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Traducción de
Pedro Aragón Rincón. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona.
El siglo XX. En el final del siglo XX la conciencia occidental no perece estar dispuesta a celebrar el
ocaso de un tiempo que, de cualquier manera, estuvo irremediablemente marcado por los signos de la
tribulación. Pero, ¿qué fue lo que ocurrió en el siglo XX? Un interrogante que resulta tanto más pertinente
por cuanto la aspiración al progreso –entendido como un proceso de modernización indefinida- parece haber
cedido su lugar a la crisis y al malestar. Se dice que este siglo comenzó con la revolución de 1917; espectro
político que se extendería por Europa, Asia central y, finalmente, China y América Latina. Sin embargo,
Antonio Negri nos dice que frente a esta expansión de la revolución cabe que nos preguntemos también: ¿no
sería precisamente la revolución de 1917 la culminación del siglo XIX y que todos los acontecimientos que le siguieron no fueron
más que una astucia de la «razón capitalista» mediante la cual esta habría logrado la consolidación mistificada de un mercado
mundial bajo la figura de la emancipación? Ahora bien, es probable que nuestra lectura del fin de siglo tenga que ir
más allá de la disputa «capitalismo-socialismo» para señalar una especie de «paroxismo ontológico» expresado
en la guerra de los cuarenta -con los resultados por todos conocidos en Auschwitz e Hiroshima-, en el Gulag
soviético, en la descolonización y en el neocolonialismo, en las guerras entre Irak e Irán y entre Irak y los
EEUU, o en los terribles desastres industriales de Three Miles Island y Chernobyl. Lo que Negri sostiene es
que, frente a semejantes desastres, un balance optimista sobre los acontecimientos del siglo XX sería, de
cualquier manera, algo «inaprehensible»; algo que no tendría lugar sino como repetición de las ideologías, de
las viejas esperanzas y de absurdas mistificaciones; el balance del siglo tiene que poder mostrarnos una especie
de “exasperación temporal que nos ha arrojado al año 2000 sin haber salido del siglo XIX”. Pero atención,
Negri asegura también que es precisamente sobre este vacío de lo inaprehensible sobre el que han podido producirse catástrofes
e innovaciones temporales -ya sea en sentido positivo o en sentido negativo- cuya consecuencia ha sido el vaciamiento del horizonte
metafísico y su correlativa sustitución por lo real del acontecimiento. Es en este sentido en el que podemos hablar de un
«siglo sin contenido», es decir, de un tiempo catastrófico e innovador para el que todavía no tenemos un
concepto adecuado; sobre todo porque -incomprensible y paradójico- el siglo XX sólo vio la luz ahí donde un
poderoso «efecto de saturación» hizo estallar estrepitosamente la crisis. Este efecto fue producido por las
«mutaciones catastróficas» que condujeron a todas las formaciones sociales desde un pasado precario hacia un
futuro incierto. Ahora bien, el filósofo italiano acaba diciéndonos que estas mutaciones catastróficas terminarían por
revelar una transformación sustancial del acontecimiento; transformación que nos haría transitar desde un mundo regido por la ley
del valor hacia un mundo vaciado de todo valor, hacia un mundo precipitado en un apocalipsis metafísico o existencial. Pero
ojo, Negri nos advierte que todo ello no ha hecho otra cosa que “desplazar hacia adelante el borde del ser”,
permitiéndonos conquistar otra realidad; una realidad situada más allá de la crisis capitalista.
Un siglo sin contenido. “El siglo XX no tiene contenido; tiene por el contrario la forma
de una catástrofe, el sentido de una innovación; es una cuestión a la que los contemporáneos no han
podido dar respuesta sino es viviendo el vértigo de la incontrolable aceleración de cada momento de
transformación, mejor, de cada tiempo de vida. Mirando más de cerca las cosas, la incomprensibilidad
y la paradoja del siglo XX resultan aún más evidente, ya sea intensiva o extensivamente. Intensivamente:
lo específico del siglo XX parece poder ser aprehendido sólo allí donde explotan las crisis y se
imponen de manera más apasionada y trágica las demandas de nuestra época, sólo donde se intuyen
transiciones catastróficas entre un pasado ontológicamente precario que quiere imponerse de
cualquier manera y un futuro que se insinúa en el presente pero que no es conceptualmente
aprehensible todavía. La conciencia histórica se desagarra en este dilema. Extensivamente: la paradoja es
si cabe más evidente en las series temporales, porque a través de múltiples transiciones catastróficas,
se fija el sentido de una transformación sustancial en el acto, o bien el sentido del paso de un mundo
hegemonizado por las relaciones de producción y de poder capitalistas (y descrito por la ley del valor)
a un mundo vaciado de valor, integrado, indiferente, a una totalización que es un malestar metafísico
arcano… Sin embargo, paradójicamente, a la sombre de este verdadero y propio apocalipsis que
amenaza las múltiples transiciones, y se distiende y sobrepuja décalages temporales, distorsiones
conceptuales, perversiones de finalidad, mientras parecen aumentar desmesuradamente las
dificultades históricas de la transformación hasta el punto de confundir todo perfil teórico, negar la
realidad de las innovaciones, su potencia. Un potencia formal.” (Negri, 2008, p. 47)
El reformismo. “Tal vez, pues, tenemos por fin un elemento de definición del siglo. Este
momento es aquel que va de la crisis del 29 a la puesta en marcha de las políticas del reformismo capitalista. Un
gigantesco esfuerzo, un gesto de nobleza del capital que, reconocidos los límites del mercado e
identificada la capacidad que tenía de desarreglarlo todo, se determinaba a una obra conjunto de
control y promoción, de autoridad y democracia progresiva. Una operación que se adhiere tanto al
espíritu del siglo porque precisamente es una misse en forme de viejos elementos, una innovación
paradójica, una nueva formación que estalla y surge a partir de viejos elementos. El reformismo
capitalista, que nace en EEUU y se realiza como proyecto del primer gobierno de Roosevelt, es
probablemente lo que forma el concepto de siglo XX. Lo que equivale a decir que este concepto se
vive como lo propio, lo específico del siglo, expresa la solución del problema que es propio del siglo;
en consecuencia, el concepto se extiende por doquier en el orbe terrestre, en el tiempo y en el
espacio. Nos encontramos frente a décalages enormes, temporales y de cultura política; no obstante,
entre esta diversidad se mueve aquella tendencia. Ninguna continuidad: en este caso natura facit saltus.”
