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Contra el rebaño digital

Jaron Lanier
Traducción de I. Gómez Calvo. Debate. 256 pp.,19'90 euros
MICHIKO KAKUTANI | Publicado el 02/12/2011 | Ver el número en PDF

El libro de Jaron Lanier es una lectura imprescindible para cualquiera al que le interese cómo
la red y la tecnología que utilizamos a diario están remodelando la cultura y el mercado.

Por Michiko Kakutani (del New York Times)

En 2006, el artista e ingeniero informático Jaron Lanier (NY, 1960) publicó un ensayo incisivo,
rompedor y muy controvertido sobre "el maoísmo digital”, acerca de los aspectos negativos
del colectivismo digital y la consagración de "la sabiduría del rebaño” por los entusiastas de
la Web 2.0. En él, Lanier sostenía que el diseño (o ratificación) por un comité no suele tener
como resultado el mejor producto, que los nuevos valores y actitudes colectivistas
-encarnados por todo, desde Wikipedia hasta Operación Triunfo, pasando por las búsquedas
de Google- disminuyen la importancia y la singularidad de la voz individual, y que la
"mentalidad de colmena” puede desembocar fácilmente en la ley de la calle.
Ahora Lanier amplía esta tesis todavía más, analizando las repercusiones que “el
totalitarismo cibernético” tiene para nuestra sociedad en general. Aunque alguna de sus
sugerencias para abordar estos problemas se adentran en un pantano técnico que el lector
lego en la materia tendrá dificultad para seguir, la mayor parte del libro es lúcido, poderoso y
persuasivo. Es una lectura imprescindible para cualquiera al que le interese cómo la red y la
tecnología que utilizamos a diario están remodelando la cultura y el mercado.

Jaron Lanier, un pionero en el desarrollo de la realidad virtual y un veterano de Silicon Valley,


no tiene nada de ludita antitecnológico, como han insinuado algunos de sus detractores. Es
alguien que conoce bien el mundo digital y quiere defender "un nuevo humanismo digital”. Y
es que, según él, corremos el riesgo de que las decisiones de los ingenieros informáticos
determinen el comportamiento de los usuarios y queden “congeladas por un proceso
conocido como enganche”. Esto es, del mismo modo que las decisiones sobre las
dimensiones de las vías del tren determinaron el tamaño y la velocidad de los trenes durante
décadas, las decisiones que se toman actualmente sobre el diseño de programas podrían
tener como resultado "normas definitorias e incambiables” durante muchas generaciones.

Las decisiones tomadas en los años de formación de las redes informáticas, por ejemplo,
promovían el anonimato digital, y a lo largo de los años, sostiene Lanier, a medida que
millones de personas empezaron a usar la Red, el anonimato ha dado alas al lado oscuro de
la naturaleza humana. Han prosperado los ataques maliciosos y anónimos contra individuos e
instituciones, y lo que Lanier denomina una “cultura del sadismo” se ha vuelto dominante. En
algunos países, el anonimato y el comportamiento de rebaño han tenido como consecuencia
verdaderas cazas de brujas. “En 2007”, relata, “una serie de mensajes de La letra escarlata
en China incitaron a las multitudes de internet a dar caza a los acusados de adulterio. En
2008, la atención se centró en los que simpatizan con el Tibet”.

Lanier señala sensatamente que la "sabiduría del rebaño” es un instrumento que debería
utilizarse de manera selectiva, en vez de ser glorificado por sí mismo. Sobre Wikipedia
escribe que “es estupendo que ahora disfrutemos de la cooperación en la cultura popular”,
pero añade que los valores y actitudes del sitio ratifican la noción de que la aportación
individual -incluso la de un experto- es prescindible, y “la idea de que el colectivo está más
cerca de la verdad”. Se queja de que Wikipedia suprime las voces individuales, e igualmente
afirma que el rígido formato de Facebook convierte a los individuos en “identidades de
respuestas múltiples”.

Al igual que Andrew Keen en The Cult of the Amateur [El culto del Aficionado], Lanier es

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elocuente respecto a cómo la propiedad intelectual se ve amenazada por la economía del
contenido gratis en Internet, la dinámica de rebaño y la popularidad de los sitios de
agregación. “Una impenetrable sordera impera en Silicon Valley en lo referente a la idea de la
autoría”, escribe, recordando la predicción que hizo en 2006 el director de Wired, Kevin Kelly,
de que el escaneado masivo de libros crearía un día una biblioteca universal en la que ningún
libro sería una isla; a efectos prácticos, un texto monumental que puede buscarse y
remezclarse en la Red.

“Podría empezar a suceder en la próxima década, o así”, escribe Lanier. “Google y otras
empresas están escaneando libros de todas las bibliotecas en la nube como parte de un
enorme Proyecto Manhattan de digitalización cultural. Lo que ocurra a continuación será
crucial. Si se accede a los libros en la nube a través de interfaces de usuario que fomenten
mezclas de fragmentos que oscurezcan el contexto y la autoría de cada uno de ellos, no
habrá más que un solo libro. Esto es lo que ya sucede con gran parte del contenido; a
menudo, no se sabe de dónde procede una cita de una noticia, quién escribió un comentario,
o quién grabó un video”.

Aunque esta evolución pueda parecer buena para los consumidores -¡tantas cosas gratis!-
hace que a la gente le resulte difícil discernir la fuente, el punto de vista y el grado de
tergiversación de un determinado fragmento con el que tropiezan en la Red. Además, anima
a los productores de contenidos, en palabras de Lanier, “a tratar los frutos de sus intelectos e
imaginaciones como fragmentos para dárselos a la mente-colmena sin recibir dinero a
cambio”.

Unos cuantos afortunados, señala, pueden beneficiarse de la configuración del nuevo


sistema, reinventando sus vidas en narrativas “de mercadotecnia todavía novedosa”. Es el
caso, por ejemplo, de Diablo Cody, “que trabajó como artista de striptease, capaz de escribir
un blog y llamar la atención lo suficiente como para obtener un contrato para escribir un
libro, y encima tener la oportunidad de que conviertan su guión en una película (en este caso,
la muy aclamada Juno). Sin embargo, teme que “la inmensa mayoría de periodistas, músicos,
artistas y cineastas se arriesguen a que su carrera caiga en el olvido por culpa de nuestro
fracasado idealismo digital”.

Paradójicamente, los mismos medios de comunicación antiguos que están siendo destruidos
por la Red dan pie a una cantidad sorprendente de charlas digitales. "Los comentarios sobre
programas de televisión, películas importantes, estrenos musicales comerciales y videojuegos
deben de originar casi el mismo tráfico de bits que el porno”, comenta Jaron Lanier. “Eso no
es malo, desde luego, pero si la Red está matando a los viejos medios de comunicación, nos
enfrentamos a una situación en la que la cultura se está comiendo de hecho su provisión de
semillas”.

