció mientras ascendía por la montaña en


dirección norte. Sus pies hollaron la nieve y se agachó bajo la
sombra. Agradeció el frío, pues quería que lo endureciera, pero solo
logró Que le recordara la gelidez de la tumba. Sí, los trols fueron
en su día los amos del mundo.

Su padre, Sen’jin, había observado detenidamente a los demás trols


y había sido capaz de ver que sus deseos de volver a ser quienes
fueron eran una absoluta estupidez. Esos trols pretendían doblegar
el mundo a su voluntad. Querían subyugar todo cuanto existía y a
todo el mundo. Pero ¿por qué?

¿Para poder sentir esa libertad que invocaba el brebaje de Chen?

En un instante, la revelación que su padre debió de tener, pero que


nunca compartió con nadie, planeó fugazmente por su mente. Si el
objetivo era sentir esa libertad, la cuestión a plantearse era si la
conquista era el único camino para alcanzar esa meta. Liberarse del
miedo, del deseo, incluso tener la libertad de imaginarse un futuro,
no eran cosas que exigieran matar enemigos. Tal vez requirieran
matar a algunos, sí, pero la muerte de los adversarios tampoco era
un sacrificio que garantizase alcanzar esos fines.

El trol pensó en los tauren de Cima del Trueno. Vivían ahí, aislados
del resto del mundo, en relativa paz. Aunque muchos de ellos se
habían unido a la Horda y habían luchado por ella, no parecían estar
excesivamente motivados en ese sentido. Se habían unido a ella
porque ayudar a sus camaradas a luchar contra la Alianza era lo
más correcto y lo más honorable, no porque se lo exigieran unas
tradiciones milenarias.

147
Michael A. Stackpole

Tampoco su padre había abogado por abandonar las viejas


costumbres. Vol’jin sabía que algún que otro trol (los tauren azules,
tal y como los llamaba Chen) se había ido a vivir con los tauren y
había adoptado sus costumbres. A pesar de que no recordaba si esos
trols parecían hallarse más o menos en paz consigo mismos, lo que
sí tenía claro era que su renuncia a las tradiciones de su propio
pueblo los había dejado un tanto apartados de sus congéneres. Era
como si hubieran cambiado unas tradiciones por otras y no fueran
capaces de adaptarse excesivamente bien a ninguna de ellas.

Sen’jin había respetado mucho las tradiciones trols. Si no lo


hubiera hecho, si hubiera deseado romper con ellas del todo,
Vol’jin nunca hubiera emprendido el camino que lo había llevado
a ser un cazador de las sombras. Su padre siempre le había animado
a alcanzar esa meta, aunque siempre con la vista puesta en el futuro.
Siempre había insistido mucho en darle lecciones de liderazgo, no
en grabarle a fuego unas tradiciones que debería seguir a ciegas.

Entonces, Vol’jin se acordé de un comentario que había hecho


Chen (y que este había atribuido a Taran Zhu) acerca de unos
barcos, unas anclas y el mar, mientras se dirigía a un terreno más
elevado dónde podría hallar el cobijo de una sombra más fresca.
Las tradiciones podían ser el mar que permitía al barco viajar, o
también podían anclarlo e impedir que se moviera. Por otro lado,
se podía considerar que los loa, así como las exigencias que estos
planteaban a los trols, eran un ancla, pues tenían sus raíces en
tiempos pasados. Para satisfacer sus exigencias, para alcanzar la
gloria en su nombre, los trols habían fundado grandes imperios
habían arrasado civilizaciones enteras.

Si se desligaba de ellos, Vol’jin podría librarse de esa ancla, aunque


acabaría siendo zarandeado por las olas en mares enemigos. Esa
era una de esas decisiones radicales e impulsivas que su padre
siempre le había aconsejado no tomar. En ese instante, se le pasó

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Vol’jin: Sombras de la Horda

por la cabeza la idea de que los loa podían ser la marea f las olas
que impulsaran al barco.

Lo cual convierte a nuestra historia, a nuestro pasado, en un ancla,


que nos deja atrapados para siempre en la misma bahía.

Sin embargo, antes de que pudiera ahondar en esa reflexión, dobló


una esquina del sendero y se topó con Tyrathan Khort, quien se
hallaba girado hacia el noroeste, con la mirada perdida en la lejana
niebla. Titubeó, pues deseaba refugiarse en su soledad y no
pretendía perturbar al humano.

—Eres más sigiloso que la mayoría de los trols, Vol’jin, pero si no


fuera capaz de percatarme de que un trol se acerca furtivamente
hacia mí, ya habría muerto un millar de veces.

Vol’jin alzó la cabeza.

—Los trols no atacamos furtivamente. Y no me has oído. —


Entonces, observó cómo el viento de la montaña hacía que la capa
roja de lana que llevaba el humano se le pegase al cuerpo—. Has
debido de oler el aroma de la bebida de Chen o mi propio olor
corporal.

Tyrathan se volvió lentamente, sonriendo.

—Invierto muchas horas en intentar que tu olor se vaya de las


sábanas.
—No pretendía molestarte.

El humano negó con la cabeza.

—Permíteme que me disculpe, entonces.


—No me has ofendido.

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Michael A. Stackpole

Vol’jin se puso de cuclillas, con los pies enterrados en la nieve. Le


habría gustado contestar que, por mucho que un humano intentara
ofenderle, no podría lograrlo, porque estaba por encima de ellos,
pero se contentó con darle esa respuesta.

—Cuando afirmé que tenías miedo, lo hice solo para herirte. Sigo
notándote en mi mente. Esa sensación todavía me asola. Cada vez
menos, es verdad, pero sigues ahí. Pensé que podría sacarte de mi
cabeza si te alejaba de mí, si te ofendía. —Tyrathan clavó la mirada
en el suelo y frunció el ceño—. Eso es impropio del hombre que
fui y espero que no forme parte del hombre en que espero
convertirme.

Vol’jin entornó los ojos.

— ¿En quién deseas convertirte?

El humano sacudió la cabeza de lado a lado.

—Sé bien quién no quiero ser, pero aún ignoro quién quiero ser.
¿Sabes por qué me detuve aquí el día de la tempestad? ¿Sabes por
qué me sentía tan perdido que no la vi venir? Tú, por encima de
todos los demás, deberías saber que una tormenta así jamás habría
podido sorprenderme.
—Porque tu cuerpo estaba aquí, pero tu mente no.
—Así es. —Tyrathan, medio girado, señaló con un amplio gesto de
su mano a los distantes y verdes valles—. Cuando acepté la misión
que se me encomendó en Ventormenta de venir aquí, juré que no
moriría sin volver a ver los verdes valles de mi hogar una vez más.
Fue una promesa que le hice a mi... familia. Y como yo siempre he
mantenido mi palabra, sabían que volvería. Pero la persona que era,
la persona que hizo esa promesa, ya no existe, así que ¿sigo atado
a ella?

150
Vol’jin: Sombras de la Horda

A Vol’jin se le hizo un nudo en el estómago. ¿Acaso yo sigo atado


a unas tradiciones y a unas promesas hechas por unos trols
muertos hace mucho? ¿Acaso sus sueños y deseos todavía me
encadenan?

El trol tocó la nieve un dedo y rascó su superficie.

—Si asumes el manto del hombre que fuiste, serás él de nuevo. Si


eres un hombre nuevo, este valle será entonces tu nuevo hogar.
—Así que los cazadores de sombras también son filósofos. —
Tyrathan Khort sonrió—. Te conocía de antes, de antes del
monasterio. Yo formaba parte de las fuerzas de Kul Tiras; me
hallaba al servicio de Daelin Valiente. Era mucho más joven
entonces, tenía el pelo más negro y la piel más suave. Tú, sin
embargo, no has cambiado prácticamente, salvo por alguna que
otra cicatriz. Uno de nuestros cazadores quiso apostar diez piezas
de oro a que podía matarte. Más tarde, me enteré de que había
muerto intentando dar caza a unos trols.
—Pero tú no aceptaste esa apuesta.
—No. Si te fijas en un solo objetivo, pierdes de vista a los demás.
—El humano suspiró y su aliento se transformé en un vaho
blanco—. Aunque, por otro lado, si me hubiera ordenad© matarte...
—Habrías hecho todo lo posible por cazarme.
—El hecho de cazar a humanos o trols (a cualquier criatura
racional) es algo que me recuerda que todos no somos más que
animales. He matado a tantos humanos y trols que ya he perdido la
cuenta. —Tyrathan se estremeció—. Sé que hay cazadores que sí
la llevan, pero creo que eso es irrespetuoso, e incluso morboso. Así
se reduce a la gente a meras cifras. Me gustaría pensar que voy a
ser algo más que un nombre tachado en el diario de alguien.
— ¿Eso es lo que piensas ahora, o eso también lo pensaba tu
antiguo yo?

El humano agachó la cabeza.

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Michael A. Stackpole

—Ambos lo pensamos. Y ahora con más razón si cabe. Los monjes


viven y se comportan de una forma mucho más respetuosa con la
vida. Defienden la idea de equilibrio y buscan la armonía. ¿No te
preguntas si tu nuevo yo será capaz de equilibrar a tu viejo yo,
Vol’jin?
—Tú sí.
—Así es.
—Me lo imaginaba.
—Entonces, ¿tú también te lo planteas?

El trol abrió los brazos y se puso en pie.

—Los dos lo hacemos. Tú mismo lo dijiste en su momento. Un


niño no porta ninguna carga consigo. Un niño no conoce sus
límites. Pero como carece de experiencia, no puede optar por el
equilibrio. Nosotros si
—No podemos escapar de nuestro pasado.
— ¿Ah, no? Yo era Vol’jin, el líder de los Lanza Negra. Tú, un
humano asesino de trols. Así que dime... ¿por qué no nos hemos
peleado y no estamos ya muertos o desangrándonos?
—Bien dicho. —Tyrathan se rascó la perilla—. Aquí, no somos
enemigos.

Una vez más, la metáfora de los barcos le vino a la cabeza a Vol’jin,


quien sonrió.

—Ves tu pasado como una carga. Deseas desembarazarte de él. Si


lo haces, serás libre, pero no sabrás quién eres. Considera esto un
naufragio. Aunque nunca podrás recomponer la nave que te trajo,
algo podrás rescatar de ella. Este lugar, aquí y ahora, podría llegar
a ser tu hogar. Pero lo será gracias a los recuerdos que rescates de
ese pasado.
—Sí, sin duda alguna, me siento encallado.

Vol’jin asintió.
152
Vol’jin: Sombras de la Horda

— ¿Quién era esa cazadora que murió?

Tyrathan negó con la cabeza y se llevó una mano enguantada a la


boca.

—La verdad es que no la conocía muy bien.


—Pues la tienes muy grabada en tus recuerdos.
—Se llamaba Larsi. La conocí antes de partir. Nunca antes la había
visto. Pero me dijo que, en cuanto se enteró de que yo iba a viajar
a una isla inexplorada, pensó que esa era una aventura que no
podría perderse y me dio las gracias. —Se abrazó a sí mismo—.
Ella... Siempre que necesitaba un voluntario, ahí estaba ella.
Siempre se aseguraba de que tuviera comida caliente, de que mi
tienda hubiera sido montada. No fuimos amantes. Ni siquiera
hablamos demasiado. Pero tenía la sensación de que ella creía que
me debía algo. Y como estaba ahí porque yo estaba ahí, pues...
—Al regodearte en ese dolor, la deshonras. —El trol asintió
solemnemente—. La honrarías si recuperaras toda la confianza que
ella tenía depositada en ti.
—Murió por confiar demasiado.
—No. No puedes responsabilizarte de «muerte. Fue una decisión
suya. Seguro que se alegraría de saber que sobreviviste.
—Esa sería una buena razón para rescatar mi pasado. —El humano
se giró hacia el nordeste, hacia la escarpada costa—. Mi antigua
vida no es más que un montón escombros que yacen desperdigados
por esas playas. Me llevará mucho tiempo recomponer esos
pedazos.
—Será cuestión de coser y cantar, ya verás.

Vol’jin se acercó al humano que se hallaba al borde la montaña. La


luz del sol se reflejaba con un color plateado sobre ese mar distante.
Se hallaban en una posición tan elevada que lo único que
alcanzaban a ver era el reflejo de la luz sobre el agua; no obstante,

153
Michael A. Stackpole

Vol’jin se imaginó que ahí yacía su propia vida rota y


desperdigada. ¿Yo qué rescataría de mi pasado?

Algo liviano y etéreo le rozó la cara. Algo semejante a una telaraña.


Intentó quitársela de encima, peto-no tocó nada. Entonces, recordó
que había sido una araña que flotaba por el aire en una visión y
volvió a clavar su mirada en el mar.

De repente, su percepción visual cambió, su vista se vio agudizada


por unas lentes capaces de doblegar el mismo tiempo. Allá a lo
lejos, cabalgando sobre las olas, se aproximaba esa flota negra que
había visto en su visión. Pero se había equivocado. Si bien era
cierto que esa visión le había mostrado una época distinta, no se
trataba de una época remota. Lo que veía ahora, lo que había visto
en ese sueño, era algo que sucedería dentro de unos pocos días, no
era el pasado sino el futuro.

—Vamos, tenemos que ir a ver a Taran Zhu lo antes posible.

Una expresión de alarma se apoderó del rostro de Tyrathan, quien


contempló detenidamente el océano y, acto seguido, miró a Vol’jin
desconcertado.

—Sé que tu vista no es mucho mejor que la mía. Dime, ¿qué es lo


que has visto?
—Problemas, unos problemas muy graves. —El trol sacudió la
cabeza de lado a lado—. Y no estoy seguro de que vayamos a poder
solventarlos y, mucho menos, prevenirlos.

Descendieron corriendo por la montaña a la mayor velocidad


posible. Como Vol’jin tenía las piernas más largas, podía dar unas
zancadas más amplias; sin embargo, enseguida sintió un gran dolor
en un costado. Hincó una rodilla en tierra mientras intentaba
recuperar el aliento, lo cual permitió que Tyrathan lo alcanzase.

154
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin le indicó con una seña que siguiese y el humano, cuya


cojera era ahora apenas perceptible, siguió su camino.

Uno de los monjes apostados en las murallas debió de haberlos


visto acercarse porque Taran Zhu los estaba esperando en el patio
cuando llegaron.

— ¿Qué ocurre?
—Necesitamos mapas. ¿Tienes alguno?

Vol’jin intentaba dar con la palabra pandaren para mapa, a pesar de


que no estaba seguro de si la había aprendido.

Taran Zhu vociferó una orden rápidamente y, a continuación, cogió


a Vol’jin del brazo y lo guió hasta el interior del monasterio.
Tyrathan Khort los siguió. El anciano monje los llevó hasta esa
cámara donde, en otro momento, habían compartido la bebida de
Chen y cuya mesa ahora se encontraba despejada. De inmediato,
apareció otro monje con un pergamino de papel de arroz.

Taran Zhu cogió el pergamino y lo desenrolló sobre la mesa.


Vol’jin tuvo que rodearla para poder colocarse mirando hacia el
norte. Era incapaz de leer esos símbolos, pero no cabía duda de que
eso de ahí era el monasterio y eso otro situado al este, la cima de la
montaña. Desplazó la mirada un poco más hacia el este y, entonces,
dio unos golpecitos con el dedo a un punto situado en la costa norte.

— Ahí. ¿Qué es lo que hay ahí?

Chen Cerveza de Trueno, que en ese momento bajaba por las


escaleras a saltos, respondió:

—Eso es Zouchin. Una aldea donde estoy montando mi nueva


cervecería.

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Michael A. Stackpole

Vol’jin escrutó el norte y nordeste del mapa.

— ¿Por qué esa isla no aparece en el mapa?

Chen arqueó una ceja.

— ¿Qué isla? Ahí no hay ninguna.

Taran Zhu clavó su mirada en el joven que había traído el mapa y


le dio una orden en pandaren. Chen hizo ademán de darse la vuelta
para seguir al joven.

—No, maestro Cerveza de Trueno, quédate. El hermano Kwan-ji


avisará a los demás.

Chen asintió y regresó a la mesa. La sonrisa que había acompañado


a su anuncio de que ese lugar era Zouchin se había esfumado por
completo.

— ¿Qué isla?

El monje del Shadopan se llevó las zarpas a la zona lumbar.

—Pandaria no es solo el hogar de los pandaren. Hubo una época en


que otra raza, una raza muy poderosa, los mogu, gobernaba esta
isla.

Vol’jin se enderezó.

—Sé quiénes son los mogu.

Tyrathan parpadeó sorprendido. Chen entornó los ojos.

—Entonces sabrás que su época ya pasó. Aunque el hecho de tú lo


sepas no quiere decir que ellos lo sepan. —Taran Zhu tocó el mapa
156
Vol’jin: Sombras de la Horda

en una zona situada cerca de la esquina nordeste. Una isla de forma


irregular fue cobrando forma poco a poco ahí, como si la niebla que
la ocultaba se hubiera evaporado—. Esa es la Isla del Rey del
Trueno. Muchos creen que es solo una leyenda. Pocos saben que
es real. Y si tú ya conocías su existencia, entonces es posible que
otros también la conocieran, otros que podrían causar un gran mal.
—No la conocía hasta que la vi en una visión —señaló el trol a
Zouchin—. Luego, tuve otra en la que vi que una flota partía de esa
isla. Debe de tratarse de la flota Zandalari y su único propósito debe
de ser causar un gran mal. Si queremos detenerlos, tendremos que
actuar con celeridad.

157
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO TRECE

Los malos augurios provocaron que a Vol’jin se le revolvieran las


entrañas, mientras Taran Zhu permanecía en pie tan quieto como
una de las robustas columnas de piedra que sostenían el techo de
esa estancia.

El trol intercambió una mirada de incredulidad con el humano y,


acto seguido, abrió los brazos.

—Envíen algunos mensajeros a esa aldea. Reúnan a las milicias.


Preparen las defensas. Llamen a sus tropas de élite. Desplieguen
sus fuerzas en Zouchin. Congreguen a su flota. Deben impedir que
los Zandalari desembarquen. —Entonces, miró el mapa—.
Necesitaré otros mapas. Mapas tácticos más detallados.

Tyrathan dio un paso al frente.

—Los valles son un buen lugar para tender emboscadas.


Podríamos... ¿Qué ocurre?

El anciano monje alzó la barbilla.

158
Vol’jin: Sombras de la Horda

—En tus islas, Vol’jin, ¿con qué recursos contabas para resistir una
ventisca como la que hemos tenido aquí hace poco?
—Con ninguno. En las Islas del Eco no hay ventiscas. —Se le
encogió el estómago ante esa sensación de desastre inminente—.
Pero el mal tiempo no es lo mismo que una invasión.

El monje se encogió de hombros a la vez que mantenía su postura


extremadamente erguida.

—Si la noche nunca llegara, nadie tendría lámparas. La niebla ha


sido nuestra defensa desde el alba de los tiempos.
—Pero no están indefensos. —Tyrathan señaló al patio—. Sus
monjes son capaces de hacer añicos la madera con las manos
desnudas, saben manejar la espada y les he visto disparar con arco.
Son de los mejores guerreros que hay en el mundo.
—Son guerreros, pero no conforman un ejército. —Taran Zhu se
llevó ambas manos al esternón, las entrelazó y se presionó
ligeramente el pecho—. Somos muy pocos y estamos
desperdigados por todo el continente. No obstante, aunque somos
la única defensa de Pandaria, también somos mucho más, ya que
nuestro adiestramiento en artes marciales nos ha conferido algo
más que la capacidad de matar. Por ejemplo, estudiamos tiro con
arco no solo por su aspecto marcial sino por su relación con el
equilibrio. Es una forma por la que podemos unir dos puntos a
través del espacio, donde debemos equilibrar la distancia y el
impulso, el arco que trazará la flecha y la brisa; asimismo, debemos
tener en cuenta la naturaleza de la misma flecha. Al defender
Pandaria, defendemos el equilibrio.

Vol’jin dio unos golpecitos al mapa con un dedo.

—Tú hablas de filosofía y esto es una guerra.


— ¿Acaso me puedes asegurar que la guerra únicamente existe en
el plano material, trol? ¿Que solo se trata de acero, sangre y huesos?
—Taran Zhu entornó tanto los ojos que adquirieron la forma de dos
159
Michael A. Stackpole

rendijas oscuras—. Ambos tienen cicatrices físicas, pero también


otras más profundas. La guerra o su ansia de guerra los ha
desequilibrado.

El trol resopló.

—La guerra es desequilibrio. Si logra destruir su equilibrio es


porque este era falso.

Chen se interpuso entre ambos.

—Acabo de volver de esa aldea. Li Li regresará ahí y no debemos


olvidar que la familia de Yalia vive ahí. Los Zandalari
desequilibrarán la balanza de la existencia de esa gente. Tenemos
que hacer todo lo posible para que ambos platos de la balanza
vuelvan a equilibrarse.

El humano asintió para mostrar que estaba de acuerdo.

—Cuando menos, tenemos que advertir a esa gente. Hay que


evacuarla de ahí.

Taran Zhu cerró los ojos y la serenidad se adueñó de su semblante.

—Ustedes tres proceden de ese mundo situado más allá de la niebla


y sus experiencias en él hacen que den tal valor a la premura que
nos hacen sentir incómodos. Como ustedes exigen rapidez,
consideran la indolencia como un defecto. Como ustedes son unos
avezados estrategas, creen que estoy ciego. Como líder del
Shadopan mi obligación consiste en ocuparme de cosas más
importantes.

Vol’jin arqueó una ceja.

— ¿Cómo mantener el equilibrio?


160
Vol’jin: Sombras de la Horda

—No siempre habrá guerra. Además, la guerra solo triunfa si el


mundo no es capaz de recuperarse de ella. Ustedes pretenden
detener una guerra. Yo pretendo reconquistarla.

Vol’jin estuvo a punto de lanzar una réplica contundente y muy


dura, pero había algo en las palabras de Taran Zhu que le llegó al
corazón. Reverberaban con una verdad que su padre también había
compartido con él, en un momento muy íntimo, después de que la
lluvia anterior al alba hubiera limpiado el mundo. Su progenitor le
había dicho: «Me encantaría que el mundo siempre fuera así; que
nunca hubiera ni sangre ni dolor y que siempre estuviera empapado
de lágrimas de felicidad y repleto de esperanzas de que el sol
brillará».

El trol se agachó y bajó la cabeza.

—Las habilidades de sus monjes nos serán muy útiles.


—Así es. Contarán con recursos suficientes no para ganar su
guerra, sino para mitigar la suya. —Taran Zhu exhaló lentamente a
la vez que abría los ojos—. Contarán con dieciocho monjes.
Aunque no serán ni los más fuertes ni los más rápidos, sino los
mejores para llevar a cabo su propósito.

Tyrathan se quedó boquiabierto, un gesto que reveló lo que sentía


en lo más hondo de su ser.

—Entonces, seremos dieciocho monjes y nosotros tres. —Miró a


Vol’jin—. En tu visión, esa flota estaba compuesta de... ¿cuántos
barcos? ¿Dos?
—Tres. Aunque uno de ellos era pequeño.
—Así no vamos a contener la invasión, así solo vamos a hacerles
un par de rasguños. —El humano negó con la cabeza—. Debemos
contar con más fuerzas.

161
Michael A. Stackpole

—Les daría más si pudiera. —El líder Shadopan abrió sus pezuñas
vacías—. Ay, únicamente su escuadrón de veintiún miembros
podrá alcanzar Zouchin a tiempo para poder ser de alguna ayuda.

*******

Vol’jin había esperado que prepararse para la guerra sería un ritual


suficientemente familiar para él como para reforzar su vínculo con
su pasado. Sin embargo, se sentía muy frustrado al tener que llevar
esa armadura pandaren. Era demasiado corta y demasiado larga al
mismo tiempo, y esa seda acolchada parecía muy liviana para ser
eficaz. Las bandas de placas metálicas, unidas todas ellas con
cordones brillantes, así como la coraza de cuero lacado, se le caían
en lugares donde no deberían caerse y le conferían un aspecto
orondo en ciertas zonas donde no debería. Rápidamente, un monje
le extendió la falda que emergía de la coraza y, en ese instante,
Vol’jin juró que la primera cosa que iba a hacer era quitarle la
armadura a un Zandalari para ponérsela él.

Entonces, se echó a reír. Era muy alto para llevar una armadura
pandaren, pero demasiado bajo para una Zandalari. Ya se había
enfrentado a esos seres en otras ocasiones. Le solían sacar una
cabeza cuando menos y, si uno pudiera medir la arrogancia, le
sacaban dos cabezas en ese aspecto. Aunque le repugnaba que
consideraran a todos los demás trols como seres inferiores, no
podía negar que sus esbeltos cuerpos y nobles rasgos les conferían
un aspecto muy agradable a la vista. Una vez, oyó a un humano
referirse a ellos como los «elfos de los trols». Los Zandalari se lo
tomaron como un gran insulto y su enojo le hizo mucha gracia a
Vol’jin.

Mientras le colocaban la armadura, oyó un sinfín de golpes y


tintineos que anunciaban que se estaban realizando los preparativos
para una batalla. En ese instante, Chen le mostró con orgullo una
espada de doble hoja.
162
Vol’jin: Sombras de la Horda

—He pedido a los herreros que les quitaran la empuñadura a dos


espadas curvas, unieran ambas hojas remachándolas con espigas y,
por último, las envolvieran en piel de tiburón recubierta de bambú.
No es como una de tus gujas, pero es aterradora.
—Será más temible cuando pruebe la sangre Zandalari. —Vol’jin
cogió la hoja de su empuñadura central y la giró en el aire. Acto
seguido, la detuvo bruscamente y las hojas se estremecieron y
susurraron de un modo curioso. Aunque no fuera su guja, era un
arma muy equilibrada—. Por lo visto, tus habilidades no se limitan
solo a confeccionar cerveza.
—No es cosa mía, sino del hermano Xiao, uno de los monjes que
bebió con nosotros. —Chen sonrió—. Le dije que te forjara un
arma que transmitiera las mismas sensaciones que ese brebaje te
hizo recordar.
—Ha hecho un buen trabajo.

Tyrathan lanzó un suave silbido cuando entró en el recibidor. Iba


vestido con una larga sobrevesta de cuero ribeteada con placas
metálicas. Su casco acababa en punta y llevaba una cota de malla
que le protegía el cuello. Portaba dos arcos y media decena de
carcajes llenos de flechas.

—Bonita guja. Va a tener mucho trabajo.

El humano lanzó un arco a Vol’jin.

—Estos son los mejores que tenían en la armería. La he registrado


de arriba abajo y me he hecho también con las mejores flechas.
Todas las puntas letales... todas las flechas de combate han sido
enviadas a monjes de otros lugares. No cabe duda de que estas
volarán bien, pero no atravesarán armadura alguna.

Vol’jin asintió.

163
Michael A. Stackpole

—Entonces, tendrás que apuntar con mucho más cuidado.


—Con los trols, suelo imaginarme una línea que une la parte
inferior de sus dos orejas, apunto unos siete centímetros más abajo
y parto en dos esa línea. Así, les aciertas fácilmente en la columna
y, encima, te llevas por delante la lengua.

Chen parecía espantado.

—Vol’jin, creo que lo que quería decir...


—Sé qué quería decir. —El trol lanzó una mirada a Tyrathan-^, En
el caso de los Zandalari, tendrán que ser unos diez centímetros,
porque tienen las orejas más arriba.

Después, Chen y Tyrathan siguieron a Vol’jin hasta el patio del


monasterio. Los monjes que formaban parte de su escuadrón se
parecían de cerca más al humano que al trol en cuanto a su atuendo,
salvo por el hecho de que llevaban el blasón del monasterio (un
tigre) estampado en el pecho y la espalda. Del mismo modo, una
tira de tela pendía de la punta de sus cascos (en la mitad de ellos
era de color roja y en la otra de color azul). Taran Zhu no había
mentido. Esos no eran los monjes que Vol’jin habría escogido, pero
debía aceptar que el monje maestro era quien mejor conocía a su
gente. A Vol’jin le sorprendió ver a Yalia Murmullo Sabio entre
los dieciocho elegidos, pero entonces recordó que iban a defender
su hogar y que, por tanto, su conocimiento de la zona les sería muy
útil.

Mientras ascendía por las escaleras que llevaban a la llanura situada


entre el monasterio y la montaña, Vol’jin también se dio cuenta de
por qué Taran Zhu solo enviaba una fuerza tan pequeña: la
respuesta eran once bestias voladoras, sinuosas y lánguidas, sobre
las que habían colocado unas sillas dobles y que iban cargadas con
algunos morrales de cuero que contenían magras provisiones.
Había visto algunas representaciones de esas bestias talladas en
algunos muros, así como algunas estatuas en nichos a lo largo de
164
Vol’jin: Sombras de la Horda

todo el monasterio, aunque de un tamaño mucho menor que el real,


por lo que, hasta entonces, había dado por sentado que eran la
forma en que los artistas pandaren representaban a los dragones y
no otras criaturas totalmente distintas.

Yalia les indicó con una seña que se acercaran y, a continuación,


señaló a cada una de esas bestias.

—Son serpientes nubosas. En el pasado, fueron temidas hasta que


una valerosa joven trabó amistad con ellas. Ella nos enseñó que
eran capaces de hacer. A pesar de que, hoy en día, son raras de ver,
el monasterio ha tenido acceso a una bandada de estos animales.

Vol’jin miró hacia atrás, hacia el monasterio, y divisó a Taran Zhu


en un balcón. No dio la impresión de que el monje se percatara de
que Vol’jin lo estuviera mirando, pero no iba a engañar al trol.
Aunque Taran Zhu había afirmado que lo ignoraba todo sobre el
arte de la guerra, comprendía perfectamente que la información
equivalía a poder y que el acceso a la información debía estar
limitado por la necesidad. Por esa razón, pese a que debería haberle
mencionado de inmediato a Vol’jin de que contaría con serpientes
nubosas, no lo había hecho.

No me ha contado nada útil que los Zandalari podrían utilizar en


su beneficio si me capturaran.

Sin bien la ira se apoderó fugazmente del trol, al instante, recuperó


la compostura. Iba a la guerra, a pesar de que esta no era su guerra.
Los Zandalari iban a invadir Pandaria, no las Islas del Eco. Si esta
no es mi guerra, ¿por qué parto para luchar en ella? ¿Para qué
Chen pueda montar una cervecería en la costa norte? ¿O para
frustrar los planes de los Zandalari?

165
Michael A. Stackpole

Un pensamiento reverberó por su mente, formulado por una voz


profunda y distante. Era la voz de Bwonsamdi, que procedía del
vacío.

¿O para demostrar que Vol’jin no está muerto?

Como Vol’jin no tenía respuesta para esa pregunta, formuló otra


mientras se subía en la silla detrás de un monje.

Voy a la guerra, Bwonsamdi, para proporcionarte invitados a los


que dar la bienvenida en la eternidad. Quizá creas que ya no me
conoces, pero yo sí te conozco. Y llegará el momento en que te
recordaré esa verdad.

En cuanto el maestro de vuelo (el único monje que iba a volar solo)
hizo una seña, las serpientes nubosas reptaron hasta el borde de la
montaña y se arrojaron al vacío desde esa altura. Al instante, esas
bestias cayeron en picado hacia el suelo. Vol’jin, que no llevaba
casco alguno porque ninguno de los que había en el monasterio le
quedaba bien, notó el azote del aire en su pelo rojo y aulló pletórico.

Entonces, el gélido viento de la montaña le invadió los pulmones y


volvió a despertar su dolor de garganta. Tosió y, al mismo tiempo,
notó cómo le tiraba uno de los puntos del costado. El trol gruñó y
respiró hondo por la nariz, mientras se resentía de las heridas que
había sufrido en su último combate.

Las serpientes nubosas se enroscaron y ascendieron por el aire


como si tuvieran un resorte. Sus cuerpos recubiertos de escamas se
retorcieron y danzaron, juguetones y jubilosos. En otro momento,
Vol’jin habría gozado con ese espectáculo, pero se le hizo un nudo
en el estómago al percatarse del tremendo contraste que había entre
ese glorioso vuelo y la sombría naturaleza de su misión. Corrían a
evitar algo que era la antítesis del gozo y el placer y no las tenía

166
Vol’jin: Sombras de la Horda

todas consigo sobre si lograrían llegar antes de que ese desastre


tuviera lugar.

*******

Llegaron a unas montañas cercanas a Zouchin justo a tiempo. A


Vol’jin le habría gustado llegar mucho más rápido o haberse
demorado bastante más. Cinco barcos habían entrado ya en el
puerto. Entre tanto, en el océano, un bote pesquero se quemaba
plácidamente. Entre tanto, las máquinas de asedio (todas ellas de
pequeño tamaño para poder ser transportadas en barco) arrojaban
piedras que rebotaban por toda la aldea, iban dando tumbos de aquí
para allá y hacían añicos las casas; sin embargo, no estaban dejando
ningún cuerpo aplastado a su paso.

Vol’jin observó con detenimiento la batalla y, entonces, le dio una


palmadita en el hombro al monje que tenía delante. Trazó un
círculo con un dedo y, acto seguido, señaló hacia el sur, donde un
sencillo camino de cabras serpenteaba y se alejaba de la aldea. Los
pandaren huían en esa dirección.

La información es poder. Los Zandalari no pueden permitirse el


lujo de que se extienda la alarma.

Tyrathan silbó estruendosamente y señaló hacia allá. Él también lo


había visto. Tal vez tuviera una vista muy aguda, o quizá se había
imaginado dónde los Zandalari iban a tender una emboscada a los
pandaren que huían, ya que él habría escogido ese mismo lugar,
pero eso daba igual. Vol’jin también señaló hacia ese punto y, al
instante, las dos primeras serpientes nubosas descendieron del
cielo.

El maestro de vuelo cayó en picado por delante de los demás e hizo


que su bestia girara trazando una larga curva. Planeó bajo una serie
de colinas y aterrizó en una pequeña zona llana situada a ciento
167
Michael A. Stackpole

cincuenta metros al oeste de ese camino. Sin mediar palabra, el


resto de monjes tomaron tierra. Tyrathan ya había tensado su arco
y Vol’jin hizo lo mismo una fracción de segundo después. Ambos
se situaron en cabeza del grupo y los monjes los siguieron.

Aunque esa tierra tal vez no perteneciera ni a ese trol ni a ese


humano, ambos conocían mejor el terreno de un campo de batalla
que cualquiera de los demás. Chen, quien también dominaba el arte
de la guerra, guió al escuadrón azul directamente hasta el sendero
y los monjes de la cinta roja se dirigieron presurosos al norte
liderados por Vol’jin y el cazador humano.

Allá arriba, en la ladera de una colina, un arquero Zandalari se puso


en pie y tensó la cuerda para disparar. Tyrathan lo vio y colocó una
flecha en la cuerda con suma destreza. Midió la distancia, tensó la
cuerda y lanzó la flecha, economizando en todo momento sus
movimientos gracias a su experiencia y su práctica. La cuerda del
arco susurró. A su paso, la flecha atravesó e hizo saltar por los aires
varias hojas muy anchas. Trazó un ángulo ascendente y se le clavó
al trol en el cuello. Le había entrado justo por debajo de un lado de
la mandíbula y había emergido por la oreja opuesta.

La flecha del Zandalari voló de su arco, pero su flácido vuelo


terminó incluso antes de que el trol hubiera alzado una mano para
agarrar el astil que le sobresalía del cuello. El trol intentó ver la
flecha, lo cual era imposible, ya que cuanto más giraba la cabeza,
más se escondía el extremo de esta. De repente, la flecha le rozó el
hombro y se le desorbitaron los ojos. Abrió la boca, pero de ella
brotó sangre en vez de palabras. Se desmoronó y rodó colina abajo
totalmente inerte.

La guerra desequilibraba el mundo.

168
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO CATORCE

Las órdenes vociferadas fueron el preludio del caos, aunque se


dictaron sin pánico alguno, pues los Zandalari no conocían esa
sensación. Un escuadrón se dirigió al sur, al lugar del que procedía
el ataque, y los otros dos fueron directamente al camino. Sus
flechas volaron hacia unos objetivos invisibles, sin ninguna
esperanza de acertar en nada, sino con la esperanza de hacer salir
de su escondite a su presa.

Una flecha pasó a gran velocidad cerca de la oreja de Vol’jin y por


muy poco no deshizo el remiendo que le habían hecho ahí.
Contraatacó disparando una flecha, aunque no esperaba matar a
nadie. La flecha alcanzó su objetivo pero no penetró en la
armadura. El grito de sorpresa del Zandalari se convirtió en un
gruñido de alivio por su buena suerte. Debía de creer que la fortuna
lo había sonreído.

Lo cual no es lo mismo que contar con el favor de los loa.

Vol’jin evaluó la tremenda falta de disciplina con la que los


Zandalari atravesaron esa maleza con suma brusquedad. Por ahora,
los Zandalari no se habían encontrado con ninguna oposición seria

169
Michael A. Stackpole

ni habían divisado ninguna defensa organizada. La flecha que había


alcanzado al objetivo de Vol’jin era poco más que un juguete. No
estaba hecha para ser utilizada en una guerra y estaba igualmente
claro que era de fabricación pandaren. Los Zandalari, basándose en
sus propias experiencias con el enemigo, no pensaban que se fueran
a encontrar con una oposición realmente peligrosa.

No ven ningún peligro. Craso error.

Vol’jin, que se había acuclillado mientras el trol descendía


corriendo por una pequeña colina, se puso en pie y atacó con su
guja. El Zandalari bloqueó el golpe con su propia espada, pero lo
hizo tarde y con demasiada lentitud. Vol’jin cambió de
empuñadura. Empujó la hoja superior hacia delante y la giró. Como
el impulso que llevaba el Zandalari lo empujaba colina abajo, la
punta de esa hoja curvada se le clavó hasta el fondo en el cuello.
Al instante, Vol’jin arrancó la punta de donde estaba clavada;
desgarrando así la arteria carótida, de la cual manó sangre a
chorros.

El Zandalari lo miró fijamente mientras caía al suelo.

— ¿Por qué?
—Porque Bwonsamdi tiene hambre.

Vol’jin le propinó una patada al trol y lo apartó. Después, ascendió


sigilosamente por la colina y lanzó un golpe bajo, con el que le
abrió una herida a otro trol en la pierna. Con un solo movimiento,
subió aún más por la pendiente y trazó un arco con la hoja en el
aire; acto seguido, lanzó un golpe letal hacia abajo, aplastándole la
parte posterior del cráneo a ese trol.

A pesar de que esa criatura gruñó, ya tenía los ojos vidriosos antes
de derrumbarse y caer dando tumbos entre la maleza.

170
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin sonrió a pesar de que no quería hacerlo. Un intenso olor de


la sangre reinaba en el ambiente. Los gruñidos y gemidos de los
combatientes, los gritos y el estruendo de las armas hicieron que se
sintiera realmente en plena batalla. Ahí, acechando a sus enemigos,
se sentía más en casa que nunca, más de lo que jamás se sentiría en
ese sereno monasterio. Si bien es cierto que esa revelación habría
horrorizado a Taran Zhu, también lo es que hizo que el Lanza
Negra se sintiera más vivo de lo que jamás se había sentido durante
todo el tiempo que llevaba en Pandaria.

En ese instante, el cazador humano, que se hallaba a la derecha de


Vol’jin, disparó. Un Zandalari cayó dando vueltas por el suelo, con
una flecha negra rematada por una temblorosa pluma roja clavada
en su esternón. El cazador acabó con el trol degollándolo con un
cuchillo. A continuación, Tyrathan se apropió de las flechas
Zandalari que llevaba su víctima y atravesó en silencio la maleza.
Era sigiloso y letal, como las mortíferas zarpas de un tigre.

Los monjes se habían desplegado a izquierda y derecha, y se


movían de un modo muy curioso por ese entorno, ya que parecían
no formar parte de él. Si no fuera por la armadura que llevaba,
podría haber dado la impresión perfectamente de que el que se
hallaba más cerca de Vol’jin estaba recogiendo hierbas, pues se
movía sin seguir el compás del ritmo de la batalla, como si no fuera
con él y pudiera permitirse ese lujo.

Un guerrero Zandalari arremetió contra él, con la espalda alzada


para propinarle un tajo mortal. El monje se giró hacia la izquierda
y la hoja pasó silbando muy cerca. El monje agarró al trol de la
muñeca y se volvió, logrando así que ambos miraran en la misma
dirección. El pandaren agarró al trol del brazo con el que sostenía
la espada, se lo estiró y luego lo arrastró hacia sí, a la altura del
estómago. Acto seguido, el monje giró la muñeca derecha y al trol
le fallaron las piernas. Pero antes de que cayera al suelo, el monje
levantó el codo a gran velocidad. El trol gorgoteó, porque, con ese
171
Michael A. Stackpole

golpe, el pandaren acababa de hacerle añicos la mandíbula y le


había aplastado la garganta.

El pequeño monje siguió avanzando bastante despreocupado.


Vol’jin corrió hacia él, con su espada ensangrentada hendiendo el
aire. Como el monje desconocía que un trol era capaz de
recuperarse rápidamente de cualquier herida que no fuera letal,
había confundido los gorgoteos que había oído a sus espaldas con
unos estertores de muerte, cuando, en realidad, eran un aviso: ese
trol herido y furioso se preparaba para atacarlo.

Entonces, Vol’jin hizo un movimiento con su guja de delante hacia


atrás, haciéndole un tajo muy limpio. La cabeza del trol salió
volando súbitamente por los aires mientras su cuerpo caía inerte al
suelo. Después, fue la cabeza la que cayó, rebotando sobre el pecho
del trol muerto. Vol’jin prosiguió avanzando mientras esta vez, a
sus espaldas, sí se oían unos verdaderos estertores de muerte.

El cazador de las sombras y los monjes se adentraron aún más en


el sotobosque y llegaron a una pequeña cuenca paralela a la vía de
escape. Sin pensarlo demasiado, Vol’jin corrió hacia ahí e irrumpió
en medio de las fuerzas Zandalari; aunque si se hubiera parado a
pensar, habría hecho lo mismo. Sabía que su propio bando contaba
con unas armaduras más ligeras que las de esos soldados, que
habían sido enviados por delante a masacrar a los refugiados. Así
que atacó velozmente, pero no porque se dejara llevar por la furia,
sino porque esas tropas no eran merecedoras siquiera de su
desprecio, pues no conocían qué era el honor; no eran guerreros
sino unos carniceros que llevaban a cabo su labor muy torpemente.

Un Gurubashi, con su espada alzada en alto, cargó contra Vol’jin.


De inmediato, se dibujó una sonrisa torcida de desdén en el rostro
del Lanza Negra. La magia de las sombras hizo tambalearse al otro
trol, a la vez que le devoraba el alma y se quedó paralizado por un
momento. Sin embargo, antes de que Vol’jin pudiera aproximarse
172
Vol’jin: Sombras de la Horda

a él, un monje del Shadopan irrumpió en la pelea; le propinó una


patada voladora tan fuerte al trol que le desplazó violentamente la
cabeza hacia atrás, le partió el cuello y cayó muerto.

Las dos hojas de Vol’jin rasgaron el aire mientras la batalla se


recrudecía. El afilado metal dejó expuesta la frágil carne. Sus hojas
chocaron contra otras espadas alzadas para bloquear sus golpes.
Silbaban cuando se liberaban de un bloqueo. Cuando una de las
hojas de su guja detenía el impacto de un arma enemiga, la otra
hacía un movimiento inverso y se clavaba en la parte posterior de
una rodilla, o atravesaba un sobaco al ir hacia arriba. La sangre
caliente manó a raudales. Muchos rivales, cuyas extremidades
adoptaron ángulos extraños, se desplomaron ante su mortífera guja
y el aire se les escapó por las enormes heridas que les había abierto
en el pecho.

De repente, algo le golpeó con inusitada fuerza justo en el espacio


que se abría entre sus omoplatos. Pese a que se cayó hacia delante
y rodó por el suelo, logró girarse y levantarse. Vol’jin quería
proferir un rugido desafiante plagado de furia y orgullo, pero su
dolorida garganta se lo impidió. Agitó en el aire la guja,
esparciendo sangre al trazar un arco muy amplio y, acto seguido,
se puso de cuclillas, con el arma en ristre, listo para el combate.

Se enfrentaba a un Zandalari más alto que la mayoría y, sin lugar a


dudas, más ancho. Blandía una tizona; una reliquia obtenida en
alguna batalla librada en alguna otra parte. Se acercó con gran
rapidez (con más de la que Vol’jin esperaba) y arremetió con esa
espada de arriba abajo. Pese a que el cazador de las sombras paró
el terrible golpe con la guja, la fuerza del impacto hizo que la
soltara.

El Zandalari se abalanzó sobre él y le propinó un cabezazo en la


cara, lo cual provocó que el Lanza Negra retrocediera un paso. Tiró
la tizona al suelo y agarró al cazador de las sombras por el pecho.
173
Michael A. Stackpole

El Zandalari lo alzó mientras le clavaba los pulgares en la parte


central del pecho. Lo zarandeó mientras seguía apretándole con una
fuerza descomunal.

Esos férreos dedos se le clavaron en las costillas, abriendo viejas


heridas. Los pulgares del trol llegaron a atravesarle la coraza y a
rasgarle la prenda de seda que llevaba debajo. El Zandalari rugió
desafiante y furioso mientras zarandeaba aún más a Vol’jin y le
mostraba sus dientes. Entonces, alzó la vista.

Sus miradas se cruzaron.

Ese momento pareció eterno. Al Zandalari se le desorbitaron los


ojos, revelando así que no se podía creer que estuviera luchando
contra otro trol. La duda hizo que frunciera el ceño. El Lanza Negra
se percató de todo ello con suma facilidad y claridad.

Sabía qué había qué hacer.

Tal y como Taran Zhu le había enseñado, Vol’jin cerró el puño.


Entornó los ojos. Visualizó la duda del Zandalari como si fuera una
bola brillante, que recorrió la cara del trol y se detuvo justo debajo
de sus ojos. Al cazador de sombras se le hincharon las fosas nasales
y, al instante, le propinó un puñetazo al Zandalari en toda la cara,
aplastando y haciendo añicos el hueso a la vez que destrozaba sus
dudas.

El Zandalari dejó de sujetarlo. Vol’jin cayó de rodillas al suelo y,


acto seguido, se incorporó apoyándose en una mano mientras se
palpaba el pecho con la otra y se agarraba las costillas. Intentó
respirar hondo, a pesar de que sentía un tremendo pinchazo en un
costado. Aunque colocó una mano sobre la herida, fue incapaz de
concentrarse bastante como para invocar un conjuro de sanación.

Tyrathan lo cogió del brazo.


174
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Vamos. Te necesitamos.
— ¿Ha escapado alguno?
—No lo sé.

Vol’jin se puso en pie lentamente. Después, se agachó para recoger


su arma del suelo y limpiarse la sangre de la mano con un cadáver.
En cuanto se enderezó por entero, escrutó la cuenca. Desde ahí, el
desarrollo de la batalla podía verse fácilmente. Los azules habían
avanzado presurosos por ese sendero de cabras y habían ascendido
por la colina para atacar a esos Zandalari que se encontraban ahí
para tender una emboscada. Los rojos habían destrozado a las
tropas que vigilaban el frente sur. El cazador de sombras y los
demás habían asaltado a los Zandalari por el flanco y se los habían
llevado por delante.

Vol’jin se soltó del brazo del humano y corrió lo más rápido posible
tras él. Descendieron por la colina hacia el camino y se toparon ahí
con Chen, quien estaba hablando con una joven pandaren que
encabezaba un grupo de refugiados.

—Estos son los primeros, tío Chen. Aún hay muchos más que
recoger. Al parecer, los trols los han atacado en el pasado, así que
están desesperados por largarse de aquí.

Chen, de cuyo pelaje goteaba sangre Zandalari, negó firmemente


con la cabeza.

—No vas a volver ahí, Li Li. No.


—Debo hacerlo.

Vol’jin extendió un brazo y apoyó una mano en el hombro de la


pandaren.

—Debes hacerle caso.


175
Michael A. Stackpole

Li Li dio un salto hacia atrás, se agachó y adoptó una postura


defensiva.

—Es uno de ellos.


—No, es amigo mío. Es Vol’jin. Deberías acordarte de él.

Li Li lo observó con más detenimiento.

—Tienes mejor aspecto con la oreja en su sitio.

El trol se enderezó, arqueando la espalda.

—Debes llevarte a toda esta gente al sur.


—Pero se acercan más trols y vamos a tener que rescatar a más
gente.

Chen señaló hacia el mar.

—Además, la mayoría de ellos nunca habían salido de su aldea.


Llévatelos al Templo del Tigre Blanco, Li Li.
— ¿Ahí estarán a salvo?
—No, pero al menos, podrán defenderse mejor. —Vol’jin hizo una
seña al maestro de vuelo para que se acercara—. Debes llevarte a
esta gente de aquí. Son viejos y heridos y, por tanto, muy lentos.
Los azules se encargarán de reunirlos.
—Buen plan. —Tyrathan posó su mirada sobre los rojos—. Los
demás monjes y yo nos dedicaremos a hostigar a los Zandalari.
— ¿Tú?

El humano asintió.

—Sí, yo. Tú estás herido.


—Pero me curo rápido. Además, tú cojeas.

176
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Vol’jin, lo que hay que hacer aquí es una guerra para la que yo
estoy especialmente preparado. Hay que entretenerlos.
Demorarlos. Provocarlos. Lastimarlos. Te haremos ganar tiempo
para que puedas llevar a toda esta gente a un lugar seguro. —
Tyrathan dio entonces una palmadita a un carcaj repleto de flechas
Zandalari—. Mi intención es devolverles estos objetos perdidos,
estas flechas se les han caído a unos cuantos soldados de esa
avanzadilla.
—Qué generoso. —Vol’jin sonrió—. Pero insisto, me quedo a
ayudarte.
— ¿Qué?
—Contamos con muchas flechas y los refugiados confiarán en
cualquiera que no sea yo. Cubriremos juntos su huida. —Vol’jin
hizo un gesto de asentimiento a los dos escuadrones de monjes—.
Reúnan a la gente y todas las flechas y arcos que encuentren. Nos
vamos a retirar al sudeste. Vamos a rechazar su invasión.

Tyrathan sonrió.

— ¿Y vas a valerte de su orgullo para ello?


—Los Zandalari siempre necesitan recibir lecciones de humildad
—Vale. Mira, diles que escondan flechas y arcos en los menhires,
como esas, por todo el camino de ascenso a las montañas. —El
humano brindó a Vol’jin una media sonrisa—. Estoy listo para
morir si tú lo estás.
—Oh, pero nuestra muerte está aún muy lejana. —Vol’jin se volvió
hacia Chen—. Tú comandarás a los azules.
—Si tú vas cubrir la izquierda, y él la derecha, yo debería ocuparme
del centro.
—Regresaremos de la batalla que nos aguarda sedientos, Chen
Cerveza de Trueno. —El trol apoyó ambas manos sobre los
hombros del pandaren—. Solo tú podrás preparar la bebida que nos
sacie.
—Pero si me voy, se quedarán terriblemente solos.

177
Michael A. Stackpole

—Lo que Vol’jin intenta decirte, Chen, es que no estamos


dispuestos a luchar si vas a morir aquí con nosotros.

El pandaren miró a Tyrathan.

— ¿Y qué hay de ustedes dos?

El humano se rió a mandíbula batiente.

—Luchamos por despecho, porque nos guardamos rencor


mutuamente. Si muriera él antes que yo, se sentiría humillado, y yo
igual si ocurriera al revés. Además, después de la batalla, vamos a
tener sed. Mucha sed.

Vol’jin asintió en dirección a los refugiados.

—Y ellos van a necesitar que un pandaren los lidere, Chen.

El maestro cervecero permaneció callado un momento y, a


continuación, suspiró.

—Cuando al fin encuentro un lugar al que considerar mi hogar, son


ustedes dos los que van a luchar por él.

En ese instante, el trol cogió el arco de guerra y el carcaj Zandalari


que le estaba ofreciendo uno de los monjes.

—Cuando uno carece de hogar, luchar por el de un amigo es un


acto de gran nobleza.
—Los barcos han echado el ancla. Están arriando los botes.
—Vámonos.

Por un momento, Vol’jin pensó que era muy extraño que estuviera
descendiendo por un camino empedrado acompañado de unos
monjes, desplegados ante él en abanico a ambos lados, y de un
178
Vol’jin: Sombras de la Horda

humano que caminaba presurosamente a su lado. Todo lo que había


vivido a lo largo de su existencia no le había preparado para algo
así. A pesar de que le habían dado caza y lo habían herido, a pesar
de que carecía de un hogar y que muchos le creían muerto, ahora
se sentía totalmente vivo.

Lanzó una mirada a Tyrathan.

—Deberíamos disparar primero a los más altos.


— ¿Por alguna razón en especial?
—Porque son unos blancos más grandes.

El humano sonrió.

—Recuerda que son diez centímetros.


—Ya sabes que no te voy a esperar.
—Tú limítate a matar al que me mate.

Tyrathan hizo un saludo y se marchó hacia el este, siguiendo a los


azules que se adentraban ya en la aldea.

Vol’jin siguió caminando recto mientras los rojos sacaban de su


escondite con premura a algunos pandaren estupefactos que se
encontraban escondidos entre las sombras y los portales. Por la
forma en que se encogían espantados ante él, no cabía duda de que
habían visto trols en alguna otra ocasión; seguramente, los habían
visto en pesadillas sobre todo. Aunque quizá podrían llegar a
entender que había venido a ayudarlos, no podían evitar temerlo.

A Vol’jin le gustaba esa sensación. Se dio cuenta de que no era


porque quisiera dominarlos a través del miedo, como querían los
Zandalari, ni porque creyera que la gente inferior a él debiera
temerlo, sino porque se había ganado su respetuoso miedo. Era un
cazador de las sombras. Cazaba humanos, trols y Zandalari. Había

179
Michael A. Stackpole

liberado su hogar. Había liderado a su tribu. Incluso había sido


consejero del Jefe de Guerra de la Horda.

Garrosh me temía tanto que ordenó mi muerte.

Por una fracción de segundo, se le pasó por la cabeza la posibilidad


de marchar directamente sobre ese muelle hacia el que se
aproximaban varias falúas Zandalari para revelar al adversario que
lo estaba esperando. Pero como había luchado contra ellos en otras
ocasiones, dudaba mucho de que su presencia ahí fuera una gran
sorpresa para ellos. Y lo que es aún peor, podría alertarles de que
no conocían bien a qué clase de enemigo se enfrentaban.

Una parte de él era consciente de que, en el pasado, podría haber


obrado así. Del mismo modo en que, en su día, se había enfrentado
a Garrosh y lo había amenazado mientras se llevaba a los Lanza
Negra de Orgrimmar, habría bramado su nombre y habría retado a
los Zandalari a ir a por él. Así, les habría hecho saber que no le
acobardaban y su falta de temor habría avivado las llamas del
miedo en sus corazones.

Colocó una flecha en la cuerda de su arco. Esto es lo que necesitan


en su corazón. Tensó la cuerda y disparó. La flecha, que tenía una
punta con púas cuyo fin era desgarrar la carne, trazó un arco en el
aire. Su objetivo, un trol encorvado en la proa de un bote, que
aguardaba a saltar a tierra en cuanto la quilla hubiera rozado la
arena y que ni siquiera tuvo tiempo de ver acercarse el proyectil.
Voló directamente hacia él, como una cagada de mosca letal. Le
acertó en el hombro, le desgarró la parte posterior de la clavícula
y, al instante, se enterró hasta el emplumado en su cuerpo,
colocándose en paralelo a su columna.

Se derrumbó al instante y se estampó contra la regala. Rebotó, se


deslizó sobre un lateral y sus pies fueron lo último en tocar el suelo.

180
Vol’jin: Sombras de la Horda

Al perder el equilibro, el bote se inclinó hacia estribor y, acto


seguido, volvió a enderezarse.

Justo en el preciso instante en que Vol’jin disparaba una segunda


flecha que clavó al timonel al timón.

El Lanza Negra se agachó y se alejó. Por mucho que le hubiera


gustado ver cómo esos soldados de esa inestable barca se sumían
en la confusión, no podía permitirse ese lujo, pues le podría haber
costado la vida. De inmediato, cuatro flechas impactaron sobre la
pared junto a la que se había hallado unos instantes antes y dos más
pasaron silbando por encima de su cabeza.

Vol’jin se refugió en las ruinas de un edificio contiguo. Cuando


llegó ahí, vio que un monje estaba ayudando a un pandaren, que
tenía el hombro machacado, a salir a rastras de debajo de un
montón de escombros. Entre tanto, a lo lejos, en la bahía, una flecha
le acertó en la oreja al timonel del bote más rezagado. Este se
retorció y cayó de la barca.