(Negri, 2008, p. 48)
El capitalismo sedujo al socialismo. “En diferentes épocas, además, los mismos países del
socialismo real han sido contagiados por el reformismo capitalista y, poco a poco, hemos visto a la
pulsión productivista de aquellos regímenes plegarse a la incentivación del consumo y redescubrir, en
este terreno, nuevas innovaciones empresariales y una nueva articulación participativa. Hasta la
apertura de la perestroika y la dinámica transformadora que la ha seguido.” (Negri, 2008, p. 49)
Una mutación irreversible. “(…) es como si nos aproximáramos a una de esas coyunturas
históricas en las que la humanidad reformula su propio destino (…) En el siglo XX, la gran reforma no es una
reconstrucción de lo real. La tensión extrema, la voluntad violenta, la neurosis de la decisión
reformista, entendida como superación de la crisis con otra crisis, pues bien, todo ello se expone en
una frontera sobre la que, la acumulación de fuerzas y de ilusiones no produce una reconstrucción,
sino que reconoce una cesura radical y produce, por tanto, una salto hacia adelante del que nada
sabemos, sólo que «hacia adelante» y «hacia el vacío» podrían ser indistinguibles. La catástrofe es la
forma en la que este paso se nos presenta: quería ser reformista, pero es desesperado. Con ello el siglo
XX llega a su fin, si es que ha existido. La catástrofe del sentido es lo que representa específicamente
la continuidad. Un cúmulo de escombros abierto sobre el vacío, un cúmulo de experiencias de las que
se parte hacia lo ignoto (…) Ahora bien, es de la aventura que comenzamos a vivir en los territorios
del vacío, de esa propulsión ética más allá de los límites de nuestro viejo lenguaje y de nuestras
experiencias consumadas, de lo que se ha de dar cuenta en el fin del siglo. La brevísima vicisitud
reformista ha modificado de manera sustancial y definitiva toda determinación social y política. Ha sido el apogeo de la
inversión del sentido (…)” (Negri, 2008, p. 53-54)
La constitución ontológica. Para Antonio Negri el siglo XX fue un tiempo de series temporales
abiertas en el que hemos experimentado un profundo «desgarro ontológico»; la crisis del reformismo y, con
ella, el delineamiento de los límites del sistema de producción capitalista se ha producido como un estallido en
el que comienzan a brotar nuevas realidades, utopías o proyectos cuyas emergencias se han hecho inconteni-
bles. Con el fin de siglo la nueva constitución ontológica revela nuestro presente como la irrupción de una humanidad nueva y, con
ella, la aparición de nuevos saberes, la explosión de nuevos poderes y la manifestación de un nuevo amor. Todo aquello que el
capitalismo ha llevado a su grado más alto de desarrollo se ha plegado sobre sí mismo invirtiendo la produc-
ción del sentido y llevándola sin remedio hacia una situación de transformación ontológica irreductible. Este
nuevo hombre ya no cree en la trascendencia pues desea reconquistar el universo, en favor de la vida y de la
naturaleza, más allá de los límites que la muerte le impone. Ahora bien, para Negri la aceleración de las trans-
formaciones en las relaciones de producción que este fin de siglo nos permite apreciar -más allá de la subsun-
ción real y formal de la sociedad en el capital- hace de la nueva fase de constitución ontológica una realidad
irreductible a la axiomática que gobierna el actual sistema de producción: la catástrofe experimentada por la racio-
nalidad capitalista ha hecho posible una irrupción libre del futuro en nuestro presente. De este modo la tarea que queda
confiada el intelecto general es precisamente la apropiación de este futuro y el develamiento de las líneas ocul-
tas de desarrollo e innovación que lo atraen hacia nosotros.
Un desgarro ontológico. “(…) el siglo XX –es decir, las series temporales abiertas que, a
partir de la crisis del reformismo, del descubrimiento de los límites insuperables del devenir
capitalista, se distienden ante nosotros: éste es el momento oculto-, está ya habitado por nuevas realidades,
sujetos o máquinas, proyectos o utopías concretas, una nueva raza que el saber y el mando capitalistas ya no
pueden someter más. El siglo XX, con la experiencia del reformismo y de su crisis, ha quebrado toda
continuidad. Más allá de aquellos límites un hombre nuevo avanza, un haz de saber, poder y amor
como no se recuerda. La ciencia, la artificialidad del conocer, la desterritorialización ética, el
comunismo, constituyen los elementos de una determinación ontológica irreductible. Un
definitivamente nuevo desgarro ontológico original. Este hombre nuevo es ateo, porque puede ser Dios y
su imaginación posee la violencia de quien sabe reconquistar el universo, anular la muerte, propagar y
defender la naturaleza y la vida.” (Negri, 2008, p. 57-58)