En otros pasajes de este provocador libro, que seguramente levantará polémica, va aún más
lejos e insinúa que “un malestar nostálgico se ha apoderado de la cultura popular”, que “la
cultura de Internet está dominada por mezclas triviales de la cultura que existía antes del
comienzo de las mezclas, y por las respuestas de los aficionados a los cada vez más escasos
destacamentos de los medios de comunicación centralizados”. La cultura digital, prosigue,
“es una cultura de reacción sin acción” y las reflexiones de que “estamos entrando en un
periodo de calma transitorio antes de una tormenta creativa” no son más que eso,
reflexiones. “La triste verdad”, concluye, “es que no estamos viviendo una calma pasajera
antes de la tormenta. En lugar de eso, hemos caído en una somnolencia persistente, y he
llegado a creer que sólo nos libraremos de ella cuando matemos a la colmena”.
__________________

Contra el rebaño digital (introducción)


Jaron Lanier

Adelantamos las primeras páginas de Contra el rebaño digital (Debate, 2011), el libro-

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manifiesto de Jaron Lanier que ataca las que denuncia como tendencias inhumanas y
totalitarias de la web 2.0 y la cultura abierta:
--------------------------------------------------------------------------------
1. Personas desaparecidas
El software expresa ideas sobre todos los temas, desde la naturaleza de una nota musical
hasta la naturaleza de las personas. Además, está sujeto a un proceso extraordinariamente
rígido de lock-in, de «anclaje». Por lo tanto, las ideas (en el presente, cuando el software
mueve cada vez más los asuntos humanos) se han vuelto más proclives a quedar sujetas al
anclaje que en épocas anteriores. La mayor parte de las ideas ancladas hasta la fecha no son
tan malas, pero algunas de las ideas que se han dado en llamar «web 2.0» son trastos
inútiles, así que deberíamos rechazarlas mientras estamos a tiempo.

El lenguaje es el espejo del alma;


la manera en que un hombre habla, así es él.
Publio Sirio

Los fragmentos no son personas


En torno al arranque del siglo xxi algo empezó a salir mal en la revolución digital. La red se
vio inundada de diseños intrascendentes llamados a veces web 2.0. Esta ideología promueve
la libertad radical en la superfi cie de la red, pero, irónicamente, esa libertad va más dirigida
a las máquinas que a las personas. No obstante, a veces se alude a ella como «cultura
abierta».

Los comentarios anónimos en blogs, los vídeos de bromas insustanciales y los popurrís
intrascendentes pueden parecer triviales e inofensivos, pero, en conjunto, esa forma de
comunicación fragmentaria e impersonal ha degradado la interacción interpersonal.

Ahora la comunicación suele experimentarse como un fenómeno sobrehumano que se eleva


por encima de los individuos. Una nueva generación ha llegado a la mayoría de edad con una
expectativa limitada de lo que una persona puede ser y de aquello en lo que cada persona
puede llegar a convertirse.

Lo más importante de una tecnología es cómo cambia a las personas


Cuando trabajo con gadgets digitales experimentales, como las nuevas versiones de realidad
virtual, en un entorno de laboratorio, eso siempre me recuerda cómo los pequeños cambios
en los detalles de un diseño digital pueden tener efectos profundos e imprevistos en la
experiencia de los humanos que interactúan con él. El más mínimo cambio en algo tan trivial
en apariencia como la facilidad de uso de un botón a veces puede alterar por completo las
pautas de comportamiento.

Por ejemplo, el investigador de la Universidad de Stanford Jeremy Bailenson ha demostrado


que el hecho de cambiar la altura del avatar de una persona en una realidad virtual inmersiva
transforma su autoestima y la percepción social de uno mismo. La tecnología es una
extensión de nosotros mismos y, al igual que los avatares del laboratorio de Jeremy, nuestras
identidades pueden ser alteradas por los caprichos de los gadgets. Es imposible trabajar con
tecnología de la información sin involucrarse al mismo tiempo con la ingeniería social.

Uno puede preguntarse: «Si bloggeo, twitteo y wikeo todo el tiempo, ¿cómo afecta a eso que
soy?» o «Si la mente colmena es mi público, ¿quién soy yo?». Nosotros, los inventores de
tecnologías digitales somos como comediantes de stand up o neurocirujanos en el sentido de
que nuestro trabajo se hace eco de profundas cuestiones fi losófi cas; por desgracia,
últimamente hemos demostrado ser malos filósofos.

Cuando los desarrolladores de tecnologías digitales diseñan un programa que te pide que
interactúes con un ordenador como si fuera una persona, lo que están haciendo al mismo
tiempo es pedirte que aceptes en lo más recóndito de tu cerebro que tú también podrías ser
concebido como un programa. Cuando diseñan un servicio de internet editado por una masa

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anónima enorme, están dando a entender que una masa arbitraria de humanos es un
organismo con un punto de vista legítimo.

Distintos diseños estimulan distintos potenciales de la naturaleza humana. Nuestros


esfuerzos no deberían estar dirigidos a lograr que la mentalidad de rebaño sea lo más
eficiente posible. En cambio, sí deberíamos tratar de inspirar el fenómeno de la inteligencia
individual.

«¿Qué es una persona?» Si supiera la respuesta, podría programar una persona artificial en
un ordenador. Pero no puedo. Una persona no es una fórmula fácil, sino una aventura, un
misterio, un salto hacia la fe.

Optimismo
Sería duro para cualquiera, y ni qué decir para un tecnólogo, levantarse cada mañana sin fe
en que el futuro puede ser mejor que el pasado.

En los años ochenta, cuando internet solo estaba al alcance de un pequeño número de
pioneros, solía enfrentarme con personas que tenían miedo de que esas tecnologías extrañas
en las que yo estaba trabajando, como la realidad virtual, desataran los demonios de la
naturaleza humana. Por ejemplo, ¿la gente se volvería adicta a la realidad virtual como si se
tratara de una droga? ¿Se quedarían atrapados en ella, incapaces de volver al mundo físico
donde vivimos el resto de las personas? Algunas de esas preguntas eran tontas y otras,
clarividentes.