El bote líder alcanzó tierra y unos cuantos Zandalari


desembarcaron de él a toda velocidad en busca de un parapeto. El
resto dieron la vuelta al bote y se acurrucaron detrás de él. Los dos
botes de en medio retrocedieron rápidamente. En el último, un alma
caritativa sustituyó al timonel caído. De repente, una flecha le
atravesó las tripas. Se sentó bruscamente, pero no soltó el timón,
de modo que logró guiar el bote hasta la orilla mientras el resto de
trols remaba con fuerza.

De repente, el trol que comandaba la invasión desde un barco


situado a lo lejos, en el mar, hizo una señal con gran furia. Los
barcos situados en el puerto reanudaron su asalto con sus máquinas
de asedio. Las piedras trazaron un arco por el aire y se estrellaron
contra la playa, levantando una gran cantidad de arena. Vol’jin
pensó que era un ataque inútil, ya que esas piedras quedaban medio
181
Michael A. Stackpole

enterradas en la arena, pero entonces uno de los Zandalari fue


corriendo hasta una de ellas y se escondió detrás.

Después, cayó otra piedra y otra y otra.

Y el juego comenzó. Mientras los Zandalari avanzaban, Vol’jin se


desplazaba hacia el flanco y disparaba. Acto seguido, los vigías de
los barcos ordenaban girar las máquinas de asedio para apuntar
hacia el lugar donde le habían divisado. Acto seguido, ese sitio
acababa hecho añicos. Al este, hacían lo mismo con los lugares que
Tyrathan estaba utilizando como escondites desde donde atacar.
Vol’jin no alcazaba a comprender cómo era posible que fueran
capaces de ver a su compañero, ya que él no podía.

Cada salva de piedras hacía retroceder un poco más a Vol’jin, de


modo que los trols invasores podían avanzar más. Más botes fueron
arriados de los barcos. Algunos de los Zandalari se quitaron incluso
la armadura para poder lanzarse al agua de la bahía con sus arcos y
flechas envueltos en hule. Mientras tanto, desde la lejanía, los
barcos fueron arrasando una amplia zona del centro de Zouchin que
las tropas que habían pisado la orilla ocuparon enseguida.

El cazador de las sombras disparaba cada flecha como si fuera la


última, aunque no siempre mataba a su objetivo. A veces, las
armaduras cumplían perfectamente su cometido; otras, solo
alcanzaba a atisbar un pie o la piel azul de su objetivo a través de
una maraña de maderas caídas. Aunque la realidad era
incontestable: por cada una de sus flechas, esos barcos contaban
con seis soldados y doce piedras que lanzar con sus balistas.

Vol’jin siguió retrocediendo, aunque solo halló el cadáver de una


monja por el camino, a la que habían alcanzado dos flechas. Por las
huellas que pudo ver en el camino en dirección sur, dedujo que
había muerto al intentar proteger de esas flechas a un par de
cachorros.
182
Vol’jin: Sombras de la Horda

Fue en busca de esas crías a paso ligero, siguiendo su rastro, que


llevaba de vuelta a la aldea. Vol’jin comprobó que sus huellas
acababan en una zona despejada situada tras una casa derruida que
ahora no era más que un montón de escombros. Justo entonces, oyó
un mido. Se volvió rápidamente y vio a un guerrero Zandalari. El
Lanza Negra intentó coger una flecha, pero su enemigo disparó
primero.

La flecha le atravesó un costado y le salió por la espalda. Un intenso


dolor le recorrió las costillas, haciendo que se tambaleara. Hincó
una rodilla en el suelo e hizo ademán de coger la guja mientras el
otro trol se preparaba para lanzar otra flecha.

En el rostro del Zandalari se dibujó una amplia sonrisa triunfal, de


tal modo que mostró orgulloso sus centellantes dientes.

Una fracción de segundo después, una flecha destrozó esos dientes.


Durante medio segundo, dio la sensación de que el trol estaba
vomitando plumas. Entonces, puso los ojos en blanco y se cayó
hacia atrás.

Vol’jin se giró lentamente y recorrió con la mirada la trayectoria


que debía de haber recorrido la flecha hasta llegar a la cima de una
colina cubierta por unas largas hierbas. Le ha disparado en la boca.
A unos diez centímetros. Y pensar que era él quien quería que yo
matara a quien lograra matarlo.

El polvo que había levantado el trol, que aún se retorcía, al caer se


iba asentando de nuevo en el suelo poco a poco. Vol’jin le arrancó
la punta a la flecha que le sobresalía de la espalda y, acto seguido,
se sacó el resto tirando por el extremo que le sobresalía del pecho.
Sonrió al ver cómo se cerraba la herida y, después, procedió a
saquear el carcaj del trol. Luego, siguió plantando cara al enemigo
mientras seguía batiéndose en retirada.
183
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO QUINCE

No debería estar lloviendo. El sol brillante se burlaba de ella al no


proporcionarle calor alguno. Khal’ak se encontraba erguida cuan
larga era sobre la proa de su gabarra, no porque así transmitiera una
mayor sensación de autoridad, sino porque era el sitio desde el cual
podía observar mejor la orilla.

La gabarra golpeó una falúa, apartándola a un lado y dejándola ahí,


bamboleándose entre las aguas levemente agitadas. El timonel
había muerto sosteniendo el timón al recibir un flechazo en las
tripas. Pese a que debía de haber sufrido mucho, su rostro no
reflejaba dolor alguno. Tenía la mirada clavada hacia el frente,
mientras las moscas exploraban sus ojos apagados.

La arena siseó bajo el peso del casco de la gabarra que alcanzó la


orilla con suma delicadeza. Khal’ak bajó de un salto y su capa
aleteó en el aire. Dos guerreros la aguardaban; el capitán Nir’zan y
un trol mucho más fornido que portaba un escudo descomunal. De
inmediato, se pusieron firmes y la saludaron enérgicamente.

Ella les devolvió el saludo, aunque el suyo estaba teñido de


desaprobación.

184
Vol’jin: Sombras de la Horda

— ¿Quieren hacer el favor de explicarme qué ha ocurrido?


—Te lo explicaré en la medida de lo posible, mi señora. —Nir’zan
dirigió su mirada tierra adentro—. Realizamos una infiltración
previa para examinar la zona. Con ese fin, unos exploradores, a los
que hemos interrogado, desembarcaron en una cala situada al oeste.
Un par de ellos nadaron hasta la orilla y mataron a un par de
pandaren que estaban pescando ahí y aseguraron la zona desde un
lugar elevado. Siguiendo sus órdenes, permanecieron en ese lugar.
Después los demás exploradores siguieron avanzando, tal y como
habíamos planeado.
Khal’ak hizo un gesto con la mano con el que abarcó todo ese
paisaje escarpado.

—Pero el plan no funcionó como era debido.


—Así es, mi señora.
— ¿Por qué?

El guerrero Zandalari entornó los ojos.

—Por qué no es tan importante como el cómo, mi señora. Ven.

Lo siguió hasta la aldea, hasta una casa destrozada situada a unos


cincuenta metros de la playa. Al verlos aproximarse, otro guerrero
se arrodilló y enrolló una estera de juncos, con la que había tapado
una única huella para que no se borrara.

No obstante, un poco de agua se había filtrado en su interior.

— ¿No es de uno de los nuestros?


—No. Aunque, sin duda alguna, es de un trol, pero es muy pequeña
para ser de un Zandalari.

Khal’ak se volvió y contempló de nuevo la orilla.

185
Michael A. Stackpole

— ¿Y crees que este mismo arquero fue el que mató al timonel?


—Sí, y a otro guerrero que iba en ese mismo bote.
—Un gran disparo.

Nir’zan señaló al este.

—Allá, donde después vas a ir a ver al teniente, hay otro rastro.


Son huellas de un humano que, al parecer, disparaba con nuestras
flechas y también mató a otro timonel.

Khal’ak calculó mentalmente a qué distancia se encontraba el


teniente de la bahía.

—Así que disparaba con nuestros arcos, ¿eh? ¿Fue un disparo


afortunado?

Nir’zan alzó la barbilla, mostrando así su garganta.

—Me gustaría creer que sí, pero no puedo. Ni la suerte ni un arco


dejan un rastro.
—Me gusta tu sinceridad —Asintió la trol lentamente—. ¿Qué más
tienes que contarme?

El guerrero se alejó de la aldea y se dirigió al sur, hacia el camino.

—En la aldea hay unos cuantos cadáveres más. Los arqueros


enemigos disparaban y cambiaban de posición con rapidez, con el
fin de ganar tiempo para que los demás pudieran evacuar el lugar.
Muchas huellas se dirigen al sur. Ah, y seguro que quieres ver esto.

La llevó hasta el lugar donde yacía una pandaren a la que habían


atravesado un par de flechas. A pesar de estar muerta, a pesar de
llevar una armadura blasonada con el rostro de un tigre rugiente,
esa criatura tenía un aspecto ridículamente benévolo. Khal’ak se
arrodilló junto al cadáver y le palpó un muslo. Si bien sufría rigor
186
Vol’jin: Sombras de la Horda

mortis, fue capaz de apreciar que esa pandaren estaba muy


musculada y era bastante robusta.

Alzó la vista.

—No veo ningún arma por aquí. Ni cinturón alguno.


—Fíjate en las zarpas, mi señora.

Agarró unas de las zarpas de la pandaren y le acarició con el pulgar


los nudillos. No tenía apenas pelaje en esa zona y su oscura piel se
había encallecido ahí. La palma de la zarpa era igualmente dura.

—No es una pescadora.


—Hemos dado con cuatro más muy similares. Algunos de ellos sí
iban armados. —El guerrero vaciló—. Todos habían matado a
alguno de los nuestros.
—Muéstramelos.

Siguieron caminando hacia el sur y luego giraron al este, hacia una


cuenca cubierta de hierba junto al camino. Khal’ak había elegido
ese lugar para tender una emboscada. El plan consistía en que los
exploradores debían matar a unos cuantos refugiados para obligar
al resto a volver a la aldea. Después, en cuanto las tropas hubieran
dominado por completo la zona, hablan utilizado a los pandaren
como portadores y transportistas.

Examinó detenidamente toda esa destrucción. Sus tropas, a pesar


de portar armaduras y armas ligeras, para poder moverse con
presteza, se encontraban desperdigadas y mermadas. Habían
sufrido más de una treintena de bajas y solo habían dado muerte a
un puñado de pandaren en medio de tanta destrucción. ¿Cómo era
eso posible? Además, el hecho de que pudiera ver ahí un par de
cadáveres indicaba que ni siquiera se habían molestado en llevarse
a sus muertos.

187
Michael A. Stackpole

Y aunque dos o tres de ellos hubieran resultado heridos por cada


cadáver que habían dejado abandonado...

— ¿Sabes cuántos pandaren eran?


—Creo que se han retirado hacia el sudeste. También hemos
encontrado las huellas de un trol y de un humano, así como rastros
de otras bestias.
— ¡Que me digas cuántos eran, Nir’zan!
—Por lo que hemos podido deducir, eran veintiuno.

Khal’ak se dirigió a grandes zancadas hacia el centro de la cuenca,


donde yacía un cadáver excepcionalmente grande. Era el teniente
Trag’kal. Al menos, creía que lo era. Tenía la cara destrozada, pero,
por su altura, no cabía duda de que era él. Ella misma lo había
escogido personalmente para liderar a los exploradores.

Y me ha fallado.

Le propinó una patada al cadáver y, entonces, se volvió hacia el


capitán Nir’zan.

—Quiero que lo cataloguen todo. Quiero saber cuáles eran sus


posiciones y qué heridas han sufrido. Quiero saberlo todo. Todo
cuanto saben realmente, nada de conjeturas o estimaciones. Quiero
saber quiénes eran esos pandaren. Nos habían dicho que no
contaban con un ejército, ni una milicia, ni ninguna defensa. Al
parecer, nuestras fuentes estaban muy mal informadas,
desgraciadamente.

—Sí, mi señora.
—También quiero saber adónde han ido los lugareños.

El guerreo Zandalari asintió.

188
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Enviaremos un destacamento de rastreadores como avanzadilla.


Hemos encontrado varias huellas de los arqueros, el humano y el
trol y no cabe duda de que se dirigen al este y se han alejado del
camino, aunque todo parece indicar que los refugiados se han
retirado al sur. Hemos hallado señales que indican que esas bestias
se han llevado a los viejos y los heridos.
—Sí, también he de saber más cosas sobre esas criaturas. —A
continuación, se agachó y extrajo una flecha ensangrentada del
cuello de un trol muerto. Esa esbelta flecha terminaba en una punta
muy roma—. Con esto, no se podría cazar ni una alimaña. ¿Acaso
se han enfrentado a nuestro ejército con unos juguetes?
—Se hicieron con nuestras armas en cuanto pudieron, con suma
rapidez, mi señora.
—Y se retiraron ordenada y organizadamente. —Khal’ak señaló
con la flecha a los cadáveres de los exploradores—. Después de
que lo hayan catalogado todo, quiero que les quiten la ropa y los
degüellen. Llenen sus pieles con paja y colóquenlos a ambos lados
del camino. Luego, tiren los cuerpos al mar.
—Sí, mi señora, pero eres consciente de que con ese truco no vas a
espantar a ningún pandaren, ¿verdad?
—No quiero asustar a los pandaren. Quiero que sea una lección
para el resto de los nuestros, —Khal’ak tiró la flecha al suelo de tal
modo que rebotó en una armadura y acabó cayendo sobre la
hierba—. Cualquier Zandalari que crea que pertenece al imperio
por derecho de nacimiento debe recordar que todo alumbramiento
rara vez es fácil y, a menudo, tiende a ser bastante sangriento. Esto
no debe volver a ocurrir, Nir’zan. Cerciórate de que así sea.

*******

Vol’jin se despertó sobresaltado. Y no era porque estuviera


soñando con que lo perseguía un Zandalari. No, le gustaba ese
sueño que estaba teniendo, pues el hecho de que intentaran cazarle
significaba que era alguien importante. Sí, querían cazarlo
impulsados por la ira y el miedo, y le agradaba ser capaz de inspirar
189
Michael A. Stackpole

tales sentimientos. Su capacidad de inspirar temor en sus enemigos


siempre había sido algo consustancial a él y quería que eso formara
parte de su nuevo yo.

Le dolía todo el cuerpo, sobre todo los muslos. Aún podía notar los
puntos que tenía en el costado y seguían teniendo la garganta en
carne viva. Si bien todas sus heridas se habían cerrado, iba a
necesitar más tiempo para que se curaran de manera permanente.
Esos dolores constantes le fastidiaban, no por el sufrimiento que
conllevaban, sino porque le recordaban lo cerca que sus enemigos
habían estado de matarlo.

Tanto él como el humano habían ido retrocediendo como habían


planeado y habían ido hallando más arcos y flechas allá donde les
habían dicho a los monjes que los dejaran. También habían
encontrado comida, de la que dieron buena cuenta
apresuradamente, así como hileras de piedras que les indicaban
dónde se encontraría su próximo alijo de armas y comida. Sin esas
pistas, se habrían perdido y, sin duda alguna, los habrían matado.
Cuando decidían seguir avanzando, desperdigaban las piedras aquí
y allá.

A pesar de que los Zandalari habían intentado perseguirlos, habían


fracasado miserablemente, porque tanto el humano como el trol
sabían lo que hacían. Habían matado primero a los arqueros, lo cual
les había dado cierta ventaja en el combate a distancia. No obstante,
los arqueros Zandalari habían demostrado no ser demasiado malos;
como podía atestiguar el trozo de tela que Vol’jin llevaba anudado
en el muslo izquierdo. Pero Vol’jin y Tyrathan había sido mejores
que ellos. El trol tuvo que admitir a regañadientes que Tyrathan no
solo era mejor sino mucho mejor. Había matado a un molesto
arquero Zandalari con una flecha que había tenido que atravesar el
estrecho hueco que separaba unas rocas e incluso había disparado
una segunda hacia el lugar donde ese trol iba a retroceder antes de
que la primera siquiera lo hubiera alcanzado. Vol’jin se dijo a sí
190
Vol’jin: Sombras de la Horda

mismo que había conocido a otra gente con esa gran puntería, pero
nunca en una situación de combate donde las dianas
contraatacaban.

El trol se había despertado sobresaltado por culpa del entorno. El


Templo del Tigre Blanco no era ni opulento ni lujoso bajo ningún
punto de vista, sino que era un lugar cálido y luminoso. A Vol’jin
le habían asignado una celda que no era mucho más grande que la
que había tenido en el Monasterio del Shadopan; sin embargo, su
color más claro y la verde vegetación que se atisbaba por la ventana
hacían que pareciera enorme.

Se puso en pie, se aseó y, cuando regresó a su celda, se encontró


con que ahí lo esperaba una túnica blanca. Se la puso y, acto
seguido, siguió la elusiva y aguda melodía de una flauta hasta un
patio un tanto apartado de los recintos principales del templo. Chen
y Tyrathan estaban ahí, junto al resto de los monjes rojos y azules.
Taran Zhu también se encontraba en ese sitio (sin lugar a dudas,
había volado hasta ese lugar montado en una serpiente nubosa) y
todos ellos vestían de blanco. Algunos de los monjes, al igual que
Vol’jin, habían resultado heridos en la batalla y se apoyaban en
muletas o tenían el brazo en cabestrillo.

Cinco estatuillas blancas, que no tenían más de un palmo de alto y


habían sido talladas en una piedra suave, se encontraban encima de
una mesilla situada a un lado. Junto a ellas, había un pequeño gong,
una botella azul y cinco copitas azules. Taran Zhu hizo una
reverencia a las estatuas y luego a la multitud ahí congregada. Los
demás le devolvieron la reverencia y, acto seguido, el monje
maestro posó su mirada sobre Chen, Tyrathan y Vol’jin.

—Cuando un pandaren se convierte por fin en un monje del


Shadopan, viaja con uno de nuestros maestros artesanos al corazón
de Kun-Lai. Viajan hasta las entrañas de la tierra. Llegan hasta los
mismos huesos de la montaña y, entonces, marcan un pequeño
191
Michael A. Stackpole

trozo de esta. Después, el artesano talla en esa piedra al monje,


dejando así la figura unida al hueso. Cuando la rueda gira, cuando
ese monje fallece, la estatua se libera de la montaña. Las estatuas
se recogen y las guardamos en el monasterio, para que todos
puedan recordar a sus predecesores.

En ese instante, Yalia Murmullo Sabio se apartó de las hileras de


monjes y golpeó el gong. Lord Taran Zhu pronunció en voz alta el
nombre del primer monje. Al instante, todos hicieron una
reverencia que se prolongó hasta que el eco de su voz se apagó.
Después, volvieron a enderezarse. Entonces, el gong sonó de nuevo
y el monje maestro pronunció otro nombre.

A Vol’jin le sorprendió que fuera capaz de reconocer esos nombres


y que pudiera recordar tan fácilmente sus rostros. No los recordaba
de cuando habían partido a batallar, sino de antes, del tiempo que
había estado convaleciente. Uno de ellos le había dado de comer
un caldo muy sabroso. Otro le había cambiado las vendas. El
tercero le había dado un consejo entre susurros sobre cómo jugar al
jihui. Recordó a todos y cada uno de ellos tal y como habían sido
cuando estaban vivos, y eso hizo que, por un lado, el dolor que
sentía por su pérdida se agudizara y, por otro, que esa herida se
cerrara un poco más rápido.

Se dio cuenta de que si Garrosh hubiera estado en su lugar, no


habría reconocido a esos cinco monjes. Los habría evaluado y
medido según su destreza marcial, según su capacidad para someter
bajo su poder y voluntad a los demás. Pero eso sería todo lo que
habrían sido para él, ya fueran cinco o cinco mil. Su ansia de poder
no le permitía llegar a conocer a sus soldados, solo sus ejércitos.

No es así como deseo ser. Por eso, siempre que se hallaba en su


hogar, en las Islas del Eco, hablaba con los trols que acababan de
superar su adiestramiento. Se esforzaba por recordar quiénes eran
y cuál era su nombre. Reconocía sus méritos y quería que supieran
192
Vol’jin: Sombras de la Horda

que los apreciaba. Y no solo para que se sintieran orgullosos al


saber que se había fijado en ellos, sino para no pensar en ellos como
unos meros números, unos meros peones que se podían arrojar a
las fauces de la guerra.

En cuanto el monje maestro nombró al último monje, todo el


mundo se enderezó por última vez y Yalia colocó de nuevo el gong
en su sitio. Regresó a su hilera y Chen dio un paso al frente. Cogió
las copas (que parecían muy enanas en sus zarpas) y colocó una
delante de cada estatua. Después, agarró la botella.

—Mis dones no son gran cosa. No tengo mucho que ofrecer ni he


dado tanto como ellos. Pero mis amigos dijeron que luchar contra
los Zandalari sería una dura empresa de la que regresarían
sedientos. Con esto intentó aplacar su sed. Si bien me alegra poder
compartir esta bebida con todos ustedes, estos cinco deberían beber
primero antes que nadie.

Vertió el líquido dorado en cuatro partes igual en cada copa. Hizo


una reverencia ante cada copa después de haberla llenado y, cuando
hubo acabado, dejó la botella sobre la mesa. Taran Zhu hizo una
reverencia ante él para honrarlo y, a continuación, ante las estatuas.
Después, todos los demás hicieron lo mismo.

El monje maestro miró entonces al resto.

—Nuestros hermanos y hermanas caídos se alegran de que hayan


sobrevivido. Les han honrado con su noble esfuerzo, pues han
salvado a muchos. El hecho de que quizá eso haya requerido que
lleven a cabo actos que nunca les habrían creído capaces de realizar
es lamentable, pero no insuperable. Mediten, apénense y recen,
pero deben saber que lo que han hecho ha ayudado a mantener el
equilibrio de muchos y ese es, al fin y al cabo, nuestro propósito.

193
Michael A. Stackpole

Tras otra ronda de reverencias, Taran Zhu se aproximó a los tres


forasteros.

—Concédanme el favor de hacerles una consulta sobre cierto


asunto.

Taran Zhu los llevó hasta una pequeña habitación, donde habían
sido desplegados una serie de mapas, que conformaban un mosaico
detallado de Pandaria, sobre los que se habían colocado
estratégicamente unas piezas de jihui. Vol’jin esperaba, contra todo
pronóstico, que esas figuras no reflejaran fielmente la realidad, ya
que, de ser así, Pandaria estaba perdida.

El serio gesto de Taran Zhu sugería que esas piezas representaban


algo aún peor: unas estimaciones optimistas.

—He de confesar que me siento perdido. —El monje hizo un gesto


con una zarpa con el que abarcó todo el mapa—. Las incursiones
de la Alianza y la Horda nunca acarrearon unas masacres
tremendas. Ambos bandos se equilibraban mutuamente y nos han
sido de gran ayuda a la hora de afrontar ciertas dificultades.

Tyrathan cerró los ojos.

—Te refieres al problema del Corazón del Dragón, ¿verdad?


—Sí, a la liberación del Sha de la duda. —El pandaren se llevó las
zarpas a la espalda—. Cualquiera de esos dos bandos está mejor
preparado para hacer frente a esta invasión que nosotros.
Vol’jin negó con la cabeza.
—Se llevan muy mal entre ellos. La desconfianza impera. Además,
se desplazarían muy lentamente. Por no hablar de que no podrían
desplazarse sin una buena red de suministros ni con los flancos
desprotegidos.

Taran Zhu alzó la cabeza.


194
Vol’jin: Sombras de la Horda

— ¿Ninguno de ustedes dos podría convencer a sus antiguos


aliados?
—Los míos intentaron matarme.
—Para los míos, sería mejor que estuviera realmente muerto.
—Entonces, Pandaria está perdida.

Vol’jin sonrió, mostrando fugazmente sus dientes.

—Nosotros no podemos hablar con ellos, pero sí podemos


aconsejarte cómo tú deberías negociar con ellos. Escucharán la voz
de la razón. Aunque vamos a necesitar cierta información para
convencerlos, pero sé dónde podremos obtenerla.

195
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO DIECISÉIS

Chen Cerveza de Trueno echó un último vistazo a su equipaje.


Estaba bastante seguro de que llevaba todo lo que necesitaba. Al
menos, en el plano físico. Pero se quedó ahí, en la puerta del
templo, un poquito más.

Y sonrió.

De vuelta en el patio, vio que Li Li estaba preparando un carro


tirado por bueyes. Eso significaba que estaba dando órdenes a los
hermanos Rastrillapiedra para que cargaran cosas y movieran otras
de aquí allá. Chen pensó que ya habían dejado de temerla, por lo
cual habían acabado cogiéndole cierto cariño, a pesar de que
seguían sufriendo sus comentarios mordaces y procaces. No
obstante, como el padre de Yalia, Tswen-luo, los estaba ayudando
a cargar, Li Li se estaba conteniendo un poco.

Yalia dejó de supervisar a Li Li y se aproximó a él. Si no fuera


porque lanzó una mirada fugaz al suelo mientras se le acercaba,
Chen habría pensado que estaba totalmente concentrada en sus
tareas; sin embargo, ese pequeño detalle, hizo que se le acelerara el
corazón.

196
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Pronto estaremos listos para partir, maestro Chen.


—Ya lo veo. Lamento que nuestros caminos se separen tan
rápidamente.

Ella miró hacia atrás, hacia el lugar donde se encontraba al primer


grupo de refugiados, entre los cuales se hallaba su familia.

—Has tenido una gran idea al sugerir que llevemos a esta gente a
la Cervecería Cerveza de Trueno del Valle de los Cuatro Vientos.

Es un viaje muy duro, pero merecerá la pena, porque estarán más


seguros. Me alegro mucho de que mi familia se encuentre entre los
elegidos.

—Es lo más lógico. Ahí podrán aprender todo lo que necesitarán


saber para poder llevar la cervecería de Zouchin. Debería haberlo
pensado antes.

Yalia posó una de sus zarpas sobre el antebrazo de Chen.

—Sé que le has encomendado a Li Li la misión de escoltar a mi


familia hasta ahí porque es la única manera de que se aparte de tu
lado.
—Y yo me alegro de que tú vayas a cerciorarte de que ella llegue
sana y salvo. —Chen centró su atención en volver a cerrar bien su
morral—. En el camino, no me resultó nada fácil separarme de ti
cuando marchaste a recoger a otros. Ahora tampoco lo va a ser.

Ella alzó la zarpa y le acarició la mejilla.

—Me honras al confiarme la seguridad de Li Li, y a ella la de mi


familia.

197
Michael A. Stackpole

Chen se volvió y sintió unas ganas irrefrenables de abrazarla


fuertemente, pero no lo hizo porque era consciente de que todas las
miradas estaban centradas en ellos. Aunque le daba igual lo que
pensaran los demás, no podía mancillar el honor de Yalia.
Entonces, dijo en voz baja:

—Si no fueras una Shadopan...


—Calla, Chen. Si no fuera una Shadopan, nunca nos habríamos
conocido. Sería la mujer de un pescador que tendría ya seis
cachorros. Y, entonces, cuando hubieras llegado a Zouchin, me
habrías sonreído y saludado con una leve inclinación de la cabeza,
y habrías escupido fuego para hacer reír a mis cachorros, y eso
habría sido todo.

Chen sonrió.

—Tu sabiduría te hace más atractiva, ¿sabes?


—Al igual que a ti tu sinceridad. —Yalia lo miró a los ojos y
sonrió—. Como has perseguido a la tortuga, no estás tan aferrado
a las tradiciones como nosotros. La tradición asegura la estabilidad,
pero también la falta de flexibilidad. Y estas nuevas circunstancias
amenazan la estabilidad y exigen flexibilidad. Me gusta que seas
capaz de compartir lo que sientes en tu corazón.
—Me gusta compartirlo contigo.
—Aguardo con ansia que tengamos más tiempo que compartir.
—Chen, ¿estás lis...? Oh, discúlpame, hermana Yalia.

Tyrathan, que llevaba ya su morral a la espalda, se detuvo justo en


la puerta e hizo una reverencia.

—Ahora mismo estoy contigo. —Chen hizo una reverencia tanto a


él como a Yalia y, acto seguido, se acercó corriendo a su sobrina—
. Li Li.

198
Vol’jin: Sombras de la Horda

—¿Sí, tío Chen? —Pronunció esas palabras con frialdad, pues


estaba muy descontenta por tener que ocuparse del «servicio de
entrega».
—No me seas tan perra salvaje, Li Li. Sé más Cerveza de Trueno.

Por un momento, la tensión se apoderó de ella, pero al final, agachó


la cabeza.

—Sí, tío Chen.

Él la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza. Al principio, su sobrina


se resistió; luego, se aferró a él.

—Li Li, vas a salvar vidas; unas vidas muy importantes no solo
para mí, o para la hermana Yalia, sino para toda Pandaria. A este
lugar ha llegado el tiempo de los grandes cambios. De unos
cambios violentos y horrendos. Los Flor Sabia y los Rastrillapiedra
y los demás serán la prueba de que se puede sobrevivir a ese
cambio.
—Lo sé, tío Chen. —Lo apretó con tanta fuerza que le hizo
gruñir—. En cuanto los dejemos en la cervecería, la hermana Yalia
y yo podremos...
—No.
— ¿No crees que...?

Chen se echó hacia atrás y la agarró de la cara para que alzara la


vista y lo mirara a los ojos.

—Li Li, te he contado muchas historias. Historias sobre ogros y


sobre cómo engañar a los murlocs para que acaben estofados y...
—... cómo enseñar a avatares de hielo y gigantes de escarcha a
bailar...
—Sí. Has oído todas esas historias, pero no todas las que he vivido.
Hay algunas que nunca podré compartir con nadie.
—No te creo. Seguro que las compartirás con Vol’jin o Tyrathan.
199
Michael A. Stackpole

Chen dirigió su mirada hacia el lugar donde el humano y Yalia se


encontraban hablando.

—Con Vol’jin sí, porque muchas de ellas también las viví von él
Pero son historias terribles, Li Li, que no tienen nada de divertidas
y donde no hay nada de qué reírse. La gente de Zouchin también
tiene historias muy tristes que contar, pero como han sobrevivido a
todas ellas, merece la pena contarlas. En lo que hemos visto y en lo
que Tyrathan, Vol’jin y Yalia van a ver, ninguna sonrisa va a haber.

Li Li asintió lentamente.

—Ya me he fijado en que Tyrathan no sonríe demasiado.

Chen se estremeció, ya que recordó que el humano sí había


esbozado una amplia sonrisa en Zouchin.

—No puedo impedir que vivas ese tipo de historias, Li Li. No


obstante, quiero que cuides de esta gente en la cervecería y la
prepares para que no acaben siendo protagonistas de relatos como
estos. Los Rastrillapiedra quizá sean unos granjeros desastrosos,
pero ponles una guadaña o un mayal en las zarpas y provocarán
pesadillas en los Zandalari. Si Taran Zhu y Vol’jin logran salvar
Pandaria, van a necesitar más adelante tantos granjeros y
pescadores como puedas salvar.
—Me estás confiando el futuro.
— ¿A quién si no?

Li Li se arrojó a sus brazos y se aferró a él con la misma fuerza que


lo había hecho cuando era una cachorrita y su tío partía en pos de
sus aventuras. Chen le devolvió el abrazo y le acarició la espalda.
Después, se separaron y se despidieron con una reverencia,
profunda y larga, antes de proseguir con las tareas que tenían
asignadas.
200
Vol’jin: Sombras de la Horda

*******

La caravana de refugiados compartió el camino con Chen y


Tyrathan Khort solo por breve tiempo. El grupo de Li Li y Yalia se
dirigió al sur, mientras que el resto se fue al norte. En cuanto se
hallaron en la cima de una colina, el humano ordenó que se
detuvieran, para poder tomar notas sobre la topografía del lugar,
claro está. Chen observó a los refugiados desaparecer en un lejano
recodo del camino; en ese instante, Tyrathan acabó de tomar notas.

Si bien la tristeza se adueñó de su corazón, no se sintió abatido.


Mientras el humano y él avanzaban hacia el norte, siempre viajando
campo a través y no por el camino, Chen vio algunas cosas que le
hicieron pensar en Yalia. Incluso cogió unos pocos pétalos de
serenidad del corazón y los aplastó, solo para poder oler su aroma.
Hasta la forma de una piedra, que parecía un ogro de culo enorme
que estaba agachado para contemplar la madriguera de unos mures,
se quedó grabada en su memoria, pues sabía que eso a ella le habría
parecido gracioso, aunque tal vez habría sido más gracioso para
Yalia ver cómo él se azoraba y se quedaba parado en mitad de la
explicación sobre a qué le recordaba esa roca al darse cuenta de que
no era un comentario demasiado apropiado.

Casi una hora después, Tyrathan ordenó otra parada; esta vez, en
una cuenca cubierta de hierba situada a casi un kilómetro al este
del camino. El Kun-Lai se encontraba envuelto en nubes al oeste.
Vol’jin y Taran Zhu regresaban a esa montaña con los monjes a los
que, al contrario que Yalia, no les habían asignado la misión de
defender la caravana de refugiados. Una vez ahí, los Shadopan se
dedicarían a preparar todas las defensas posibles y luego las
desplegarían según dictaran las necesidades en base a los informes
de los exploradores.

Tyrathan desenvolvió una bola que contenía un arroz pegajoso.


201
Michael A. Stackpole

—Comprendo que sueñes despierto con la hermana Yalia, Chen,


pero si queremos avanzar, tendrás que estar más concentrado. Así
que deja de pensar en ella.

El pandaren lo miró muy fijamente.

—Tengo un gran respeto a Yalia Murmullo Sabio, amigo mío. No


creo que acusarme de «soñar despierto» con ella sea una manera
digna de referirse a una monja...

—Sí, Chen, por supuesto, ha sido un error. —Al humano le


centellearon los ojos—. Resulta obvio que ambos sentís algo muy
fuerte. Y ella parece muy especial.
—Lo es. Ella me hace sentir como... si estuviera en casa. —Sí, ya
lo había dicho. Si bien Pandaria podía ser el lugar que había estado
buscando toda su vida, ella era la razón por la que buscaba ese
hogar—. Sí, me hace sentir como si estuviera en casa.
—Así que te imaginas con ella casado, con cachorros y
envejeciendo bajo la sombra de tu cervecería, ¿eh?
—Sí, eso me encantaría. —Chen sonrió y, de repente, dejó de
hacerlo—. ¿Las monjas Shadopan pueden casarse? ¿Pueden tener
cachorros?
—Seguro que sí. —El humano se rió por lo bajo—. Y seguro que
van a tener muchos cachorritos.
—Bueno, siempre serás bienvenido, ¿sabes? Te ofrezco el mismo
regalo que le ofrecí al padre de Yalia: tu jarra nunca estará vacía en
una de mis cervecerías. Y podrás traerte a tu familia también. Tus
cachorros podrán jugar con los míos. —Chen frunció el ceño—.
¿Tienes familia?

Tyrathan contempló la bola de arroz a medio comer que sostenía


en la mano y, acto seguido, volvió a envolverla.

—Una pregunta muy interesante.


202
Vol’jin: Sombras de la Horda

Al pandaren se le hizo un nudo en el estómago.

—No has perdido a tu familia, ¿verdad? La guerra no...

El humano hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Por lo que yo sé, siguen vivos. Aunque otra cuestión muy distinta
es que los haya perdido, Chen. Hagas lo que hagas, procura no
perder jamás a Yalia.
— ¿Cómo podría perderla?
—El mero hecho de que hagas esa pregunta significa que,
probablemente, nunca la perderás por ser como eres. —Tyrathan se
tumbó en el suelo boca abajo y examinó el camino—. Daría mi
brazo derecho por tener uno de esos catalejos gnomo. O el
equivalente goblin. O, aún mejor, una batería de cañones goblin o
gnomo. Eso, precisamente, era lo más raro de esos barcos
Zandalari: que no tenían cañones; además, solo vi trols a bordo.
—Vol’jin seguro que sabría por qué. —Chen asintió mientras se
dejaba caer junto al humano y observaba el camino—. Quería estar
aquí, con nosotros, pero tú tenías razón. Taran Zhu lo necesita
mucho más que nosotros.
—Como le dije a él, yo estoy hecho para este tipo de guerra. —
Tyrathan reptó y se colocó bajo el borde de la cuenca—. Soy un
hombre de acción, no un estratega. Antes, Vol’jin elaboraba planes
tácticos para la Horda. Aunque él también podría estar haciendo
esto, ni tú ni yo sabemos de estrategia. Gracias a sus planes.
Pandaria se salvará.

*******

Durante los tres días siguientes, el pandaren y el humano estudiaron


detenidamente el camino y sus alrededores, mientras avanzaban
hacia el norte, fijándose hasta en el más nimio detalle, a un ritmo
que habría hecho parecer a un caracol más rápido que un grifo
203
Michael A. Stackpole

volando. Tyrathan lomó muchas notas y dibujó numerosos


diagramas. Chen sospechaba que nadie había hecho un mapa tan
exhaustivo de esa tierra desde los tiempos del último emperador
mogu.

Acampaban en las alturas, donde hacía mucho frío, lo cual no le


importaba demasiado al hermano Chen, ya que poseía un espeso
pelaje y una constitución robusta. Sin embargo, el frío matutino sí
hacía mella en Tyrathan, pues hasta que no era ya media mañana y
habían avanzado un par de kilómetros todavía cojeaba un poco. El
humano hacía grandes esfuerzos por borrar todo rastro de su paso.
A pesar de que no se habían cruzado con nadie, insistía en volver
sobre sus pasos y preparar emboscadas por si acaso.

Gracias a tanto ayudar y observar a Tyrathan, Chen logró entender


mejor a Vol’jin y por qué este hacía las cosas que hacía. El humano
señaló que la no presencia de una avanzadilla Zandalari indicaba
que la fuerza invasora había llegado bien preparada con Amplias
provisiones y suministros. Conjeturó que unas dos terceras Partes
del espacio de esas naves estaban ocupadas por suministros y
personal de apoyo. Como ninguna de esas tropas se había dirigido
aún hacia el sur, eso quería decir que se estaban preparando para
una campaña larga. Si bien esto daba la oportunidad a las fuerzas
pandaren de poder juntarse, también implicaba que la lucha sería
mucho más dura.

Y te atreves a decir que no eres un buen estratega. Chen intuía que


Tyrathan no había querido regresar al monasterio porque aquí, en
campo abierto, tenía distracciones constantes. No quería tener
tiempo para pensar sobre Zouchin. Chen no tenía ni idea de por
qué, aunque le seguía obsesionando el recuerdo de la amplia
sonrisa que se había dibujado en el rostro del humano tras concluir
la batalla.

204
Vol’jin: Sombras de la Horda

Aunque era más que probable que Tyrathan hubiera mentido


cuando había afirmado que no era un buen estratega, Chen debía
reconocer que tenía razón en una cosa: en otras ocasiones, había
sido testigo de cómo Vol’jin era capaz de asimilar una información
similar a la que ellos estaban reuniendo ahora y de confeccionar
con ella unos planes de batalla exquisitos. Una cosa es ser capaz de
estimar el tamaño de un ejército y otra saber lo que un buen general
sería capaz de hacer con esa información. Vol’jin era de esa gente
capaz de ver todo eso en conjunto, de ver el más mínimo fallo que
sería capaz de provocar que el mejor de los planes fracasara.

Chen se percató de que Tyrathan se mostraba más dispuesto a


compartir sus pensamientos sobre la misión por la noche, durante
esos momentos de silencio en que un posible cambio de tema
podría haber llevado a que lo interrogara sobre su familia. Chen
habría tratado de indagar en ese tema por pura curiosidad si no
fuera porque sospechaba que Tyrathan contraatacaría haciéndole
preguntas sobre Yalia y luego se mofaría de sus planes futuros con
ella.

El pandaren sabía que ese tipo de chanzas y mofas habrían sido


divertidas en otras circunstancias; con una jarra de cerveza o un
cuenco de té caliente en la mano, Chen habría dado el do de pecho
con sus bromas. Pero ahora no quería mancillar sus pensamientos
sobre Yalia. Quería atesorar esos pensamientos y recuerdos. A
pesar de que era consciente de que estaba dejando volar la
imaginación en ese aspecto, no quería que le recordaran esa verdad.

Así que ambos dejaban que la conversación muriera y gozaban del


abrigo de la oscuridad, cada uno por sus propias razones. Después,
a la mañana siguiente, ocultaban todo rastro de que habían estado
ahí y proseguían su viaje.

Al tercer día, divisaron una pequeña granja construida sobre la


ladera de una colina. Las colinas de alrededor habían sido
205
Michael A. Stackpole

convertidas en bancales, que se encontraban muy bien cuidadas,


aunque daba la impresión de que habían sido invadidas hacia poco
por hierbajos aquí y allá y de que la cosecha había sido
mordisqueada por algunos animales salvajes. Unas nubes oscuras
se estaban acumulando lentamente en el norte, henchidas de una
lluvia negra. Sin mediar palabra y sin hacer gala de una excesiva
cautela, se dirigieron hasta la granja antes de que empezara a llover.

El edificio estaba construido muy sólidamente en piedra y contaba


con un techo de madera que lo protegía de la lluvia. El granjero y
su familia debían de haber huido tras ser alertados por algunos
monjes o refugiados. A pesar de que se veía que habían recogido
ciertas cosas con gran premura, la casa se hallaba muy limpia y
ordenada. De hecho, a excepción hecha del crujido de los tablones
de madera del suelo, a Chen le pareció que ese sitio era perfecto.

Pero Tyrathan se mostró suspicaz. Dio unos golpecitos con el puño


a la pared trasera, así como a una alacena situada junto a la
chimenea. Sonaba a hueco. Palpó por esa zona y dio con una
especie de palanca de la que tiró. De repente, la alacena desapareció
detrás de la chimenea y dejó a la vista un agujero negro que llevaba
a unas escaleras que daban a un sótano.

El humano bajó por ellas primero, sosteniendo una daga en la mano


derecha. Chen lo siguió, con un garrote en la zarpa derecha y un
luminoso farol en el otro. Para cuando Tyrathan llegó al rellano, el
pandaren se encontraba a mitad de las escaleras. De improviso, uno
de los dos debió de pisar algún resorte, ya que la alacena volvió a
ocupar su lugar y se cerró con un clic.

Tyrathan alzó la vista e indicó con la mano a Chen que bajara.

—Creo, amigo mío, que vamos a esperar a que la tormenta pase


rodeados de lujo y comodidades.

206
Vol’jin: Sombras de la Horda

A pesar de que el sótano era pequeño, estaba repleto de estanterías.


En cada de una de ellas había decenas de tarros repletos de
encurtidos de nabo y col. También había zanahorias, que habían
sido guardadas en cestas, y pescado seco, que pendía de una largas
cadenas del techo y que, sin duda alguna, habían conseguido al
intercambiarlo por verduras.

Asimismo, en una esquina, había un pequeño barril de roble, a la


espera de ser abierto.

Chen posó su mirada en él y luego en Tyrathan.

— ¿Un traguito?

El humano se lo pensó durante solo un segundo y, justo cuando


estaba a punto de responder, el viento ululó por encima de ambos.
La puerta de arriba se abrió violentamente, probablemente por
culpa de la tormenta.

Aunque las pesadas pisadas que oyeron en el suelo que tenían


encima y los duros insultos trol que estos dirigieron al tiempo,
tenían su origen en otra causa totalmente distinta.

Chen y Tyrathan se miraron mutuamente.

El humano negó con la cabeza muy lentamente. Ya no abrirían ese


barril, aunque casi seguro que esa noche acabarían sedientos.

207
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO DIECISIETE

Vol’jin se agachó, clavó una rodilla en tierra y se llevó el antebrazo


derecho al costado. Había logrado ascender la montaña hasta el
lugar donde había hablado en su momento con Tyrathan, pero no
mucho más allá, ya que la cuesta era muy pronunciada. No es que
no estuviera acostumbrado a escalar, pero el dolor del costado no
le habría dejado atacar la montaña tal y como él quería.

Aunque le habría encantado sumarse a la misión de reconocimiento


y exploración de Chen y Tyrathan, y ansiaba recibir sus informes,
también se sentía muy contento de que Taran Zhu hubiera aceptado
la sugerencia del humano de que iba a necesitar a Vol’jin para
preparar los planes de defensa. No es solo que él tuviera más
experiencia en ese ámbito, sino que, al ser un trol, conocía mejor
que nadie cómo eran los demás trols y cómo se comportaban.

— ¿No te parece curioso, Vol’jin, que no te hayas curado aún, a


pesar de que el veneno ya ha abandonado tu organismo?

El trol sacudió bruscamente la cabeza de lado a lado mientras


todavía respiraba agitadamente.

208
Vol’jin: Sombras de la Horda

Taran Zhu se encontraba a unos seis metros de él, tan fresco como
si hubiera salido a dar un mero paseo.

Vol’jin concluyó que eso se debía a que ese monje estaba en mucho
mejor forma que casi todo el mundo, en vez de pensar que era él
quien se encontraba en un estado lamentable.

—No es algo tan extraño. Zul’jin perdió un ojo y se cortó él mismo


un brazo y nunca se recuperó de eso.
—Regenerar un miembro cercenado o un órgano complejo no es lo
mismo que sanar una herida. —El pandaren negó parsimoniosa,
mente con la cabeza—. El dolor de garganta te impide hablar bien
El dolor del costado, correr y resistir una batalla. Ambos sabemos
que si te hubieras ido con tus amigos, los habrías demorado.

Vol’jin asintió.

—Y eso que el humano cojea.


—Sí. Es cierto que lleva más tiempo aquí, pero se ha recuperado
mejor que tú.

El trol le lanzó una mirada suspicaz.

— ¿Y eso por qué crees que es?


—Porque, en cierto sentido, cree que merece recuperarse. —El
monje negó con la cabeza—. Tú, en cierto sentido, no.

Vol’jin quiso rugir un no, pero su garganta, simplemente, se lo


impidió. Además, tampoco tengo resuello.

—Sigue.

El pandaren sonrió de un modo tan enojoso que solo esa sonrisa


podría haber justificado la invasión Zandalari.

209
Michael A. Stackpole

—Existe una especie de cangrejo que se apropia de conchas ajenas


para usarlas como caparazón. Érase una vez un par de esos
cangrejos, que, además, eran hermanos y habían crecido juntos. Un
día, uno de ellos halló un cráneo, cuya cara había sido destrozada,
y se alojó dentro. El otro dio con el casco que había protegido ese
cráneo. Al primero le encantaba el cráneo y creció dentro de él a la
perfección. El segundo consideraba el casco solo como un
caparazón más. Pero cuando llegó el momento de marcharse de ahí,
el primero no quiso abandonar el cráneo, porque se había amoldado
a él y había dejado de crecer. El segundo tuvo que abandonar el
casco y a su hermano a regañadientes, ya que no podía dejar de
crecer.
— ¿Qué hermano soy yo?
—Eso depende de ti. Es tu elección. ¿Eres el cangrejo del cráneo
que se contentaba con hallarse atrapado ahí? —Taran Zhu se
encogió de hombros—. ¿O acaso eres el cangrejo que sigue
creciendo y busca un nuevo hogar?

Vol’jin se frotó la cara.

—Así que debo ser un trol o ser Vol’jin, ¿no?


—En cierto modo, sí. Pero voy a darle la vuelta a la cuestión. ¿Eres
el Vol’jin que casi muere en una cueva o eres un trol que busca un
nuevo hogar?

Lo del hogar es una alegoría, ¿eh?

—Más o menos.

¿Acaso me dejé atrapar en esa cueva? Al pensar en cómo había


sido atraído hasta ahí, le invadió un tremenda sensación de
vergüenza. Sí, el hecho de que no hubiera muerto era una victoria,
pero nunca debería haber participado en esa batalla. Garrosh había
tirado el anzuelo y él había picado, a pesar de que, si Garrosh le
hubiera invitado a cenar a solas, se habría presentado con toda la
210
Vol’jin: Sombras de la Horda

tribu Lanza Negra porque habría estado seguro de que eso era una
trampa.

El trol se estremeció.

Me he dejado atrapar por esa sensación de vergüenza. Al


reflexionar al respecto, Vol’jin fue consciente de que se encontraba
sumido en un terrible círculo vicioso. Ningún trol con algo de
autoestima habría sido engañado de ese modo. Incluso un humano
como Tyrathan no hubiera caído en un ardid tan obvio. Esa
vergüenza era como un ancla que le impedía avanzar; además, el
hecho de que no fuera capaz de recordar cómo había salido de esa
cueva significaba que carecía de las herramientas necesarias para
liberarse. En ese sentido, Tyrathan había tenido razón. Vol’jin
temía lo que no sabía.

Aun así, al contemplar ese círculo vicioso, detectó una debilidad en


él. No importaba cómo había logrado sobrevivir. Quizá unos mures
lo habían sacado a rastras de la cueva con la intención de limpiarlo
en el río y comérselo, pero eso daba igual. Lo que realmente
importaba era que seguía vivo. Aún podía evolucionar. Aún podía
progresar. No tenía por qué sentirse atrapado.

Esa es la clave. Como creía que ningún trol podría haber caído en
una trampa como en la que había caído él, Vol’jin había renunciado
en su mente a ser un trol. Si bien era cierto que había luchado muy
duro, como cualquier trol habría hecho de haber podido, solo lo
había hecho para demostrar que era un verdadero trol a los
pandaren y los Zandalari. Y al humano. ¿No he ido demasiado
lejos?

Sacudió la cabeza de lado a lado. Un trol no puede sentirse tan


atrapado. Pero solo un trol podría haber sobrevivido a esa trampa
Garrosh había enviado a su orco mascota a asesinarlo. ¿Acaso
Garrosh no sabía que debía emplear otros métodos? ¿Acaso Vol’jin
211
Michael A. Stackpole

no lo había amenazado con clavarle un flechazo? ¿Cómo se ha


atrevido a enviar a algo inferior a un trol o un gigante para acabar
conmigo?

Taran Zhu alzó una zarpa para pedirle cautela.

—Te encuentras en un momento crítico, Vol’jin, así que escucha


el resto de la historia del cangrejo. El otro hermano, que seguía
buscando un nuevo hogar, halló un cráneo más grande, así como el
casco que lo había protegido. Tenía que elegir. El cráneo o el casco.

El trol asintió lentamente.

—Pero esas no pueden ser las únicas opciones.


—Para los Shadopan son las más convenientes. Tú, por otro lado,
tienes otras opciones a tu disposición. —El monje asintió—. Si
deseas escuchar más parábolas, estaré encantado de contártelas. No
obstante, espero que desees seguir siendo mi consejero en
cuestiones de estrategia militar.
—Sí. No sé si seré ese cangrejo que se queda en el cráneo o no,
pero soy un estratega, sin duda.
—Entonces, te dejaré a solas para que medites.

Vol’jin dejó de estar de cuclillas y se sentó en el suelo. Al haber


decidido que ningún trol podría haber caído en la trampa que le
habían tendido a él, se había convencido a sí mismo de que no era
un trol. El hecho de que intentara demostrar que era un trol de
verdad a unos seres que no lo eran no ayudaba a cambiar lo que él
pensaba sobre sí mismo. Pero voy a ser un trol He sobrevivido.
Seré el mismo que era antes, aunque más sabio.

Se rió para sí. Sí, lo bastante sabio como para ser consciente de lo
necio que he sido.

212
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin se concentró y se aisló del mundo exterior, para abrirse a


los loa. Se adentró en un paisaje gris, donde pudo atisbar sombras
dentro de sombras, siluetas difusas de plantas y árboles de las
junglas de su hogar. Interpretó esto como un buen augurio y, acto
seguido, se giró, topándose con Bwonsamdi, que se alzaba
amenazadoramente sobre él.

—Nadie me sorprenderá de nuevo.

—Unos orcos seguro que no. —El guardián de los muertos se rió
detrás de esa máscara—. ¿Quién es este ser que se presenta ante
mí? Dime, ¿quién eres?
—Soy un trol. Y con eso bastará por ahora. —Vol’jin extendió un
brazo hacia él—. Necesito que me devuelvas algo.
— ¿Qué es lo que crees que tengo?
—Mi convencimiento de que soy un trol.

Bwonsamdi volvió a reírse y se sacó una perla negra brillante del


cinturón.

—Cuando acudiste a mí, te habías convencido a ti mismo de que


no eras un trol, así que pensé que no lo necesitarías.
—Y lo has guardado por mi bien. —Vol’jin juntó ambas manos,
las ahuecó y la cogió. La perla yació ingrávida en las palmas de sus
manos, donde sufrió unos dolorosos calambrazos, similares a los
que uno siente cuando se le ha dormido un miembro y se le
despierta de repente—. Gracias.
—Y yo te agradezco que me hayas enviado a todos estos. —El loa
miró hacia atrás, hacia una distante falange Zandalari—. Odian
hallarse bajo mi protección.
—Te voy a enviar más.
—Vas a ser un trol muy diligente.

Vol’jin cerró el puño izquierdo en tomo a la perla.

213
Michael A. Stackpole

—Los demás loa también me envían visiones. ¿Por qué?


—Para recordarte qué es ser un trol.
—Pero según la visión que me envió la Madre del Tósigo se supone
que he de enfrentarme a sus Zandalari.
—Han hecho cosas que creen que la agradan, pero eso no quiere
decir que conozcan realmente cuál es su voluntad. Si una ofrenda
no conlleva un esfuerzo, ¿acaso es un sacrificio digno?
— ¿Va a hacer que combata a los suyos para que espabilen?
—Y para que estés, en cierto modo, en deuda con ella si los suyos
fracasan.
—Que fracasarán.
— ¡Ja! Por eso siempre has sido uno de mis favoritos, quienquiera
que seas.
—Ya te diré quién soy cuando lo haya decidido. —Vol’jin sonrió—
. Los labios de los Zandalari muertos te entregarán mi mensaje.
—Mis deseos son inconmensurables, trol. Y mis favores
ilimitados.

Vol’jin asintió mientras ese mundo gris se esfumaba lentamente y


volvía a ser el pico de la montaña. Entonces, abrió la mano
izquierda, pero la perla ya se había adentrado en su piel. Vol’jin se
concentró, se refugió en su fuero interno y descubrió que esa
esencia se estaba extendiendo por todo su ser, haciendo lo que tenía
que hacer. Los dolores que sentía se estaban calmando y los tejidos
se estaban regenerando.

El trol tomó el control del proceso de sanación en dos zonas muy


concretas. Se curó casi por completo la herida del costado y, a pesar
de que reconstruyó el pulmón para poder respirar bien, dejó una
cicatriz ahí. Quería seguir sintiendo esas punzadas, pues quería que
le recordasen los errores que había cometido.

Del mismo modo, se sanó la garganta, aunque no del todo. Quería


dejar que esa herida le robara el carácter melodioso a su voz, ya
que esa había sido la voz de Vol’jin, la voz que había amenazado a
214
Vol’jin: Sombras de la Horda

Garrosh y que había aceptado esa misión en su día. Vol’jin no


quería volver a oírla.

Si bien su nueva voz le resultaba extraña, podía vivir con ello. Tal
y como le había señalado a Bwonsamdi, ahora era un trol. No
necesitaba ser nada más. Para cuando sepa quién soy, ya estaré
familiarizado con la voz de quien seré.

Mientras descendía al monasterio, se dio cuenta de que, en muchos


sentidos, él había sido el cangrejo del cráneo. Había dejado que
otros lo definieran. El sueño de su padre se había convertido en su
legado y había moldeado su destino de un modo muy concreto. Se
había sentido prácticamente atrapado por ese sino, aunque su padre
se habría sentido horrorizado si hubiera pensado que su hijo se
había sentido atrapado por su sueño. Ser un cazador de las sombras,
ser el líder de los Lanza Negra, ser uno de los líderes de la Horda,
esas habían sido las piezas con las que había ido construyendo su
cráneo.

Además, esa parábola encerraba una gran verdad no apreciable a


simple vista. El cráneo y el casco que lo había protegido en su día
habían sido creados para cumplir dos propósitos totalmente
distintos. Ambos cangrejos necesitaban protección, pero solo el
que había elegido el casco había escogido correctamente. La
decisión del otro, a pesar de haber sido muy práctica, no le había
permitido seguir creciendo para alcanzar su destino.

Debía elegir entre el cráneo, casco o... ¿acaso había algo más? La
mayoría de los monjes que se enfrentaban a esa disyuntiva se
recogían en sí mismos y se quedaban encerrados en el monasterio
como el cangrejo dentro del cráneo. Aunque había algunos (entre
los que Vol’jin podía imaginarse a Yalia Murmullo Sabio) capaces
de ir más allá del monasterio, de ser capaces de evolucionar hasta
llegar a ser quienquiera que tuvieran que ser. En Pandaria no había
apenas necesidad de buscar otra opción más; además, si querían
215
Michael A. Stackpole

tener una tercera opción, entonces tenían el caparazón de la tortuga


y la vida de aventuras que había escogido Chen.

Pero en mi caso... No se había equivocado del todo al definir los


elementos que habían conformado su cráneo-prisión. El sueño de
su padre era merecedor de todo respeto y Vol’jin lo había
compartido, eso le había llevado a liderar a los Lanza Negra y a
ocupar un alto cargo en la Horda. Vol’jin había hecho caso omiso
a los ruegos de los Zandalari hasta entonces y había optado por la
Horda como sus aliados en este nuevo mundo. Pero ahora, la Horda
se había vuelto en su contra.

Sabía que las decisiones que iba a tener que tomar no eran nada
sencillas y lo aceptaba. Se había dado cuenta de que, muy menudo,
otros habían tomado decisiones importantes por él, lo cual podía
parecer muy malévolo, pero no lo era. Las expectativas de su padre
y otra mucha gente lo habían animado a convertirse en un cazador
de sombras; esa decisión había sido muy fácil. Tampoco es que le
hubiera costado mucho llegar a serlo ni que lo hubiera lamentado,
pero lo cierto era que nunca había contemplado alguna otra
alternativa.

Del mismo modo, el asumir la responsabilidad del liderazgo de los


Lanza Negra había sido el punto de arranque de una serie de
acontecimientos de los que tampoco se arrepentía, como haber
tenido que detener a Zalazane. Incluso el haber apoyado a la Horda
para combatir a la rey Zandalari Rastakhan era una decisión que ya
había sido tomada desde el mismo momento en que Thrall y la
Horda habían ayudado tanto a él como a su padre a salvar a los
Lanza Negra y convertir las Islas del Eco en su hogar.

Renunciar a la Horda será la decisión más difícil de toda mi vida.


Prácticamente, será firmar mi sentencia de muerte.

216
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin regresó al monasterio. Se unió a los monjes en sus


ejercicios, no solo para aprender qué eran capaces de hacer y
ponerse en forma, sino para demostrarles lo que era capaz de hacer
un trol. El monje al que había salvado en Zouchin al decapitar a un
Zandalari ratificó todo lo que Vol’jin había contado acerca de la
extrema dureza de los trols. Entonces, los Shadopan redoblaron sus
esfuerzos para derrotarlo.

Lo cual provocó que tuviera que defenderse con todas sus fuerzas.
No cabía duda de que, entre los monjes, había cangrejos de cráneo
y cangrejos de casco. Pero eso, en cierto sentido, no molestó a
Vol’jin. Además, por cada guerrero que engrosaba las filas de un
ejército, había cinco personas en retaguardia que se ocupaban de su
alimentación, de que su equipo estuviera en buen estado y de
satisfacer otras necesidades. Muchos de los Shadopan, sobre todo
los monjes más ancianos, se contentaban con asumir esas funciones
de apoyo; sin embargo, los monjes más jóvenes estaban más
dispuestos a aprender a luchar contra los trols.

Vol’jin observaba a Taran Zhu mientras el viejo monje observaba


los ejercicios. ¿Te gusta la forma del casco dentro del cual los
monjes están creciendo? A pesar de que su mirada se cruzaba de
vez en cuando con la del líder Shadopan, este permanecía
imperturbable, sin revelar sus pensamientos en un sentido u otro.

Cuando no se estaba ejercitando, Vol’jin estudiaba la geografía


pandaren y su historia militar. Esa última materia le resultaba muy
frustrante. Todo había sucedido hace tanto tiempo (al menos, para
los pandaren) que había adquirido la consideración de mito y
folclore. Por ejemplo: según su historia, doce monjes habían
defendido un puerto de montaña durante doce años, turnándose
para defenderlo un mes cada uno, ya que descansaban el resto del
año. Se decía que cada uno de esos monjes había sido el pionero de
un estilo de lucha del cual procedían todos los actuales.

217
Michael A. Stackpole

La geografía era mucho más fácil. Los antiguos mapas imperiales


mostraban el continente con gran detalle. Aun así, todavía había
algunas áreas descritas muy vagamente. Sobre todo, el Valle de la
Flor Eterna, cuyo mapa estaba emborronado por una gran mancha
de tinta en la zona sur de la parte central.

Vol’jin se lo comentó a Taran Zhu cuando entró en la biblioteca.

—No encuentro ninguna referencia a esta zona.


—Ese es un problema que habrá que remediar de inmediato. —El
monje se volvió a medias en cuanto Tyrathan, que se hallaba
demacrado y manchado un poco de sangre, entró también en la
biblioteca detrás de él—. Al parecer, tus amigos han descubierto
que los invasores se dirigen precisamente a ese lugar.

218
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO DIECIOCHO

Chen apagó enseguida el farol. La oscuridad se adueñó del sótano.


Los ruidos procedentes del piso superior se volvieron más fuertes.
Al pandaren le dio la impresión de que una compañía entera de trols
se había metido como había podido en esa granja.
Uno de los trols encendió una vela y unos finos haces de luz se
colaron entre las rendijas de los tablones del suelo; ese juego de
luces y sombras dibujó unas rayas tanto sobre Chen como
Tyrathan. Mientras tanto, el humano permanecía inmóvil, con un
dedo sobre los labios.

Pese a que Chen no podía entender ni una palabra de lo que estaban


diciendo los Zandalari, siguió escuchando con atención, por si
mencionaban el nombre pandaren de algún lugar geográfico,
aunque, sobre todo, para identificar esas voces. Distinguió una en
concreto que parecía estar dando muchas órdenes cortas y bruscas,
así como otras dos que replicaban con un cierto cansancio; una de
las cuales hizo también algún que otro comentario en voz baja.

Entonces, miró a Tyrathan y alzó tres dedos.

219
Michael A. Stackpole

El humano negó con la cabeza y alzó cuatro dedos. Después, señaló


hacia el lugar donde se hallaba el comandante trol y, luego, a los
dos que Chen había identificado. Entonces, señaló a un cuarto,
situado en una esquina, cuya presencia solo podía detectarse
gracias a la lenta caída de unas gotas de agua sobre los tablones del
suelo en esa zona.

Chen se estremeció. Esto no era como aquella vez en la que unos


ogros lo habían capturado. No solo los trols eran más inteligentes
que los ogros, en general, sino que los Zandalari se enorgullecían
de lo listos que eran. Y también de su crueldad. Por lo poco que
había visto en Zouchin y lo que había oído sobre otras batallas que
los Zandalari habían librado, no tenía ninguna duda que, si lo
descubrían, lo matarían.

Por suerte, como habían estado explorando la casa, ni Chen ni


Tyrathan se habían dejado las armas o los morrales en el piso de
arriba. A pesar de que no se encontraban desarmados, el sótano no
era el mejor sitio para que un arquero pudiera demostrar su
puntería.

Y aunque Chen podría defenderse haciendo uso de las artes


marciales, en una pelea a corta distancia como la que se libraría ahí
abajo tenía ventaja normalmente la gente que blandía armas cortas
diseñadas para apuñalar o pinchar. Cualquier batalla que tuviera
lugar en el sótano sería muy desagradable; además, no habría
espacio para maniobrar, el resultado sería incierto e incluso los
vencedores acabarían ensangrentados.

Esperemos que no les pique la curiosidad y se les ocurra bajar


aquí. En cuanto la tormenta amaine, se irán. Entonces, el chillido
del viento se intensificó, burlándose así de las esperanzas de Chen.
Al menos, no pasaremos hambre.

220
Vol’jin: Sombras de la Horda

Tyrathan se sentó en el suelo y escogió ocho flechas de su carcaj.


Cada una de ellas poseía una cruel punta con púas, la mitad de ellas
con dos filos y las otras con cuatro. Todos esos filos tenían forma
de media luna hacia atrás, hacia el astil, como si fuera un anzuelo,
de modo que resultaba muy difícil arrancarlos después de que
hubieran penetrado en el cuerpo.

Colocó las flechas una al lado de otra, emparejando una de dos filos
con otra de cuatro; la de dos hacia arriba y la de cuatro hacia abajo.
Cogió unas vendas, que cortó en pequeños trozos con un cuchillo
para desollar, y, acto seguido, ató con ellas esas flechas de dos en
dos, logrando así que tuvieran dos puntas.

A pesar de que la escasa luz hacía que fuera muy difícil distinguir
su expresión, el semblante de Tyrathan parecía mostrar una
siniestra determinación. Mientras unía las flechas, alzaba los ojos
hacia el bajo techo del sótano de vez en cuando. Observaba,
escuchaba y asentía para sí.

Después de lo que pareció ser una eternidad, los trols se


acomodaron. A continuación, oyeron unos fuertes golpes sordos
procedentes del piso de arriba que sugerían que se habían quitado
las armaduras para poder dormir; al menos, tres de ellos. El
silencioso no lo había hecho, pero su sombra tapaba suficiente luz
como para saber dónde se encontraba tumbado. El comandante fue
el último en acostarse. Apagó su última vela antes de echarse al
suelo.

Tyrathan, silencioso como un espectro, se colocó al lado de Chen.

—En cuanto dé la señal... tranquilo, cuando lo haga, lo sabrás...


sube por las escaleras. Busca la palanca que abre la alacena y mata
a todo aquel que te encuentres.
—A lo mejor se van mañana por la mañana.

221
Michael A. Stackpole

El humano señaló hacia el lugar donde el comandante estaba


tumbado.
—Tiene un cuaderno de bitácora. Lo necesitamos.

Chen asintió y, a continuación, se acercó a las escaleras. Entre


tanto, en la parte principal del sótano, Tyrathan cogió sus flechas
de dos puntas y las metió por el extremo de doble filo en las rendijas
del suelo. Luego, las giró, colocando así una flecha debajo de cada
uno de esos trols dormidos. Colocó primero la del comandante;
después, la de los otros dos tipos que habían hablado y, por último,
la del silencioso, donde se quedó y miró a Chen. Señaló a las cuatro
flechas, acabando por la del comandante y, acto seguido, señaló a
Chen, a quien indicó que debía subir las escaleras.

El pandaren asintió y se preparó.

El humano empujó hacia arriba la primera para que atravesara un


trol y la giró. Antes de que la primera víctima gritara, dio un salto
hacia atrás para alcanzar las dos de en medio y tirar de ellas hacia
arriba, cada una con una mano. Los trols aullaron justo cuando iba
a coger la última flecha que también empujó para arriba.

Chen subió a saltos las escaleras, pero ni siquiera se molestó en


buscar la palanca. Atravesó la puerta como una exhalación. La
madera se astilló. La vajilla y unos cuencos de madera cruzaron
volando la habitación medio segundo antes que él irrumpiera en
ella. A su derecha, el trol silencioso yacía recostado sobre su lado
izquierdo La flecha le había atravesado el brazo y se le había
clavado en el pecho. Aunque hizo ademán de coger un cuchillo con
la mano derecha, Chen se anticipó y le dio una fuerte patada. Al
Zalandari se le fue cabeza tan violentamente hacia atrás que acabó
estrellándose contra la pared de piedra.

Chen se giró y se detuvo. Los dos trols más habladores se retorcían


en el suelo. A uno de ellos le había atravesado el estómago una
222
Vol’jin: Sombras de la Horda

flecha. El otro parecía hallarse clavado al suelo por la espalda. En


cuanto habían intentado incorporarse, las puntas de las flechas de
cuatro filos se engancharon en los resquicios y los sujetaron con
firmeza. La sangre salió disparada por doquier al compás de sus
gritos mientras golpeaban con los talones los tablones de madera y
arrancaban virutas al suelo con sus arañazos.

Sin embargo, el comandante, que era también chamán, se


encontraba junto a la puerta. Una energía oscura y vibrante con
forma de bola flotaba entre sus manos. Los gritos de sus camaradas
moribundos lo habían alertado del peligro. La flecha que estaba
destinada para él solo le había rozado las costillas. Miró fijamente
a Chen con unos ojos negros que bullían de odio y bramó algo cruel
en el idioma trol.

Chen, que era consciente de lo que sucedería si no reaccionaba (así


como de lo que ocurriría aunque hiciera algo), dio un salto, pero no
fue lo bastante rápido.

No obstante, una fracción de segundo antes de que la patada


voladora que había lanzado lo llevara hasta su víctima por el aire y
medio segundo antes de que el chamán completara el hechizo, una
flecha astilló el suelo. Pasó a gran velocidad junto al tobillo de
Chen y entre las manos del chamán, hasta alcanzar al trol justo por
debajo de la barbilla para salir después por el cráneo tras clavarle
la lengua al cielo del paladar.

Fue entonces cuando la patada de Chen lo alcanzó, empujando al


Zandalari a través de la puerta y hacia la oscuridad de la tormenta.

En ese instante, Tyrathan, con el arco en ristre, apareció en la parte


superior de las escaleras.

— ¿Estaba atascada la palanca?

223
Michael A. Stackpole

El pandaren asintió mientras los trols se retorcían agonizando.

—Sí, lo estaba.

El humano fue a comprobar si seguía vivo el trol silencioso y, al


instante, lo degolló. Pese a que era obvio que los dos del medio
acababan de morir, les echó un vistazo, por si acaso. A
continuación, se acercó al lugar donde el comandante había dejado
sus cosas y dio con un morral que contenía un libro y una cajita
repleta de plumas y tintas. Echó una ojeada al libro por un segundo
y, acto seguido, volvió a centrar su atención en el morral.
—No sé leer en Zandalari, pero por lo que pude entender de su
conversación, estaban estudiando el terreno, como nosotros. —
Echó un vistazo a su alrededor—. Vamos a arrastrar a ese otro aquí
dentro. ¿Crees que deberíamos quemar la casa?

Chen movió la cabeza de lado a lado.

—Probablemente, será lo mejor. Abriré ese barril del sótano y le


prenderé fuego con mi aliento ígneo. De todos modos, recordaré
este sitio para poder compensar más adelante a sus dueños.

El humano clavó su mirada en el Pandarian.

—No eres responsable de que hayan perdido esta granja.


—Tal vez no, pero tengo la sensación de que así es.

Chen contempló por última vez a esa casa, intentando recordar


cómo era, y, al instante, la convirtió en una pira. Después, siguió al
humano en medio de esa tormenta.

*******

Se dirigieron al oeste, hacia el monasterio, y dieron con un


complejo de cuevas que descendía y giraba sobre sí mismo. Se
224
Vol’jin: Sombras de la Horda

atrevieron a hacer un pequeño fuego y Chen lo agradeció, pues le


permitía hacer un poco de té. Además, necesitaba ese calor, así
como tiempo para pensar mientras Tyrathan estudiaba ese libro.
Chen estaba acostumbrado a combatir. Tal y como le había dicho
a su sobrina, había visto cosas en esas batallas que había decidido
olvidar de inmediato. Ese era uno de los pequeños milagros de la
vida: que las cosas más dolorosas pueden ser olvidadas, o al menos
el recuerdo de ellas se atenúa. Si te permites olvidarlo.

Había sido testigo de muchas cosas. Incluso había cometido


muchos actos crueles, pero nunca había visto algo como lo que
Tyrathan había hecho en esa casa. No obstante, esas flechas que
habían atravesado el suelo no era lo que más iba a recordar; a pesar
de que con ese ardid probablemente le había salvado la vida.
Además, había visto ya a bastantes soldados con los escudos
clavados a los brazos por culpa de unas flechas como para saber
que la madera no era una buena defensa ante un buen arquero. No
cabía duda de que el humano era un guerrero espectacular y, por
tanto, no le sorprendía lo que había hecho.

Sin embargo, tenía muchas dudas sobre si sería capaz de olvidar la


calma y determinación con las que el humano había preparado las
flechas allá abajo. Las había diseñado deliberadamente con esa
intención, no solo para matar, sino para cerciorarse de que fuera
imposible que no acabaran con sus adversarios. Su verdadera
intención había sido cazar a esos trols. Había retorcido los astiles
después de que penetraran en el cuerpo de sus rivales para
asegurarse de que las puntas se les clavaran en las costillas o en
otros huesos.

En todo combate había que luchar bien, con honor. Incluso la


estrategia que habían utilizado Tyrathan y Vol’jin en Zouchin, que
había consistido en quedarse atrás para disparar desde un escondite
a los Zandalari y demorar su avance, era algo honorable, pues había
permitido a los monjes salvar a los lugareños; no obstante, los
225
Michael A. Stackpole

Zandalari podrían pensar que habían empleado una táctica cobarde,


aunque, sin lugar a dudas, utilizar máquinas de asedio contra una
aldea pesquera como habían hecho ellos era del todo deshonroso.

Chen sirvió el té y le dio un pequeño cuenco a Tyrathan. El humano


lo aceptó y cerró el libro. Inhaló el humo que desprendía el té y,
acto seguido, lo bebió.

—Gracias. Está perfecto.

El pandaren esbozó una sonrisa forzada.

— ¿Hay algo útil ahí?


—Ese chamán era un buen dibujante. Dibujaba unos mapas
excelentes. Incluso tenía alguna flor prensada entre las páginas y
hacía bocetos de los animales y las formaciones rocosas del lugar.
—Tyrathan dio unos golpecitos al libro con el dedo—. Algunas de
las últimas páginas están en blanco, salvo por una serie de puntos
hechos al azar en las cuatro esquinas. Esos mismos puntos también
aparecen en algunas páginas escritas y repitió el mismo patrón en
un par que en un principio no las tenían. Creo que otra persona
inscribió esos símbolos en esas páginas en blanco.

Chen dio un sorbo al té y pensó que ojalá pudiera proporcionarle


más calor.

— ¿Y eso qué quiere decir?


—Creo que es un método para orientarse. Hay que colocar la parte
inferior de la página a la altura del horizonte para buscar las
constelaciones que encajen con los puntos. Y así sabes adonde
tienes que ir. —Frunció el ceño—. Ahora no podemos ver el cielo
nocturno, claro está, y las constelaciones aquí son diferentes, pero
estoy seguro de que podremos averiguar hacia dónde iban en
cuanto el cielo se despeje.
—Eso estaría bien.
226
Vol’jin: Sombras de la Horda

Tyrathan posó su té sobre la cubierta de cuero del libro.

—Se palpa la tensión en el ambiente, ¿eh?


— ¿Qué insinúas?

El humano señaló hacia atrás, hacia la granja.

—Has estado muy callado desde lo de la granja y eso no es habitual


en ti. ¿Qué sucede?

Chen clavó sus ojos en su cuenco de té, pero ese líquido humeante
no le dio ninguna respuesta.

La forma en que los mataste. No fue un combate...

— ¿Justo? —El humano suspiró—. Evalué la situación. Eran


cuatro y estaban mejor equipados para luchar que nosotros. Tenía
que matar o incapacitar a tantos como podía y lo más rápido
posible. Con Capacitar quiero decir que debía cerciorarme de que
no pudieran atacarnos de un modo eficaz.

Tyrathan alzó la mirada hacia Chen, con un semblante levemente


atormentado.

— ¿Eres capaz de imaginarte qué hubiera ocurrido si hubieras


irrumpido ahí y los dos del suelo no hubieran estado clavados a él
al igual que el de la esquina? Te habrían destrozado y luego me
habrían matado.
—Podrías haberte limitado a dispararles a través del suelo como
hiciste con el chamán.
—Esa treta funcionó únicamente porque estaba justo debajo de él
y porque su hechizo proyectaba una luz maravillosa. —Tyrathan
profirió un suspiro—. Lo que hice fue cruel, sí, y podría decirte que

227
Michael A. Stackpole

la guerra es siempre cruel, pero no pretendo ser irrespetuoso


contigo. Es solo que... no tengo palabras para describirlo...

Chen se sirvió un poco más de té.

—En realidad, los cazaste. Eso se te da bien.


—No, amigo mío, eso no se me da bien. Lo que se me da realmente
bien es matar. —Tyrathan bebió y, al instante, cerró los ojos—. Se
me da bien matar a larga distancia, sin ver los rostros de mis
víctimas. Se trata de mantener al enemigo a raya, a distancia. Sí,
mantengo a todo el mundo a distancia. Lamento que lo que has
visto te haya perturbado tanto.

La angustia que teñía la voz del humano le encogió el corazón a


Chen.

—También se te dan bien otras cosas.


—En realidad, no.
—El jihui.
—Es un juego de cazadores... al menos, del modo en que yo lo
juego. —Tyrathan se carcajeó a medias y, a continuación, sonrió—
. Por eso te envidio, Chen. Envidio tu habilidad para hacer reír a la
gente. Haces que se sientan bien consigo mismos. Si yo cazara
bestias suficientes como para celebrar el banquete más exquisito
que alguien haya probado jamás, esa comida sería algo memorable.
Pero si tú luego te presentaras ahí y contaras una de tus historias,
serías recordado. Eres capaz de llegar al manera en que yo alcanzo
sus corazones es con la punta de acero de un astil de un metro.
—Tal vez sí fueras así antes, pero ahora no tienes por qué serlo.
El humano titubeó por un momento y, entonces, bebió más té.
—Tienes razón, pero temo que estoy volviendo a ser así. Mira, se
me da bien matar, realmente bien. Y temo que me guste demasiado.
La cuestión es que eso te aterra, es obvio. Aunque a mí todavía
más.

228
Vol’jin: Sombras de la Horda

Chen asintió en silencio porque no tenía nada que decir que pudiera
conmover el corazón de ese humano. Se dio cuenta de que, a los
ojos de la mayoría de los pandaren, ese humano estaba renunciando
al huojin. Dejarse llevar por la impulsividad significa dar muy poco
valor a las cosas y a los demás. Un enemigo sin rostro, en la lejanía,
es más fácil de matar que a alguien que solo está a una espada de
distancia. El huojin, llevado al extremo, quitaba el valor a toda vida
y era, simplemente, el heraldo del mal.

Pero su opuesto, el tushui, cuando se lleva al extremo, provoca,


lógicamente, que alguien pase tanto tiempo pensándose las cosas
que le resulte imposible tomar una decisión. Aunque eso no es la
antítesis del mal. Por eso los monjes insisten tanto en mantener el
equilibrio. Miró a Tyrathan. Un equilibrio que a mi amigo le
resulta muy difícil hallar.

*******

La cuestión del equilibrio permaneció en la mente de Chen durante


el resto de su viaje al monasterio. Chen buscaba su propio punto de
equilibrio, que parecía centrarse en la cuestión de si debería fundar
una familia o seguir explorando. Le resultaba muy fácil imaginarse
haciendo ambas cosas con Yalia a su lado, quien le permitiría
disfrutar de lo mejor de la vida en sus diversas facetas. Mientras
viajaban, Tyrathan fue haciendo cálculos valiéndose del diario del
trol.

—Quizá estoy siendo demasiado aventurado, pero creo que se


dirigían al corazón de Pandaria.
—Al Valle de la Flor Eterna. —Chen dirigió su mirada al sur—. Es
un lugar muy hermoso y antiguo.
— ¿Has estado ahí?
—Solo he conocido su esplendor cuando he tenido que atender mis
obligaciones junto al muro del Espinazo del Dragón, que está
situado al oeste, pero no he hollado su suelo.
229
Michael A. Stackpole

Tyrathan sonrió al instante.

—Pues creo que eso va a cambiar muy rápidamente. Es ahí donde


hallaremos a los Zandalari y tengo la sensación de que ninguno de
nosotros va a disfrutar con ese encuentro.

230
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO DICINUEVE

—Las subestimaciones se sobrestiman en tiempos de guerra, lord


Taran Zhu. —Vol’jin inclinó la cabeza ante Chen y Tyrathan—.
Me alegra que hayan vuelto.

El humano le devolvió el saludo.

—Nos alegramos de haberlo logrado. Y también nos alegramos de


ver que vas recuperando la voz.
—Sí, es una gran alegría, Vol’jin. —El maestro cervecero pandaren
sonrió—. Puedo prepararte un poco de té que podría ayudarte en tu
recuperación.

El trol negó con la cabeza. Se percató de que Chen y el humano


mantenían una actitud un tanto distante entre ellos, pero no era el
momento de indagar en ese asunto.

—No, no va a mejorar más. Por ahora. Con todo respeto, lord Taran
Zhu, tenemos que saber más sobre ese lugar.
—No juzgues tan severamente a los pandaren, Vol’jin. Sin duda
alguna, hallarás muchos defectos en la forma en que hemos hecho
las cosas. Crees que el hecho de que carezcamos de un ejército

231
Michael A. Stackpole

formal es un error, a pesar de que hace milenios que ninguna


invasión ha tenido éxito. Aunque quizá al final puedas demostrar
que estás en lo cierto. —El líder del Shadopan se llevó ambas
zarpas a la espalda. Por lo que Chen me ha contado acerca del
mundo situado más allá de la niebla, ustedes también se han
enfrentado a catástrofes impredecibles. Podrías argumentar que
nuestra lógica en esta mate-da es errónea; sin embargo, durante
milenios, ha demostrado ser muy válida, tanto que es tan
indiscutible como que el sol se alza al alba y se pone al atardecer.
—Tus palabras no me proporcionan la información que necesito.
—Pero te alertan de que no debes hacer caso a tus prejuicios, pues
podrían nublar tu juicio sobre lo que vas a ver. —Taran Zhu señaló
con la cabeza al mapa—. Si bien hay muy pocas referencias, el
valle no es un territorio desconocido. Incluso está habitado y
algunos de los refugiados que han huido de ciertas incursiones
recientes han encontrado un santuario ahí. Aun así, debo reconocer
que carecemos de mapas y de la información táctica que tanto
deseas.
—Es como si esperaran que, al mantener ese valle oculto, podrían
aislar a Pandaria de lo que acecha dentro de él. —Tyrathan clavó
su mirada en el mapa—. Pero esconder un problema no supone
eliminarlo.
—Sin embargo, sí demora a aquellos que quieren causarlo. —El
anciano pandaren respiró hondo y exhaló lentamente—. Lo que les
voy a mostrar es una información que ha pasado de un señor del
Shadopan a otro y se remonta a tiempos anteriores a la existencia
del Shadopan. Solo puedo mostrarles lo que a mí se me ha
mostrado. No sé cuántas cosas se han olvidado o exagerado. No he
compartido nunca con ningún monje lo que ahora les voy a contar
a ustedes.

Volvió a colocar sus zarpas a la vista, a la altura de la cintura, y


entonces extendió los brazos. Unas bolas negras de energía
crepitaron en la palma de sus manos. Sostenía una más arriba que
la otra, ambas inclinadas hacia un lado. Una especie de ventana que
232
Vol’jin: Sombras de la Horda

irradiaba una luz dorada apareció entre ambas y, dentro de esa


ventana, unas imágenes cobraron vida.

—Esta área está oculta dentro del Cementerio Tu Shen, donde se


enterró al círculo de siervos de mayor confianza del Rey del Trueno
(el primer mogu tirano con el que sus Zandalari pactaron en los
albores del tiempo). Sus señores de la guerra fueron asesinados
cuando su maestro estaba muriendo; quizá para impedir que
intentaran usurpar el trono y sumieran al imperio en una guerra
civil. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que los mogu creen que
la muerte no siempre es el final y que los muertos pueden ser
revividos, o al menos algunas partes de ellos pueden ser
resucitadas. Supongo que ese es propósito de la inminente invasión
del valle.

Vol’jin escrutó detenidamente esas imágenes y vio por primera vez


a un mogu; en vez de solo intuir su presencia como le había
ocurrido en aquella caverna. Se le secó la boca y el dolor se apoderó
de su garganta. Los guerreros mogu eran más altos incluso que los
Zandalari y muy musculosos; además, poseían un semblante
implacable y parecían tallados a partir de un dolmen de basalto.
Vol’jin había dado por sentado, tal y como Taran Zhu había
advertido, que el paso del tiempo podría haber hecho que se les
recordara como más temibles de lo que realmente eran. Aun así,
aunque fueran realmente la mitad de poderosos, seguirían siendo
formidables.

En esa visión, cruzaban Pandaria, valiéndose de la espada y el


fuego para extender su dominio sobre otros pueblos. Los pandaren
se veían reducidos a ser una mera raza de esclavos. Los más
afortunados hacían las veces de bufones para entretener a sus amos
mogu. Esos pandaren vivían en palacios de piedra y disfrutaban de
una vida de relativo lujo. Pero ese lujo terminaba cuando alguna de
sus bromas ofendía a algún amo y nada podía provocar más risas

233
Michael A. Stackpole

en un mogu que oír el chasquido de una columna al quebrarse o el


de una cabeza al separarse del tronco.

La visión cambió por un momento y a Vol’jin se le hizo un nudo


en el estómago. Estaba de nuevo en la cueva donde había muerto,
pero no era solo un lugar húmedo y mohoso cubierto de guano de
murciélago, sino que era la base donde los hechiceros mogu
operaban. Una nidada de huevos de reptil (de crocoliscos, tal vez,
Vol’jin no alcanzaba a distinguirlos bien, pero daba igual) eran
enterrados con sumo orden en una arena calentada mágicamente
para tener la temperatura precisa. Entonces, una vez eclosionaban,
las criaturas recién nacidas eran llevadas a otra parte que el trol
ahora reconoció que era un grajero.

Ahí, en la cámara donde había muerto, los mogu manipulaban k


misma magia que él había sentido en ese lugar. La magia de los
titanes. La magia que había moldeado el mundo. En ese sitio, los
mortales jugaban con poderes divinos para transformar a unas
criaturas muy simples en los saurok. Utilizaban a ese pueblo reptil
como tropas de reemplazo con las que mantener su imperio, lo que
permitía a los mogu disfrutar de los frutos de su conquista.

Pese a que era un proceso terrible de ver, Vol’jin no apartó la


mirada. Los huesos de esa criatura se quebraron y estiraron. Las
articulaciones se le recolocaron y los músculos se le desgarraron.
Cuando estos se le regeneraron lo hicieron de un modo distinto para
poseer más potencia. Ahora que era un saurok era mucho más alto
y le habían crecido los dedos y le habían brotado unos pulgares.
Había pasado de ser un reptil a un guerrero con escamas en cuestión
de minutos, lo cual, más que una demostración de la habilidad de
los mogu, era una prueba palpable del tremendo poder de la magia
con la que jugaban.

El trol se estremeció. ¿Acaso la magia de los titanes que permeaba


ese lugar evitó que muriera? En cuanto ese pensamiento cruzó su
234
Vol’jin: Sombras de la Horda

mente, quiso echarse a reír. Al parecer, Garrosh había escogido


para su asesinato el único lugar donde sería imposible matarlo.

Las carcajadas se quedaron ahogadas en su garganta en cuanto esa


escena dio paso a otra, teñida de fuego y sangre, mucho más
siniestra que la anterior de la conquista. El cielo se oscureció. Un
relámpago rojo cayó desde allá arriba, fluyendo como si fuera lava,
y se derramó sobre todo el paisaje. La magia distorsionaba la
realidad, mientras los monjes derrotaban a sus señores supremos.
Uno monjes que lideraron la lucha por la libertad y ganaron la
batalla con suma valentía.

Tras la caída del imperio mogu, a medida que el cielo se tomaba


más luminoso y la sangre abandonaba los ríos y arroyos, los
pandaren recogieron a sus enemigos caídos y los enterraron en el
cementerio Tu Shen. El respeto que mostraron a los señores de la
guerra mogu le sorprendió. Si Vol’jin se hubiera encontrado con
Tyrathan en un campo de batalla y lo hubiera matado, habría
clavado la cabeza del humano en un palo que habría colocado en
un cruce de caminos para que los viajeros conocieran su victoria.

Esto debe ser cosa de su obsesión por el equilibrio. El miedo y el


odio deben ser equilibrados con el respeto. Acto seguido, Vol’jin
observó cómo se sellaban esas tumbas, cómo se ocultaban todas las
pistas y cómo se alzaba la niebla para envolver Pandaria. Entonces,
esa niebla también tiene mucho que ver con el equilibrio, con la
paz de la invisibilidad, del camuflaje, frente al terror de la guerra.
Su generosidad hunde sus raíces en la necesidad de sanar, al igual
que el hecho de ocultarse hunde las suyas en la necesidad de
sobrevivir.

Mientras la visión se desvanecía, la mirada del trol se cruzó con la


de Taran Zhu.

—Solo intento entenderlo, lord Taran Zhu. No pretendo juzgar.


235
Michael A. Stackpole

—Pero te gustaría que las cosas fueran de otra manera.


—Las cosas del pasado siguen teniendo mucha importancia. El
deseo, sin embargo, no nos hará ganar esta batalla. —Vol’jin
presionó con un dedo una región del mapa, la de Tu Shen—. Has
dicho que ahí vive gente. ¿Qué nos puedes contar sobre ellos?
—Muy poco, salvo que se sienten muy satisfechos con sus vidas y
que no exploran ni se comunican con el exterior. Viven ocultos y
felices en su paraíso. -—Taran Zhu sonrió—. A los pandaren de
naturaleza aventurera los animaron a seguir a la tortuga.

Chen alzó la cabeza.

—Así que no vamos a perturbar la paz de las tumbas de los señores


de la guerra y los emperadores mogu.
—Veo que lo entiendes, maestro Cerveza de Trueno. Aunque
algunos mogu sobrevivieron, nunca fueron una gran amenaza. Lo
poco que sabemos sobre los Zandalari lo supimos a través de los
mogu, quienes siempre subestimaron el poder de los Zandalari.
Siempre hemos trabajado con la hipótesis de que nadie deseaba
resucitar a los mogu o que nadie poseía esa capacidad. Al parecer,
los Zandalari han dado pasos para poder lograrlo. Han sacado al
Rey del Trueno de su tumba y...

El humano se cruzó de brazos.

—... y ahora vienen a por los señores de la guerra del Rey del
Trueno, ¿no?
—En efecto, porque así potenciarán los poderes de este, así como
su voluntad.

El Rey del Trueno debía de tenerles la misma estima que Garrosh


tiene ahora a los líderes de los demás contingentes de la Horda.

Vol’jin asintió.

236
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Bueno, entonces, lo lógico es sacar dos conclusiones. El


restablecimiento de su reino será la primera meta del Rey del
Trueno.

Chen movió la cabeza de lado a lado.

—Lo cual sería fatal para Pandaria.


—Sí. La gente de aquí quizá lo haya olvidado tras meterlo en una
tumba, pero dudo mucho que el tiempo que ha pasado ahí le haya
hecho perder la memoria. —El humano suspiró—. La segunda
conclusión es que debemos detener a las fuerzas invasoras
Zandalari para que no lleguen al cementerio.

Vol’jin negó con la cabeza.

—No, debemos impedir que resuciten a los señores de la guerra.


Además, es muy probable que solo haya un puñado de individuos
bastante poderosos como para poder realizar esa invocación.

Tyrathan asintió bruscamente.

—Entendido. Hay que matarlos...


—Creo que bastará con solo matar a unos cuantos. —Vol’jin miró
a Taran Zhu—. Lo prioritario ahora es preparar Pandaria para
resistir a los mogu. ¿Con cuántos monjes cuentas para ello?
—Con un centenar, a casi la mitad de los cuales los he enviado ya
a las provincias para organizar las defensas y la logística, así como
para adiestrar a otros pandaren. Pero esos no son los monjes a los
que te refieres. —El anciano maestro elevó la barbilla—. Tú te
refieres a los capaces de matar, si contamos con ustedes tres y yo
mismo, somos cincuenta.
—Así que somos solo medio centenar para detener una invasión
Zandalari y enviar de vuelta a la tumba un tirano mogu de miles de
años de antigüedad. —Vol’jin asintió con parsimonia—. Para
ocuparme del cementerio, necesitaré a siete de ellos. Y, ahora,
237
Michael A. Stackpole

pensemos en qué vas a hacer tú con el resto mientras nosotros no


estamos.
—Esto no me agrada, capitán Nir’zan. —El hecho de que ese trol
yaciera postrado en el suelo ante ella no estaba aplacando su furia
como solía ser habitual—. Me parece que deseabas recibir mis
alabanzas por haber determinado que el humano que mató a un
grupo de nuestros exploradores era el mismo que luchó contra
nosotros aquí, en Zouchin. Supongo que comprenderás que habría
preferido recibir la noticia de que está muerto, no de que sigue vivo
para luchar.
—Sí, mi señora.
—Asimismo, me siento aún más disgustada porque el diario de ese
chamán ha desaparecido. Ese humano y su aliado pandaren
deberían haber sido capturados ya. Debería tener ese diario en mis
manos ahora mismo.

Si el trol hubiera intentado rebatirla argumentando que eso era


imposible, Khal’ak lo habría matado con sus propias manos para
dar ejemplo a los demás oficiales que estaban observando la
escena. No obstante, ella sabía perfectamente que no era razonable
haber esperado que el capitán, al que había enviado a comprobar
qué ocurría después de que el grupo de exploradores no hubiera
mandado ningún informe, pudiera haber dado alcance a esos
asesinos.

Khal’ak le dio un golpecito con el pie en el hombro, para indicarle


que se incorporara y se arrodillara.

—He de reconocer tu valor al haberte presentado en persona para


informarme y al haber mantenido a tu unidad apostada en el este.
También debo tener en cuenta que has sido capaz de hacer un
bosquejo de las huellas del humano en la aldea pesquera y de seguir
sus huellas hasta aquí. Eres más inteligente de lo que cabría pensar.

El capitán Nir’zan mantuvo la mirada clavada en el suelo.


238
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Eres muy generosa, mi señora. Por fortuna, la tormenta que


apagó el incendio de la granja no borró sus huellas.

Khal’ak juntó ambas manos sobre sus labios por un momento y, a


continuación, las bajó y asintió.

—Cada uno de ustedes va a desplegar a sus respectivas compañías


en abanico a lo largo de la ruta que pretendemos seguir, bebemos
dar por sentado que el enemigo sabe que nos acercamos. Van a
apostarse en los cruces de caminos y demás lugares donde podrían
demorar el avance de cualquier oposición. Les advierto de que más
les vale que ninguno de ustedes o ninguno de sus soldados se bata
en retirada. Más les vale morir rápidamente a manos del enemigo
que morir lentamente a mis manos.

»Tendrán que hacer prisioneros, para interrogarlos. Si se trata de


individuos con un cargo importante o influyentes políticamente,
tráiganmelos. Decapiten a sus familias. Quemen sus cuerpos y
coloquen sus cabezas en los cruces de camino. Las muertes de
nuestros exploradores son culpa en parte de los pandaren, así que
deseo que diez de esas criaturas bestiales sean dadas muerte por
cada una de nuestras bajas. Y liberen a un prisionero (a alguien
muy joven o viejo, no a un combatiente) para que corra la voz.

Se inclinó hacia delante, alzó la puntiaguda barbilla de Nir’zan con


un dedo doblado y añadió:

—Y a ti, Nir’zan, te voy a conceder un gran privilegio, puesto que


has sido tú quien ha descubierto que ese humano ha participado en
todo esto. Tú y tu compañía van a seguir avanzando. Van a
descubrir dónde se encuentran las fuerzas de la Alianza y van a
capturar a unos cuantos prisioneros sin revelar su posición. Es
preferible que sean humanos, o incluso huargen, o elfos si se da la
ocasión, así como un par de enanos o tres gnomos. Quiero unos
239
Michael A. Stackpole

doce enemigos, que sean el equivalente en peso humano a nuestros


muertos, como compensación por nuestras bajas. En este caso, no
liberen a ninguno, pues pronto sabrán por qué algunos de los suyos
han desaparecido.
—Sí, mi señora.
—Los llevarán hasta las tumbas de los señores de la guerra. Voy a
utilizarlos ahí para un determinado fin. —Se enderezó—.
Márchense ya. Todos. Vuelvan para informar cuando hayan
cumplido sus misiones con éxito.

Al instante, los capitanes trol echaron a correr en dirección a sus


unidades y levantaron bastante arena. Los observó marchar,
mientras reprimía unas carcajadas de satisfacción. No le fallarían,
pero únicamente porque no podían fracasar en la misión que les
había encomendado. Ese éxito era necesario para incrementar su
confianza, pues la iban a necesitar más adelante cuando les exigiera
lo imposible.

Se volvió, ya que había notado que la sombra de un mogu se cernía


sobre ella antes de que siquiera se hubiera proyectado sobre la
arena.

—Buenos días, honorable Chae-nan.


—Valoras muy poco a tus muertos. Yo habría matado a un centenar
de pandaren por cada una de tus bajas.
—Me he planteado esa posibilidad, pero hemos localizado muy
pocos cruces de caminos y no tendríamos palos suficientes donde
clavar todas esas cabezas. —Se encogió de hombros—. Además,
más adelante, siempre podremos matar a más, algo que haré para
satisfacción de su amo.
—Dudo mucho que le satisfaga la muerte de unos cuantos
pandaren, pero la de unos humanos quizá sí. —El mogu esbozó una
sonrisa que desentrañaba el misterio de por qué los verdugos solían
ir encapuchados—. La muerte de ese humano, de ese pandaren y

240
Vol’jin: Sombras de la Horda

de ese otro, creo que es un trol, a los que persigues... sí satisfarían


a mi amo.
—Entonces, voy a hacer todo cuanto esté en mi mano para
capturarlos. —Le hizo una reverencia—. Yo misma se los
entregaré, para que el Rey del Trueno pueda absorberles las almas
y degustar sus agonías.

241
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO VEINTE

Vol’jin se encontraba atrapado en un sueño o una visión. No estaba


muy seguro de qué era. Si era un sueño, podría desdeñarlo como
una mera consecuencia del proceso de asimilación que su mente
estaba llevando a cabo de todo lo que había visto y oído. Pero si era
una visión (que tenía toda la pinta de ser un regalo de la Danzarina
de la Seda), debería prestarle atención, y eso significaba que tendría
que interpretarlo.

Una máscara rush’kah le tapaba la cara, lo cual le alegraba, pues


así, si veía su imagen reflejada por casualidad en cualquier lado, no
sabría si estaba dentro o no del cuerpo de un Zandalari. Aunque no
se sentía como cuando había estado dentro del pellejo de Tyrathan.
No, Vol’jin se sentía como un trol; incluso más que cuando se
hallaba dentro de su propio pellejo. Entonces, al echar un vistazo a
su alrededor, se percató de que se hallaba en una época anterior a
que existiera algún trol que no fuera un Zandalari.

Había retrocedido en el tiempo mucho más que nunca.

Reconoció aquel lugar como Pandaria, aunque sabía que si


pronunciaba ese nombre, su anfitrión sería incapaz de entenderlo.

242
Vol’jin: Sombras de la Horda

Pandaria era el nombre vulgar que recibía ese sitio. Los mogu
guardaban en secreto su verdadero nombre y, a pesar de que él era
un invitado privilegiado, no lo iban a compartir con él.

Los pandaren corrían de aquí para allá trayendo y llevando cosas,


aunque ninguno de los miembros de aquel grupo era tan grueso
como chen. Su anfitrión, un Sacrificador de Espíritus mogu de un
rango social equivalente, le había sugerido que subieran esa
montaña, para poder contemplar mejor esas tierras. Se habían
detenido cerca de la cima, para disfrutar del almuerzo.

Vol’jin, cuyo cuerpo permanecía a miles de años en el futuro,


reconoció el lugar donde se habían parado como el futuro
emplazamiento del monasterio. Se sentó y mordisqueó unas dulces
tartas de arroz bajo la máscara en el mismo lugar donde dormía su
cuerpo en el futuro. Se preguntó si, de algún modo, había logrado
acceder a los recuerdos de una vida previa.

Ese pensamiento lo estremeció y le revolvió el estómago.

No pudo evitar estremecerse, por mucho que no quisiera, porque


había sido criado en la cultura trol. A pesar de que los Zandalari se
consideraban superiores a los demás trols y a pesar de que algunos
trols como los Lanza Negra hacían bromas sobre lo bajo que habían
caído los Zandalari, el hecho de que estos no los respetasen era
como si a un niño su padre no le quisiese; era algo que dejaba tal
vacío en el corazón que, por muy impresentable que pudiera ser el
padre, el niño estaba más que dispuesto a llenarlo con cualquier
leve gesto cariñoso por parte de su progenitor. Por tanto, descubrir
que en el pasado había sido un Zandalari, o al menos tener la
oportunidad de hallarse dentro del pellejo de un Zandalari, suponía
cumplir un deseo reprimido que no le habría gustado tener.

Puedo reconocer la existencia de ese deseo, pero no debo dejar


que me esclavice. No obstante, como esa situación también le
243
Michael A. Stackpole

revolvía las tripas, le resultaba fácil no dejarse arrastrar por ese


deseo. Entonces, su anfitrión mogu hizo un gesto a un sirviente,
porque no le habían rellenado su copa con suficiente celeridad. Al
instante, un relámpago negro azulado cayó sobre el encorvado
pandaren. La criatura se tambaleó, derramando el vino de la jarra
dorada que portaba. Su amo mogu volvió a acribillarlo a rayos una
y otra vez, hasta que decidió volverse hacia su invitado.

—Soy un mal anfitrión por haberte negado este placer.

A Vol’jin le dio un vuelco el corazón al darse cuenta de que lo


estaba invitando a torturar a ese pandaren. Su anfitrión no le estaba
pidiendo que demostrara su superioridad ante ese sirviente
destrozado, no, le pedía que demostrara que era tan capaz como él
de infligir dolor. Eran una suerte de arqueros de lo arcano que
disparaban a un blanco, rivalizando por acercarse más a la diana.
Solo importaba quién ganaba, no el blanco.

Nadie llorará la muerte del blanco.

Por suerte, antes de que Vol’jin descubriera si sería capaz de


participar en esa competición, la escena cambió. Ahora, él y su
invitado se encontraban recostados en la cima de una pirámide de
unas junglas a las que en el presente se las conocía como
Tuercespina. La ciudad que se extendía ante ellos había recubierto
de piedra una vasta llanura y gran parte de esas piedras habían sido
traídas desde muy lejos, a través de todo ese mundo que los trols
dominaban. Esa ciudad era tan antigua que, en la época de Vol’jin,
no quedaba el más mínimo rastro de ella, salvo las pocas piedras
que habían sido saqueadas y reutilizadas en la construcción de otras
ciudades una y otra vez con el paso tiempo, y que ahora eran
derribadas y reducidas a escombros con los que rellenar paredes
cubiertas de enredaderas.

244
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin percibió que su invitado se mostraba levemente desdeñoso.


La pirámide no era un lugar elevado tan glorioso como lo había
sido la montaña (y eso que no habían llegado a la cima de esta),
pero los trols no necesitaban montañas para contemplar sus reinos.
Cuando uno era capaz de comunicarse con los loa, cuando uno
recibía el don de las visiones, ya no tenía necesidad de subirse a
unas alturas en el plano físico (o mortal). Los trols no utilizaban a
otras razas como siervos, ya que ¿acaso había alguna especie
suficientemente digna como para poder tocar a un trol? Su sociedad
estaba dividida en castas y cada casta tenía su papel y su propósito.
Todo lo que se hallaba bajo el cielo debía respetar un orden.

Eran tal y como debían ser, y los loa se compadecían de los mogu
que no lograban entender por qué las cosas tenían que ser así.

Vol’jin intentó percibir algún atisbo de magia de titán en su


invitado, pero no detectó nada. Tal vez aún no la hubieran
descubierto. Tal vez únicamente la utilizaron para crear a los
saurok en posteriores etapas de su imperio. Tal vez el Rey del
Trueno había estado tan loco como para ordenar su uso, o tal vez
era su uso lo que le había vuelto loco. Aunque eso importaba más
bien poco.

Lo que sí importaba era la brecha que se había abierto entre los


Zandalari y los mogu. Ahí se hallaba en terreno fértil que había
abonado la caída de los mogu. La leve sensación de desprecio que
ahora Vol’jin sentía se acabaría transformando en una educada
indiferencia que separaría a ambos pueblos. Confiaban en que el
otro no se atrevería a atacarlos porque cada uno de ellos estaba
convencido de que podrían destruir a su socio. Mientras siguieran
de espaldas unos a otros, serían incapaces de ver cómo el otro
flaqueaba.

Curiosamente, ambas sociedades acabaron cayendo. Los esclavos


que los mogu tanto estimaban como propiedad y de los que tanto
245
Michael A. Stackpole

dependían se rebelaron y los derrocaron. Las castas que mantenían


el esplendor de los Zandalari se separaron del resto y formaron su
propio pueblo. A pesar de que esta separación menguaba su poder,
los Zandalari les dejaron marchar contentos, pues era como
abandonar a unos niños rebeldes que volverían suplicando en
cuanto se dieran cuenta de que su rebelión juvenil era una
estupidez...

Volverían para suplicar a los Zandalari que los acogieran de nuevo


en su seno.

Vol’jin se despertó en su celda profiriendo un gruñido, sorprendido


por el hecho de que sobre sus ojos no hubiera una máscara sino un
solo hilo de telaraña. El frío de la atmósfera anunciaba la llegada
de la nieve. Se incorporó, dobló las rodillas hasta tocarse el pecho
con ellas por un momento y, acto seguido, se vistió y salió de la
celda. Sorteó el patio donde los monjes se ejercitaban (los cuales
iban ataviados con prendas de seda o una armadura de cuero) y se
dirigió a la montaña.

Si bien ni los Zandalari ni los mogu habían sentido la necesidad de


alcanzar esa cima, Vol’jin sentía la imperiosa necesidad de
alcanzar esas alturas que esas otras dos razas no habían querido
hollar por pereza. Se le ocurrió que los pandaren tenían una forma
de pensar que les había llevado a convencerse de que no
necesitaban alcanzar ya esa cima porque creían que habían
alcanzado el equilibrio en sus vidas.

Ese autoengaño los había condenado.

Cuando ya había ascendido las tres cuartas partes de la montaña, se


topó con el humano, que lo estaba esperando.

—Eres espantosamente silencioso, incluso cuando te hallas sumido


en tus pensamientos.
246
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Aun así, has percibido que me aproximaba.


—He pasado mucho tiempo aquí arriba, así que conozco los ruidos
habituales del lugar. Pero no te he oído, sino que he oído la reacción
de todo el entorno a tu llegada. —El humano sonrió—. ¿Has pasado
una mala noche?
—En general, no, pero poco antes de levantarme he tenido una
pesadilla. —Vol’jin estiró la espalda—. ¿Tú has dormido mal?
—He dormido tremendamente bien. “Tyrathan se levantó de la
roca sobre la que estaba sentado y reanudó el ascenso por ese
estrecho sendero—. Lo cual es sorprendente, ya que he aceptado tu
plan, a pesar de que es una misión suicida.
—No será la primera en la que has participado.
—El mero hecho de que puedas afirmar algo así y estar al mismo
tiempo en lo cierto hace que albergue serias dudas sobre mi
cordura.

El trol caminó junto a él dando grandes zancadas, satisfecho porque


solo le dolía muy levemente el costado y porque no detectaba ni el
más leve rastro de cojera en Tyrathan.

—Eso demuestra que eres un superviviente nato.


—No lo creo. —El humano miró hacia atrás, entornando los ojos—
. Ya viste cómo sobreviví en el Corazón del Dragón. Salí corriendo
de ahí.
—Más bien, saliste arrastrándote de ese lugar, —Vol’jin alzó
ambos brazos con las manos abiertas—. Uno hace lo que tiene que
hacer para sobrevivir.
—Actué como un cobarde.
—Si intentar evitar morir junto a tus hombres es cobardía, entonces
todo general es un cobarde. —El trol negó con la cabeza—.
Además, ya no eres ese hombre. Ese hombre se teñía el pelo y no
tenía barba. Y nunca habría huido si alguno de los que dependían
de él hubiera seguido vivo.
—Pero lo hice, Vol’jin. —Tyrathan estalló en carcajadas, aunque
solo él mismo pareció entender el chiste—. Y en lo que respecta a
247
Michael A. Stackpole

la barba y a dejar que mi pelo recuperara su color natural, eso ha


sido porque, tras mi encuentro con la muerte, ya no deseo
engañarme más a mí mismo. Ahora me entiendo mucho mejor. Sé
quién y qué soy. Ya no tengo miedo, ya no voy a huir.
—Si temiera que lo fueras a hacer, no te dejaría acompañarme.
— ¿Por qué quieres que venga Chen?

Súbitamente, a Vol’jin le hirvió la sangre de ira.

—Porque Chen no va a huir.


—Lo sé, y no pretendía insinuar lo contrario. —El humano profirió
un suspiro—. Precisamente, porque no va a huir creo que no
debería venir. Muy pocos monjes tienen una familia más allá de
este lugar. Yo estoy solo. No sé si tú...

Vol’jin hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Ella lo entenderá.
—Chen tiene a su sobrina y a Yalia. Francamente, tiene un corazón
demasiado grande como para ser testigo de lo que vamos a hacer.
— ¿Qué fue exactamente lo que ocurrió en esa granja?

Mientras ascendían el resto del camino hacia la cima, el humano le


explicó con todo detalle qué había ocurrido. Vol’jin lo entendió
todo perfectamente. El humano había decidido matar primero al
más silencioso porque no se había quitado al armadura, pues eso
implicaba que sería el más difícil de eliminar. Los otros dos
soldados eran solo eso, soldados. Y por la conversación que habían
mantenido entre ellos, había podido deducir que su líder no era un
guerrero.

El humano había tomado las mismas decisiones que Vol’jin habría


tomado, y por las mismas razones. Si no les hubieran tendido una
trampa a los trols, no habrían podido sobrevivir. No solo habían

248
Vol’jin: Sombras de la Horda

logrado evitar una confrontación directa, sino que, como el dolor y


el terror se habían apoderado de ellos, habían quedado a su merced.

A pesar de que entendía completamente por qué Tyrathan había


hecho lo que había hecho, ahora también comprendía por qué Chen
estaba tan taciturno, lo cual no era habitual en él. Mucha gente que
iba a la guerra se negaba a aceptar lo que realmente hacían en ella.
La cultura definía la guerra a través de relatos heroicos y valerosos.
Esas historias pasaban de puntillas sobre el horror y resaltaban el
coraje y la fortaleza para superar unas condiciones terriblemente
adversas. En consecuencia, un millar de baladas podían glosar las
hazañas del guerrero que contuvo a un millar de odiados enemigos,
aunque ni a uno solo de los caídos se le otorgaría una mera nota a
pie de página en la historia.

Chen era de esos a los que siempre les había encantado mitificar
las batallas, sobre todo porque siempre había estado alejado de
ellas, lo cual no quiere decir que no se hubiera tenido que
enfrentarse más de una vez a alguna amenaza y lo cierto era que se
las había arreglado muy bien. Sin embargo, cualquier combatiente
que se permitía el lujo de regodearse en el propio peligro que corría
era alguien que corría el riesgo de volverse loco o de arrojarse
contra el enemigo para poner punto final a su locura.

Hasta ahora, Chen siempre había luchado por sus amigos, para
apoyarlos en sus batallas. Pero aquí, iba a luchar por un lugar al
que consideraba su hogar. En el mundo exterior, había sido el único
pandaren. Allá, ninguno de esos muertos se había parecido a él. Ni
a su sobrina ni a su amiga especial.

En cuanto alcanzaron la cumbre, Vol’jin se acuclilló.

—Comprendo que albergues ciertas dudas sobre Chen. Mira,


ninguno dudamos de su coraje. Ninguno queremos que resulte
herido. Pero por eso mismo debe venir. Da igual que triunfemos o
249
Michael A. Stackpole

fracasemos, si no participa en la lucha, se sentirá aún peor que


viéndonos matar a millares de adversarios de maneras horrendas
que harán chillar al dar sus últimos estertores. Es un pandaren.
Pandaria es su futuro. Esta es su lucha. No podemos protegerlo de
todo esto, así que será mejor poder contar con él a nuestro lado,
quizá incluso sea nuestra salvación.

El humano caviló por un momento y, a continuación, asintió.

—Chen me contó historias sobre ti, sobre tu pasado. Me dijo que


eras muy sabio. Durante esos tiempos, ¿te llegaste a imaginar que
algún día se volverían las tomas y acabarías luchando por su hogar
como el hizo en su día por el tuyo?
—No. —El trol contempló Pandaria y observó detenidamente las
montañas que se abrían paso entre las nubes, así como el bosque
que sobresalía allá abajo en ciertas zonas—. Este es un lugar por el
que merece la pena luchar. Por el que merece la pena morir.
— ¿Te refieres a luchar por él para evitar que otros hagan aquí lo
mismo que les hicieron a nuestros hogares?
—Sí,

Tyrathan se rascó la perilla.

— ¿Cómo es posible que un líder de la Horda y un soldado de la


Alianza se unan para luchar por una gente que no tienen nada que
ver con nuestras disputas?
—Al hacer esa pregunta te estás refiriendo a las personas que
éramos antes. —Vol’jin se encogió de hombros—. Mi cuerpo
sobrevivió a mi asesinato, pero yo morí en esa cueva. El Vol’jin al
que pretendían asesinar murió de verdad.
—Pero no estás más cerca que yo de decidir quién eres ahora.
—No voy a ser un cangrejo de cráneo. —Vol’jin percibió en la
mirada de Tyrathan que este no entendía de qué estaba hablando—
. Es una alegoría que me ha enseñado Taran Zhu.