Cómo influye la política en la tecnología de la información


En aquel entonces yo formaba parte de una alegre banda de idealistas. Si en los años
ochenta hubieras quedado para comer conmigo y con John Perry Barlow, que se convertiría
en cofundador de la fundación Electronic Frontier, o con Kevin Kelly, que terminaría siendo el
editor fundador de la revista Wired, nos habrías escuchado dando vueltas en torno a todas
esas ideas. Los ideales son importantes en el mundo de la tecnología, pero el mecanismo a
través del cual influyen en los acontecimientos es distinto que en el resto de las esferas de la
vida. Los tecnólogos no usamos la persuasión para influir sobre los demás; o al menos no lo
hacemos demasiado bien. Entre nosotros hay unos pocos comunicadores de nivel (como
Steve Jobs), pero la mayoría no somos especialmente persuasivos.

Nosotros desarrollamos extensiones de tu existencia, como ojos y oídos a distancia


(webcams y teléfonos móviles) y una memoria ampliada (el mundo de datos que se pueden
consultar en la red). Esos elementos se convierten en las estructuras mediante las que te
conectas con el mundo y con otras personas. Esas estructuras, a su vez, pueden cambiar tu
concepción de ti mismo y del mundo. Jugueteamos con tu fi losofía manipulando tu
experiencia cognitiva directamente, no de forma indirecta a través de la discusión. Basta con
un pequeño grupo de ingenieros para crear una tecnología que moldee el futuro de la
experiencia humana a velocidad increíble. Por lo tanto, antes de que se diseñen esas
manipulaciones directas, desarrolladores y usuarios deberían mantener una discusión crucial
acerca de cómo construir una relación humana con la tecnología. Este libro trata de esas
discusiones.

El diseño de la red tal como la conocemos hoy día no era inevitable. A principios de los
noventa había decenas de intentos creíbles en pos de un diseño capaz de presentar la
información digital en red de una manera más popular. Compañías como General Magic y
Xanadu diseñaron proyectos alternativos con cualidades fundamentalmente distintas que no
llegaron a buen puerto.

Una sola persona, Tim Berners-Lee, vino a crear el diseño particular de la red tal como la
conocemos hoy. Tal como fue presentado, el diseño de la red era minimalista, en el sentido de
que presumía lo menos posible sobre cómo sería una página web. Además, era abierto, pues
la arquitectura no daba preferencia a ninguna página por encima de otra, y todas las páginas

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eran accesibles a todos. También hacía hincapié en la responsabilidad, ya que solo el
propietario de un sitio web era capaz de garantizar que su sitio estuviera disponible.

La motivación inicial de Berners-Lee era dar servicio a una comunidad de físicos, no a todo el
mundo. Aun así, los primeros usuarios adoptaron el diseño de la red en un ambiente muy
influido por discusiones de tono idealista. En el período anterior al nacimiento de la red, las
ideas en juego eran radicalmente optimistas y adquirieron fuerza en la comunidad, y luego en
el mundo en general.

Puesto que al crear tecnologías de la información inventamos muchas cosas de la nada,


¿cómo decidimos cuáles son mejores? La libertad radical que hallamos en los sistemas
digitales plantea un reto moral desconcertante. Lo inventamos todo, entonces, ¿qué es lo que
vamos a inventar? Por desgracia, ese dilema -el de tener tanta libertad- es ilusorio.

A medida que un programa aumenta en tamaño y complejidad, el software puede


convertirse en una maraña cruel. Cuando intervienen otros programadores, puede resultar un
laberinto. Si uno es lo bastante listo, puede crear un programa pequeño desde cero, pero se
requiere mucho esfuerzo (y algo más que un poco de suerte) para modificar con éxito un
programa grande, sobre todo si otros programas dependen de él. Incluso los mejores equipos
de expertos en desarrollo de software se topan periódicamente con montones de disyuntivas
y problemas de diseño.

Es encantador desarrollar programas pequeños en soledad, pero el proceso de mantener un


software a gran escala siempre resulta deprimente. Por eso, la tecnología digital sume a la
psique del programador en una especie de esquizofrenia. Se produce una confusión
constante entre los ordenadores reales y los ordenadores ideales.

A los tecnólogos les gustaría que todos los programas se comportaran como un nuevo
programa pequeño y divertido, y están dispuestos a utilizar cualquier estrategia psicológica a
su alcance para evitar pensar en los ordenadores de forma realista.

El carácter precario de los programas informáticos en desarrollo puede hacer que algunos
diseños digitales queden congelados por un proceso conocido como lock in, o anclaje. Esto
ocurre cuando se diseñan muchos programas de software para que trabajen con uno ya
existente. Modificar de forma significativa un software cuando muchos otros programas
dependen de él es el proceso más difícil de llevar a cabo. Por eso casi nunca se hace.

De vez en cuando aparece un paraíso digital


Un día a principios de los ochenta, un diseñador de sintetizadores musicales llamado Dave
Smith inventó sin darle demasiada importancia una forma de representar las notas musicales.
Se la llamó MIDI. Su enfoque concebía la música desde el punto de vista de quien toca un
teclado. MIDI estaba compuesto de patrones digitales que representaban acciones del teclado
como «pulsar tecla» y «soltar tecla».

Eso significaba que no podía describir las expresiones sinuosas y fugaces que puede lograr un
cantante o un saxofonista. Solo podía describir el mundo en mosaico del teclista, no el mundo
en acuarela del violín. Pero MIDI no tenía por qué preocuparse por todas las variedades de la
expresión musical, pues Dave solo quería conectar varios sintetizadores entre sí para poder
disponer de una paleta mayor de sonidos mientras tocaba un solo teclado.

A pesar de sus limitaciones, MIDI se convirtió en el sistema estándar para representar la


música en un software. Se diseñaron programas musicales y sintetizadores para trabajar con
él, y rápidamente se hizo poco práctico cambiar o deshacerse de todo aquel software y
hardware inicial. MIDI se afianzó y, a pesar de los esfuerzos hercúleos por parte de una serie
de poderosas organizaciones comerciales, académicas y profesionales de todo el mundo que
buscaron renovarlo a lo largo de varias décadas, hoy sigue vigente sin cambio alguno.

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Por supuesto, la cuestión de los estándares y su inevitable falta de capacidad predictiva
plantearon un incordio aun antes de la llegada de los ordenadores. Sirva de ejemplo el ancho
de vía, las dimensiones de la vía de tren. El metro de Londres fue diseñado con vías estrechas
y túneles también estrechos que no permiten instalar aire acondicionado en varias líneas
porque no hay espacio para ventilar el aire caliente de los trenes. De ese modo, decenas de
miles de habitantes de una de las ciudades más ricas del mundo se ven obligados hoy a
viajar asfi xiados de calor debido a una decisión inflexible de diseño tomada hace más de cien
años.

Pero el software es peor que las vías, pues siempre está obligado a adaptarse con absoluta
perfección a una confusión infinitamente concreta, arbitraria, compleja e inextricable. Los
requisitos en materia de ingeniería son tan estrictos y perversos que adaptarse a estándares
cambiantes puede suponer una lucha interminable. De modo que si en el mundo de las vías
de ferrocarril el anclaje puede resultar una especie de gángster, en el mundo digital es un
tirano absoluto.
___________________________

Rebaño digital y redes sociales - I


Jueves 2 de febrero de 2012. Nodo50

"Confundimos lo masivo con lo libre. Lo gratuito con lo comunitario" (Antonio Baños)


Iniciamos en Nodo50 una serie de recopilaciones de textos relacionados con lo que está
sucediendo en las redes sociales corporativas (Facebook, Twitter), que algunos autores
caracterizan como la expresión de una mentalidad y comportamiento muy poco reflexivo en
la red, como si en las redes sociales hubiera un verdadero rebaño digital.

Al final, internet va a resultar ser un negocio tan local y doméstico como los puestos de
castañas y boniatos. La red está deslizándose rápidamente hacia el dogma de aquella
primera globalización de los 90, que defendía la libertad para mercancías y el control para las
personas e ideas. Twitter se ha sumado a ese diseño y ha anunciado que deja de ser un
servicio global para convertirse en una empresa franquiciada. Es decir, que acatará las leyes
sobre libertad de expresión de cada estado de la misma manera que McDonalds se adapta a
los gustos locales sirviendo gazpacho. Como suele pasar cada vez que se justifica la censura,
se amparan en el Holocausto y las leyes antinazis. Bien jugado. Al fin y al cabo, esa fue
siempre la misión de la corrección política, hacernos tragar la censura y encima creernos que
era por motivos progresistas y enrollados.

Con ésta noticia, más la catástrofe del ACTA, los sueños de libertad en la red se alejan a buen
paso. Y se rompe la infantil mitología que sostenía que las redes sociales eran los
kalashnikovs de una nueva revuelta alegremente twitteada y refrescantemente facebucante.
Hace un año Goldman Sachs ya metió 500 millones de dólares en la subversiva e insurgente
Facebook. Es decir que, por utilizar la terminología moderna, los del 1% ganan pasta cada vez
que el 99% se queja de ellos a través de la red social. El otro día, Al Walid bin Talal se hizo un
“ocuppy Twitter” al invertir 230 millones de dólares en la empresa. El compañero Talal es un
jeque saudí que fue acusado de violar a una joven española en su yate en, seguramente, un
infundio analógico.

El uso político de esas redes comerciales forma parte también de un espejismo. La revuelta
verde de Irán o la primavera árabe no eran en absoluto movimientos antioccidentales pero
¿Alguien se imagina una revuelta antiamericana en Pakistán jaleada a través de facebook? ¿O
una red de twitts yihadistas en Iowa? Twitter es facha. Pero lo es de buen rollo, sin acritud. Es
facha porque es una empresa más del ultracapitalismo global interesada en la expansión
eterna y en el beneficio infinito. Guay, es legítimo. La gran confusión se deriva seguramente
de que conla LOGSEno se enseña marxismo como es debido, y lo de la propiedad de los
medios de producción se tiende a resaltar poco al valorar un canal. Eso y que en el libro de
texto de Educación para la ciudadanía, José Antonio Marina no machacó lo suficiente la idea
de hegemonía en el sentido gramsciano, y por eso confundimos lo masivo con lo libre. Lo

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gratuito con lo comunitario.

Twitter es facha
En 2006, el artista e ingeniero informático Jaron Lanier (NY, 1960) publicó un ensayo incisivo,
rompedor y muy controvertido sobre "el maoísmo digital”, acerca de los aspectos negativos
del colectivismo digital y la consagración de "la sabiduría del rebaño” por los entusiastas de
la Web 2.0. En él, Lanier sostenía que el diseño (o ratificación) por un comité no suele tener
como resultado el mejor producto, que los nuevos valores y actitudes colectivistas
-encarnados por todo, desde Wikipedia hasta Operación Triunfo, pasando por las búsquedas
de Google- disminuyen la importancia y la singularidad de la voz individual, y que la
"mentalidad de colmena” puede desembocar fácilmente en la ley de la calle. Ahora Lanier
amplía esta tesis todavía más, analizando las repercusiones que “el totalitarismo cibernético”
tiene para nuestra sociedad en general. Aunque alguna de sus sugerencias para abordar
estos problemas se adentran en un pantano técnico que el lector lego en la materia tendrá
dificultad para seguir, la mayor parte del libro es lúcido, poderoso y persuasivo. Es una
lectura imprescindible para cualquiera al que le interese cómo la red y la tecnología que
utilizamos a diario están remodelando la cultura y el mercado.

Jaron Lanier, un pionero en el desarrollo de la realidad virtual y un veterano de Silicon Valley,


no tiene nada de ludita antitecnológico, como han insinuado algunos de sus detractores. Es
alguien que conoce bien el mundo digital y quiere defender "un nuevo humanismo digital”. Y
es que, según él, corremos el riesgo de que las decisiones de los ingenieros informáticos
determinen el comportamiento de los usuarios y queden “congeladas por un proceso
conocido como enganche”. Esto es, del mismo modo que las decisiones sobre las
dimensiones de las vías del tren determinaron el tamaño y la velocidad de los trenes durante
décadas, las decisiones que se toman actualmente sobre el diseño de programas podrían
tener como resultado "normas definitorias e incambiables” durante muchas generaciones.

Las decisiones tomadas en los años de formación de las redes informáticas, por ejemplo,
promovían el anonimato digital, y a lo largo de los años, sostiene Lanier, a medida que
millones de personas empezaron a usar la Red, el anonimato ha dado alas al lado oscuro de
la naturaleza humana. Han prosperado los ataques maliciosos y anónimos contra individuos e
instituciones, y lo que Lanier denomina una “cultura del sadismo” se ha vuelto dominante. En
algunos países, el anonimato y el comportamiento de rebaño han tenido como consecuencia
verdaderas cazas de brujas. “En 2007”, relata, “una serie de mensajes de La letra escarlata
en China incitaron a las multitudes de internet a dar caza a los acusados de adulterio. En
2008, la atención se centró en los que simpatizan con el Tibet”.

Lanier señala sensatamente que la "sabiduría del rebaño” es un instrumento que debería
utilizarse de manera selectiva, en vez de ser glorificado por sí mismo. Sobre Wikipedia
escribe que “es estupendo que ahora disfrutemos de la cooperación en la cultura popular”,
pero añade que los valores y actitudes del sitio ratifican la noción de que la aportación
individual -incluso la de un experto- es prescindible, y “la idea de que el colectivo está más
cerca de la verdad”. Se queja de que Wikipedia suprime las voces individuales, e igualmente
afirma que el rígido formato de Facebook convierte a los individuos en “identidades de
respuestas múltiples”.