250
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Conmigo ha utilizado la de la Habitación de las Mil Puertas. Me


ha explicado que por algunas de esas puertas puedo pasar por muy
poco, pero solo una encajará conmigo a la perfección; además, la
puerta que atravesé en su día se ha desvanecido.
— ¿Ya has elegido tu puerta?
—No, pero creo que me falta muy poco para decidirme. Mis
opciones se han reducido. —El humano sonrió—. Aunque, como
sabes, en cuanto la atraviese, me hallaré en otra Sala de las Mil
Puertas.
—Y yo siempre voy a crecer hasta superar los límites del caparazón
en el que me encuentre, sea cual sea. —Vol’jin agitó un brazo,
como si con él quisiera abarcar toda Pandaria y sus verdes valles—
. Te prometiste a ti mismo que volverías a ver los valles de tu hogar
antes de morir. ¿Crees que estos son un digno sustituto de los de tu
casa?
—Permíteme que te mienta y te responda que no. —El humano
sonrió—. Ya que si contesto que sí, según mi juramento, ya podré
morir.
—Tal y como prometí, yo me ocuparé del que te mate.
—Bueno, esperemos que eso suceda dentro de mucho tiempo,
cuando sea demasiado viejo como para recordar por qué lo haces,
pero todavía bastante joven como para mostrarte mi
agradecimiento.

El trol clavó su mirada en él y, acto seguido, la apartó.

— ¿Por qué nuestras razas se odian tanto cuando nosotros dos


podemos llegar a ser tan razonables?
—Porque hallar esas diferencias a las que podemos aferramos con
odio es mucho más fácil que descubrir todo lo que nos une. —
Tyrathan se rió entre dientes presurosamente—. Si regresara a la
Alianza y les contara las proezas que hemos hecho juntos...
— ¿Te considerarían un loco?
—Me juzgarían por traición y me ejecutarían.

251
Michael A. Stackpole

—Eso es algo más que tú y yo tenemos en común. Aunque una


ejecución sería algo mucho más decente que un asesinato.
—Pero su justificación seguiría hundiendo sus raíces en lo fácil que
es fijarse solo en lo que nos separa. —El humano sacudió la cabeza
de lado a lado—. Eres consciente de que si hacemos esto... aunque
todo el mundo sea testigo de ello y lo comprenda, jamás cantarán
baladas ni contarán historias sobre nuestros triunfos, ¿verdad?

Vol’jin asintió.

— ¿Acaso hacemos esto para que canten baladas sobre nosotros?


—No. No encajan con mi puerta.
—Entonces, amigo mío, que las baladas hablen sobre los lamentos
de los Zandalari. —Se puso en pie e inició el descenso de la
montaña—. Déjales que las canten durante un millar de
generaciones y nos acompañen cual serenata hacia la eternidad.

252
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO VENTIUNO

Los monjes Shadopan se prepararon para la guerra con una


determinación admirable, aunque lo hacían sin los leves
comentarios y chascarrillos de humor negro que Vol’jin había visto
cuando otros pueblos realizaban los mismos preparativos. Cuatro
monjes, dos de los supervivientes del escuadrón azul y dos del rojo,
fueron escogidos a suertes para que se unieran a Vol’jin, Tyrathan
y Chen. Al menos, se suponía que los habían escogido al azar, pero
Vol’jin sospechaba que habían hecho ese sorteo solo para que
aquellos que no eran capaces de llevar a cabo esa misión pudieran
retirarse sin perder su autoestima.

Asaltar el Valle de la Flor Eterna no iba ser nada fácil. Ese lugar,
que estaba envuelto en sombras y custodiado por unas montañas
impasibles, era una fortaleza que había permanecido inexplorada
durante miles de años. El único consuelo que podía obtener de las
dificultades que brindaba el mero hecho de entrar en ese sitio era
que los Zandalari tendrían muchos más problemas para acceder a
él, pues sus fuerzas eran mucho más numerosas.

O eso espero.

253
Michael A. Stackpole

Los siete hicieron los preparativos cada uno a su manera. Tyrathan


registró la armería del monasterio, escogió las mejores flechas, las
rompió y las emplumó él mismo. Pintó los astiles de un rojo
brillante y las plumas de azul; en honor a los monjes rojos y azules,
según él. Cuando le preguntaron por qué había manchado las
puntas con hollín, respondió que lo había hecho en honor a los
negros corazones de los Zandalari.

Chen se arrogó la tarea de avituallar a la expedición. Aunque esa


podría haberles parecido una labor frívola a los monjes (que no
tenían ninguna experiencia en la clase de guerra que los Zandalari
iban a desatar), Vol’jin entendía el doble propósito de su amigo.
Así, no solo tendrían la comida, la bebida y las vendas adecuadas
que serían cruciales para el éxito de su misión, sino que esa era la
forma en que Chen iba a cuidar de los demás. Daba igual lo que la
guerra le hubiera enseñado, o lo que le fuera a obligar a hacer, Chen
iba a ser fiel a su propia idiosincrasia; y Vol’jin se sentía muy
agradecido por ello.

Taran Zhu se aproximó a la almena donde estaba sentado el trol,


quien estaba afilando con una piedra el filo curvo de la primera hoja
de su guja.

—No vas a afilarla más por muchos golpes que le des. Ahora
mismo, es capaz de partir la noche del día.

Vol’jin alzó la hoja y observó cómo la dorada luz del sol


centelleaba en su filo.

—Ya, pero para preparar al combatiente que la va a blandir se


necesitaría más tiempo del que tenemos.
—Yo creo que él también está preparado al máximo. —El anciano
monje dirigió su mirada hacia el sur, donde las montañas del valle
atrapaban un lago de nubes—. Los monjes lideraron la rebelión
cuando el último emperador mogu cayó. Dudo mucho que esos
254
Vol’jin: Sombras de la Horda

monjes fueran capaces de reconocer a los Shadopan como sus


herederos y quizá nosotros no podamos reconocerlos como nuestra
inspiración, ya que veneramos demasiado sus leyendas y ellos
habrían esperado mucho más de nosotros. —El monje frunció el
ceño—. En esa rebelión, no solo lucharon los pandaren. Los jinyu,
los hozen, incluso los grúmels participaron. Incluso tal vez
humanos y trols lucharon junto a los pandaren, aunque los eremitas
nunca lo han mencionado.

El trol sonrió.

—Me parece bastante improbable. Los humanos eran muy poco


refinados en esa época. Y, además, los Zandalari todavía
considerarían a los mogu como sus aliados.
—Pero siempre hay seres excepcionales en todo pueblo.
—Estás pensando en los dementes y los renegados, ¿verdad?
—Quiero decir que nuestra lucha por la libertad es una pelea que
ustedes podrían haber entendido entonces y entienden ahora. —
Taran Zhu negó con la cabeza—. Esa guerra, y la época anterior,
ese tiempo en que fuimos esclavos, fue tan terrible que dejó unas
hondas cicatrices en nuestras almas. Quizá esa herida nunca ha
tenido la oportunidad de curarse sino que se ha enconado.
Vol’jin giró la espada y se dispuso a afilar con la piedra el otro filo
curvo.
—Las heridas que se infectan hay que sajarlas para sacarles el pus.
—Arrastrados por nuestro deseos de olvidar esa pesadilla, es
posible que hayamos olvidado cómo hacerlo. No me refiero a cómo
se hacen esas cosas, sino a por qué son necesarias. —El anciano
monje asintió—. Su presencia aquí y su comportamiento hasta
ahora me han ayudado en gran manera a verlo.

Un escalofrío recorrió a Vol’jin.

255
Michael A. Stackpole

—Todo esto me alegra y me entristece. Ya he visto bastantes


guerras como para saber que no me gustan. Ni me gustan algunos
que parecen vivir solo para librarlas.
— ¿Como el humano?
—No, él no. Se le da bien la guerra, pero si fuera de esos que tanto
la necesitan, hace mucho que se habría marchado de este sitio. —
Vol’jin entornó tanto los ojos que parecían un par de rendijas—. Él
y yo compartimos una cosa: que estamos dispuestos a asumir
ciertas responsabilidades que otros no asumirían. Lo mismo puede
decirse de los Shadopan, y ahora ya sabes por qué eso es algo tan
importante.
—Sí. —El pandaren asintió—. Por cierto, he enviado emisarios a
los jinyu y los hozen. Espero que nos apoyen.
—Los grúmels parecen dispuestos.

Un pequeño grupo de esas diminutas criaturas de largos brazos se


habían reunido alrededor de Chen y cada uno de ellos portaba un
saco. Se encargarían de llevar el equipo del grupo al valle y luego
regresarían al monasterio para informar a Taran Zhu de cómo le
había ido al grupo hasta entonces. Dado su vigor y gran fortaleza,
le ahorrarían al grupo hacer grandes esfuerzos hasta que llegaran a
la segunda mitad de su expedición, hasta que se adentraran en el
valle propiamente dicho.

—Son dóciles y más sabios de lo que parecen. —El monje sonrió—


. Nosotros, y con nosotros me refiero a la gente de Pandaria, nunca
les podremos agradecer suficiente todo lo que han hecho. He
enviado a los maestros talladores al interior de la montaña, para que
tallen sus figuras en sus huesos. Si mueres...

Vol’jin asintió. Para él, el que una de esas estatuas cayera,


señalando que se había producido una baja, era una mera cuestión
de inteligencia militar; sin embargo, para los Shadopan, estaba
claro que no.

256
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Me sentiría muy honrado.


—Y eso a pesar de que sabes que en el futuro no rememoremos con
toda justicia lo que están haciendo por nosotros. En fin, los monjes
lideraron la rebelión en su día y, ahora, escribirán un nuevo final a
la misma.

El trol arqueó una ceja.

—Sabes que solo vamos a ganar tiempo. Podemos demorarlos.


Podemos obstaculizar su avance, pero da igual que seamos siete o
cuarenta y siete, no seremos suficientes como para detener a los
Zandalari ni a los mogu.
—Pero lo que necesitamos es tiempo. —Taran Zhu sonrió—. Casi
nadie recuerda ya la época en que fuimos esclavos, pero nadie
desea ser esclavizado. Los mogu, al alzarse de nuevo, han hecho
que vuelva a estar vigente la razón por la que los derrocamos.
Necesitamos tiempo para organizamos. Para recordarle a la gente
el pasado y enseñarle el valor del futuro.

*******

A la mañana siguiente, nada más partir hacia el Valle de la Flor


Sagrada, Vol’jin echó la vista atrás, hacia el Pico de la Serenidad.
Ahí es donde habían entrenado los primeros monjes en secreto,
pues su privacidad estaba garantizada en esa cima porque los mogu
eran demasiado vagos como para escalar hasta ahí arriba. El
recuerdo de haberse recostado un poco más abajo con un camarada
mogu volvió súbitamente a su mente junto al recuerdo de haberlo
escalado junto al humano, quien era otro aliado, un camarada, con
el que le había tocado compartir unas circunstancias muy distintas.

Lo cual era muy adecuado, a pesar de ser tan extraño.

Vol’jin observó al grupo y sonrió. Por cada uno de ellos, había dos
grúmels que portaban armas, raciones y otros suministros. El grupo
257
Michael A. Stackpole

estaba conformado por cinco pandaren, un humano y un trol. Si


Garrosh hubiera estado ahí y hubiera visto lo bien que se llevaba
con ellos, Vol’jin habría sido acusado de aún más cargos de
traición.

Aunque tampoco esta compañía reemplazaba a la Horda en su


mente o en su corazón. Era un grupo forjado por la necesidad y, en
ese sentido, le recordaba a la Horda. Un conjunto de componentes
muy diversos unidos para preservar la libertad. Ese propósito
común era lo que había definido a la Horda que él había conocido
y querido, la Horda que había luchado bajo el mando de Thrall.

Sin embargo, la Horda de Garrosh tenía un propósito muy distinto,


su fin era conquistar y obtener el poder, que era lo que buscaba su
nuevo líder, cuyos deseos iban a fracturarla, quizá más allá de todo
ulterior arreglo. Para él, esa sería una tragedia tan terrible como que
la alianza entre los Zandalari y los mogu devolviera el control de
Pandaria a los mogu.

Se dirigieron al sur y, varios días después, alcanzaron una altura


desde la que podían contemplar todo el Valle de la Flor Eterna. Las
nubes bullían y se curvaban como las olas del océano anunciando
una tormenta inminente. Si, en ese momento, los grúmels tuvieron
una mala corazonada, no dijeron nada. Acamparon como siempre
y se dispersaron.

Aunque Vol’jin sabía que era mejor no intentarlo, hizo un esfuerzo


por aprender el nombre de cada pandaren, tal y como había hecho
Chen. Tyrathan, sin embargo, había adoptado una actitud más
sabia, pues se dirigía a cada uno de ellos llamándolos hermano o
hermana o amigo mío, manteniendo siempre las distancias. No
saber su nombre, no conocer sus sueños y esperanzas, haría que
todo fuera más fácil si... Si su estatua cae de los huesos de la
montaña.

258
Vol’jin: Sombras de la Horda

Pero Vol’jin no quería que eso le resultara fácil. Aunque realmente


nunca lo había sido para él. Sin embargo, como en el pasado
siempre había luchado por y para su tribu, aquí le habría sido muy
fácil distanciarse, puesto que esta gente no pertenecía a su pueblo
y este no era su hogar ni esa era su tribu. Pero si esta lucha merece
la pena, entonces serán mi pueblo y mi tribu y este será mi hogar.

Se le ocurrió que los mogu podrían estar pensando exactamente lo


mismo, aunque su reflexión hundiría sus raíces en el pasado.
Debían de pensar que esta era su tierra. El hogar de su pueblo.
Incluso a pesar de que habían transcurrido siglos y milenios (a
pesar de que incluso habían sido olvidados), les dominaba el ansia
de poner remedio a una situación que consideraban injusta. Los
trols quizá tuvieran una justificación para querer regresar al pasado
porque ellos, al menos, habían explorado el futuro. Los mogu, sin
embargo, habían hecho muy poco por organizarse y restablecer su
dominio. No tenían ningún futuro porque permanecían aferrados
con suma firmeza a ese pasado glorioso que habían perdido.

A pesar de que habían montado el campamento en una cueva que


daba al sudoeste, no encendieron ningún fuego. Cenaron bolas de
arroz, bayas secas y pescado ahumado. Como Chen traía té en un
odre de agua, la comida les supo a todos bastante más rica.

Tyrathan no dejó ni una gota en su cuenco y extendió el brazo para


que se lo rellenaran.

—Siempre me he preguntado cuál sería mi última comida.

Chen sonrió con verdadera alegría.

—Es una cuestión sobre la que podrás seguir meditando largo


tiempo, Tyrathan.
—Tal vez, pero si va a ser esta, no se me ocurre una comida mejor.

259
Michael A. Stackpole

El trol alzó su taza.

—Es por la compañía, no por la comida.

Vol’jin durmió profundamente justo hasta antes del alba, tras haber
hecho el primer tumo de vigilancia después de la cena. No había
tenido ninguna visión ni ningún sueño; al menos, ninguno que
pudiera recordar. Por una fracción de segundo, se preguntó si los
loa lo habían vuelto a abandonar. Al final, concluyó que debía de
ser más bien al contrario, que Bwonsamdi había mantenido a los
demás loa alejados de Vol’jin para que este pudiera estar
descansado y pudiera enviarle más trols a su reino.

Los siete se despidieron de los porteadores grúmel. Tyrathan le dio


a cada uno de ellos una de sus flechas como recuerdo. Vol’jin lo
miró desconcertado y el humano se encogió de hombros.

—Las sustituiré con flechas Zandalari. Afrontémoslo, de todos


modos, iba a agotar mis flechas antes que los Zandalari.

Para no ser menos, y como sentía la misma gratitud que Tyrathan


hacia ellos, Vol’jin se afeitó las sienes. A cada grúmel le dio un
mechón de su pelo rojo. Los grúmels reaccionaron de tal modo que
parecía que les habían dado un puñado de joyas. Después, se
perdieron entre las colinas y las montañas.

Los siete descendieron por esas montañas con bastante facilidad.


El hermano Shan encabezaba la marcha, buscando asideros en
algunas paredes escarpadas y haciendo gala de una gran fuerza para
anclar las cuerdas mientras los demás lo seguían. Además, les
contó una historia en la que se decía que los monjes, en los tiempos
de la rebelión, habían descendido en rappel por esas mismas
montañas para sorprender a los mogu. Esa leyenda fue todo un
consuelo para Vol’jin y deseó que ellos también tuvieran el mismo
éxito.
260
Vol’jin: Sombras de la Horda

Al mediodía, se encontraron ya bajo las nubes. Si bien el sol no


había logrado apartar esa niebla, las nubes relucían con una sutil
luz dorada, procedente tanto del reflejo de la luz solar en el suelo
como del propio sol. El cazador de las sombras se acuclilló en el
borde de un claro que daba a la pendiente sur de una montaña y
escrutó el valle situado allá abajo.

Si le hubieran obligado a elegir un color para definir Pandaria,


habría optado por el verde. Había tantas tonalidades distintas de ese
color; desde el claro de los brotes de la hierba nueva al esmeralda
intenso de los bosques, sí, ese continente era verde por entero. Pero
aquí, en el Valle de la Flor Eterna, el verde daba paso al dorado y
el rojo. No eran los mismos colores que traía consigo el otoño
(aunque en algunas zonas se asemejaban mucho), sino las
impactantes tonalidades de una plantas en flor, que, en todo su
esplendor, se hallaban en una primavera eterna en un mundo que
jamás envejecía. Asimismo, la luz difusa que imperaba en ese lugar
no proyectaba unas sombras definidas y lo poco que se movía allá
abajo lo hacía de un modo lánguido, como en un sueño.

Ese valle transmitía la misma sensación que uno siente cuando


puede estirarse complacientemente y durante largo tiempo antes de
despertarse.

Desde esas alturas, alcanzaron a distinguir algunos edificios, pero


no había nada que indicase quién vivía ahí o quién mantenía esas
construcciones. Si bien su antigüedad era incontestable, la
vegetación no los había engullido por entero. La atemporalidad del
valle parecía preservarlos. Vol’jin se preguntaba si esa misma
magia los mantendría a ellos vivos.

¿O acaso nos mantendrá moribundos eternamente?

261
Michael A. Stackpole

La hermana Quan-li, una pandaren cuyo pelaje de color marrón


contrastaba con sus manchas blancas, señaló al sudeste.

—Los invasores se aproximarán por ahí. El palacio mogu se


encuentra en ese lugar y, según lord Taran Zhu, los señores de la
guerra del emperador fueron enterrados justo al sur de donde nos
hallamos ahora.

Tyrathan asintió.

—Según las indicaciones del diario, deberían estar buscando un


camino en la parte este del valle, pero no veo nada que indique que
hayan llegado ya ahí.

El trol se rió entre dientes.

— ¿Qué esperabas, amigo mío? ¿Qué íbamos a ver una mancha


negra extendiéndose por todo este paisaje? ¿O el humo de unas
aldeas quemadas hasta los cimientos?
—No. Sin embargo, sí debería haber algunos campamentos
improvisados. Así que podemos escoger entre aguardar aquí hasta
que sea de noche, para que sus hogueras nos revelen las posiciones
enemigas...
—O descender sigilosamente hasta ahí abajo, para echar un vistazo
más de cerca, por si acaso ellos también deciden no encender
ninguna hoguera como nosotros. —Vol’jin se puso en pie—. Opto
por la segunda opción.
—Es más fácil disparar de día. De noche, no es imposible, pero es
más difícil.
—Bien. Vamos a ir hacia esa pequeña meseta situada encima del
camino. No debemos abandonar esta posición elevada.

Tyrathan señaló con la punta de su arco.

262
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Si pudiéramos ir directamente hacia el sur y girar luego hacia el


este, podríamos situamos justo detrás de sus líneas. No nos
buscarán en una zona que ya hayan dejado atrás y que creen segura.
Además, la gente que tiene asignada unas misiones cruciales para
poder lograr lo que persiguen es muy probable que no estén en
vanguardia, sino en la retaguardia, lejos del posible peligro.
—Sí. Los identificaremos y los mataremos.
Chen echó un vistazo a su alrededor, con los ojos entornados.
—Y nos escabulliremos.

Las miradas del trol y el humano se cruzaron. Entonces, Vol’jin


asintió.

—Quizá sea mejor que luego volvamos por el sudoeste. Nos


retiraremos por el mismo camino que utilizaremos para
sorprenderlos.
—Así, al menos, conoceremos bien el terreno y sabremos dónde
colocar las trampas. —El humano bajó el arco—. Si tenemos en
cuenta que somos solo siete contra las tropas de élite de dos
imperios, creo que este no es el plan más estúpido que podíamos
concebir.
—De acuerdo. —El trol echó hacia el otro lado el morral que
llevaba atado a la espalda—. Aunque me inquieta que no sea capaz
de pensar en otro mejor.
—No tienes por qué, Vol’jin. —Chen tiró de las cintas de su
morral—. Estamos aquí para inquietarlos a ellos. Creo que con este
plan lo lograremos.

263
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO VEINTIDÓS

Aunque caminaban por un valle dorado que muy pocos forasteros


habían contemplado desde hacía innumerables años, Vol’jin no
estaba atemorizado, pese a que sabía que debería estarlo; no
obstante, como era consciente de ello, tomaba todas las
precauciones posibles para que no lo descubrieran. Aun así, no
sentía ningún escalofrío. Ni se le había erizado el pelaje del cogote.
Se sentía como si llevara puesta una máscara rush’kah, que lo
protegía del miedo.

Sin embargo, sabía que no era por eso. No había soñado mientras
dormía en el Valle de la Flor Eterna, pero eso era debido a que no
necesitaba más sueños. Caminar por ese valle era como caminar
por una visión en el mundo de la vigilia. Ese lugar hacía que algo
se agitase en su fuero interno; una cierta sensación de arrogancia
acorde, en parte, con su legado trol. Era capaz de percibir
levemente la magia mogu que todavía flotaba en el ambiente; sí, el
espectro del imperio mogu acariciaba su alma.

Aquí, en este lugar, donde unas grandiosas razas habían dominado


un gran poder, no podía tener miedo. Ahí, en las distantes escaleras
del Palacio Mogu’shan (donde con casi toda seguridad estaban

264
Vol’jin: Sombras de la Horda

durmiendo sus enemigos), los orgullosos padres mogu habían


hecho que sus hijos miraran hacia el oeste, mientras abarcaban con
Un movimiento de uno de sus brazos todo ese valle. Toda esta tierra
era suya, así como todas las tierras circundantes, y podían hacer
con ellas lo que quisiesen. Podían moldearla como quisieran,
doblegarla bajo el peso de sus deseos. Nada ni nadie podía
lastimarlos aquí, puesto que todo y todos los temían.

A Vol’jin le sucedía algo parecido, pero con un matiz muy distinto.


Sabía qué se sentía al ser temido. Le gustaba que sus enemigos lo
temieran, pero el miedo de estos tenía su origen en las gestas y
proezas del cazador de las sombras. Se había ganado ese temor
espadazo a espadazo, conjuro a conjuro, conquista a conquista. No
era algo que había heredado, no era algo a lo que considerara que
tenía derecho por nacimiento.

Todo esto lo tenía muy claro y eso era lo que lo distinguía de esos
jóvenes príncipes mogu que contemplaban antaño esos dominios.
Como entendía el verdadero origen del temor que infundía, podía
usarlo como era debido. E incluso podía notar cómo esa sensación
fluctuaba. Sin embargo, los mogu estaban por encima de eso, veían
solo lo que querían ver, escuchaban solo lo que querían escuchar,
por lo que nunca habían necesitado ascender a ciertas alturas para
contemplar el mundo tal y como era realmente.

Una noche, cuando ya habían cruzado la mitad del valle y tras haber
montado el campamento, Tyrathan clavó sus ojos en él.

—Lo notas, ¿verdad?

Vol’jin asintió.

Chen alzó la mirada de su cuenco de té.

— ¿El qué?
265
Michael A. Stackpole

El humano sonrió.

—Eso responde a mi pregunta.

El pandaren negó con la cabeza.

— ¿Qué pregunta? ¿Qué es lo que notas?

Tyrathan frunció el ceño.

—Noto que este es mi lugar, que pertenezco a este sitio, porque


esta tierra está empapada de sangre y yo soy un asesino muy
avezado. Es eso lo que sientes, ¿no, Vol’jin?
—Casi aciertas.

Chen sonrió, a la vez que se servía un poco de té.


—Oh, eso.
—Me basta con que tú lo percibas, Chen. Tengo un hogar gracias
a ti, pues me ayudaste a reconquistarlo, me ayudaste a defenderlo.
Por tanto, es imposible que no me sienta contento por ti.

Vol’jin logró que Chen y los demás monjes se explayaran sobre las
sensaciones que les transmitía ese lugar, aunque lo cierto es que no
hizo falta que insistiera demasiado. Se explayaron a gusto y sus
impresiones proporcionaron una cierta alegría a Vol’jin. Sin
embargo, después de que el sol se ocultara, un frío manto de
oscuridad se extendió por el este. Los monjes se sumieron en el
silencio y Tyrathan, que se hallaba vigilando en esos momentos en
la cumbre la colina bajo la cual habían acampado, señaló en esa
dirección.

—Están aquí.

266
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin y los demás subieron raudos y veloces hasta ahí arriba.


Allá, en el este, el Palacio Mogu’shan se encontraba iluminado.
Unos relámpagos plateados y azulados iluminaban sus muros,
revelando una estructura que poseía unos ornamentos que
recordaban a la hiedra y que centelleaban en las esquinas. Esta
exhibición de magia impresionó a Vol’jin, no porque supusiera
hacer gala de un tremendo poder, sino porque estaba siendo
utilizada de un modo muy absurdo y mundano.

Chen se estremeció. u i w-Este lugar nos retira su bienvenida.

—Le obligan a hacerlo. —Vol’jin sacudió la cabeza. Están


enterrando profundamente la paz que este lugar promete. Ya nadie
será bienvenido en este lugar.

Tyrathan dirigió su mirada a Vol’jin.

—No están a tiro de flecha precisamente, pero podríamos llegar ahí


al alba. Mucho antes de que alguno de esos juerguistas se despierte.
—No es más que un cebo. Ahí es donde quieren que ataquemos.

El humano arqueó una ceja.

— ¿Saben que estamos aquí?


—Deben de haberlo dado por sentado, tal y como nosotros
debemos dar por sentado que saben que vamos a hacer algo con la
información que hemos extraído de ese diario que descubriste en la
granja Vol’jin señaló hacia la cordillera montañosa situada al sur—
. Es probable que los exploradores de la Horda y la Alianza estén
ahí. En cuanto vean esto, reaccionarán, aunque les llevará un
tiempo discutir qué van a hacer y echar a andar.
—A menos que alguien decida actuar antes por su cuenta. —
Tyrathan se rió entre dientes—. Hace unos meses, ese alguien
podría haber sido yo. Me pregunto quién será ahora el que quiera
hacerse el héroe.
267
Michael A. Stackpole

—Eso no afecta a nuestra misión... salvo que ese alguien se


interponga en nuestro camino.
—De acuerdo. —El humano se acarició la barba—. ¿Seguimos
recto y giramos luego al este?
—Sí, hasta que surja algo que haga imposible nuestro plan.

Vol’jin pasó otra noche durmiendo sin soñar, pero esta no fue del
todo reparadora. Aunque se planteó la posibilidad de intentar
contactar con los loa, era consciente de que estos pueden llegar a
ser muy caprichosos, como sucede con todos los dioses. Además,
si se aburrían o se enfadaban, podrían hacer correr la voz y alertar
a sus enemigos de su presencia ahí. Tal y como le había comentado
a Tyrathan, debían dar por sentado que sus enemigos sabían que
estaban ahí. El hecho de que los Zandalari no pudieran precisar con
exactitud dónde se hallaban era una ventaja. Y dada la naturaleza
de su misión, debían alegrarse de toda ventaja con la que contaran.

A la mañana siguiente, Vol’jin no tuvo manera alguna de saber si


el sol se había puesto o no, ya que las nubes lo cubrían todo. La
única luz que las atravesaba, aparte de un tenue fulgor amarillento,
eran unos relámpagos que habían atravesado sus entrañas. No
obstante, esos relámpagos nunca tocaban el suelo, como si temieran
sufrir las represalias de los moradores del Palacio Mogu’shan.

Los siete aminoraron el paso porque no les quedaba más remedio,


ya que esa tenue luz hacía que dieran pasos en falso más menudo.
En esas condiciones, el mero roce de la gravilla al desplazarse bajo
una pisada resonaba como un trueno. Cuando esto sucedía, todos
permanecían inmóviles, escuchando atentamente. Además, los
exploradores tuvieron que acortar la distancia que los separaba del
resto del grupo, simplemente, porque la oscuridad les impedía ver,
lo cual contribuyó a que tuvieran que parar con más frecuencia.

Una noche tras otra, el espectáculo de luces del Palacio Mogu’shan


se fue repitiendo, a la vez que las sensaciones que suscitaba el valle
268
Vol’jin: Sombras de la Horda

en cada uno de ellos fueron cobrando intensidad. Ese lugar


pertenecía legítimamente a Vol’jin, por lo cual los moradores de
ese palacio estaban desafiando al cazador de las sombras. Pese a
que el palacio era como una llama que atraía a los adversarios de
sus ocupantes como una polilla, ninguno de los siete estaba
dispuesto a dejar que lo atrapasen.

Lo que más escamaba a Vol’jin era que no hubiera ni rastro por ahí
de ningún explorador Zandalari. Si él hubiera comandado esas
fuerzas, habría enviado a unas cuantas tropas ligeras como
avanzadilla, incluso hacia la pared occidental que se levantaba
entre el valle y el hogar de esas criaturas llamadas mántides. Se
contaban ciertas historias sobre ellas que habrían sido capaces de
aterrar a unos niños por muy revoltosos que fueran; Vol’jin
pensaba en crías de trol, no en meros cachorros pandaren. No haber
asegurado esa frontera era un tremendo error, sobre todo cuando
los Zandalari sabían que iban a toparse con resistencia.

Habían pasado dos días sin que el sol hiciera acto de presencia
cuando hallaron el primer rastro de los Zandalari. El hermano Shan
que encabezaba el grupo, se detuvo en un collado situado entre dos
altas colinas, cuando la tarde llegaba a su fin. Habían llegado a la
pared sur de esas montañas y se dirigían al este a través de esas
faldas. El monje señaló hacia algo. Vol’jin y Tyrathan se
aproximaron y Shan se retiró hacia donde se encontraba el resto del
grupo.

Lo que vieron allá abajo le heló la sangre a Vol’jin. Una compañía


formada por dieciocho guerreros ligeros Zandalari había montado
ahí un puesto avanzado. Habían talado una hilera de árboles de
hojas doradas y les habían cortado las ramas. Habían sacado punta
a los troncos y las ramas más robustas y luego los habían clavado
en el suelo para formar así un perímetro. Las puntas apuntaban en
todas direcciones, salvo en un estrecho agujero situado al oeste que
hacía las veces de entrada. Ahí ambos extremos de ese círculo se
269
Michael A. Stackpole

encontraban, de tal modo que si un atacante quería entrar en ese


campamento, debía hacer un giro brusco.

Al trol se le hincharon las fosas nasales, pero se contuvo para no


resoplar furioso. Haber convertido esa hilera de hermosos árboles
en una cruel fortaleza le parecía a Vol’jin una blasfemia. Un
pequeño crimen que no quedará sin venganza.

Habían clavado dos troncos en el suelo de la parte central del


campamento, justo al este de una enorme hoguera. Tenían seis
metros de altura y estaban a tres metros el uno del otro. En cada
uno de los extremos de esos postes habían atado una cuerda, que a
su vez ataba a un guerrero de las muñecas, cuyo tabardo desgarrado
pendía a la altura de su cintura, pues un cinturón que no alcanzaban
a ver lo mantenía ahí sujeto. Había sufrido numerosos cortes que
no eran muy profundos, pero sí lo suficiente como para ser muy
dolorosos y para que de esas heridas manase la sangre.

Vol’jin estaba seguro de que nunca antes había visto a aquel


humano, aunque le resultaba familiar. Ahí también había otros
cuatro humanos vestidos con tabardos hechos jirones, que el trol
supuso que eran iguales que el que llevaba el torturado. Esos cuatro
estaban atados juntos y se encogían de miedo ante la mirada atenta
de sus vigilantes Zandalari.

Dos trols custodiaban la entrada y otros dos vigilaban a los


prisioneros. El resto, incluido un oficial de bajo rango que sostenía
una espada humana, se encontraban reunidos alrededor del
atormentado. El oficial dijo algo que provocó que los Zandalari se
carcajearan y, acto seguido, volvió a herir al humano.
Vol’jin ya había visto suficiente y estaba dispuesto a seguir
avanzando, pero entonces vio el rostro de su compañero.

—No podemos intervenir. Lo sabes.

270
Vol’jin: Sombras de la Horda

El humano tragó saliva con dificultad.

—No puedo permitir que lo torturen.


—No tienes otra opción.
—No, tú sí que no tienes otra opción.

El trol asintió y cogió una flecha.

—Lo entiendo. Será mejor que lo mate entonces.

Tyrathan se quedó boquiabierto. A continuación, cerró la boca e


hizo un gesto de negación con la cabeza. No quería cruzar su
mirada con la de Vol’jin.

—No puedo dejarlo morir.


—Un intento de rescate sería un suicidio.
—Podríamos hacerlo.
— ¿Por qué debemos arriesgar nuestras vidas y nuestra misión por
esa gente? ¿Quiénes son?

A Tyrathan se le hundieron los hombros.

—No hay tiempo para explicarlo, no de un modo que tenga sentido.


—¿Para ti o para mí?
—Vol’jin, por favor, debo hacerlo. —El cazador humano cerró los
ojos y el dolor planeó fugazmente sobre su semblante—. Pero
tienes razón en lo de la misión. Di a todos los demás que se
marchen. Creo que podré rescatarlo yo solo. Ya debemos estar muy
cerca de nuestra meta, así que esto solo será una distracción. Por
favor, amigo mío.

Vol’jin detectó una gran angustia en la voz de su compañero y, al


instante, evaluó de nuevo la situación. Al final, asintió.

271
Michael A. Stackpole

—Acércate lo más sigilosamente que puedas. Yo dispararé a su


líder. Me seguirán y caerán en una emboscada mientras tú rescatas
a los cautivos. Después, ve a las montañas.

Tyrathan apoyó una mano sobre el hombro de Vol’jin.

—Ese plan, amigo mío, es más estúpido incluso que el mero hecho
de que estemos aquí. Esto solo puede salir bien de una forma. Me
acercaré sin ser visto hasta ese grupo de rocas. Tú y los pandaren
bajarán hasta esa arboleda cercana a la entrada. Cuando las flechas
arrecien, todos los Zandalari morirán.

Vol’jin contempló los dos puntos que el humano había escogido


para actuar y se mostró de acuerdo.

—Pero será mejor que sea yo quien dispare esas flechas. Esos
humanos cautivos seguirán a otro humano en su huida, no a un trol.
—Ese hombre está colgado ahí porque creen que yo estoy muerto
y es mejor que lo sigan creyendo. Rúgeles, ordénales que salgan
corriendo. Ordena a la hermana Quan-li que sea su guía y los lleve
de vuelta con la Alianza. —Tyrathan suspiró—. Será lo mejor.

Vol’jin midió esas distancias mentalmente y asintió. A pesar de que


mantenía una relación complicada con los humanos, el trol sabía
que sería de mucha más ayuda si luchaba cuerpo a cuerpo con los
Zandalari. Además, quería pelear contra ellos, pues se merecían la
muerte por cómo habían mancillado el espíritu del valle. Quería
que pudieran ver el desprecio dibujado en su rostro cuando
murieran.

—De acuerdo.

Tyrathan dio un apretón al trol en el hombro.

—Sé que podrías haber sido tú quien lanzara esas flechas.


272
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Sabes que lo habría hecho mejor que tú.


—Eso también. —El cazador humano sonrió—. Cuando estén en
posición, les daré la señal.

Tyrathan se dirigió hacia su posición mientras Vol’jin regresaba


con los pandaren, a quienes informó rápidamente del cambio de
planes. Le sorprendió que ninguno de ellos protestara al escuchar
un plan tan demencial. Entonces, recordó que Chen siempre había
sido un amigo muy leal, y que la lealtad era una virtud muy
apreciada entre los pandaren. Había una sutil diferencia entre
ayudar a un amigo por lealtad y cumplir ciegamente con todo
deber, la diferencia estribaba en que en el primer caso lo imposible
podía llegar a ser posible. Además, los monjes consideraban ese
rescate como una oportunidad de restaurar el equilibrio en el
mundo, por lo cual ellos Se sentían obligados a salvarlos, incluso
más que Tyrathan.

El grupo de rescate llegó hasta su posición con bastante facilidad y


se agazaparon en una pequeña arboleda a unos veinte metros de la
entrada. En opinión de Vol’jin, el hecho de que el oficial Zandalari
no hubiera ordenado talar esa zona para mejorar sus defensas era
razón más que suficiente para que muriera. Vol’jin cogió su guja y
esbozó una sonrisa muy lentamente.

Tyrathan apuntó a diez centímetros por debajo de las orejas del


Zandalari y dio la señal lanzando una flecha que atravesó la boca
abierta del oficial. Como el trol se acababa de girar para contemplar
a su víctima de nuevo, la sangre salpicó a dos guerreros que se
encontraban sentados de cuclillas justo detrás de él. Antes de que
el primero pudiera ponerse de pie de un salto, una segunda flecha
surcó el aire, se le clavó en el pecho y emergió violentamente por
su espalda. Se tambaleó y, al caer, empaló a otro trol con la punta
ensangrentada de la flecha.

273
Michael A. Stackpole

El otro trol que estaba de cuclillas cayó hacia atrás y gruñó mientras
miraba fijamente la flecha azul y roja que temblaba clavada en su
pecho.

Los guardias de la entrada se volvieron hacia la hoguera, donde se


había desatado esa conmoción. La luminosidad de las llamas los
cegó, aunque tampoco eso importó demasiado. Vol’jin se acercó a
ellos tan silencioso como la muerte y los Shadopan como la misma
sombra de la misma parca. Incluso Chen, que se quedó un poco
rezagado, hizo tan poco ruido que este quedó tapado por el crepitar
del fuego y los estertores de los guardias más próximos a los demás
prisioneros.

Vol’jin se sumó a la batalla raudo y veloz. Su guja susurró al rasgar


el aire. Con el primer movimiento rajó un muslo y, al instante, se
giró para alejarse del guardia que, en ese momento, se volvía hacia
él. El Lanza Negra se dio la vuelta y con su segundo ataque le
aplastó la cabeza al trol. El aroma de la sangre caliente inundó el
ambiente. Vol’jin reconoció de inmediato ese embriagador aroma
y se volvió en busca de otra presa.

A su alrededor, los pandaren estaban combatiendo contra los


Zandalari sin miedo alguno, a pesar de que los trols eran mucho
más grandes y poseían unas armas mucho más temibles. La
hermana Quan-li se agachó para evitar un hachazo y, acto seguido,
le propino un zarpazo a un trol en la garganta. El Zandalari jadeó
al intentar respirar a través de su laringe destrozada. Al instante, la
monja le dio un puñetazo directo, que le hizo añicos esa puntiaguda
mandíbula, y lo derribó con una patada circular.

El hermano Dao se había hecho con una lanza y estaba


combatiendo con un trol armado de un modo muy similar. Aunque
el Shadopan se defendía de sus envites, iba cediendo terreno a cada
golpe. El Zandalari interpretó esto como una señal de que el
pandaren lo temía y de que estaba ganando la pelea. Sin embargo,
274
Vol’jin: Sombras de la Horda

ese espejismo duró solo dos golpes más. Entonces, Dao hizo un
movimiento en círculo. El mango de la lanza se hizo añicos al
impactar contra la rodilla del trol, que quedó reventada. Después,
le golpeó en la sien. Ese último golpe probablemente lo mató, o al
menos lo dejó inconsciente, ahorrándose así la humillación de ser
testigo de cómo lo clavaba al suelo al atravesarlo con la punta de la
lanza.

Chen irrumpió en la batalla furioso, pero sin la precisión de los


Shadopan, aunque esa carencia la compensó con su experiencia.
Blandía una vara robusta con la que bloqueó un mazazo, propinado
de arriba abajo, y, de inmediato, giró la muñeca para que el arma
del trol se desplazara hacia la izquierda. El Zandalari, que estaba
decidido a llevarse por delante a ese (para él) pequeño pandaren,
cogió impulso con su maza en la dirección contraria.

Chen le dejó hacerlo, se agachó y colocó una pierna justo detrás de


las del trol. Entonces, le empujó con suma facilidad, tirando al
Zandalari al suelo boca arriba. El trol cayó con fuerza. A la
velocidad del rayo, Chen le propinó una patada con la pierna
derecha que le aplastó la garganta. Tras destrozarle esos huesos, el
maestro cervecero fue en busca de otro enemigo.

A lo largo de toda la lucha, las flechas volaron por doquier. Una de


las cuerdas que ataban al prisionero se partió con un chasquido. El
hombre se retorció y fue a estamparse contra el poste opuesto,
golpeándose en la parte posterior de la cabeza. Una segunda flecha
cortó la otra cuerda y el humano cayó al suelo mientras el astil
temblaba en el poste.

Los Zandalari se recuperaron enseguida de la sorpresa.


Contraatacaron y dos de ellos arremetieron gruñendo contra
Vol’jin. Uno lanzó un mandoble bajo con su espada. Vol’jin se
defendió del ataque con una de sus hojas y, de inmediato,
contraatacó con la otra punta de su guja. Esta hoja le atravesó el
275
Michael A. Stackpole

pecho al trol, quedando atrapada entre sus costillas de tal modo que,
cuando cayó, se la arrancó a Vol’jin de las manos.

El otro Zandalari bramó triunfal.

— ¡Ahora, vas a morir, traidor!

Vol’jin rugió y sus manos adoptaron forma de garra.

El Zandalari arremetió con su clava, lanzando un ataque a la altura


de la cintura. Vol’jin, en vez de retroceder de un salto, se abalanzó
sobre él. Agarró al trol de la muñeca, de modo que esta quedó
atrapada entre el brazo y las costillas del Lanza Negra. Acto
seguido, colocó el antebrazo izquierdo sobre el antebrazo del
Zandalari. Después, pivotó hacia la derecha, con la suficiente
rapidez como para trabarle el codo y seguir girando hasta que se lo
fracturó. El Zandalari cayó de espaldas gritando.

Vol’jin giró hacia atrás y le propinó tal puñetazo al trol en la cara


que se la atravesó.

En un abrir y cerrar de ojos, la batalla concluyó. La hermana Quan-


li soltó a los prisioneros y Chen se encontraba ya junto al humano
torturado. Si bien Vol’jin se aproximó, aminoró el paso mientras el
pandaren ayudaba al hombre a ponerse en pie. El humano se palpó
la parte posterior de la cabeza y la mano se le empapó de sangre,
pero no de un modo terrible.

El hombre torturado clavó su mirada en el pandaren.

— ¿Dónde está? ¿Dónde está Tyrathan Khort?

Vol’jin intervino antes de que Chen pudiera responder.

—Tyrathan Khort ya no existe.


276
Vol’jin: Sombras de la Horda

El humano se volvió hacia Vol’jin, con su mirada prendida por las


llamas de la ira.

—Quizá en este momento esté viendo las estrellas por culpa del
golpe, pero sé perfectamente quién es capaz de disparar así. Sé a
quién pertenece la mano que ha pintado y emplumado esas flechas.
¿Dónde está?

El trol gruñó.

—Quizá fuera él quien preparó esas flechas, pero te aseguro que


Tyrathan Khort está muerto.
—No te creo.

Vol’jin le mostró fugaz y amenazadoramente los dientes.

—Murió a mis manos. A manos de Vol’jin, el líder de los Lanza


Negra.

El humano palideció.

—Dicen que estás muerto.


—Entonces, ambos debemos de ser fantasmas. —Vol’jin señaló
hacia el sur con su espada ensangrentada—. Vete si no quieres
unirte a nosotros.

La hermana Quan-li se acercó para llevarse a aquel hombre y los


demás prisioneros se unieron a él. Rápidamente registraron el
equipo de los trols, se hicieron con sus provisiones, se armaron y
huyeron a las montañas.

Chen se giró hacia Vol’jin.

— ¿Por qué has dicho que está muerto?


277
Michael A. Stackpole

—Porque es lo mejor. Para ellos y para él. —Vol’jin limpió la


sangre de su guja con el cadáver de un Zandalari—. Vámonos.

Vol’jin, Chen y los tres monjes salieron sigilosamente del recinto.


Borraron los rastros que habían dejado en el sendero que habían
escogido los fugados y luego el suyo propio con algunas de las
ramas que los Zandalari habían cortado. Se dirigieron al oeste y
regresaron al lugar donde los monjes habían estado esperando
mientras Tyrathan y Vol’jin habían estado espiando el campamento
enemigo.

En cuanto entraron en ese pequeño claro, una columna de fuego


rasgó la noche, cegando a Vol’jin. Poco a poco, fue recuperando la
vista. Entonces, vio que ahí, en el otro extremo, había una Zandalari
flanqueada por unos arqueros, con sus flechas en ristre. Tyrathan,
tenía una venda en los ojos y las manos atadas a la espalda, estaba
arrodillado junto a ella.

La trol cogió a Tyrathan del pelo y tiró de su cabeza hacia atrás.

—Tu mascota me ha causado un hondo malestar. Sin embargo, hoy


me siento generosa. Si arrojas tu arma al suelo, ni tú ni tus
compañeros pandaren tendrán que ver lo que ocurre cuando cambio
de humor.

278
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO VEINTITRÉS

La ira dominó fugazmente a Vol’jin al oír su nombre pronunciado


por esos labios. Miró fijamente al humano, quien, a pesar de
hallarse atado, no parecía haber sido golpeado o torturado tanto
como para haber revelado su identidad. Acto seguido, sintió
vergüenza por haber pensado eso mismo. Tyrathan nunca me
traicionaría.

Vol’jin clavó su guja en el suelo.

La Zandalari inclinó la cabeza a modo de saludo.

—Te tomo la palabra, Lanza Negra. Has prometido no causar


ningún problema, pero como ya los has causado, voy a tener que
atar a tus mascotas. Debes saber que no deseo ningún mal a los
pandaren, pero mis aliados no opinan igual.

Vol’jin miró a su alrededor.

—No veo a nadie más.


—Porque eso es lo que queremos. Me vas a acompañar. No te
preocupes por tu equipo, también lo llevarán. —Entonces, se calló

279
Michael A. Stackpole

y entornó los ojos durante un instante muy breve—. No me


recuerdas, ¿verdad?

La observó con detenimiento durante tanto tiempo que la trol pensó


que estaba haciendo un gran esfuerzo para recordarla.

—No te voy a mentir. No.


—No esperaba que lo hicieras. Gracias por no mentir.

La trol encabezó la marcha hasta el puesto avanzado, que rodeó.


Vol’jin pudo ver que ahí, en el medio, junto a un puñado de
Zandalari que toqueteaban los cadáveres y evaluaban con la mirada
la trayectoria que deberían haber seguido las flechas, había dos
figuras altas e imponentes. El Lanza Negra había visto a seres como
esos en otras ocasiones, en visiones y pesadillas.

—Tus aliados.
—Los mogu. Los gobernantes de Pandaria. —La trol sonrió
indulgentemente—. Sabías que esto era una trampa, ¿verdad?
Aunque no era para ti, sino para tu arquero. Por haberme enojado.
No fue difícil tenderle esta trampa.
—Supongo que esperabas que, si lo capturabas, también me
capturarías a mí, ¿verdad?
—Así es.

Después, siguieron caminando hacia el este, atajando por el camino


que los humanos y la hermana Quan-li deberían haber seguido; sin
embargo, Vol’jin no vio nada que indicara que el enemigo hubiera
decidido perseguirlos.

— ¿Vas a dejar que el cebo se vaya?


—Si son capaces de mantener las distancias con lo que he enviado
tras ellos, sí. —La Zandalari le lanzó una mirada—. Como puedes
imaginar, no voy a dejar que escapen. Eso sería una señal de
debilidad para los mogu y estos ya nos creen demasiado débiles.
280
Vol’jin: Sombras de la Horda

De todos modos, si tus compañeros lograsen huir, tampoco me


importaría mucho. De hecho, me vendría bien, ya que las historias
que contarían extenderían el miedo entre el enemigo. Eso sería
mucho más útil que tener un ejército Amani defendiendo nuestro
flanco.

Vol’jin no dijo nada por un instante, pues quería disimular la


sorpresa fugaz que se había llevado al escucharla mencionar que
entre sus aliados se encontraban los Amani.

—Aunque consigan escapar, nadie les creerá.


—Pero será una buena historia. Contarán que Vol’jin ha rescatado
a un noble de la Alianza que se hallaba en manos de unos trols. Un
Vol’jin que ha regresado de la tumba, nada menos.

Lo guió hasta un lugar donde dos mozos de caballerizas sostenían


las riendas de unos lustrosos raptores. Detrás de esas bestias
ensilladas, se encontraban dos carros tirados por unos mushan, que
eran de manufactura pandaren, sin lugar a dudas.

La trol se subió a la silla del raptor rojo y aguardó a que él se subiera


a la del de rayas verdes.

—Esta bestia pertenecía al oficial que mataste. Ese tipo me


resultaba tan irritante que estaba más que dispuesta a sacrificarlo.
Cabalga conmigo, Vol’jin. Debes saber lo que se siente al atravesar
corriendo estas tierras.

El raptor de la Zandalari dio un salto hacia delante y salió


disparado. El suyo reaccionó y partió en su persecución raudo y
veloz en cuanto le clavó los talones en las costillas. Nada más
sugerirle esa trol que echaran una carrera, había pensado que no
había nada que le apeteciera menos hacer. Mientras el viento le
acariciaba el pelo y su cuerpo recordaba cómo debía equilibrar su
peso a lomos de ese veloz raptor, notó que la chispa de una antigua
281
Michael A. Stackpole

alegría volvía a prender en él. La velocidad y la tremenda potencia


de la bestia que tenía entre las piernas, así como la atmósfera que
reinaba en ese entorno, lo embriagaron.

Vol’jin propinó otra patada a esa bestia en las costillas. El raptor


respondió de inmediato, pues sabía que, si no aceleraba, el castigo
sería aún mayor. Sus garras desgarraron esa tierra dorada.
Entonces, Vol’jin se agachó sobre el cuello de esa bestia, a la vez
que se reía con unas carcajadas ásperas y roncas, y dio alcance a su
captora, a la que dejó atrás enseguida.

Siguió cabalgando, dejando que el raptor lo llevara adonde


quisiera. El animal sabía hacia dónde iban, pero eso a Vol’jin no le
importaba. Durante el breve espacio de tiempo que estuvo montado
sobre él, se olvidó de todo: de su misión, de la Horda, de Garrosh,
del monasterio. Vol’jin pudo saborear la libertad, ya que todas esas
pesadas cargas habían quedado atrás, en la ensangrentada arena del
puesto avanzado Zandalari. Era incapaz de recordar cuándo había
sido la última vez que se había sentido así, solo sabía que eso había
sido hacía mucho tiempo.

— ¡Por aquí! —exclamó la Zandalari.

La ruta que habían seguido los había llevado hasta el Palacio


Mogu’shan, que se estaba acercando al culmen de su ciclo
nocturno. La trol tiró de las riendas de su montura para que esta se
dirigiera al este y descendiera entre dos colinas. Vol’jin la siguió y
se detuvo ante un edificio bajo y largo que contaba con unas
secciones y unos tejados muy inclinados, así como con un patio
trasero. Desmontó y le lanzó las riendas al mozo de caballeriza que
había cogido las riendas de su captora, a la que siguió al atravesar
la puerta principal.

La Zandalari dio una palmada muy fuerte y unos trols emergieron


rápidamente de todas esas puertas y pasillos, con la cabeza gacha.
282
Vol’jin: Sombras de la Horda

Si los tatuajes que llevaban eran genuinos, la mayoría de ellos eran


Gurubashi. Sin duda alguna, eran los siervos de un puñado de
Zandalari.

Su captora lo señaló.

—Este es Vol’jin de los Lanza Negra. Si lo tratan de manera no


acorde a su rango, acabaré con mi ayuno al alba cuando les devore
el corazón. Lo van a bañar y, después, lo vestirán adecuadamente.

La jefa de los sirvientes olisqueó el aire a la vez que miraba a


Vol’jin.

—Si es un Lanza Negra, ama, debería revolcarse en el fango con


los cerdos y robarle la ropa a un porquero.

La captora de Vol’jin reaccionó tan rápido y golpeó a la sirviente


tan fuerte que esta no habría podido evitar el tortazo del revés que
recibió ni aunque hubiera tenido una semana para prepararse.

—Es un cazador de sombras. Un agente de los loa. Se van a ocupar


de que acabe estando tan reluciente como un dios. Si para mañana,
cuando el sol alcance su cénit, no han logrado que los mogu lloren
al contemplar su belleza y que los Zandalari gimoteen de envidia,
serán objeto de mi ira. ¡Márchense!

Los sirvientes se dispersaron, salvo esa arpía que se encontraba


tirada en el suelo. Su captora se volvió y sonrió levemente.

—Confío en que esos pandaren te sirvan con más lealtad. Hay


veces en las que creo que incluso un humano con tu arquero está
más preparado para servir que mis propios siervos. Discutiremos
sobre estas cosas, y otras, cuando hayas concluido las abluciones y
estés ataviado adecuadamente.

283
Michael A. Stackpole

A pesar de que, por regla general, Vol’jin no tenía precisamente


mucho cariño a los Zandalari, esa trol le parecía intrigante.

—Espero que luego me ayudes a recordar tu nombre.


—No, mi querido Vol’jin. —Su sonrisa se hizo más amplia—.
Es imposible que lo recuerdes porque nunca lo has oído. Pero más
tarde te diré cuál es y, entonces, tendrás una buena razón para no
olvidarlo jamás.

*******

Si Vol’jin no hubiera sido consciente de que a esos esbirros les


hacía incluso menos gracia que a él tener que atender sus
necesidades, se habría negado a que lo asearan. Tanto para los
Zandalari como para los Gurubashi debía de ser un tormento
insoportable verse obligados a lavarlo, cortarle el pelo y las uñas y
aplicarle ungüentos en manos y pies, así como tener que vestirlo
con una delicada falda de seda que contaba con un cinturón de piel
de raptor. Para empeorar aún más las cosas, se vieron obligados a
concederle el honor de portar una pequeña daga ceremonial,
enfundada en una vaina que llevaba atada a su brazo izquierdo,
pues tenía ese derecho como cazador de las sombras. Por mucho
que quisieran despreciarlo porque pertenecía a una tribu espuria y
desobediente de mestizos caídos en desgracia, los más humildes de
esos siervos eran conscientes de que nunca podrían hacer méritos
suficientes para obtener esos honores de los que ahora disfrutaba el
Lanza Negra.

La magia de ese lugar también lo afectó, ya que acabó por


convencerse de que, en efecto, se merecía todos esos honores y
elogios. Una pequeña parte de él agradecía las atenciones que le
dispensaba su captora porque creía que se las había ganado. Quizá
los Gurubashi y los Amani fueran capaces de desdeñar al Lanza
Negra esbozando una mueca de desprecio, pero no debían olvidar
que cuando el rey Zandalari Rastakhan había pretendido unir a
284
Vol’jin: Sombras de la Horda

todos los trols, este había llamado a Vol’jin para que representara
a los Lanza Negra. Y tampoco debían olvidar que el cazador de las
sombras se había negado a unirse a las demás tribus, pues la Horda
era ahora su familia; no obstante, esa oferta nunca se había retirado.

En cuanto estuvo preparado, un sirviente, con cara de muy pocos


amigos, lo llevó hasta el patio central, donde un fuego ardía en el
corazón de un sencillo círculo de piedras. Junto a ella, un poco más
atrás, había una mesita sobre la que se hallaban dos cálices dorados
y una jarra a juego repleta de un vino tinto. También habían
colocado dos esteras entre la mesita y el fuego, desde las que se
podían alcanzar fácilmente los refrigerios.

La trol, que estaba arrodillada sobre una de las esteras mientras


azuzaba el fuego con un palo, se puso en pie en cuanto él entró. Se
había cambiado; en su ropa ya no predominaba el cuero sino una
seda de un azul oscuro, que adquiría unas tonalidades más claras
gracias al espectacular juego de luces del Palacio Mogu’shan. En
la cintura de ese vestido sin mangas llevaba un sencillo cinturón
con eslabones de oro, ya que había sido confeccionado con
monedas acuñadas por todas las tierras conocidas a lo largo de
diversas eras. Como los extremos del cinturón le llegaban ya hasta
las rodillas, Vol’jin dio por sentado que cuando hicieran más
conquistas, añadiría más eslabones y daría una segunda vuelta al
cinturón.

La Zandalari señaló al vino con una mano.

—Te ofrezco un refrigerio. Elige la copa que quieras y sírvete. Yo


beberé de cualquiera de las dos o de ambas, si lo prefieres. Quiero
que compruebes que no pretendo hacerte mal ni engañarte. Eres mi
invitado.

Vol’jin asintió, pero se quedó donde estaba, en ese lugar donde el


fuego se interponía entre ambos.
285
Michael A. Stackpole

—No, elige y sirve tú. Esto es todo un honor para mí, así que voy
a confiar en ti.

La Zandalari llenó ambas copas, que permanecieron en la mesa sin


ser tocadas.

—Me llamo Khal’ak y sirvo a Vilnak’dor. Él es para el rey


Rastakhan lo mismo que eres tú para Thrall, e incluso más. Se
ocupa del problema pandaren y, aunque no sea consciente por
entero de ello, te debe mucho.
— ¿Cómo así?

Khal’ak sonrió.

—Antes repasemos un poco la historia. Yo servía a Vilnak’dor y


este a su vez a nuestro rey cuando Rastakhan aceptó la propuesta
de Zul de que todos los trols deberían unirse bajo un mismo
estandarte, pe todos los líderes, solo tú, solo Vol’jin de los Lanza
Negra, se negó a unirse al resto. Cuando tras rechazar su propuesta,
te diste la vuelta y te alejaste, pasaste junto a mí. Te observé
marchar. En cuanto desapareciste de mi vista, pasé un largo rato
examinando tus huellas en la arena. Me pregunté qué se borraría
primero: si los sueños de Zul o tus huellas. —Bajó la mirada hacia
el fuego por un momento—. Así que, cuando uno de mis guerreros
me mostró esa huella en Zouchin, me sorprendí, pues la reconocí
muy fácilmente. Para entonces, claro está, nuestros espías en la
Horda nos habían informado sobre tu desaparición y las historias
que circulaban sobre ella. Los rumores que corren sobre ti son muy
elogiosos. La mayoría de la Horda cree que pereciste al intentar
llevar a cabo una misión secreta de tremenda importancia que les
sería muy beneficiosa. Muchos han lamentado tu muerte
profundamente. No obstante, algunos afirman que fuiste asesinado.

Vol’jin arqueó una ceja.


286
Vol’jin: Sombras de la Horda

— ¿Nadie se plantea la posibilidad de que haya sobrevivido?

Khal’ak cogió ambos cálices y se aproximó a él con ellos,


permitiéndole elegir cualquiera.

—Hay algún que otro lunático que piensa así e incluso algún
chamán excéntrico que afirma que has ascendido y te has
convertido en uno de los loa. Unos pocos te rezan y algunos se han
tatuado una lanza negra; normalmente, en un costado o en la parte
interior del bíceps, ya que a los orcos no les gustan ese tipo de
exhibicionismos.

El cazador de las sombras cogió uno de los cálices que le ofrecía.

— ¿Acaso tu amo disfruta con esas historias de fantasmas? ¿Por


eso debe darme las gracias?
—Oh, no, te debe mucho, mucho más. —La Zandalari dio un sorbo
al vino y se volvió. Se acercó de un modo casual a la estera y los
músculos de su esbelto cuerpo destacaron bajo su vestido de seda.
Se arrodilló, como si fuera alguien que suplicara ante un dios, y,
acto seguido, bebió—. Por favor, siéntate.
Vol’jin se sentó después de dejar su cáliz de vino sobre la mesa.
—Háblame de tu amo.
—Ten clara una cosa, Vol’jin. Te brindo el honor de no suponer
que eres un necio. A lo largo de esta conversación, vas a saber
muchas cosas, cosas muy importantes. Debes comprender que soy
perfectamente consciente de qué tipo de información voy a
compartir contigo, pero lo hago con un propósito. Te voy a tratar
con suma sinceridad. Pregunta, que yo te responderé si es posible.
El Lanza Negra volvió a coger el cáliz y bebió. Ese vino tinto sabía
a frutas y especias, algunas procedían de Kalimdor, pero la mayoría
de Pandaria. Le gustó, aunque eso no hizo que se relajara.
—Estabas diciendo que...

287
Michael A. Stackpole

—Los mogu son arrogantes y altivos. Ven a los trols desde la


perspectiva que les brindan unas historias que supuestamente
ocurrieron antes de que su imperio se desintegrara. Desde entonces,
solo han tratado con los Zandalari, quienes controlamos solo una
fracción del poder que teníamos antes. A los demás trols los
consideran unas criaturas involucionadas. Eso es cierto si hablamos
de los trols que luchan en nuestro bando. Además, las experiencias
que han tenido con los pocos que luchan con la Horda han
confirmado sus prejuicios.

»Aunque, por otro lado, hay que tenerte en cuenta a ti y lo que


sucedió en Zouchin. —Dio un sorbo al vino y, a continuación, se
relamió los labios—. En un principio, no sabía que eras tú, por
supuesto. No me lo esperaba después de haber oído decir que
habías muerto. Había dado por sentado que los rumores más
siniestros eran ciertos, puesto que habías dado la espalda a Garrosh
con más firmeza aún que a mi rey. Pensaba que solo la Horda
podría matarte, pero ahora veo que estaba equivocada.

Vol’jin no respondió a esas palabras, sino que se limitó a alzar la


barbilla para que ella pudiera ver la cicatriz de la garganta.

—Sí. Me lo estaba preguntando. Tu voz no es como la recordaba,


—Khal’ak sonrió—. Tu muerte también ha llegado a oídos de la
Alianza. La mayoría de ellos se han sentido muy aliviados, ya que
provocabas muchas pesadillas en ellos de las que por ahora, al
menos, se han librado.

»Pero volvamos a los mogu. A ellos les ha hecho mucha gracia que
un trol y un humano nos hayan causado tantos problemas. Además,
están impresionados contigo, pues creen que para ser tan esquivo
hay que poseer un gran poder. Esperaba poder cazarte con la
trampa que había preparado esta noche, con la cual los mogu han
disfrutado mucho, aunque he de reconocer que se han inquietado al
ver que te acompañaban unos subalternos pandaren. Si no te cazaba
288
Vol’jin: Sombras de la Horda

junto al resto del grupo, esperaba al menos tener la oportunidad de


encontrarte, para que te entregaras con el fin de salvar la vida de
tus mascotas.

— ¿Y eso por qué?


—Porque quiero que te unas a nosotros. Eso impresionaría a los
mogu y sugeriría que tenemos una tremenda influencia sobre el
resto del mundo. Desde su punto de vista, lo único que hemos
hecho ha sido despertar a su rey durmiente. En su arrogancia, son
incapaces de admitir que esa es una gesta que ellos no han logrado
llevar a cabo en todos los milenios transcurridos desde que su
imperio se desmoronó. El hecho de que un humano y un trol nos
dejaran en ridículo reforzó su impresión de que somos muy débiles,
de que nuestra sangre ha perdido vitalidad. Si te unieras a nosotros,
sería grandioso.

Vol’jin frunció el ceño.

—No sé cómo me pides algo así si estuviste presente cuando


rechacé la oferta Zandalari.
—Esta no es la misma oferta, cazador de las sombras, ni este
mundo es el mismo. —Extendió un brazo y le acarició con un dedo
la cicatriz de la garganta, así como la que tenía en el costado—.
Entonces, afirmaste que la Horda era tu familia. Pero ahora, te ha
rechazado. Garrosh, ese ser de alma innoble y tan corto de miras,
mató a la única persona que podría haberle aconsejado
adecuadamente en medio de la inminente vorágine. No le debes
fidelidad alguna. Tu familia son los Lanza Negra y queremos que
tu pueblo sea la tribu más importante de todas.

»Sí, los Gurubashi se quejarán. Los Amani lloriquearán. Ellos


pondrán sobre la mesa su glorioso pasado y yo, sus sonoros
fracasos. Los Lanza Negra son la única tribu que ha permanecido
fiel a sí misma. No han intentado fundar un imperio no porque no
puedan, sino porque no han elegido ese modo de obrar. El hecho
289
Michael A. Stackpole

de que ellos lo intentaran y fracasaran no implica que haya que


alabar su esfuerzo. Desean revivir la gloria de la que disfrutaron
hace siglos, por algo que acabó desmoronándose.

La Zandalari alzó la barbilla y su mirada, que brillaba con la


promesa de un futuro glorioso, se cruzó con la del Lanza Negra.

—Esta es mi oferta, Vol’jin Lanza Negra de los Lanza Negra. Sé


para mí lo que fuiste para Thrall. Asume todo el poder que tienes
como cazador de las sombras para satisfacer las necesidades de tu
pueblo. Tu verdadero pueblo, que está compuesto por los Lanza
Negra y los demás trols. Juntos demostraremos al resto del mundo
que son unos necios y, una vez más, impondremos el orden en unas
tierras que han languidecido en nuestra ausencia.

Vol’jin alzó su cáliz.

—Será un gran honor, pues es una oferta que solo un necio podría
rechazar.

290
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO
VEINTICUATRO

—Y que solo un necio aceptaría basándose solo en mis palabras —


dijo Khal’ak.
—Eres muy persuasiva.
—Y tú, muy amable. —Acto seguido, se rió sumamente relajada—
. Aunque hay cosas que debo saber, por supuesto. ¿Cómo es posible
que te hallaras en compañía de unos pandaren y un humano que te
ayudaban a combatimos?

Vol’jin contempló el rostro de Khal’ak por un momento.

—A Chen Cerveza de Trueno ya lo conoces. Es amigo mío desde


hace mucho tiempo. Me encontró después de que la Horda me
hubiera dado por muerto. Esos monjes a los que tanto odian tus
aliados mogu me acogieron y curaron. E hicieron lo mismo con el
humano. —Entonces, bebió un poco más de vino—. En lo que
respecta a oponerme a ustedes, lo cierto es que en cuanto vi que se
iba a producir una invasión, ni siquiera pensé en quién podía ser el
invasor, solo pensaba en devolverle el favor a mis benefactores.

291
Michael A. Stackpole

Khal’ak ladeó la cabeza.

—Dices que «viste» que se iba a producir una invasión. Así que
supongo que la Danzarina de la Seda también te envió alguna de
sus visiones.

Vol’jin asintió.

—Sí, creo que ha podido ser ella.


—Sí. Siempre ha sido nuestra guía, pero no debe de estar muy
satisfecha con que hayamos renovado nuestra alianza con los
mogu. Supongo que, en el pasado, algunos de nuestros guerreros
se decantaron por la magia mogu y le dieron la espalda. Si bien ese
culto desapareció hace mucho, ella no lo olvida. —Khal’ak fijó su
mirada en la profundidades de ese vino tinto—. No me sorprende
que desee causar un poco de conmoción ahora para evitar
problemas mucho más graves en el futuro.
—Has tenido la mismas visiones que yo, pero has decidido
ignorarlas, ¿verdad?
—No, he estado buscando una solución a los problemas que
plantean.
— ¿Y cuál es esa solución?
—Tú. Tú serás mucho más que una respuesta a esos problemas,
Vol’jin. —La Zandalari se inclinó hacia delante, a la vez que bajaba
la voz Khal’ak. Eres una pieza clave y recibirás una recompensa
acorde a tus servicios. Por ejemplo, ahora mismo, tu grupito de
valientes ha demostrado que nuestras tropas, por muy Zandalari
que sean, no están hechas a prueba de flechas. Y lo que es más
importante, ha recordado a los mogu lo letales que pueden llegar a
ser sus antiguos esclavos. El hecho de que hayamos logrado
capturar a ese grupito nos ha hecho merecedores de sus respetos.
Por eso, he de darte de nuevo las gracias.

El Lanza Negra se recostó.

292
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Si soy una solución tan buena y provechosa, ¿no temes que tu
amo pueda eliminarte para que yo ocupe tu lugar?
—No. Él te teme. No tiene las mismas agallas que tú, como
demostraste al rechazar la petición del rey. Querrá contar contigo
para poder mantenerte bajo control. —Sonrió tímidamente—. No
temo que vayas a traicionarme, porque voy a utilizar a tus amigos
para mantenerte a raya. Sé que Chen Cerveza de Trueno es tu
amigo. El humano no sé quién es, pero es evidente que le tienes
mucha estima.
—Si al final vas a coaccionarme, no sé para qué me has pedido que
confíe en ti.
—No, solo deseo que no te extralimites hasta que hayas tenido la
oportunidad de reflexionar a fondo sobre mi oferta. He de tener en
cuenta que rechazaste unirte a nosotros en el pasado y que te
negaste a cumplir los dictados de Garrosh. Tienes principios, lo
cual es un rasgo de personalidad maravilloso, que yo sí sé apreciar.
—Apartó su cáliz a un lado y permaneció arrodillada ahí con las
manos abiertas sobre su regazo—. Si te unes a nosotros, si nos
brindas toda tu ayuda, liberaré a tus compañeros.
—Ya, y luego enviarás a algunos cazadores tras ellos como hiciste
con los demás, ¿no?
—Si hubiéramos negociado al respecto, ahora nadie los estaría
persiguiendo. —Alzó una mano—. Pero he de insistir de nuevo en
que no debes tomar esta decisión ahora mismo. Tus compañeros
estarán bien atendidos; aunque no disfrutarán de los lujos que te
ofrezco, estarán cómodos. —Khal’ak sonrió—. Mañana
comprobarás de primera mano qué aportan los mogu a nuestra
alianza. En cuanto eso te haya abierto los ojos, vas a entender por
qué mi oferta es muy generosa y merece la pena que la tengas muy
en cuenta.

*******

La conversación se centró después en cosas más banales. Vol’jin


no tuvo ninguna duda de que, si a él le hubiera apetecido, Khal’ak
293
Michael A. Stackpole

se habría acostado con él. La Zandalari habría considerado ese acto


tan íntimo como una manera de animar a cooperar a alguien... de
menor intelecto. Pero como tenía claro que no le había tomado por
tonto, sospecharía que el cazador de las sombras se acostaba con
ella, simplemente, para hacerle creer que era un individuo
fácilmente manipulable, por lo cual la trol habría acabado
desconfiando de ese ardid y de él.

Por otro lado, por el mero el hecho de refrenarse, Vol’jin


demostraba que tenía un cierto poder sobre la trol. Por muy
competente que fuera, también había quedado claro que se había
encaprichado de él. Si no fuera así, no se habría acordado del rastro
que dejó su huella en la arena hace tantos años. Sí, la Zandalari
habría querido consumar el acto, simplemente, para justificar los
años que llevaba interesada en él.

El Lanza Negra podría valerse de ese poder, con independencia de


la respuesta que diera a su oferta.

Hablaron un rato más y, a continuación, durmieron en el patio al


raso. Vol’jin se despertó cuando asomaban los primeros rayos del
alba, que iluminaban la oscura bóveda celeste. No se sentía
demasiado descansado, pero tampoco fatigado. Los nervios
compensaban la energía de la que carecía por la falta de sueño.

Tras degustar un desayuno sencillo consistente en carpa dorada


ahumada y unos dulces pasteles de arroz, los sirvientes volvieron a
ocuparse de su aseo personal. Después, la Zandalari y él se
montaron a lomos de unos raptores y se dirigieron de nuevo al
sudoeste. Khal’ak no dijo nada. Montaba ese raptor
majestuosamente y el viento le confería un aspecto magnífico al
agitarle el pelo y la capa. En ese momento, Vol’jin pudo ver cómo
los Zandalari se veían a sí mismos. Eso borró todas las dudas que
albergaba en su mente sobre por qué pretendían reclamar tan a
menudo lo que habían perdido en el pasado. Ser consciente de lo
294
Vol’jin: Sombras de la Horda

bajo que has caído y temer que nunca seas capaz de alcanzar las
altas cotas del pasado es algo que a uno le debe reconcomen por
dentro.

Se dirigieron a una montaña alta y de pendientes pronunciadas,


alrededor de la cual cabalgaron. Ahí no había más que ruinas,
aunque no eran producto de la erosión natural, sino de una guerra
acaecida mucho tiempo atrás. Aunque los fenómenos
meteorológicos habían borrado todo rastro de sangre y hollín y
unas plantas doradas habían enterrado los huesos y detritos, los
restos de unos arcos derruidos eran un monumento a la violencia
que los había hecho añicos.

Mientras ascendían por ese camino que atravesaba las montañas, la


majestuosidad de Pandaria imbuía de belleza a ese lugar, a pesar de
que se hallaba totalmente destrozado y de que el día estaba envuelto
en penumbra. Vol’jin tenía la sensación de que había estado aquí
antes, aunque tal vez eso se debiera a que en Orgrimmar se había
familiarizado con el tipo de poder que en su día había impregnado
esa zona. Si bien los Lanza Negra se conformaban con tener unas
humildes moradas que sirvieran a sus propósitos, era consciente de
que otros tenían la necesidad de demostrar su superioridad
mediante obras grandiosas. Había oído hablar de las altísimas
estatuas de Forjaz y Ventormenta y era consciente de que ese lugar
debía de rendir homenaje al pasado mogu de un modo similar.

Los mogu no le decepcionaron.

El camino llevaba hasta una tosca abertura en la ladera de la


montaña, desde donde se podía atisbar una descomunal estatua gris
montada sobre una base de bronce. La estatua representaba a un
guerrero mogu erguido que sostenía una enorme maza en las
manos. Si se hubiera podido reducir ese monumento a unas
proporciones normales, incluso Garrosh habría tenido problemas
para alzar esa arma. Si bien el gesto impasible de esa estatua no
295
Michael A. Stackpole

daba ninguna pista sobre la personalidad del mogu, esa arma


transmitía sensación de poder y crueldad y el deseo de aplastar a
cualquier oposición.

Khal’ak y Vol’jin no entraron en la tumba, puesto que, desde la


lontananza, se aproximaba hacia ellos una comitiva a un paso
señorial. Se trataba de unas tropas Zandalari que conformaban una
procesión encabezada por unas banderas que ondeaban en unas
lanzas. Tras estas, en un elegante carruaje pandaren tirado por
kodos, seis Zandalari flanqueaban a tres mogu. Detrás de ellos
venía un carruaje más pequeño que transportaba a doce médicos
brujo Zandalari. En cuarto lugar, justo por delante de las tropas de
retaguardia Zandalari, avanzaba un carro desvencijado (que
transportaba a Chen, Tyrathan, los tres monjes y cuatro humanos,
todos varones), cuyas maderas temblaban y cuyas bestias de tiro
gruñían mientras sus atronadoras pisadas estremecían el suelo.

En cuanto esa procesión se detuvo delante de la tumba, un chalán


se hizo cargo de los prisioneros y los arrastró hasta el interior de la
cueva. Los Zandalari y sus anfitriones mogu los siguieron. Khal’ak
vociferó unas órdenes al capitán que comandaba el resto de las
tropas, que, acto seguido, se desplegaron en abanico para tomar
posiciones defensivas mientras ella y Vol’jin se adentraban en las
oscuras entrañas de la tumba.

Uno de los mogu (Vol’jin suponía que era un Sacrificador de


Espíritus) señaló con dos dedos a los prisioneros. Los médicos
brujo Zandalari agarraron a Dao y Shan y los colocaron cerca de
las esquinas izquierda y derecha de la base de la estatua
respectivamente. El mogu volvió a señalar a los cautivos y dos
humanos fueron llevados a rastras a ocupar las otras dos esquinas
restantes.

Vol’jin sintió vergüenza ajena por Tyrathan. Los monjes pandaren


habían mantenido la cabeza bien alta en todo momento. Sus
296
Vol’jin: Sombras de la Horda

captores los habían llevado hasta esa posición sin tener que
empujarlos ni coaccionarlos. Los monjes mantenían su dignidad en
silencio, mientras parecían dar totalmente la espalda a lo que
debían de saber que iba a suceder a continuación. Los humanos,
por otro lado, como carecían del equilibrio espiritual de los monjes,
o porque eran terriblemente conscientes de su mortalidad,
lloriquearon mientras los arrastraban por la fuerza hasta su sitio.
Uno de ellos ni siquiera fue capaz de mantenerse en pie, por lo cual
dos Zandalari tuvieron que sostenerlo. El otro balbuceó y se orinó
encima.

Entonces, Khal’ak se volvió a medias hacia Vol’jin y susurró:

—Intenté convencer a los mogu de que solo necesitaban humanos,


pero cuando vieron luchar a los Shadopan, insistieron en utilizarlos.
He logrado que Chen y tu humano queden al margen, pero...

Vol’jin asintió.

—El liderazgo requiere tomar decisiones difíciles.

El Sacrificador de Espíritus se aproximó al hermano Dao, que se


encontraba en la esquina izquierda, la más cercana. Con una mano,
el Sacrificador lo obligó a echar la cabeza hacia atrás, dejando así
su garganta expuesta. Con la otra, el mogu le clavó una uña en la
garganta; no fue un golpe letal, sino simplemente molesto. Al
sacarla, extrajo una gran gota de sangre pandaren.

El mogu rozó con esa gota la esquina del pedestal de bronce. Al


instante, surgió una diminuta llamarada, que se redujo hasta
convertirse en una pequeña llama azul no muy intensa.

A continuación, el mogu se acercó al humano situado en la parte


frontal. Cuando depositó en una esquina la gota de sangre de este,
brotó un minúsculo géiser de agua, que acabó transformándose en
297
Michael A. Stackpole

un charquito, en cuya superficie las ondas iban al compás de la


danza de la llama.

Entonces, el mogu se aproximó al segundo humano, cuya sangre


engendró un ciclón en miniatura, de tonalidad roja. Enseguida, se
tornó invisible, de tal modo que su existencia solo era revelada por
la leve corriente de aire que agitaba la ropa sucia del humano. Una
vez más, ese viento se acompasó con las ondas del charco.

Por último, el mogu se acercó al hermano Shan. El monje alzó la


barbilla voluntariamente, exponiendo así la garganta. El mogu
recogió la gota de sangre, que, al rozar el bronce, desató una
erupción volcánica. Vol’jin interpretó que la ira de Shan era la
energía que alimentaba esa erupción. La lava no se detuvo, sino
que continuó fluyendo. Se extendió en diversos afluentes que se
dirigieron al agua y el ciclón.

El aire, el fuego y el agua también se expandieron. Allá donde se


cruzaron, guerrearon. El poder desatado en esas colisiones se alzó,
conformando unos muros de fuerza opalescentes y
semitransparentes, que se elevaron hasta el techo velozmente,
cuarteando la estatua. Súbitamente, se oyó un trueno tremendo.
Aparecieron unas grietas en la piedra, unas fisuras tan profundas
como las que aún podían verse en esas piedras destrozadas situadas
fuera de la cueva. Las grietas se expandieron como las raíces de un
árbol y Vol’jin se imaginó que, cuando la estatua se derrumbara, la
tumba entera acabaría enterrada a una profundidad de unos tres
metros.

Suficiente como para enterramos a todos.

Sin embargo, la estatua no se derrumbó. Las líneas de energía se


retiraron hacia el interior de las fisuras. Durante unos cuantos
segundos, se unieron en el centro, en el lugar donde debería haber
estado el corazón de ese mogu. Esa energía palpitó dos veces, tal
298
Vol’jin: Sombras de la Horda

vez cuatro, y, acto seguido, atravesó unas venas invisibles. Un


fulgor opalescente bañó toda la estatua, bajo el cual la estatua se
agrietó una y otra vez. Fue como si ese resplandor estuviera
sometiendo a esa estatua a una increíble presión, como si una rueda
de molino estuviera reduciendo ese monumento a polvo.
Aun así, ese mismo poder le permitía seguir manteniendo su forma.

Entonces, unos tentáculos etéreos, que se asemejaban a la niebla,


brotaron de sus tobillos y muñecas. La neblina envolvió el rostro
del hermano Dao. El monje echó la cabeza hacia atrás para chillar
y la niebla se adentró en su cuerpo. En un abrir y cerrar de ojos, él
también se encontró envuelto en ese fulgor, que lo aplastó como
una uva.

Esa pulpa que hasta hace poco había sido el hermano Dao fluyó por
el tentáculo. Solo cuando el espanto dejó de apoderarse de él,
Vol’jin se percató de que los otros tres también se habían
desvanecido. La estatua volvió a refulgir con más intensidad que
antes si cabe. La energía palpitó y su potencia se intensificó. Dos
manchas ardieron donde habían estado los ojos de la estatua.

Entonces, esa magia se contrajo con una serie de sucesivos crujidos


y chasquidos. A medida que el resplandor aumentaba, el calor
también. De repente, la luz y la temperatura menguaron. La silueta
del monumento se encogió y, al mismo, tiempo la estatua extendió
ambos brazos. La piedra inerte se comprimió para formar unos
músculos robustos que se deslizaban bajo una piel negra. La luz se
retiró al interior de la estatua, cuya nueva carne se curó allá donde
la piedra se había roto y había mostrado un contorno irregular. No
le quedó ninguna cicatriz visible a ese guerrero mogu sin parangón,
que se alzaba desnudo e invencible sobre un estrado de bronce.

Los otros dos mogu avanzaron hacia él presurosos. Ambos se


arrodillaron ante él y agacharon la cabeza. Uno de ellos le ofreció
una gruesa capa dorada con ribetes negros sin alzar la mollera. De
299
Michael A. Stackpole

igual modo, el otro sostuvo en alto un bordón de mando dorado. El


mogu cogió primero el bordón y, a continuación, pisó el suelo para
permitir que el otro mogu lo vistiera.

Vol’jin observó detenidamente el rostro de ese mogu. Dio por


sentado que, en esos primeros momentos, tras haber sido sacado de
la tumba después de tantos milenios, estaría desorientado y con la
guardia baja, mientras intentaba comprender qué había ocurrido.
Atisbó un leve gesto de desprecio en el semblante del señor de la
guerra cuando este vio a los Zandalari; asimismo, se percató de que
una tremenda furia le dominó al ver a los pandaren.

En ese instante, dio un paso hacia el lugar donde se hallaban Chen


y el hermano Cuo, pero llevaba tantos siglos muerto que sus
movimientos eran muy lentos. Khal’ak se interpuso entre él y los
prisioneros. Vol’jin permaneció a su lado, a solo un paso por detrás,
y? en ese momento, se dio cuenta de que la trol había elegido esa
zona en concreto para ver la ceremonia porque había previsto que
eso mismo podía ocurrir.

Si bien hizo una reverencia, no se arrodilló.

—Señor de la Guerra Kao, te doy la bienvenida en nombre del


general Vilnak’dor. Te aguarda en la Isla del Rey del Trueno,
donde reside con su amo resucitado.

El mogu la recorrió con la mirada de arriba abajo.

—Matar a esos pandaren honrará a mi amo y no nos demorará.


Con una mano abierta, Khal’ak señaló a Vol’jin.
—Pero entonces, estropearán el regalo que el cazador de las
sombras Vol’jin Lanza Negra quiere hacerle a su amo, pues desea
entregarle a estos dos como obsequio. Si deseas matar a unos
cuantos pandaren, prepararé una cacería mientras hacemos nuestro

300
Vol’jin: Sombras de la Horda

viaje. Pero esos dos son intocables, pues Vol’jin ha prometido que
serán un regalo.

Las miradas de Kao y Vol’jin se cruzaron. El señor de la guerra


entendía perfectamente qué estaba ocurriendo, pero no estaba
preparado para afrontarlo en ese momento. El odio centelleaba en
sus ojos oscuros, dándole a entender a Vol’jin que su osadía no
sería perdonada.

El señor de la guerra mogu asintió.

—Deseo matar a un pandaren por cada año que he estado en la


tumba y dos por cada año que mi amo ha estado muerto. Ocúpate
de que eso sea así, mujer, a menos que ese cazador de las sombras
haya prometido más a mi amo.

Vol’jin entornó la mirada.

—Señor de la Guerra Kao, te prometo que asesinarás miles do


millares. Su imperio cayó porque decidió esclavizar a los pandaren.
Lo que deseas quizá sea justo, pero las consecuencias Serían muy
trágicas. Muchas cosas han cambiado en todo este tiempo, mi
señor.

Kao resopló y se encaminó hacia donde se encontraban los demás


mogu junto a los oficiales Zandalari.

Khal’ak exhaló aire con suma cautela.

—Bien jugado.
—Lo mismo digo. Previste lo que iba a hacer. —Vol’jin negó con
la cabeza—. Que iba a exigir el sacrificio de las vidas de Chen y
Cuo como venganza.
—Sí, me lo imaginaba, aunque es muy probable que tenga que
acabar entregándole al monje. Los mogu odian a los Shadopan
301
Michael A. Stackpole

hasta lo más hondo de sus tenebrosas almas. Pero voy a buscar otro
para que sustituya a Chen. Para los mogu, todos son iguales.
—Si descubre el engaño, te matará.
—Al igual que a ti, a Chen y a tu humano. —Khal’ak sonrió—. Te
guste o no, Vol’jin Lanza Negra, nuestros destinos ahora están
inevitablemente unidos.

302
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO VEINTICINCO

—Esa inevitabilidad me inquieta un poco —dijo Vol’jin.

Khal’ak se volvió para contemplarlo mientras las tropas guiaban a


los prisioneros fuera de la tumba y los subían de nuevo al carro.

— ¿Qué quieres decir?


—Kao está furioso porque le he desafiado. Tu amo me teme. Si
viajo a esa Isla del Rey del Trueno sin unas cadenas encima, su
animadversión por mí irá en aumento. —Vol’jin se encogió de
hombros—. Tienes que demostrar que me controlas, que sigo
siendo un prisionero, así que debería ser tratado como tal.

La trol meditó por un momento y, acto seguido, asintió.

—Además, así podrías estar más cerca de tus amigos para


protegerlos.
—Espero que cualquier privilegio que yo tenga se extienda también
a ellos.
—Sus grilletes serán de hierro. Los tuyos de oro. Yo misma te los
proporcionaré.
—Me parece un trato aceptable.

303
Michael A. Stackpole

La Zandalari extendió un brazo.

—Dame tu daga.

Vol’jin sonrió.

—Por supuesto. Pero después de que hayamos vuelto.


—Por supuesto.

Vol’jin disfrutó de su libertad durante el camino de regreso al hogar


de Khal’ak a lomos de ese raptor. Las nubes se iluminaron, como
si se sintieran avergonzadas por no ser capaces de rivalizar con la
negrura de Kao. El valle recobró de nuevo su dorado esplendor. Si
yo hubiera estado atrapado en una tumba durante siglos, este sería
el lugar donde me gustaría resucitar.

Khal’ak lo alojó en su casa y cumplió su palabra; forjó unos


grilletes de oro unidos por una gruesas cadenas, que resultaron ser
más pesadas que el hierro, aunque eran lo bastante largas como
para que pudiera moverse con cierta libertad. También le dejó
campar bastante a sus anchas, ya que no lo vigilaba ningún guardia;
no obstante, ambos sabían que no huiría mientras Chen y Tyrathan
siguieran recluidos junto a los demás prisioneros.

Mataban el tiempo discutiendo de manera constructiva sobre la


inminente conquista de Pandaria. Le comentó que era ella quien
había tomado la decisión de no utilizar cañones goblin en la toma
de Zouchin. Como Vilnak’dor no había estado de acuerdo con esa
medida, había ordenado que en el resto de la invasión se utilizaran
cañones y pólvora. Si bien era cierto que la trol pensaba que eso
era una señal de debilidad, también era cierto que en el pasado los
mogu habían empleado esas armas de manera muy provechosa, por
lo que su amo había argumentado que al utilizarlas honrarían a sus
aliados.
304
Vol’jin: Sombras de la Horda

Al parecer, los mogu no se habían limitado a soñar despiertos desde


la caída de su imperio. Khal’ak opinaba que habían hecho muy
pocas cosas que pudieran considerarse constructivas; no obstante,
a pesar de haber estado siempre muy desorganizados, al menos
habían crecido y se habían multiplicado. El plan de invasión era
bastante claro. Las tropas Zandalari darían apoyo a las mogu para
asegurar el corazón de Pandaria. Según parece, los mogu creían
que, en ese momento, todo volvería a ser como antes por arte de
magia, como cuando se colocan las piezas de jihui al inicio de una
partida.

La trol daba por supuesto que los Zandalari defenderían las tierras
reconquistadas por los mogu hasta que hubieran podido
organizarse debidamente. Después, atacarían a la Alianza o la
Horda, la eliminarían y, luego, aplastarían a la otra facción que aún
quedara en pie. Los mántides del oeste, que siempre habían sido un
problema, serían los últimos en caer. Entonces, el imperio mogu
podría utilizar su magia para apoyar a los Zandalari en su
reconquista primero de Kalimdor y después de la otra mitad de ese
continente dividido.

A la mañana siguiente, partieron de nuevo, aunque esta vez muy


temprano. Esa noche no se había celebrado ninguna fiesta en el
Palacio Mogu’shan y todo el mundo se había levantado muy
pronto, ya que no querían presentarse tarde, pues temían que eso
molestara al Señor de la Guerra Kao. A Vol’jin le dejaron montar
en un raptor, de tal modo que las cadenas de oro que lo ataban
quedaron a la vista de todos. Chen, Cuo, Tyrathan y los demás
prisioneros iban montados en unas carretas. Vol’jin les vio muy
poco hasta que llegaron a Zouchin, donde lo subieron a bordo de
un pequeño barco y lo llevaron bajo cubierta, a un camarote que
cerraron por fuera.

305
Michael A. Stackpole

Sus tres compañeros, sucios por el viaje y ensangrentados por los


golpes, sonrieron, a pesar de todo, cuando Vol’jin tuvo que agachar
la cabeza para no pegarse con la trampilla. Entonces, Chen dio una
palmada con ambas zarpas.

—Solo tú podías haber sido hecho prisionero y acabar llevando


unas cadenas de oro.
—Siguen siendo cadenas. —Vol’jin hizo una reverencia a Cuo—.
Lamento el fallecimiento de tus hermanos.

El monje le devolvió la reverencia.

—Me alegra que fueran tan valientes.

Tyrathan alzó a mirada hacia el trol.

— ¿Quién es esa hembra? ¿Por qué...?


—Ya habrá tiempo de hablar sobre eso, pero primero, tengo una
pregunta que hacerte, amigo mío. Y es muy importante que me
digas la verdad.

El humano asintió.

—Pregunta.
— ¿Te ha contado Chen lo que le dije al humano que liberamos?
— ¿Lo de que estaba muerto? ¿Lo de que me habías matado? Sí.
—Tyrathan esbozó una media sonrisa—. Me alegra saber que ha
sido necesaria la intervención de un miembro de la élite de la Horda
para matarme. Pero esa no era la pregunta que realmente quieres
que conteste, ¿verdad?
—No. —Vol’jin frunció el ceño—. Ese humano quería saber dónde
estabas. Te temía, pero al mismo tiempo, esperaba tu ayuda. Quería
que siguieras respirando para que pudieras salvarlo, pero al mismo
tiempo, temía que siguieras vivo. ¿Por qué?

306
Vol’jin: Sombras de la Horda

Tyrathan permaneció en silencio un momento, mientras se hurgaba


las sucias uñas. No alzó los ojos ni siquiera cuando empezó a
hablar.
—Sabes perfectamente qué ocurrió cuando estuve en el Corazón
del Dragón, cuando la energía del Sha de la duda me alcanzó,
porque estuviste dentro de mi pellejo. Incluso viste al hombre que
me dio las órdenes. Ese humano al que salvaste era Morelan
Vanyst, su sobrino. Mi padre fue cazador antes que yo y el suyo
antes que él. Nuestra familia siempre ha estado al servicio de la
dinastía Vanyst. Bolten Vanyst, mi señor, es un egoísta que tiene
por esposa a una arpía manipuladora. Por esa razón, se le tiene en
alta estima en Ven-tormenta, ya que si hay una campaña, siempre
se apunta a ella para poder alejarse de su mujer. Con esto, no quiero
decir que él no sea un manipulador. Solo tiene tres hijas y cada una
de ellas está casada con un humano muy ambicioso, a todos ellos
les ha prometido su reino si le satisfacen. Aun así, siempre que
parte, es Morelan quien asume el papel de regente.

Vol’jin observó cómo diversas emociones se adueñaban del


semblante de Tyrathan mientras hablaba. Cuando hablaba de los
servicios prestados por su familia, se enorgullecía claramente, pero
este orgullo se desvanecía al verse arrastrado por la repugnancia
que suscitaba en él el drama familiar de su señor. No cabía duda
que le había servido lo mejor que había podido, pero un señor como
Bolten Vanyst jamás se sentía del todo satisfecho ni se podía
confiar en el por entero. No era muy distinto a Garrosh.

—A todos los demás, el Sha de la duda los abrió en canal, pues


habían dudado de si merecían vivir o no, pues habían dudado de su
propia cordura y de sus propios recuerdos. Se habían venido abajo
en un abrir y cerrar de ojos, incapaces de tomar una decisión porque
el Sha les había convencido de que todas las opciones eran
erróneas. Como una muía colocada entre dos pilas de heno
igualmente apetitosas, habían muerto de hambre, a pesar de estar
rodeados de abundancia, simplemente porque eran incapaces de
307
Michael A. Stackpole

tomar una decisión. —El humano alzó por fin la vista y el


agotamiento se adueñó de él; se le hundieron los hombros y las
arrugas parecieron marcársele aún más en el rostro—. A mí, el Sha
de la duda se me presentó como una vela que iluminó las tinieblas
de mi vida. Dudé de todo y de todos y, en ese instante, vi la verdad
absoluta.

Aunque Vol’jin siguió callado, asintió para animar a su amigo a


seguir hablando.

—Tengo una hija de solo cuatro años. La última vez que estuve en
mi hogar quiso contarme un cuento cuando se fue la cama. Me
habló de una pastora que tuvo que enfrentarse a un cazador
malvado, a la que ayudó un generoso lobo. Enseguida supe cuál era
ese cuento y achaqué que los papeles de los personajes estuvieran
cambiados a la influencia de algunos refugiados gilneanos que se
habían asentado en nuestro pueblo. Pero en cuanto el Sha me tocó,
vi la verdad.

»Mi esposa era, en realidad, esa pastora tan amable y generosa, tan
inocente y encantadora. Lo más curioso de todo es que la conocí
cuando me presenté para acabar con una manada de lobos que solía
atacar su rebaño. No estoy seguro de qué vio en mí. Para mí, ella
era la perfección encamada. La cortejé y me gané su corazón. Es el
mayor trofeo que he ganado en mi vida.

»Por desgracia, soy un asesino. Mato para alimentar a mi familia.


Mato para mantener a salvo mi nación. Soy incapaz de crear nada.
Solo destruyo cosas. Esa verdad le reconcomía el alma a mi mujer.
Ella era consciente de que matar me resultaba muy fácil y eso la
aterraba, temía que fuera capaz de matar a cualquiera. La vida que
yo llevaba y la persona en que me había convertido estaban
matando lentamente el amor que ella le tenía a la vida misma.

El humano hizo un gesto de negación con la cabeza y prosiguió:


308
Vol’jin: Sombras de la Horda

—La verdad es que ella tenía razón, amigos míos. Durante mis
ausencias, mientras cumplía con mis obligaciones, mi mujer y
Morelan intimaron. La esposa de este había fallecido al dar a luz
hace años. Su hijo es amigo de los míos. Mi mujer ha sido su
cuidadora. No sospeché nada, o quizá no quise ver nada porque, si
lo veía, me daría cuenta de que él sería mejor padre para mis hijos
que yo, así como un marido mucho mejor para mi mujer. —
Tyrathan se mordisqueó el labio inferior por un momento—. En
cuanto lo he visto, he sabido que, tras haberse enterado de mi
muerte, ha creído necesario demostrar su valor. Por eso ha venido
a Pandaria. Pero su tío lo ha utilizado como a cualquiera otra de sus
piezas en este juego. Con su fuga, demostrará todo lo que necesita
demostrar. Será un héroe. Podrá ir a casa y regresar con su familia.
—Pero si no es la suya sino la tuya. —Vol’jin escrutó el rostro del
humano—. ¿Todavía los quieres?
—Con toda mi alma. —El humano se pasó ambas manos por la
cara—. El mero hecho de pensar que nunca volveré a verlos me
está matando poco a poco.
—Y, aun así, ¿piensas renunciar a tu felicidad por la suya?
—Siempre he hecho todo lo posible para que pudieran tener una
buena vida. ^-En ese instante, alzó la mirada—. Quizá esto sea lo
mejor. Ya me has visto. Ya viste cómo disparé esa noche. Una parte
de mí disparó mejor que nunca solo para que Morelan supiera que
era yo. Lo mío es matar, Vol’jin, y es algo que hago muy bien. Tan
bien que incluso sería capaz de matar a mi familia.
—Has tomado una decisión muy difícil.
—Me la replanteo todos los días, pero no voy a dar marcha atrás.
—Tyrathan entornó sus ojos verdes-—. ¿Por qué me interrogas al
respecto?
—Porque yo también tengo que tomar una decisión muy difícil,
similar a la tuya, pero de una magnitud un tanto mayor. —El trol
profirió un hondo suspiro—. Da igual qué decisión tome, las
naciones se inundarán de sangre y la gente morirá.

309
Michael A. Stackpole

Sus tres compañeros se contentaron con la promesa de que


compartiría sus sentimientos con ellos cuando estuviera preparado,
demostrando así que eran mejores amigos de lo que él creía que se
merecía. Confían en que optaré por la decisión correcta. Y lo voy
a hacer. Y voy a asumir las consecuencias. Pero no seré yo el único
que deba asumirlas.

Por otro lado, los Zandalari gozaron atormentando a Vol’jin,


aunque dentro de unos límites. Si bien les servían una comida
decente (que salía de la misma cacerola) a los cuatro prisioneros,
primero servían a los dos pandaren y al humano. Vol’jin se quedaba
con las sobras, que no eran muchas y que, además, se encontraban
quemadas en el fondo de la cacerola y frías para cuando él las
comía. Si sus compañeros se negaban a participar en esa tortura,
nadie comía, así que Vol’jin los animaba a dar buena cuenta de su
ración.

Del mismo modo, a ellos tres los subían a cubierta para tomar aire
fresco al mediodía, mientras que a él lo llevaban a la proa antes del
alba y hacían que el barco virara para que las olas que rompían
contra el casco lo empaparan. Vol’jin soportaba mojarse y esos
duros y fríos vientos sin quejarse, pues en su fuero interno se
alegraba de que el tiempo que había invertido en el monasterio para
acostumbrarse al frío le hubiera resultado al final tan útil.

Aunque también le resultaba más útil que, mientras él permanecía


ahí, los Zandalari se refugiaran en unos rincones de la nave más
cálidos y secos.

*******

Por pura casualidad, Vol’jin se encontraba en cubierta cuando el


barco llegó a la Isla del Rey del Trueno. Las instalaciones del
puerto parecían más nuevas que todo lo demás y eran, sin duda, de
construcción Zandalari. A la izquierda, varios grupos de
310
Vol’jin: Sombras de la Horda

trabajadores Parecían estar llevando pólvora y otros suministros a


unos almacenes. No sabía si esos bajos edificios estaban llenos o
vacíos, pero aunque solo estuvieran llenos a medias, pensaba que
serían capaces de abastecer a un ejército por largo tiempo. Como
llegaban con el Señor de la Guerra Kao, sospechaba que esos
suministros que acababan de ser descargados pronto serían subidos
de nuevo a bordo de una flota, que partiría hacia Zouchin.

En cuanto esa nave atracó, los cuatro prisioneros fueron obligados


a bajar por la plancha y a entrar en un carro tirado por unos bueyes,
que, en realidad, era poco más que un almiar de heno con ruedas,
que habían cubierto con una lona para que los prisioneros
permanecieran tumbados en ese suelo muy juntos y sumidos en una
total oscuridad. Aun así, esa tela estaba desgastada en unos cuantos
sitios que se podían agujerear con el pulgar. Por esos agujeros,
Vol’jin y los demás escrutaron la isla mientras el carro avanzaba
por unos caminos empedrados con más adoquines rotos que
enteros.

Vol’jin se sentía frustrado porque, a pesar de que veía muy poco,


ese poco transmitía demasiada información; una información
decepcionante. Como había estado en cubierta cuando había
llegado, supuso que debería ser ya media mañana. Sin embargo,
daba la impresión de que era la una de la madrugada, ya que la
única iluminación que atravesaba la lona eran los destellos de esos
relámpagos que revelaban un paisaje pantanoso y húmedo, en
donde toda zona de tierra seca estaba ocupada por una tienda o un
pabellón para albergar a las tropas. Mientras avanzaban, pudo
distinguir algunos de los estandartes y descubrió que eran mucho
más variados de lo que le hubiera gustado.

Quizá eso fuera una mera treta de los Zandalari, quizá habían
colocado todas esas tiendas a lo largo de su ruta para engañarlos,
pero Vol’jin lo dudaba. No se le ocurría ninguna razón que
justificara tal engaño. Además, jamás se les habría pasado por la
311
Michael A. Stackpole

cabeza que un enemigo que hubiera llegado tan lejos sería capaz de
escapar de ahí con esos datos falsos, pues no creían que existiera
un adversario capaz de rivalizar con ellos. Bajo esos parámetros,
recurrir al engaño era, simplemente, una forma deshonrosa de
perder el tiempo.

Lo cual era una necedad, aunque también podrían estar en lo cierto.


Vol’jin sabía que la Horda se encontraba en Pandaria desde hacía
meses y Tyrathan desde antes incluso, quizá las numerosas tropas
de los Zandalari y de sus aliados trols fueran más que suficientes
para empujar a esa otra facción hasta el mar.

Si jugaban bien sus bazas, y Khal’ak se iba a ocupar de que eso


fuera así, la Horda y la Alianza podrían ser incluso empujadas a
luchar una contra otra (o a intensificar sus esfuerzos para contener
al bando contrario), lo cual garantizaría el éxito de los planes
Zandalari.

Y si es más que posible que triunfen, la balanza de mi decisión se


decantará hacia un lado.

El carro siguió rodando lentamente hasta su destino, que resultó ser


una jaula de detención improvisada con rapidez, provista de
barrotes de hierro y una puerta que parecía haber sido sacada de un
barco para cumplir ese cometido. La jaula, que había sido colocada
sobre una pequeña loma que sobresalía en ese pantano, tenía una
única cosa buena: una fosa apestosa separaba a los prisioneros de
los guardias más cercanos.

Antes de que Vol’jin fuera arrojado dentro de ella con sus tres
camaradas, llegó un carruaje que lo llevó con suma celeridad por
un camino que serpenteaba hacia arriba por el pantano. Un soldado
conducía y otro estaba de pie en la parte trasera, en el lugar donde
normalmente solía colocarse el mozo de caballeriza. Rápidamente,

312
Vol’jin: Sombras de la Horda

llegaron a un edificio de piedra enclavado cerca de un oscuro


complejo de construcciones de baja altura situado al nordeste.

Los guardias lo llevaron hasta su interior. Una vez ahí, volvió a


encontrarse con los sirvientes de Khal’ak, quienes tuvieron que
hacer un tremendo esfuerzo para lograr que estuviera presentable;
entre otras cosas, le tuvieron que quitar esas cadenas de oro y
devolverle su daga ceremonial. Después, volvieron a subirle al
carruaje y lo transportaron hasta otro edificio más grande, que
contaba con varias parejas de estatuas quilen que custodiaban la
entrada principal, donde lo aguardaba Khal’ak.

—Bien, estás bastante presentable. —Le dio un rápido abrazo—.


Kao está hablando ahora mismo con el Rey del Trueno. Para poder
salvarlos, a ti y a tus amigos (una vez más, me disculpo por la
muerte de los monjes), mi amo tendrá que interceder por ustedes.

Khal’ak lo guió a través de una serie de pasillos repletos de giros y


vueltas que lo desorientaron por completo. No percibió ninguna
magia en ese lugar, aunque tampoco podía descartarla. Sospechaba
que ese complejo había sido restaurado arteramente para recibir
con los brazos abiertos al Rey del Trueno tras su resurrección. La
distribución y el diseño probablemente tenían algún significado
para el emperador mogu y despertaban algunos recuerdos en él,
pues le debían resultar familiares. De ese modo, su transición al
mundo de los vivos, a un mundo que lo había olvidado, a un mundo
que pronto tendría razones para espantarse ante su regreso, sería
más fácil.

Los dos guardias situados junto a un portal se pusieron firmes en


cuanto Khal’ak entró en la sala. En el extremo más alejado de esta,
los esperaba Vilnak’dor, ataviado con unos ropajes de estilo mogu
confeccionados para adaptarse a su exagerado contorno. El general
Zandalari incluso se había teñido el pelo de blanco y se había hecho
la permanente al estilo mogu. A Vol’jin le dio la impresión de que
313
Michael A. Stackpole

incluso se estaba dejando crecer las uñas para que se le


transformaran en garras.

Khal’ak se detuvo e hizo una reverencia.

—Mi señor, le presento a...


—Sé quién es. He olido su hedor antes de que entrara. —El líder
Zandalari hizo un gesto despectivo con la mano para indicarle que
se ahorrara las presentaciones—. Dime, Vol’jin el Cobarde, ¿por
qué no debería matarte ahora mismo?

El Lanza Negra sonrió.

—Si yo estuviera en tu lugar, no me lo pensaría dos veces.

314
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO VEINTISÉIS

Vilnak’dor lo miró fijamente, con los ojos tan abiertos que parecía
que le estuviera mirando a través de unas gafas de gnomo hurtadas.

— ¿Ah, no?
—Claro que no, ya que así apaciguaría al Señor de la Guerra Kao.
—Vol’jin abrió las manos—. Por tu vestido, por tu peinado, puedo
ver claramente que tu mayor preocupación es tener contentos a los
mogu. Matarme te sería de gran ayuda en ese aspecto. —El Lanza
Negra dejó que el grito ahogado de incredulidad del Zandalari
pendiera en el aire por un instante y, acto seguido, prosiguió—.
Aunque también sería un craso error, ya que te costaría la victoria.
— ¿Ah, sí?
—Por supuesto —respondió Vol’jin con una voz tan baja y áspera
como la que había tenido mientras se recuperaba—. La Horda cree
que estoy muerto, que lograron asesinarme, pero cierta gente sabe
que he sobrevivido. Si me matas y afirmas haber sido el autor de
mi asesinato, los Lanza Negra nunca se unirán a ti y el sueño de tu
rey de un imperio trol unido estará acabado. Además, la Horda se
volverá contra ti y lograrás que esas disensiones internas que tanto
preocupan a Garrosh terminen. Mientras yo siga vivo, él temerá
que Pueda contar la verdad de lo que ha ocurrido. Khal’ak sabe la

315
Michael A. Stackpole

verdad y los rumores corren rápidamente. Yo podría ser la flecha


que atraviese el corazón de Garrosh cuando llegue el momento
oportuno.
—Una flecha en su corazón o una espina clavada en mi costado.
—Más bien, una espina clavada en muchas partes. —El cazador de
las sombras sonrió con sumo cuidado—. Puedo serte muy útil,
puedes valerte de mi papel como líder para poder incitar a los
Gurubashi y Amani a hacer más. Puedes utilizarme como un
ejemplo de avance y superación ante las tribus menores. La
motivación ayuda a superar el miedo, pero solo si se ve equilibrada
con la esperanza.

El anciano general Zandalari lo miró con suspicacia.

—Así que quieres que les presente a los Lanza Negra como
ejemplo. ¿Ese es el precio a pagar?
—No es demasiado. Así conseguirás que los Lanza Negra se sumen
a sus fuerzas, lo cual su rey nunca ha logrado.

Al trol se le desorbitaron de nuevo los ojos, pues la tentación era


muy grande.

— ¿Puedo confiar en ti?

Khal’ak asintió.

—Está más que dispuesto a colaborar, mi señor.

Vol’jin inclinó la cabeza solemnemente.

—No solo porque retengas a tres compañeros míos, sino porque


mis opciones son muy limitadas. El líder de la Horda ordenó que
me asesinaran, así que ahí no tengo nada que hacer, ahí jamás
volveré a tener poder alguno. Los Lanza Negra me son leales, pero
son muy pocos como para poder hacer frente a la Horda o a sus
316
Vol’jin: Sombras de la Horda

fuerzas. Lo sabía incluso antes de ver a los mogu. Por otro lado, los
pandaren eran fuertes en el pasado, pero ¿ahora...? No, necesitarían
mi ayuda y la del humano para hacerles frente.
—Dime, ¿qué es lo que quieres sacar en limpio para ti de todo esto,
Vol’jin? —Vilnak’dor extendió ambos brazos—. ¿Quieres
sustituirme? ¿Quieres ascender para mandar sobre los Zandalari?
—Si deseara tanto poder, ocuparía el trono de Orgrimmar después
de haberlo bañado de sangre orea. Pero ese deseo, ese sendero ya
no es mi destino. —Vol’jin le dio unas palmaditas a la daga que
llevaba atada al brazo izquierdo—. Tú eres el heredero del legado
Zandalari. Las tradiciones Zandalari han moldeado tu carácter y
definen tu destino. Yo, sin embargo, soy el heredero de una
tradición mucho más antigua. Soy un cazador de las sombras.
Cuando los Zandalari daban sus primeros pasos, mi legado ya era
muy antiguo.

»Los loa marcan mis decisiones y los loa quieren lo mejor para su
pueblo. Si Elortha no Shadra me hubiera dicho que tu muerte sería
lo mejor para los trols, ya te habría clavado esta pequeña daga en
el ojo con tanta fuerza que te habría llegado hasta el interior del
cráneo.

A pesar de que Vilnak’dor intentó mantener la compostura, reveló


sus verdaderos sentimientos al cruzarse de brazos.

—Así que eso es lo que...


—Ella me ha enviado visiones en las que me ha mostrado su
desagrado, general, pero no me ha exigido matarte. —Vol’jin juntó
ambas manos—. Me ha recordado cuáles son mis
responsabilidades. Mi vida y mis deseos están sometidos a su
voluntad. Los trols deben prevalecer de nuevo y deben recuperar
las viejas tradiciones, entonces ella volverá a ser feliz. Si te sirvo,
la serviré a ella. Siempre que desees contar con mis servicios.

317
Michael A. Stackpole

El tono sincero con el que Vol’jin había pronunciado esas últimas


palabras hizo reflexionar al Zandalari, quien sonrió de manera
indulgente mientras tiraba distraídamente de los hilos sueltos del
fajín de seda dorada atado con un nudo que llevaba puesto.
Vilnak’dor esbozó un gesto en su rostro con el que, claramente,
pretendía mostrarse sagaz y reflexivo.

Cavila, en una sala construida según las proporciones mogu,


mientras va disfrazado como un crío con esos ropajes mogu. Esa
decoración, donde destacaban dominando unos grandes ventanales,
las tallas de los marcos de las ventanas y las esculturas cinceladas
en las paredes, hacía que Vilnak’dor pareciera muy insignificante.
Vol’jin no podía imaginarse por qué razón Rastakhan lo había
enviado ahí, a menos que este fuera su general menos proclive a
ofender a los mogu. Por otro lado, daba por supuesto que
Vilnak’dor no era el único oficial Zandalari de alto rango que
participaba en esa invasión.
Pero va a ser con el que voy a tener que tratar.
—Necesito reflexionar a fondo sobre tus palabras, Lanza Negra.
—Vilnak’dor asintió—. Como cazador de las sombras que eres,
tienes una gran reputación y debería tener muy en cuenta tus
consejos en el plano político. Sí, tengo que meditar mucho al
respecto.
—Como desees, mi señor.

Vol’jin hizo una reverencia del modo que solían hacer los pandaren
y, acto seguido, se retiró y siguió a Khal’ak. Caminaron por unos
pasillos a oscuras, donde sus pisadas eran meros susurros que
reverberaban por unas bóvedas envueltas en sombras.
Permanecieron en silencio hasta que llegaron a las escaleras, donde
se encontraron entre los quilen de piedra.

Vol’jin se volvió hacia ella con un semblante sumamente sincero.

318
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Espero que seas consciente de que vamos a tener que matarlo.


Tenías razón cuando dijiste que me temía. Pero me teme aún más
por ser un cazador de las sombras.
—Por esa misma razón, se va a ver obligado a eliminarte. —La trol
frunció el ceño—. Pero no será tan torpe como lo fue Garrosh.
Querrá que traigas primero a los Lanza Negra y luego se deshará
de ti. Entonces, les mostrará una nota escrita por ti antes de morir
en la que le designarás a él, o a un títere nombrado por él, como tu
heredero.
—Estoy de acuerdo. Pero ese plan nos da tiempo para preparar el
nuestro.
—Te encerrará varios días en prisión para que te derrumbes y te
sientas agradecido cuando te libere.

Vol’jin asintió.

—Lo cual te dará tiempo para prepararte.

Antes de que la Zandalari pudiera decir nada, el Señor de la Guerra


Kao cruzó la puerta. Aunque todavía llevaba la capa que le habían
entregado en la tumba, ahora vestía también con unas botas altas,
unos pantalones de seda dorados, una túnica de seda negra y un
cinturón de oro. Se detuvo ahí, pero no porque le sorprendiera
toparse con ellos; no, lo hizo a propósito.

Nos ha estado siguiendo.


—Mi amo me ha prometido que podré matar a tantos pandaren
como quiera. Son unas criaturas imperfectas a las que vamos a
hacer mucho mejores. Después, serán exterminadas. —El mogu les
mostró sus blancos dientes—. Incluidos tus compañeros, trol.
—Hay que rendirse ante la sabiduría de tu amo.