Al igual que Andrew Keen en The Cult of the Amateur [El culto del Aficionado], Lanier es
elocuente respecto a cómo la propiedad intelectual se ve amenazada por la economía del
contenido gratis en Internet, la dinámica de rebaño y la popularidad de los sitios de
agregación. “Una impenetrable sordera impera en Silicon Valley en lo referente a la idea de la
autoría”, escribe, recordando la predicción que hizo en 2006 el director de Wired, Kevin Kelly,
de que el escaneado masivo de libros crearía un día una biblioteca universal en la que ningún
libro sería una isla; a efectos prácticos, un texto monumental que puede buscarse y
remezclarse en la Red.

“Podría empezar a suceder en la próxima década, o así”, escribe Lanier. “Google y otras

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empresas están escaneando libros de todas las bibliotecas en la nube como parte de un
enorme Proyecto Manhattan de digitalización cultural. Lo que ocurra a continuación será
crucial. Si se accede a los libros en la nube a través de interfaces de usuario que fomenten
mezclas de fragmentos que oscurezcan el contexto y la autoría de cada uno de ellos, no
habrá más que un solo libro. Esto es lo que ya sucede con gran parte del contenido; a
menudo, no se sabe de dónde procede una cita de una noticia, quién escribió un comentario,
o quién grabó un video”.

Aunque esta evolución pueda parecer buena para los consumidores -¡tantas cosas gratis!-
hace que a la gente le resulte difícil discernir la fuente, el punto de vista y el grado de
tergiversación de un determinado fragmento con el que tropiezan en la Red. Además, anima
a los productores de contenidos, en palabras de Lanier, “a tratar los frutos de sus intelectos e
imaginaciones como fragmentos para dárselos a la mente-colmena sin recibir dinero a
cambio”.

Unos cuantos afortunados, señala, pueden beneficiarse de la configuración del nuevo


sistema, reinventando sus vidas en narrativas “de mercadotecnia todavía novedosa”. Es el
caso, por ejemplo, de Diablo Cody, “que trabajó como artista de striptease, capaz de escribir
un blog y llamar la atención lo suficiente como para obtener un contrato para escribir un
libro, y encima tener la oportunidad de que conviertan su guión en una película (en este caso,
la muy aclamada Juno). Sin embargo, teme que “la inmensa mayoría de periodistas, músicos,
artistas y cineastas se arriesguen a que su carrera caiga en el olvido por culpa de nuestro
fracasado idealismo digital”.

Paradójicamente, los mismos medios de comunicación antiguos que están siendo destruidos
por la Red dan pie a una cantidad sorprendente de charlas digitales. "Los comentarios sobre
programas de televisión, películas importantes, estrenos musicales comerciales y videojuegos
deben de originar casi el mismo tráfico de bits que el porno”, comenta Jaron Lanier. “Eso no
es malo, desde luego, pero si la Red está matando a los viejos medios de comunicación, nos
enfrentamos a una situación en la que la cultura se está comiendo de hecho su provisión de
semillas”.

En otros pasajes de este provocador libro, que seguramente levantará polémica, va aún más
lejos e insinúa que “un malestar nostálgico se ha apoderado de la cultura popular”, que “la
cultura de Internet está dominada por mezclas triviales de la cultura que existía antes del
comienzo de las mezclas, y por las respuestas de los aficionados a los cada vez más escasos
destacamentos de los medios de comunicación centralizados”. La cultura digital, prosigue,
“es una cultura de reacción sin acción” y las reflexiones de que “estamos entrando en un
periodo de calma transitorio antes de una tormenta creativa” no son más que eso,
reflexiones. “La triste verdad”, concluye, “es que no estamos viviendo una calma pasajera
antes de la tormenta. En lugar de eso, hemos caído en una somnolencia persistente, y he
llegado a creer que sólo nos libraremos de ella cuando matemos a la colmena”.

Rebaño digital y redes sociales - II


Viernes 3 de febrero de 2012. Nodo50

"La cultura libre está dividida entre la libre difusión, que es lo que yo defiendo y creo que
defienden todos los sectores afines a la izquierda, y la del libre comercio, que es otra manera
de ver la libertad para que todo el mundo pueda mercadear con ella" (Nacho Vegas)

"Pero, si el enfado y las exigencias son “lícitos” ¿por qué no dejan Twitter y se van a identi.ca?
¿por qué no dejan Facebook u otras redes que ya “censuran” en China y se buscan
alternativas que sí existen? ¿cómo es que los que más se quejan suelen estar en todas las
empresas a las que critican? (Google+, Facebook, Twitter)" (Ricardo Galli)

Entre las novedades de esta nueva etapa que se inicia con la creación del sello Marxophone,
presenta la edición de sus discos bajo una licencia Creative Commons que permite la libre

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distribución sin ánimo de lucro. Justo, durante su visita a Bogotá, ocurre el apagón de
Wikipedia en contra de las diferentes leyes antipiratería, apoyado también en las amenazas
respectivas de Facebook, Google o Yahoo, avivando aún más un debate que los usuarios no
tienen muy claro a la hora de tomar partido. Al respecto me dirá: “Creo que la cultura debe
ser libre, pero cuando digo libre debe ser de libre difusión, es decir sin un pago previo, pero la
licencia que utilizo tiene una restricción del ánimo de lucro. A mí no me gustan las opiniones
a favor del copy left, que son las más airadas, son las de la derecha liberal que les encanta
que todo esté libre de derechos porque así puede utilizarlo el más listo de la clase para coger
y hacer dinero con ello. Me parece que es muy peligroso, creo que hay que evitar que un
montón de gente se lucre con contenidos sujetos a derechos de autor, que es una conquista
que se puede proteger como cualquier derecho conquistado, y eso no entra en conflicto con
ofrecer tus discos. La cultura libre está dividida entre la libre difusión, que es lo que yo
defiendo y creo que defienden todos los sectores afines a la izquierda, y la del libre comercio,
que es otra manera de ver la libertad para que todo el mundo pueda mercadear con ella”.