Vol’jin hizo una reverencia, no muy profunda ni larga, pero una


reverencia al fin y al cabo.

319
Michael A. Stackpole

El mogu resopló.

—Te conozco bien, trol. Sé cómo son los de tu raza. Les ciega el
poder. Deberías aprender a temer el poder de mi amo.

El Señor de la Guerra extendió ambos brazos de par en par, aunque


ese no era el gesto típico de alguien que invocara algún tipo de
poder, sino que era más propio de un maestro de feria, que
anunciaba a voz en grito las maravillas que los visitantes podrían
disfrutar ahí dentro. Al abrir las manos, esas bestias llamadas
quilen se movieron. Sus cuerpos de piedra no se agrietaron como
cuando él había resucitado, ya que la magia empleada en esa
ocasión había sido muy inferior, e incluso trivial, comparado con
esta. El poder del Rey del Trueno transmutó, al instante, la piedra
gris en carne y hueso, convirtió a unas criaturas de mirada hueca
en unos monstruos hambrientos.

Kao se volvió a reír. Los quilen, como si fueran unos sabuesos que
respondieran a la llamada de un cazador, se giraron sobre sus
pedestales y se sentaron a ambos lados de él.

—Tus pandaren no han construido esto. Con todo el tiempo que ha


pasado, han sido incapaces de erigir algo tan elegante. El Rey del
Trueno levantó todo esto a través de sus sueños. Y ahora que ha
regresado con nosotros, su imperio se alzará de nuevo. No hay
ninguna fuerza en este mundo capaz de detenerlo, ninguna fuerza
capaz de oponerse a sus deseos.
—Entonces, solo un necio se opondría a él. —Vol’jin hizo una
reverencia más respetuosa esta vez—. Y yo no lo soy.

En cuanto Kao se retiró, Khal’ak suspiró hondo.

—No desearía tenerlo como enemigo.


—Ha sido un error por mi parte.

320
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Una equivocación momentánea, que puede ser remediada. Acto


seguido, se acercó a Vol’jin y le quitó la daga ceremonial. Voy a
convencer a Vilnak’dor de que eres la pieza clave que necesitamos
para tener éxito. Entonces, te liberará. Pero hasta ese momento...

El Lanza Negra sonrió y alzó las manos para que le pusiera de


nuevo las cadenas de oro.

—Soy un trol. Soy capaz de ser muy paciente.

Khal’ak le besó en la mejilla antes de entregárselo a los guardias.

—Será pronto, cazador de las sombras, muy pronto.

*******

Los compañeros de Vol’jin se apartaron de la puerta de la jaula, tal


y como les habían ordenado los Zandalari, y en cuanto los guardias
se marcharon, le dieron la bienvenida. Le pidieron que les contara
todo. Y eso hizo. Empezó con la oferta que le había hecho Khal’ak
y siguió hasta llegar a su conversación con el líder Zandalari y la
demostración de poder de Kao.

Cuo no dijo nada y Chen permaneció callado, lo cual no era nada


habitual en él. El humano se estiró para alcanzar los barrotes de la
parte superior de la jaula.

—No encuentro ningún fallo en tu razonamiento.

Vol’jin lo observó con detenimiento.

—Tú decidiste seguir muerto porque, por mucho que te doliera, era
lo mejor para tu familia, ¿no?
—Así es.

321
Michael A. Stackpole

—Y tomaste esa decisión porque ahora ves la realidad tal y como


es, no como te imaginabas que era, ¿verdad?

Tyrathan asintió.

—Como decía antes, has seguido una lógica perfecta.

Vol’jin se agachó y bajó la voz.

—Para hacer lo mejor para la familia de uno, hay que actuar


basándose en la verdad, no en meros espejismos. Ese es, y siempre
será, el problema de los Zandalari.

Chen se acercó un poco disimuladamente.

—No lo entiendo.
—Pues deberías entenderlo, amigo mío, ya que lo has visto con tus
propios ojos. Conoces a los Lanza Negra. Has estado con nosotros.
Conoces nuestros sentimientos. Los Zandalari, los Gurubashi y los
Amani nos desprecian. Creen que no hemos hecho nada mientras
ellos se dedicaban a levantar imperios y perderlos. Incluso los
Gurubashi llegaron a creer que podrían exterminamos y fracasaron,
porque se negaron a ver la verdad.

»Los Lanza Negra hemos sobrevivido. Hemos sobrevivido porque


vivimos en el mundo real, no en un mundo que lamentamos haber
perdido. Evalúan las cosas con unos criterios imaginarios, pues no
saben cómo eran realmente esos imperios del pasado. Solo conocen
una fantasía idealizada de esos imperios. Sus criterios no son
realistas, no solo porque se basan en mentiras, sino porque no
encajan con el mundo de hoy en día.

Al haber visto a Vilnak’dor ataviado con esos ropajes mogu, quien


parecía tan insignificante comparado con esa descomunal
arquitectura mogu, al fin había cobrado forma una idea en su mente
322
Vol’jin: Sombras de la Horda

que había aparecido de manera constante y difusa en sus sueños y


visiones. Si uno repasaba toda la historia de los trols, lo único que
veía era una caída en desgracia desde lo más alto, desde el pináculo
de su civilización. En el pasado, los trols habían estado muy unidos,
pero desde entonces, su sociedad se había fracturado y esos
fragmentos dispersos habían intentado recrear la gloria imaginaria
de antaño. Sin embargo, eso era imposible, ya que para lograrlo se
habían enfrentado unos a otros. Incluso ahora, los Zandalari
querían unir a los trols no para lograr que estos recuperaran el
esplendor de antaño, sino para reforzar su posición en la cúspide de
la civilización trol. A cada uno de esos fragmentos le impulsaba el
mismo deseo: formar un imperio y dominar el mundo para
demostrar que era el mejor.

Pero eso lo único que confirma es que, en el fondo, no creen que


son los mejores.

El padre de Vol’jin, Sen’jin, nunca había visto las cosas de ese


modo. Él quería lo mejor para los Lanza Negra: quería que
poseyera un hogar donde no tuvieran que temer a nada ni nadie,
donde pudieran satisfacer sus deseos y necesidades sin sobresaltos.
Para aquellos que están obsesionados con el poder y el pasado y
que sueñan con imperios, estas ambiciones eran muy nimias.

Aun así, esa clase de ambición es la única semilla de la que pueden


surgir los imperios. Tyrathan había definido esa misma situación
al hablar sobre los miedos de su esposa, al referirse a que solo sabía
matar y destruir. Vol’jin creía que el humano se estaba
subestimando, pero no cabía duda de que su razonamiento se podía
aplicar también a los Zandalari y los mogu. A todos ellos los
impulsaba una necesidad de venganza, pero ¿qué ocurriría después
de que hubieran destruido a todos sus enemigos? ¿Intentarían
construir una sociedad idílica, o intentarían hallar nuevos
enemigos?

323
Michael A. Stackpole

Tyrathan estaba dispuesto a sacrificarse por su familia. Chen haría


lo mismo, sin dudar ni un segundo, por Li Li y Yalia. Cuo y los
Shadopan lo harían por Pandaria. El padre de Vol’jin lo había
hecho y el mismo Vol’jin también lo haría. Pero ¿cuál es mi
verdadera familia?

Cuando Zul, el agente del rey Rastakhan, había intentado unir a los
trols, Vol’jin había rechazado su propuesta y le había respondido:
«La Horda es mi familia». Sin embargo, el hecho de que Garrosh
hubiera intentado matarle parecía reducir esa contestación a una
burda mentira. Pero entonces, Vol’jin se dio cuenta de que esa
orden no había sido dada en beneficio de los fines de la Horda. Ese
asesinato había sido ordenado en beneficio de Garrosh y de sus
objetivos. Ese intento de asesinato marcaba el punto en que los
deseos de ese orco y los intereses de la Horda divergían.

La Horda es mi familia. Y tengo el deber de darlo todo por mi


familia. Vol’jin asintió. Quedarse en Pandaria de brazos cruzados,
lamiéndose las heridas, suponía dejar que la Horda sufriera. Seguir
actuando así suponía traicionar a su familia y dar la espalda a sus
responsabilidades.

Tanto como trol como cazador de las sombras.

No había mentido cuando le había dicho a Vilnak’dor que su


obligación como cazador de las sombras consistía en hacer lo que
fuera más beneficioso para los trols. Sumarse a un plan cruento
para intentar restablecer unos imperios que cayeron hace siglos no
era lo mejor para los trols. No solo porque ese plan fuera a costar
muchas vidas, sino porque no se ajustaba a la realidad. La Horda
era su familia. Los Lanza Negra formaban parte de la Horda. Y la
Horda sí formaba parte del actual mundo real. Los destinos de la
Horda y los trols estaban unidos inextricablemente. Actuar de
espaldas a esa verdad era una absoluta necedad.

324
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin cogió con ambas manos la cadena de oro que llevaba


encima.

—El pasado es importante. Podemos y debemos aprender de él,


pero no debe encadenamos. Si esos antiguos imperios constituidos
por legiones se enfrentaran a una sola compañía de cañoneros
goblin hoy en día, no durarían ni un asalto. Las viejas tradiciones
son muy valiosas, pero solo si las tomamos como los cimientos del
futuro que decidamos construir. —El trol señaló con un dedo a
Tyrathan—. Lo mismo puede decirse de ti, amigo mío. Se te da
bien matar, pero puedes aprender a construir, a crear... aunque he
de admitir que tus letales destrezas nos serían más útiles ahora
mismo. Y tú, Chen, deseas con todo tu corazón tener un hogar y
una familia. Muchos guerreros han muerto al enfrentarse a un
combatiente que solo pretendía defender eso. Y tú, Cuo, deseas el
equilibrio, al igual que el Shadopan. Ustedes van a ser el agua que
permita navegar al barco y el ancla que impida que se aleje
demasiado.

Tyrathan bajó la vista y posó sus ojos en él.

—Sé que aprecias mucho mis letales destrezas, pero no estoy


dispuesto a utilizarlas en beneficio de los Zandalari.
—Espero que las uses en mi beneficio, amigo mío. —Con un
simple giro de muñeca, Vol’jin se soltó del débil eslabón de oro
situado en el centro de la cadena—. Construyeron esta prisión para
encerrar a prisioneros Zandalari. Pero yo soy mucho más que un
Zandalari. Soy un Lanza negra. Soy un cazador de las sombras.
Cuando pase el tiempo, se darán cuenta del grave error que han
cometido.

325
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO VEINTISIETE

Los demás se sintieron muy aliviados y la tensión que había


dominado el pecho de Vol’jin desapareció. Se había sorprendido a
sí mismo al no haber rechazado la oferta de Khal’ak sin pensárselo
dos veces. Le habría gustado pensar que sus dudas tenían su origen,
simplemente, en el hecho que la Zandalari tenía en su poder a sus
amigos, aunque lo cierto era que, si hubiera aceptado esa propuesta,
no habría logrado salvarles del Señor de la Guerra Kao. En
resumen, era una oferta que no podía rechazar sin meditarla bien,
pero tampoco podía aceptarla hasta que supiera por quién iba a
luchar.

El trol asintió y añadió en voz baja:

—Lo primero que tenemos que hacer ahora...


—Eso ya está hecho. —Tyrathan estiró el cuello—. Son doce
guardias. Ocho de ellos vigilan en parejas y están situados en los
cuatro puntos cardinales. Son unos Gurubashi a los que han
asignado esta misión como castigo. Los otros cuatro son unos
Zandalari muy jóvenes, unos novatos. Están fuera, en el camino,
donde hace un poco más de calor, el ambiente es mucho más seco
y hay menos bichos.

326
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin arqueó una ceja. Y el humano añadió:

—Recuerda que entiendo el Zandalari. Los guardias se quejan y los


murmullos que corren entre un grupo y otro son terribles.

Chen se estiró.

—La puerta de la jaula está colocada sobre unas jambas cuya


madera todavía está verde. La parte de la cerradura es muy sólida,
pero la de las bisagras no. Los tornillos inferiores están que se caen
y los de arriba han agrietado la madera.

Vol’jin miró expectante al monje.

El hermano Cuo asintió.

—En quince minutos, se iniciará la ronda de vigilancia y habrán


completado su circuito habitual por entero en veinte. El cambio de
tumo se produce cada ocho horas. El próximo cambio será a
medianoche si lo que Tyrathan ha oído es cierto.

Vol’jin posó ambas manos sobre sus propios muslos. Acto seguido,
se puso en pie y les hizo una reverencia a sus compañeros.

—Se habrán fugado en un par de horas.


—Más nos vale, porque Kao quiere matar a los pandaren y a mí no
me gustan estas vistas. —El humano le devolvió la reverencia—.
Además, teníamos intención de ir a buscarte y, de paso, quizá matar
a un par de Reyes del Trueno para pasar el rato.
—El Rey del Trueno está protegido por unos mogu y unos saurok,
así como unos quilen descomunales. Y también por ciertas
defensas mágicas. Se necesitaría un ejército solo para tener una
audiencia con él.

327
Michael A. Stackpole

Chen frunció el ceño.

—Entonces, ¿vamos a huir sin más?

Vol’jin asintió.

—Sí, si pretendemos detener esta invasión.

El hermano Cuo alzó una ceja.

— ¿Y no alcanzaríamos ese fin con más éxito si matásemos al Rey


del Trueno?
—Recuerden que si bien los emperadores suelen comandar sus
ejércitos, no se les suele dar muy bien conquistar tierras ni
conservarlas bajo su dominio. —Vol’jin esbozó una sonrisa
gélida—. Si matamos a esos subordinados que realmente van a
lograr que recupere su imperio, le haremos más daño que si lo
obligáramos a regresar a la tumba.

*******

Llegó la medianoche y se produjo el esperado cambio de guardia.


Los soldados del nuevo tumo ocuparon sus puestos de inmediato y
se abrigaron con mantas mientras maldecían a los del tumo anterior
porque los habían dejado sin ningún fuego. Vol’jin había oído ese
mismo tipo de quejas en toda clase de campamentos militares. Las
quejas sobre el frío o la comida, o sobre la arrogancia de tal o cual
oficial, constituían el noventa por ciento de las conversaciones
cuyo único fin era matar el aburrimiento o alejar el miedo. Los
soldados solían abandonarse fácilmente a la rutina y sus mundos
quedaban reducidos a unos espacios diminutos donde nada existía
aparte de esas conversaciones.

Mientras Tyrathan y Cuo vigilaban, Chen y Vol’jin se ocupaban de


la puerta. El pandaren agarró los barrotes, con la intención de
328
Vol’jin: Sombras de la Horda

empujarlos, mientras que el trol aferraba la jamba con fuerza con


el fin de retorcerla. La idea era aplicar una presión constante, con
la esperanza de que cualquier mido raro sonara lo mínimo posible.

En cuanto Vol’jin tocó la jamba, resopló asqueado.

—Esta prisión sería incapaz de retener a un gnomo.

La jamba no había sido clavada con la profundidad necesaria.


Como cualquier agujero que se abría en ese pantano se llenaba de
agua casi al instante, los que habían abierto esos agujeros habían
cavado hasta que habían dado con una corriente de barro en
constante movimiento y, entonces, habían dejado caer la jamba ahí.

El trol dio varias vueltas a la jamba y esta se desprendió como un


diente suelto, con suma facilidad. Chen hizo lo mismo con el otro
lado y, de ese modo, lograron sacar la puerta de su sitio muy
fácilmente. El cerrojo se salió de la cerradura de un modo muy
silencioso y, en ese instante, Vol’jin tuvo una razón más para no
arrepentirse de la decisión que había tomado.

Mejor morir aquí, en este pantano, que comandar a unos imbéciles.

Chen y Cuo salieron con sumo sigilo de la jaula y se adentraron en


el pantano. Eliminaron a los guardias apostados ahí armando muy
poco ruido, no más que el que haría un guardia al pisotear la maleza
mientras iba a atender sus necesidades fisiológicas. A
continuación, Tyrathan y Vol’jin se sumaron al grupo y cada uno
de ellos se apropió de una daga. Los pandaren, por su parte, se
apropiaron de unas porras que los trols también llevaban encima.

A lo largo de los quince minutos siguientes, se abrieron camino


hacia el sur y luego al este y al norte, eliminando a los guardias
apostados en cada punto cardinal. Vol’jin optó por no utilizar su
magia ya que pensaba que ninguno de esos guardias era digno de
329
Michael A. Stackpole

hallar la muerte al sucumbir a las artes arcanas de un cazador de las


sombras. Chen y Cuo regresaron al puesto este antes de que los dos
guardias Zandalari se acercaran a ese perímetro. En el puesto norte,
Vol’jin se vistió con uno de los uniformes de los Gurubashi
muertos y se acurrucó bajo una manta. Al igual que había hecho
con el resto de cadáveres, Tyrathan arrastró estos últimos a las
profundidades del pantano, donde los dejó para ser pasto de las
tortugas dragón.

En el momento esperado, los dos Zandalari se aproximaron al


puesto norte. Uno de ellos, el más pequeño (que, aun así, seguía
siendo más alto que Vol’jin) dio una patada al Lanza Negra en la
cadera.

—Levanta, perro vago. ¿Dónde está tu compañero?

Vol’jin gruñó y señaló a un punto muy alejado del pantano. En


cuanto ambos Zandalari se giraron para mirar, se levantó y le tapó
la cabeza al más próximo con la manta. El guerrero reaccionó
instintivamente y alzó las manos para quitársela de encima, lo cual
permitió a Vol’jin apuñalarlo tres veces rápidamente en la tripa.
Debió de seccionarle una arteria con la primera o segunda
puñalada, ya que su pringosa sangre manó a raudales.

El Zandalari se derrumbó a los pies del Vol’jin al mismo tiempo


que se retorcía.

Su compañero tropezó con él. El Zandalari no fue consciente de


que ahí también había un humano hasta que Tyrathan le cogió del
pelo y lo obligó a echar la cabeza hacia atrás de un fuerte tirón.
Como la daga Gurubashi no estaba especialmente afilada, Tyrathan
tuvo que cortarle la garganta varias veces. Por suerte, el primer tajo
fue bastante profundo como para cercenarle la tráquea, de modo
que sus gritos de auxilio solo fueron unos susurros tan ásperos
como el murmullo de la brisa nocturna. La sangre salió disparada
330
Vol’jin: Sombras de la Horda

de esas arterias seccionadas. El trol se desangró y, a continuación,


volvió a reinar una relativa calma en el pantano.

Chen y Cuo, que no estaban manchados de sangre como el humano


o el trol, se juntaron de nuevo con ellos cuando arrastraban a los
dos últimos Zandalari hasta las profundidades del pantano. En
cuanto ese par de vigilantes se había dirigido hacia Vol’jin, los
pandaren se habían ocupado de los dos últimos trols. Uno de ellos
tenía el cráneo aplastado y el otro parecía que estaba durmiendo.
Tyrathan asintió y se los llevó a un sitio donde, lejos de la vista del
monje, degolló a ambos, por si acaso. Ambos cadáveres, junto a
todos los demás, desaparecieron en las profundidades de esas
oscuras aguas.

A pesar de que el hedor le provocaba arcadas, Vol’jin no se quitó


el uniforme Gurubashi. Todos estaban de acuerdo en que era
absurdo que los demás intentaran disfrazarse, puesto que hasta el
trol más estúpido sería incapaz de confundir a un humano o a un
pandaren con uno de los suyos.

Sin embargo, los vigilantes con los que se toparon estaban muy
distraídos. Vol’jin podía entenderlo hasta cierto punto. Ninguno de
los seres a los que los Zandalari consideraban sus enemigos sabía
dónde se encontraba la Isla del Rey del Trueno ni tampoco poseía
un ejército capaz de tomar la isla. Además, si la Horda o la Alianza
los hubieran atacado, la batalla que se habría desencadenado en el
puerto habría demorado tanto su avance que las tropas Zandalari
habrían podido reorganizarse y contraatacar, empujando así a los
atacantes hacia los pantanos, donde los trols tendrían ventaja
tácticamente, aunque solo fuera porque conocían bien el terreno.

Los centinelas o bien se encontraban adormilados en sus puestos,


o bien recorrían los perímetros de seguridad a paso ligero para
regresar con sus amigos cuanto antes. Todo esto hacía que resultara
muy fácil llevar a cabo el plan de Vol’jin de frustrar la invasión. Lo
331
Michael A. Stackpole

habrían logrado aunque hubieran tenido que matar a los centinelas,


Pero no les hizo falta, ya que fueron capaces de atravesar esos
campamentos como si fueran unos fantasmas, lo cual era una
metáfora bastante acertada en el caso de Tyrathan y Vol’jin.

Los trols montaban sus campamentos siguiendo una tediosa rutina.


Colocaban estandartes en la parte central donde anunciaban qué
unidad eran y ponían otras más pequeñas delante de las tiendas
donde los oficiales dormían. Cada vez que Vol’jin cruzaba uno de
esos campamentos, mataba a los sargentos y capitanes; los dos
puestos de mando clave en la estructura de cualquier ejército. Sin
capitanes para interpretar las órdenes ni sargentos para cerciorarse
de que los soldados rasos las llevaran realmente a cabo, incluso la
estrategia más brillante se vendría abajo.

Vol’jin realizaba estos asesinatos a sangre fría y de un modo muy


eficaz. Les propinaba un tajo rápido en la oscuridad. El trol jadeaba
y luego se quedaba inerte en su estera. A Vol’jin le importaban más
bien poco y los arrojaba felizmente a los gélidos brazos de
Bwonsamdi. Su propia estupidez los sentenciaba a la muerte;
Vol’jin se limitaba a cobrarse una deuda.

De vez en cuando, al marcharse, dejaba adrede una huella clara y


limpia.

Pronto se dieron cuenta, mientras avanzaban hacia el puerto, que


no iban a poder matar a suficientes oficiales. Cuo y Chen seguían
vigilando los lindes del pantano, tanto la zona delantera y trasera
del lugar donde tanto él como el humano atacaban. Si bien
Tyrathan no solía alejarse mucho de los pantanos, Vol’jin sí era
capaz de asesinar objetivos más alejados. Avanzaban lentamente,
pero a medida que se acercaba el alba, cada ataque, que requería un
tiempo determinado, menguaba sus posibilidades de escapar de ahí
con vida.

332
Vol’jin: Sombras de la Horda

Vol’jin no llevaba la cuenta de sus víctimas, pero si hubiera llegado


a matar al cinco por ciento de los oficiales, se habría llevado una
feliz sorpresa.

Servirá de algo, pero no será suficiente.

En ese instante, Tyrathan volvió a sumarse al grupo, haciendo una


honda reverencia Zandalari y con un carcaj repleto de flechas.

—Eran de un sargento. Ya no las necesitará. Gracias a esto, ya no


me siento desnudo.

Siguieron avanzando con premura, directamente hacia el puerto.


Cuando emergieron de los pantanos, se adentraron en unas bajas
colinas que daban a los almacenes de los muelles, donde los
trabajadores seguían llevando suministros de los barcos a la orilla
y viceversa, aunque en mucho menor número que antes. Por los
martillazos de los carpinteros procedentes de muchos de esos
barcos, Vol’jin supuso que estaban cambiando los mamparos para
convertir esas naves en barcos de transporte de tropas.

Pero no sucedía lo mismo en todos ellos. Entonces, sonrió y se giró


hacia Tyrathan.

—Creo que te vas a alegrar de haberme enseñado a jugar al jihui.


Vol’jin señaló a un bote pesquero pequeño pero robusto que se
hallaba varado en la arena frente al mar.
—Chen, en tu opinión, ¿podríamos llegar con ese bote a Pandaria?

El maestro cervecero asintió.

—Siempre que no tenga un agujero en el fondo.


—Bien. Dentro de media hora, al alba, Tyrathan y tú lo arrastrarán
hasta el mar y luego lo colocarán a unos cien metros a popa de ese
barco de tres mástiles situado en el centro del puerto.
333
Michael A. Stackpole

—Considéralo hecho,

Vol’jin agarró al Tyrathan del antebrazo.

—Estate preparado para disparar por si hace falta.


—Por supuesto.
—Márchense.

El monje se le quedó mirando mientras los otros dos se alejaban


con sigilo. El trol señaló a un guardia que patrullaba en solitario
por el extremo final de un corto espigón que protegía la entrada al
puerto.
—Necesitaré con vida a ese de ahí, Cuo. Actuarás poco después del
alba.

El monje hizo una reverencia.

—Gracias, maestro Vol’jin.


—Vete.
Vol’jin esperó a que el pandaren se perdiera de vista y, a
continuación, descendió por la colina en dirección al almacén. En
ese instante, deseó haberle arrebatado el uniforme a alguno de los
Zandalari que había matado. Si lo hubiera hecho, habría podido
pasearse descaradamente por el muelle hasta llegar al barco que
había señalado, a pesar de que la mayoría de ellos le sacaba una
cabeza. Además, habría hecho gala de una actitud arrogante y
decidida, por lo que todo el mundo se habría apartado de su camino.
Como carecía del disfraz necesario para hacer algo así, se buscó
otro. Como tenía el uniforme empapado hasta la cintura de barro
del pantano y las mangas manchadas de sangre coagulada, decidió
encogerse de hombros y arrastrar un poco la pierna derecha, como
si se le hubiera roto la cadera hacía tiempo y se le hubiera curado
mal. Se colocó la capucha de cuero un tanto torcida y ladeó la
cabeza en la dirección contraria.

334
Vol’jin: Sombras de la Horda

Recorrió los muelles presuroso y decidido, para que diera la


impresión de que iba a atender una urgencia de un superior. El
guardia de la plancha casi ni se dignó a mirarle.

Pero no sucedió lo mismo con el oficial Zandalari apostado en la


cubierta superior de artillería.

—Eh, tú, ¿qué haces?


—Mi amo quiere una rata de mar. No muy gorda, pero tampoco
muy delgada. Blanca, a ser posible. Las blancas son las que mejor
saben.
— ¿Una rata de mar? ¿Quién es tu amo?
— ¿Quién puede saber cómo piensa un médico brujo? Una vez, me
despertó a patadas porque quería tres grillos silenciosos. —Vol’jin
agachó la cabeza y encorvó los hombros como si se preparara para
recibir una paliza—. Pero esos bichos no son una buena comida, ni
los ruidosos ni los callados. Con las ratas... aunque a algunos les
gusta desollarlas primero, a mí no. Basta con coger un palo y
metérselo directamente por el...
—Ya, ya, eso es fascinante, sin lugar a dudas. —Daba la impresión
de que el Zandalari había comido rata en más de una ocasión y no
estaba precisamente de acuerdo con él—. Anda, pasa.
Vol’jin volvió a agachar la cabeza.
—Gracias, jefe. No me costará nada cazar una rolliza para ti.
—No hace falta. Date prisa, nada más.

El Lanza Negra se encaminó a las entrañas de la nave. Dos


cubiertas más abajo, se enderezó y se fue directamente al polvorín,
donde se encontró a un marinero sentado junto a la puerta, que se
había dormido por culpa del gentil bamboleo del barco cuando
debería haber estado vigilando. Vol’jin lo agarró de la barbilla y el
casco. Al instante, le giró la cabeza bruscamente. El cuello del trol
se rompió silenciosamente, con un solo chasquido. Como el
marinero muerto llevaba la llave del polvorín encima, se ahorró la

335
Michael A. Stackpole

molestia de tener que volver a subir a cubierta para matar al oficial


de guardia y quitársela. Entonces, abrió la puerta.

Vol’jin dejó el cadáver dentro del polvorín. Apartó cuatro sacos de


pólvora, cada uno de los cuales era suficiente como para poder
cargar un cañón y, acto seguido, rompió la tapa de un barril de un
codazo. Tiró el barril al suelo, en dirección a la puerta y, a
continuación, recogió los sacos y cerró de nuevo la puerta. La parte
inferior de esta empujó la pólvora negra hacia la cubierta, que se
elevó un centímetro por encima del suelo. Después, Vol’jin utilizó
dos de los sacos para trazar una línea de pólvora a lo largo del
mamparo, procurando ocultarla entre las sombras. Luego, dobló la
esquina y se dirigió al camarote de popa.

Una vez ahí, dejó un rastro de pólvora que terminaba en el centro


de ese suelo y derramó el contenido de los otros dos sacos,
formando así una gran pila de pólvora. El camarote, que, al parecer,
hacía las veces de hospital del barco, contaba con dos candiles que
pendían de la cubierta superior por medio de unas cadenas. Vol’jin
encendió ambos y, sin más dilación, volvió sus mechas hacia arriba
y extendió pólvora bajo ellas.

Cerró la puerta y la atrancó. Observó su obra y sonrió. Acto


seguido, abrió la escotilla de popa y salió por ella con sigilo.
Permaneció ahí colgado, sujeto solo por las manos de la escotilla
mientras sus pies se mecían a solo tres metros de esas aguas negras.
Puso en punta los pies y se soltó. Como cayó recto, chapoteó muy
poco. Tras impulsarse con los pies en el casco, nadó bajo el agua
en dirección hacia el lugar donde esperaba que Chen lo aguardara
con el bote pesquero.

Emergió a medio camino del lugar acordado y alcanzó el bote


rápidamente. Chen y Tyrathan lo ayudaron a subir a bordo. Se
quedó tumbado en el suelo del bote y señaló hacia atrás.

336
Vol’jin: Sombras de la Horda

— ¿Ven esas dos luces...?

Sonriendo, Tyrathan preparó una flecha.

—El jihui. El brulote. El barco en llamas.

Tensó la cuerda y disparó.

La flecha desapareció en la noche. Aunque confiaba en Tyrathan,


Vol’jin tuvo un momento de duda. Entonces, oyó que algo se
rompía. Supuso que era un cristal que esa flecha acababa de
atravesar. Tyrathan afirmó que debía de estar imaginándose cosas,
ya que su disparo había atravesado la escotilla abierta.

Un fuego líquido anegó el lejano camarote. Una intensa luz brotó


de ahí, así como un espeso humo, al mismo tiempo que la pólvora
centelleaba y se oía una suerte de golpe sordo. Vol’jin se imaginó
al oficial de guardia girándose para ver ese humo alzarse. Una de
dos: o daba la voz de alarma, o saltaba del barco sin pensar ni un
segundo en el cazador de ratas que estaba ahí abajo ni en sus
compañeros trols de la tripulación.

De repente, el polvorín estalló. El primer barril vertió su contenido


incendiado. Las llamaradas surgieron bajo los tablones de madera,
haciendo saltar un par de ellos aquí y allá. Después, estallaron las
cargas de las bolsas, que prendieron los demás barriles. Las
explosiones se sucedieron en cascada, aumentando su fulgor y
velocidad hasta que se fundieron todas en un descomunal rugido
que hizo saltar por los aires el casco de estribor.

El barco se inclinó violentamente hacia el muelle y lo destrozo. Los


pilotes del embarcadero atravesaron el casco. Las explosiones
continuaron avanzando, reventando las tapas de los cañones de la
artillería de babor. Un cañón salió disparado por el casco quebrado
y cayó al muelle, el cual atravesó.
337
Michael A. Stackpole

En la imaginación de Vol’jin, también aplastó al oficial de guardia.


Entonces, una explosión atronadora lanzó por los aires un pilote en
llamas, destruyendo la nave por entero. Los mástiles se
convirtieron en unas siluetas negras, que salieron disparadas entre
las llamas e intentaron alcanzar las estrellas, aunque enseguida
cayeron en picado. Una de ellas se clavó en otro barco, atravesando
el casco. Otra hizo astillas el muelle.

Los cañones dieron vueltas por los aires y se separaron de sus


soportes. Uno de ellos acabó en la orilla, donde rodó de manera
incontrolada. Aplastó a dos trols al rebotar en el suelo y, por último,
derrumbó la fachada de un almacén.

Un sinfín de escombros de madera, la mayoría ardiendo, volaron


velozmente por doquier. Cayeron como lluvia sobre los demás
barcos y los tejados de los almacenes lejanos. Los rescoldos
imitaron a las estrellas desperdigadas en el firmamento. Las llamas
centellearon, las ascuas refulgieron y, gracias a ellas, pudieron
distinguirse las siluetas de unos trols y unos mogu que corrían
presas del pánico.

Una ola se estrelló contra la proa y la popa del barco que se hundía
lentamente, empujando así también al pequeño bote de Vol’jin y
compañía hacia el océano. Chen se aferró con ambas zarpas al
timón e hizo virar al bote lejos de esos escombros ardientes,
mientras Tyrathan y Vol’jin intentaban izar una vela en el mástil.

El trol sonrió mientras se dirigían al lugar donde Cuo debía de estar


esperándolos.

—Buen tiro.
—Con una sola flecha, hemos acabado con un barco y destrozado
Un puerto. —El humano hizo un gesto de negación de la cabeza—

338
Vol’jin: Sombras de la Horda

. Lo cual es tan cierto como que Tyrathan Khort está muerto. Una
proeza tan increíble que nadie se la creerá, da igual quién la cuente.

339
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO VEINTIOCHO

Khal’ak se habría apiadado del Gurubashi que se encontraba


arrodillado ante Vilnak’dor balbuceando sin parar, si no fuera
porque la segunda vez que explicó lo sucedido resultó aún más
patético, como patético era que un Lanza Negra lo hubiera
humillado. El trol alzó la vista hacia el general Zandalari, con unos
ojos anegados de lágrimas que imploraban misericordia.

—Me despertaron echándome un cubo de agua por encima, mi


señor. Después, ese trol me agarró de la barbilla y me dio este
mensaje para ti. Bajo la luz de esos barcos en llamas, la furia
dominaba su rostro. Me dijo que era un cazador de las sombras y
asumió la responsabilidad de todo lo ocurrido. Me aseguró que si
la invasión continuaba, él, ese humano y los Shadopan se
encargarían de que nos asolaran más desgracias. Luego... ¡me hizo
esto!

El Gurubashi apartó el mechón de pelo cobrizo que le tapaba la


frente. Ahí, la piel del trol había quedado marcada por una brutal
cicatriz con forma de lanza.

340
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Me dijo que me hacía esto era para que nadie olvidara a los
Lanza Negra.

Vilnak’dor le propinó una patada en pleno estómago al trol y luego


dirigió su mirada a Khal’ak.

—Todo esto es culpa tuya, Khal’ak. Todo. Has dejado que te


engañen.

La Zandalari alzó la barbilla.

—Vol’jin no me ha engañado, mi señor. Era mío en cuerpo y alma,


hasta que el Señor de la Guerra Kao socavó mi autoridad ante él.

El señor de la guerra mogu, que había permanecido callado durante


las explicaciones entrecortadas del trol y se estaba mirando
distraídamente una garra, apostilló:

—Está compinchado con el Shadopan. Nunca se debió confiar en


él.
Khal’ak reprimió un gruñido.
—Me ocuparé de él.
— ¿Como él se ha ocupado de tus oficiales y tu nave?
¿Cómo es posible que, en una isla donde tu amo es capaz de
levantar edificios en sueños, no haya sido capaz de percatarse de
que Vol’jin se estaba fugando? La Zandalari titubeó por un
momento, mientras se preguntaba si el Rey del Trueno sí se había
dado cuenta de su huida, pero había decidido no decir ni hacer nada
al respecto. Es posible. Pero sería de necios. Aunque quizá sea una
necedad que podría parecerle brillante al rey al que los pandaren
derrocaron.

Aparcó la idea por un momento y se dirigió a su superior.

341
Michael A. Stackpole

—El daño que nos han infligido es insignificante, tanto en número


de bajas como en las consecuencias de los estragos. A partir de
ahora, las tropas de la isla estarán mucho más vigilantes y ese
mismo estado de alerta se extenderá a las operaciones en Pandaria.
Es lamentable que hayamos perdido un barco, pero hemos
contenido el fuego. Si los almacenes hubieran sido pasto de las
llamas, la invasión habría tenido que demorarse una estación
entera. Solo vamos a tardar dos semanas en reparar el muelle y
limpiar los escombros del puerto.

Vilnak’dor sonrió.

—Como puedes ver, Señor de la Guerra Kao, partiremos en dos


semanas. Tu amo estará muy satisfecho.

El mogu negó con la cabeza.

—Ustedes partirán en dos semanas si quieren que yo parta en


menos de una. Los Shadopan deben ser destruidos. Yo y mis
guardaespaldas nos encargaremos de que eso sea así.

Khal’ak frunció el ceño. ¿Guardaespaldas? Los dos únicos mogu


con los que Kao se había relacionado hasta entonces eran los dos
que se habían aproximado a él con el bordón y la capa en la tumba.

— ¿De cuántos dispones?


—De dos. —Elevó la cabeza—. No necesitaré más.
—No sabes cuántos monjes habrá ahí, Señor de la Guerra.
—Eso no importa. Nosotros prevaleceremos.

El general trol arqueó una ceja.

—No te lo tomes a mal, pero he de señalar que eso no fue así en el


pasado.
—Ya no estamos en el pasado, general Vilnak’dor.
342
Vol’jin: Sombras de la Horda

No, estamos en el presente. Un presente en el que te hemos sacado


de la tumba donde tu querido amo te metió.

Vilnak’dor acercó su rostro a su interlocutor.

—Espero poder sorprenderte con buenas noticias en breve, amigo


mío... con la buena nueva de la destrucción del Shadopan.
— ¿Y cómo piensas lograrlo?

El trol señaló con la cabeza a Khal’ak.

—Enviando a mi ayudante a que se ocupe de ellos. Quinientos


guerreros Zandalari de élite la acompañarán; más de la mitad de los
cuales pertenecerán a mis tropas personales. En cuanto tu amo
llegue a Pandaria, le obsequiarán con las cabezas de todos y cada
uno de los Shadopan... además, de las del Lanza Negra y sus
compañeros.

Al mogu se le desorbitaron los ojos mientras su mirada se


desplazaba del general a la Zandalari y viceversa.

— ¿Vas a enviarla a ella? ¿A esta trol que ha dejado que ese Lanza
Negra huyera y desatara el caos? ¿Acaso los Zandalari se han
vuelto seniles con el paso de los siglos?
—Deberías preguntarte, amigo mío, por qué confié en su momento
en ella para que trajera a Vol’jin aquí. Te haremos una
demostración, si no te importa.

Khal’ak asintió y le dio una patadita con la punta del pie al


Gurubashi.

—Levanta.

343
Michael A. Stackpole

Acto seguido, le propinó una segunda patada más fuerte y vociferó


de nuevo la orden, lo que provocó que el Gurubashi se pusiera en
pie de manera vacilante.

Súbitamente, le dio un fuerte golpe en la oreja izquierda.

—Corre hasta la puerta. Si la atraviesas a tiempo, vivirás. ¡Vete!

El trol, que se había llevado la mano a la oreja, se giró y corrió


como alma que lleva el diablo. Khal’ak elevó la mano derecha, con
la que ahora sujetaba una daga que había llevado hasta entonces
oculta en la manga. Echó el brazo hacia atrás, para calcular la
distancia. El trol corría cada vez más, pues la premura aceleraba
sus pasos. Incluso llegó a estirar el brazo para alcanzar la puerta.

La Zandalari arrojó súbitamente la daga.

El trol se tambaleó y se agarró el pecho, a la vez que jadeaba


ruidosamente. Cayó de rodillas con brusquedad y, a continuación,
se desplomó a un lado pesadamente. Se estremeció violentamente
al sufrir unos espasmos, a la vez que las palmas de sus manos
rozaban el suelo de piedra pulida emitiendo unos chirridos muy
desagradables. Arqueó la espalda y gritó por última vez. Al
instante, sus ojos se tomaron vidriosos.

El mogu se acercó con cuidado y sus pisadas reverberaron por todo


el suelo. Observó al muerto con detenimiento, pero no se agachó
para inspeccionarlo más a fondo. Aunque no cabía duda de que ese
trol estaba muerto, ninguna hoja le sobresalía del pecho ni tampoco
yacía en medio de un charco de sangre cada vez más amplio.

Kao se volvió y luego asintió.

—Aun así, enviaré a mis guardaespaldas. Tú te ocuparás de los


Shadopan, pero he de advertirte una cosa.
344
Vol’jin: Sombras de la Horda

Khal’ak sonrió de un modo indulgente.

— ¿Ah, sí?
—Que a mi amo le agradaría que murieran de una manera mucho
más cruel que esta.

*******

En cuanto el mogu se marchó, Khal’ak hizo una reverencia a


Vilnak’dor.

—La confianza que has depositado en mí es muy alentadora, mi


señor.
—Muy conveniente, más bien. Kao es tu enemigo y va a hacer todo
lo posible para dejarte en mal lugar ante el Rey del Trueno. Más te
vale traer esas cabezas que le hemos prometido, ya que si no, tendré
que entregar la tuya a cambio.
—Lo entiendo, mi señor. —Khal’ak ladeó la cabeza—. ¿Por qué
has decidido que me acompañen quinientos efectivos?
—Porque si son quinientos, los elegidos lo considerarán un honor.
Si fueran más, pensarían que se trata de una misión demencial o
desesperada y eso acabaría con el ardor guerrero de esas tropas.
Pero hablemos en serio, un Lanza Negra, un humano y unos
cuantos pandaren atrapados en una montaña no suponen un
verdadero desafío, ¿verdad? El monasterio no puede albergar a más
de ciento cincuenta adversarios. ¿Acaso necesitarás más tropas?
—Tienes razón, mi señor, deberían ser más que suficientes. —La
Zandalari sonrió—. Me aseguraré de que sea así, cueste lo que
cueste.
—Claro que sí. —El general señaló al Gurubashi muerto—. Por
cierto, ha sido una excelente demostración de tu valía.
—Gracias, mi señor. Voy a ordenar que se lo lleven de aquí.

345
Michael A. Stackpole

Hizo una reverencia y, acto seguido, se dirigió a la puerta. Pasó por


encima del cadáver sin intentar sortearlo, como si fuera tan
fantasmal como el cuchillo que había lanzado.

La muerte de ese Gurubashi había sido un numerito montado para


asombrar al mogu. El cuchillo que había sacado y fingido lanzar
había regresado a la vaina que llevaba en la muñeca en cuanto Kao
se había girado para observar su trayectoria por el aire. El
Gurubashi no había muerto por culpa de un cuchillo invisible, sino
por el veneno que le había inoculado con la aguja que sobresalía
del anillo que llevaba en la mano con la que le había golpeado. En
cuanto recibió el pinchazo, solo había que contar hasta diez para
que muriera, así que contó hasta ocho antes de fingir que lanzaba
el cuchillo. De ese modo, había dado la impresión de que lo había
matado como por arte de magia sin haber utilizado realmente
ninguna magia, lo cual había tacho reflexionar al mogu sobre si los
Zandalari no habrían descubierto algún nuevo poder arcano
mientras él dormía.

Sin embargo, el mogu no era el único que iba a ser víctima de ese
tipo de trucos. Khal’ak intuía que iba a necesitar eso y mucho más
para destruir a los Shadopan. Al fin y al cabo, Vol’jin los había
dejado en la estacada tanto a ella como a los Zandalari al haber
unido su destino al de los pandaren. Daba por sentado que el
cazador de las sombras sabía algo que ella ignoraba y que ese
conocimiento solo podría obtenerlo con sangre.

*******

Siguiendo las instrucciones de Chen, Vol’jin y los demás colocaron


tantas velas sobre los mástiles del bote como estos eran capaces de
soportar. Aunque no era el marinero más ducho del mundo, el
pandaren logró que el barco avanzara con el viento hacia el sur,
hacia Pandaria. Mientras se ocupaban del barco y vigilaban por si
les perseguían (lo cual exigía toda su atención), alguno de ellos se
346
Vol’jin: Sombras de la Horda

reía a carcajadas nerviosamente, de vez en cuando, al pensar en


cómo habían escapado.

Mientras el sol del mediodía relucía abrasador sobre sus cabezas,


Vol’jin se encontraba en la parte central del barco junto al hermano
Cuo. Si bien el monje había permanecido muy callado, lo cual era
normal en él, Vol’jin se preguntaba si lo acontecido durante su fuga
le había arrebatado aún más las ganas de hablar.

—Hermano Cuo, lo que le hice a ese soldado Gurubashi... Matarlo


de esa forma fue cruel, no lo niego, pero no pretendía serlo.

El pandaren asintió.

—Por favor, maestro Vol’jin, entiendo perfectamente por qué hizo


lo que hizo. Como también entiendo que el equilibrio no es una
mera cuestión de que la abundancia se oponga a la pobreza. En
teoría, la paz es el otro plato de la balanza de la guerra, pero en la
práctica, la violencia no se equilibra con la paz, sino con una
violencia de la misma índole, pero de sentido contrario.

Cuo abrió las zarpas.

—Crees que los Shadopan somos unos provincianos que vivimos


aislados del resto del mundo porque no hemos visto lo que tú has
visto. Sin embargo, soy capaz de entender que la violencia tiene
muchos matices. ¿Qué daño inflige una espada que no hace corte
alguno? Lo que has logrado al matar a ese trol ha sido distraer al
enemigo, para que este no pueda atacar nada de momento. Al matar
a unos soldados, uno consigue que la mano que blande la espada
sea más débil.

Vol’jin sacudió la cabeza de lado a lado.

347
Michael A. Stackpole

—Lo que he logrado no es que deje de atacar, sino que centre su


ataque en nosotros. En concreto, va a atacar al Shadopan. Lo que
hemos hecho va a aterrorizar a los mogu y va a obligar a los
Zandalari a eliminar al Shadopan. Ya has visto todos los ejércitos
que hay reunidos en esa isla.
—Sí, son formidables. —El pandaren sonrió—. Aunque mientras
los Zandalari nos consideran una luz brillante, los mogu creen que
somos un calor abrasador. Ninguno de los dos es capaz de darse
cuenta de que en realidad somos puro fuego. Y ese es un error del
que se van a arrepentir en demasía.

*******

Chen acercó el pequeño bote pesquero hacia una diminuta cala


situada bajo la aguja de piedra del Pico de la Serenidad. Arrastraron
el bote hasta la playa, más allá de la zona a la que llegaba el mar en
pleamar y lo dejaron ahí. Sabían que jamás volverían a utilizarlo,
pero dejarlo a la deriva o hundirlo no les parecía una manera justa
de tratarle después del favor que les había hecho.

Ascendieron por una pendiente rocosa y, a veces, tuvieron que


trepar por las escarpadas paredes de ese acantilado. Vol’jin se
imaginó a los Zandalari avanzando en tropel por esas mismas rocas.
Se los imaginó como una suerte de ola negra ondulante que se
alzaba sobre el acantilado. Fantaseó con que se producía una
avalancha y unos gigantescos peñascos caían sobre ellos. En esa
fantasía, los trols aplastados se desangraban entre las rocas,
mientras que los demás caían al océano y se hundían lentamente
mientras el aire abandonaba sus pulmones y formaba burbujas en
el mar.

Pero eso no es lo que va a pasar.

A los Zandalari no les convenía atacar el monasterio, pues no era


la mejor estrategia. Lo que tenían que hacer era rodear la montaña
348
Vol’jin: Sombras de la Horda

con dos o tres círculos concéntricos de tropas. Así evitarían que los
monjes pudieran descender de ahí para ayudar en la defensa de
Pandaria. Si, además, contaban con una compañía de jinetes de
pterrordáctilo que pudiera contrarrestar a las serpientes nubosas de
los monjes, el Shadopan no podría hacer nada para evitar que los
Zandalari y los mogu ocuparan el Valle de la Flor Eterna, el Bosque
de Jade y las Estepas de Tong Long. En cuanto hubieran
consolidado sus posiciones en esas zonas, podrían conquistar el
monasterio cuando quisieran.

El problema estribaba en que esa estrategia no satisfacía a


Vilnak’dor, pues los mogu exigían aniquilar a los monjes. Sin
embargo, los Zandalari no podían permitir a los mogu hacer eso
porque estos ya habían fracasado en sus anteriores enfrentamientos
con los monjes. Además, si lograban acabar con éxito con el
Shadopan, tal vez se cuestionaran si realmente necesitaban a los
Zandalari para algo. Aunque, por otro lado, si los mogu fracasaban,
los Zandalari tendrían que limpiar luego el estropicio y enfrentarse
al enfado del Rey del Trueno.

Asimismo, las tropas trol ya sabían que ese cazador de las sombras
y ese humano eran sumamente letales, tal y como habían
demostrado en la isla. Teniendo en cuenta la velocidad a la que los
rumores suelen correr de un campamento militar a otro, no cabía
duda de que iban a considerar que Vol’jin era un cazador de las
sombras al que los monjes habían adiestrado con sus propios
métodos, o al revés: que el cazador de las sombras había adiestrado
a esos monjes de un modo especial. De un modo u otro, de repente,
Pandaria contaba con una nueva fuerza amenazadora capaz de
desplazarse entre campamentos sin ser detectada, lo cual implicaba
que todos y cada uno de esos soldados eran extremadamente
vulnerables. Eso no podía ser bueno para la moral.

En cuanto los fugados llegaron al monasterio, Vol’jin explicó lo


que pensaba a Taran Zhu. El anciano monje se llevó solo una leve
349
Michael A. Stackpole

sorpresa al verlos, pues sabía que no estaban muertos, ya que sus


estatuas no habían caído de los huesos de la montaña. Tampoco la
de la hermana Quan-li lo cual hizo renacer las esperanzas en el
corazón de los huidos.

El líder Shadopan escrutó el mapa del distrito Kun-Lai junto a


Vol’jin y Tyrathan.

—Así que, en tu opinión, los Zandalari nos atacarán con sus tropas
de elite, ¿no? Pues solo así lograrán subir la moral de sus tropas y
apaciguar a los mogu.

Vol’jin asintió.

—Lo que yo haría si fuera ellos sería hacer eso mismo a la vez que
avanzo sin miramientos por el sur desde Zouchin. Una parte de mis
ejércitos avanzarían directamente desde el sur y luego otra parte
por el oeste, cortándoos el acceso al Bosque de Jade y a las Estepas
Tong Long. Así, si sus tropas de élite no lograran acabar con
ustedes, no podrían batirse en retirada.

Tyrathan dio unos golpecitos con un dedo al mapa en su extremo


sur.

—Si nos pusiéramos en marcha ya y nos retiráramos al Valle de los


Cuatro Vientos, escaparíamos de esa trampa. Podríamos dejar a
unas cuantas personas aquí para que dé la impresión de que
seguimos en el monasterio. Después, cuando los Zandalari se
acercaran para atacar, esta gente podría escapar de noche a lomos
de unas serpientes nubosas.

El anciano monje se llevó las zarpas a la zona lumbar y asintió


pensativo.

350
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Es un plan muy sabio. Ordenaré iniciar los preparativos para su


evacuación.

Vol’jin enlomó los ojos con aire suspicaz.

—Hablas como si no fueras a venir con nosotros.


—Ningún Shadopan los acompañará.

El trol lo miró fijamente.

—He atraído a los Zandalari hasta aquí. Los he convertido en su


diana. He hecho eso porque pensaba que se irían de aquí y
liderarían la resistencia desde otro lugar.

El pandaren negó lentamente con la cabeza.

—Aprecio mucho que pretendas asumir la responsabilidad de tus


actos, Vol’jin, pero tú no nos has convertido en una diana. Desde
este mismo lugar, los pandaren pergeñaron sus planes y derrocaron
a los mogu hace mucho tiempo. La historia es lo que nos ha
convertido en una diana para ellos. Quizá hayas acelerado sus
planes, pero al final, habrían venido a por nosotros porque deben
hacerlo.

»Por esa misma razón, no podemos marcharnos —El monje señaló


el mapa con una zarpa abierta—. Desde este mismo lugar, hemos
mantenido la seguridad y libertad de Pandaria durante largo
tiempo. Este es el único sitio desde el que podremos seguir
defendiendo la independencia de Pandaria. Si el Pico de la
Serenidad cae, la paz abandonará para siempre nuestro hogar. Pero
este es nuestro hogar, no el suyo. No espero que tú o Chen se
queden aquí. Deberían ir al sur. Su gente es más que capaz de
oponerse a esta invasión. Avísenla. Hagen que comprendan que
deben luchar.

351
Michael A. Stackpole

Vol’jin se estremeció.

— ¿Con cuántos monjes vas a defender este lugar?


—Ahora que el hermano Cuo ha regresado, somos treinta en total.
—Treinta y uno. —Tyrathan metió los pulgares en el cinturón—.
Y me apuesto lo que sea a que Chen tampoco se irá de aquí.
—Entonces, seremos treinta y tres.

Taran Zhu les hizo una reverencia a ambos.

—Este gesto nos honra y lo aceptamos humildemente, pero no debo


retenerlos. Vuelvan con los suyos. No hay ninguna razón para que
mueran aquí.

El trol alzó la barbilla.

— ¿Acaso no has tallado nuestras figuras en los huesos de esta


montaña?

El monje asintió de manera solemne.

—Entonces, los Shadopan son nuestro pueblo, nuestra familia. —


Vol’jin sonrió—. Además, no tengo ninguna intención de morir
aquí. Pero los Zandalari pueden intentar matarme si quieren,
amigos míos.

352
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO VEINTINUEVE

Vol’jin percibió la presencia de su padre y no se atrevió a abrir los


ojos. El cazador de las sombras se había recluido en su celda del
monasterio, a pesar de que este se hallaba sumido en una actividad
frenética, ya que los monjes se estaban preparando para el
inminente asalto. Todo lo que le había dicho a Taran Zhu acerca de
que sentía que pertenecía a ese lugar, de que el monasterio era su
nuevo hogar y de que se sentía unido a ellos porque su figura había
sido tallada en los huesos de la montaña, lo había dicho de corazón.

Estaba tan convencido al respecto que había sentido


inmediatamente la necesidad de comunicarse con los loa. Aunque
lo que estaba haciendo era correcto (de eso no tenía ninguna duda),
podía imaginarse perfectamente que los loa decidieran darle la
espalda. Si bien podían considerar que lo que los Zandalari estaban
haciendo era muy dañino, también podían considerar que su
adhesión a la causa pandaren podría ser muy lesiva para los
intereses de los trols.

No obstante, se acabó calmando al percibir que su padre, al menos,


no se mostraba furioso con él. Vol’jin se obligó a inspirar y espirar
de manera regular. Combinó esa técnica de respiración con otras

353
Michael A. Stackpole

que había aprendido en el monasterio. Se presentó ante los loa


como lo haría un cazador de las sombras, con seguridad y decisión.
Aun así, como adulto que había idolatrado y reverenciado a su
padre y a los sueños de este, se alegró como un niño al comprobar
que su padre era el primero que contactaba con él.

Vol’jin miró y vio sin siquiera abrir los ojos. Su padre estaba ahí,
un poco más encorvado por el peso de los años de lo que a Vol’jin
le gustaba recordar, aunque aún con un brillo irresistible en su
mirada. Su progenitor vestía con una pesada capa que contaba con
una capucha confeccionada con lana azul, la cual llevaba echada
hacia atrás, sobre los hombros. Daba la impresión de que su padre
estaba sonriendo.

El cazador de las sombras, por su parte, no intentó esconder su


propia sonrisa, aunque solo la esbozó unos segundos.

— ¿Era esto lo que esperabas de mí?


— ¿Te refieres a si esperaba que te opusieras a los Zandalari aquí,
en un lugar donde puedes morir? ¿A si esperaba que participaras
en una batalla que no puedes ganar, por el bien de una gente que
no te entiende y a la que no le importas? —Sen’jin negó con la
cabeza mientras se le hundían los hombros—. No, hijo mío.

Vol’jin clavó la mirada en el suelo y sintió un hondo dolor en el


corazón. Era como si una cadena de púas oxidada le hubiera
rodeado el corazón y lo hubiera apretado con suma fuerza. Su única
meta en la vida había sido lograr que su padre se sintiera orgulloso
de él. Aún así, si he de decepcionarlo, que así sea.

Entonces, su progenitor habló con un tono de voz sereno, con un


leve toque de júbilo a pesar de la gran seriedad de la que hacía gala.

—Tal vez esto no sea lo que esperaba de ti, Vol’jin, sino lo que los
loa esperan de los cazadores de las sombras. Si bien no esperaba
354
Vol’jin: Sombras de la Horda

esto de ti, siempre supe que estarías a la altura de las circunstancias


cuando llegara el momento.

Vol’jin alzó la mirada y la presión que sentía en el pecho fue


desapareciendo.

—Creo que no te entiendo del todo, padre.


—Vol’jin, hijo mío, estoy tremendamente orgulloso de ti y de todo
lo que has logrado. —En ese instante, el espíritu de su padre alzó
un dedo—. Pero cuando te convertiste en un cazador de las
sombras, dejaste de ser solo mi hijo. Te convertiste en el padre de
todos los trols. Eres responsable de todos nosotros, eres
responsable de nuestro destino. Nuestro futuro está en tus manos...
y no se me ocurre nadie de más confianza capaz de asumir esa
pesada carga.

El mundo cambió alrededor de Vol’jin. Sin moverse siquiera, se


encontró de pie junto a su padre. Observó cómo estallaban las
estrellas en un cielo nocturno repleto de explosiones. Observó
cómo Azeroth emergía de la nada. Los loa aparecieron e insuflaron
su naturaleza a los trol, pidiéndoles a cambio su adoración y sus
plegarias eternas. Las guerras y calamidades, así como los buenos
y gozosos tiempos desfilaron ante él a una velocidad increíble,
como unos momentos brillantes y satinados que destacan en la
cinta de la historia.

No importaba lo que viera, no importaba lo breve que fuera ese


mero atisbo de algo, Vol’jin siempre lograba distinguir a un
cazador de las sombras, o quizá a un par de ellos o a más. A veces,
aparecían en primer plano. A menudo, se encontraban junto a un
inquieto líder o detrás de él. De vez en cuando, se reunían en un
consejo. Siempre se buscaba su apoyo y se respetaba la sabiduría
de sus decisiones.

355
Michael A. Stackpole

Hasta que los Zandalari se fueron alejando del resto, lo cual tenía
sentido, la verdad, ya que los trols progresaron y erigieron
ciudades. Dejaron de vagabundear, obtuvieron riquezas y
levantaron templos y santuarios. Entonces, una especie de
sustitutos de los cazadores de las sombras aparecieron para ofrecer
sacrificios a los loa e interpretar sus mensajes. Por otro lado, el
hecho de que se asentaran en poblaciones enormes tuvo como
consecuencia que los trols ya no desempeñaran ciertas ocupaciones
que los habían mantenido fieles a su esencia y a los loa; los viejos
preceptos tuvieron que ser revisados y reinterpretados para una
nueva época y una nueva civilización. Los Zandalari se centraron
de lleno en esa tarea, por lo cual tuvieron que justificar la necesidad
de ese nuevo papel que habían asumido, ya que si no, su casta no
habría tenido ninguna razón de existir.

Sin embargo, eso requería redefinir el papel del cazador de las


sombras. Sí, completar el adiestramiento y superar las pruebas era
algo digno de celebrar. Una bendición que a todo el mundo
regocijaba. Los cazadores de las sombras eran criados para ser unos
héroes míticos respetados y temidos, ya que caminaban con los loa
y, por tanto, no podían entender del todo las necesidades de los
mortales.

Vol’jin se estremeció. Ese deseo innato de recibir la aprobación de


los Zandalari, ese defecto del que era consciente desde hacía mucho
tiempo, no lo compartía únicamente con el resto de las tribus trol.
Khal’ak también era víctima de una necesidad parecida. Ella había
querido sellar una alianza con un cazador de las sombras porque
estos tenían un gran estatus, por lo cual, si colaboraba con uno de
ellos, su legitimación sería mayor.

Pero he frustrado sus planes en ese sentido.

Ese desfile de eventos históricos se ralentizaba de vez en cuando


aquí y allá, en ciertos momentos clave. Las exhibiciones de poder
356
Vol’jin: Sombras de la Horda

eran cada vez más grandiosas, las multitudes más colosales y la


retórica más volcánica y vitriólica. El frenesí se fue apoderando de
las vastas hordas que cubrían el paisaje.

Aun así, en esas escenas, Vol’jin no vio a ningún cazador de las


sombras. Y, si atisbaba levemente a alguno, era para verlo alejarse.
Lo mismo que hice yo cuando me pidieron que me uniera a Zul. Lo
mismo que hice yo cuando rompí mi alianza con Garrosh.

De repente, la última pieza del rompecabezas encajó en su sitio.


Los Zandalari se habían autoerigido como los portavoces de los loa.
Tal vez incluso llegaron a creer que estaban a la altura de estos.
Ciertamente, se consideraban una casta aparte de los demás trols.
Eran mejores. Sí, eran mucho más que el resto. Los Gurubashi y
los Ama-ni, al intentar emular a los Zandalari, al intentar revivir
esa gloria perdida, habían caído en ese mismo pecado, en esa
misma vanidad. Al creerse tan importantes se habían dejado llevar
por la arrogancia, la cual había condenado al fracaso todos sus
esfuerzos.

En todos esos casos, un cazador de las sombras se había marchado


tras darles la espalda. Los trols habían concluido que el cazador no
era más que un vestigio del pasado que desaprobaba el futuro, ya
que, desde su punto de vista, no cabía otra interpretación a ese
comportamiento. Pero esa interpretación los alejó de su verdadera
esencia.

Un cazador de las sombras podía dar consejos e incluso podía


liderar, pero ese no era su verdadero propósito. Esa no era la razón
por la que los loa acudían a él y dependían de él. Un cazador de las
sombras era el vivo ejemplo de lo que debía ser un trol. Todos los
trols debían tomar ejemplo de los cazadores de las sombras. Todos
su actos debían compararse con lo que hacían estos. No obstante,
hay que distinguir entre sus actos y sus capacidades o su potencial.
No cabe duda de que los cazadores de las sombras son más
357
Michael A. Stackpole

talentosos y dotados que la mayoría de los trols, pero no existe


ningún trol que no pueda emularlos o intentarlo al menos, de modo
que sus esfuerzos contribuyan al bien de la comunidad, pues eso es
precisamente lo que los define como trols.

Vol’jin se imaginó en el plato de la balanza de un simple mercader.


Khal’ak y Vilnak’dor se encontraban en el otro. La balanza se
inclinaba hacia el lado de Vol’jin, elevando así a los Zandalari.
Gracias a esa metáfora, podía entender el punto de vista de sus
adversarios y por qué consideraban que era un trol inferior a ellos.

Entonces, desaparecieron y Chen los reemplazó. A continuación,


Taran Zhu y el hermano Cuo se subieron al plato. También hizo
acto de presencia su viejo amigo Rexxar e incluso Tyrathan
también. Cada vez que uno de ellos se subía al plato, la balanza
alcanzaba el equilibrio. Pero cuando le tocó el tumo a Garrosh, el
plato ascendió como un cohete goblin.

Vol’jin se sintió desconcertado al descubrir lo que creía que era la


verdadera naturaleza de sus compañeros tanto en el monasterio
como en la Horda. Ciertamente, los pandaren y el humano no
compartían su naturaleza trol; sin embargo, no cabía duda de que
se habían esforzado tanto como él para salvar Pandaria, de que
compartían la misma ansia de libertad, la misma generosidad y la
misma capacidad de sacrificarse por los demás. Según esa balanza,
en su esencia y su corazón eran tan trols como él.

Rexxar, que amaba a la Horda tanto como Vol’jin, también


valoraba y hacía gala de esas virtudes. Al Lanza Negra le habría
encantado que su amigo mok’nathal pudiera estar ahí con ellos. No
para que corriera el riesgo de morir, sino para que pudiera
ayudarlos a destruir a los Zandalari. Sabía que Rexxar los habría
ayudado contento, sin importar lo funesto que fuera el resultado
más probable de ese combate.

358
Vol’jin: Sombras de la Horda

Tal y como harían muchos miembros de la Horda. Creo que la


mayoría.

La Horda, los Shadopan, incluso Tyrathan, eran más fieles a la


esencia básica de los trol que los propios Zandalari. Tanto estos
como los de su ralea eran unos perros sarnosos que gimoteaban con
el rabo entre las piernas ante un lobo porque, como en su día habían
sido muy similares a este y ahora eran diferentes, se creían mejores
que el resto. Si bien era cierto que sus pelajes podían ser más
brillantes, que podían desempeñar ciertas tareas mejor y que quizá
incluso vivieran más, habían olvidado que ninguna de esas cosas
significaba nada para un lobo, pues el propósito de todo lobo es ser
un lobo. En cuanto esa verdad se olvidaba, había que forjar nuevas
verdades. Sin embargo, daba igual lo habilidosamente que las
forjaran, ya que siempre serían una mera sombra de la auténtica
verdad.

Vol’jin ladeó la cabeza y miró a su padre.

—Ser un trol no tiene nada que ver con el cuerpo que uno posee o
la estirpe de la que proviene.
—Esas cosas no se pueden obviar del todo, hijo mío, pero sí es
cierto que el espíritu que nos creó a los trols, que nos hizo dignos
de ganamos la atención de los loa, existía antes de estos cuerpos
que ahora portamos. —Su padre sonrió aún más ampliamente—.
Tal y como has podido ver, el cazador de las sombras siempre se
aleja de los senderos que nos apartan de ese espíritu. Y como ese
espíritu nos define, descubrir que el mismo anida en otros es causa
de alegría y regocijo.

Vol’jin se rió.

—Vas a hacer que crea que la Horda es más trol que los Zandalari.
—Quizá haya algo de verdad en eso. —Su padre sonrió—. ¿Sabes
qué nombre utilizábamos antes de llamamos trols?
359
Michael A. Stackpole

—Nunca me... —Vol’jin frunció el ceño—. No lo sé, padre.


¿Cómo?
—Yo tampoco lo sé, hijo mío. —El espíritu trol movió la cabeza
de arriba abajo—. No cabe duda de que fuimos algo antes de ser
trols y que, probablemente, seremos algo después. Los Zandalari
siempre han intentado moldear nuestro destino y otros se han
aprovechado de ciertas circunstancias para reafirmar esas ideas. Sin
embargo, no albergo ninguna duda de que dentro de veinte
milenios, muchos se harán esta pregunta: «¿Sabes cómo nos
llamaban antes de ser llamados la Horda?».
— ¿Ese es el futuro que les espera a los trols, padre?

Sen’jin movió la cabeza de lado a lado muy lentamente.

—El futuro que yo buscaba para los trols era muy sencillo: que
volviéramos a ser un pueblo que siguiera a los cazadores de las
sombras. Sin embargo, esa meta requería de algo muy especial: de
un cazador de las sombras capaz de liderar. Muchos cazadores de
las sombras se conformarían con negarse a seguir un sendero que
llevara al desastre. Sin embargo, tú, hijo mío, eres el cazador de las
sombras que puede evitar el desastre. Si esto implica que nos lleves
hasta un lugar donde lo que importe sea el corazón de la gente y no
su raza, donde los actos importen más que las intenciones,
entonces, que así sea, pues será ahí donde por fin prosperaremos.

—Pero ¿los loa apoyarán esta empresa?

La gélida risita de Bwonsamdi atravesó en oleadas el pecho de


Vol’jin mientras el trol se giraba para ver al loa.

— ¿Acaso no has escuchado a tu padre, cazador de las sombras?


Los loa existían antes que los trols. Tu padre te ha preguntado cómo
se llamaban los trol antes de ser llamados trols. Y yo podría
preguntarte cómo se llamaban antes de tener ese nombre que
ignoras, o incluso antes. Tú eres un río. Algunos dirán que eso
360
Vol’jin: Sombras de la Horda

significa que eres agua e incluso algunos intentarán que te


estanques. Pero eres mucho más, al igual que un río es mucho más
que solo agua.
— ¿Y la Horda?

El loa extendió los brazos.

—Los ríos, ríos son. Pueden ser anchos y poco profundos, o


estrechos, profundos y rápidos; eso no importa. Somos espíritus. Y
a nosotros nos preocupa tu alma. Cumple con nuestro pacto, sé fiel
a tu espíritu y tus obligaciones, y prosperarás.

—Te prometo que pronto degustarás un montón de almas


Zandalari.

El loa se rió, pero sus carcajadas estaban desprovistas de toda


alegría.

—Jamás saciarás mi apetito.


—Bueno, pronto los seguiré.
—Y yo te daré la bienvenida, pues siempre se la doy a todos los
trols.

A Vol’jin ese comentario le resultó extrañamente reconfortante. No


porque deseara estar muerto, sino porque eso significaba que no se
vería separado de sus amigos, lo cual tampoco es que fuera gran
cosa ahora que tenía la muerte tan cerca, pero para el cazador de
las sombras, eso era más que suficiente, por el momento.

361
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO TREINTA

Chen sintió lástima por el pequeño arbusto, tras el cual había


ocultado un montón de piedras con forma de pirámide. Cada una
de esas piedras (que tenían el tamaño medio del cráneo de un trol,
aunque con una forma más redondeada) habría bastado para partir
ese arbusto por la mitad. Pero todas ellas juntas, al caer en
avalancha, arrasarían esa zona, arrancarían esa planta de cuajo y,
con suerte, se llevarían por delante a media decena de esos
Zandalari que ascendían hacia el monasterio.

Chen colocó una última piedra en la parte superior del montón y,


acto seguido, se agachó y clavó la mirada en la pendiente. Las
piedras iban a caer por un estrecho canal, donde el camino se volvía
muy empinado. Los guerreros se amontonarían en esa zona al subir,
lo cual lo convertía en el lugar ideal para tender una emboscada.
No obstante, sabía que, a pesar de que el arbusto ocultaría esas
piedras de la vista de cualquiera, por muy atentos que estuvieran,
no engañaría a los Zandalari.

En realidad, queremos que las acaben viendo. Entonces, el


pandaren sacó de una bolsa que llevaba atada al cinturón un puñado
de pequeños discos de madera, que insertó en los resquicios que se

362
Vol’jin: Sombras de la Horda

abrían entre una piedra y otra. Cuando la pila de piedras rodara


colina abajo, esos discos no irían muy lejos; de ese modo, los
Zandalari podrían descubrirlos poco después.

Más arriba, detrás del lugar donde se encontraba Chen, se


encontraba Yalia, quien estaba arrodillada junto a un agujero que
había abierto en el suelo, en cuyo fondo había tenido que colocar
con firmeza una afilada estaca de bambú que ahora apuntaba hacia
el cielo Chen había ayudado a tallar muchas de esas estacas;
primero, las había ido cortando hasta que tuvieran una punta muy
afilada y, luego, había tallado sus bordes hasta dar forma a unos
sólidos pinchos.

El pandaren subió arduamente por la ladera de la montaña,


manteniéndose lejos del camino en todo momento. Habían tendido
una cuerda delante del hoyo de Yalia, a unos treinta centímetros,
ya que suponían que los trols enviarían a un explorador a examinar
el terreno situado más allá de esa pendiente tan pronunciada. En
cuanto se hallara en paralelo a esas piedras, probablemente, las
divisaría. Entonces, vería la cuerda, que no estaba demasiado bien
oculta, y daría por sentado que se trataba de una trampa preparada
para hacer que cayesen esas piedras. El explorador sortearía
inteligentemente la cuerda y, en ese instante, caería al hoyo. Al
instante, gritaría, o sus amigos lo verían caer, y acudirían en su
ayuda.

En ese momento, arrojarían un montón de rocas con un pequeño


trabuquete situado más arriba de esa montaña, que impactarían en
esa zona y provocarían la avalancha, que a su vez se llevaría por
delante a más trols.

Chen le tendió una zarpa a Yalia. La Shadopan echó un último


vistazo a la fina placa de pizarra con la que había tapado el hoyo y,
a continuación, aceptó su ayuda y se puso en pie.

363
Michael A. Stackpole

A Chen le gustó que la hermana no le soltara de inmediato la mano.

—Tiene buena pinta, Yalia. Has extendido el polvo por encima de


tal modo que parece que lleva ahí toda la vida. Tyrathan estaña
orgulloso de esta trampa.

Yalia sonrió, pero demasiado rápidamente y demasiado


brevemente.

—No estamos tendiendo estas trampas para unos estúpidos


animales, ¿verdad, Chen?
—No, los Zandalari son bastante listos. Por eso mismo, estamos
colocando esos discos también en la trampa. Pero no te preocupes,
la has preparado de tal modo que los engañarás.

La pandaren negó con la cabeza.

—Eso no me preocupa. Caerán en la trampa, caerán de cabeza en


ella.
— ¿Entonces...?
—Te he hecho esa pregunta porque debía hacerla. —Yalia suspiró,
en parte por culpa de la fatiga y en parte por otra cosa totalmente
distinta—. Me siento orgullosa de lo que he hecho, a pesar de que
sé que con esto voy a infligir mucho dolor, ya que me digo a mí
misma que los Zandalari son unos animales, unas meras máquinas
de matar sin mente, para justificarme. Los transformo a todos ellos
en algo que no merece vivir y sé que generalizo injustamente,
porque no todos tienen por qué ser así, ¿verdad?
—No. —Chen apretó la zarpa de Yalia—. Haces bien en pensar así
y en recordármelo. Valoras la vida, incluso la de aquellos que se
oponen a ti, lo cual es muy sabio. Esa es una de las razones por las
que te quiero tanto.

Yalia miró al suelo con suma timidez, pero solo por un momento.

364
Vol’jin: Sombras de la Horda

—El mero hecho de que me escuches y reflexiones sobre mis


palabras es una de las razones por las que te quiero tanto, Chen.
Ojalá tuviéramos más tiempo para estar juntos por el bien de
ambos, por tu propio bien. Has buscado tanto tiempo un hogar.
Esperaba que lo encontraras aquí y me entristece que vayas a
perderlo tan pronto.

Chen alzó una mano y secó una lágrima que se asomaba a los ojos
de la pandaren antes de que pudiera mojar su sedoso pelaje.

—No te entristezcas. Hallar un hogar supone encontrarse a uno


mismo, lo cual es un gozo tan excelso que no puede ser más intenso
por mucho que uno cuente con más tiempo para disfrutarlo. Lo sé
Porque ahora sé al fin quién soy y quién se supone que debo ser.
— ¿Cómo así?
—Con todas esas cervezas y todos esos brebajes que confecciono
siempre intento capturar la esencia de un lugar o un momento. Un
bardo puede hacer eso mismo con una canción, o un pintor con un
cuadro. Ellos recurren al oído y a la vista, mientras que yo recurro
al olfato y el gusto, y quizá también al tacto. Siempre he buscado
el brebaje perfecto, pues albergaba la esperanza de dar con aquel
que describiera el vacío que reina en mi vida y que pudiera llenarlo.
Pero aquí y ahora, me he encontrado a mí mismo. Y si bien sigo
siendo capaz de capturar la esencia de un lugar y un momento en
mis bebidas, ahora soy feliz y dichoso... gracias a que tú estás en
mi vida.

Yalia se acercó a él y le rodeó el cuello con los brazos.

—Quizá sea yo la egoísta, entonces. Porque deseo más, mucho


más, Chen. Quiero compartir una eternidad contigo.
—Y así será, Yalia Murmullo Sabio. —Chen la acercó aún más
hacia sí y la abrazó con firmeza—. Ya somos eternos. Nuestras
figuras podrán caerse de los huesos de la montaña, pero esta caerá
antes de que seamos olvidados. Los bardos cantarán sobre nosotros.
365
Michael A. Stackpole

Los pintores nos pintarán desde aquí a Orgrimmar y viceversa. Los


maestros cerveceros afirmarán durante eones que tienen la receta
secreta con la que creé el brebaje que sustentó a los Treinta y Tres.
Probablemente, la llamarán así: Treinta y Tres.
—Y en sus mentes, ¿siempre estaremos juntos?
—No habrá un muchacho en Pandaria que no busque a su Yalia y
se sienta afortunado cuando la encuentre. Las muchachas serán
felices cuando «metan en cintura» a sus Chen trotamundos.

Yalia se apartó y arqueó una ceja.

— ¿Es eso lo que crees que pretendo?

Chen la besó en la punta de la nariz.

—No. Tú has compartido tu paz conmigo. Eres mi ancla y mi


océano. Y cualquier cachorro que encuentre a su Yalia y disfrute
de ese regalo será el pandaren vivo más afortunado.

Ella le dio un beso en la boca, de un modo tan apasionado y


desesperado que le dejó sin aliento. Él la atrajo hacia sí y la abrazo
con fuerza, mientras le acariciaba la parte posterior de la cabeza y
se besaban. Deseaba que ese momento no acabara nunca y esperaba
que los artistas y bardos le hicieran justicia.

Cuando se apartaron el uno del otro, Yalia apoyó la cabeza sobre


el hombro de su amado.

—Ojalá pudieran ser nuestros cachorros los protagonistas de esa


búsqueda.
—Lo sé. —Chen le acarició el pelaje—. Lo sé. Pero me consuela
saber que muchos otros cachorros harán esa misma búsqueda.
Ella asintió en silencio y mantuvo la cabeza ahí un poco más.
Entonces, se separaron el uno del otro y reiniciaron el ascenso hacia
la montaña, colocando más trampas a su paso y añadiendo más
366
Vol’jin: Sombras de la Horda

versos a las canciones que hablarían sobre ellos, mientras se


preparaban para recibir unas lecciones de los Zandalari que
deberían haber aprendido hace mucho tiempo.

*******

—Por mucho que los mogu buscaran eternamente esas flechas que
has escondido, nunca serían capaces de encontrarlas. —Vol’jin se
cruzó de brazos mientras el humano se erguía—. Al parecer, tienes
una para cada soldado que se halla en esta isla.
—Y dos para cada uno de los oficiales. —Tyrathan se encogió de
hombros—. No solo he escondido carcajes, sino también cuchillos,
espadas, palos y arcos. Fuera, he ocultado unos arcos más grandes
y pesados, idóneos para lanzar unas flechas capaces de alcanzar
objetivos a larga distancia. Aquí dentro, he escondido unos arcos
más pequeños y unas flechas más cortas, que son más fáciles de
utilizar en un combate a corta distancia.

Vol’jin echó un vistazo al santuario del Tigre Blanco.

—Si el combate llega hasta aquí dentro...


—Querrás decir cuando el combate llegue hasta aquí dentro... —El
humano dio entonces una palmadita al hombro de piedra de una
estatua que representaba a un tigre sentado—. Te alegrará saber
que la cola de este animal está enroscada alrededor de media
decena de cuchillos.
—O que hay una espada ahí arriba, donde yo puedo llegar, pero tú
no.
—Recuerda que prometiste matar a quien me matara. Solo quiero
cerciorarme de que tengas las herramientas adecuadas para cumplir
esa promesa.
—Lo recuerdo perfectamente. —Vol’jin echó el brazo hacia atrás
y agarró su nueva guja, que llevaba atada a la espalda—. El
hermano Cuo hizo un excelente trabajo en la forja. Chen le
describió el arma que yo normalmente portaba y eso le bastó a Cuo
367
Michael A. Stackpole

para confeccionar una guja más que adecuada para combatir a los
Zandalari.
—Sí, eso dijo, como si combatir no fuera lo mismo que matar.

Vol’jin asintió.

—Sí, hacer esa distinción le hace sentirse en paz.

Tyrathan observó con detenimiento esa arma y sonrió.

—Ha confeccionado unas hojas más largas de lo normal y les ha


conferido una curva mucho más letal. Cada una de esas puntas
cortará y se clavará muy bien. La parte central incluso parece un
poco más robusta de lo habitual.
—Sí. Cuenta con una sola espiga. —Vol’jin sacó el arma de su
funda y la hizo girar tan rápido que silbó en el aire—. Está
perfectamente equilibrada. Dice que su tamaño es el idóneo para
mi antebrazo. La verdad es que me siento más a gusto con esta que
con la que perdí.
—Un monje pandaren ha sido capaz de forjar una arma trol
tradicional. —El humano sonrió—. Está claro que el mundo ha
cambiado, ya no es el que conocíamos.
—Esta arma es tan extraordinaria como el hecho de que un humano
y un trol se alíen para defender la libertad de otro pueblo distinto.
—A nosotros no se nos aplican las reglas normales porque estamos
muertos.
—Creo que he aprendido a apreciar la verborrea de los humanos.
—Vol’jin volvió a meter la guja en su funda—. Como los trols
tenemos un temperamento distinto, no hablamos tan rápidamente.
Le damos su tiempo a las cosas.

Tyrathan le lanzó una mirada suspicaz.

—Cuando le dijiste a Garrosh que lo matarías, ¿no cometiste un


exceso verbal?
368
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Fue un arrebato, sin duda. Aunque, ahora que lo pienso, no


cambiaría nada de lo que dije ni de lo que quise decir. —El trol
abrió los brazos—. No habría cambiado ni una coma aunque
hubiera sabido qué me depararía el futuro. Voy a morir con algún
que otro remordimiento, pero te aseguro que esos remordimientos
no me reconcomerán.

El humano sonrió de un modo irónico.

—Lamento no poder cumplir con mi promesa de ver mi hogar una


vez más antes de morir, aunque esta tierra es ahora mi hogar. Sería
feliz si pudiera merodear por aquí eternamente como un fantasma.
Vol’jin echó un vistazo a su alrededor.
—Como tumba no es gran cosa, la verdad. Pero los Zandalari
tampoco nos van a enterrar.
—Ni los mogu van a dejar este lugar en pie. Arrojarán todas sus
piedras al océano, dejarán que los buitres den buena cuenta de
nuestros cadáveres y luego molerán nuestros huesos hasta
reducirlos a polvo, para que nuestros restos se esparzan a los cuatro
vientos. —Tyrathan volvió a encogerse de hombros—. Si sopla un
buen viento, quizá logre regresar, después de todo, a las montañas
de mi hogar.
—Entonces, espero que sople un fuerte viento. —Vol’jin se agachó
y recorrió con una uña la línea que separaba unas baldosas de piedra
del suelo—. Tyrathan Khort, quería decirte que...
—No. —El Humano negó con la cabeza—. Nada de despedidas.
Nada de adioses afectuosos. No quiero que esto sea un punto y
final. No quiero pensar que ya he dicho todo lo que había que decir,
pues si lo hago, me rendiré antes de tiempo. Así, el deseo de querer
decirte una cosa más, de verte reír cuando encuentres una de las
espadas que he escondido, o de ver tu semblante cuando una de mis
flechas mate a alguien que se disponga a rebanarte el gaznate me
hará seguir adelante. Sabemos que carecemos de futuro. Pero
podemos disfrutar de un minuto más, de un segundo más, y eso es
más que suficiente para matar a otro enemigo. Si ellos me roban el
369
Michael A. Stackpole

futuro, yo les robaré el suyo. Es un trato justo, aunque acabar con


mi vida les saldrá caro, pues me llevaré muchas de las suyas a
cambio.
—Te entiendo. Estoy de acuerdo. —El trol asintió—. ¿Has hecho
lo mismo que han hecho los demás? Chen ha escrito a su sobrina.

El humano posó su mira sobre sus manos vacías.

— ¿Te refieres a si he escrito a mi familia? No. Directamente, no.


Le enviado una breve nota a Li Li. Le he pedido que trabe amistad
con mis hijos si alguna vez se cruzan sus destinos, aunque no tendrá
que explicarles por qué lo hace ni deberá hablarles sobre mí. ¿Tú
has escrito a alguien?
—Sí, he enviado unas cuantas notas.
— ¿Alguna dirigida a Garrosh?
—Si recibiera una nota de mi puño y letra se asustaría. No obstante,
sé que intentará utilizar mi muerte en su provecho, pero voy a
negarle tal placer.

Tyrathan frunció el ceño.

— ¿Has puesto en marcha un plan para vengarte?


—No le he contado a nadie lo que hizo, pues podría afirmar que
esas notas son falsas o que los Zandalari me obligaron a redactarlas.
B-Vol’jin movió la cabeza lado a lado—. Solo le he dicho a los
destinatarios de las notas que estoy orgulloso de su lealtad a la
Horda y al sueño que esta representa. Entenderán perfectamente
qué insinúo.
—Bueno, no va a ser tan satisfactorio como matar directamente a
Garrosh, pero así podrás descansar en paz en la tumba. —Tyrathan
sonrió—. Aunque me gustaba imaginarte clavándole un flechazo.
Siempre pensé que yo tallaría la flecha que cumpliría ese cometido.
—Sin lugar a dudas, habría volado hasta su diana.
—Si vives más que yo, arranca unas cuantas de mis flechas de los
cadáveres Zandalari. Así matarán dos veces. —El humano dio una
370
Vol’jin: Sombras de la Horda

palmada—. Si nos estuviéramos despidiendo, te daría la mano y te


diría que volviéramos al tajo, pues aún hay mucho que hacer.
—Nada de despedidas, pongámonos manos a la obra, sin más. —
El cazador de las sombras sonrió y echó un último vistazo a todo
cuanto lo rodeaba—. Cuando muramos, nuestros espectros
aterrorizarán a los mogu. Haremos que las piedras se muevan sin
causa aparente y los aplastaremos, e incluso envenenaremos a los
peces del mar, que acabarán con todos aquellos que no podamos
matar nosotros mismos. No es un gran plan, pero así la eternidad
será más interesante.

371
Michael A. Stackpole

CAPÍTULO TREINTA Y
UNO

A Khal’ak se le puso la piel de gallina al oír a un Amani gritar.


Permaneció en silencio a la espera de otro grito más, o de oír cómo
otro chillido se cortaba de manera abrupta, o de percibir el
estruendo de unas piedras al que seguirían más gritos. Al final, ese
Amani sí volvió a chillar, pero su chillido acabó en un maullido
lastimero. Una de dos: o bien estaba más asustado que malherido,
o bien se había desmayado de dolor.

En un principio, Khal’ak no había tenido ninguna intención de que


los Amani y Gurubashi participaran en el combate. En realidad,
había traído un número suficiente de efectivos de ambos grupos
porque sus Zandalari no iban a encargarse de cocinar, limpiar y
llevar las cosas de aquí para allá. Por desgracia, sus tropas
Zandalari tendían a adoptar una actitud estoica cuando se topaban
con las trampas trol que les habían tendido, así que no gritaban ni
se dejaban llevar por el pánico, lo cual quería decir que no alertaban
al resto de sus compañeros del peligro.

372
Vol’jin: Sombras de la Horda

Sabía que los aguardaban muchos peligros por delante y que la


mayoría de ellos serían obra del cazador de las sombras. Sabía que
esos hoyos ocultos y esas trampas para animales, esas avalanchas
de piedra y esas lluvias de dardos lanzadas por pequeñas máquinas
de asedio, habrían sido desplegados de tal modo que aprovecharían
al máximo ese terreno. El trazado del sendero obligaba a las tropas
a ascender despacio y a juntarse en determinados lugares. No
obstante, los Zandalari aprendieron enseguida que debían
permanecer muy alerta en esos sitios, gracias a lo cual minimizaron
los daños sufridos.

En el plano físico, claro.

Como los trols se curaban rápidamente, siempre lograban


recuperarse si la herida no los mataba de inmediato. A pesar de que
los Zandalari consideraban esos vendajes como unas medallas que
mostraban su coraje y menoscababan el valor de los vanos
esfuerzos del enemigo por acabar con ellos, Khal’ak era capaz de
darse cuenta de que la táctica de Vol’jin estaba haciendo mella en
sus tropas, pues ahora avanzaban con más cautela, lo cual no tenía
por qué ser necesariamente malo en el caso de un ejército, pero eso
hacía que la indecisión dominara a los suyos cuando lo que
necesitaba era que actuaran con valor y decisión.

En ciertos lugares, donde lo más lógico era sortear un cuello de


botella, sus tropas lograban escalar la empinada cara de la montaña
con suma habilidad. En la cima, podían hallar entonces algunos
rastros que indicaban que ahí habían colocado una pequeña
máquina de asedio, cuyo rastro llevaba hasta la entrada de un
laberinto de cuevas. Unas cuevas que podían estar plagadas de
trampas, que siempre eran muy estrechas para los descomunales
Zandalari y que, invariablemente, descubrían que estaban selladas
tras adentrarse en ellas por una ruta tortuosa unos quince o treinta
metros.

373
Michael A. Stackpole

Pese a que esto resultaba muy frustrante, había algo peor: pasadas
unas horas, los escaladores, que tenían los dedos repletos de
arañazos y rasponazos y tierra bajo las uñas, empezaban a sentir de
repente un cosquilleo en los dedos, tanto de las manos como de los
pies, y se les acababan hinchando. Al parecer, los asideros habían
sido impregnados de toxinas que, si bien no habían matado a nadie,
los incapacitaban al provocarles unas alucinaciones espantosas. A
partir de entonces, titubeaban cada vez que veían alguna superficie
mojada o algún residuo oleaginoso y se centraban más en intentar
dilucidar si habían sido envenenados o no que en otra cosa, lo cual
les distraía de su verdadero propósito.

Vol’jin estaba atacando sus mentes, los estaba matando de un modo


peculiar y eficaz.

El cazador de las sombras también se estaba mofando de ellos,


como demostraba el pequeño amuleto de madera con el que
Khal’ak jugueteaba de un modo compulsivo entre sus dedos. En
una de sus caras estaba grabado a fuego el símbolo trol del número
«treinta y tres». El reverso estaba escrito en mogu. Hallaron esos
amuletos desperdigados por todos los fondos de esos hoyos trampa,
o en lugares donde algunos exploradores rivales debían de haber
estado observándolos, sin ningún género de dudas. Corría el rumor
de que uno de ellos había sido encontrado en la misma tienda de
Khal’ak, lo que parecía indicar que el cazador de las sombras
podría haberla matado con la misma facilidad que había asesinado
a esas otras tropas en la Isla del Rey del Trueno. Algunos
afirmaban, tras haber realizado ciertas extrañas elucubraciones
numerológicas, que ese número hacía referencia a los milenios que
habían transcurrido desde la caída del Rey del Trueno, o que
Vol’jin era el trigésimo tercer cazador de las sombras de una
peculiar saga, aunque nadie parecía capaz de determinar a qué
escuela de los cazadores de las sombras pertenecía, por lo que se
había visto obligada a matar a un Amani para dar ejemplo, para que
fueran conscientes de que difundir rumores era muy peligroso, pero
374
Vol’jin: Sombras de la Horda

en cuanto esa idea se afianzó entre sus tropas, ya no hubo manera


de borrarla.

La teoría que a ella más le gustaba afirmaba que todo defensor del
monasterio había jurado matar a treinta y tres enemigos antes de
morir, lo cual quería decir que sus fuerzas se enfrentaban a menos
de dieciocho adversarios. Si bien tales juramentos encajaban muy
bien en las baladas de los juglares, no tenían cabida en la realidad;
no obstante, eso hizo que se mostrara más cautelosa. ¿Acaso
pretendes que yo sea una de los treinta y tres enemigos a los que
darás muerte, Vol’jin?

Escuchó al viento en busca de una respuesta. Pero no oyó nada.

Entonces, el capitán Nir’zan se aproximó corriendo y la saludó.

—Un cocinero Amani ha caído en una trampa. Se alejó de la zona


segura para responder a la llamada de la naturaleza y, cuando
encontró un lugar idóneo para ello, la tierra cedió bajo su peso y
cayó de rodillas. Las estacas le han atravesado los muslos, el
abdomen y una mano, pero vivirá.
— ¿Lo han sacado ya de ahí?
—No.
— ¿Podríamos hacer que todas la tropas pasen por delante de ese
lugar esta misma mañana cuando tengamos que avanzar?
El guerrero trol asintió.
—Sí, si eso es lo que desea, mi señora.
—Bien. Si tiene la suerte de seguir vivo cuando todas las tropas ya
hayan pasado por delante de él, lo liberarán.
—Sí, señora.

Como el capitán no hizo ademán alguno de marcharse, la Zandalari


arqueó una ceja.

— ¿Y?
375
Michael A. Stackpole

—Un emisario ha traído un mensaje de la flota. Han decidido


regresar a la orilla de Zouchin. Una fuerte tormenta se acerca por
el norte. Trae consigo potentes vientos, hielo y nieve. También va
a provocar que la flota que iba a partir de la isla del rey del Trueno
se demore.
—Bien. Eso nos dará más tiempo para consolidar nuestras
posiciones en Pandaria después de que hayamos destruido el
monasterio.

Khal’ak alzó la vista hacia lo alto de la montaña, hacia su meta, y,


a continuación, bajó la mirada en dirección al campamento, donde
habían desplegado sus tiendas, que normalmente estaban montadas
sobre el buzamiento de las colinas para protegerse de los
corrimientos de tierra y los asaltos. No habían encendido ningún
fuego, para que el enemigo no pudiera determinar fácilmente
cuántos eran.

Se llevó un dedo a los labios, sobre los que se dio unos golpecitos,
y, acto seguido, asintió.

—Tenemos que seguir avanzando. Debemos presionar sin cesar y


con rapidez, ya que no podremos resistir esa tempestad en campo
abierto. Además, estamos más cerca del monasterio que de la parte
baja de la montaña donde podríamos resguardamos. Aún nos queda
día y medio para llegar a la cima, ¿verdad?
—Al ritmo que llevamos, sí. Deberíamos llegar al mismo tiempo
que la tormenta.
—Ordena a dos de nuestras mejores compañías Zandalari que
intercambien sus uniformes con unos cuantos Gurubashi. Quiero
que ocupen la vanguardia y los flancos. Quiero que, llegada la
medianoche, registren todas las cuevas que encuentren por el
camino. Si la tormenta llega antes de lo previsto, necesitaremos
cobijamos ahí. Después, mientras el resto avanzamos, quiero que
busquen los túneles de escape de los monjes y entren en ellos. Diles
que dejen a los heridos atrás, pues ya los recogeremos más tarde.
376
Vol’jin: Sombras de la Horda

El único fin de las trampas del enemigo es demoramos. Tenemos


que avanzar lo más rápido posible.

»Además, esta noche, encenderemos unas cuantas hogueras. Unas


muy grandes. Dos por cada tienda.

Su subordinado entornó los ojos.

—Pero nos quedaremos casi sin leña, señora.


— ¿Casi? Den buena cuenta de toda ella. —En ese instante, señaló
al monasterio—. ¡Si nuestros hombres quieren sentir de nuevo la
calidez del fuego, tendrá que ser bajo el fulgor de una pira
Shadopan!

*******

Vol’jin no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro


cuando el día dio paso al crepúsculo y las largas sombras apuntaron
hacia el lugar donde el alba nacería al día siguiente, hacia los
Zandalari. Pese a que sus trampas y sus ataques no habían
menguado en número a las tropas de Khal’ak tanto como había
esperado, sí había logrado obligarla a tomar medidas desesperadas.
Había desplegado a dos compañías enteras a lo ancho del frente,
reduciendo así sus fuerzas, y había seguido avanzando
tozudamente mediante una serie de ataques. Para cuando llegaran
al monasterio, esas tropas estarían dominadas por la furia, la
frustración y el cansancio; tres cosas que, Por lo normal, ningún
general desea que dominen a sus soldados.

Como los Zandalari habían parado a hacer noche justo donde los
defensores del monasterio habían previsto (a excepción hecha de
los batallones de los flancos que habían acampado en unos lugares
más pequeños y elevados), Taran Zhu había convocado a los
Treinta y Tres, quienes, ahora, en realidad, solo eran treinta y uno,
ya que el hermano Cuo y Tyrathan habían accedido a encargarse
377
Michael A. Stackpole

del primer tumo de vigilancia mientras el anciano monje reunía a


sus fuerzas en el Templo del Tigre Blanco.

Los monjes se encontraban ante él dispuestos en dos hileras


delanteras de diez y una trasera de ocho. Chen y Vol’jin
conformaban las dos esquinas posteriores de ese rectángulo. A los
lados había una serie de mesas repletas de comida y de una bebida
que Chen había preparado con suma rapidez, aunque, según él, era
de las mejores que jamás había confeccionado. Vol’jin no lo
dudaba. Rara vez, había visto a su amigo tan concentrado en una
tarea; además, sabía que había hablado con sinceridad y no de un
modo exagerado.

El anciano monje extendió ambos brazos.

—Son demasiado jóvenes como para recordar la época en que


derrocamos a los mogu. A pesar de lo mucho que se especula al
respecto y las bromas que circulan sobre mi edad, yo también soy
muy joven como para acordarme de ello. Aun así, he tenido la
posibilidad de tener acceso a ciertos pasajes de la historia y
recuerdos, a ciertos relatos que han pasado de un monje maestro a
otro desde antes de que este monasterio existiera. Relatos acerca de
una época en que oponerse a los mogu no solo era un gran honor,
sino una necesidad.

»Ahora forman parte de esa gran tradición, al igual que todos


nuestros hermanos y hermanas. A muchos de ellos les hubiera
gustado estar hoy aquí, pero nuestros objetivos exigen que ahora se
hallen en otro lugar. Les alegrará saber que la estatua de la hermana
Quan-li no se ha separado de los huesos de la montaña. Por tanto,
una más de los nuestros sigue viva para oponerse a nuestros
antiguos amos.

Vol’jin asintió para sí, pues se sentía bastante satisfecho. Estaba


seguro de que Quan-li revelaría a la Alianza información más que
378
Vol’jin: Sombras de la Horda

suficiente como para obligarla a actuar. Después, los espías de la


Horda transmitirían esa información a sus superiores. Si bien le
aterraba qué sería Garrosh capaz de hacer al enterarse de esas
noticias, por una vez, la querencia por la guerra del líder de la
Horda no parecía que fuera a ser un gran problema. Aunque los
Treinta y Tres fueran a morir ahí, la invasión Zandalari pronto los
seguiría a la tumba. Y, de ese modo, muchos trols se salvarían.

Taran Zhu juntó las palmas de sus zarpas.

—Aunque yo no estuve presente cuando los mogu cayeron, se me


ha asegurado que esta historia que les voy a contar sobre el último
emperador mogu es cierta. Se dice que, un día, el emperador
ascendió con un sirviente pandaren hasta el Pico de la Serenidad,
que se encuentra muy por encima de donde nos hallamos ahora, y,
una vez en su cima, se puso a dar vueltas y más vueltas con los
brazos extendidos mientras contemplaba Pandaria sumamente
satisfecho. Entonces, le dijo a su sirviente: «Deseo hacer algo que
logre que todo el mundo en Pandaria sonría». El sirviente replicó:
«¿Vas a saltar?».

Los monjes estallaron en carcajadas y el eco feliz de sus risas anegó


la habitación. Vol’jin esperaba recordarlas cuando los gritos de los
heridos y moribundos plagaran sus oídos. Era absurdo preguntarse
si alguno de ellos lograría sobrevivir, pues sabía que todos iban a
morir, pero había decidido que si él era el último en caer, moriría
riendo al recordar a esa sala en ese preciso momento.

—La historia no dice qué fue de ese siervo, pero sí señala que el
emperador, dolido y furioso, hizo saber a todo el mundo que
consideraba que esa parte de la montaña había sido mancillada, por
tanto, ningún mogu podría visitarla a partir de entonces. A partir de
entonces, nosotros pudimos reunimos para entrenamos y planear su
derrocamiento en este lugar, lejos de miradas hostiles, ya que nunca
se les ocurrió buscamos aquí.
379
Michael A. Stackpole

Taran Zhu hizo una reverencia solemne a Chen y Vol’jin antes de


continuar.

—Hace unos meses, a mí, al igual que a los mogu, no se me habría


ocurrido buscar a los aliados que necesitábamos. El maestro
Cerveza de Trueno trajo al monasterio primero al humano y luego
al cazador de las sombras. Aunque permití que se quedaran, le dije
que no me trajera a nadie más y esa es una decisión de la que ahora
me arrepiento. En esta misma habitación, hablé con el maestro
Cerveza de Trueno sobre este asunto, sobre anclas y océanos, sobre
el huojin y el tushui. Aquí mismo le pregunté qué era lo más
importante y me respondió que la tripulación era lo más importante
y no las anclas ni el océano. He cavilado mucho al respecto, y ahora
sé que ustedes, que se encuentran en este momento ante mí, son mi
tripulación. —Se llevó las zarpas a la zona lumbar—. Vinieron aquí
por distintas razones, pero han aprendido las mismas lecciones.
Ante esta crisis, defenderán esta noble causa como si fueran uno
solo.

En ese instante, Taran Zhu sostuvo en alto uno de los amuletos de


madera y añadió:

—El maestro Cerveza de Trueno ha preparado un brebaje para que


lo compartamos todos. Lo ha llamado Treinta y Tres en nuestro
honor. Así seremos conocidos por siempre, como los Treinta y
Tres. La gente nos recordará con orgullo, pero deseo que sepan que
nunca me he sentido más orgulloso de algo que de ser uno más de
ustedes.
Hizo una profunda reverencia y la sostuvo tanto tiempo como
exigía el respeto que sentía por todos ellos. Los monjes, así como
Vol’jin y Chen, le devolvieron el saludo. Al Lanza Negra se le hizo
un nudo en la garganta, pues una parte de él creía que era
extraordinario que se estuviera inclinando ante una criatura que, en
el pasado, habría considerado inferior a él; sin embargo, su corazón
380
Vol’jin: Sombras de la Horda

se henchía de orgullo al saber que formaba parte del mismo grupo


que esa gente tan extraordinaria.

Los Treinta y Tres encamaban el ideal al que siempre había


imaginado que debía aspirar la Horda, pues su verdadera fuerza
provenía del hecho de que eran gente muy diversa unida bajo una
idea común. Esas almas (que, según Bwonsamsdi, tenían las
características que definían el espíritu trol) habían decidido unirse
para alcanzar una misma meta. Aunque, si bien Vol’jin todavía se
consideraba un trol, eso no definía por entero su ser, ya que solo
era una parte importante de él.

Los monjes se enderezaron y, acto seguido, rompieron la formación


y se dirigieron a darse un festín. Si bien era lógico que se
alimentaran y bebieran adecuadamente en la víspera de la batalla,
Chen se había cerciorado de que la bebida no contara con mucho
alcohol para evitar algún que otro posible desastre. Los monjes
habían preparado una gran cantidad de comida porque pretendían
comer todo lo posible para que el enemigo hallara la despensa
vacía, con lo cual estaban haciendo gala de un siniestro humor
negro.

Chen, que estaba acompañado por Yalia, acercó a Vol’jin una jarra
rebosante de espumosa cerveza.

—En verdad, he reservado mi mejor obra para el final.

Vol’jin alzó su jarra y bebió. El cosquilleo de unas bayas y especias


despertaron su olfato. Esa bebida, que estaba más caliente que fría,
estaba muy rica, aunque era tan ácida como una sidra muy fuerte.
Unos sabores extraños, algunos dulces y suaves, otros ácidos y
ásperos, danzaron sobre su lengua. Quizá habría sido capaz de
identificar la mitad de los ingredientes si le hubieran conminado a
ello, pero lo cierto era que encajaban tan bien unos con otros que
no tenía ninguna gana de analizarlos.
381
Michael A. Stackpole

Vol’jin se limpió la boca con la manga.

—Me recuerda a la primera noche que dormí en las Islas del Eco,
después de que las reconquistáramos. Era una noche cálida en la
que soplaba una ligera brisa que arrastraba la fragancia del océano.
No tenía ningún miedo, pues ese era el lugar donde debía estar.
Gracias, Chen.
—Soy yo quien debe darte las gracias.
— ¿Por qué?
—Porque me acabas de decir que mi mejor obra ha logrado su
objetivo.
—Entonces, debes de ser el más grande de todos nosotros, ya que
nos has insuflado valor. En este lugar, todos hemos hallado nuestro
hogar. Aquí no reina el temor. —Vol’jin asintió y bebió de nuevo—
. Al menos, hasta que lleguen los Zandalari profiriendo aullidos de
espanto. Entonces, les vamos a dar más razones para tener aún más
miedo.

382
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO TREINTA Y
DOS

A Vol’jin se le ocurrió que ese momento único, esa breve pausa


infinitesimal anterior a que estallase toda esa violencia, podría ser
el último momento que recordara al morir. El corazón le dio un
vuelco. Los Zandalari se habían adentrado en la Arboleda Florida
justo cuando unas oscuras nubes presagiaban que ese día tendría un
final temprano. Los primeros copos de nieve cayeron como si
fueran ceniza, meciéndose lentamente mientras eran arrastrados
por unas brisas caprichosas. Los árboles, repletos de flores rosas,
ocultaban al enemigo, pero no en su beneficio.

A su derecha, a unos doce metros, Tyrathan tensó su arco, que


emitió un quejido, y disparó. El tiempo se ralentizó tanto que
Vol’jin pudo ver cómo la misma flecha se doblaba una fracción de
segundo antes de salir disparada a toda velocidad del arco. La
flecha desapareció, con su astil rojo, sus plumas y rayas azules y su
punta con púas diseñada para atravesar una cota de malla, bajo la
cortina rosa que conformaban esas flores. Solo un par de pétalos
cayeron al suelo junto a los copos de nieve, marcando así el paso
del proyectil.

383
Michael A. Stackpole

A lo lejos, alguien tosió y escupió bajo el anochecer crepuscular.


Acto seguido, un cuerpo cayó al suelo con un golpe sordo.
Después, se oyeron unos gritos de guerra y unos viles insultos muy
antiguos. Al instante, los Zandalari avanzaron conformando una
marea imparable.

Algunos cayeron al intentar atravesar la arboleda. Sus pies


volvieron a hollar unos hoyos ocultos. Aunque esas trampas no
hubieran contado con estacas que apuntaban hacia arriba con la
finalidad de herirlos ni con estacas que apuntaban hacia abajo para
atraparles las piernas, la fuerza y velocidad con las que los trols
corrían habría bastado para partirles las piernas y quebrarles las
rodillas. Nadie se detuvo a atender a los caídos, sino que los
sorteaban dando grandes saltos.

Ante la gravedad de la situación, Taran Zhu exhortó a los monjes a


esforzarse al máximo. El viejo monje había divisado una estrategia,
con ayuda de Vol’jin, que permitiría a seis de sus mejores arqueros
(a los que había seleccionado personalmente) matar a un puñado de
enemigos con una sola flecha. Vol’jin asintió con suma solemnidad
y, mientras los invasores avanzaban entre los árboles, los seis
monjes lanzaron sus flechas.

En esa arboleda habían incluido más trampas que unos meros


hoyos tapados. Las ramas de los árboles habían sido recortadas y
afiladas hasta ser muy cortantes. A algunas incluso les habían atado
unas guadañas. En unas pocas, habían colocado unas redes de
alambre de espino. Todas estas trampas estaban muy bien
escondidas gracias a ese follaje rosa y las ramas habían sido atadas
a los árboles con unas cuerdas provistas de nudos ceremoniales.

Los monjes dispararon unas flechas con punta en forma de V, cuya


parte interior estaba muy afilada. Esas puntas cortaron las cuerdas
rápidamente, haciendo que las ramas saltasen y recuperaran su
posición original.
384
Vol’jin: Sombras de la Horda

Inmediatamente, una de esas redes de alambre de espino envolvió


a un Zandalari en un abrazo metálico tan intenso como el de un
amante. Al intentar librarse de ella, quedó descuartizado. Las
guadañas, por su parte, cercenaron varios cuellos o se clavaron
profundamente en sus víctimas, a las que alzaron del suelo. Una de
ellas alcanzó a un trol en plena cara, destrozándole los ojos,
arrancándole una oreja y dejándolo sentado bajo un árbol mientras
intentaba recomponerse el rostro con unos dedos ensangrentados.
Entonces, se oyó un repiqueteo procedente de la parte norte, de la
zona situada delante de las Cámaras Selladas: eran unas máquinas
de asedio. Centenares de pequeñas jarras de barro surcaron el cielo
y se hicieron añicos al estrellarse contra el estrecho puente de
cuerda y tablones de madera que llevaba hasta la isla situada en el
corazón del monasterio. Algunas de ellas hedían a esas toxinas con
las que habían impregnado antes los asideros. Otras estaban llenas
de aceite, provocando así que el enemigo se resbalara. Otras
estallaron, vertiendo fluidos que al mezclarse con los residuos de
otros jarros, desataron unos desagradables vapores de color blanco,
púrpura y verde.

Vol’jin esperaba que esos hedores demoraran a los trols. Por


desgracia, el viento cada vez más intenso se llevó gran parte de esos
vapores y, a pesar de que fueron reemplazados por un velo de copos
de nieve, Vol’jin aún podía distinguir muy fácilmente a los
Zandalari que avanzaban por la arboleda. El cazador de las sombras
los aguardaba en la isla, en ese pabellón abierto situado en su parte
central, a pesar de que era consciente de que esa fosa que cruzaba
el puente no retrasaría demasiado a los Zandalari.

—Retrocede, Tyrathan. No se detendrán a menos que yo me


interponga. —El trol sacó su guja de la funda—. Que todo el
mundo se retire, tal y como habíamos planeado. Gracias por todo.

385
Michael A. Stackpole

Los monjes y el humano se retiraron de esa isla cruzando otro


puente que llevaba a otro lugar donde los aguardaban unas
máquinas de asedio. Trazaron un círculo en dirección hacia el Dojo
Ventisca Algente, situado al sur, donde se encontraron con el
hermano Cuo y sus hombres.

Entre tanto, los Zandalari habían llegado al borde del foso y se


hallaban frente a Vol’jin. Dudaron, quizá porque querían descansar
un momento antes de cargar, o quizá porque les sorprendió ver en
esa isla a un Lanza Negra, a un cazador de las sombras, que los
estaba esperando. Vol’jin se dijo a sí mismo que debían vacilar por
la segunda razón, ya que si no, los Zandalari nunca hubieran
titubeado.

Alzó la guja con ambas manos por encima de su cabeza y gritó Por
encima del viento cada vez más fuerte.

— ¡Soy Vol’jin de los Lanza Negra, el hijo de Sen’jin Lanza


Negra! ¡Soy un cazador de las sombras! ¡Si alguno de ustedes cree
que su estirpe, su valentía y su destreza es superior a la mía, le reto
a que se bata en duelo conmigo! ¡Si saben lo que es el honor, si se
consideran valientes, seguro que aceptarán mi desafío!

Los trols se miraron unos a otros, sorprendidos y estupefactos.


Entonces, hubo cierta agitación entre sus filas y empujaron a uno
de ellos al foso. El soldado aterrizó sobre un montón de nieve y
alzó los ojos hacia Vol’jin. Presa de la desesperación, intentó trepar
inútilmente por la pared del foso y sus compañeros se rieron de él.
Aunque ese comportamiento no era propio de un Zandalari, Vol’jin
no tuvo tiempo de reflexionar sobre a qué podía deberse.

Los muy necios no han creído mis palabras. Vol’jin clavó su


mirada en el trol cubierto de nieve que estaba en el foso. El Lanza
Negra lanzó un conjuro que lo dejó realmente helado. El trol cayó

386
Vol’jin: Sombras de la Horda

al suelo, temblando, e intentó escapar escalando la pared de la fosa,


que solo alcanzó a arañar lentamente.

En ese momento, un mogu que blandía una lanza, se abrió paso a


empujones hasta el inicio del puente.

—Soy Deng-Tai, hijo de Deng-Chon. Mi familia ha servido al


emperador inmortal desde antes de que existieran los Lanza Negra.
Sé que mi estirpe es superior a la tuya. No te temo. Gracias a mi
destreza, acabarás llorando sangre tras sufrir mil heridas.

Vol’jin asintió y retrocedió para invitar así al mogu a avanzar. Las


cuerdas del puente se tensaron y las tablas de madera crujieron en
cuanto el Deng-Tai lo cruzó. Al cazador de las sombras le habría
encantado que, en ese instante, unas flechas hubieran cortado esas
cuerdas, a pesar de que era consciente que esa corta caída solo
habría enfurecido al mogu y habría sido una artimaña indigna de
él.
No obstante, si esa caída hubiera podido llegar a ser mortal, Vol’jin
habría sido más que capaz de vivir con esa deshonra. Esa lanza le
daba muy mala espina; si bien tenía un mango muy corto, poseía
una hoja muy larga que se curvaba en la punta y que parecía estar
muy afilada. Con esa arma se podía decapitar muy fácilmente a un
buey de un solo golpe dado sin mucha fuerza.

Por suerte, no soy un buey.

El mogu, que era unos treinta centímetros más alto que Vol’jin y
quince centímetros más ancho, portaba una armadura de mallas y
placas y no aminoró el paso al hollar la islita. Se encaminó
directamente hacia el Lanza Negra con sorprendente velocidad.
Aunque esa armadura era, sin lugar a dudas, muy pesada, no
parecía entorpecer sus movimientos.

387
Michael A. Stackpole

Deng-Tai se abalanzó sobre Vol’jin y este giró a la izquierda. Al


instante, la hoja de la lanza rozó una columna de piedra del
pabellón de la isla de la que surgieron chispas. El cazador de las
sombras trazó un círculo hacia abajo con la guja y la punta de una
de sus hojas se clavó en la muñeca derecha del mogu, atravesando
la malla que unía el brazal con el guantelete. De inmediato, una
sangre negra manó a chorros de esa herida.

La alegría que el trol podría haberse llevado por haber derramado


la primera sangre en ese duelo se desvaneció en cuanto el mogu
echó hacia atrás su lanza. El extremo romo, que estaba coronado
por una bola de acero, golpeó a Vol’jin en las costillas. El impacto
hizo que sus pies dejaran de tocar el suelo. Rebotó en el suelo hacia
atrás y aterrizó de cuclillas, dispuesto a detener el tremendo golpe
que le iba a propinar el mogu al girarse.

De improviso, el Lanza Negra desapareció, ya que entre ambos


combatientes se interpuso una cortina de nieve impulsada por el
viento.

Vol’jin se echó al suelo y lanzó un mandoble con su arma. La hoja


del mogu hendió el aire a escasos centímetros de él. Su guja
impactó contra algo (un tobillo, lo más probable), pero no de lleno,
ya que ese algo estaba protegido por la armadura.