Las andanzas de Nacho Vegas en Bogotá


No hay ningún medio online en España que respete a rajatabla la libertad de expresión en los
comentarios en su sitio. Todos moderan y “censuran” comentarios que les pueden generar
problemas, sin excepciones. Muchos de esos medios borraron comentarios de criticas a
Ramoncín en cuanto vieron la oreja al lobo. Sin embargo, periodistas de esos mismos medios,
están exigiendo a Twitter que llegue al punto de no acatar leyes de otros países para
defender la “libertad de expresión”. La justificación que me dieron algunos: no es lo mismo,
Twitter es una plataforma, es una herramienta fundamental, etc. Pero sí es lo mismo, porque
se trata de que están exigiendo a otras empresas que hagan mucho más de lo que sus
propias empresas son incapaces de hacer en un contexto menos complejo. Es más, ninguno
de ellos criticará la política de su empresa de eliminar comentarios que ni siquiera son
ilegales, o de hacer caso al primer burofax que les llega (que ni siquiera es orden del juez). Es
una enorme contradicción, una impostura.

Hay otros casos, bloggers que también hacen lo mismo, o que nunca han tenido que
enfrentarse a abogados y denuncias para defender la libertad de expresión de terceros, pero
que ahora hacen pedagogía de esa libertad de expresión, exigiendo a una empresa privada (y
extranjera, que le da servicios gratis) que sea muy estricta y valiente, al punto de no acatar
las leyes de algunos países. No sólo no se dan cuenta que eso implica poner en peligro a la
empresa, a los propios empleados que tenga en ese país. Para rematar, a cualquier que opine
diferente, responderán esos gurús” que se rinden a la censura por motivos de negocio. Es
fácil hablar desde la seguridad de no tener que correr riesgos, ni asumir responsabilidades,
que nadie pida explicación de los comentarios que eliminas, o la política de tu empresa.
Enorme impostura.

Aunque Twitter en ningún momento habló de que se vaya a instalar en China (yo creo que lo
tendrá que hacer), y de que ya está bloqueado en China desde 2009 (con la pérdida de
usuarios y oportunidad que se deriva de ello), que los chinos ya están “censurados”
globalmente y que no pueden tuitear, ni nosotros leer nada de lo que ellos desean escribir,
fue la excusa usada: Twitter hace esto para ir a China, porque es un mercado importante, el
dinero antes que los derechos. En otras palabras, se le exige a una empresa privada que sea
activista en este aspecto. Aunque es exagerado exigir eso a otros, parecería razonable, si no
fuese porque los mismos que lo hacen comentan en Twiter que compran en DealExtreme, o
justifican que Apple fabrique en China -en pésimas condiciones laborales- porque las hacen
todas las demás. Peor aún, exigen a Twitter lo que somos incapaces de exigir a nuestro propio
gobierno (o al menos votar en consecuencia), tenemos una gran dependencia de China, en
temas de intercambio comercial y financiero. Otra gran impostura.

En los últimos meses hemos vivido “campañas” en las redes para reclamar que eliminen tuits
y cuentas que promovían la anorexia, o cuentas que tenían enlaces a sitios de pedófilos y/o
pederasta. Se pedía límites a la libertad de expresión, aunque fuesen perfectamente legales
en el país sede de Twitter o Facebook. Hemos visto campañas de boicot para que en La Noria

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no se emitan entrevistas a determinadas personas, aunque esos reportajes son
perfectamente legales en nuestro país, y el entrevistado tiene el mismo derecho que nosotros
a emitir su opinión en cualquier programa de TV (gratis o pagado). Es decir, reclamamos
límites a la libertad de expresión más allá de lo que dictan las leyes.

Hemos visto campañas para exigir que las librerías retiren de la venta un libro perfectamente
legal (y moñas). Es una exigencia aún mayor, ya no se pedía “dejar de leer”, o “no comprar el
libro”, se pedía directamente eliminarlo del mercado. Yo critiqué esa campaña, muchos me
respondieron que era “lícito”, pero el hecho es que se estaba exigiendo una enorme
restricción a la libertad de expresión (también me acusaron de defender la homofobia). He
leído a algunas de esas personas exigiendo a Twitter que no deben eliminar ningún tweet,
bajo ningún concepto.

Pues, algunas de esas personas que hacen campañas para limitar la libertad de expresión
(por los motivios que sean), ahora afirman que la libertad de expresión no tiene límites, y que
nadie debería intentar ponerlos. Es tan grande la impostura que me daban ganas de…
(perdonadme la frivolidad, creo que es la mejor expresión de lo que sentía al ver afirmaciones
como esas).

Quizás sean comprensibles y a mi me falta empatía para comprender esas grandes


contradicciones entre las acciones propias y lo que se exige a los demás. Puede ser. Pero, si el
enfado y las exigencias son “lícitos” ¿por qué no dejan Twitter y se van a identi.ca? ¿por qué
no dejan Facebook u otras redes que ya “censuran” en China y se buscan alternativas que sí
existen? ¿cómo es que los que más se quejan suelen estar en todas las empresas a las que
critican? (Google+, Facebook, Twitter). ¡Ah! es que perdemos seguidores y/o contactos con
amigos! O sea ¿estás dejando de lado tus principios tan claros sólo por la comodidad? ¿y
criticas que esas empresas que te dan el servicio gratis lo hagan por el negocio?. Otra gran
impostura.

Si se toman cada una de estas contradicciones por separado, sería normal, todos las
tenemos. Pero si las sumas a todas, es absolutamente de locos, se tiene un discurso público
buenrollista completamente contradictorio con las acciones individuales. Ojo, no me refiero a
actividades privadas (que me las suda, y no sé cuáles son, ni quiero saberlo), me refiero a
opiniones y actividades públicas y publicadas, como hacer campañas para que se censure lo
que consideran inmoral, por ejemplo.

Si se hubiese analizado con tranquilidad el tema, el anuncio de Twitter tiene una importancia
que pasó casi desapercibida, nos estaba señalando -quizás involuntariamente- la dificultad de
ser una plataforma internacional, y el acatamiento de leyes con diversos niveles de “censura”
(o con límites a la libertad de expresión muy diferentes). Podría haber servido para reflexionar
con tranquilidad sobre ello, y sobre nuestros propias diferencias personales y culturales de
cuáles son los límites razonables a la libertad de expresión. Pero no, se usó para disparar
contra Twitter, y luego para aquellos que no compartían la opinión apocalíptica (y
contradictoria) de esa mayoría.

Algún día, quizás, se pueda empezar a hablar con tranquilidad sobre estos temas complejos
sin caer en tantas contradicciones, ni en el maniqueismo ese gurú que apoya la censura
porque tiene una opinión diferente (quizás porque tiene el culo pelado de defender la libertad
de expresión de los usuarios de su empresa). O mejor aún, quizás algún día actuemos en las
redes de la misma forma que queremos que esas empresas actúen.