Vol’jin encogió el brazo derecho y rodó hacia la derecha, pero se


mantuvo en el suelo, pues temía que, de un momento a otro, esa
lanza rasgara el aire letalmente. Entonces, tal y como había
esperado, el mogu se alzó amenazador a través de ese velo de nieve
y clavó la lanza justo donde el Lanza Negra acababa de estar unos
instantes antes. La punta del arma se clavó en la roca e incluso la
agrietó, entecándose unos doce centímetros.

Vol’jin vio la oportunidad de contraatacar, se puso de pie y se giró.


Trazó un arco hacia arriba con su guja, de abajo a la izquierda hacia
388
Vol’jin: Sombras de la Horda

arriba a la derecha, y la hoja curva le atravesó el sobaco izquierdo


al mogu. Se oyeron varios chasquidos y las anillas de la cota de
malla salieron disparadas. La sangre manó a raudales, pero ni las
anillas ni las gotas de sangre cayeron de manera suficiente como
para indicar que le había herido gravemente.

El impulso de su ataque hizo que Vol’jin girara en semicírculo, de


modo que quedó colocado frente a la arboleda y a los trols que
aguardaban al borde de la fosa. Entre ellos, destacaba un oficial
Zandalari que gesticulaba exageradamente. Aunque Vol’jin solo
alcanzó a verlo brevemente en medio de la nevada y aunque el
viento se llevaba muy lejos sus órdenes, no cabía duda de que
estaba exhortando a su soldados a atacar.

Al instante, esa marea enemiga bajó al foso.

Vol’jin habría lanzado una advertencia a gritos si no fuera porque


el mogu se giró en el preciso momento. Si bien no había conseguido
desclavar la lanza del suelo, logró retorcer el mango de tal modo
que logró romperlo y astillarlo. A continuación, lo atacó con él. Le
acertó en la tripa y lo estampó contra la columna del pabellón. El
cazador de las sombras vio las estrellas al golpearse en la cabeza y
cayó de rodillas al quedar conmocionado.

Deng-Tai se alzó sobre él, con el mango dado la vuelta, de manera


que el extremo coronado por un refuerzo de acero quedó dispuesto
para propinarle un golpe de arriba abajo que le aplastaría el cráneo.
El mogu sonrió.

—No entiendo por qué te temen.

Vol’jin sonrió de oreja a oreja.

—Porque saben que un cazador de las sombras siempre es letal.

389
Michael A. Stackpole

Deng-Tai lo miró fijamente, sin comprender qué había querido


decir. Mientras tanto, la nieve envolvía la isla, ocultando a los
combatientes tal y como las nieblas de Pandaria habían escondido
ese continente. A pesar de ello, una flecha ennegrecida logró
atravesar esa tormenta. Si la intención de Tyrathan había sido matar
al mogu, obviamente había fallado. No obstante, la flecha pasó a
gran velocidad por delante de los ojos de Deng-Tai, haciéndole
titubear.

Eso es todo lo que necesito.

Entonces, el mogu lanzó un fuerte golpe hacia abajo con el mango


de la lanza.

Esa distracción hizo ganar a Vol’jin el tiempo necesario para poder


desplazarse hacia la derecha. Si bien la punta de acero no le acertó
en la cabeza, sí le acertó en el hombro izquierdo. El Lanza Negra
más que sentir cómo se le quebraban los huesos oyó su crujido. Su
brazo izquierdo quedó inerte. En otro momento, eso le habría
preocupado, pero ahora, se sentía ajeno a todo dolor y el futuro ya
no le preocupaba.

De hecho, lo único que sentía era que un fuerte vínculo lo unía al


monasterio y a esos monjes que lo habían adiestrado. No sentía
nada más, pues nada más importaba. Los Zandalari no son dignos
de este lugar y son unos necios por creer que van a ser capaces de
acabar conmigo.

Giró sobre sus rodillas, se dio la vuelta y le clavó la guja al mogu


en la parte interior de la rodilla izquierda. Un fluido negro salió a
borbotones de la enorme herida. Y lo que es más importante, a
Deng-Tai le flaqueó la rodilla.

El mogu se tambaleó hacia la izquierda y cayó, aterrizando


pesadamente sobre su rodilla herida. Profirió un gruñido teñido de
390
Vol’jin: Sombras de la Horda

dolor. Se incorporó, apoyándose en la mano izquierda, y enderezó


la pierna derecha para equilibrarse. Agitó el mango de la lanza en
el aire, en un intento por alcanzar a Vol’jin, pues suponía que este
arremetería de inmediato contra él para aprovechar esa ventaja
momentánea.

Pero ese truco no funcionó con el Lanza Negra, ya que estaba


acostumbrado desde niño a vérselas con los raptores. Se echó hacia
atrás y la punta de acero pasó silbando muy cerca de su barbilla. Al
instante, se abalanzó sobre su rival. Le propinó una brutal patada
lateral al mogu en la rodilla derecha y, acto seguido, le dio un
pisotón para machacarle también el tobillo.

Deng-Tai lanzó un golpe del revés con el mango de la lanza, que


alcanzó a Vol’jin en la cadera. Como el trol había previsto esa
reacción, estaba preparado para recibir ese golpe. En cuanto la
mano derecha del mogu pasó por delante de él, hizo un rápido
movimiento con su guja y se la cercenó a la altura de la muñeca.
La mano, así como los fragmentos quebrados de la lanza, dieron
vueltas por el aire y se perdieron en la ventisca.

El mogu contempló fijamente la sangre caliente que manaba del


muñón. Entonces, Vol’jin hizo girar la guja hacia la derecha y le
cortó el cuello al mogu con un tajo sumamente limpio.

En ese instante, uno de los loa (ya que solo un loa sería capaz de
hacer algo así) detuvo la tormenta por una fracción de segundo. Los
vientos amainaron y el aire se despejó. Todo se mantuvo en silencio
y diáfano durante el tiempo que la cabeza del mogu tardó en
deslizarse lentamente hacia delante, inclinarse y rebotar sobre su
coraza. Después, rodó por el suelo hasta detenerse en un montón
de nieve, desde el cual, con unos ojos que ya no eran capaces de
ver, contempló su cuerpo decapitado con la misma mirada con la
que un amante despechado miraría a una esposa infiel.

391
Michael A. Stackpole

A su alrededor, la batalla cesó durante un puñado de segundos. Los


trols y los monjes clavaron sus miradas en la isla. El mogu se
arrodilló ante el cazador de las sombras e incluso dio la impresión
de que la cabeza del mogu asentía. Entonces, su cuerpo cayó hacia
delante, haciendo una reverencia muy formal, hasta estrellarse con
un golpe sordo contra el suelo.

A continuación, el capitán trol apuntó con su espada hacia Vol’jin.

—Está solo y herido. Mátenlo, ¡Mátenlos a todos!

La paz y el silencio que habían reinado brevemente se quebraron y


las fuerzas Zandalari avanzaron imparables.

392
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO TREINTA Y
TRES

Mientras se enfrentaba a los trols que cruzaban el puente e invadían


los bordes de la isla, Vol’jin se dio cuenta de modo consciente de
algo que había descubierto antes de manera inconsciente: no se
estaba enfrentando a unos Zandalari. Bueno, algunos de ellos sí lo
eran. Los más altos, sin duda. Su altura (y el hecho de que la
mayoría de ellos se aproximaran con una flecha de astil rojo
clavada en el ojo o en la garganta) revelaba qué eran realmente. Los
demás, a pesar de que portaban armaduras Zandalari, tenían que ser
Gurubashi y Amani.

Vol’jin entendía perfectamente esa táctica de atacar primero con


las fuerzas menos potentes, para abrumar al enemigo, y luego
enviar a las mejores. Como Khal’ak debía de considerarse una
estratega genial por haber diseñado ese plan, Vol’jin se sintió
obligado a convencerla de que esa no era una táctica factible, pero
como no podía verla en medio de esa horda que asolaba el
monasterio, se contentó con destrozar a sus tropas.

393
Michael A. Stackpole

Sí, destrozar era la palabra adecuada, porque eso no era realmente


un combate. Era obvio que sus fuerzas lo iban a arrinconar por la
pura inercia de su empuje. Además, no solo se acercaban guerreros,
sino también una serie de sacerdotes y médicos brujo, entre cuyas
manos crepitaba una energía negra, que ya se hallaban en la
arboleda. Estos lanzaron una serie de conjuros que trazaron un arco
en el aire en dirección hacia los monjes que defendían las Cámaras
Selladas. Si bien algunos de ellos cayeron, el puñado de
clamatormentas que se encontraba ahí apostado respondió al
ataque. Su hechizos explotaron entre los trols, prendiéndoles fuego
a algunos y abriendo el pecho en canal otro de ellos al menos.

Como ya había recuperado un poco la movilidad de su hombro,


Vol’jin arremetió contra los trols. Actuó como si fuera la parte
afilada y vengativa de esos violentos vientos que no paraban de
lanzar cegadores mantos de nieve sobre el campo de batalla. Al
igual que un gélido viento es capaz de atravesar la ropa y helar los
huesos, su guja se clavaba así en el cuerpo de sus adversarios.
Atravesó ingles, desgarró arterias femorales y acarició cuellos, de
los que manó una sangre que tiñó de oscuro la nieve que caía del
firmamento. La punta de la hoja de su arma se clavó en la parte
posterior de varias rodillas, cortó muchos tendones de Aquiles y
arrancó bastantes ojos.

Pero no cercenó las gargantas de sus enemigos, pues quería que


pudieran chillar de miedo y dolor.

Algunos se enfrentaron a él con valentía, pero otros se le acercaron


con suma lentitud y dubitativos mientras buscaban algún resquicio
en su defensa o alguna debilidad. Al Lanza Negra le daban igual
que sus flaquezas quedaran expuestas y que dejara huecos en su
defensa al atacar. Hacía tiempo que había asumido que iba a morir,
por lo cual las pequeñas heridas y los leves golpes que le
propinaban no le importaban. Si no lograban matarlo de un solo

394
Vol’jin: Sombras de la Horda

golpe, era como si no le hubieran hecho nada y más les valía


apartarse.

En su fuero interno, Vol’jin sabía que no siempre iba a vencer, pero


el rugido que cobraba forma en sus labios, el destello que brillaba
en sus ojos y las ganas con las que atacaba daban a entender justo
lo contrario. A pesar de que su armadura estaba ya hecha jirones y
bañada de sangre, sus enemigos sabían que ese trol iba a seguir
yendo a por ellos. El miedo paralizaba a los que no estaban seguros
de que si iban a poder detenerlo o matarlo.

Entonces, Vol’jin los abría en canal.

Giró para alejarse de un trol, que intentaba sujetarse


desesperadamente los intestinos para volver a colocárselos en su
sitio, en sus entrañas destrozadas, y, de repente, se dio cuenta de
que se encontraba totalmente rodeado. La batalla lo había obligado
a dar la vuelta, de modo que ahora miraba hacia el lugar que antes
habían mirado los invasores. Ahora, el intercambio de hechizos
arcanos tenía lugar a su derecha. Las flechas que atravesaban la
nieve se acercaban desde su izquierda. Unos trols apenas visibles
se hallaban en el extremo más alejado de la fosa, desde donde
combatían contra los monjes que defendían las Cámaras Selladas.
En esa dirección, se encontraba el santuario. Entonces, Vol’jin
supo a ciencia cierta que nunca saldría vivo de ahí.

De repente, en medio de un estallido de luz y llamas, Chen irrumpió


en la isla. En cuanto uno de los verdaderos Zandalari se volvió
hacia él, el maestro cervecero volvió a escupir fuego. Al trol se le
derritió la cara como si fuera cera, el pelo le ardió como una
antorcha y su carne crepitó dulcemente.

Tras él, Yalia, Cuo y otros monjes Shadopan atravesaron corriendo


el puente que llevaba a la isla. El resquicio que Chen había
conseguido abrir en medio de esa marabunta se amplió a base de
395
Michael A. Stackpole

bastonazos y espadazos. Yalia manejaba tan rápidamente su bastón


que, si no hubiera estado nevando, habría sido imposible
distinguirlo. Con sus golpes, abolló armaduras y aplastó los huesos
que había debajo. Con cada fuerte golpe que propinaba, se oía un
tintineo metálico y una maldición, a cada gancho que daba hacía
salir disparados los dientes de unas mandíbulas hechas añicos.

Chen le tendió una zarpa.

— ¡Deprisa!

Vol’jin titubeó sorprendido. A pesar de que los Zandalari lo habían


vuelto a rodear conformando un círculo, los monjes siguieron
avanzando y rodearon al Lanza Negra con su propio cordón de
seguridad. Los Shadopan golpearon con sus zarpas y sus pies por
doquier a gran velocidad. Las espadas chocaron. Los monjes
demostraron ser una excelente defensa, pues desviaron los golpes
y bloquearon los mandobles. Pese a que, gracias a sus veloces
ataques, dejaban desprotegidos a sus enemigos, no se valían de esa
ventaja. Daba la sensación de que estaban centrados únicamente en
llevar a cabo su misión de rescatar al cazador de las sombras y
dejaban pasar la oportunidad de poder matar a tantos enemigos
como fuera posible.

Vol’jin agarró a Chen de la zarpa y cruzó el puente raudo y veloz.


No quería abandonar ese combate, pero la isla no era el lugar más
adecuado para luchar. Además, si él se hubiera quedado, todos los
demás también se habrían quedado ahí y habrían muerto. De hecho,
los monjes se retiraron de manera muy ordenada hasta alcanzar el
rellano de las escaleras situadas delante de las Cámaras Selladas.

Mientras contemplaba la posibilidad de acercarse al puente para


defenderlo, la campana de alarma del Dojo Ventisca Algente dobló
ruidosamente. Repiqueteó media decena de veces con suma
urgencia y, súbitamente, dejó de sonar. El Lanza Negra miró hacia
396
Vol’jin: Sombras de la Horda

allá y, de improviso, unos trols salieron en tropel de ese lugar;


obviamente, eran Zandalari a pesar de ir vestidos con unos ropajes
raídos.

Junto a ellos, se encontraban un mogu y Khal’ak.

En ese instante, Taran Zhu apareció en la entrada principal de las


Cámaras Selladas.

— ¡Retírense de inmediato!

Aunque esa orden no estaba teñida de pánico, fue vociferada con


la suficiente firmeza como para que nadie se negara a cumplirla.
Los monjes se batieron en retirada de inmediato. Chen y Vol’jin
fueron los últimos en hacerlo.

Dio la sensación de que, como los Zandalari confiaban ciegamente


en su victoria, los dejaron replegarse sin ningún problema.

Vol’jin se detuvo en la puerta y dirigió su mirada al Dojo Ventisca


Algente. La nieve le impedía verlo con claridad. No obstante, lo
último que atisbo fue a un Zandalari que estaba arrojando varios
cadáveres de monjes a la fosa. Buscó con la mirada a Tyrathan,
pero entonces le cayeron unas gotas de sangre sobre los ojos.

Dos monjes cerraron esas ornamentadas puertas de bronce, situadas


a sus espaldas, y las atrancaron con una pesada barra. Vol’jin clavó
una rodilla en el suelo para poder recuperar el resuello. Se limpió
la sangre que le manchaba la cara y alzó la mirada.

Los Treinta y Tres eran ya solo catorce. Todos, salvo Taran Zhu,
mostraban alguna secuela u otra de la pelea. Muchos tenían la
túnica manchada de sangre. Otros la tenían quemada por culpa de
los hechizos mágicos. Dos de los supervivientes, al menos, tenían
la nariz rota. Vol’jin sospechaba que los demás también ocultaban
397
Michael A. Stackpole

otras heridas. Sin duda alguna, Yalia tenía algunas costillas rotas y
la sangre que goteaba de la zarpa derecha de Chen caía con
demasiada fluidez como para no ser suya.

El trol posó su mirada sobre el líder Shadopan.

— ¿Cómo han logrado entrar en el Dojo Ventisca Algente?


—Creo que a través de los túneles —respondió Taran Zhu mientras
se miraba una uña con aire ausente—. Otros también han intentado
entrar por otros túneles similares, pero les hemos quitado esa idea
de la cabeza.

El anciano monje lanzó una mirada fugaz hacia un hueco medio


abierto situado detrás de la estatua de un tigre y Vol’jin se preguntó
qué clase de caos reinaría ahora ahí dentro.

El cazador de las sombras esbozó una mueca de dolor al


enderezarse y mover el hombro en círculos.

—Khal’ak ha ordenado a algunas de sus tropas de élite que nos


sorprendieran por los flancos mientras obligaba a sus demás
fuerzas a atacamos directamente en masa. Pero hemos actuado
bien. Hemos matado a muchos.
—Pero no a los suficientes. —El viejo monje asintió. En ese
instante, el viento ululó y él sonrió—. Tal vez el invierno los mate
en nuestro nombre.

Vol’jin hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Dudo mucho que pretendan esperar hasta entonces.

Las Cámaras Selladas teman forma de T. La puerta principal daba


a una hondonada circular, de la que emergían tres alas, que estaban
situadas justo delante de él, hacia la derecha. A su izquierda, en la

398
Vol’jin: Sombras de la Horda

más larga de las dos alas, se encontraban otro par de puertas.


Alguien las golpeó con un pesado puño mientras exigía entrar.

Chen se rió.

—No creo que debamos responder.


—Estoy de acuerdo. —Vol’jin desplazó su mirada de una puerta a
otra—. Sospecho que Khal’ak va a concentrar sus ataques ahí, en
el extremo más alejado, para poder atraer nuestra atención.
Después, atacará esta puerta con suma rapidez y fuerza. Chen, si
quieres prepararle un cálido recibimiento...

El pandaren asintió.

—Será un placer.
—Hermano Cuo, ocúpate de la puerta más alejada. —Vol’jin se
acercó al lugar donde Tyrathan había escondido un carcaj y un
pequeño arco, al que colocó una cuerda que luego estiró para
comprobar la tensión—. Yo me voy a situar aquí, en el medio, a
ver qué puedo hacer.

Taran Zhu asintió. Acto seguido, subió por las escaleras y se sentó
en el centro del ala que se hallaba justo en frente de la puerta que
Chen iba a defender. Se concentró y preparó. Era la antítesis de los
otros trece, pues hacía gala de una gran serenidad y su ropa estaba
inmaculada. Vol’jin iba a decir algo a modo de protesta, pero al ver
la aparente paz y falta de preocupación de la que hacía gala Taran
Zhu, el trol se animó. Si él no está preocupado, ¿por qué debería
preocuparme yo?

Los Zandalari iniciaron su asalto por la puerta del ala oeste. La


atacaron con diversos hechizos que la golpearon con la misma
monotonía incesante con la que un herrero martillea una herradura.
El metal que sujetaba la barra de madera adquirió un tenue fulgor

399
Michael A. Stackpole

rojo. La madera humeó. Los monjes blandieron sus armas. Chen y


Yalia se abrazaron.

De repente, se produjo una tremenda explosión. El metal derretido


se esparció por toda la estancia. Una de las puertas se combó hacia
dentro y la otra se retorció hacia fuera. La barra de roble había
quedado reducida a humo y a unas relucientes cenizas. Los
invasores tenían vía libre para entrar.

Vol’jin tensó la cuerda de su arco y disparó lo más rápido que pudo.


Tyrathan había estado en lo cierto. Un arco pequeño era capaz de
lanzar flechas con la suficiente potencia como para atravesar una
armadura a una distancia tan corta. Esa masa informe de tropas
Zandalari era tan enorme que era imposible no acertar en algún
objetivo. La dificultad estribaba en que se movían tan rápido que
tenía las mismas posibilidades de herirlos que de matarlos; además,
como estaban tan juntos, tardaban un tiempo en caer al suelo, daba
igual que estuvieran muertos o heridos.

Los monjes lucharon valientemente. Las espadas centellearon con


sus colores plateados y dorados bajo la cálida luz de las lámparas
de ese edificio y bebieron sangre de trol hasta hartarse. La misma
apabullante marea enemiga que hacía imposible que Vol’jin fallara
sus tiros, también limitaba los movimientos de los monjes. En un
campo de batalla más abierto, podrían haberse abierto paso a
espadazos entre esa masa Zandalari. La carnicería que podían ver
ahí dejaba claro que los trols que habían caído como moscas en el
exterior no habían muerto por el mero hecho de que fueran
Gurubashi y Amani (unos trols supuestamente inferiores), sino
porque se habían atrevido a atacar al Shadopan.

Las lanzas y las espadas buscaban con ansia a los monjes, que, uno
a uno, fueron cayendo. El hermano Cuo fue uno de los últimos en
caer. Se giró con la cara partida por la mitad y murió. Los demás

400
Vol’jin: Sombras de la Horda

se desvanecieron en ese mar de carne trol, donde tal vez murieron


contentos, pues sabían que se habían llevado consigo muchos trols.

Una segunda explosión abrió las puertas principales. De inmediato,


Chen escupió fuego y los Zandalari que acababan de irrumpir se
vieron envueltos en llamas. Sin embargo, un buen número de
guerreros de élite consiguieron atravesar la puerta en tropel y se
enfrentaron a Chen y Yalia. El capitán que había liderado el ataque
en el exterior avanzó como un rayo. Tras él, se encontraba Khal’ak
con el otro mogu. La trol escrutó el lugar como si el combate ya
hubiera terminado y estuviera ahí sola contando los cadáveres.

Vol’jin se deshizo del arco y derribó a un trol con un abrasador


estallido de magia oscura. A continuación, blandió su guja.
Interceptó al capitán y bloqueó un golpe que este había lanzado
contra Yalia con su sable. Después, asintió y le hizo una seña al
Zandalari para que se acercara.

—Ahora, no me tendrás miedo, ¿verdad?

El capitán gruñó y fue a por él. Mientras los mogu dependían de su


fuerza para combatir, los trol basaban su técnica de lucha en la
velocidad y la destreza. Su sable silbó al hendir el lugar donde un
segundo antes había estado la cabeza de Vol’jin. Tras agacharse
justo a tiempo, el cazador de las sombras intentó alcanzarle en el
abdomen, pero el Zandalari lo evitó al saltar hacia atrás. Antes de
que Vol’jin pudiera presionarle, el capitán lo rodeó y volvió a
atacar, con la siniestra intención de hacerle una enorme herida al
Lanza Negra.

Vol’jin se defendió de sus ataques, desviando sus estocadas hacia


arriba o hacia los lados. El sable tintineó al chocar con la guja y las
hojas sisearon al impactar el metal contra el metal. Esas hojas
parecían tener vida propia, pues atacaban con la velocidad de unas
víboras y se esfumaban tan rápido como unos fantasmas. Las fintas
401
Michael A. Stackpole

y quiebros, los saltos y ataques, provocaban que cada trol tuviera


que rodear al otro o acercarse o sorprenderlo con una serie de
movimientos fluidos y letales. La cadencia del combate fue en
aumento y las chispas saltaron.

De improviso, Vol’jin arremetió contra él y el Zandalari saltó hacia


atrás, evitando su golpe justo a tiempo y por escasos centímetros.
El capitán miró hacia abajo. El júbilo borró la incredulidad que se
acababa de dibujar en su semblante. Su oponente tendría que
haberlo abierto en canal, sus entrañas deberían estar ahora
esparcidas por el suelo. Pero por fortuna, de algún modo, había
evitado ese ataque.

Entonces, Vol’jin empujó hacia delante su arma con la mano


izquierda y tiró de ella hacia atrás con la derecha. Con ese
movimiento la hoja curva de la guja se fue primero hacia delante y
luego hacia atrás, de tal modo que se fue a clavar en la espalda del
Zandalari. El Lanza Negra retorció ambas manos mientras tiraba
hacia arriba. La hoja le cortó con suma limpieza un riñón al capitán
y seccionó la arteria que lo proveía de sangre, así como la arteria
que suministraba riego sanguíneo a las piernas. Después, arrancó
la hoja de un tirón, provocando así una explosión carmesí. Su
enemigo se desmoronó, hecho una madeja de extremidades
desordenadas, sobre un suelo repleto de sangre.

— ¡Vol’jin, cuidado!

Alguien empujó a un lado al trol. Vol’jin se tropezó con las piernas


de su rival muerto y se estrelló contra el suelo. Rodó por él y se
levantó justo cuando la lanza del mogu, que le habría atravesado la
espalda si no lo hubieran apartado, alcanzaba en la tripa a un
Tyrathan Khort agotado por la batalla. Le golpeó con tanta fuerza
que salió despedido hasta la pared, donde la punta de la lanza se
clavó. El humano, que se encontraba suspendido en el aire de un

402
Vol’jin: Sombras de la Horda

modo grotesco, bajó la vista para contemplar la lanza que tenía


enterrada en las entrañas.

El mogu se abalanzó rápidamente, con las manos en alto, sobre


Vol’jin. Ni siquiera echó un vistazo fugaz al lugar donde ahora
estaba clavada su lanza. La furia que brillaba en sus ojos y la
violenta forma en que retorcía los dedos dejaban bien a las claras
que pretendía despedazar al Lanza Negra.

Lo cual podría haber llegado a suceder, si Taran Zhu no le hubiera


propinado una patada voladora. El señor del Shadopan alcanzó al
mogu en el costado izquierdo y le abolló la armadura. Lo golpeó
con tal fuerza que el mogu se tambaleó hacia la derecha,
estampándose contra los Zandalari que rodeaban a Yalia y Chen.
Aunque cayó pesadamente sobre uno de ellos, se puso en pie a la
velocidad del rayo. El hecho de que acabara de aplastar el cráneo a
un trol al levantarse no pareció ser algo digno de llamar su atención.

Vol’jin alzó su guja de arriba abajo mientras recobraba el


equilibrio. Entonces, pudo ver cómo el mogu se abalanzaba sobre
el pandaren. Unos golpes muy poderosos destrozaron la zona el
suelo donde Taran Zhu había estado solo una fracción de segundo
antes, unos golpes que agrietaron la piedra y estremecieron la
tierra. Los puños volaron. Las patadas rasgaron el aire, trazaron
arcos y barrieron el suelo. A pesar de que el mogu dominaba el arte
del combate sin armas y de que era más grande que su adversario,
era incapaz de rozar siquiera al pandaren.

Taran Zhu se agachó hacia atrás, o más bien se alejó danzando o


quizá se dejó caer y rodó por el suelo. Saltó para evitar las patadas
bajas de su contrincante y luego se alejó con suma gracilidad de sus
combinaciones de golpes. El mogu varió sus golpes (Vol’jin
reconoció unos cuantos gracias a las katas que había aprendido a lo
largo de su adiestramiento), pero el pandaren no contraatacó.

403
Michael A. Stackpole

Cuanto más lo presionaba el mogu, con más facilidad se escapaba,


hasta que el mogu por fin se detuvo para recuperar el resuello.

Entonces, Taran Zhu atacó. Como si, simplemente, estuviera


jugando, saltó hacia él. De repente, lanzó una patada circular hacia
la derecha. Alcanzó al mogu justo en el centro del fémur izquierdo
y se lo destrozó con un golpe seco. En cuanto aterrizó, volvió a
propinarle una patada, esta vez con la pierna izquierda. El otro
fémur del mogu se partió de manera estruendosa.

Mientras el mogu caía hacia delante, Taran Zhu lanzó un puñetazo


hacia arriba. Con su zarpa, que había adoptado forma de lanza, le
atravesó la coraza con un agudo sonido muy seco. Su brazo
desapareció hasta la altura del codo en el pecho del mogu y sus
dedos, que ahora formaban una cuña letal, le abollaron la parte
posterior de la coraza desde dentro.

El anciano monje sacó su zarpa de ahí y se apartó hacia atrás


grácilmente al mismo tiempo que el mogu caía de cara al suelo.
Taran Zhu lo contempló por un momento y, a continuación, alzó la
vista hacia la estupefacta Zandalari. Se tiró de la manga
ensangrentada y dijo:

—Si no se marchan ahora mismo, me veré obligado a destruir lo


poco que queda de sus fuerzas.

404
Vol’jin: Sombras de la Horda

CAPÍTULO TREINTA Y
CUATRO

Khal’ak alzó la mano derecha y arrojó algo con ella a la velocidad


del rayo antes de que Vol’jin pudiera siquiera gritar una
advertencia. Una fina daga giró por el aire en busca de su diana: el
anciano monje. Mientras el arma se dirigía velozmente hacia su
objetivo, la trol cogió una espada del suelo y arremetió contra
Taran Zhu.

El monje pandaren elevó la zarpa derecha trazando un movimiento


circular de bloqueo de dentro afuera. De ese modo, desvió la
trayectoria de esa daga con el dorso de esa zarpa. En un abrir y
cerrar de ojos, ese cuchillo se encontraba temblando en la garganta
de un Zandalari, donde se había clavado con fuerza, antes de que
la víctima o sus compañeros se hubieran dado cuenta siquiera de
que era su líder quien lo había lanzado y mucho antes de que
cualquiera de ellos hubiera tenido la oportunidad de hacer caso a la
advertencia que les había lanzado el monje. Permanecieron quietos
donde estaban, pues se hallaban desconcertados ante ese
inesperado giro de los acontecimientos.

405
Michael A. Stackpole

Vol’jin se interpuso entre ella y el monje.

—Sé que es mejor no ofrecerte misericordia.

A la Zandalari le brillaron los ojos.

—Entonces, estás traicionando a tus superiores.


—No hay nadie por encima de los cazadores de las sombras.
Khal’ak lo atacó con la misma destreza que lo había atacado el trol
al que acababa de matar y tal vez incluso con un poco más de
rapidez. La hoja de la Zandalari centelleó al trazar unos giros y
ataques intrincados. El Lanza Negra no bloqueó muchos de sus
golpes, sino que se limitó a eludirlos o desviarlos. Si bien la trol no
le dejaba ningún hueco por el cual poder atacarla, habría dado igual
si lo hubiera hecho. A Vol’jin le dolía todo el cuerpo por culpa de
la fatiga y no estaba seguro de si sería lo bastante rápido como para
superar la guardia de su enemiga. Además, ella parecía estar
esperando a que sucediera algo, ya que había tenido la ventaja de
haberlo visto luchar.

¿Qué es lo que ha visto?

En ese instante, como si le hubiera leído la mente, Khal’ak redobló


su ataque. Dio mandobles hacia arriba y hacia abajo y se desplazó
hacia la derecha, hacia el lado más fuerte del Lanza Negra. Quizá
se había percatado de que su adversario prefería usar el hombro
izquierdo al derecho, pero este ya se había recuperado de esa lesión.
Si no era eso, ¿cuál era la debilidad que quería explotar?

Entonces, se dio cuenta de que daba igual lo que la Zandalari


hubiera visto, porque él sí sabía qué era lo que no había visto. En
cuanto arremetió contra él, con un ataque dirigido a su estómago,
se cambió el arma a la mano izquierda. No detuvo el golpe con su
guja, sino que solo lo ralentizó. Acto seguido, dio un paso hacia
406
Vol’jin: Sombras de la Horda

delante. Ella lo alcanzó con su espada en la cadera, justo donde


Deng-Tai lo había golpeado con el mango de la lanza. Aunque el
Lanza Negra notó el dolor, le pareció algo muy lejano.

Vol’jin bajó de repente el brazo izquierdo y, de ese modo, atrapó


la muñeca de la trol entre su brazo y su costado. Khal’ak alzó la
vista, la furia ardía de tal manera en sus ojos que amenazaba con
salir disparada y quemarlo por entero. Su mirada se cruzó con la de
la Zandalari, a la que contempló con desprecio, no porque fuera
una adversaria, sino porque ella era el vivo ejemplo de esa
corrupción que amenazaba con destruir Pandaria y a todos los trols.
Sostuvo su mirada el tiempo que creyó necesario para que ella
entendiera qué era lo que él estaba pensando y, sin más dilación,
procedió a matarla.

Rápidamente.

Y sin remordimientos.

Cada vez que la Zandalari lo había visto luchar, él había luchado


con su guja de una manera tradicional. Sin embargo, ignoraba qué
clase de entrenamiento había recibido a manos de los Shadopan. Sí,
es lógico que la mate con mis propias manos.

Su mano adoptó forma de lanza y le aplastó la tráquea y la laringe


de un solo golpe. Hundió los dedos en su garganta hasta llegar a
sus vértebras, que se quebraron y pasaron de ser algo duro a una
sustancia blanda y viscosa que palpaba con la yema de los dedos.
Los restos de huesos fragmentados le seccionaron la médula
espinal.
Khal’ak retrocedió dando tumbos por culpa únicamente de la
fuerza del golpe. Como ya no le respondían las piernas, se
desmoronó a los pies del mogu muerto. Le lanzó una mirada repleta
de odio mientras su semblante adquiría un tono morado e intentaba
tomar aire por última vez.
407
Michael A. Stackpole

Pero no lo logró.

Las tropas Zandalari permanecieron inmóviles y el desconcierto se


adueñó de sus rostros. Khal’ak había muerto. Su capitán también.
Dos mogu también habían caído y muchos de sus camaradas habían
fallecido o gimoteaban moribundos dentro y fuera de esa estancia.
Los Gurubashi y los Amani habían iniciado su retirada. La
retaguardia de sus fuerzas había menguado en demasía.

Vol’jin se llevó la guja a la mano derecha una vez más.

—Bwonsamdi los está esperando para saludarlos.

Esas palabras provocaron que la mayoría de ellos se estremeciera.


Al instante, casi todos se unieron a esos compañeros, a los que
consideraban inferiores, en su huida en medio de la ventisca. No
obstante, un puñado se quedó e incluso algunos de ellos se
atrevieron a abalanzarse sobre sus adversarios súbitamente. Taran
Zhu los obligó a retroceder como si estuviera espantando moscas.
Tras oírse el crujido de unos huesos y los golpes sordos de unos
cuerpos al caer, los trols acabaron retorciéndose en el suelo.

Taran Zhu dio un paso atrás y agitó una zarpa en el aire con suma
delicadeza.

—Ayúdenlos. Llévenselos de aquí. Márchense.

Como si ese permiso que les acababa de dar fuera una orden, los
últimos Zandalari se esfumaron de ese lugar. Unos pocos se
llevaron a rastras de ahí a los heridos, dejando el ala más alejada
repleta de sangre y cadáveres. Acto seguido, Chen y Yalia se
aproximaron renqueantes, si apartar la vista del enemigo en ningún
momento, a la vez que Taran Zhu y Vol’jin se acercaban a
Tyrathan.
408
Vol’jin: Sombras de la Horda

Una sangre brillante moteaba los labios del humano, que sonrió
levemente.

—Estoy clavado a la pared.

Vol’jin posó la mirada sobre la lanza. La punta le había atravesado


la columna vertebral y le había destrozado las tripas. Para empeorar
aún más las cosas, contaba con un gavilán muy ancho. No podían
tirar del humano para desclavarlo, ni tampoco podían tirar de la
lanza porque la punta se había clavado demasiado profundamente
en la pared como para poder arrancarla.

—Mantente quieto. Conozco un hechizo...

El humano negó con la cabeza y siseó cuando el anciano monje le


palpó la herida de salida.

—No. Estoy acabado. Hemos triunfado. Así que puedo morir


contento.

El trol tragó saliva con dificultad.

—Necios humanos. Se supone que no deben morir contentos.


—Que me espetes que estoy equivocado es una garantía de que no
lo estoy. —Tyrathan suspiró—. Déjame marchar. Es lo correcto.

El humano se tensó al temblar la lanza. Algo se rompió a sus


espaldas. Cayó hacia delante y Taran Zhu lo agarró. Vol’jin ayudó
al monje a bajarlo al suelo. Como Tyrathan había cerrado los ojos,
Vol’jin no sabía si todavía podía oírle, pero decidió hablarle de
todos modos.

—No voy a dejar que mueras. No he matado al que te ha matado y


aún me debes una flecha para Garrosh.
409
Michael A. Stackpole

Vol’jin colocó ambas manos alrededor de la herida y la apretó para


extraer la hoja de la lanza. Luego, hizo un gesto de asentimiento
hacia Taran Zhu. El pandaren tiró entonces del mango con
delicadeza y, acto seguido, logró sacar la hoja. En ese instante,
pudo comprobar que unos diez centímetros de la punta de la lanza
se habían quedado clavados en la pared. Pese a que daba la
impresión de que esa punta cubierta de sangre había sido utilizada
tantas veces que el metal había quedado muy debilitado, Vol’jin no
tenía ni la más remota idea de cómo el monje había logrado partir
esa hoja para desclavar a Tyrathan de la pared; además, no tenía
tiempo para pensar en eso.

Cerró las manos en tomo a la herida y la sangre del humano se filtró


entre ambas. Vol’jin invocó un conjuro. Al instante, una energía
dorada apareció en las palmas de sus manos y atravesó a Tyrathan
en oleadas. Esa magia llegó hasta el suelo y rebotó, afectando a su
vez a Yalia y Chen. Incluso salió disparada volando hacia el
amasijo de cuerpos que había esparcidos por toda la estancia y se
abalanzó sobre un monje que se encontraba enterrado bajo una
montaña de cadáveres enemigos.

Como no se conformaba con dejar su curación en manos


únicamente de la magia, mientras aguardaba a que Tyrathan
reaccionase, cerró los ojos y buscó mentalmente a alguien. No tuvo
que esforzarse mucho ni extender su conciencia demasiado, ya que
la presencia de Bwonsamdi permeaba el monasterio por entero.

—A este no te lo puedes llevar.


— ¿Acaso eres tan audaz como para decirles a los loa lo que pueden
y no pueden hacer, cazador de las sombras?

De repente, la voz de Sen’jin resonó en los oídos de Vol’jin.

—Tal vez quería decir que no debes llevarte aún a este humano.
410
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Así es, pues aún hay juramentos que cumplir y obligaciones que
atender.

El dios de los muertos se echó a reír.

—Si con eso bastara para detenerme, mi reino estaría vacío y nadie
moriría jamás.
—El juramento de un cazador de las sombras quizá sea suficiente
para hacerte cambiar de opinión —replicó Vol’jin alzando el
mentón.

El loa espectral se encogió de hombros.

—He de reconocer que me has entregado a muchos.


—Él también.
—Cierto. Y muchos más van a morir por culpa del frío. Además,
si alguno de ellos sobrevive e informa de lo acaecido, lo
considerarán un loco y los ejecutarán por cobarde. —Bwonsamdi
sonrió—. La Danzarina de la Seda se va a regocijar en la telaraña
que has tejido por ella. Así que, sí, puedes quedarte con este
humano. Por ahora.
—Gracias, Bwonsamdi.
—Pero no eternamente, Vol’jin. —El loa se desvaneció entre
susurros—. Nada es eterno.

Entonces, Tyrathan se estremeció y sus músculos se agitaron. A


continuación, se relajaron y su respiración se volvió más regular.
Vol’jin se acuclilló y se limpió la sangre de los muslos.

—Le he curado hasta donde he podido.

Taran Zhu sonrió.

—Creo que contamos con las instalaciones y medios necesarios


para cuidarlo hasta que se recupere del todo.
411
Michael A. Stackpole

Vol’jin se puso en pie. Los cadáveres cubrían el suelo por entero,


pero nada ni nadie se movía ahí aparte de la nieve que giraba
juguetonamente en el aire y la sangre que goteaba lentamente por
las escaleras, que se espesaba al congelarse por culpa del frío de tal
forma que se podía confundir con la cera roja derretida de unas
velas; una ilusión inocente y engañosa que ocultaba una terrible
realidad.

Pero los muertos no importaban. Al mismo tiempo que Chen y


Yalia se acercaban al otro monje que había sobrevivido, para
sacarlo de debajo de esa montonera de muertos, Vol’jin se agachó
y agarró al humano con ambos brazos.

—Guíame, lord Taran Zhu, pues ha llegado el momento de que


comience el periodo de sanación.

*******

Chen introdujo el último palito de incienso encendido en un tarro


de bronce repleto de arena e hizo una reverencia en dirección a la
estantería.

Yalia acabó de colocar correctamente la última de esas figuras


talladas y, acto seguido, se unió a él y también hizo una reverencia.
Ambos permanecieron agachados, mientras ese humo blanco, que
olía a pinos y mar, recorría esas efigies de piedra que habían sacado
del interior de las entrañas de la montaña.

Para cuando se enderezaron, la hermana había agarrado con su


zarpa izquierda la derecha del maestro cervecero.

—En estos últimos días, tú has sido un gran apoyo para mí, Chen
Cerveza de Trueno —Yalia miró al suelo con suma timidez—.

412
Vol’jin: Sombras de la Horda

Hemos tenido que hacer cosas espantosas. Sola no habría podido


hacerlo.

Con su zarpa libre, él la obligó a alzar la cara.

—No podía irme de aquí, Yalia.


—No, claro que no, porque los que han caído también eran tus
camaradas.

Chen hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Ya sabes que eso no es lo que quería decir.


—Sé que tienes muchas ganas de volver a ver a tu sobrina.
—Y a tu familia también. —Chen hizo un gesto de asentimiento en
dirección hacia esas figuras de piedra—. La invasión Zandalari no
ha acabado. El emperador mogu sigue vivo y el ejército que
conforman las tropas Zandalari sigue avanzando.

La Shadopan asintió.

— ¿Acaso soy una egoísta por desear que todo esto ya hubiera
acabado?
—Desear la paz nunca es algo egoísta, o eso creo. —Chen sonrió—
. Al menos, espero que no lo sea. Yo también deseo la paz. La deseo
porque eso significaría que el miedo ya no rige en mi hogar y que
ya no tendré que hallarme lejos de ti.

Yalia Murmullo Sabio se inclinó hacia él y lo besó.

—Yo deseo lo mismo. —Se acercó aún más a su amado, lo rodeó


con los brazos y lo abrazó con fuerza—. Iría contigo, pero...
—Te necesitan aquí. —Chen le dio un fuerte abrazo, pues no quería
dejarla marchar—. Pero ya sabes que volveré. No lo dudes lo más
mínimo.

413
Michael A. Stackpole

Yalia se apartó y sonrió, a pesar de que las lágrimas se asomaban a


sus ojos.

—No albergo ninguna duda ni ningún miedo.


—Bien. —Chen le acarició la mejilla y, acto seguido, la besó en
los labios y la frente. Con ella entre sus brazos, todo era perfecto.
Entonces, inhaló con fuerza su fragancia y se solazó con la calidez
de su cuerpo—. Ten muy clara una cosa: tenemos muchos,
muchísimos años por delante antes de que nuestra estatua caiga de
los huesos de la montaña. Y tengo intención de que pasemos la
mayor parte de ese tiempo juntos, tanto como sea posible. Ya que
contigo, por una vez en la vida, me siento realmente en casa.

*******

Vol’jin se encontró a Tyrathan sentado al borde de la cama, con la


tripa todavía vendada. El humano se las había arreglado para
calzarse unas zapatillas, lo cual el trol interpretó como una señal de
que este empezaba a recuperar la capacidad de sentir algo en los
pies. Si hubiera hecho ese mismo esfuerzo dos días antes, habría
fracasado miserablemente.

—La montaña va a tener que esperarte.

El hombre estalló en carcajadas.

—Que espere. Además, me dejé mi mejor daga clavada en un


Zandalari que maté en los túneles. Esperaba poder recuperarla.
—Ojalá necesitaras recuperar más de una veintena de dagas.

Tyrathan asintió.

—Yo también pienso lo mismo. Cuando estuve ahí abajo, pensé


que nunca volvería a ver la luz del día.

414
Vol’jin: Sombras de la Horda

Las tropas de élite de Khal’ak habían irrumpido en los túneles


situados bajo el monasterio y habían sorprendido a los monjes del
Dojo Ventisca Algente. Tyrathan no pudo hacer nada para evitar su
incursión inicial en el edificio. Después, el humano había entrado
en los túneles, donde, más tarde, Vol’jin había podido ver las
consecuencias de sus actos. Tyrathan había perseguido ahí a esos
Zandalari que tenían encomendada la misión de entrar en las
Cámaras Selladas y había logrado detener a muchos de ellos. Como
las flechas eran inútiles allá bajo, en medio de tanta oscuridad, el
humano los había matado utilizando su espada, su daga y unas
piedras tan grandes como su cabeza. El trol estaba seguro de que
todavía tenía que dar con algunas de sus víctimas, puesto que
habrían muerto tras haberse arrastrado fuera de los túneles.

—Me alegro mucho de que hayas sobrevivido. Me salvaste la vida.


—Y tú a mí la mía. —Tyrathan bajó la mirada y sus labios se
curvaron para formar una levísima sonrisa—. Eso que te dije acerca
de que me dejaras marchar...
—El dolor hablaba por tu boca.
—Sí, pero no se trataba de un dolor físico. —El humano posó la
mirada en sus propias manos, que tenía apoyadas sobre los
muslos—. Creo que me gustaba la idea de poder estar muerto
porque eso significaba que podría huir del dolor... del dolor que me
hace sentir mi actual situación familiar. Sin embargo, lo que dijiste
cuando reflexionaste sobre cuál era tu verdadera familia, cuando
tomaste la decisión de rechazar la propuesta de los Zandalari, se
me quedó grabado. Nuestra decisión de quedamos a luchar estuvo
basada en el coraje, el honor y nuestro deseo de proteger a nuestras
familias.
—Muchos dirían que, más bien, en nuestra gran estupidez.
—Y estarían en lo cierto, pero habrían llegado a esa conclusión
mediante un razonamiento erróneo. —^Tyrathan profirió un
suspiro—. Mi deseo de morir no tenía nada que ver con la valentía.
Además, da igual quién sea o quién vaya a ser, si no soy capaz de
vivir valerosamente y con honor.
415
Michael A. Stackpole

Vol’jin asintió.

—Estoy de acuerdo. Tenemos mucho trabajo por delante que


requerirá que hagamos uso de ambas virtudes... y de muchas más.
Por ejemplo: necesitaremos contar con la puntería de un excelente
tirador.
—Lo sé. Y estoy dispuesto a emplumarte esa flecha destinada a
Garrosh.
—Pero seguro que tienes cosas que hacer antes de ponerte a ello,
¿verdad?
—Según parece, aprendiste mucho sobre mí cuando estuviste
dentro de mi mente.

Vol’jin negó con la cabeza y, entonces, posó ambas manos sobre


los hombros del humano.

—Aprenderé más mientras compartamos destino.

Tyrathan sonrió.

—Me voy a quedar aquí un poco más, mientras me recupero, y


ayudaré a los monjes en todo lo que pueda. Luego, honraré mi
juramento y volveré a ver los valles de mi hogar una vez más. Si
bien el hecho de haber desaparecido tal vez haya sido lo mejor para
mí, me mentiría a mí mismo si pensara que eso es lo mejor para mi
familia. Mis hijos necesitan conocerme. Mi esposa necesita saber
que la entiendo. Quizá no logre arreglar la situación, pero dejar que
una mentira impida ver que ciertas cosas no funcionan no es nada
bueno. Para ellos, no. Para mí, tampoco. Aunque no es una puerta
que quiera cruzar.
—Lo entiendo. Aunque, si lo haces, demostrarás ser mucho más
valiente que la mayoría. —Vol’jin retrocedió y se cruzó de
brazos—. Además, confío en que estarás a mi lado con esa flecha
cuando esté dispuesto a usarla.
416
Vol’jin: Sombras de la Horda

—Al igual que yo confío en que matarás a quien me mate. —El


humano, a pesar de que se tambaleaba, logró ponerse en pie—.
Espero que no tenga que cumplir con esa obligación hasta dentro
de muchos años.

*******

Vol’jin se encontraba en la isla donde había asesinado al mogu,


desde la cual contemplaba ahora la Arboleda Florida. Como la
nieve lo cubría todo, no podía estar seguro de si bajo esos montones
de nieve había piedras o cadáveres congelados. Pero eso daba igual.
Los blancos copos de nieve, algunos de los cuales se elevaban
empujados por el turbulento viento, lo tapaban todo con su
inocencia.

Vol’jin se dejó seducir por ellos y creyó, al menos por un momento,


que el mundo se hallaba en paz.

Entonces, Taran Zhu hizo acto de presencia y se acercó a su lado.

—La paz es un estado natural. Podrás gozar de ella aquí tanto


tiempo como desees.
—Eres muy generoso, lord Taran Zhu.

El pandaren sonrió.

—Pero no vas a disfrutar de ella tanto tiempo como deberías.


—Si lo hiciera, sería un egoísta. —Vol’jin se volvió hacia él—. La
paz que me ofreces, a pesar de que la agradezco, sería una trampa
para mí, al igual que un cráneo o un casco.

Taran Zhu alzó la cabeza.

— ¿De verdad has entendido la parábola?

417
Michael A. Stackpole

—Sí. En realidad, no habla sobre cráneos ni cascos, sino sobre las


limitaciones que uno acepta cuando se define a sí mismo. Un
cangrejo se define a sí mismo como tal no solo por el refugio que
busca, sino por la misma necesidad de buscar un refugio. Pero yo
no soy un cangrejo. Mi futuro no puede depender de que encuentre
algo que haga las veces de concha protectora para mí. No cuando
tengo muchas más opciones.
—Y muchas más obligaciones.
—Eso es muy cierto.

El trol respiró hondo y luego exhaló el aire lentamente. Garrosh


había traicionado a la Horda y seguiría obrando así, pues esa era su
naturaleza. El Jefe de Guerra había permitido que sus propios
deseos y temores lo definieran. Nunca iba a cambiar e iba a recurrir
a toda clase de métodos terribles para consolidar su posición de
poder y, en consecuencia, iba a derramar ríos de sangre e iba a ser
arrastrado por la subsiguiente marea carmesí.

—Tu familia está aquí, lord Taran Zhu, y en este lugar vas a cuidar
de ella. Lo mismo puede decirse de Chen. Y Tyrathan va a regresar
con su familia. —Vol’jin entornó los ojos—. La Horda es mi
familia. Al igual que Tyrathan no puede permitir que su familia
siga creyendo que está muerto, yo tampoco puedo permitir que la
Horda crea que he fallecido, pues esta también se merece la paz. Si
acepto esta paz que aquí me ofreces le estaría negando la suya a la
Horda.
— ¿Y eso es algo que puede lograr un cazador de las sombras?
—Da igual que sea capaz de lograrlo o no. Da igual que sea un
cazador de las sombras o un trol. —Entonces, hizo un gesto de
negación con la cabeza lentamente—. Vol’jin Lanza Negra no lo
va a hacer, pues ya no soy él. Llegará el momento en que les
recuerde a mis enemigos esa verdad y les haga pagar todo el mal
que han causado.

418
Vol’jin: Sombras de la Horda

AGRADECIMIENTOS
Al autor le gustaría agradecer a las siguientes personas su ayuda a
la hora de realizar esta obra. Sin ellos, este libro nunca podría
haberse escrito. A Paul Arena, por sugerir que yo escribiera una
novela de WarCraft; a Scott Gaeta de Cryptozoic, por hacer las
pertinentes presentaciones; a Micky Neilson, Dave Kosak,
Cameron Dayton, Joshua Horst, Justin Parker y Cate Gary de
Blizzard, por haberse esforzado tanto para que no me saliera de las
líneas trazadas; a Ed Schlesinger, mi editor, por ser más paciente
que un santo; a Howard Morhaim, mi agente, por lograr que este
trabajo saliera adelante; y a mis amigos Kat Klayboume, Paul
Garabedian y Jami Kupperman, que se confabularon para
mantenerme cuerdo a lo largo del proceso de escritura de esta
novela. (El cual tampoco fue tan malo. Después de todo, cuando
necesitaba un descanso, podía dejarme caer por Azeroth y
considerar eso como parte de mi trabajo de investigación.)

419
Michael A. Stackpole

NOTA
La historia que acaba de leer está basada en parte en personajes,
situaciones y escenarios del juego de ordenador World of
WarCraft, un juego de rol on-line basado en el universo
galardonado con múltiples premios de WarCraft. En World of
WarCraft, los jugadores pueden crear sus propios héroes y
explorar, aventurarse y adentrarse en un vasto mundo que
comparten con otros miles de jugadores. Este juego en constante
expansión permite a los jugadores interactuar y luchar contra (o
junto a) muchos de los poderosos y fascinantes personajes que
aparecen en esta novela.

Desde su lanzamiento en noviembre de 2004, World of WarCraft


se ha convertido en el juego de rol online multijugador al que se
accede por la suscripción más popular del mundo. Su última
expansión, Nieblas de Pandaria, lleva a los jugadores a un rincón
de Azeroth nunca visto antes donde vivirán fuertes emociones: el
misterioso continente de Pandaria. Puede hallar más información
sobre Nieblas de Pandaria y otras expansiones anteriores en www.
worldofwarcraft.com.

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Vol’jin: Sombras de la Horda

OTRAS LECTURAS
Si quieres leer más historias sobre los personajes, las situaciones y
los lugares que aparecen en esta novela, puedes hallar más
información al respecto en las siguientes fuentes.

 Vol’jin ha liderado a la tribu Lanza Negra en tiempos de penurias


y de guerra con un coraje sin parangón. En la historia corta «The
Judgment» de Bryan Kindregan (en www.Worl-
dofWarcraft.com), podrás conocer más detalles sobre la vida del
líder trol antes de que él y los suyos se unieran a la Horda. Las
aventuras más recientes de Vol’jin, así como la tensa relación
que mantiene con Garrosh Grito Infernal, se narran en World of
Warcraft: Jaina Valiente: Mareas de guerra de Christie Golden.

 El famoso maestro cervecero Chen Cerveza de Trueno ha viajado


por todo el mundo de Azeroth e incluso más allá, donde se ha
aventurado valientemente a mazmorras olvidadas y se ha
enfrentado a otros peligros propios de esos lugares (a menudo
cuando iba en busca de los ingredientes perfectos para
confeccionar sus brebajes). Podrás saber más sobre su
emocionante vida gracias a la novela gráfica World of Warcraft:
Pearl of Pandaria de Micky Neilson y Sean «Cheeks» Galloway.
Su viaje al misterioso continente de Pandaria se narra en la

421
Michael A. Stackpole

novela online en cuatro partes titulada Quest for Pandaria de


Sarah Pine (en www.WorldofWarcraft.com).

 Durante milenios, la orden Shadopan ha velado por las


maravillosas tierras de Pandaria. Puedes conocer más sobre esta
misteriosa organización y sus secretos celosamente guardados en
la historia corta «Trial of the Red Blossoms» de Cameron Dayton
(en www.WorldofWarcraft.com).

 Si quieres saber más sobre el Jefe de Guerra Garrosh Grito


Infernal y sus hazañas anteriores, puedes leer los números 15 a
20 de la serie de cómic mensual de World of Warcraft de Walter
y Louise Simonson, Jon Buran, Mike Bowden, Phil Moy,
Walden Wong y Pop Mhan; World of Warcraft: Jaina Valiente:
Mareas de guerra y World of Warcraft: Devastación: Preludio
al cataclismo de Christie Golden; World of Warcraft: Más allá
del Portal Oscuro de Aaron Rosenberg y Christie Golden; así
como las historias cortas «Heart of War» de Sarah Pine, «As Our
Fathers Before Us» de Steven Nix y «Edge of Night» de Dave
Kosak (en www.WorldofWarcraft.com).

 La precoz sobrina de Chen Cerveza de Trueno, Li Li, siempre ha


soñado con seguir los pasos de su tío y vagar por las diversas
tierras de Azeroth. Puedes conocer mejor a esta peculiar
pandaren en la novela gráfica World of Warcraft: Pearl of
Pandaria de Micky Neilson y Sean «Cheeks» Galloway, así
como en la novela online en cuatro partes Quest for Pandaria de
Sarah Pine y el diario en once capítulos titulado «Li Li’s Travel
Journal» (en www.WorldofWarcraft.com).

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Vol’jin: Sombras de la Horda

LA BATALLA PROSIGUE
Sombras de la Horda nos permite vislumbrar de un modo
escalofriante las despiadadas medidas que el Jefe de Guerra
Garrosh Grito Infernal está adoptando para silenciar a sus
detractores. No obstante, sus crueles tácticas solo han logrado
avivar las llamas del descontento entre esta orgullosa facción
disidente, lo que ha provocado que muchos de sus miembros hayan
decidido rebelarse abiertamente.

La cuarta expansión de World of Warcraft, Nieblas de Pandaria,


narra cómo Garrosh Grito Infernal intenta asesinar a Vol’jin de un
modo brutal y cómo las crecientes disensiones en la Horda
amenazan con destruirla. Tú puedes formar parte de estos eventos
históricos mientras te aventuras en Pandaria, un continente nunca
antes explorado repleto de nuevos aliados, enemigos y misiones
muy emocionantes. Nieblas de Pandaria también te permite jugar
como si fueras un noble pandaren (esta es la última raza de jugador
que se ha añadido al WoW) y unirte a la Horda o la Alianza, según
qué facción sea más acorde con tus ideales. Con independencia del
bando Que elijas, tus aventuras tendrán un gran impacto en el
destino tanto de la Horda como de la propia Azeroth.

Para descubrir este reino que jamás cesa de expandirse y que ha


proporcionado entretenimiento a millones de personas en todo el

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Michael A. Stackpole

mundo, ve a www.WorldofWarcraf.com y descárgate la versión de


prueba gratuita. Vive la historia.

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