Rebaño digital y redes sociales y III


Sábado 4 de febrero de 2012. Nodo50

"La animadversión hacia el entramado de industria y entidades de gestión es tal que un


movimiento como el “copyleft”, absolutamente riguroso y escrupuloso en lo concerniente a
licencias de software, se ciega y adopta formalmente una bochornosa doble moral respecto a

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contenidos audiovisuales se refiere". (DGA)

"Uno puede preguntarse: «Si bloggeo, twitteo y wikeo todo el tiempo, ¿cómo afecta a eso que
soy?» o «Si la mente colmena es mi público, ¿quién soy yo?». Nosotros, los inventores de
tecnologías digitales somos como comediantes de stand up o neurocirujanos en el sentido de
que nuestro trabajo se hace eco de profundas cuestiones filosóficas; por desgracia,
últimamente hemos demostrado ser malos filósofos" (Jaron Lanier)

(Las y los compañeros de Diagonal han tenido la amabilidad de dejar publicar este texto de
DGA antes de que salga en su web. Por supuesto, ya es accesible en su edición impresa)

Cuando te pillaban leyendo una revista con gente desnuda, una salida solía ser el argumentar
que en realidad la estabas consultando por sus artículos, recordemos que autores Ernest
Hemingway, Norman Mailer o Woody Allen escribieron para Playboy. La cara que ponía el
progenitor de turno al escuchar esa excusa era idéntica a la que se me pone ahora a mí,
cuando leo como desde ámbitos de izquierdas o activistas se intenta relacionar Megaupload
con la libertad de expresión o la cultura libre. En torno a MU el ruido que se ha generado es
ensordedecor, y desde el principio se ha perdido el foco.

Megaupload es una empresa con sede en Hong Kong, cuyo modelo de negocio residía en
proporcionar todo tipo de contenidos digitales, para los cuales ni las personas que los habían
creado ni las empresas implicadas en su comercialización daban jamás su consentimiento
para ello. Que hubiese gente que utilizase MU para transferir ficheros o para colgar
materiales con licencias libres es anecdótico. MU se utilizaba para acceder a películas y series
de manera gratuita o pagando una tarifa premium, para descargar más y más rápido. La
industria sabrá por qué no impulsa plataformas que hicieran la competencia a este tipo de
sitios de descargas, ya que es probable que un porcentaje de las personas que pagan por
esas tarifas premium puede que lo hagan también por acceder a contenidos “legítimos”, si el
precio fuera razonable.

Pero aquí salvo excepciones para casi nadie la preocupación es el futuro de la industria.
Quien pone el grito en el cielo por el cierre de MU es una alianza de lo más peculiar:
evidentemente, las y los respetables e indignados usuarios que pagaban (o no) por un
servicio que al que ya no pueden acceder. Y además también ámbitos y personas
relacionadas con la cultura libre. La animadversión hacia el entramado de industria y
entidades de gestión es tal que un movimiento como el “copyleft”, absolutamente riguroso y
escrupuloso en lo concerniente a licencias de software, se ciega y adopta formalmente una
bochornosa doble moral respecto a contenidos audiovisuales se refiere.

Mucha gente parece haber olvidado algo absolutamente elemental, en lo que ya se hacía
hincapié al convertirse en productos de consumo masivo los programas de Microsoft: los
Windows y los clásicos Office sin licencia no fomentan el software libre, fomentan el todo
gratis, exactamente como lo hacen ahora empresas como Megaupload con contenidos
diferentes al software.

Jaron Lanier alerta en su libro “El rebaño digital” de lo que provocadoramente etiqueta como
“totalitarismo cibernético”: una mentalidad y actitud de rebaño en lo que a contenidos
digitales se refiere. Parece que ya no existe el término medio, como también reflejaba Isaac
Rosa recientemente en Público (“ni como internauta me siento seguro con el FBI apatrullando
la Red; ni como creador me gustan los listos que se montan el negocio con el trabajo ajeno”),
hay un diálogo de sordos entre el todo gratis y los excesos de industria de entidades de
gestión por otro.

En vez de hablar de MU, podríamos debatir sobre cosas más productivas. Ahora las entidades
de gestión recaudan por obras libres quiera o no quiera el autor. El canon digital se ha
“nacionalizado” y ahora es aún más indiscriminado que antes, ya que se pagará vía
presupuestos generales del estado. No hay entidades de gestión o formas análogas a

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sindicatos para defender a autores que quieran superar modelos obsoletos de propiedad
intelectual. ¿Nos salimos del rebaño y encaramos todos estos temas, por favor?

MU: el sonido del rebaño

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El lenguaje es el espejo del alma; la manera en que un hombre habla, así es él. Publio Sirio

Los fragmentos no son personas

En torno al arranque del siglo xxi algo empezó a salir mal en la revolución digital. La red se
vio inundada de diseños intrascendentes llamados a veces web 2.0. Esta ideología promueve
la libertad radical en la superficie de la red, pero, irónicamente, esa libertad va más dirigida a
las máquinas que a las personas. No obstante, a veces se alude a ella como «cultura
abierta».

Los comentarios anónimos en blogs, los vídeos de bromas insustanciales y los popurrís
intrascendentes pueden parecer triviales e inofensivos, pero, en conjunto, esa forma de
comunicación fragmentaria e impersonal ha degradado la interacción interpersonal.

Ahora la comunicación suele experimentarse como un fenómeno sobrehumano que se eleva


por encima de los individuos. Una nueva generación ha llegado a la mayoría de edad con una
expectativa limitada de lo que una persona puede ser y de aquello en lo que cada persona
puede llegar a convertirse.

Lo más importante de una tecnología es cómo cambia a las personas

Cuando trabajo con gadgets digitales experimentales, como las nuevas versiones de realidad
virtual, en un entorno de laboratorio, eso siempre me recuerda cómo los pequeños cambios
en los detalles de un diseño digital pueden tener efectos profundos e imprevistos en la
experiencia de los humanos que interactúan con él. El más mínimo cambio en algo tan trivial
en apariencia como la facilidad de uso de un botón a veces puede alterar por completo las
pautas de comportamiento.

Por ejemplo, el investigador de la Universidad de Stanford Jeremy Bailenson ha demostrado


que el hecho de cambiar la altura del avatar de una persona en una realidad virtual inmersiva
transforma su autoestima y la percepción social de uno mismo. La tecnología es una
extensión de nosotros mismos y, al igual que los avatares del laboratorio de Jeremy, nuestras
identidades pueden ser alteradas por los caprichos de los gadgets. Es imposible trabajar con
tecnología de la información sin involucrarse al mismo tiempo con la ingeniería social.

Uno puede preguntarse: «Si bloggeo, twitteo y wikeo todo el tiempo, ¿cómo afecta a eso que
soy?» o «Si la mente colmena es mi público, ¿quién soy yo?». Nosotros, los inventores de
tecnologías digitales somos como comediantes de stand up o neurocirujanos en el sentido de
que nuestro trabajo se hace eco de profundas cuestiones filosóficas; por desgracia,
últimamente hemos demostrado ser malos filósofos.

Cuando los desarrolladores de tecnologías digitales diseñan un programa que te pide que
interactúes con un ordenador como si fuera una persona, lo que están haciendo al mismo
tiempo es pedirte que aceptes en lo más recóndito de tu cerebro que tú también podrías ser
concebido como un programa. Cuando diseñan un servicio de internet editado por una masa
anónima enorme, están dando a entender que una masa arbitraria de humanos es un
organismo con un punto de vista legítimo.

Distintos diseños estimulan distintos potenciales de la naturaleza humana. Nuestros


esfuerzos no deberían estar dirigidos a lograr que la mentalidad de rebaño sea lo más

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eficiente posible. En cambio, sí deberíamos tratar de inspirar el fenómeno de la inteligencia
individual.
«¿Qué es una persona?» Si supiera la respuesta, podría programar una persona artificial en
un ordenador. Pero no puedo. Una persona no es una fórmula fácil, sino una aventura, un
misterio, un salto hacia la fe.

Optimismo
Sería duro para cualquiera, y ni qué decir para un tecnólogo, levantarse cada mañana sin fe
en que el futuro puede ser mejor que el pasado.

En los años ochenta, cuando internet solo estaba al alcance de un pequeño número de
pioneros, solía enfrentarme con personas que tenían miedo de que esas tecnologías extrañas
en las que yo estaba trabajando, como la realidad virtual, desataran los demonios de la
naturaleza humana. Por ejemplo, ¿la gente se volvería adicta a la realidad virtual como si se
tratara de una droga? ¿Se quedarían atrapados en ella, incapaces de volver al mundo físico
donde vivimos el resto de las personas? Algunas de esas preguntas eran tontas y otras,
clarividentes.

Cómo influye la política en la tecnología de la información


En aquel entonces yo formaba parte de una alegre banda de idealistas. Si en los años
ochenta hubieras quedado para comer conmigo y con John Perry Barlow, que se convertiría
en cofundador de la fundación Electronic Frontier, o con Kevin Kelly, que terminaría siendo el
editor fundador de la revista Wired, nos habrías escuchado dando vueltas en torno a todas
esas ideas. Los ideales son importantes en el mundo de la tecnología, pero el mecanismo a
través del cual influyen en los acontecimientos es distinto que en el resto de las esferas de la
vida. Los tecnólogos no usamos la persuasión para influir sobre los demás; o al menos no lo
hacemos demasiado bien. Entre nosotros hay unos pocos comunicadores de nivel (como
Steve Jobs), pero la mayoría no somos especialmente persuasivos.

Nosotros desarrollamos extensiones de tu existencia, como ojos y oídos a distancia (webcams


y teléfonos móviles) y una memoria ampliada (el mundo de datos que se pueden consultar en
la red). Esos elementos se convierten en las estructuras mediante las que te conectas con el
mundo y con otras personas. Esas estructuras, a su vez, pueden cambiar tu concepción de ti
mismo y del mundo. Jugueteamos con tu fi losofía manipulando tu experiencia cognitiva
directamente, no de forma indirecta a través de la discusión. Basta con un pequeño grupo de
ingenieros para crear una tecnología que moldee el futuro de la experiencia humana a
velocidad increíble. Por lo tanto, antes de que se diseñen esas manipulaciones directas,
desarrolladores y usuarios deberían mantener una discusión crucial acerca de cómo construir
una relación humana con la tecnología. Este libro trata de esas discusiones.

El diseño de la red tal como la conocemos hoy día no era inevitable. A principios de los
noventa había decenas de intentos creíbles en pos de un diseño capaz de presentar la
información digital en red de una manera más popular. Compañías como General Magic y
Xanadu diseñaron proyectos alternativos con cualidades fundamentalmente distintas que no
llegaron a buen puerto.

Una sola persona, Tim Berners-Lee, vino a crear el diseño particular de la red tal como la
conocemos hoy. Tal como fue presentado, el diseño de la red era minimalista, en el sentido de
que presumía lo menos posible sobre cómo sería una página web. Además, era abierto, pues
la arquitectura no daba preferencia a ninguna página por encima de otra, y todas las páginas
eran accesibles a todos. También hacía hincapié en la responsabilidad, ya que solo el
propietario de un sitio web era capaz de garantizar que su sitio estuviera disponible.

La motivación inicial de Berners-Lee era dar servicio a una comunidad de físicos, no a todo el
mundo. Aun así, los primeros usuarios adoptaron el diseño de la red en un ambiente muy infl
uido por discusiones de tono idealista. En el período anterior al nacimiento de la red, las ideas
en juego eran radicalmente optimistas y adquirieron fuerza en la comunidad, y luego en el

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mundo en general.

Puesto que al crear tecnologías de la información inventamos muchas cosas de la nada,


¿cómo decidimos cuáles son mejores? La libertad radical que hallamos en los sistemas
digitales plantea un reto moral desconcertante. Lo inventamos todo, entonces, ¿qué es lo que
vamos a inventar? Por desgracia, ese dilema -el de tener tanta libertad- es ilusorio.

A medida que un programa aumenta en tamaño y complejidad, el software puede convertirse


en una maraña cruel. Cuando intervienen otros programadores, puede resultar un laberinto.
Si uno es lo bastante listo, puede crear un programa pequeño desde cero, pero se requiere
mucho esfuerzo (y algo más que un poco de suerte) para modificar con éxito un programa
grande, sobre todo si otros programas dependen de él. Incluso los mejores equipos de
expertos en desarrollo de software se topan periódicamente con montones de disyuntivas y
problemas de diseño.

Es encantador desarrollar programas pequeños en soledad, pero el proceso de mantener un


software a gran escala siempre resulta deprimente. Por eso, la tecnología digital sume a la
psique del programador en una especie de esquizofrenia. Se produce una confusión
constante entre los ordenadores reales y los ordenadores ideales.

A los tecnólogos les gustaría que todos los programas se comportaran como un nuevo
programa pequeño y divertido, y están dispuestos a utilizar cualquier estrategia psicológica a
su alcance para evitar pensar en los ordenadores de forma realista.

El carácter precario de los programas informáticos en desarrollo puede hacer que algunos
diseños digitales queden congelados por un proceso conocido como lock in, o anclaje. Esto
ocurre cuando se diseñan muchos programas de software para que trabajen con uno ya
existente. Modifi car de forma signifi cativa un software cuando muchos otros programas
dependen de él es el proceso más difícil de llevar a cabo. Por eso casi nunca se hace.

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